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Capítulo 2

YoonGi se quedó sin aliento mientras se despertaba. Sus ojos se dirigieron a la ventana. Juró que él había oído palabras pronunciadas con una voz suave, justo al lado de su oreja, pero él no podía recordar lo que la voz decía.

Con los ojos muy abiertos, miró alrededor de su oscuro dormitorio, pero no había nadie ahí. El viento rugía entre los árboles, pareciendo casi susurrarle. Las oscuras ramas arañaban contra el alféizar abierto como dedos alcanzandole.

YoonGi temblaba bajo sus delgadas colchas; estaba demasiado frío para dejar la ventana abierta. Él la había cerrado antes de ir a dormir... ¿no?

El joven se levantó de la cama, tomando las mantas con él, y se metió a través de la habitación. Un inexplicable escalofrío de miedo se deslizó por su columna vertebral, cuando vio la luna. Era roja, tan roja que parecía que estaba sangrando. Su abuela había llamado a las lunas rojas "lunas de sangre", y había tenido mucho miedo de ellas.

Ella dijo que se trataba de un mal augurio. Cuando YoonGi era pequeño, él recordaba a su abuela advirtiéndole.

Hijo, cuando la luna está pintada de sangre, los demonios de la noche despiertan de su letargo. Son más poderosos entonces. Nunca debes dejar que la luz de la luna de sangre toque tu  piel o los más oscuros ganarán influencia sobre ti y te tomarán por su cuenta.

El joven YoonGi siempre había asentido, con los ojos muy abiertos, creyendo cada palabra que decía, y obedientemente él nunca, nunca salió a la luz de una luna roja. Ahora era mayor y sabía que era sólo una superstición, pero eso no detuvo que la visión de una luna de sangre enviara escalofríos por su espina dorsal.

Incluso si las historias de su abuela hubieran sido una fantasía, las había amado. Ella le fascinaba, tan llena de leyenda y oscuro misterio.

La luna de sangre siempre le recordaba a ella. Cinco años han pasado desde que murió pacíficamente mientras dormía. YoonGi todavía la echaba de menos.

El joven se sentó en el alféizar de la ventana, las mantas curvadas alrededor de sus hombros mientras él contemplaba la luna escarlata. Era asombrosamente hermosa.

«¿Cómo podía ser malo algo tan hermoso?»

YoonGi había visto muchas lunas de sangre, su abuela le sacudía a menudo para despertarlo cuando niño y lo llevaba de la mano para que pudiera verlas, todo ojos adormilados y restregando sus mejillas, pero esta parecía aún más hermosa. Parecía brillar y más radiante que nunca. Era más grande de lo que la había visto alguna vez. Como hipnotizado, él no podía quitarle los ojos de encima.

Las nubes pasaron y de repente la luz rojiza cayó sobre la pálida piel de YoonGi. Una emoción fluyó por su cuerpo y por un momento se sintió como si la luna estuviera cantándole. Fue una sensación extraña; melancólica, triste y solitaria.

Nunca se había sentido tan solo.

De repente, YoonGi tenía un intenso impulso por visitar a su abuela, de poner lirios blancos en su tumba bajo la luz de la luna de sangre que le había fascinado tanto. Quería decirle cuánto la extrañaba.

Ni siquiera pensando en vestirse o calzarse, se deslizó desde el alféizar de la ventana hacia afuera en el jardín. La hierba estaba fría y húmeda sobre sus pies descalzos. La noche estaba en silencio; incluso los grillos habían dejado de cantar. Estaba pobremente vestido en su larga camiseta blanca y pantalones cortos, pero no había nadie despierto para verlo. Era bien pasada la medianoche.

El joven rubio corrió a través del jardín, la niebla aferrándose a sus piernas desnudas. El aroma de las rosas y gardenias colgaba pesadamente en el aire. Él hizo su camino hacia abajo por el arroyo donde los lirios blancos florecieron altos, solemnes y elegantes; el símbolo de la luz, la vida y el renacimiento. Reunió tantos como él
podía llevar en sus brazos, como si tal vez el poder del símbolo pudiera traer a su querida abuela de vuelta a él, si sólo él tomara suficiente de ellos.

Aferrando las delicadas flores a su pecho, corrió sobre sus largas piernas ágiles, hacia abajo a través del jardín y subió la colina donde ella yacía durmiendo bajo una almohada de piedra fría. El joven se movía con una ligereza que anunciaba el vuelo, como si él pudiera en cualquier momento tomar el aire y desaparecer en el viento.


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