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𝟬𝟬𝟯. 𝗛𝗢𝗠𝗘 𝗔𝗟𝗢𝗡𝗘 𝗔𝗚𝗔𝗜𝗡


𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐓𝐑𝐄𝐒
𝐒𝐎𝐋𝐀 𝐄𝐍 𝐂𝐀𝐒𝐀 𝐎𝐓𝐑𝐀 𝐕𝐄𝐙

—VEO QUE HAS ENCONTRADO mi taquilla —Sydney se rió entre dientes, limpiándose las manos aún húmedas en sus mom jeans. Las marcas se secaron rápidamente gracias al calor de su cuerpo y volvieron a su color azul claro habitual.

Max se burló.

—Sí, no gracias a ti. Me dejaste sola con un montón de raritos acosándome.

—Vaya, ¿qué es eso de acosadores? —enarcó una ceja, abriendo su taquilla mientras seguía mirando a la molesta adolescente.

Max se cruzó de brazos y se apoyó contra la taquilla de al lado.

—Sí, esos bichos raros que se sientan delante en Ciencias me estaban mirando. Pero les dejé un mensaje. Así que, con suerte, se irán a tomar por culo.

La mente de Sydney pensó en el grupo de perdedores + Will e hizo una mueca.

—Sí, mi grupo de amigas tiende a mantenerse alejadas de ellos. Bueno, excepto de Troy y sus amigotes. Pero ellas intimidan a cualquiera y a cualquier cosa.

—Sí, tuve una encantadora charla con tres Barbies tontas —Max resopló—, me preguntaron si mi hermano estaba soltero... qué cabezas huecas.

La joven explosiva de pelo rosa se frotó la frente con cansancio.

—¿Sus nombres eran Stacey y Sarah? —Max tarareó un y Sydney se rió—. Sí, esas son las cabezotas de mis amigas. Querían que me hiciera amiga tuya para poder llevarlas al buenorro del nuevo de último curso.

Max frunció el ceño, su habitual forma fuerte se desinfló ligeramente.

—¿Y me estás usando únicamente para llegar hasta mi hermanastro?

Sydney se dio cuenta de lo mal que había sonado la frase y se atragantó al responder:

—¡Oh, no, no! Creo que eres muy guay, Max. Y mis amigas tienden a olvidar que la gente de nuestro curso en realidad tiene sentimientos.

—¿Entonces por qué eres amiga de ellas?

Ella no sabía muy bien cómo responder a eso. Por un lado, porque estaba condenada a vivir a la sombra del popular Steve Harrington y sólo se había hecho amiga de ellas para, con suerte, estar a la altura de su legado. Pero, por otro lado, no tenía a nadie más y no quería estar sola.

—Eh, son agradables cuando llegas a conocerlas —fue todo lo que respondió Sydney, forzando una amplia sonrisa en su cara—. Llevan una vida muy dura en casa y todo eso, así que la toman con otras personas. Pero cuando están solas, es genial hablar con ellas.

Max sabía lo que se sentía al tener una vida muy dura en casa y asintió lentamente.

—Caray, es un asco para ellas.

—Sí, un asco total —se encogió de hombros, cerrando su taquilla y copiando a Max apoyándose en ella—. Pero volviendo a los acosadores raritos. Son Mike, Lucas, Dustin y Will. Están bien, supongo, pero han estado bastante raros desde que su amigo Will desapareció el año pasado sólo para volver a aparecer unos días después.

—Joder, ¿en serio?

—Sí —asintió—, pero lo más raro es que supuestamente habían encontrado su cadáver en la cantera, tan descompuesto que no supieron decir si era él. Por eso todo el mundo le llama el Niño Zombi... porque "volvió" de entre los muertos.

Los ojos de Max se abrieron de par en par, sorprendida por la facilidad con que lo había dicho.

—¿Llegaron a averiguar de quién era el cadáver?

Sydney se detuvo, devanándose los sesos en busca de una respuesta. Pero cuando se quedó corta, sacudió la cabeza.

—En realidad no lo sé, nunca me importó lo suficiente como para preguntar.

Se sumieron en un breve silencio, pero cuando unos cuantos alumnos a su alrededor empezaron a cuchichear entre ellos, Sydney miró por encima del hombro hacia donde se habían girado todos.

Will Byers avanzaba torpemente por el pasillo, el director caminaba detrás de él mientras se volvía cauteloso, sus ojos parpadeaban sobre las miradas ardientes y los susurros de los adolescentes que lo rodeaban. Se encogió, tratando de parecer más pequeño mientras evitaba el contacto visual.

—Ese es Will —dijo Sydney, inclinándose un poco más cerca de Max cuando pasó junto a ellas—, el chico que desapareció.

Como si la hubiera oído desde la entrada principal, miró hacia las dos y vaciló al ver la posición en la que se encontraban, similar a la de los otros adolescentes en el pasillo. Pero Sydney rápidamente le envió una cálida sonrisa, una silenciosa forma de asegurarle de que no estaban cotilleando sobre su infortunio.

Cuando por fin salió y se reunió con su madre en su coche, se subió en el asiento del copiloto y se marcharon. Max apoyó la cabeza en la taquilla y la giró perezosamente para mirar a la chica Harrington que estaba a su lado.

—Parece tan... frágil.

—Más bien todo lo contrario —suspiró solemnemente—. Después de todo lo que probablemente ha pasado, es mucho más fuerte que todos nosotros juntos.

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SYDNEY ESTABA SOLA EN CASA... otra vez.

Steve estaba en casa de Barbara Holland con Nancy, cenando con los padres, de luto, de la difunta. Su novia no quería ir sola, así que le arrastró.

Pero en el proceso de ella no querer estar sola, había dejado sola a su propia hermana pequeña.

A la más joven de los Harrington no le importaba demasiado. Pero en el último año, probablemente había cenado con Steve un total de 4 veces, y la mitad de ellas las había pasado comiendo comida para llevar en el sofá delante de la tele. Así era como le gustaba, una sensación de normalidad después del frenético año pasado.

Cuando Will desapareció, Sydney notó que se alejaba y pasaba más tiempo con su novia que con su hermana. Tal vez fuera normal en los adolescentes hormonales, pero Steve siempre había sido más protector, ya que sus padres casi nunca estaban presentes.

Así que, Sydney estaba sentada frente a la tele con una lata de rodajas de pera y un tenedor. Pinchó otra, escuchando atentamente la repetición de Los ángeles de Charlie que emitía el televisor. Sus vecinos, sin duda, podían oír la escena de acción desde la casa de al lado o incluso desde el final de la calle.

Recitaba los diálogos al mismo tiempo que los personajes, habiendo visto el mismo episodio al menos 3 veces. No tenía la culpa de que sólo dieran los mismos episodios una y otra vez.

Sydney fue a pinchar otra pera, pero un fuerte ruido sonó en toda la habitación cuando su tenedor se encontró con el fondo vacío de la lata. El chirrido metálico le produjo un escalofrío y reaccionó con claro disgusto, levantándose para dirigirse a la cocina.

Su pie tocó el pedal de la papelera, presionándolo hacia abajo mientras la tapa se abría y la lata cayó en el cubo. El hedor de la basura de hace dos semanas le llegó a la nariz y ésta se arrugó con asco, regañando a Steve por no haberla tirado delante para que se la llevaran los basureros.

Siendo consciente de que él probablemente no iba a hacerlo, Sydney cogió la bolsa negra con la mano y la sacó de la papelera. Ató la parte superior y la mantuvo a un brazo de distancia mientras se dirigía a la puerta de entrada.

Se sorprendió ligeramente al ver que no estaba cerrada y, una vez más, le echó la bronca a Steve mentalmente por su olvido, poniendo visiblemente los ojos en blanco.

El gran cubo de basura verde que había al pie del camino de entrada estaba vacío, no había nada dentro cuando tiró la bolsa por encima y oyó el ruido de algunas botellas al entrar en contacto con el fondo. Cerró la tapa ruidosamente, sin importarle si los vecinos de al lado les contaba a sus padres lo imprudente que era su hija.

No es que les importara lo suficiente como para volver a casa y quedarse más de una semana.

Cuando se dio la vuelta para volver a subir por el camino de entrada, un ruido de traqueteo metálico vino del mismo cubo verde que sólo contenía la bolsa de basura negra. Cuando empezó a caminar lentamente hacia él, el ruido cesó por completo.

Suponiendo que se trataba de un mapache o sólo en su cabeza, Sydney se dio la vuelta y dio un paso adelante. Pero el mismo ruido resonó en sus oídos, esta vez mucho más fuerte que antes. Ligeramente mosqueada, Sydney levantó la mano, que empezó a brillar de color naranja, y se dirigió hacia el contenedor, dispuesta a freír al monstruito.

Abrió la tapa de golpe, pero se sorprendió al no encontrar nada a primera vista. Y entonces la bolsa se movió y ella acercó su mano brillante para intentar encontrar lo que se movía.

Fuera lo que fuera la criatura, chilló ante la intensa luz, saltando y saliendo del cubo. Sydney soltó un grito, se alejó tropezando rápidamente y cayó de espaldas sobre la hierba.

La criatura le devolvió la mirada y su cabeza en forma de babosa miró entre su cara y su mano extendida. Eso dio un paso, pero Sydney sacudió rápidamente la mano y la energía chisporroteó de vuelta a su torrente sanguíneo.

Se relajó al sentir que la amenaza desaparecía y avanzó lentamente hacia ella. Sydney, sin saber qué coño era aquella criatura, retrocedió arrastrando los pies y extendiendo la mano para detenerla.

Pero ante su postura temerosa, bajó lentamente la mano, ya sin saber muy bien qué hacer.

—No te gusta la luz, ¿verdad, pequeñajo?

Si tuviera ojos, probablemente se habría limitado a parpadear. Pero, como si pudiera entenderla, de su boca escapó una aguda serie de ruidos, que ella interpretó como un no.

—Estabas rebuscando en mi basura... ¿tienes hambre? —Empezó a levantarse de la hierba y la criatura volvió a retroceder—. No voy a hacerte daño, sólo quiero darte algo de comer. ¿Tienes dueño o algo?

Estúpidamente, había pensado que tal vez podría entenderla. Y cuando no respondió, se agachó frente a eso y le tendió una mano:

—Vamos.

Se deslizó lentamente sobre su mano y tuvo que ignorar la sensación viscosa mientras volvía a cruzar la puerta de entrada y la cerraba con llave. Se dirigieron a la cocina, donde ella abrió la alacena y sacó un KitKat de su alijo escondido en el fondo. Era como su propia alacena, ya que a nadie más le gustaban los copos de avena que estaban apilados delante de los dulces.

—Lo guardaba para el postre, pero podemos compartirlo —Partió un trozo pequeño y se lo dio a la criatura, que lo devoró encantada—. Joder, sí que tienes hambre.

Le devolvió la mirada inocentemente y ella partió otro trozo, dándole la barra entera de KitKat mientras ella se comía el trozo más pequeño. Fuera lo que fuera, le gustaban los dulces. Y mientras su mirada se desviaba un instante hacia la televisión del salón, sonrió hacia abajo a la extraña criatura.

—Voy a llamarte Charlie, mi angelito.


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