Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

•I•

   Los Ángeles, California. Veinticinco de julio: nueve de la mañana.
Era costumbre, aún estando de vacaciones, que me despertase a las ocho o máximo nueve de la mañana. Me gustaba disfrutar de las primeras horas del día. A mi parecer era el momento más tranquilo que tenía luego del atardecer.
En ese entonces tenía diecisiete años y me encantaba maquillarme y vestirme imitando el estilo de NewJeans. También, gustaba de mantener todo limpio y ordenado a mi alrededor, sobretodo mi pequeña biblioteca.

   Mi pasatiempo era leer novelas románticas, recuerdo que leía mucho las obras de Johanna Lindsey. Gracias a esas historias de exuberante pasión, desarrollé una personalidad bastante romántica a tal punto de llegar a la bohemia. La Aslie adolescente era tímida, pero soñaba con tener un amor tan dulce e irreal como se mostraban en aquellos relatos. Por cierto, es ese mi nombre: Aslie Griffin.

   Aunque mi aspecto era tierno, además de que cuidaba mucho mi físico, nunca había podido estar en una relación. En parte ello era consecuencia de mi timidez, también del no aceptar las invitaciones de mis pocas amigas para asistir a alguna fiesta. Prefería estar en mi cama leyendo, no me gustaba la música alta y tampoco se me daba bien bailar.

   Sin embargo, bien dicen por ahí que nada es eterno, mi forma de vida y mi modo de pensar cambiaron repentinamente cuando conocí al que llamaré por siempre el amor de mi vida.
Volvamos al veinticinco de julio.

   —¡Aslie, hija! —llamó mi madre desde la cocina—. ¿¡Cuándo bajarás!? ¡Ya el desayuno está listo!

   Como si hubiese alguien que me esperase o que al menos me halagase, terminaba de echarme un poco de colonia de violetas.

   —¡Ya va, madre! —le respondí con una sonrisa, mientras me miraba en el espejo del baño.

   Bajé en máximo dos minutos luego de su llamado. Casi trotando, llegué al pequeño comedor donde mi padre: sentado a la mesa, leía el periódico del día. Le regalé un beso en la frente y me senté a su lado. Mi madre llegó acomodando los panqueques, la miel, el jugo de naranja y varias fresas. Luego, se sentó frente a mí, al otro lado de mi padre, pues él quedaba en el centro de la cuadrada mesa.

   —Aslie, aquí llega el olor a violetas —dijo mi madre, sirviéndose una taza de café. La cafetera ya estaba en la mesa cuando me incorporé—. Creo que tienes algún que otro pretendiente por ahí.

   Mi padre enseguida dejó de leer las noticias y volvió su vista a mí.

   —¿Qué? Claro que no —respondí sin cambiar mi expresión alegre, mientras me servía un panqueque—. ¡Qué cosas dices, madre! Para arreglarme y oler bien no necesito tener novio.

   —¿Vas a algún lado? —inquirió mi padre, regresando sus pupilas al periódico.

   —Sí, iré a dar una vuelta por la playa mientras termino de leer Jane Eyre.

   Sin más preguntas ni conclusiones precipitadas del porqué gustaba de verme bien siempre, terminé el desayuno. Tomé el libro y salí de casa.

   Era un pequeño caserío de los Ángeles, casi no pasaban autos y la playa se encontraba cerca. El olor a mar siempre estaba presente y lo comparaba con el aroma a la libertad del alma —vaya pensamientos los míos—. Por tales hechos, me daba el lujo de andar sin preocupaciones por la acera mientras leía y me desconectaba de la realidad. Sin embargo, no me acordé que, en una calle antes de llegar a la playa, habían construido en menos de un mes un Skate Park.

   Como estaba tan sumergida en la trama, dejé que mis pies me llevaran a mi destino como un uber y, ni siquiera oía el sonido de las patinetas rodar o estrellarse contra las pistas.

   —¡Cuidado! —oí un grito de alerta. Procedente de una voz masculina.

   Cuando despegué mi vista del libro, era demasiado tarde. Él me impactó justo de frente. La patineta siguió de largo, sin su dueño.
Jane Eyre cayó abierto justo en mi rostro y encima de mi cuerpo yacía el del chico que me atropelló. Me dolía la espalda por tal caída, así como mis glúteos y el fuerte golpe en la cabeza que me di al chocar con el piso me tenía con mareos —sin contar el peso del patinador—. En pocos segundos logré estabilizar mis neuronas, pero fue él quien quitó el libro de mi cara sin levantarse primero.

   Al principio la luz del Sol me chocó, no obstante, su cabeza lo tapó al darse cuenta.
Fue la primera vez que lo vi.
El momento para mí pasó en cámara lenta, tal vez fue la magia que desprendía cuando hicimos contacto visual. Su rostro nunca se me podría olvidar.

   Tenía las facciones bien definidas a pesar de ser asiático o al menos descendiente. Sus ojos rasgados tenían una mirada hipnótica pero a la vez fuerte, como si intentase ver tu alma. Su nariz era quizás un poco ancha, a la vez alta, tenía la marca de un arañazo en la parte del puente y parecía ser reciente. Sus labios tenían una forma perfecta, aunque eran finos. Como en la nariz, también tenía otras marcas en sus cachetes, las cuales no le hacían daño a su atractivo.
El cabello negro le caía en su sudorosa frente y, ¡no traía nada que le tapase de la cintura hacia arriba! Su cuerpo tan definido parecía haberse hecho con los dioses en el Olimpo —os juro que no exagero—.

   A pesar del dolor corporal y el estar un tanto aturdida debido al golpe en la cabeza, no podía dejarlo de mirar. Mi corazón se aceleró y sin darme cuenta mis mejillas se tornaron rojizas. Era la primera vez que veía semejante hombre y, ¡lo tenía justo encima de mí! No quería que el momento acabase. Me sentía como la protagonista de un dorama o de algún libro de romance adolescente.

   —¿Sería él mi señor Darcy? —pensé.

   De pronto, él rompió aquella aura de telenovela que me había creado y se levantó. Acto seguido, me extendió su mano para ayudarme a levantar. Me tomé un momento para apreciarla, tenía una banda blanca puesta en su antebrazo, al parecer ahí también se lastimó. Su mano era muy grande, aunque era algo normal para un chico tan alto como él. También, noté como las venas resaltaban en sus brazos y en algunas zonas de su pecho.

   En segundos, tomé su mano y me levanté. Al hacerlo sacudí mi jeans y parte del top color rosa pastel que traía. Mi cabello se encontraba suelto y ya alborotado no solo por la caída, también por el aire que hacía.
Él, imitó mi acción y se sacudió el pantalón beige. Este lo tenía recogido hasta la parte inferior de la rodilla en la pierna izquierda, donde en la parte que tenía expuesta también tenía bandas color blanco.

   Noté que sus codos estaban lastimados, por lo que miré los míos. Otra consecuencia del accidente fue eso, también tenía los codos raspados y ya comenzaba a sentir ardor.

   —Perdóname, perdí el control y no pude frenar o esquivarte a tiempo —oí de su parte, por lo que dejé los codos y le presté atención.

   —No eres el único culpable, si no hubiese estado leyendo me pude haber quitado del camino, perdón —respondí con nerviosismo y vergüenza.

   Al recordar el libro, enseguida lo tomé del suelo y lo abracé. No tuve la fuerza para seguir manteniendo contacto visual con él, me provocaba sentimientos extraños.
Un silencio incómodo se hizo cargo de la situación. No quería que terminase así, pero no se me ocurría nada más que decirle, hasta que ambos pensamos lo mismo.

   —¿Cómo te llamas? —interrogamos al unísono.

   Volvimos a vernos y no evité reírme. Él, solo sonrió de lado.

   —Mi nombre es Peng Zhang, pero todos me dicen Jacob —contestó primero.

   Su nombre confirmaba que era chino. Deduje que seguro se había acabado de mudar y por tal razón era la primera vez que lo veía.

   —Mi nombre es Aslie Griffin —me presenté. En cierta parte la voz me tembló aunque él no se dió cuenta.

   Uno de los chicos que también estaban practicando en las rampas, con características asiáticas, cabello pintado de rubio y más alto que Jacob se acercó a nosotros. Tenía un pullover blanco en sus manos.

   —¡Hey! Ponte esto, mira como tienes a la chica, está sonrojada —se dirigió a Peng y le entregó la ropa.

   Olvidé el sonrojo y no pude ocultarlo. Me sentí estúpida en ese momento, por lo que volteé la cara casi al instante.

   —¡Rayos! Que vergüenza —exclamó el chino—. Gracias, Ayno.

    El chico al que llamó "Ayno", se fue después de entregarle el pullover, quedando solos los dos nuevamente. Peng se vistió y lo miré un poco más calmada.

   —Bueno, yo mejor me voy, debo echarle algo de agua a las heridas de mis codos —hallé una excusa para irme.

   Al contrario de lo que pensé, Jacob solo asintió con la cabeza y caminó en busca de su patineta.

   —¿Qué creías que podía pasar? —me susurré.

   En algún momento, pasó por mi mente la idea absurda de que al exponer tal oración, él me pediría que me quedase, usando cualquier excusa. Cabizbaja y decepcionada de mí, caminé rumbo a mi casa.

   Veintiséis de Julio: nueve y treinta de la mañana.
No había dormido muy bien. Mi mente no paraba de reproducir una y otra vez la vergonzosa escena de la caída. Jacob se había impregnado en mi subconsciente como si fuese veneno.

   Era la primera vez que me sentía verdaderamente atraída por alguien. La conexión que mi alma y cuerpo sentía hacia él era demasiada y me parecía mal.

   —¿Cómo puedo sentir esto por prácticamente un desconocido? —pensé en alto.

   Tomé una almohada, pues aún estaba acostada y escondí mi cara en ella.
Él era demasiado guapo. Me traía verdaderamente loca y repito, no lo conocía.

   —Pero, eso puede cambiar. Digo, si tanto me gusta, ¿por qué no ser más cercana a él? —deliberé en mis adentros.

   Quité la almohada de mi cara y miré al techo con una sonrisa de oreja a oreja.

   —Eso es, lucharé por ganarme su amor si tanto me gusta —dije decidida.

   Era joven, bonita y varios chicos me catalogaban como interesante. Nada podía salir mal, o al menos eso creía. Estaba dispuesta a ir a verle todos los días, volverme su amiga y poco a poco ir demostrándole mi amor. Sin embargo, me saltaba el hecho de que no sabía como.

   Eran las diez de la mañana cuando llegué al Skate Park. Busqué a mi chico con la mirada y, lo encontré en el mismo lugar del accidente, con la misma ropa y la misma patineta rota —de tan rayada que estaba, no soportaría muchos tirones futuros—.
Quería ir y saludarle como lo haría cualquier chica normal que le interesa conocer a un chico, no obstante; no era una chica normal. Mis inseguridades y los nervios me atacaron de sopetón cuando lo vi. ¿Era tanto lo que sentía que hasta acercarme a él me lo impedía? Se sabe de sobra que todo en exceso es malo, ¿mis sentimientos eran tantos que me hacían actuar de esa manera? Preguntas que en la actualidad sigo sin responderlas.

   —¿A quién engaño? Nunca podré acercarme a él siendo así, tonta —me recriminaba.

   Con el corazón hecho pedazos, me giré de vuelta para emprender el camino a casa. Pero algo me detuvo.

   —¡Aslie!

   Esa voz, sí, estaba segura que él me había llamado.

   No sabría describir con palabras todo lo que sentí en ese momento. Era una mezcla de todo, alegría, confusión, miedo. Una sonrisa se dibujó sola y mi corazón se puso a latir a cada un segundo cuando oyó su gentil voz.

   Volteé lentamente y, lo vi corriendo hacia mí con la patineta debajo de su brazo derecho.

   —¡Hola! Me sorprendió verte de nuevo —se explicó cuando estuvo lo suficientemente cerca.

   Yo, mientras tanto, hacía mi mayor esfuerzo por prestarle atención a sus palabras y dejar de lado el observar cada detalle de él.

   —¡Hola! Sí, yo vengo frecuentemente a la playa —mentí. No quería que pensase mal de mí.

   —¿De veras? Hace dos meses que me mudé por aquí y ayer fue la primera vez que te vi —rascó su cabeza, confundido.

   Ante tales palabras no supe que responder. No era buena mintiendo, mucho menos estando tan nerviosa como lo estaba.
Opté por cambiar de conversación. Me di cuenta de que sus heridas no estaban muy bien cuidadas, por lo que decidí llevar la conversación hacia ellas.

   —No quiero sonar impertinente, pero no puedo evitar percatarme de las heridas que tienes —miré hacia abajo—. Deseo ayudar a que te sanen bien por lo que iré a la farmacia a comprar alcohol desinfectante, algodón y curitas.

   Él me miró sorprendido.

   —No es necesario, no debes gastar tu dinero en mí —negó con sus manos.

   Volví mi vista a Jacob y le sonreí.

   —No te preocupes, quiero ayudarte —mantuvimos la mirada. Peng se mantenía algo serio—. Espérame aquí, enseguida vuelvo.

   Me fui corriendo hacia la farmacia la cual quedaba bastante cerca. Compré lo que le había dicho y regresé a los pocos minutos.
Jacob me esperaba sentado bajo la sombra de una de las palmas de alrededor del parque.

   —Estoy aquí —dije al llegar.

   Me sentía animada y no tan nerviosa, pero algo hizo que cambiara mi expresión de felicidad. Cuando me fijé en donde Peng yacía sentado, delante de él se hallaba su patineta, ya rota.
Me senté a su lado y pude darme cuenta que sus ojos estaban cristalizados.

   —Veo que, esa patineta era muy importante para ti —fue lo único que me salió decirle en ese momento.

   Me sentía tan estúpida que temía por hablar demasiado y terminar haciéndolo sentir aún más mal.
Dejé las curitas, el alcohol y el algodón a un lado y sólo me quedé tranquila observando el mar. Mi inquietud me controló y pasé mi vista a su mano más cercana, la que traía la banda. Deseaba tomarle la mano, mas, temía que la rechazara. Aún bajo las dudas, tragué en seco y lentamente mi mano izquierda se acercó a la de él, quedando una al lado de la otra encima del césped.

   Le dirigí la mirada, seguía igual. Volví mi vista a nuestras manos y con los nervios a flor de piel por fin pude colocar la mía arriba de la de él.

   —La tengo desde los doce años —habló por fin, por lo que volteé rápidamente. Él, también lo hizo—. Fue un regalo de mi padre, pero no te preocupes, él sigue vivo. La verdad me duele el hecho de que no soy bueno en nada.

   Entonces me di cuenta que el chico de la patineta rota también tenía su alma hecha pedazos. Fue en aquel momento en que juré que terminaría restaurando cada pedacito de él.

   —No digas eso, sí eres bueno en esto —lo animé—. Si no lo fueras ya te hubieras rendido, sin embargo; mírate aquí y ahora, lleno de heridas y sigues adelante. El que persevera triunfa, por lo que ya has triunfado.

   Mis palabras lo hicieron sonreír de una forma que me hizo temblar por tan hermoso que se veía. Al instante, me rodeó con sus largos brazos y me abrazó.
Al principio me quedé en shock, pero logré reaccionar a tiempo y le seguí el abrazo con sumo ímpetu. Su calor me reconfortaba. El olor que desprendía era embriagador y sentir un poco de su cabello entre mis manos me había fascinado.

   Fue a partir de ese día en el que nos hicimos mucho más cercanos.

   Los días para mí se volvieron más divertidos desde que lo conocí. Salí de mi aburrida rutina y ya tenía para quien arreglarme o verme bien. No podía estar un solo día sin verle.

   Me contó sobre él y su familia. Efectivamente llegó desde China por el trabajo de sus padres. Tenía veintisiete años y se había graduado de la Academia de Baile en Huibei. Disfrutaba de las vacaciones antes de incorporarse como profesor en la escuela de baile de Los Ángeles. Su pasatiempo era el skate obviamente, aunque admitió que no era muy bueno.

   Por supuesto, le conté bastante de mí y, lo que más le impactó fue mi edad. Aunque luego se relajó y volvimos a lo que hacíamos.
La edad fue algo que hasta a mí me dió que pensar. Aún era menor de edad y él ya era todo un hombre. No obstante, pensaba que para el amor no existía la edad y de igual forma pronto comenzaría la universidad y cumpliría la mayoría de edad.

   Le conté a mi madre sobre él y también le mostré varias fotos que nos tomamos por aquellos días. Le agradó y me otorgó su apoyo para continuar conociéndolo y llegar a una relación más profunda.
Mientras tanto, nos veíamos en el Skate Park, también salíamos a beber algo cerca de ahí o jugábamos en la playa. Recuerdo que hubo un día en que paseamos en bicicleta por un buen tiempo. Iba detrás de él y lo abracé para sentir su calor y olor que tanto me gustaba.
Con él comencé a conocer la vida y fui verdaderamente feliz.

   Las vacaciones acabaron y Peng comenzó a trabajar, al igual que yo la universidad. Ya no nos veíamos seguido, pero siempre nos escribíamos y contábamos lo que nos ocurría en nuestro agitado día a día.
Me sentía completa. Tenía un amor el cual crecía cada día más y unos padres maravillosos.
No me imaginaba que aquel mundo que había creado estaba a punto de destruirse.

   Sábado, siete de septiembre: diez de la mañana.
Era el día del cumpleaños de Jacob. Me había invitado a pasarla con él y sus amigos en un pequeño bar-restaurante cerca de la playa. Sería en la noche, sin embargo; desde temprano buscaba el conjunto que me pondría para impresionarle. Estaba decidida en confesarle mis sentimientos. No estaba segura al cien, mas, en sus ojos notaba que él también sentía lo mismo que yo. Vaya error.

   La noche llegó y con ella la hora de irme. Me había colocado un vestido de seda color rojo, ajustado a la cintura y corto; hacía que resaltase mi figura. Me maquillé con colores discretos y escogí un bolso pequeño de color blanco.

   De regalo le compré con ayuda de mi madre y mis ahorros, una patineta nueva casi idéntica a la que se le rompió el segundo día que hablamos. Yacía dentro de una caja bastante grande, forrada con papel de regalo de su color favorito: verde.
Con ímpetu, cuidé de que no se me quedase nada y marché al encuentro.

   La playa de noche se veía hermosa al igual que las calles y centros nocturnos. Era la primera vez que salía a la luz de la Luna pero no tenía miedo.
Llegué en media hora al lugar que Jacob me citó. Al entrar, lo vi junto a tres de sus amigos asiáticos: Ayno, Lou y Ziu, en la tercera mesa; donde los asientos eran sofás bastante cómodos.

   —¡Hey, Aslie! —llamó mi atención.

   Particularmente hoy, se veía demasiado contento. Al verlo de esa forma, mi estado de ánimo se ponía aún más alborozado.
Una vez en la mesa, me senté al frente de él, donde también estaban a mi lado Ziu y Lou en el otro extremo. Ayno estaba al lado de Jacob, como siempre. En la mesa ya habían Pepsicolas abiertas, lo que hizo que me llamase la atención por una razón: antes de que llegase, contando a Jacob, se encontraban cuatro personas. Sin embargo, habían cinco Pepsicolas. Como todas estaban abiertas la que sobraba no podía ser para mí, por lo que llegué a la conclusión que seguramente se sumó un invitado más.

   —¡Feliz cumpleaños, Cobi! —le dije con cariño.

   Le extendí el regalo y abrió los ojos con curiosidad. Ahí mismo, quitó el moño y el papel de regalo, abriendo la caja. Cuando tomó entre sus manos la patineta, una amplia sonrisa fue su primera respuesta.

   —¡Wao! Lo que necesitabas, amigo —comentó Ayno, golpeando ligeramente la espalda del cumpleañero.

   —Con una patineta así, faltaría al trabajo para montarla —añadió Ziu.

   —Más bien, iría al trabajo en ella —dijo Lou seguidamente.

   Reí por ello.

   —¡Muchas gracias, Aslie! —respondió, mirándome.

   Sus ojos tenían una llama especial, sin contar lo guapo que se veía vestido completamente de azul. Deseaba decirle todo lo que sentía, no me importaba sus amigos.

   —Peng, quería decirte que —no pude terminar mi confesión.

   Una mujer, también de facciones asiáticas, muy hermosa y vestida a juego con él, llegó y se sentó a su lado. Acto seguido, él se volvió hacia ella y se tomaron de las manos.

   —Ning, ella es Aslie, mi amiga de aquí —luego se dirigió a mí—. Aslie, ella es Ning, mi novia.

   Algo en mí se quebró. Estaba en shock.

   —Un placer, Aslie, Peng me ha contado mucho de ti —ella extendió su mano, con una sonrisa amable.

   —El placer es todo mío, Ning —estrechamos las manos y pinté una sonrisa falsa en mi rostro.

   Lo que quedó del encuentro, me la pasé sin hablar. Ni siquiera comí y la verdad ellos ni lo notaron, era un fantasma.
Delante de mí, vi al hombre de mi vida besarse, cantar y divertirse con otra. Para él, sólo era su amiga de Los Ángeles.

   Cuando llegué a casa eran las once de la noche. Mis padres ya dormían por lo que entré directamente a mi habitación y me tiré en la cama.
Recuerdo que tomé la almohada más cercana y la apreté contra mi cara para así empezar a llorar desconsoladamente.

   Era el primer hombre al que había amado en completo silencio. Con quien sentí una atracción inexplicable y quien me enseñó a mirar la vida desde otra perspectiva a parte de la de un libro. Con quien me reí y me divertí en vacaciones. El chico de la patineta rota.
Luego de esa terrible noche, él me mandó mensajes como siempre, los cuales contesté con sequedad. Hasta que un día, no me escribió más.

   Han pasado dos años desde que no sé de él. Actualmente sigo estudiando edición y comunicación social con la esperanza de trabajar en una editorial en el futuro. Sigo viviendo en Los Ángeles, pero no lo he vuelto a encontrar. Perdí toda comunicación con Jacob al igual que con sus amigos.

   Aunque he tenido otros amores, ninguno lo ha podido igualar. Como dice La oreja de Van Gohg en su canción "Rosas": (...)el amor verdadero es tan sólo el primero. Y es que empiezo a sospechar, que los demás son sólo para olvidar(...). Trato de olvidarlo, aunque siento que sigo conectada con él. Y cada vez que paso por el Skate Park, busco con la mirada esa silueta herida que una vez me atropelló. Busco con mi corazón en la mano al chico de la patineta rota.

   Notas del autor:
-Cada escena, así como la ambientación a la que está sometida, está inspirada en el MV "Designer" del grupo VAV. También su personaje, Jacob, a quien está dedicado el One Shot. Se puede apreciar como otros miembros del grupo hacen aparición en la trama.

-Aslie, no fue llevada a ninguna caracterización física para que las lectoras puedan imaginar ser la protagonista del libro.

Gracias por leer.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro