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"Nunca me di cuenta que tenía que decidir entre jugar el juego de alguien más o vivir mi propia vida."
(Get Free, Lana Del Rey)
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Cuando Felix le llamó avisándole acerca de su entrevista para el día siguiente no pudo evitar la corriente energética de optimismo que le recorrió la espalda, saltó sobre su lugar apenas terminó de procesar lo que le habían dicho y fue entonces que reparó en la taza rota en el piso. Christopher lo juzgaba con la mirada mientras masticaba sus tiras de espagueti, sin mover un sólo músculo ante el trasto roto.
El teléfono inalámbrico había sido habilitado para él porque el alfa decidió que debía tener la manera de conectarse con él, era lo idóneo a pesar de que vivieran a unos pocos metros. Para cualquier emergencia prefirió habilitar su línea, misma que era más bien utilizada para el cotilleo de los omegas.
—Muchas gracias Lix, te debo una muy grande.—Apretó el teléfono entre sus dedos mordiendo su índice para contener su alegría.—Estaré puntual mañana a las seis, lo prometo.—El alfa con el que compartía la última comida del día había desbordado su atención a él.—Entendido, gracias Felix–hyung.
Sentía que finalmente empezaba a tomar las riendas de su vida y podía controlarla, empezaba a sentirse de nuevo en el juego.
—¿Y bien?—Christopher lo miraba desde su lugar esperando una respuesta.
—Oh...—Rió nerviosamente.—¡Buenas noticias! Felix me consiguió una entrevista de trabajo.
—¿En dónde?
—La cafetería Han ¿La conoces? Pero es algo relacionado con la cocina. ¡Menos mal! Es lo que más se me da.—Se alegró alejándose hacia la alacena de la cocina donde guardaba sus utensilios de limpieza. Regresó con escoba y recogedor en mano para hacerse cargo del trasto roto, completamente ignorante de los pensamientos que atormentaban la cabeza del alfa.
¿Era siempre así de confiado con las personas? Christopher estaba pasmado porque el omega simplemente sonreía esperanzado como si ya hubiera obtenido el puesto, ni siquiera sabía a dónde se dirigía ni para quién trabajaría. Felix simplemente lo había llamado y así de fácil Minho entregaba su confianza. No es que le importara mucho lo que hiciera con su vida, pero si lo pensaba dos veces, tal vez sí. Al fin de cuentas era el que cargaba a su hijo.
Su casi futuro hijo.
Otra ola de pensamientos se rompe al chocar contra un peñasco e inunda su cabeza de reflexiones acerca del menor que tenía frente a él, hablando sobre algo de lo que no había puesto atención a la par que recogía restos de cerámica.
—¿Christopher?—Antes de darse cuenta Minho ya estaba sentado en su lugar frente a él, sacudiendo sus manos frente a su rostro.—¿Estabas escuchándome?—Pregunta sonriente, casi burlesco.
—Perdón...—Carraspeó el alfa salido de su ensoñación.—Estaba distraído pero ¿Me decías?
—Dijo Felix que no puede llevarme mañana hasta la cafetería, por algo de su hermano y que estaba loco, la verdad es que no entendí.—Admitió con confusión.—Pero ¿Crees que podrías llevarme? Me da pena pedirte este favor, es sólo que no quisiera llegar tarde a una cita y–
—Te llevaré.—No tengo problema, quiso añadir, pero todavía no tenía bien manejado el arte de la amabilidad. Lo interrumpió con un movimiento de mano que pareció un poco brusco pero lo ignoró.—¿A qué hora?
—La seis de la tarde. Y gracias...—Los platos ya estaban vacíos en ambas partes y era hora para que se retirara a su casa.—Por todo, en realidad. No sé cómo podré pagártelo pero lo haré, tenlo por seguro.—Prometió el omega, Christopher únicamente asintió sin decir nada.
—Creo que tengo que irme ya.—Se levantó de su lugar y arrastró su silla hacia atrás, antes de que pudiera levantar sus trastos sucios Minho le indicó que dejara las cosas como estaban.—Adiós.—La incomodidad entre ellos era indestructible, especialmente a la hora de saludarse o despedirse, por lo que esa noche no fue la excepción.
Al día siguiente Christopher se ausentó para el desayuno y el omega no pudo evitar sentirse sombrío en su ausencia; el hombre era terriblemente serio e incluso podía aventurarse hasta decir que era algo tímido, callado y díficil para abrirse ante las personas. A pesar de esto, disfrutaba de su compañía porque le escuchaba hablar por horas acerca de cualquier tema o anécdota que tuviera para contar, y eso para él después de tanto tiempo solitario, se había convertido en un buen cambio de rutina.
Suponía que debían partir a las cuatro de la tarde por el temible tráfico de la ciudad que retrasaba la, en realidad, mediana distancia que existía para llegar a la urbe. Así que después de haber preparado un escueto omelette falto de champiñones y salsa de tomate como le gustaba, subió a tomar otra siesta, pero fue inútil pues al momento se encontraba ya fuera de las sábanas y saqueando la poca ropa de su armario.
Todas las camisetas y pantalones, así como los zapatos, los había usado ya y estaban gastados, unos más que los otros. El calor subió a sus mejillas ante su escasez de pertenencias a las que nunca en realidad puso atención, y aunque nadie estuviera ahí para juzgarlo, se sentía raro yendo a una entrevista de trabajo con una camiseta negra con letras de una Universidad que ni siquiera conocía, y unos jeans de mezclilla azul marino que podían incluso parecer negros.
El reflejo en su espejo lo mostraba terrible y, como para intentar disimular su mal estado, volvió a tomar un baño para que su cabello tomara mejor forma esta vez. Debía dejar de ir a la cama con el pelo mojado. Un rato después estuvo listo y de nueva cuenta el sonrojo espolvoreaba su rostro por el auto interrogatorio que estaba contestándose en un designio de tranquilizarse y ganar confianza para dentro de unas horas.
Estuvo barriendo la casa cantando o tarareando canciones del canal de música que su pequeña televisión transmitía, también aprovechó para darle una limpiada al refrigerador y deshacerse de los platos sucios. Estaba ya sonriendo como un tonto con la idea de conseguir ese trabajo y así poder ir saldando sus deudas, o ahorrando, incluso imaginó que sus gavetas estarían llenas de esas galletas con malvaviscos que tanto le gustaban pero que no podía permitir pagarse para evitar gastar más dinero del necesario. Estaba orgulloso de sí mismo por seguir conservando buena parte del dinero que Jihyo le había dado antes de partir.
Apenas tuviera algo de dinero extra, aparte de todas las cosas que ya había sumado a su lista mental, compraría algo lindo y le escribiría una carta para asegurarle que estaba bien y que seguía vivo hasta el momento. Claro que evitaría algunas partes en su relato porque no podía pensar en la mujer y su hogar de niños, y al mismo tiempo plasmarle la noticia de su decisión sin sentir algo de remordimiento.
Pero el cachorro dentro de él no terminaría como esos niños, ni como él, porque tenía a Christopher.
Antes de que dieran las tres quiso salir a tomar algo del sol que calentaba su cabaña y que iluminaba el desastroso jardín que lo rodeaba. Estuvo curioseando un rato acerca de las gardenias y la mala hierba de la que tendría que deshacerse pronto, de los hoyos que tenía que tapar con tierra para que el pasto siguiera creciendo uniforme, y de las flores pequeñas que también necesitaban ser regadas.
Nunca antes se había detenido a pensar en el viñedo que se hallaba a unos metros de la casa de Christopher, verde y con sus frutos presentables como quien viene a visitar con regalo en mano. Era grande y unas bonitas mesas de picnic se distinguían a la distancia junto con lo que parecía ser un comedor con el mismo estilo que las mesas, todo apuntaba al obvio hecho de que se trataba de un viñedo turístico que sospechaba, se abriría pronto.
Un ruido de motor crujió a la distancia pero fue percibido por su oído debido a la reserva y el prudente silencio que lo rodeaba ahí donde vivía, desde sus confines estuvo merodeando con la mirada a lo lejos para dar con el sonido. Se alegró de no tener nada mejor que hacer, porque la vista con la que se topó le inyectó un subidón de adrenalina inexplicable e incluso algo inocente, tonta tal vez. Su corazón latía desenfrenado y por tercera vez sintió su rostro morfado en un tómate mientras que sus piernas se volvían palos incrustados en el pasto, incapaces de moverse.
Chris estaba sin camisa podando, con pantalones cortos y el cuerpo derretido en sudor por el inclemente sol de la primavera. Su cuerpo alto era más musculoso de lo que había visto cuando usaba sus camisetas blancas y éstos se transparentaban, creándole expectativas que habían sido sin duda superadas por el escenario frente a él. El hombre era un maldito Dios, no podía creer que sus flujos corporales le dieran un aire más masculino y que, para empeorar la situación, estuviera atraído por el asqueroso y salado sudor que le recorría cada centímetro.
Debió de haberse sentido observado y advertido por sus inigualables instintos de alfa, porque no tardó en levantar su mirada hacia su lugar a pesar de los varios metros que los separaban, se veían a la distancia en miniatura pero lograban reconocerse de igual forma. Minho reaccionó quizá uno o dos segundos tarde, pero ya había huido hacia el interior de su cabaña mientras sentía su pulso en la garganta.
¿En serio acababa de comerse con la mirada a alguien que le llevaba unos nueve o diez años?
El alfa Christopher Bang, futuro padre adoptivo del cachorro que cargaba en su vientre, arrogante profesional y terco con postgrado, con cara y atributos cincelados por el espíritu de algún artista renacentista que había dejado alguna obra en vida pendiente y decidió finiquitar con un ser humano.
Checó la hora del reloj en su cocina y marcaban las tres con veinte minutos, lo que significaba que había estado por lo menos unos buenos quince minutos deleitándose de una vista prohibida. Él no lo había comprobado todavía, pero rezó a cualquier santo o deidad para que sus pantalones no fueran una pequeña tienda de acampar. Se tocó por encima y maldijo, tenía que dejar de lado su nueva fantasía platónica con el hombre. La peor parte es que no se sentía ni un poco asqueado.
Fue al baño dispuesto a liquidar ese problema y, anticipadamente, le pidió perdón a Christopher por tener que ser víctima del ataque del despertar de su miembro. Era justo sin embargo, después de todo había sido él quien lo había despertado. De ninguna manera iba a mancharse la única camisa presentable de la que disponía, así que cuidadosamente se la retiró para evitar que rozara innecesariamente sus pezones. Lo menos que quería era que todas su protuberancias buscaran atención.
Tan rápido como llegó el problema se fue, después de la asquerosa imágen que irremediablemente vio en el espejo. Él con una panza y abdomen ahora inflamado, su trasero antes cubierto por la longitud de la prenda superior, se mostraba agrandado así como sus pechos, aunque los últimos apenas crecían. Se sintió tan mal que la excitación se había escurrido y no necesariamente se una forma liberadora.
Dio la vuelta para verse la espalda, con el deseo de todavía poder ser capaz de verse la espina dorsal que antes se le mostraba y lo hacía sentir delicado. Fue una mala idea, y él ya había tenido muchas de esas. Unas estrías terribles en su espalda baja y diminutos gorditos bajo sus hombros que aparecían si se esforzaba en seguir girando la cadera para verse de espaldas, cayó por primera vez en cuenta de lo que el embarazo le haría a su cuerpo en los meses que quedaban.
Un bajón de repente lo atacó con las memorias de las penumbras que había vivido hasta ahora en estado, y lo peor era que no estaba siquiera a mitad de que se acabara. La primer lágrima bajó por su redondos mofletes y entonces empezó a llorar. Se prometió que iba a conseguir ese trabajo costara lo que costara con tal de que pudiera seguir en marcha con su plan y forjarse un futuro estable.
Su cara se había hinchado por el llanto y sus ojos estaban rojos, se había vuelto a vestir de inmediato y pasaba su misería arrinconado en una esquina de la bañera. Oyó los cuatro toquidos del alfa que siempre hacía en vez de utilizar el timbre, y se arrojó hasta el lavabo para despojar el luctuoso estado de su rostro.
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Agradecía que el mayor fuera reservado y callado, o que simplemente lo ignorara. Cuando pasó a recogerlo, ya vestido, ni siquiera preguntó la razón de sus llorosos ojos. O no le importaba, o era muy tímido para preguntar, o de plano había hecho un buen trabajo retocándose.
Esta vez la música que ambientó el camino fue más comercial puesto que sus discos y álbumes habían sido olvidados en casa del alfa según le explicó, pero ninguno en realidad prestaba atención al coro repetitivo del hit del momento. Minho por su parte observaba a detalle cada parte del camino desde que habían salido, determinado a recordarlo todo para que pudiera tomar el metro hasta la cafetería en caso de ser aceptado.
El barrio seguía siendo muy bonito y las tiendas alrededor igual, todas mantenían un estilo similar que le otorgaba homogeneidad a la ciudad con los ladrillos rojizos y los colores grises que daban una gran oportunidad a que los dueños decoraran las fachadas con plantas y luces. Seguía sorprendido por cada rincón de la ciudad, le ilusionaba en verdad trabajar ahí y poder presenciar a diario al sol adormilado que le cedía su puesto a la luna y cubría ésta las calles con sus noches oscuras, combatidas por las luces de la metrópoli.
—Es aquí.—Anunció el alfa bajando de su camioneta, Minho tardó un poco en reaccionar y de repente sintió que su trasero había sido pegado con pegamento al asiento. No podía moverse. Estuvo respirando y repasando todo lo que, a ciegas, pudo practicar en su casa.
Christopher tan recto como era, no esperó mucho y fue a rodear el automóvil para abrirle la puerta de copiloto.
—Vamos.—Le alentó, aunque pareció más una orden. El omega no quiso quedarse a averiguarlo así que bajó admirando la bonita fachada del local.
—¿Vas a entrar conmigo?—Se sorprendió al verlo caminando directo a la par, como si ambos tuvieran una cita allá dentro.
—¿Hay algún problema?
—Eh, no. Supongo que no, gracias.—Entraron y de inmediato un exquisito olor a panque de naranja los atestó, tanto que sus estómagos gruñeron simultáneamente.
—Te estaré esperando allá.—Señaló a una silla alejada, en la esquina. Parecía que le gustaba mucho ocupar esos lugares a donde quiera que fuera.
De un momento a otro se encontró sólo y formado atrás de una señora que discutía con el cajero porque, según sus alegaciones, el chico estaba intentando negarle los muffins de mora azul. Él era alto y con cabello castaño claro, vestía una camisa negra de botones con mangas arremangadas y era visible que hacía ejercicio. Mientras discutía con la señora, leyó su placa y entonces supo que se llamaba Jeno.
—Entonces dame una de esas tartas con mora azul.—Resolvió la señora, buscando en su bolso la billetera. Jeno se mordió los labios para reprimir una risa, se mantenía apacible extraordinariamente.
—Me temo que tampoco tenemos de esas, le repito que el proveedor de moras y duraznos no pudo llegar esta semana.—Le dijo con ojos de cachorro, terriblemente persuasivos. Si no fuera tan alto y oliera a cítricos, definitivamente sopesaría la idea de que fuera un omega.
—¡Bah!—Se quejó la mujer.—Está bien muchacho, sólo porque eres demasiado amable. Me quedaré con una orden del postre del día, por favor.—Le pidió lista para pagar, él asintió gustoso tomando la tarjeta y completó el pago.
—En seguida saldrá su orden, que la disfrute.—Le deseó con su misma gran sonrisa. Fue el turno de Minho de avanzar hasta estar frente a él y los dos rieron cómplices ante la escena.—Trabajar con gente mayor nunca me cansa, quiero hacerle lo mismo a cajeros veinteañeros cuando tenga esa edad.—Minho se rió y al instante se sentía ya más calmado.—Buenas tardes ¿En qué puedo ayudarlo?
—Eh, pues en realidad no vengo a consumir nada.—Dijo rascándose la cabeza.—Tengo una entrevista de trabajo. ¿Con Han Jisung?
Jeno lo miraba con la cabeza ladeada, como si estuviera diciendo una mentira, pero entonces pareció que algo dentro suyo hizo click porque rápidamente se recompuso.
—¡Ah! ¿Vienes de parte de Felix?—Preguntó seguro, él asintió.—Bien, iré a buscarlo.
Desapareció por una puerta tras el mostrador y escuchó que del otro lado llamaba al tal Han Jisung, aunque se preguntó seriamente si serían hermanos o muy buenos amigos, porque se había referido a él como 'idiota arruina relaciones'. Después de unos minutos en los que decidió no voltear a mirar al alfa que lo esperaba en la esquina, apareció por fin un chico ligeramente más bajo que Jeno. Éste tenía cabello negro y era de tez algo más morena que el otro, con un rostro de facciones un poco rígidas que pronto se suavizaron al dedicarle una sonrisa.
—¿Eres Lee Minho?—Le preguntó acercándose al mostrador, mirando el reloj de su muñeca. El omega volvió a asentir.—Vaya que eres puntual, me gusta.—Aprobó mientras registraba todo el local en busca de algo, o más bien alguien. Lo encontró y se dirigió a Jeno con un manotazo en su pecho.—Oye, ahí está Bang. Si hace algo no dudes en rociarle agua hirviendo.
Ambos se carcajearon ante el chiste, el omega por su parte se sintió confundido de pronto. ¿Cómo ellos lo conocían? Volteó a mirar hacia donde el mayor se encontraba, con las piernas alargadas y los brazos cruzados sobre el pecho, mal sentado. Mantenía su mirada fija en un punto y entonces devolvió su atención a los alfa frente a él, sólo para darse cuenta que Han y Bang no dejaban de mirarse. El sonriente chico parecía intimidante cuando no estaba sonriendo.
Minho carraspeó para llamar la atención, y en seguida la consiguió.
—¡Cierto! Minho ¿Verdad? Ven conmigo.—Debajo de la barra donde se encontraba la caja registradora y unas vitrinas con postres, había una puerta pequeña que permitía el acceso hacia el mostrador. Se la abrió invitándole a pasar y así lo hizo, agachándose para entrar.—Perdón que te pase por aquí. Me daba flojera irte a abrir hasta la puerta trasera, la verdad.
—Está bien.—Aseguró Minho mientras era dirigido a la puerta por la que Jeno había desaparecido. Se acordó del chico que volvía a su puesto y se volteó para darle las gracias, él le guiñó un ojo.
Por detrás había un pasillo que dirigía a la cocina, grande y con cocineros trabajando. Había también una puerta con baños para el personal, otra que suponía que se trataba de un refrigerador para conservar los alimentos, y una al fondo en la que se adentraron. Era su oficina.
—Siéntate por favor.—Lo invitó recargado sobre su silla, él hizo caso y colocó sus manos sobre sus rodillas. Estaba seguro que los nervios habían vuelto a adueñarse de su rostro.—¿Nervioso?
—Algo...
—¡No lo estés! En todo caso, el que debería estarlo soy yo.—Se lamentó negando, tomó una pelotita antiestrés y empezó a apretarla antes de tirar la primera pregunta.—¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho años.
—Bien, al menos puedo contratarte. Escucha, seré honesto contigo, accedí a darte una cita porque Felix es el ser más molesto que he conocido alguna vez. Me dijo que eras bueno cocinando, pero todos mis cocineros también lo son y mis papás los contrataron porque estudían para chefs, así que dime. ¿Qué hacemos contigo?
Bueno, esa pregunta no la había practicado. Minho no supo que decir y se mantuvo callado, meditando.
—¡Puedo trabajar de lo que sea! No necesariamente tiene que ser en la cocina, puedo ser mesero, o cajero... ¡Hasta puedo ser de limpieza! Lo que sea me vendrá bien, yo en serio necesito el trabajo.—Propusó con deje de imploración.
—¿Lo haces por tu bebé, cierto?—Jisung quiso golpearse el dedo meñique del pie al ver la expresión desconfiada de Minho.
—¿Cómo lo sabe?
—Felix me lo dijo, pero no te enojes con él. Te prometo que nadie te quiere hacer nada ¿De acuerdo?—El omega había agarrado su vientre protectoramente de manera inconsciente. Poco a poco lo vio relajándose.—Te ayudaré, lo prometo.
—¿En serio?
—¡Desde luego! Sólo tenemos que pensar. Olvida mi actitud del principio, por favor. Intentaba ser un jefe serio. Fue un intento barato de mi padre.—Aclaró Jisung riéndose de sí mismo.—Si te pongo como personal de limpieza, pronto no podrás hacer muchas cosas y tu paga tampoco sería muy buena. No puedo darte el puesto de cocinero porque me temo que ya tenemos muchos de esos.—Sobó su babrbilla pensativamente.—¿Qué estaría dispuesto a hacer por tener el trabajo?
—¡Todo!
—¿Absolutamente todo?—Volvió a cuestionar. Minho se tensó en su lugar y desvió la mirada.
—Bueno... casi todo.—El alfa hizo un sonido afirmativo y siguió dándole vueltas al asunto mentalmente.
—¿Hasta convivir con señoras?
—¿Qué?—Han nuevamente volvía a presentar su carita de mártir con una simple sonrisa.
—¿Sabes hornear?
—Pues sólo hot cakes.—Admitió.—Brownies también.
—Hay tres mujeres que trabajan en este lugar, son las que se encargan de la repostería y los fines de semana dan clases en la mañana aquí mismo.—Se enderezó en su silla.—Se me ocurre que puedes trabajar con ellas, si ya sabes cocinar no debería costarte mucho aprender a hornear. ¡Hasta puede gustarte! Ellas son grandes así que te lo advierto, prepárate porque querran pellizcarte las mejillas. Se les olvidan muchas cosas, y a veces te obligan a jugar bingo con ellas. Es una locura.
—¿Hornear?—Preguntó emocionado.—¿Puedo trabajar haciendo pastelitos?—Jisung se rió fuertemente, tanto que echó su cabeza hacia atrás.
—Algo así. Mira, la paga oficial por ser su ayudante sería de cuarenta dólares a la semana, depende de tí aprender rápido hasta que ellas te consideren uno de los suyos. Entonces podría pagarte más, pero puedes ganar más dinero si las ayudas en sus clases. Tal vez puedes cocinar algo para ellas y sus alumnas, yo que sé. Sería trabajar desde las diez de la mañana hasta las cuatro, porque son algo grandes así que en realidad no pueden trabajar mucho.
—Entiendo.
—Puedes hacer trabajos extras aquí después, ayudarme a organizar papeles. Entonces saldrías a las siete y te pagaré veinte dólares a la semana por eso. ¿Qué dices?
—¿¡Sesenta dólares a la semana!? ¿Lo dices en serio?
—Tómalo o déjalo, eso es–
—¡Mucho! Más de lo que me imaginaba.—El omega se regocijaba de alivio.—Acepto, y en serio gracias. ¡Muchas gracias! Me estás salvando la vida. Prometo que aprenderé rápido.
El alfa parecía algo sorprendido por su gratitud pero la recibió bien, le había causado una ternura los ojos brillantes del omega.
—Al final los dos ganamos. Tú tienes un trabajo y yo estaré un paso más cerca de recuperar a mi omega.—Dijo complacido. Minho no quiso decir nada pero supuso que hablaba del hermano de Felix, a quien también debía agradecer. Quería agradecerle a todos por salvarlo de hundirse.—¿Entonces es un trato?
Y por segunda vez, Minho tomó la mano de un alfa para sacudirla en acuerdo mutuo.
—Es un trato.
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