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₊˚✧ 𓏲🩸 ٬٬ 08: The Illness

Cuando despertó, el corazón le latía increíblemente rápido. Lo único que recordaba era no haber vuelto a casa, pero sí podía rememorar a detalle lo cómodo que fue dormir entre los brazos de Minho aunque él careciera del calor vital de las criaturas con sangre caliente propia corriendo por sus venas.

Sin embargo, cuando se reincorporó reparó que se encontraba en casa, en su habitación pequeña, sentado sobre el colchón relleno de paja y una vela consumiéndose en una destartalada mesa de noche. Todo parecía igual a cuando se marchó, excepto por un par de diferencias: la vela encendida, la ventana abierta. Eran la prueba de que no lo había soñado todo.

Se relajó, se dejó caer en su lugar con ambas manos sobre su pecho, latía tan fuerte que podía escucharlo con excesiva facilidad en sus oídos pero ya no había nada que temer; estaba en casa, Minho lo llevó allí y lo arrulló cuando durmió. Después de días sin verlo, ese pequeño encuentro fue lo que necesitó su corazón para mitigar la añoranza que lo resquebrajaba. Aún así, no todo había sido igual que antes, en el momento no lo notó pero ahora que lo pensaba bien, Minho no se había comportado como de costumbre. Estaba más callado, retraído, y... Distante.

¿Qué era lo que le sucedía? No halló una respuesta, desconocía si la naturaleza de Minho permitía el desarrollo de enfermedades. Sí, quizá era eso. Se aseguraría de hacer esa pregunta la próxima vez que le viera.

El cansancio lo hizo ceder una vez más, se acurrucó entre las sábanas remendadas y hechas a retazos, reproduciendo en su mente una y otra vez todos los preciados momentos que pasó con Minho. Pensó en su rostro, en su piel pálida, en sus ojos felinos y su sedoso cabello azabache. Reprodujo su voz, su risa. Durmió con una sonrisa inconsciente en los labios, y soñó con luciérnagas, sauces y pequeñas criaturas aladas.

Esa misma noche, pero a varios kilómetros de allí; un vampiro ataviado en negro y azul, estaba en la cima de una colina donde la brisa era fría y el aliento condensado formaba una nube blancuzca frente a sus labios cada vez que decidía exhalar una bocanada de aire a pesar de no necesitar respirar.

Tenía la mirada perdida en el valle, en el bosque y en todo lo que rodeaba aquella montaña. A sus espaldas se alzaba una imponente y antigua fortaleza erigida hacia muchos años atrás, alguna vez fue majestuoso pero ahora tan solo era un triste fantasma de lo que alguna vez fue.

Minho se sentía de la misma manera.

Se sentía desanimado, enfermo, endeble y mortal. Conocía la razón de su malestar pero no haría lo necesario para acabar con la indisposición. No podría, su situación se definía correctamente como uno de esos casos donde el remedio es peor que la enfermedad.

Él lo veía así, pero su hermano Chan difería por completo. Desde hacía pocos días habían limitado su interacción, hacían lo posible por no hablar o cruzarse más allá de lo excesivamente necesario, incluso cuando faltaba tan poco para llevar a cabo la mudanza temporal a los dominios del aquelarre.

Chan no soportaba ver el estado de Minho, menos aún sabiendo empeoraría. A la vez que Minho no soportaba ver el reproche, dolor y resentimiento en los ojos del moreno cada vez que le miraba.

La piel de Minho había perdido el característico toque saludable y etéreo de los vampiros, tornándose cenicienta y translúcida. Los labios también perdieron su tono cerezo para tornarse de un rosado casi pálido. Faltaba poco para que la piel comenzara a presentar grietas en los lugares donde cubría las articulaciones. Perdió fuerza, agudeza visual y velocidad. Cambios que se presentaron mucho antes del deterioro visible, una noche en la que cazaba con Jisung quien lo reparó de inmediato, pero prometió guardar el secreto y así lo cumplió.

-Estás muriendo -le dijo Chan, dos noches atrás.

Se habían alimentado recientemente pero el cuerpo de Minho se tornó en su contra, negándose a aceptar la sangre tibia recién consumida; una cuarta parte del líquido carmesí fue rechazada, le llenó la boca y no tuvo otra opción que escupirla.

-Cada vez rechazará más -le dijo Seungmin quién lo acompañó esa noche sin luna-. Te secarás por la inanición y morirás, a menos que...

-No -sentenció. Seungmin apretó los labios y asintió, sin más, giró sobre sus talones para alejarse, con una elegancia propia de él.

Nadie más le habló del tema otra vez, los tres vampiros de su núcleo sabían que no lograrían nada por lo que solo desistieron y decidieron que no harían nefastos lo que podrían ser sus últimos días.

Minho caminó más, con los pies descalzos sobre la tierra fría, húmeda por el rocío, evocando recuerdos y sensaciones a lo largo de sus siglos de existencia. Momentos que atesoraba, que lo hicieron reír y sentir dichoso. Incluso pudo recordar momentos con sus padres y su hermano, cuando en los días lluviosos jugaban bajo la precipitación, aunque no pudo recordar sus rostros, ni sus voces, solo su presencia, solo la alegría.

Pero, antes de darse cuenta las presencias habían cambiado. Veía a Felix bajo la lluvia, de la mano consigo mismo, corriendo, riendo, jugando, viéndole a los hermosos ojos llenos de curiosidad por todo aquello que le rodeaba.

«Lo siento, Chan. Pero no puedo hacerlo» murmuró para sí mismo, con lágrimas de sangre corriendo por sus mejillas, brillando cual rubíes en contraste con su piel lívida.

El cielo nocturno pareció compartir su pena; las gotas de lluvia descendieron, repiqueteando, gruesas y pesadas, mojándolo todo en cuestión de minutos. Los rayos surcaban el cielo como dedos esqueléticos buscando romperlo, los truenos le ahogaban los sollozos ¿Hacía cuánto no lloraba? Parecía una eternidad.

Volvía a sentirse como aquél mocoso que sus padres abandonaron, en ese momento lloró por el desprecio que sufrió, por el abandono. Ahora lloraba por el amor que sentía, y las lágrimas habían cambiado. No eran traslúcidas y saladas, eran rojas y metálicas; el agua las hacía correr y desaparecer más rápido pero el recorrido escarlata en su piel se mantenía.

Se dejó caer sobre sus rodillas, las lágrimas cayeron con más fluidez, el fango le impregnó la ropa, desde las rodillas hasta los pies pero nada de eso le importaba, solo el dolor que manaba de su interior, que le retorcía cada parte de él capaz de sentir.

Si no amara, nada de eso estuviera pasando. Las cosas habrían sido tan sencillas pero no tenía sentido pensar en lo que pudo ser, ni el camino que no tomó. Su presente estaba lejos de ser tan dulce cómo le habría gustado, como a veces imaginaba al cerrar los ojos y entregarse a la oscuridad.

El amor lo había complicado todo.

Pero inexplicablemente, no se arrepentía de nada.

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