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₊˚✧ 𓏲🩸 ٬٬ 02: The Church

Para cuando Felix despertó, estaba en su habitual cama de paja, con sus sábanas remendadas y el brillo del amanecer colándose por la ventana. Minho siempre lo devolvía a casa una vez que se hubiese quedado dormido, Felix nunca deseaba dormirse pero su resistencia flaqueaba, sus ojos se cerraban y su respiración se volvía calmada. Solo entonces el vampiro lo devolvía a la cabaña donde vivía.

Al humano siempre le costó dormir bien en su cabaña debido a que cuando era solo un infante vio como una vivienda cercana ardió en llamas hasta consumirse por consecuencia de techos de paja y otros materiales que ardían con facilidad una vez en contacto con el fuego, para luego no apagarse hasta engullirlo todo.

Salió de la cama siendo llevado hasta la cocina por el aroma del desayuno que su madre preparaba. Aseó su boca antes de tomar asiento al lado de su padre quién tenía la mirada perdida en algún punto de la mesa. Felix no lo interrumpió, estaba pensativo, debía ser algo de relevancia. Después del desayuno, su madre lo envió a repartir las verduras a las cocinas de los albañiles quiénes siempre ordenaban una buena cantidad de mercancía, así que como una muestra de amabilidad; llevaban el pedido a domicilio.

Felix cargó la carretilla con todo lo ordenado; zanahorias, papas, nabos, ajo, cebollas, cebollín y muchas más. La cosecha había sido buena, incluso las nuevas semillas que compraron a mercaderes nacieron en el campo fértil y bien cuidado. Felix se aseguró de atar bien sus zapatos antes de comenzar su recorrido, era un tramo largo, el lugar de entrega se hallaba al lado contrario del pueblo. Poco le importaba; su condición era buena, su determinación a ser un buen trabajador lo era más. Quería ser un hijo ejemplar para sus padres, además le hacía bien sentirse útil para su pequeña familia.

A pesar de haber comido bien antes de salir de casa, su estómago despertó con la cantidad de comestibles apetecibles que vio; las grandes y jugosas frutas siendo ofrecidas por sus respectivos dueños, algunos con acentos extranjeros que a Felix le gustaba escuchar y catalogar. Podría decirse que conocía los acentos de poblados cercanos pero algunos que venían de mucho más lejos, despertaban su intriga y deseaba escucharlos. No podía, tenía trabajo que hacer. El aroma del pan recién hecho y pasteles recién horneados le hicieron agua la boca, se odiaba por ser tan glotón. Sin embargo, si recibía algunas monedas como propina solo entonces podría comprarse, al menos, un pastelillo de limón.

El solo pensamiento lo incentivó, entre más rápido llegase al lugar; más estima le tendrían, lo que aumentaría las probabilidades de recibir propina. Caminó más rápido, ignoró las peticiones de juegos de algunos conocidos que se cruzaba por el camino a quienes igualmente saludó como de costumbre, incluyendo al par de ancianas que vendían leche de vaca y cabra al final del mercado. Todos los fines de mes recibía pan con crema o mantequilla de su parte, ya que Felix siempre las ayudaba en lo que podía.

Al cruzar el pueblo hasta llegar a la gran y larga morada donde los albañiles del pueblo residían, la señora de uno de estos le esperaba sentada en el porche, en una mecedora de madera que crujía en cada movimiento. Se levantó al verlo, no sin algo de pereza. Mientras se acercaba a él revisaba que su monedero de piel contuviese la cantidad apropiada de monedas para el pago. Felix fue descargando las verduras en las cestas que esperaban colgadas en la cerca mientras ella contaba las monedas.

Verificó la cantidad y recibió el pago de la señora cuyo cabello comenzaba a teñirse de blanco dándole un aspecto más maduro aunque su rostro por sí solo, lucía bastante conservado. Agradeció a Felix con toda la educación y buena gana que la tierna mujer guardaba en el corazón. Le dio una mirada severa cuando dejó caer en su palma unas pocas monedas de más.

—¡No te lo gastes en licor! Sé un niño bueno —le había dicho tras entregarle la propina.

—Lo prometo, señora Kim —respondió él, reprimiendo una sonrisa.

Bebió un poco de leche endulzada con miel antes de hacer su recorrido de vuelta, no estaba cansado pero el sudor le mojaba las sienes pegándole el cabello a la piel.

Mientras caminaba, vio un grupo de personas reunidas frente a lo que parecía ser un templo. Una estructura prometedora, aún estaba en construcción. Solo era un mero esqueleto con una gran cruz en la cúspide, él no sabía qué significaba.

Había un hombre, vestido con una túnica marrón. Se veía bien vestido, un aura peculiar lo rodeaba. Felix nunca antes vio el edificio, ni a esa persona. Quizá porque la ruta que tomó fue distinta para evitar zonas fangosas a causa de las recientes lluvias.

Se acercó por curiosidad, quería saber qué decía. No entendió mucho, prácticamente nada, escuchó sobre «Cristo», «pecados» y algo de «evangelios» mas Felix no tenía ni la más mínima idea de lo que aquello significaba.

Se encogió de hombros antes de volver la mirada hacia su camino «Seguro que es un loquito, como ese que dice que habla con las ardillas» pensó, con la imagen de aquél hombre extraño y desaliñado que dormía en la plaza, cubierto con una frazada vieja y remendada.

Se detuvo en seco al escucharlo hablar sobre los «seres fríos», él sabía a lo que se referiría. Escuchó términos que entendió mucho menos; «diabólicos», «mortíferos», «sagaces», nada le quedaba claro, notó que la forma en la que el sujeto hablaba no sugería nada positivo. Según lo que entendió Felix, alguien llamado Jesús y otro Cristo, derramaría algo para salvarlos.

«¿Cómo nos salvará el tal Jesús derramando su... ¿su qué? ¡Absurdo!» así que solo siguió caminando. Debía llegar a casa pronto para darle el dinero a su madre, así ella iría a comprar víveres y carnes al mercado.

Felix compró una tarta de arándanos con su propina, para su mala suerte no llegó a tiempo antes de que se agotaran las de limón. Terminó con las mejillas levemente manchadas por el postre. Seguía pensando en las palabras de aquél peculiar hombre, aún sin comprender en absoluto lo poco que escuchó. Si a lo que se refería es a que eran malévolos; se equivocaba.

Minho era uno de ellos, no era maligno ni cruel. Era educado, elocuente, muy capaz. Se descubrió a sí mismo con las orejas y mejillas tibias al pensar en él, junto a un cosquilleo en su estómago. Con una sonrisa en los labios continuó sus labores, preguntándose a dónde lo llevaría Minho esa noche.

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