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Capitulo 07. [En la pantalla]
La noche había caído por completo sobre Berlín, y la ciudad, a pesar de su actividad constante, parecía suspirar con pesadez bajo el cielo oscuro. Pero en el último piso de un hotel reservado por la discográfica, el ambiente era todo menos tranquilo.
La terraza privada estaba ligeramente iluminada por focos tenues alrededor del jacuzzi.
El vapor se alzaba lentamente como una nube cálida que envolvía a los cinco cuerpos sumergidos en el agua burbujeante. La banda entera —Tom, Bill, Georg, Gustav y hasta Klein— disfrutaban el merecido descanso después de una jornada intensa de grabación.
Bill se había acomodado en una de las esquinas, con el cabello recogido en una coleta improvisada, mientras hablaba animadamente con Gustav sobre cómo se verían las tomas finales. Georg mantenía la cerveza fría apoyada en el borde, riendo por todo y por nada.
Klein, aunque no se había metido al jacuzzi, los observaba desde una tumbona con una copa de vino, entretenido por los comentarios de los chicos.
Tom estaba medio recostado en un extremo del jacuzzi. El agua le llegaba hasta el pecho, y su gorra colgaba de una silla cercana. Su cabello húmedo estaba suelto, cayéndole sobre los hombros. Entre sus dedos, sostenía un cigarro que había logrado encender sin que Klein lo notara... o al menos eso creía.
—¿Y entonces? —preguntó Georg con tono curioso, levantando una ceja— ¿Eso del beso con Sabine fue improvisación o alguien escribió el guion con segundas intenciones?
Tom entrecerró los ojos por el humo, sin perder la sonrisa arrogante que lo caracterizaba.
—¿Por qué tanto interés? ¿Estás celoso, Georg?
—Por favor —respondió él— Solo digo que fue inesperado. Digo... Sabine. ¿Ella aceptó así de fácil?
—Nada que ver con "fácil" —murmuró Tom, más serio de lo que pretendía. Dio una calada al cigarro y desvió la mirada hacia las luces de la ciudad al fondo.
Gustav rió bajo.
—Sí, claro. Fácil no es una palabra que usaría para Sabine. Esa chica tiene más muros que un castillo medieval.
—Y tú andas queriendo escalar cada uno —bromeó Bill, lanzándole agua a Tom con una carcajada.
El guitarrista no reaccionó al instante. Solo dio otra calada y bajó el cigarro al borde del jacuzzi, dejando que el vapor y el silencio hicieran su parte.
—Fue una toma —dijo, por fin— Solo eso.
Pero su tono no convenció a nadie.
—Oh vamos, Tom —saltó Georg— Se te nota. Desde que salieron del set tenías esa cara estúpida.
—¿Qué cara estúpida?
—Esa —dijeron al unísono Bill y Gustav, provocando más risas.
Tom se revolvió el cabello con ambas manos, sacudiéndose el agua del rostro. Su sonrisa volvió a asomarse, pero más tranquila, como si algo dentro de él se hubiera apaciguado.
—Es rara —admitió— No es como las demás chicas. No se ríe de mis bromas, no me sigue la corriente... no me soporta, de hecho.
—¿Y eso te atrae más? —dijo Gustav.
—Tal vez —aceptó, encogiéndose de hombros.
Bill se inclinó hacia él, entrecerrando los ojos con malicia.
—¿Te gusta?
—¿Qué parte de "solo fue una toma" no entendieron?
—La parte en que no te quitas la sonrisa desde que terminó —dijo Georg, alzando su cerveza.
Klein los observaba con una expresión neutra, pero sus ojos se iluminaron por un momento. Sabía más de lo que decía, y ese era su estilo: mirar, guardar silencio... y actuar cuando nadie lo esperaba.
Tom apagó el cigarro contra el borde de piedra, dejándolo a un lado. El viento tibio de la noche le rozó el rostro mientras observaba el cielo. Berlín podía ser cruel, pero por alguna razón, esa noche no pesaba tanto.
—Lo único que sé —dijo finalmente— es que cuando la besé... por un momento, todo lo demás se detuvo.
Silencio.
Solo el sonido del agua burbujeando. El vapor envolviendo sus rostros, la noche cerrándose con suavidad.
Bill, por primera vez en mucho rato, no dijo nada. Solo lo miró. Georg tomó otro trago de su cervezay Gustav sacudió el agua de sus manos y murmuró:
—Tal vez deberías intentar hablarle sin provocarla tanto.
—¿Y perder la diversión? —Tom sonrió de nuevo.
Bill bufó.
—Idiota romántico en negación.
Tom soltó una carcajada y hundió la cabeza bajo el agua por un instante.
. . .
El estudio de edición era una pequeña habitación en uno de los pisos intermedios del nuevo edificio de la disquera. Estaba lleno de cables, pantallas, parlantes, tazas con restos de café frío y post-its pegados en cada superficie posible. Olía a aire acondicionado mezclado con papel impreso y ansiedad.
Sabine nunca había estado allí demasiado tiempo. Siempre estaba corriendo entre el vestuario, el set o el almacén, pero esa mañana... necesitaba un descanso.
Y Katherine lo notó.
—¿Agua? —le ofreció la mujer, mientras revolvía el azúcar de su taza de café.
Sabine asintió y se sentó a su lado, tomando el vaso entre las manos. Katherine era distinta a los demás adultos en ese lugar: hablaba bajo, escuchaba, y no la miraba como si fuera invisible. Tenía unos treinta y tantos, cabello corto teñido de rojo vino, y unos lentes que a veces se bajaba hasta la punta de la nariz para mirar la pantalla con más atención.
—¿Día duro? —preguntó mientras daba clics veloces sobre el teclado.
—No más de lo normal —murmuró Sabine.
—¿"Normal" para ti significa lidiar con cuatro adolescentes hiperactivos y un jefe que no duerme? —bromeó Katherine, sacándole una sonrisa débil.
Sabine suspiró, girando el vaso entre sus dedos.
—Estoy cansada —admitió finalmente— Y confundida.
Katherine no dijo nada. Solo abrió un cajón, sacó una bolsa de galletas, la dejó sobre la mesa y siguió trabajando. Eso, para Sabine, fue suficiente para soltar un poco más.
—No sé qué hago aquí a veces... —siguió— Es decir, sí sé: trabajo. Necesito el dinero. Pero luego pasan cosas que me hacen pensar que... estoy fuera de lugar.
—¿Como qué?
—Como besar a uno de ellos frente a una cámara y fingir que no pasó nada después.
Katherine dejó de escribir. Giró lentamente hacia Sabine con una ceja alzada.
—Ah... el beso.
Sabine frunció el ceño.
—¿También tú?
—Sabine, cariño... estoy editando el maldito video. Lo vi en slow motion ocho veces esta mañana —dijo con una sonrisa contenida.
Sabine sintió la sangre subirle al rostro. Bajó la cabeza, cubriéndose la cara con una mano.
—¡Dios! Fue solo una toma...
—Claro. Una toma donde el muchacho mete la lengua con más seguridad que un actor de telenovela y tú no lo empujas, al contrario... te inclinas un poco más.
—¡Katherine!
—Perdón, perdón —rió— Pero eres tú la que está diciendo que no sabe qué hace aquí. Yo digo que, después de eso, vas a estar en boca de todos. Literalmente.
Sabine bebió agua de golpe, ahogándose un poco en el intento. Tosió, se atragantó, y Katherine le golpeó suavemente la espalda mientras le alcanzaba una servilleta.
—No es gracioso —dijo entre tos y vergüenza.
—No, claro que no —murmuró Katherine, aunque sonreía mientras giraba el monitor hacia ella— Mira.
Y ahí estaba la toma.
El beso.
Tom sentado en ese colchón viejo, su cuerpo ligeramente inclinado, los ojos entrecerrados.
Sabine acercándose con rigidez. Los labios que se rozan.
Pero ya era demasiado tarde. La toma era oro y, como temía, no la iban a cortar.
—¿Y... piensas borrarla? —preguntó Sabine con una débil esperanza.
Katherine soltó una carcajada.
—¿Sabes cuánto mataría cualquier director por una escena como esta? Tiene química, sorpresa y un toque de provocación adolescente. Encaja perfecto con la imagen rebelde que quieren para Tokio Hotel.
—¡Pero... es mi cara! ¡Mi boca!
—Es marketing, cariño. No te preocupes. No pondrán tu nombre ni nada. Solo serás... "la chica del beso". Ya sabes. Misteriosa. Anónima. Inalcanzable. ¿No es eso mejor?
Sabine cerró los ojos y se recostó contra el respaldo de la silla.
—Voy a morir.
—Vas a salir en MTV.
—Es lo mismo.
Ambas rieron por un instante, pero luego Sabine se quedó mirando la imagen congelada en la pantalla. El rostro de Tom,su expresión y la forma en que la miraba antes del beso.
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