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Capitulo 06. [Schrei]

Los días habían pasado y, sin que nadie pudiera frenarlo, los dias finales de agosto habían llegado. El calor del verano era espeso, colándose por las ventanas abiertas del estudio, mezclándose con el murmullo constante de instrumentos, voces, y correos impresos desparramados por todos lados.

Tokio Hotel estaba comenzando a vivir lo que solo unos semanas antes parecía un sueño imposible.

Entre entrevistas para revistas locales, programas de televisión juveniles y una creciente cantidad de fans que se acampaban fuera del nuevo estudio para gritar nombres entre risas y lágrimas, todo estaba cambiando.

Y Sabine lo notaba en cada detalle.

Tom ya no llevaba las rastas sueltas. Ahora usaba una gorra ladeada y, debajo, una banda negra que mantenía todo en su sitio. Su estilo se había transformado, ganando forma sin perder rebeldía. Bill, por su parte, exploraba sombras de delineador cada vez más marcadas. Gustav y Georg ya no parecían chicos comunes. Todos, poco a poco, dejaban de ser niños que hacían música. Ahora eran imagen.

Sabine solo observaba.

Seguía cumpliendo sus tareas: ordenando la ropa, ajustando tallas, etiquetando lo que llegaba de las marcas que ahora querían colaborar con ellos.
Siempre en silencio. Siempre alerta.

Esa tarde, Klein estaba sentado frente a la computadora, revisando los correos de la web oficial de Tokio Hotel.

—"Video Schrei – convocatoria de extras"... —murmuraba mientras leía— Dios, hay demasiados. Esto parece una avalancha hormonal.

Los chicos, sentados en el sofá, comían papas y bebían refrescos, riendo entre sí.

—¿Alguna con foto? —bromeó Georg, asomándose detrás del hombro de Klein.

—Más de las que quisiera —gruñó el hombre, aunque se le escapaba una sonrisa.

Sabine entró justo en ese momento con un papel doblado en la mano. Lo extendió hacia Klein.

—La lista de tallas que me pediste —dijo con su tono reservado.

—Gracias, Sabine —respondió él sin mirarla, enfocado en los correos. Pero apenas unos segundos después, se giró hacia los chicos— Suficiente por ahora. Cierro esto o me da un derrame.

Todos rieron.

Sabine giró para marcharse, como siempre. Desaparecer sin dejar huella.

Pero entonces...

—Sabine... —dijo Gustav, bajando su voz— ¿Te gustaría ser parte del video?

Ella se detuvo en seco.

Los ojos, tan acostumbrados a evitar miradas, se abrieron como platos al girarse lentamente hacia él.

—¿Qué... qué dijiste?

—El video de Schrei. Será en unos días. Una fiesta... ya sabes, descontrolada, mucha gente joven, luces, locura. Pensé que... no sé, quizá quieras aparecer. Como extra —agregó de inmediato, arrepentido por su espontaneidad al ver su rostro paralizado.

Bill se enderezó un poco. Tom dejó de reír.

Klein miró la escena, y sin dudarlo, intervino con voz tranquila:

—Tranquila, Sabine. No es una mala idea, en realidad. Vas a estar allí igual, trabajando en producción. No estarías sola, y además... eres parte del equipo.

Ella no respondió.
El silencio fue casi incómodo.

Sabine no sabía qué era peor: que lo propusieran como un gesto amable o que alguien pensara que podía verse como las otras chicas que serían seleccionadas para el video. Bellas. Sueltas. Con sonrisas amplias, sin historias pesadas a cuestas.

Tom alzó una ceja, curioso. La miraba como si quisiera descubrir por qué reaccionaba así.
Como si cada gesto suyo confirmara la idea que empezaba a tener sobre ella.

—No tienes que decir que sí —añadió Klein, suavemente— Pero piénsalo. A veces ser parte... también implica que te vean.

Sabine tragó saliva.

—No sé —respondió finalmente, bajando la mirada— No sé si encajaría.

—Tú ya estás dentro, aunque no lo veas —dijo Bill desde el sofá— Solo que aún no lo crees.

Las palabras la desarmaron un poco.

—Piénsalo —repitió Gustav, culpable— Solo eso.

Ella asintió, sin comprometerse.

. . .

La van llegó puntual y descargó una ola de adolescentes entre risas, gritos nerviosos y ropa provocativa. Chicos con camisetas rasgadas, chicas con ojos delineados como si la oscuridad fuera un uniforme. Todos emocionados por formar parte de lo que prometía ser una fiesta insana... grabada para siempre.

La banda llegó primero.

Georg, con el bajo colgado como si fuera una extensión de su cuerpo. Gustav, ajustando los auriculares mientras hacía girar las baquetas entre los dedos. Tom caminaba con las manos en los bolsillos, camiseta amplia, pantalones holgados y su ya habitual gorra negra. Bill... Bill parecía otro ser humano. Maquillaje impecable, actitud de estrella. Ojos delineados con una intensidad que combinaba perfecto con su voz y su nueva seguridad.

Sabine estaba detrás de Klein, con el cabello suelto, vestida como nunca antes lo había estado: falda escocesa, blusa blanca de botones abiertos en el cuello, corbata negra y calcetas largas que rozaban sus botas.

La había elegido sin pensar demasiado. Lo suficientemente neutral para desaparecer.
Pero la verdad era otra: no pasaba desapercibida.

El director subió a una caja de madera para hacerse oír por encima de la mezcla de voces y risas.

—¡Okey, atención todos! —gritó— Como les dije: los chicos van a estar en el medio tocando. Ustedes se moverán, bailarán, saltarán... como si esto fuera una fiesta adolescente ilegal. Sin reglas. Sin miedo.

Todos aplaudieron, algunos silbaron. Se escucharon carcajadas.

Klein levantó la voz desde un costado.

—Y no olviden algo más: diviértanse. Son jóvenes. Esto también es parte del viaje. No todo es trabajo.

Sabine tragó saliva. Apretó un poco más la linterna que le habían asignado para ciertas tomas. Era pequeña, plateada, y tenía un filtro rojo para crear efectos de luz cuando la cámara pasara entre la multitud.

El primer grupo de extras entró, buscando ubicarse según las instrucciones previas. La escenografía simulaba el interior de una casa tomada por adolescentes rebeldes: paredes grafiteadas, muebles volcados, luces parpadeantes, botellas vacías en las esquinas, humo artificial. Caos controlado.

Ella se posicionó cerca de la primera fila. No muy al centro. No muy a los bordes. Solo... en un punto donde no pudiera estorbar, pero tampoco desaparecer.

Los chicos subieron al improvisado escenario.

Georg tomó su bajo y ensayó unos acordes. Gustav se sentó detrás de la batería y golpeó suavemente el bombo. Tom enchufó su guitarra pero se detuvo.

Desde donde estaba, notó algo.

Sabine, con la linterna apagada entre los dedos, el rostro serio, los ojos escudriñando todo como si no se permitiera disfrutar.

Le clavó la mirada y Sabine... lo notó.

Sus ojos se encontraron solo un instante.

Él no sonrió. No hizo ningún gesto burlón. Solo la miró y entonces la música comenzó.

El director gritó:
—¡Cámara rodando! ¡Primera toma!

Las luces bajaron.
El humo subió.

La cámara entró en plano siguiendo a Bill, quien atravesó el corredor entre los extras con paso decidido. Las paredes vibraban, el bajo marcaba el ritmo, y de pronto...

"Du stehst auf und kriegst gesagt, wohin du geh'n sollst..."
(Te despiertas y te dicen adónde tienes que ir...)

Sabine sintió la vibración de las palabras en el pecho.
Los flashes.
El beat.
El grito que crecía.

"Wenn du da bist, hörst du auch noch, was du denken sollst..."
(Y cuando llegas, te dicen hasta qué pensar...)

A su alrededor, los extras empezaban a moverse, bailando, riendo, empujándose como si realmente estuvieran en una fiesta sin reglas.
Uno de ellos alzó una botella vacía, otro subió a un sillón tambaleante.
Un grupo de chicas agitaba los brazos al ritmo del estribillo.

Y Sabine...

Sabine se quedó quieta.

La cámara pasó frente a ella.
Activó su linterna.
La luz roja dibujó un halo en el humo.

"Du sagst nichts und keiner fragt dich: 'Sag mal, willst du das?'"
(No dices nada y nadie pregunta: "Oye, ¿quieres eso?")

Tom volvió a mirarla en medio de la interpretación. La guitarra colgando, su cuerpo moviéndose con el beat pero sus ojos... estaban clavados en ella.

Sabine encendió la linterna de nuevo, un destello rojo iluminó brevemente su rostro el sonrió. Por primera vez desde que empezó el día y aunque nadie lo vio, Sabine desvió la mirada y bajó la linterna.

El resto de la sala estalló en gritos cuando Bill subió el volumen del coro. Los fans se empujaban suavemente. Las luces parpadeaban como en una rave. Todo era sudor, música y cuerpos en movimiento.

Cada toma era más intensa que la anterior: chicos bailando como si nadie los viera, abrazándose como si fuera el fin del mundo, botellas falsas volando por los aires, gritos ahogados entre los flashes de las luces estroboscópicas. El director gritaba indicaciones, Klein repasaba el guion en su carpeta desgastada, y los cámaras iban de un lado a otro como si estuvieran persiguiendo relámpagos.

Sabine... se permitió soltar el cuerpo.

Los primeros movimientos fueron tímidos. Un par de pasos rítmicos, un vaivén de hombros, un leve giro de muñeca al ritmo de la batería. La linterna que tenía en la mano se encendía de a ratos, creando un halo rojo que acompañaba el descontrol del lugar. Un chico de cabello castaño despeinado se acercó a ella, bromeando con los brazos al aire. Ella sonrió.

Y, sin saber cómo, esa imagen fue captada por la cámara que barría el lugar, enfocando brevemente su sonrisa. El director ni siquiera gritó "¡Corten!". Solo levantó el pulgar desde el fondo.

Entre escenas, los actores extras seguían divirtiéndose. Un grupo destrozaba un sillón viejo, otro simulaba una pelea de almohadas, mientras un tercero grababa un beso apasionado en la esquina trasera.

Entonces...

—¡Sabine! —la llamó Klein.

Ella se giró, algo confundida. Lo siguió entre cables y humo hasta un pasillo lateral donde él bajó la voz.

—¿No te molesta si te pedimos algo? —preguntó, con cautela.

Ella negó con la cabeza, aunque ya sentía un presentimiento formarse en el estómago.

—Bien, ven.

La llevó hasta una de las habitaciones del set: paredes llenas de graffiti, luces tenues y una cámara ya lista. Tom estaba allí, sentado sobre un colchón viejo con los codos sobre las rodillas.
Al verla entrar, sus cejas se arquearon, su sonrisa fue instantánea.

—¿A ella tengo que besar?

Sabine se detuvo en seco.

¿Qué?

Giró sobre sus talones, dispuesta a irse.
Pero Klein la tomó suavemente del brazo.

—Solo es una toma. Nada más. ¿Sí?

Ella suspiró. Solo era una toma, solo un beso y volvió a avanzar. Tom la miró con la típica expresión de arrogancia cómoda. Se hizo a un lado para que ella pudiera sentarse a su lado.

—Quién lo diría... tú aquí, a punto de besarme —susurró con una sonrisa.

—Cállate —murmuró ella, sin mirarlo.

El director dio la señal. Las luces parpadearon.

Sabine giró el rostro, apretó los labios... y lo hizo.

Los suyos encontraron los de Tom y por un segundo, no hubo cámaras. Ni luces. Ni extras.
Solo él. Su calor. Su boca. El sabor de su aliento entreabierto.

Tom respondió con suavidad al principio, pero luego, como si algo dentro de él también se hubiera soltado, su lengua rozó la de ella.
Jugó. Exploró y Sabine... no se apartó.

El corazón le golpeaba el pecho. El cuerpo le temblaba sin saber si por nervios o por la tormenta interna que no supo controlar.

Entonces, como lo indicaba el guion, un grupo de extras irrumpió en la habitación, riendo, empujándose, simulando que interrumpían la escena.
La toma terminó.
El beso también.

Sabine se separó lentamente, el rostro enrojecido, sin saber dónde mirar.
Tom solo sonrió como si nada hubiera pasado... pero sus ojos no decían lo mismo.

Ella salió de la habitación sin decir palabra. La música seguía sonando en la sala principal. Los gritos. Los golpes de batería. Volvió a su puesto con la linterna aún en mano, como si pudiera usarla para iluminar algo más que el camino.

Tom retomó su lugar con la guitarra, Georg y Gustav ya estaban listos, y Bill se ubicó frente al micrófono para grabar las tomas finales.

El ambiente estaba más caliente que nunca. El humo se sentía real. Los cuerpos, sudados y pegajosos, se movían al borde del colapso.

La cámara giró en un movimiento lento mientras Bill gritaba el estribillo final:

"Schrei, bis du du selbst bist
Schrei, und wenn es das Letzte ist
Schrei, weil es so wehtut
Schrei so laut du kannst..."

Los fans extras se empujaban entre ellos como si estuvieran en una verdadera fiesta, algunos enloquecían bailando, otros lanzaban cojines rotos al aire. Sabine se había perdido entre la multitud. Pero no para esconderse. Esta vez... ella era parte del caos. Saltaba. Movía la cabeza. El cabello le caía sobre los ojos. Las luces titilaban como relámpagos sobre su piel.

"Nein, weil du du selbst bist
Nein, und weil es das Letzte ist
Nein, weil es so wehtut
Schrei so laut du kannst..."

Cuando Bill gritó el último "Schrei", todo pareció explotar los instrumentos terminaron en una nota brutal. El humo lo cubrió todo y entonces, el silencio. La sala estalló en aplausos, silbidos, gritos de euforia. El director levantó ambas manos en el aire.

—¡Eso es todo! ¡Video completo!

Sabine, empapada en sudor, con las mejillas rojas, sonrió y aplaudió como todos los demás.

Las luces aún parpadeaban como si se negaran a apagarse. El humo artificial se disipaba poco a poco entre las vigas oxidadas del edificio, y el eco de la última nota todavía flotaba en el aire como una sombra rebelde. Los técnicos apagaban equipos, los camarógrafos desarmaban sus grúas, y los extras comenzaban a salir uno por uno, cargando mochilas, risas, y recuerdos de un rodaje que se sentía más como una fiesta real que como trabajo.

En medio de la semioscuridad, Klein se acercó al grupo principal.

—Asombroso, muchachos. Simplemente se lucieron —dijo con una sonrisa satisfecha, dándole un apretón en el hombro a Gustav y luego a Bill— Esto... esto va a explotar en cuanto salga. Lo sé.

—Gracias, jefe —respondió Bill, aún con la voz tomada por el esfuerzo de cantar toda la noche.

Klein les guiñó un ojo antes de marcharse a hablar con el director, dejando a los cuatro juntos en el escenario improvisado... y a Sabine, que aún estaba allí.

Ella no sabía por qué no se había ido. Quizá por la adrenalina o porque sus piernas, simplemente, no habían recibido la orden de moverse.

Secándose un poco el sudor del cuello, metió las manos en los bolsillos de su short de mezclilla, notando que aún tenía las luces de la linterna temblando dentro.
Elevó la mirada hacia ellos. Georg, Gustav, Bill... y Tom.

—Lo hicieron bien —dijo, con la voz un poco agitada por todo lo vivido, sin saber si era por el calor o por la intensidad del momento.

Gustav sonrió.

—Tú también te luciste. Nunca pensé que bailaras.

—No bailaba —murmuró ella.

—Parecía que sí —añadió Georg con una sonrisa traviesa.

Bill la observó con una mezcla de cansancio y admiración sincera. Él era distinto. Tenía una sensibilidad natural para leer a los demás, y algo en Sabine... le resultaba más intrigante que cualquier nota aguda que pudiera alcanzar.

—No pensé que fueras a aceptar lo del beso —dijo de pronto Tom, rompiendo la burbuja.

Ella alzó los ojos con lentitud. Lo miró de frente.

—Ni yo —respondió simplemente.

—¿Te arrepientes? —preguntó él, con esa media sonrisa ladina que se le escapaba cuando intentaba incomodarla a propósito.

—¿Quieres que lo diga para alimentar tu ego o de verdad te interesa? —retrucó Sabine.

Un par de segundos de silencio. Bill disimuló una risita. Georg murmuró un "¡auch!".
Gustav solo bebía agua, evitando intervenir.

Tom alzó las manos, divertido.

—Solo preguntaba. Me pareció... bien.

Ella bajó la mirada, incómoda. Sintió el ardor en las mejillas. No por el beso. No por él.
Por todo.

—Fue una toma —dijo en voz baja— Una toma y ya.

Tom inclinó la cabeza, acercándose un poco.

—No parecía "solo una toma" —murmuró.

Antes de que pudiera responderle, Bill interrumpió el ambiente con un suspiro teatral.

—¿Y ahora qué hacemos? ¿Cenamos algo? ¿Nos desmayamos en el piso? ¿O nos metemos a una ducha grupal?

—¡Dios, cállate! —rió Georg empujándolo.

Sabine aprovechó el cambio de tema para moverse. Bajó del escenario con pasos medidos, aún sintiendo cómo el corazón se agitaba más de lo que debía. Caminó entre las luces apagadas, hacia la parte trasera del edificio, buscando un respiro, algo que no oliera a sudor ni a humo de máquina.

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