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XVI: Augurio.

«La vida no es como queremos que sea, incluso cuándo estamos en lo correcto»

Jisung había estado vomitando desde la última hora, no creyó que algún día fuese capaz de borrar aquellas imágenes de su mente, las lágrimas le caían por las mejillas y sus labios temblaban.

Él no se había dado cuenta pero desde la distancia su madre lo observaba con una mano en el pecho, angustiada pensó que el corazón se le saldría del pecho.

Nunca se imaginó que su único hijo pasara por toda esa situación. Tampoco su padre quién ahora estaba encerrado en el granero, Jisung y su madre pensaban que hacía limpieza matutina pero no, estaba sentado con ambas manos en el rostro mientras sollozaba. El padre de Jisung podría mostrarse duro con él, con la imagen del típico hombre cabecilla del hogar que se esperaba de él pero su pequeña familia era la luz de sus ojos.

Jisung cayó sobre sus rodillas, sin levantar la mirada o moverse. Sentía como su garganta picaba, las lágrimas fluían con libre albedrío pues él no se molestaba en limpiarlas. Sumergido en su mente se preguntaba si su cordura seguía intacta.

No fue hasta media hora después que advirtió la presencia de alguien más cerca de él, con ver los zapatos de tacón ya gastados fue capaz de distinguir a su progenitora. Jisung quiso levantarse pero terminó vomitando en su lugar, entre sollozos se pasó el dorso de la mano por los labios dejando un rastro de tierra en sus mejillas.

—¿Por qué? ¿por qué me llevaste a ver eso? —su voz inestable dificultaba el entendimiento. Cerró los ojos mas no tardó en abrirlos por las horrendas imágenes que vinieron de su mente.

—El mundo es peligroso cuando personas egoístas tienen el control, cuando creen que solo ellos tienen razón y derecho a regir como viven los demás; es el mundo en el que vivimos ahora —la mujer ya entrada en sus treinta y tantos años se acuclilló frente a su hijo, lo tomó de la barbilla e hizo que la mirara.

Un gran dolor atravesó su pecho viendo el miedo, angustia y desasosiego en sus ojos.

—No somos tontos, Jisung. Tú padre y yo sabemos que cada tarde después de terminar tus tareas te encuentras con ese chico rico de la familia Lee. Debes tener cuidado, Jisung. No sé lo que haces con él y creerme que no quiero saber, solo recuerda que a gente como ellos les da igual la gente como nosotros, creen que por tener dinero son más importantes. No dudarán en hacer daño a otro para salvar su propio pellejo.

Jisung sabía que su madre solo estaba preocupada por él, pero no pudo evitar una corriente de rabia que le recorrió el cuerpo; ella no conocía a Minho, ella no podía hablar de él a la ligera como si lo conociese toda la vida, no era justo.

—Solo cállate, solo cállate —repitió entre sollozos, no quería escuchar más ni tampoco que esas grotescas imágenes volviesen a su mente, torturándolo y advirtiéndolo.

Su madre le tomó del rostro obligándolo a mirarla, vio tristeza y preocupación en sus ojos.

—El mundo es cruel, Sunggie —empezó a decir, repartiendo caricias nerviosas en su rostro—. No quiero que lo aprendas a la mala, no quiero que termines como él. Entiende que muchas veces lo que queremos no está en nuestro destino, por más que lo intentes simplemente no es para ti y eso no está mal; llegará lo adecuado.

Su voz sonó ahogada, trataba de contener los sollozos que amenazan con interrumpir su diálogo. Jisung se limitó a mirarla en silencio.

No quería pensar en nada.

En la mañana de ese día Jisung y su familia fueron a la iglesia como todos los días de misa, ese día en específico tuvieron lugar una serie de eventos que la familia Han nunca imaginó.

Cuando la misa habitual terminó se escucharon gritos, golpes y sollozos a las puertas del templo que se abrieron con violencia revelando a un chico no muy mayor que Jisung siendo arrastrado por fieles que lo obligaban a caminar o sencillamente lo arrastraban hasta dejarlo al pie de las escaleras, justo a los pies del sacerdote.

Jisung miraba horrorizado la escena, él lo conocía, nunca habló mucho con él pero si recordaba como todos los miércoles le compraba una manzana para su hermana menor. Jisung siempre guardaba la de mejor aspecto para él. Por lo que verlo allí sangrando le dejó totalmente conmocionado.

Escuchó como lo acusaron de más de una aberración contra natura, de haber sido corrompido por un ente maligno para la perdición de la sociedad. Jisung no entendía nada hasta que se expresó explícitamente que el chico copuló con un individuo de su mismo sexo.

Se quedó plasmado, congelado, viendo como enfurecieron ante la mención y una lluvia de objetos se precipitó contra el acusado que se encogía en su lugar. El corazón de Jisung latió tan rápido que el zumbido en sus oídos que lo aturdía, tenía las manos frías.

Peor fue cuando observó como se acercaron a él entre insultos. Jisung quería irse de allí, su padre lo tomó del brazo antes de que diera un segundo paso a la salida.

—Quédate tranquilo, no te muevas o serás el siguiente —le susurró, apretándole el brazo con fuerza revelando su nerviosismo. Jisung supo que tenía razón.

Alaridos, gritos, golpes, ruegos por clemencia que nunca le fue dada. Jisung no quería siquiera imaginar cuánto podía doler, el sufrimiento al saber que morirás luego de sufrir tanto por una causa injusta, a los ojos de muchas personas que no te ayudarán.

Jisung vio como el chico sangraba de la cabeza, como uno de sus ojos se cerró para no abrirse nunca más y un torrente de sangre bajaba desde la cuenca manchando gran parte de su cuerpo. Quiso vomitar, no pudo contener las lágrimas, agradeció estar casi al final de las filas. Castigo tras castigo le era otorgado al chico que cada vez gritaba más gravemente lo que era una clara señal de lo dañada que estaba su garganta.

Para cuándo el bullicio se acalló, una corriente de sangre se extendía desde el pie de la escalera hasta los pies de Jisung quién no se había movido como el resto de las personas frente a él por lo conmocionado que de hallaba. Solo se dio cuenta de esto cuando la sangre tocó sus únicos zapatos en buen estado, al levantar la mirada de halló con que todos lo veían, de manera reprobatoria como si ellos supieran... Pero no... Ellos no sabían.

—Es el momento de redimirse, buscar el perdón antes de que la gloria divina nos castigue a todos.

Jisung sintió que esas palabras eran indirectas hacia él, dio una última mirada al chico, si es que aún podía pasar por uno. Estaba bañado en sangre, podría jurar que toda la sangre dentro de su cuerpo ahora estaba derramada. Una escena grotesca nada apta para los más sensibles, el cadáver evidenciaba la profunda agonía que vivió antes de morir.

El golpe final fue un corte hondo de oreja a oreja.

Jisung dejó de pensar, de procesar lo que pasaba, ni siquiera tuvo iniciativa para salir de ese lugar hasta que su padre le tomó del brazo para sacarlo de allí.

Ahora se encontraba en el patio de su casa tirado en la tierra llorando en silencio, reviviendo una y otra vez esos minutos en su mente. Nunca olvidaría tales gritos de dolor. No fue hasta que el sol comenzaba a ocultarse que su padre se acercó, tirando de él hasta hacerlo sentarse.

—No quiero que te lo quites nunca —le dijo su padre extrayendo el collar del que colgaba un rubí, dejándolo fuera de su camiseta. El chico asintió un poco ido de la realidad, llevando los dedos alrededor del collar—. ¿Sabes por qué te lo di?

—Porque ha estado en la familia desde hace mucho tiempo... —dijo con un tono de voz bajo.

—Motiva a vivir plenamente y gozar de los placeres de la vida —dijo el hombre con una sonrisa, hundiendo los dedos en el cabello de su hijo—. Es lo que mereces aunque el camino pueda parecer horrible o lleno de adversidades ¿sabes por qué, hijo mío?

—Porque después del más crudo invierno, viene la primavera más hermosa —repitió la frase que su abuela solía de decir en vida cuando las cosas iban mal.

—Lo que tiene que ser, será. Dicen que somos dueños de nuestro destino... ¿Cómo podemos cambiarlo si no sabemos...? —el mayor suspiró y por un momento, Jisung vio algo extraño en sus ojos—. Lo que quiero decir es que... Disfruta a plenitud mientras puedas, Sunggie, al final es lo único que queda porque de nada sirve vivir en lo correcto cuando sientes que lo llamado correcto te ata una soga al cuello y con cada día que pasa sientes más presión pero nunca la suficiente para romper el cuello o asfixiarte ¿Te imaginas eso?

—Agonía perpetua —susurró Jisung.

—Así de siente cuando no vives como tu corazón dicta —el mayor suspiró, sus ojos se cristalizaron—. Si yo tuviera la oportunidad, tomaría decisiones diferentes.

Jisung se quedó allí sentado viendo como su padre se alejaba, por primera vez se cuestionó su felicidad y estuvo seguro que él guardaba secretos en su corazón. Secretos como los suyos propios.

«Se la considera la piedra de la profecía, que se oscurece cuando se acerca el peligro» le dijo su padre una vez ¿él la vio oscurecer?

...

este capítulo es bastante feo, y como podrán notar el entorno que abarca, supondrán que se acerca lo feo de la historia. vayan preparando sus pañuelos-

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