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Al día siguiente, Pope recibió una llamada de su padre en la que le avisó de que algo le había pasado. Por la urgencia en su voz, Pope detectó que algo iba mal. Los Pogues se dirigieron a su casa con la van inmediatamente.

Cuando llegaron, encontraron a Heyward sentado en el porche tapándose con la mano una herida en la cabeza. La sangre seca contrastaba con su piel, y aunque trataba de contener la composura, el dolor era evidente en su expresión.

—Dios, señor Heyward —exclamó Kiara, llevándose una mano a la boca.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, Mia se dirigió hacia el interior de la casa en busca de un botiquín de emergencia que colgaba en la pared de la cocina. Sacó gasas, desinfectante y una tirita, mientras, el resto esperaba fuera en el porche.

—Avíseme si le hago daño —le dijo Mia al señor Heyward una vez salió fuera de nuevo.

Mia pasó las gasas con desinfectante por encima de las heridad para limpiarlas delicadamente para luego colocar la tirita sobre ella.

—No, tranquila —negó Heyward, agradecido con Mia—. Gracias, cielo.

Pero Pope no pudo contener más la preocupación que le carcomía por dentro.

—Papá, ¿qué ha pasado? —le preguntó con un tono lleno de angustia.

—Tendría que habérmelo olido —suspiró Heyward—. Ha venido cuando estaba a punto de cerrar. Me ha pillado desprevenido. Me ha derribado y me ha puesto la rodilla en el pecho. Luego me ha preguntado por la llave que me enseñaste dibujada.

Todos los Pogues se miraron entre ellos sorprendidos ante la mención de la llave. Mientras en la noche anterior Rafe había intentado asesinar a Mia, Pope había estado buscando la llave de la que Limbrey le había hablado.

—Y por si os lo estáis preguntando, no le he dicho nada —añadió Heyward mientras Pope respiraba aliviado—. ¿La has encontrado?

Pope sacó la llave de su bolsillo y la colocó sobre la mesa frente a su padre.

—La encontré en el antiguo piso de la yaya, como me dijiste —le dijo Pope.

Heyward la tomó en sus manos para observarla detenidamente antes soltar una carcajada irónica.

—Joder, si me la hubieras dado antes me habría ahorrado la paliza —dijo Heyward—. ¿Y para qué la quieren, si es una antigualla?

—No lo sé —respondió Pope encogiéndose de hombros—. Me llegó una carta para que fuera a Charleston. Fui allí y una mujer rica me pidió una llave que no sabía ni que teníamos.

—No tiene ningún sentido —murmuró Kiara, cruzándose de brazos.

—Pues será mejor que no os quedéis aquí lloriqueando —Heyward soltó un resoplido mientras se inclinaba hacia el grupo—. ¡Averiguadlo!

Pope abrió la bocapara responder, pero su padre lo interrumpió,

—Y ni se te ocurra hablar de entregar la llave —se adelantó—. ¿A caso te he enseñado a huir de una pelea, hijo?

—No, señor.

—Eso pensaba —asintió Heyward, satisfecho—. Mira, al principio no le había dado importancia, lo reconozco, pero ahora... despues de esto... me interesa.

Mia sonrió levemente, asintiendo con su cabeza mientras Kiara, a su lado, se cruzaba de brazos.

—¿Dijeron para qué la querían? —les preguntó Heyward, dirigiendo su mirada de Pope hasta los demás.

—Tiene algo que ver con una cruz antigua —respondió Pope—. Creo que podría ser un tesoro perdido.

Heyward se quedó en silencio, asimilando la información. Finalmente, dejó la llave sobre la mesa y miró directamente a Pope.

—¿Sabes con quién deberías hablar? —le dijo—. Con tu bisabuela, la yaya.

Todos intercambiaron miradas mientras Pope asentías conforme. Ella tendría la respuesta a todas sus preguntas.








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La radio sonaba levemente mientras el motor de la vieja furgoneta de John B avanzaba por las carreteras de los Outer Banks.

JJ estaba sentado en el asiento trasero, al lado de Mia, que apoyaba sus piernas sobre él. JJ estaba relajado, tenía una mano descansando sobre la ventanilla y la otra sosteniendo un cigarro encendido.

Mia lo miraba con una ligera sonrisa curvada en sus labios. De vez en cuando, sus ojos se encontraban, y las mismas mariposas que aparecían al principio de su relación revoloteaban por su estómago. No podía evitarlo, pero había algo en JJ que siempre la hacía sonreír, auque no lo admitiera a voces.

—Tíos, lo que dijo Limbrey, yo creo que se le escapó —comentó Pope desde el asiento delantero—. "La llave lleva a la cruz de Santo Domingo"

—¿Me la dejas? —le preguntó JJ, que extendió la palma de su mano hacia Pope, pero éste lo ignoró, no muy convencido de dejarle la llave a JJ.

JJ frunció su ceño mientras Mia rodaba sus ojos divertida. A su lado, Sarah se inclinó hacia adelante y miró a Pope expectante.

—¿Alguna idea de lo que es? —le preguntó.

—Supongo que se trata de algún objeto histórico de gran valor —le respondió Pope

—Pues según internet, la cruz fue un regalo de la Nueva España al rey español —interrumpió Kiara mientras ojeaba su teléfono móvil buscando detalles sobre la cruz.

—¿"La Nueva España"? —se rió JJ—. ¿Hay una vieja?

Mia no pudo evitar reír ante la ocurrencia de JJ. "Es tan... él" pensó, pero prefirió no comentar nada, sino que se quedó observándolo con una pequeña sonrisa divertida.

—Menudo regalito —Mia miró el móvil de Kiara, que mostraba una imagen de una cruz gigantesca—. Es mucho más grande que una persona.

—En aquella época el reino la consideró como el tributo más extravagante de la historia de las provincias —leyó Kiara—. Se perdió en la costa de las Bermudas en 1829.

—¿Has dicho Bermudas? —le preguntó JJ, levantando una ceja.

—Pero no en el triángulo —respondió John B desde el asiento de conductor.

—Tío, todo se reduce siempre al triángulo —replicó JJ—. Cada vez que pasa algo raro es en las Bermudas.

Mia, como siempre, se mantuvo observando todo en silencio. Podía notar algo extraño en el abiente, una tensión palpable que se había instalado en el grupo desde que Pope y Kiara rompieron. Ella misma lo había notado, por supuesto. La química entre ellos ya no era la misma, y el silencio incómodo siempre flotaba en el aire cuando alguno de los dos cruzaban miradas.

—¿Pero qué tiene que ver la llave que encontraste en casa de tu yaya con todo esto? —le preguntó Mia con curiosidad mientras alzaba una ceja—. ¿Qué pintamos aquí exactamente?

—No lo sé —respondió Pope pensativo, tratando de pensar en cómo resolver esa parte del rompecabezas—. Pero es una buena pregunta.

Cuando finalmente llegaron a la casa de la yaya de Pope, John B aparcó al lado de la acera y todos salieron del vehículo. Pope se detuvo por un momento, mirando a los demás.

—Escuchad, creo que prefiero ir por mi cuenta —les dijo Pope, con una mirada decidida en su rostro.

—¿Seguro? —le preguntó Kiara ante la repentina decisión de Pope.

—Sí, ya me las apaño bien sin ti —le espetó Pope sin dar más explicaciones mientras se alejaba hacia la entrada de la casa de la yaya.

Kiara lo miró con los ojos entrecerrados, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Mia también lo observó, sorprendida por la frialdad que Pope parecía mostrar, pero intentó no darle demasiada importancia. Era obvio que todavía había algo no resuelto entre él y Kiara, algo que debían sanar entre ellos.

—Hoy hemos decidido ser una gran familia feliz —dijo JJ exagerando una gran sonrisa, tratando de aliviar la tensión que se había formado en el ambiente.

John B le dio una mirada rápida a JJ y a las chicas antes de subir de nuevo la furgoneta.

—Vamos a por algo de comida —dijo John B, con una sonrisa.

Así que, un rato después, estaban estacionados frente a una pequeña tienda de comestibles. Las chicas se bajaron para entrar, mientras JJ y John B se quedaron dentro de la van.

Mia caminó directamente hacia el pasillo de los dulces, como si supiera exactamente lo que buscaba. No pasó mucho tiempo antes de que agarrara una barrita de chocolate blanco y la mirara, casi como si fuera lo único que podía calmar su mente en ese momento. Detrás de ella, Kiara y Sarah la seguían riendo levemente mientras la observaban.

—Necesito chocolate cuando estoy nerviosa —comentó, levantando la barrita como una especie de justificación para sí misma—. Y no soy la única que debería cogerse una.

Kiara la miró, levantando una ceja.

—Sí, tienes razón —suspiró mientras se inclinaba para agarrar una barrita de chocolate con leche—. Pope me ha retirado la palabra por darme cuenta de que no estoy enamorada de él. Me está volviendo loca.

Mia se detuvo y la observó un momento, sabiendo que había algo más debajo de esas palabras. Pero prefirió no presionar.

—Faltas tú, Sarah —le dijo Mia—. ¿Qué te atormenta tanto que te hace querer una barrita de chocolate?

—John B está paranoico con Topper —le respondió Sarah mientras agarraba otra barrita de chocolate con leche.

Mia frunció el ceño, confundida.

—¿Por qué debería estarlo? —le preguntó Mia mientras las tres se dirigían hacia la caja registradora para pagar las barritas de chocolate.

—Topper me salvó la vida —le explicó Sarah—. ¿Cómo no iba a darle las gracias? Pero John B en vez de preocuparse por mi tan solo le importó que no le contara a Topper que estaba casada con él.

—Espera, ¿qué me he perdido? —le preguntó Mia sin poder disimular su sorpresa.

—Rafe intentó ahogarme hace unos días —le dijo Sarah, como si le estuviera contado algo tan normal como si estuviera yendo de compras—. Quiso acordar conmigo lo que diría en el juzgado, pero me negué a mentir.

—Rafe me hizo lo mismo... —susurró Mia, haciendo que Kiara y Sarah se detuvieran para verla en shock.

—¿Qué? —preguntó Kiara.

—Sí, pero me salvó JJ justo a tiempo —les explicó Mia—. Por eso desaparecimos. Teníamos el plan perfecto para sacar a John B de prisión, pero Rafe apareció y JJ tuvo que dejar su papel de enfermero para salvarme la vida.

—Si lo piensas nunca dejó el papel de enfermero —bromeó Kiara mientras Mia soltaba una risita.

Y era cierto. De no ser por JJ, la fiebre de Mia aquella noche habría podido haber acabado en algo peor, al igual que su desmayo.

Finalente, las tres se subieron de nuevo a la van y John B arrancó el motor para volver a conducir hacia la casa de la yaya de Pope, quien ya les estaba esperando en la acera de la calle.

—Esto se ha vuelto mucho más personal —les indicó Pope una vez entró.

Nadie respondió. Mia miró a todos, uno por uno, sin decir nada, pero entendiendo perfectamente lo que quería decir Pope.








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La tarde caía sobre el muelle en el que los Pogues se habían reunido, rodeados por el sonido de las olas rompiéndose suavemente contra la madera de la construcción.

—Sigo flipando de que seas familia de Denmark Tanny —comentó John B con una risita cuando apareció Pope.

Éste rodó sus ojos pero no pudo evitar sonrojarse un poco, orgulloso por su linaje.

—¿Estamos ante la realeza? —intervino Mia con una sonrisa ladeada mientras miraba a Pope con una sonrisa burlona.

—Vaya, un rey sin corona —se unió JJ, que se acercó a Pope para fingir que lo estaba coronando con una tiara invisible—. ¡El señor de Tannyhill!

Todos comenzaron a arrodillarse, imitándose unos a otros, mientras se reían a carcajadas, haciendo una parodia del más solemne ritual de coronación. Pope, aunque estaba algo incómodo, no pudo evitar soltar una risa también, a pesar de que aún sentía el peso de todo lo que tenía que ver con la llave de Limbrey.

—Venga, venga, calmaos —les pidió Pope, levantando las manos en un gesto de súplica—. No puedo dejar de pensar en la carta, la que me mandó Limbrey.

Todos, por un momento, se tomaron en serio sus palabras. Las bromas se desvanecieron y el aire se volvió más serio. Todas las miradas se centraron en Pope, que tomó la palabra.

—Llevaba el símbolo del trigo —continuó, frunciendo el ceño—. Eso tiene que ser porque tiene slguna relación con el Royal Merchant.

—Sí, algo no cuadra —respondió Mia.

Las piezas del rompecabezas se comenzaban a entrelazar, pero aún habían demasiados huecos vacíos.

—Pero si encontramos la cruz, nos la podemos repartir —les dijo Pope.

—Sí, estoy de acuerdo —añadió JJ, asintiendo con una sonrisa, imaginándose todo el oro que podría conseguir con tan solo esa enorme cruz.

—¿Y vivir felices para siempre?

Justo en aquel momento, la figura de la señora Limbrey apareció acompañada por el hombre que siempre la seguía a todas partes. Todos se pusieron en alerta, y Pope, enfurecido, dio un paso hacia adelante para enfrentar a Limbrey.

—¡Atacaste a mi padre! —le gritó Pope.

—Yo no he atacado a nadie —respondió ella con un tono frío.

El hombre que la acompañaba se posicionó frente a Limbrey mientras ella miraba a Pope con calma.

—¿Por qué iba mi empleado a atacar a tu padre? —le pregunto Limbrey—. Qué despropósito.

Mia observó la escena, sintiendo una creciente sensación de un mal presentimiento aparecer en su pecho. Miró a JJ, pero él también estaba mirando a Pope con una mirada de desconfianza. Sabía que todo esto estaba a punto de escalar y no podía evitar preguntarse hasta dónde estarían dispuestos a llegar tanto Limbrey con el hombre que la acompañaba.

—Mira, podemos negociar todo lo que quieras, pero el caso es que quiero esa llave y no pararé hasta que la tenga —le advirtió Limbrey—. No tengo elección, así que tú tampoco.

En ese momento, John B sacó una llave de su bolsillo que hizo que Librey girase su cabeza inmediatamente hacia él e ignorase a Pope.

—Usted es Limbrey, ¿no? —le preguntó John B mientras levantaba la llave hacia ella.

—Sí —respondió con los ojos fijos en la llave.

—¿Buscas esto?

—Así es —asintió.

Limbrey miró la llave y su expresión se suavizó ligeramente mientras la evaluava con cautela. Pero la sonrisa de John B no le gustaba nada, le transmitía desconfianza.

—A juzgar por la marea, habrá unos seis metros de profundidad —empezó a decirle John B, que observaba atentamente el mar—. Así que, si la tirara por el canal, las probabilidades de encontrarla serían nulas.

Mia y JJ se miraron con rapidez, y en ese instante, ambos supieron exactamente lo que estaba pasando. Pope había estado observando en silencio, dándose cuenta de que la llave que John B estaba sosteniendo era una falsa. Y lo mejor de todo: Limbrey no lo sabía. Ambos se sonrieron por un breve segundo, pero pronto comenzaron a disimular, sabiendo que debían actuar para que todo saliera bien.

—¿Lo probamos? A ver qué pasa.

—¡No! —exclamó Limbrey levantando sus manos hacia John B cuando vio su sonrisa desafiante.

John B hizo el ademán de lanzar la llave, pero se detuvo justo antes de que cayera al agua.

—No lo hagas, por favor —imploró Limbrey con un tono desesperado que contrastaba con su actitud fría de antes.

—Pues haz que tu empleado se aparte de Pope —le dijo John B, mirando fijamente al hombre que había permanecido junto al Pogue todo el tiempo.

—Por supuesto —Limbrey le ordenó con un movimiento de cabeza que se alejara de Pope, y el hombre se situó detrás de ella.

Pero aunque la tensión del ambiente se había calmado un poco, Pope aún miraba a Limbrey con desconfianza.

—Como te dije en su momento, estoy dispuesta a ser razonable —le dijo Limbrey.

—De acuerdo —asintió Pope después de un largo silencio—. Te daré la llave, pero a cambio de la cinta.

—Por supuesto —respondió, mientras le hacía un gesto con la cabeza a su empleado, que le entregó una pequeña caja que contenía la cinta.

—La cinta —dijo Pope, con firmeza, sin perder de vista a la mujer.

Finalmente, Pope y Limbrey hicieron el intercambio de la llave por la cinta.

—En fin, ojalá hubieras tomado esta decisión antes —comentó Limbrey con un suspiro—. Nos podríamos haber ahorrado todo este mal trago.

Y con esas últimas palabras, Limbrey se dio la vuelta, seguida de su empleado, alejándose rápidamente de ellos. Cuando estuvieron seguros de que se habían ido, JJ fue el primero en romper el silencio.

—¿Cuando tardará en notar que se la hemos colado? —preguntó, dibujando una sonrisa divertida en sus labios.

—¿Diez minutos? —respondió John B sin poder disimular la satisfacción de su rostro.

—¿De quién ha sido la idea? —preguntó Pope, mirando impresionado a los Pogues.

—No soy la afortunada —dijo Kiara, alzando su mano.

En ese momento, Mia pasó sus brazos por encima de los hombros de JJ, quien sonrió de lado satisfactoriamente.

—Pues no lo sé —dijo Mia con una sonrisa juguetona—. ¿Se lo dices tú?

—Estoy impresionada —comentó Sarah con una mezcla de admiración y burla—. Al final valdrás para algo.

Pope se acercó a JJ y lo abrazó de lado mientras Sarah y Kiara reían.

—Chicos, no tenemos mucho tiempo —dijo John B tras un breve suspiro—. Llevémosle la cinta a Shoupe.

—Sí, señor, Ward Cameron, allá vamos —respondió JJ, imitando la postura de un soldado.

—Está acabado —sonrió Kiara son satisfacción.

Pero mientras todos reían y bromeaban, Mia se quedó atrás, observando todo en silencio. La sonrisa en su rostro comenzó a desvanecerse lentamente mientras pensaba en el peso de la decisión que estaba a punto de tomar.

Miró de reojo a Sarah, que parecía encontrarse luchando contra los mismos pensamientos. En su mente, las palabras que su padre les dijo el otro día sobre la familia y su futuro, chocaban en un torbellino de emociones que cada vez la confundían más.

Sabía que había llegado el momento. El momento de decidir a quién realmente pertenecía, Kook o Pogue. ¿Sería capaz de delatar a su propio padre? Sabía que lo que estaba por hacer cambiaría todo para siempre. Y el dolor de esa decisión comenzaba a hundirse en su pecho, como una presión insoportable.

ᯓ★ 𝗺𝗮𝗱𝗱𝘀𝗰𝗹𝗶𝗻𝗲

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