𝘂𝗻𝗼
uno | espejismos.
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fecha de publicación: 2024, 24 de julio.
UN SONIDO sigue siendo un sonido incluso cuando no hay nadie alrededor para oírlo, porque la validez de la existencia propia que estruendosa cae en un desgarrador sonido hueco que carece de vida no depende de inspecciones que diseccionan sin piedad a todo lo que no les interesa. No obstante, conformarse con solo existir bajo la resignación a no ser oído es una violación imperdonable de la primera regla por la que debe abstenerse todo aquello que nunca importará lo suficiente para nadie: cuando no estamos siendo tocados por manos reales que busquen tan siquiera y como mínimo ensuciarnos en un acto que se mofa infantil de la pulcritud que puede tener un lienzo en blanco o un agua limpia, dudamos de si nosotros mismos somos, también, reales. La validación es el principio del reconocimiento y también un posible final para la claridad en la autopercepción, pero ni lo bueno ni lo malo cambia el hecho de que es algo que anhelar. Y en medio de todo eso hay un mar interminable en el que navega algo más que el agua o sus tesoros, pues es allí donde los calambres aparecen en el rostro que se fuerza a sí mismo a sonreír; donde las personas se convierten en algo que no son, y es allí donde Ryūsei, impasible, habita, medio muerto y con un poco de vida en el matorral penetrado por la paz que es evocada en el silencio: la soledad de la acertada noción con respecto a que no hay nadie en el mundo viviendo lo mismo que él.
Sus suspiros son apenas una bocanada de aire imperceptible que actúa como una devolución desinteresada por el aire que él toma al respirar, demasiado consciente para su propio bien de todo lo que toma al simplemente estar existiendo. En muchos sentidos, él se incomoda con suma facilidad. No es que sea difícil incomodarse cuando tu propia piel te es incómoda, pero es capaz de recordar un tiempo en el que los complejos eran tolerables porque se eclipsaban fácilmente a sí mismos con otros pormenores más importantes o más bonitos. Y como hoy en día no hay nada más importante ni más bonito que el que su padre haya quedado viudo y él huérfano de madre, a Ryūsei solo le queda hacerse uno con sus complejos, esos que, contrarios a su facilidad para aparecer, no podrían ser notados con esa misma facilidad por otros a menos que le presten atención real a Ryūsei, que le vean por el suficiente tiempo como para notar cómo sus labios tiemblan y sus manos pesan.
Los motivos no son claros, mucho menos las finalidades. Fluir con las circunstancias se ha convertido en una excusa endeble para este punto de su vida. Lo que empezó como una justificable manera de procesar una pérdida terminó convirtiéndose en un problema con un tamaño monstruoso que le supera con creces porque, en el fondo, sabe que él tampoco se ha acostumbrado a que el silencio en su vivienda sea porque la vida más resaltante en él pereciera; solo finge porque tiene una maestría en engañarse, y nunca cuestionará la utilidad de dicha maestría puesto que ser capaz de contenerse es lo único salvándole de romperse en un caudal de turbulencia emocional. Tampoco exageraría al decir que era esa vida que desafortunadamente se perdió, la de su madre, la más preciada en toda la casa, porque Kojima Eiji puede afirmar que ama más a su esposa de lo que alguna vez podría llegar a amar a su hijo, y aunque esto fuera doloroso de reconocer para ambos, Kojima Ryūsei no podría ofenderse en realidad cuando él también amaba más a su madre de lo que alguna vez podría llegar a amar a su padre.
No poder siquiera dudar de su respuesta quizá les haga pensar que Eiji ha sido un mal padre para Ryūsei, pero no se trata de eso. Lo que pasa es que ella era mejor en todo sentido, esa es otra cosa en la que ambos podrían estar de acuerdo: acobijados por la calidez de unos brazos que ahora se pudren inertes bajo tierra a gusto reposaban el par, capaces de ignorar todo lo demás en medio por la gentileza de una buena mujer que cree haber nacido para ser nada más y nada menos que una buena madre y una buena esposa. Para nada diferente al resto de las mujeres en su época, y aun así Kojima Masami lograba manifestarse como la más especial del rebaño, la más feliz de su comunidad y la más próspera de su pobre familia extendida. Cada agregado sobre la persona que fue hace de su partida algo más doloroso y de su ausencia algo más lastimero para todos los que le rodeaban y le amaban, nunca nadie comparándose aun así con el pesar de quien ahora era visto como una especie de reemplazo extraño a la expectativa de emular una calidez que solo conocía a través del ser que le dio la vida.
—No me parece que deban de cerrar el negocio, a tu madre le iba bastante bien y estoy segura de que querría que lo mantuvieran andando ahora que no está con nosotros.
Chasqueó la lengua sin hacer ruido, parecía estar meditándolo. No, no lo hacía. No tenía nada que meditar y si fuera otra clase de persona, habría respondido como en verdad se merecen las opiniones no solicitadas con respecto a decisiones que no le conciernen; sin embargo, es Ryūsei de quien hablamos, así que se limitó a sonreír con el aire de nerviosismo empañando su gesto mientras hacía un ademán.
—Uhm —pronunció el menor, aclarando su garganta en un pedido desesperado por tener la atención ajena el suficiente tiempo como para no verse en la obligación de repetir nada de lo que a continuación diría. —. Estoy de acuerdo con usted en que a mi madre le habría gustado que continuáramos con aquello que hacíamos juntos, pero no tiene caso hacerlo si no tenemos el corazón puesto en ello. Mi padre no desea hacerse cargo porque se siente indispuesto y yo planeo emprender un viaje dentro de un par de semanas, Reira-san. Le agradezco igualmente por su preocupación al respecto. —En ningún momento de todo su veredicto dejó de ver el bolillo de telas que desenredaba, pues el contacto visual le resultaba intimidante cuando debía de declinar algo porque se le dificultaba negarse a cosas. Además, conociendo a la mujer como lo hacía, sabía bien que encontraría desagrado y cuestionamiento en la expresión de esta hacia él que ni siquiera intentaría disimular porque una mente como la suya es aquella que se convence de tener la razón siempre.
—¿Y tu padre sabe sobre ese viaje que piensas hacer, Ryū-chan?
Inmóviles quedaron sus manos sobre el material fibroso al darse cuenta de que había revelado algo poco conveniente de saber. Mordió su labio inferior, ahora más que nunca indispuesto a ver a su contraria. Maldeciría todo momento de ese encuentro, desde que se cruzaron en la compra de frutas hasta que accedió ir a su hogar para ayudarle a tejer un par de prendas que pensaba enmendar para regalárselas. No es alguien que acostumbre a mentir porque si las patas en las mentiras son cortas, las patas en las mentiras de Ryūsei son tan cortas que las de un duende gozan de mayor longitud. Así que suspiró, negando con su cabeza en un son que meneó por unos instantes su larga y negruzca cabellera.
—Pienso hacérselo saber pronto, Reira-san. —La certeza que intentó demostrar en su voz salió en forma de duda, evidente esto tanto para la mujer como para él. Pero ambos lo ignoraron, la vergüenza desde ambos extremos por diferentes razones era palpable.
—No creo que le agrade la idea, Ryū-chan.
Ya lo sé, quiso gritar. Que no le agrade la idea es la razón para hacerla, vieja tonta y metida, eso también sintió que era apropiado de decir si tan solo fuera él otra clase de persona. En un giro decepcionante, que sea Ryūsei con quien estamos atrapados en este tramo de la historia quiere decir que solo ofrecerá un suspiro mientras se levanta.
—Debo irme, Reira-san.
Una reverencia acompañada de una sonrisa con ojos cerrados es lo único que ofrece para excusarse del hogar ajeno antes de retirarse de este como si fuera la infección que mató a su madre lo que le sacó de allí. Pero el destino al que debe de dirigirse es uno quizá peor que morir del mismo patético modo que ella, eso lo sabía incluso Reira.
Por más que Ryūsei se esforzase por tapar el sol con un dedo al querer servir de parche en contra de un maldito río, la gente en su comunidad no tardó en percatarse de que el fallecimiento de Kojima Masami provocó en Kojima Eiji un cambio sobre todo evidente en su trato con su único hijo. Y a pesar de que lo comentaban nadie tenía el valor para acercarse demasiado, "Hay que entenderlo" se había convertido en la frase predilecta de todos, hasta la de Ryūsei.
Cayendo en cuenta de ello y de que su comportamiento solo les daría más liana de la que colgarse porque Reira no sabía mantenerse callada, cubrió su rostro con sus manos para poder ser él quien ahogara un grito por segunda vez aquella noche, antes de restregar sus dedos contra sus ojos en un intento de esclarecer su vista que ahora hasta de la vaga noción de un abuso que estuvo permitiendo se había nublado.
—Uh.
Le golpeó una pesadez que no podría describir del todo bien, empeorando su ansiedad en cuestión de segundos. Bastó con terminar de llegar a la entrada de su morada para darse cuenta sin siquiera haber abierto la puerta todavía de que la sensación fue originada por su consciencia sobre las sustancias ilícitas con las que su padre había llenado su cuerpo aquella noche.
Y la anterior a esa, y la anterior a esa, y la anterior a esa, y la anterior a esa, y la anterior a esa, y la anterior a–
—¿Dónde estabas?
Ni siquiera un saludo sale de los violáceos labios de aquel antes de comenzar a pedir explicaciones. Ryūsei solo tuvo oportunidad de colgar su abrigo en el perchero antes de tener el pecho de Eiji en todo su rostro, imponiéndose ante su delgada figura con la demanda de una explicación que el muchacho no tenía ganas de ofrecerle.
La confianza cayó dentro de un espectro bochornoso desde que la protección pasó a ser posesividad. Posesividad temerosa de perder cuando ya se ha perdido algo también importante, más importante; también posesividad extraña porque el hombre actúa como si perder a Ryūsei sería lo mismo que perder a Masami cuando eso es factualmente incorrecto. Con solo decirlo en voz alta, es desagradable más que incorrecto. Quizá se debe a ello que Ryūsei lo piensa y lo piensa, pero nunca lo dice. Él más que nadie se ha percatado del comportamiento abrasivo de su progenitor para con él, todo comenzó con consejos para cubrir más su piel por estar en época de frío y espiralizó sin freno a ser llamado Masami cuando la inconsciencia ajena es absoluta. Todos esos episodios vienen a su mente y le abruman, porque vivir así es una tortura que empeora cada día que pasa.
—Te hice una pregunta, Sei. —Al volver a hablar, tomó del brazo al más bajo. Le apretó, no hubo mucha fuerza en el ejerce inicialmente.
Sei. Ryū-sei. Estrella fugaz. Espíritu de Dragón. Odió estar consciente de que ahora es Sei porque es más sencillo pensar en algo femenino de ese modo; en cambio, Ryūsei, por todo lo que vale y todo lo que podría llegar a significar, los trae a ambos de vuelta a la realidad.
La realidad. Es a la realidad a donde necesitaban volver.
—No importa.
—¿Dónde estabas?
Continuar apretando su extremidad de aquel modo dejaría una marcar que tendría que cubrir después y el menor lo sabía, no se trataba de la primera mancha en su tersa dermis provocada por aquel que debía resguardar del ojo público.
Eso sí, deseaba que fuera la última. Intentaría que lo fuera.
—Padre.
Es una plegaria. Sus ojos buscan los ajenos, no encuentran nada más que perdición de vuelta porque le ven como si fuera alguien a quien está bien exigirle explicaciones de ese modo. Quiere ser su hijo otra vez.
—Padre, por favor. Detente.
Es una súplica. Tiene ahora su cabeza gacha, no quiere perder la calma y la calma se resbala de su alcance como el agua entre sus nudillos cuando el arroyo le consuela. No desea ser su hijo nunca más.
—¡Padre, me estás lastimando!
Es una confesión. Le tiembla la voz, tiene miedo y ya no puede ocultarlo más. Últimamente, miedo es lo único que aquel le genera porque el alcohol deja de hacer sentido cuando parece cada vez más sobrio en esas escenas. Ser su hijo duele como nunca.
—Padre, no soy mamá.
Es un recordatorio. Alza su cabeza de nuevo, tiene los ojos cristalizados y ni bien reconoce el agua salada Eiji le suelta. Se aleja de inmediato con las manos en la cabeza. Al final del día, él solo es su hijo. Un hijo que por más que se enferme para hacer sentir mejor a su padre, nunca podrá salvar a este de su propia desdicha con la que trata de alejarse de la realidad.
La realidad. Piel acalambrada es lo que le trae de vuelta a la realidad, esa donde se dejó caer al suelo apoyado en la pared con la cabeza gacha y la vista puesta en su regazo. No tenía una razón por la cual estar avergonzado, pero ese hoyo negro en su estómago no le generaba nada más que culpa por ser una decepción en todas las métricas con las que era valorado desde que su madre murió. Y es la culpa lo que le motivó a empeorar la situación, recordando casi por inercia que el principio del malestar fue un viaje que debía de acontecer con toda la urgencia que podía habitar en su ser.
—Hm. . . Giyū me llevará con Urokodaki-san, padre.
Esa podría ser la solución.
lalo space:
aaaaa hola!! espero que les guste el capítulo, es un poco pesado en cuanto a su contenido e introductorio más que nada, pero quería dejar clara desde el principio la dinámica que más afectó a ryū porque es el único momento (por ahora, en estos primeros capítulos) donde se le dará lugar a su padre y quería que fuera preciso el impacto que este tiene sobre elle. qué les pareció?? qué opinan sobre ryū?? les leo. <3
macalo,
therefore i am.
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