⠀⠀𝐎𝟔. ❝ Tú me das y yo recibo. ❞
—Su Alteza la espera en sus aposentos, mi Reina.
Jennie alzó la mirada del libro que sostenía en sus manos, a sus pies, Nayeon, quien escuchaba el relato mágico y ficticio que la Omega le leía en voz alta, se tensó en su lugar, apretando la ropa ajena entre sus manos vueltas puños.
—Se tardó un poco más de lo que pensé —murmuró entre un suspiro, resignada. Acarició los cabellos castaños con sus dedos en un corto cariño, consciente del miedo de su Doncella. Pero Jennie no tenía miedo, aunque debería, eso lo sabía.
Pero es que ella no había hecho nada malo, así que no tenía de qué avergonzarse. Lo que sí estaba seguro, era de la furia de Lisa. No era un secreto para nadie en el palacio el sentimiento posesivo que la Reina tenía con su Harem, por lo que la noticia de que su joya había sido castigada con diez azotes en cada mano, de seguro no le cayó nada bien.
Le regaló una sonrisa tranquilizadora a Nayeon, antes de levantarse del cómodo sofá, y alejarse de la cálida chimenea, dos de sus Donceles siguiéndole hasta la puerta. Al abandonar sus aposentos, doce de sus guardias le resguardaron en todo el trayecto hacia el lado norte del palacio.
Permaneció en silencio, TaeHyung fielmente a sus espaldas, sabía que el Alfa quería tomar su mano como solía hacerlo al tranquilizarle en la privacidad de su cuarto. Por obvias razones aquello no era posible, y podía oler la impotencia en el joven Alfa, al igual que los lloriqueos de su lobo. Le gustaba el tacto del chico, sus feromonas fuertes y a la vez suaves entraban en su nariz, calmando el constante golpeteo de su corazón contra su garganta.
Aún así, y como acostumbraba, su rostro no se perturbó, mantuvo el semblante sereno y las facciones dóciles, hace mucho que aprendió a no dejarse llevar por las emociones de su loba, y por sus propias emociones.
No resistió, al tener las puertas de los aposentos de su Alfa en frente, movió su brazo en un gesto sutil hasta rozar sus dedos con los de su guardia, sintiéndole corresponder al extender los falanges, alcanzando a rozar las yemas con cariño.
Sonrió ante ello, tomó aire y le indicó a los guardias que custodiaban ambas puertas que anunciaran su llegada. Podía oler las fuertes feromonas de Lisa, agrias y ácidas, con ese toque que le hacía querer lanzarse de rodillas y frotar su cabeza en las piernas de la Alfa con tal de recibir una mísera caricia. Por más que su loba almacenara odio hacia la Reina, la marca y el lazo entre ambas le hacía buscarla al final del día, rogar por su toque y calor.
Y eso era algo que Jennie aún no era capaz de aceptar sin largarse a llorar.
—¡Manoban Jennie, Reina de Évrea!
Ante el anuncio, las puertas se abrieron casi al instante, mostrando el lujoso recibidor de la inmensa habitación.
Aunque no debía hacerlo, debido a su posición en la jerarquía, de todas formas reverenció a los Betas que le abrieron la puerta, y a los Alfas que le escoltaron dentro de los aposentos de la Reina. Pronto, el aroma de TaeHyung abandonó su nariz, y el de Lisa le mareó.
Tomó la larga trenza que caía por su espalda entre sus dedos, pasándola por sobre su hombro para juguetear con los mechones suaves, avanzando a pasos delicados y a la vez firmes hasta que tuvo la fornida espalda de su Alfa en frente.
Lisa yacía de brazos cruzados, observando la espléndida vista de su reino por el gran ventanal frente a su cama. Olía la tranquilidad de Jennie, y la furia de su loba, como también la necesidad que tenía de su persona a través del lazo que mantenía cerrado. Aquello le hizo alzar su comisura derecha en una media sonrisa, bajando la mirada a sus zapatos breves segundos.
Hasta que habló.
—No me gusta ese título —pronunció, aún sin voltearse. Jennie le reverenció como debía, manteniendo la cabeza gacha al enderezarse.
Confundida, respondió. —No entiendo muy bien qué es lo que le molesta, Alfa.
Lisa ladeó la cabeza hasta que su cuello tronó, Jennie notó el momento exacto en el que su lengua empujó su mejilla interna.
—Reina de Évrea. No me agrada que seas llamada así. Aborrezco el título.
La Omega deseó fruncir el ceño, pero se contuvo. Aclaró su garganta, delineando con la mirada el precioso estampado de la alfombra bajo sus pies, guardando silencio por un momento, pensando meticulosamente cómo proceder.
—Con todo respeto, majestad, así es como me coronaron. Como su Reina, Reina de Évrea. Y aunque a usted no le guste, así es como debo ser llamada.
Para su sorpresa, Lisa se echó a reír, girando sobre sus talones en lentos movimientos, hasta exhibir la sonrisa amarga y contenida en furia que hacía temblar sus labios, destellos rojos le hacían brillar las iris, y en su cuello se notaban una que otra vena hinchada.
Por instinto, Jennie retrocedió un paso, sin romper el contacto visual del que ahora era preso. Lisa le miraba con tantas emociones, que aunque el lazo estuviera cerrado, aún así se sintió abochornada.
─Soy la Reina, Jennie. Si algo no me gusta, simplemente lo hago desaparecer. Y si te digo que no me gusta que seas llamada por tu título, ¿Piensas que algo podría detenerme en ordenar lo contrario? —se mofó, entrecerrando los ojos.
Jennie apretó los labios, enterrando sus uñas en la piel de sus muñecas ante la impotencia creciendo en su corazón.
No podía hacer que dejaran de llamarle Reina, era toda la dignidad que le quedaba.
—Bien sabemos usted y yo, que el ser Reina no le da el derecho de hacer lo que se le plazca —en un arrebato, logró formular, bajando la mirada otra vez con tal de ocultar sus iris tiñéndose de rojo. Su cuerpo tenso al percibir el cambio brusco en el rostro de Lisa.
—Hay una gran diferencia entre lo que tú y yo tenemos el derecho de hacer —comenzó, acercándose tal depredador a su indefensa presa. Jennie no se movió ni un sólo centímetro, su rostro cedió en cuanto le tomó la mandíbula entre el índice y el pulgar, ejerciendo la fuerza justa para marcar sus dedos en la seca y lechosa piel—. Yo puedo hacerle a tus Doncellas y Donceles lo que se me venga en gana. Gritarles, golpearles, expulsarlos del palacio, incluso cortar sus cabezas y añadirlos a mi lindo Campo de Lanzas, como también puedo... castigarlos. Porque soy la Reina, tu superior, y la superior de muchos. Por eso puedo castigar a quien quiera.
Jennie apretó los ojos, dejándose hacer ante el dolor en su rostro. Sabía hacia donde iba la Alfa, y lo tuvo aún más claro cuando está le soltó con brusquedad, casi con asco.
No se movió, sólo se limitó a sisear entre dientes, su piel punzando. Tras el incómodo silencio, su cuerpo cayendo como peso muerto al suelo alfombrado tras la dura bofetada en su moflete, le hicieron ver los caros y pulcros zapatos de la Alfa en frente de su rostro, sus ojos entrecerrados ante la pesadez en sus párpados.
Seguía muy débil por lo de la noche anterior, su cuerpo hormigueaba. Se sentía tan vulnerable que comenzó a lagrimear, presionando su frente contra la alfombra y exhalando en un jadeo, sus costillas punzando.
—Castigar. Hum, ¿Te trae algo a la mente esa palabra, Omega? Un castigo —siguió sin una pizca de empatía por su pareja sollozante a sus pies—. Por supuesto que sabes de lo que hablo —suspiró con decepción, chasqueando la lengua—. Trata de excusarte, por esta vez te escucharé antes de reprenderte. Anda, rápido.
Jennie mordió sus labios, tragándose sus lágrimas para hablar sin que su voz fallara. Ya se sentía lo suficientemente inferior.
—Me faltó el respeto, A-Alfa. Tuvo lo que merecía —con un poco de esfuerzo logró sostenerse de sus codos, la mueca de dolor cruzando su rostro. Conectó sus ojos con los orbes oscuros y furiosos que le observaban desde arriba—. ¿Cómo podría pasar p-por alto su falta, sólo porque es otro de sus amantes? —debido a la impotencia, dejó salir una risa entre un sollozo, echando su cabeza hacia atrás, los labios temblándole con frenesí—. Esté o no a gusto con la idea, su esposa soy yo, su pareja soy yo. Yo besé sus labios cuando acepté ser su Reina, y recibí sus colmillos en mi cuello al estar de acuerdo con nuestra unión de por vida. Fui yo, Alfa. Y por ello es que m-me voy a hacer respetar como tal, incluso cuando usted no lo hace.
Lisa no le respondió, se limitó a devorarle con sus ojos puestos firmemente en su débil figura temblorosa a sus pies. Jennie le sostuvo la mirada, con la misma valentía rebelde que irradiaba desde cachorra.
—La tocaste. La dañaste. Te atreviste a tocar algo que es mío, con el poder que tanto detesto que tengas en tus manos. Podrás ser la Reina de Évrea, y no por eso te permitiré pasar por alto mis ordenes. Hyori tiene a mi primer cachorro en su suave vientre, ¿Y aún así te atreviste a ordenar un castigo para ella? —Lisa volvió a negar, decepcionado—. ¿Cuándo vas a aprender a ser sólo mi tesoro, Jennie? ¿Por qué esta tonta necesidad de imponerte? Me das tantos problemas... todo sería más sencillo si sólo quisieras pertenecerme, tal cual como mis Concubinas, pero no; deseas ser una Reina, una Reina para todos esos imbéciles que te veneran.
La Alfa se calló un momento, sólo para exhalar con brusquedad y patearle en las costillas, provocando que su figura se impulse un poco hacia arriba y vuelva a impactarse contra la dura alfombra. Jennie ahoga un quejido, entreabriendo los labios para tratar de recuperar el aire, nuevamente tendida a los pies de la Alfa.
—¿¡Qué no es suficiente ser mi pareja, Jennie!? ¿¡Por qué quieres poder, por qué quieres mandar!? ¿¡Por qué mierda quieres ser adorada!? —Lisa se desgarró la garganta entre gritos violentos, descargando su furia al patear reiteradas veces el delgado cuerpo, ignorando los gritos que pronto Jennie empezó a emitir, rogándole que parara—. ¡No te quiero en el poder, Omega! ¡Te quiero encerrada en tu maldita habitación donde puedo controlarte!
La Alfa se detuvo un momento, respirando agitado, su pecho subiendo y bajando conforme gotitas de sudor calientes descendían por su frente, humedeciendo su cabello oscuro. Rodeó a Jennie, mirándole con superioridad, su molestia aumentando al notar que la Omega se largó a llorar.
Un nuevo golpe fue a parar en su espalda baja, y Jennie volvió a gritar, arqueándose en el suelo.
—Y te atreves a llorar —murmuró la Alfa, su voz ronca y grave—. Debiste haber llorado cuando lastimaste a mi Joya, Jennie. Ella no tiene la culpa de nada, maldición. Te va a reemplazar porque así lo quiero yo, y si tengo que marcarla en frente de ti para que te bajes de esa tonta nube de ambición, entonces lo haré, y con mucho gusto.
Jennie sólo podía tratar de inhalar y esperar a que la Alfa se calmara, todo su cuerpo dolía, se sentía mareada y asqueada por el sabor metálico recorriendo su lengua. Su loba gruñía, asustado e impotente, al igual que ella, el ardor en la marca en su cuello no hacía más que ponerle nerviosa e inquieta, lloriqueando de a rato para que su Alfa no le lastimara y la tomara entre sus brazos.
Sin embargo, la sensación de querer el cariño de Lisa por sentirse tan lastimada y vulnerable, sólo provocó que Jennie dejara salir uno de los gruñidos que se ahogaban en su garganta, tratando de reincorporarse, sus brazos flaqueando y llevándola al suelo muchas veces, hasta que después de varios intentos fallidos, y bajo la oscura mirada de Lisa, logró sentarse, casi chillando por el insoportable dolor en su torso.
—S-Si la marcas, sa-sabes que m-me... me m-matarías —tosió al terminar, llevándose la palma a la esquina de la boca para limpiar el líquido que se escurría, sin sorprenderse en encontrar sangre. Cubrió sus labios con el dorso, la tos seca ardiéndole en la garganta—. M-Mi loba no lo resist-tiría... si tu plan e-es matarme... haz... hazlo... hazlo ya.
A penas podía mantener sus ojos abiertos, pero le mantuvo la mirada a la Alfa, tratando de aparentar que lo único débil era su cuerpo.
Cuando su corazón estaba agonizando hace ya tanto tiempo...
Pasaron los tortuosos minutos en total silencio, hasta que la Alfa se agachó, de cuclillas frente a ella. Lisa suspiró, enganchando sus dedos en los cabellos de su nuca, volviendo a dominarle al tirar de su cabeza hacia atrás, y luego hacia un lado, fijando los ojos en la mordida teñida de un rojo granate, como si estuviera infectada.
—Omega tonta —susurró, frunciendo los labios mientras detallaba la herida, inconforme—. ¿Cómo podría matarte? Yo no puedo vivir sin ti.
Y acto seguido, hundir su rostro en el suave y caliente cuello de un agitado Jennie, recibiendo quejidos cuando sus labios delinearon el contorno. Podía sentir la resistencia de su pareja, pero esta no duró demasiado, no cuando acunó la mordida con la boca, dándole paso a su lengua para limpiar la marca de la cual estaba tan orgulloso. Definitivamente era una de las mejores cosas que había hecho en su vida, marcar a Jennie.
Pronto, las quejas fueron reemplazadas por suspiros y leves ronroneos entrecortados, Lisa sabía que las costillas ajenas le impedían respirar bien, así que llevó sus manos a la zona, acariciando por sobre la ropa, dándole calor a la piel lastimada. Jennie cayó de inmediato, el agarre en su cabello disminuyó conforme ella misma ladeaba su cuello, necesitada de la cálida boca de su Alfa, el lazo restaurándose y permitiéndole sentir a su lobita feliz, después de tanto.
Una lástima que esa felicidad no podía ser para ambas.
—Eso es. Muy bien, Jennie. Buena chica —Lisa murmuró al alejarse, dejando una última lamida en la piel empapada en su saliva. La mordida brillando en un rosa suave, tal como debía reaccionar a su tacto. Orgullosa, llevó su diestra nuevamente a las hebras castañas, pero esta vez para acariciar.
Pero no, no podía acabar así. Aún en su burbuja de feromonas protectoras y la sensación bonita en su cuello, la idea de que la Concubina ocupara su lugar como Reina revoloteaba en su estómago.
Aturdida, sacudió la cabeza hasta soltarse de las caricias en su pelo, balbuceando con su lengua dormida. Ni siquiera se podía el peso de su cuerpo.
Otra vez quiso llorar, avergonzada a tal nivel que prefería morir que continuar soportando tales humillaciones. Ella no era un juguete, tampoco un tesoro; era una Omega, tenía corazón y tenía voz, pero Lisa no estaba dispuesta a escuchar a ninguno.
Le dolía ser reducida de tal forma que a penas lograra diferenciar los objetos a su alrededor, sólo percibía el calor de las manos de la Alfa en sus mejillas, manteniéndola quieta con tanta facilidad, que le asqueaba. Sentir dolor ya comenzaba a enojarla, y el no poder hacer nada para detener la sensación le aterraba.
Trató de soltarse, no quería el toque ajeno, ya no deseaba oler sus feromonas ni ser manejada como una muñeca de trapo. Pero claro, ante su arrebato, Lisa volvió a abofetearle, y pronto tuvo sus dedos maltratando sus cabellos una nueva vez.
—A ti no te para la boca, ¿Verdad? —Jennie tembló al percibir la burla en su voz, ya no quedaba tanta molestia, de seguro la descargó con los golpes anteriores. Sintió el pulgar áspero pasearse por su desgarrado belfo inferior, y al intentar soltarse, sólo logró un tirón en sus cabellos—. Mhm, alguien se está portando mal. ¿Qué no fue suficiente la lección de anoche, Jennie? ¿Necesitas que tu Alfa te ayude a cerrar esta apetecible boquita?
Lloriqueó y se quejó, ya casi sin aliento. Sabía hacia donde iban esas palabras, ya no trataba de Hyori, ni de su título; Lisa olía a excitación, y conocía la razón. Más aún cuando la Alfa se la hizo saber.
—Sólo mírate, Jennie. A penas puedes hablar —Esbozó una risa, palmeando la mejilla enrojecida con su palma, esta vez controlando la fuerza—. Tan vulnerable, y solo para mí —Lisa gruñó, extasiada—. ¿Qué te parece si llenamos esta boquita, Omega? ¿Mh? ¿Será que así te callarás de una buena vez?
Y eso fue todo.
Hubo un leve forcejeo, pero fue manejado con facilidad hasta el borde de la cama. Su vergüenza aumentó cuando Lisa la soltó unos segundos, Jennie sabía que se estaba despojando de sus ropas inferiores, pero ni siquiera logró arrastrarse en su intento de huir, la punzada en sus costillas le retorció en el suelo junto a un grito ahogado, y la risa orgullosa de Lisa se escuchó en medio del tenso silencio.
Nuevamente sintió el ardor en su nuca, los falanges casi arrancándole el cuero cabelludo. Lisa tiró de ella hasta arrodillarla entre sus piernas, en un gesto desesperado sus manos fueron a parar en los muslos tonificados ajenos, sosteniéndose, y al sentir la piel desnuda bajo sus uñas, volvió a echarse a llorar.
Su nariz se hundió en los vellos púbicos cuando la Alfa frotó su rostro en su polla endurecida, el líquido pre-seminal que brotaba de la punta se esparció en su piel, y se vio obligada a cerrar los ojos con fuerza. Lisa jaló su cabeza hacia atrás para tomar su pene con la otra mano, y guiarlo a los labios fruncidos de su Omega.
Jugueteó un poco con ella, tan despiadada como siempre era. Bombeó su miembro hasta que tuvo los belfos de la Omega pintados con su esencia, y golpeó su barbilla con el glande, tanto la vista como la sensación le obligaron a emitir un ronco gemido.
—A-Alfa, n-no, por favor. D-Deténganse.
Ignorando los balbuceos desesperados, forzó la entrada de su pene a la cavidad húmeda y caliente que sabía recibirle como nadie más era capaz. Jennie sollozó, enviando corrientes por toda su extensión. Por un momento pareció olvidar que la chica necesitaba respirar, pues tiró de los cabellos enredados en sus dedos hasta que la frente sudada ajena se presionó en su vientre.
—Eso es, Jennie... agh, mierda. Tan bueno —Volvió a gemir, ida en la exquisita sensación—. Mira lo mucho que sirves cuando estás callada, Omega.
Y Jennie sólo pudo ahuecar sus temblorosas mejillas con tal de no ahogarse, dejándose follar la boca entre hipidos y sollozos que le hacían escurrir saliva junto al viscoso semen, empapando el duro falo que desgarraba su garganta, humedeciendo su barbilla moreteada y bajando hasta su cuello.
Nuevamente, recibió a Lisa, siendo usado hasta que la Alfa se cansara de su llanto.
—Entonces, mi Reina —La Alfa se mofó del apodo mientras volvía a vestirse, su voz ronca y rasposa debido a los recientes orgasmos—. ¿Sigues teniendo alguna queja por mi Joya sentado en tu querido trono?
Yacía tendida en el piso, acurrucada en el borde de la inmensa cama, sus labios punzando y las ganas de vomitar a flor de piel, junto al dolor en su corazón. Su antes hermosa trenza yacía destruida, cayendo por sus hombros sin cuidado. Jennie sorbió su nariz, sin molestarse en limpiar los fluidos que aún escurrían su piel.
—No, Alfa.
Lisa simplemente sonrió.
—Eres mi mayor tesoro, Jennie. Jamás dejarás de serlo, ¿Entendido?
—Sí, Alfa.
Porque, ¿Qué otra cosa podía hacer?
Después de todo, Lisa era la Reina.
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