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an. ، decisions made⸺ten ⎰chapter . by cardkgan𓆩﹙𝚠𝚛𝚒𝚝𝚝𝚎𝚗 𝚋𝚢 ┈ 𝚝𝚒𝚗𝚊 𓏲﹚

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Daella giró en la esquina del pasillo, en dirección al patio inferior, cuando una voz conocida la detuvo. 

⸻¿Lady Daella?

Era Lucerys. A pesar de los años que habían pasado, ella reconoció el brillo en sus ojos, tan similar al que tenía de niño. Seguía siendo un niño, no era ya el pequeño que apenas alcanzaba a caminar sin tambalearse;Pero seguía guardando rastros de la inocencia en sus pupilas.

⸻¿Lucerys?⸻Daella sonrió con una mezcla de sorpresa y nostalgia, no creia que su sobrino se le acercara.⸻No esperaba encontrarte por aquí, pensé que tendrías practica con la espada. 

El muchacho la observó con cautela, sus ojos buscando algo en su expresión.

⸻Yo tampoco. Pensé que estarías en el salón con tu familia.

Daella se acercó lentamente, dejando que su tono fuera suave pero amigable.

⸻A veces es bueno alejarse un poco del ruido.⸻ Luego lo observó más de cerca. ⸻Has crecido mucho desde la última vez que te vi. Aunque debo decir que tu mirada sigue siendo la misma. Siempre observabas todo como si estuvieras intentando resolver un gran misterio.

Lucerys frunció el ceño por un momento, luego dejó escapar una leve risa, relajándose un poco.

⸻Y tú siempre respondías a tus hermanos como si estuvieras lista para enfrentarlos en cualquier momento. Recuerdo... ¿cómo era? Ah, sí, cuando Aegon intentó esconder tus zapatos y tú los recuperaste sin ayuda de nadie.

Daella rió con un destello de orgullo. ⸻Le hice pagar por eso, ¿no es cierto? Aunque creo que tú disfrutabas más de nuestras disputas que yo misma. 

⸻Era entretenido⸻ admitió Lucerys con una sonrisa más amplia. ⸻Nadie más se atrevía a enfrentar a tus hermanos así, aunque, bueno...hasta esa noche.

La incomodes resonó en la frase final, creando un hueco de recuerdos infelices qué no iban a salir;Se refería a la noche fría de Driftmark, en donde varios se vieron envueltos como culpables, pero con el peso aún más en el príncipe Lucerys, siendo el responsable del acto donde su tío Aemond perdió su ojo.

Daella no supo responder en aquel momento, y aunque esperaba que de ella salga algo, le sorprendió el hablar de Lucerys de nuevo, luego de tocar el sensible tema que cambió toda una unión.

⸻Pero...supongo que por eso... siempre te admiré un poco.

Las palabras lo hicieron sonrojar levemente, pero Daella no mostró burla ni sorpresa, solo calidez.

⸻¿De verdad? Bueno, debo decir que siempre me gustó tenerte cerca. Eras como un rayo de luz cuando tu risa se hacía oír en el castillo. 

Lucerys pareció desarmarse un poco más ante su sinceridad, pero antes de que pudiera responder, otra voz interrumpió. 

⸻Lucerys. 

Ambos se volvieron hacia Jacaerys, que se había detenido a pocos metros de distancia. Su rostro mostraba una mezcla de alarma y frialdad mientras sus ojos se posaban en Daella. 

⸻Príncipe Jacaerys.⸻ dijo Daella con calma, inclinando ligeramente la cabeza. 

⸻Pensé que te habías perdido. ⸻comentó Jacaerys, ignorando su saludo y dirigiéndose a Lucerys. 

⸻Es imposible perderme aqui, donde crecí, hermano...solo estábamos hablando.⸻ intervino Lucerys con un tono algo defensivo, pero Jacaerys no le prestó atención. 

⸻Daella⸻dijo Jacaerys, su voz baja y cargada de desconfianza⸻¿Te puedo preguntar qué interés tienes en hablar con mi hermano? 

Daella lo miró sin inmutarse.

⸻No hay más interés que recordar tiempos pasados. Pero si esto te incomoda, Príncipe, no tengo problema en retirarme. 

Por un momento, las miradas de ambos se cruzaron como espadas, llenas de una tensión que ni siquiera Lucerys comprendía del todo. Finalmente, Daella rompió el contacto visual con un suspiro. 

⸻Aunque, ya que parece tan importante para usted señalar incomodidades, me veo obligada a mencionar algo que me molesta también.

La sonrisa que curvó sus labios era delicada, casi dulce, pero sus ojos destellaron con una ironía apenas contenida. 

⸻Si yo, como corresponde, me dirijo a usted con el respeto debido a su posición, Príncipe Jacaerys, sería igualmente apropiado que usted hiciera lo mismo conmigo, ¿No cree? Al fin y al cabo, soy una princesa de la Casa Targaryen. 

El tono de Daella no era agresivo, pero cada palabra llevaba un peso que hablaba de jerarquías y deberes que él había ignorado. No necesitaba recordarle que ella era hija de un rey; el mensaje estaba implícito, como una daga escondida bajo un guante de seda. 

Jacaerys apretó la mandíbula, sus ojos estudiándola con una mezcla de incomodidad y desafío. Por su parte, Lucerys los observaba en silencio, confuso ante la tensión evidente que flotaba entre ellos, como si ninguno pudiera dar el primer paso para retroceder. 

Finalmente, Daella desvió la mirada con una gracia ensayada, como si el asunto ya no mereciera más de su atención. 

⸻Si no hay nada más que discutir, Príncipe⸻dijo alzando ligeramente las cejas, dando por terminada la conversación con una última estocada invisible.⸻ ¡Ah! y Lucerys, cuídate. No dejes que tu hermano te hable como si fueras un niño; ya no lo eres. 

El comentario arrancó una risita nerviosa de Lucerys, pero Jacaerys permaneció serio mientras la observaba alejarse. 

Cuando desapareció por el pasillo, Lucerys miró a su hermano.

⸻No sé por qué estás tan preocupado. Ella no parecía... peligrosa.

Jacaerys desvió la mirada.⸻No sabes cómo es ahora. Las cosas han cambiado, y no podemos confiarnos. 

⸻Tal vez...⸻murmuró Lucerys, aunque su expresión mostraba una duda que ni siquiera él podía explicar. 

El silencio en los pasillos de la Fortaleza Roja era solo interrumpido por el crujir de los pasos de Daella mientras caminaba lentamente hacia su habitación. Las cortinas de la gran ventana estaban cerradas, sumiendo la sala en una luz tenue y dorada, pero aún podía oler el fresco aire de la mañana que se filtraba por las rendijas. La vida en el castillo seguía su curso habitual.

De repente, un golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento. Sin esperar respuesta, la puerta se abrió con suavidad, y un sirviente del castillo, con la insignia del consejo, se presentó en el umbral.

⸻Princesa Daella.⸻ comenzó el joven mensajero, inclinándose con respeto. ⸻ El consejo la convoca. La reina Alicent requiere su presencia.

El anuncio hizo que Daella frunciera el ceño, desconcertada. ¿A qué venía una convocatoria del consejo para ella? Había estado presente en algunos de los eventos, sí, pero nunca en las reuniones formales. No tenía la menor idea de por qué ahora la llamaban.

⸻¿Por qué yo?⸻preguntó, su voz mezcla de curiosidad y preocupación. Había una inquietud subyacente en ella, aunque trató de ocultarlo tras una fachada de calma.

⸻Lo lamento, mi princesa, no me han dado detalles⸻ respondió el sirviente con una ligera reverencia.⸻Solo me dijeron que la reina desea que esté presente. Es urgente.

Daella miró hacia el fondo de la sala, hacia su reflejo en el espejo. Su cabello caía perfectamente sobre sus hombros, su vestido estaba impecable. Pero la incertidumbre de lo que iba a suceder se cernía sobre ella. Su madre... Alicent nunca había sido tan directa al convocarla para algo así. Algo no estaba bien.

⸻Muy bien.⸻dijo finalmente Daella, intentando disimular la incomodidad que comenzaba a crecer en su pecho. ⸻Llévame.

Mientras seguía al sirviente por los pasillos del castillo, Daella notaba cómo su mente comenzaba a formular posibles explicaciones. ¿Sería por la situación de su padre, el rey Viserys?En cualquier caso, el simple hecho de que la llamaran para una reunión tan importante ya hablaba de algo más grande.

Cuando entró en la sala del consejo, la escena estaba marcada por una solemne quietud. Alicent, ahora asentada en el lugar principal del Rey, estaba al mando, con una expresión que delataba el peso de su responsabilidad. Aemond, de mirada fría y pose calculadora, se encontraba en el lado izquierdo de la sala, observando todo con una quietud tensa. Todas las miradas cayeron sobre ella, como era inusual, su presencia robaba las miradas de cualquier persona en el lugar. Todos se levantaron por respeto, se inclinaron para ella, hasta que su madre le dio paso para sentarse. Daella ocupó su lugar, frente a su hermano, en el lado derecho de su madre. El sonido de sus pasos resonó levemente, mientras una incomodidad creciente se apoderaba de ella.

La sala se llenó de murmullos mientras los consejeros tomaban asiento. Alicent, con una mirada que reflejaba tanto fuerza como vulnerabilidad, pareció buscar las palabras. La tensión era palpable. Daella, de rostro impasible, ya intuía que algo importante estaba por suceder.

Finalmente, Alicent habló con voz firme pero conteniendo algo de dolor. 

⸻Es evidente que las circunstancias actuales requieren que tomemos decisiones significativas sobre el futuro de nuestra familia y el reino. La situación con el rey es grave, y los eventos que nos esperan no permiten dilaciones. Ya hemos discutido los muchos desafíos que enfrentamos y, por tanto, es necesario empezar a considerar nuevas alianzas. Nuestro poder radica en la unidad, y eso comienza con la unión de los nuestros.

Daella escuchaba en silencio, su corazón acelerándose sin saber por qué. Sus ojos se encontraron con los de su madre, buscando en ellos alguna pista, algo que la tranquilizara, pero solo encontró la misma resolución helada con la que siempre había sido criada. Alicent continuó, con una leve pausa, como si se estuviera preparando para algo mucho más pesado.

⸻Daella y Aemond, como ya sabrán, son los últimos en nuestra familia que aún no han sido casados. Si bien, por la naturaleza de la situación, y sus edades... la necesidad de asegurar alianzas es apremiante.

El sonido de su voz parecía llenar el aire, y Daella contuvo la respiración por un instante. Sus ojos se entrecerraron, y una ligera punzada de dolor se formó en su pecho. Aemond la observó con una calma calculada, su mirada fija en su madre.

⸻¿Casarse?⸻ repitió Daella en voz baja, casi un susurro, como si intentara comprender las palabras que había escuchado. No esperaba eso. Su vida había sido tan calculada, tan perfecta a los ojos de los demás. ¿Acaso todo ese cuidado y perfección solo servían para este fin?

Alicent giró lentamente hacia ella, el dolor en sus ojos difícil de ocultarle.

⸻Sí, Daella. La situación ha cambiado. Las circunstancias lo exigen. La estabilidad del reino... lo exige.

Daella no podía mirar a su madre, ni a nadie, realmente. Sentía que el peso de esas palabras aplastaba su alma. Aemond, sin moverse, observó la reacción de su hermana con una ligera frialdad, pero algo en su rostro mostraba un leve interés.

⸻¿Y con quién se propone este matrimonio, madre?⸻ la voz de Aemond rompió la tensión del aire denso en la sala, un tono de desafío apenas velado en sus palabras.

Alicent, visiblemente incómoda, siguió hablando: ⸻El consejo y yo hemos considerado varias opciones. Para ambos podria ser un Lannister, un príncipe y una princesa de alguna casa poderosa, es lo que necesitamos.

Daella bajó la cabeza, sus dedos apretaron las manos en su regazo. Aemond, con su mirada fija, continuó, con un tono más firme esta vez, aunque sin levantar la voz:

⸻Pero, madre, ¿por qué no considerar, entonces, un matrimonio entre nosotros dos?⸻La pregunta salió con la frialdad habitual, pero Daella, al escucharla, sintió una ráfaga de tensión, como si hubiera lanzado una piedra al agua tranquila.

Los consejeros comenzaron a murmurar entre sí, algunos sorprendidos y otros no tanto, aquella opción era tradicional en los Targaryen, pero todos estaban atentos a las reacciones. Alicent hizo una pausa, su rostro reflejando el horror interior mientras se forzaba a mantener una fachada serena.

⸻Eso... eso no es posible, Aemond.⸻ respondió ella, un tono de pánico apenas disfrazado en su voz.⸻Tú eres... distinto. Deberías casarte con alguien con un rango que te ayude a establecer tu propia... influencia.

El silencio se alzó de nuevo mientras los consejeros intercambiaban miradas furtivas. Un hombre moreno de la corte se atrevió a hablar, con cautela.

⸻La alianza entre Aemond y Daella no sería tan descabellada. Una unión de sangre tan fuerte podría solidificar nuestra posición, asegurando una estabilidad más amplia.

Daella alzó la mirada, y sus ojos brillaron de forma intensa, como si las palabras se le estuvieran atascando en la garganta.

⸻¿De verdad creen que mi casamiento es lo único que puede asegurar la estabilidad?⸻ Su voz, normalmente serena y perfecta, tembló ligeramente, y ella apretó los labios, sabiendo que su frágil fachada estaba comenzando a desmoronarse.

Ser Tyland, miembro del consejo, dejó escapar una risa baja, casi burlona, mientras se inclinaba ligeramente hacia adelante. 

⸻Princesa, no se ofenda, pero su belleza siempre ha sido su mayor arma. ¿Acaso no es eso lo que una mujer en su posición debe ofrecer? Su unión con un Lannister sería un regalo para todos nosotros. Después de todo, ¿Qué otro propósito podría superar al de fortalecer los lazos de su casa con su... gracia natural? 

Sus palabras estaban envueltas en una fina capa de cortesía, pero el tono era innegablemente condescendiente. Los ojos de Ser Tyland recorrieron la sala, buscando la aprobación de los otros consejeros, como si lo que acababa de decir fuera un elogio en lugar de una humillación velada para la princesa.

Daella sintió cómo un calor abrasador subía desde su cuello hasta sus mejillas, aunque no era vergüenza lo que la invadía, sino una furia contenida que parecía arder en el fondo de su pecho. Su mandíbula se tensó, y por un instante sus ojos reflejaron algo más que incomodidad: un destello de dolor mezclado con desprecio. Sin embargo, no dijo nada. Permaneció en silencio, obligándose a mantener la compostura mientras sus dedos se aferraban a los bordes de su vestido con una fuerza que le dejó los nudillos blancos. 

Alicent la miró con tristeza y una profunda incomodidad, un destello de frustración cruzó su rostro, se veia reflejada una vez mas en su hija, pero intentó mantener la calma: ⸻Las circunstancias han cambiado. No puedo quedarme atrás en mi deber hacia el reino, Daella.⸻

⸻Asi que es un deber.⸻ musitó Daella, casi para sí misma, mirando a su madre, con los ojos llenos de dolor y rabia contenida. La frustración de haber sido tan perfecta, tan obediente, y aún así estar aquí, siendo tratada como una pieza en un tablero de ajedrez, le quemaba el alma.

Alicent observó a Daella por un momento, el dolor reflejado en sus ojos, pero entonces algo en ella cambió. El peso de la corona, la responsabilidad, parecía apoderarse de ella nuevamente. La Reina se enderezó en su asiento, dejando que la compostura de su fachada de reina se impusiera. No había espacio para debilidad aquí, no ahora. La Sala del Consejo estaba atenta, y ella debía dar una impresión de control.

⸻Este no es el momento para dudas, Daella.⸻dijo Alicent con una firmeza que hacía eco en la sala. Su tono era más autoritario, una murmuración de quien no tiene tiempo para titubeos. ⸻El reino necesita estabilidad. Y no puedo permitir que mis propios deseos o los tuyos interfieran en lo que debemos hacer para garantizar la paz.

La respuesta de Alicent fue como un golpe en el pecho de Daella. El aire se espesó, y todo lo que Daella había estado acumulando, ese nudo de emociones apretadas, explotó en su interior. Por un instante, todo a su alrededor se desvaneció. La presión, el peso de las palabras, la mirada de su madre tan decidida, todo parecía volverse distante, como si todo estuviera ocurriendo a través de una niebla espesa.

Un murmullo de los consejeros llenó la sala mientras unos se inclinaban hacia adelante, otros murmuraban en voz baja. Aemond no dijo nada por el momento, pero su mirada fija y casi indescifrable seguía posándose sobre Daella. Como si estuviera esperando algo, como si todo esto le fuera indiferente, pero en sus ojos había algo más: una chispa que se encendía con cada palabra de la madre de ambos.

⸻Una unión con los Lannister podría ser beneficiosa.⸻dijo un consejero con voz grave, mirando a Alicent y luego a Daella. ⸻O un matrimonio con alguno de los príncipes extranjeros de las casas más poderosas. A fin de cuentas, una princesa Targaryen debería llevar consigo el peso de la alianza, para fortalecer no solo la casa, sino todo el reino.

⸻¿Y qué hay del matrimonio entre ella y Aemond?⸻intervino esta vez, Otto Hightower, quien Daella habia olvidado que se encontraba alli tras su silencio.⸻¿No sería una opción de conveniencia para fortalecer la casa?

Alicent se tensó, pero no permitió que su rostro delatara demasiado.

⸻No. Es... impensable. Ya tenemos a Aegon y a Helaena, debemos variar.

Pero, a pesar de sus palabras, la sala continuó en discusión. Las voces se alzaban en propuestas y objeciones. Cada intervención hacía que el sonido de la conversación se sumiera en un ruido lejano para Daella, que parecía estar atrapada en una burbuja. Su respiración se volvió más superficial, y de repente el peso de todo se sintió como una carga insoportable. Miraba a su madre, a Aemond, pero todo a su alrededor parecía desaparecer. Sus ojos se oscurecieron por un momento, y el ruido de la sala se desvaneció en un susurro lejano.

Todo estaba borroso, y la sala se volvió un espacio irreal. En su mente, una imagen se formó, casi como una visión distorsionada. Se vio a sí misma, de pie en medio de una habitación vacía. La corona de su madre brillaba a lo lejos, inalcanzable. Ella misma se veía atrapada, observando con impotencia. Las paredes se cerraban lentamente, la presión en su pecho se intensificaba mientras una espiral de pensamientos y emociones la envolvía.

La realidad comenzó a regresar cuando un susurro en la sala la sacó de su trance. Aemond estaba hablando, pero su voz sonaba distante, como si viniera de un mundo lejano.

⸻¿Por qué no podemos esperar un poco más?⸻La pregunta de Aemond era baja, casi una provocación disfrazada de duda. ⸻¿Por qué no buscamos una solución menos... urgente?

El silencio llenó la sala tras sus palabras, y todos los ojos se volvieron hacia él, expectantes. Alicent, ahora con una ligera incomodidad visible, frunció el ceño.

⸻Esto no es una cuestión de esperar, Aemond. La situación es crítica. Ya no podemos postergar más decisiones.

⸻¿Y si simplemente... no casamos a Daella? Aemond continuó, esta vez con un tono más sutil, pero aún cargado de significado. ⸻¿No puede haber otras maneras de establecer alianzas sin sacrificarla en el proceso?

El golpe fue duro, incluso para Daella. Ella estaba mirando a Aemond, sintiendo que en sus palabras había un doble filo, algo que la hacía sentir más vulnerable, más expuesta.

Pero, en ese instante, el tumulto de voces volvió a llenarla, y la presión la aplastó nuevamente. Alicent habló, con un tono más cansado, como si estuviera luchando por mantener el control.

⸻No hay más opciones. Aemond, Daella... es el deber de la corona, al igual que tu. No hay espacio para lo que no sea el deber. Y eso implica que cada uno de nosotros debe hacer sacrificios. Lo sabemos.⸻Alicent alzó la cabeza, mirando a su hija con firmeza. ⸻Yo, como madre, nunca quise esto para ti. Pero es lo que el reino necesita. ¿Lo entiendes?

Daella, con los ojos llenos de lágrimas retenidas, no pudo contestar. Sus labios temblaban, pero el peso de sus palabras era demasiado grande. Solo asintió lentamente, la fachada de princesa perfecta regresando con esfuerzo, mientras el dolor seguía surgiendo en su interior.

⸻Sí, madre. Lo entiendo.⸻

El consejo siguió debatiendo, pero para Daella todo había quedado oscuro y distante. Todo lo que podía escuchar ahora era el golpeteo de su corazón, el eco de las decisiones que se tomaban por ella, mientras su mente comenzaba a procesar la realidad que la esperaba. Una presión abrumadora se apoderaba de su ser, mientras sentía como su vida dejaba de pertenecerle.

El sonido de las voces se desvaneció de nuevo, y por un momento, Daella estuvo sola en su mente.

El peso de la sala del consejo seguía aplastando a Daella, cada palabra que había dicho su madre resonando en su mente como una campana de guerra. Los ojos de los consejeros estaban clavados en ella, todos ellos observando su reacción, como si esperaran que de algún modo ella tuviera una respuesta más adecuada, una que estuviera a la altura de su rango. Pero lo único que podía sentir era el peso de sus propios pensamientos, el abismo de incertidumbre que se abría bajo sus pies.

Después de un largo silencio, ella levantó la mirada hacia su madre, cuyo rostro se mantenía impasible, y vio lo que nunca había querido ver: la determinación de una reina que, a pesar de sus propios deseos, no podía eludir la política. El dolor de esa revelación perforó su pecho con una fuerza inesperada.

⸻Permiso para retirarme, madre.⸻ murmuró Daella con una voz apenas audible, pero suficiente para que todos en la sala la escucharan. El rostro de Alicent cambió sutilmente, una sombra de angustia pasando por sus ojos antes de que, con un esfuerzo, asintiera.

⸻Está bien, Daella. Puedes retirarte.⸻ respondió Alicent, su tono grave y oficial, tan distante de la madre que Daella siempre había conocido. El permiso fue dado sin titubeos, como si no hubiera nada más que añadir.

Daella se levantó de su asiento con una gracia que ya no sentía en sus propios pasos. La reverencia que hizo fue ligera, casi imperceptible, antes de girarse y abandonar la sala. No miró a Aemond, pero sentía sus ojos pesándola en la espalda, como si su presencia fuera una carga extra en su camino.

A pesar de que no quería admitirlo, Daella no sabía adónde ir. Sus pasos la guiaban de forma automática hacia los pasillos oscuros del palacio, aquellos que se encontraban lejos de las miradas curiosas. Las pocas ventanas por donde se filtraba la luz del día, daban apenas para iluminar el suelo de piedra, creando sombras largas y extrañas que parecían moverse con ella.

El sonido de sus propios pasos era lo único que rompía el silencio, pero algo en el aire hacía que se sintiera atrapada, como si el palacio entero hubiera cobrado vida propia y estuviera a punto de cerrarse sobre ella.

Entonces, sin previo aviso, escuchó el sonido de pasos detrás de ella, el suave crujido de las piedras que no pudo haber confundido. Volvió la vista en el preciso momento en que Aemond apareció en el pasillo, su silueta imponente y sombría.

Daella se detuvo, su corazón dio un vuelco, y por un instante se quedó mirando a Aemond, quien la observaba con esa mezcla de fijación y desapego que siempre había tenido. Su rostro mostraba una calma que contrarrestaba la tensión palpable en el aire.

Daella sin poder evitarlo su rostro aún mostraba una vulnerabilidad que no quería reconocer. ⸻No sé qué pensar de todo esto⸻ murmuró, su mirada aún nublada por la confusión y el dolor. ⸻Lo que acaba de suceder... no puedo procesarlo. Todo ha cambiado.

Aemond la observó en silencio, como si estuviera evaluando cada palabra, cada matiz de su tono. Era como si la conociera a la perfección, como si supiera exactamente lo que le estaba pasando, pero no lo decía. En lugar de eso, se acercó un paso más, sus ojos fijos en los de ella, y la tensión entre ellos creció.

⸻Lo que sea que haya ocurrido allí, no es algo que puedas cambiar.

Daella apretó los puños en sus costados, pero la mirada de Aemond la mantenía en su lugar, como si no pudiera escapar de su presencia.

⸻Debí haberlo esperado⸻ dijo ella, con voz temblorosa, el dolor de la traición en su pecho claramente reflejado. ⸻Siempre supe que terminaría en algo así, pero...⸻ Su voz se quebró, y sus ojos brillaron, revelando la tormenta interna que trataba de mantener oculta. ⸻Pero una parte de mi seguía creyendo que no.

Aemond no dijo nada durante unos largos segundos, y Daella sintió cómo la distancia entre ellos se cerraba más y más, no físicamente, pero sí en sus corazones. Ella trató de apartar la mirada, pero algo en él, en esa quietud tensa, la mantenía anclada a su lugar.

⸻Es lo que es, Daella.⸻ dijo finalmente, con una suavidad que solo parecía aumentar la presión en su pecho.⸻La reina, tu madre, no tiene más opciones. Somos príncipes, y nuestras vidas nunca fueron nuestras para decidir.

Daella dejó escapar una risa sin alegría, aunque se sentía incapaz de ocultar la tristeza en su rostro. ⸻¿Y tú? ¿A qué te aferras? ¿A tu deber? ¿A tu destino?⸻ preguntó, apenas reconociendo la irritación que la invadía, aunque la angustia seguía por encima de todo.

Aemond permaneció en silencio, su mirada fija en ella como si pudiera ver lo que ella no quería mostrar.

⸻El deber es todo lo que tenemos.⸻ dijo finalmente, con un dejo de amargura.

La respuesta fue lo suficientemente directa como para herirla, aunque también hizo que Daella comprendiera algo que había estado evitando. Aemond, al igual que ella, estaba atrapado en esa misma red de expectativas y responsabilidades, pero algo en él, algo oscuro y peligroso, le decía que esa situación no lo afectaba de la misma manera.

Finalmente, Daella apartó la mirada, respirando profundamente.⸻Supongo que eso es todo, ¿no?⸻dijo, sintiendo cómo su mente y su corazón daban vueltas, completamente desorientados.⸻Lo único que nos queda ahora es jugar el papel que nos han asignado.

Aemond la observó en silencio mientras ella comenzaba a caminar nuevamente, sus pasos más rápidos, aunque la sensación de presión solo crecía en su pecho. Cuando la alcanzó por fin, le puso una mano sutil en el hombro, deteniéndola momentáneamente.

⸻Daella...⸻La voz de Aemond era baja, casi inaudible, pero suficiente para que ella lo sintiera en lo más profundo. ⸻No te sientas sola en esto. No todo está decidido todavía.

Daella se giró ligeramente, su rostro pálido pero su mirada aún desafiante.

⸻¿Y qué propones?⸻preguntó con un tono entre agotado y desafiante. ⸻¿Que nos quedemos callados y esperemos que todo esto pase?

⸻No.⸻ respondió Aemond, sus ojos oscuros reflejando una determinación que Daella no había visto antes. ⸻Solo digo que no tienes que cargar con todo el peso tú sola.

Con una mirada que no sabía cómo interpretar, Daella se apartó lentamente de su agarre, su corazón aún acelerado por la conversación y todo lo que sucedía a su alrededor, levantó la barbilla y su expresión cambió, dejando entrever una mezcla de incredulidad y resentimiento. 

⸻¿Y ahora te preocupas, hermano?⸻ dijo con una frialdad afilada, sus ojos clavados en él. Su voz era suave, pero cada palabra cargaba un peso que no podía ignorarse. ⸻¿Qué pasó con la distancia que tan cuidadosamente construiste entre nosotros? ¿Con esa indiferencia que se te da tan bien? 

Hizo una pausa, su mirada recorriendo el rostro de Aemond, buscando alguna grieta en esa fachada siempre impenetrable, no sabía que aquello que siempre quiso decirle, finalmente pudo hacerlo.

⸻Si esperabas que creyera que de repente te importa lo que siento, llegas demasiado tarde. Las palabras vacías no deshacen los años de silencio. 

La tensión en el pasillo se volvió casi tangible, pero Aemond no se inmutó. Su expresión se endureció aún más, y cualquier destello de vulnerabilidad desapareció de sus ojos, reemplazado por el frío calculador que siempre había llevado como un escudo.

⸻No confundas preocupación con responsabilidad.⸻ Su tono era bajo, cortante, como el filo de una espada. ⸻Puedo ayudarte a llevar este peso, pero no esperes que me disculpe por lo que soy.

Daella lo miró, tratando de descifrarlo, pero lo único que encontró fue el mismo muro que había conocido durante años.

⸻Siempre tan dispuesto a imponer tu manera de ver el mundo,⸻ replicó ella, con una dureza que trataba de enmascarar la herida más profunda.

Aemond dio un paso hacia adelante, su presencia imponente haciendo que el espacio entre ellos se sintiera más pequeño.

⸻Siempre tan dispuesta a imponer tu fachada de la dama perfecta.

Daella lo menosprecio con su mirada, una mirada de segundos que pareció eterna hasta que decidió retirar su presencia de allí, dejándolo atrás, dejando miles de sensaciones en Aemond Targaryen.

Caminó por los pasillos del castillo con el corazón pesado, abrumada por los pensamientos que se amontonaban en su mente. Cada paso parecía más pesado que el anterior, como si las piedras de ese suelo antiguo fueran tan frías como las palabras que su madre le había dirigido esa mañana, las miradas de aprobación que a menudo sentía, la presión que nunca cesaba. Su cuerpo sentía la carga de la expectativa, del deber, algo que la ahogaba lentamente. Era como si todo se redujera a una cosa: el matrimonio. Un matrimonio que, por supuesto, nunca sería por amor. Daella ya no esperaba eso, pero tampoco estaba preparada para lo que implicaba.

El deber. Así era como su madre lo había presentado, como algo inquebrantable, esencial para mantener el equilibrio y el poder dentro de la familia. Pero, ¿qué había quedado para ella, para Daella? ¿Qué quedaba de su libertad, de sus sueños, cuando todo giraba en torno a un matrimonio que la uniera a alguien cuya afecto no podría pedir, no podría esperar?

Pensó en los rostros que había visto esa mañana:El consejo, buscando su perfección en su respuesta, Aemond, distante, su mirada fría, imperturbable; Alicent, que siempre estaba preocupada por lo que representaba para los demás, por la imagen, por lo que la familia debía aparentar para mantenerse firme ante el resto de los reinos. Daella sentía el peso de todo ello. Sentía la distancia que se había ido creando entre ella y sus hermanos, incluso con Aemond. Todo había cambiado. De niños, haberse unido con sus hermanos había sido un refugio; ahora, era como si todos estuvieran atrapados en su propio mundo, un mundo donde solo lo que debía hacerse tenía sentido. El amor, la cercanía, lo que ella había imaginado en su mente cuando era pequeña, parecía un concepto lejano, ajeno a ella.

Y así, después de su conversación con Aemond, tras esa mezcla de sentimientos que se habían acumulado y destilado en amargura, Daella buscó un lugar en el que pudiera pensar con claridad. Su habitación estaba fuera de lugar; no quería estar allí, donde su madre pudiera entrar en cualquier momento, en busca de hablar del tema. Los jardines eran hermosos, pero estaban demasiado vivos, demasiado llenos de miradas y presencias ajenas. En los pasillos del castillo, el riesgo de encontrarse con un familiar que la presionara con preguntas era demasiado alto. Así que sin pensarlo mucho más, sus pasos la guiaron hacia un lugar que conocía bien, un lugar al que había ido en sus años más jóvenes cuando necesitaba escapar, aunque siempre en secreto: el pasillo de las estatuas.

Era un pasillo oscuro, subterráneo, iluminado solo por unas antorchas dispersas que arrojaban luces y sombras inquietantes sobre las figuras de reyes y guerreros pasados. Daella se sentó frente a una de las estatuas, una figura en piedra que representaba a un ancestro Targaryen que ni ella ni nadie en la corte conocían ya. Observó los detalles en el rostro de la figura, los ojos vacíos que, de alguna manera, le parecían tan familiares. ¿Cómo era posible que todo lo que estaba pasando ahora fuera lo único que importara? No le interesaba el reino, no le interesaba el poder. Lo que le dolía era la incomodidad de estar atrapada en un papel que no había elegido, que nadie le había preguntado si quería.

Los pensamientos la invadían, y la fricción entre lo que debía ser y lo que sentía en su interior se volvía insoportable. ¿Era esto lo que todos esperaban de ella? ¿Lo que ella misma debía esperar de sí misma? Daella suspiró profundamente, sin tener respuestas. No podía quejarse, no de verdad. Nunca había conocido el amor, ni siquiera lo había visto de cerca. ¿Por qué esperaba algo que no sabía si existía? Sus padres nunca lo habían tenido, ni sus hermanos. Así que, ¿cómo podía ella esperar algo distinto? La vida de su familia siempre había sido una mezcla de deber y política, y ella no era diferente, solo un peón más en un tablero que se movía sin tener en cuenta lo que pensaba o sentía una simple joven.

Se pasó una mano por el rostro, restregándose los ojos, buscando aclarar su mente. Pero lo único que veía era la imagen de un futuro que se le venía encima: un futuro donde se vería atada a alguien con quien tendría que compartir su vida sin tener la oportunidad de decidir nada. La mera idea de casarse con alguien por pura conveniencia, sin la posibilidad de amor, la abrumaba. Aunque no tenía pruebas de que el amor existiera, en su corazón había un pequeño rincón que lo deseaba, que lo anhelaba como algo que tal vez solo existiera en los cuentos que le contaban de niña.

Con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, Daella se levantó de su asiento frente a la estatua, caminando con pasos vacilantes, buscando el consuelo que nunca llegaba. Fue entonces cuando escuchó los pasos. Al principio pensó que tal vez solo era su mente, pero el sonido se hizo más claro y se detuvo cuando vio una figura aparecer en la penumbra.

Jacaerys.

Lo vio antes de que él pudiera hablar. Sus ojos se encontraron, y por un momento, todo se detuvo. Jacaerys estaba allí, tan solemne como siempre, con esa mirada distante que no la dejaba acercarse a él. Su postura, erguida, sus brazos cruzados, su expresión tan cerrada que parecía una muralla impenetrable.

Daella no pudo evitar una ligera sonrisa irónica, aunque no era la sonrisa que esperaba, ni la que había pensado en su cabeza. Era una sonrisa amarga, que solo reflejaba lo que sentía por dentro: frustración, cansancio y una sensación de que todo en su vida ahora giraba en torno a cosas que no podía controlar.

Jacaerys la observó por un momento con esa frialdad que solía mantener, pero también había algo más. Quizás confusión, o curiosidad, pero no suficiente como para romper su fachada.

⸻¿No crees que una princesa debería estar en lugares más adecuados? ⸻su tono era cortante, pero la duda en sus palabras sugería que no se refería únicamente al lugar, sino a lo que ella representaba, a la posición que ocupaba, a como en la mañana, lo desafio con su postura. El desafío estaba presente, aunque de una manera que él creía disimulada.

Daella no se dejó afectar, ni siquiera un poco. En su mente, las palabras de Jacaerys resonaban como un eco vacío. ¿Qué sabía él de lo que significaba ser una princesa? ¿De las expectativas que se le imponían? Había cosas mucho más pesadas que el simple hecho de ser hija de Alicent Hightower y Viserys Targaryen, cosas que él nunca podría comprender.

⸻¿Qué sabes tú sobre lo que puede hacer o no una princesa? ⸻su voz, aunque cargada de desafío, llevaba la carga de algo más profundo, algo que había estado acumulando desde hacía días, desde las discusiones sobre el matrimonio, sobre la política, sobre la vida que nadie le había pedido que viviera.

Jacaerys no dijo nada de inmediato, sus ojos se fijaron en ella, como si intentara descifrar algo que no podía entender. Su mente, atrapada en sus propios conflictos y lealtades, no le permitió ver las fisuras en la fachada de Daella. Pero algo en el aire entre ellos cambió. Una tensión casi palpable, como si el peso de las palabras no dichas se estuviera acumulando lentamente.

⸻Sé lo suficiente. ⸻dijo Jacaerys finalmente, y Daella vio que su tono se suavizaba apenas, como si al tratar de defender su postura, también reconociera la pesada verdad que compartían. —Sere casado con una, y como la princesa Daella me dijo en la mañana, debo saber como tratar.⸻añadió con una sonrisa cargada de ironía, pero también un tanto amarga.

Daella no pudo evitar que la mención de un casamiento ajeno a la lista la hiriera. El recuerdo de aquella conversación en el consejo sobre los matrimonios, sobre el futuro de Driftmark, le clavó una daga en el pecho. En un solo segundo, todo lo que había estado intentando evitar, todo lo que había estado acumulando en su interior, se desbordó.

⸻Claro.⸻respondió con la voz un tanto más áspera, sus palabras saliendo entrecortadas⸻. Una unión por compromiso, como siempre. Porque eso es lo que todos queremos, ¿no? Casarse con alguien que no conocemos, que no elegimos, solo porque es lo que se espera. Porque eso es lo que nuestros padres quieren para nosotros.

La frustración y el dolor la invadieron de nuevo, y la oscuridad del pasillo parecía tragarse cada pensamiento que no podía expresar. Su mente corría a mil por hora, sus dedos se apretaron en un puño, pero trató de mantener la calma, aunque su rostro no lograba ocultar la tormenta interna. La mención de Baela Targaryen, de esos matrimonios que definían destinos, solo la recordaba lo mucho que estaba atrapada en esa misma red, una red que no había elegido, pero que de alguna forma se había tejido alrededor de ella desde su nacimiento.

Jacaerys la miró, y por un momento, algo en él pareció vacilar. Daella nunca había mostrado tanto de sí misma, y aunque él mantenía su fachada intacta, por un segundo se preguntó si quizás había algo más detrás de esa respuesta mordaz, algo que no había esperado ver.

⸻No todos tenemos el privilegio de elegir.⸻dijo Jacaerys, más suavemente de lo que había hablado antes. Su mirada ahora se suavizaba al notar el cambio en Daella, su postura, el leve temblor de su voz.

Daella hasta de aquel dicho, lo miró de reojo, sus ojos se encontraron con los suyos, pero no vio compasión, ni entendimiento. Solo vio la misma expresión que él siempre llevaba: la de alguien que se había acostumbrado a la idea de que las cosas simplemente eran como eran. Y ella, por un instante, deseó que pudiera ser diferente. Pero no lo era.

⸻¿Y qué hacemos con eso, Principe Jacaerys? ⸻preguntó, su tono ahora más bajo, como si se hubiera rendido, como si esas palabras no fueran solo una respuesta, sino una pregunta que nunca se había atrevido a hacer antes. ⸻¿Esperamos que el tiempo lo cambie? ¿Que un destino que no elegimos se vuelva algo que deseamos?

Jacaerys no respondió de inmediato. Sabía que sus palabras habían dejado algo en el aire, algo que no podía entender, pero que sí percibía en la mirada de Daella. La verdad era que ambos se encontraban en la misma posición, aunque de maneras diferentes. Él había sido arrastrado a un matrimonio que no deseaba, al igual que ella. Pero a diferencia de Daella, Jacaerys parecía haber aceptado su destino, mientras que ella luchaba contra él.

De repente, la atmósfera entre ellos se volvió más tensa, más cargada, como si algo más estuviera a punto de romperse, algo que ninguno de los dos había esperado. Daella se sentó de nuevo frente a la estatua, sus manos reposando sobre sus rodillas, pero la quietud de su cuerpo no era sinónimo de calma. Estaba lejos de estar tranquila. Sentía la presión de todo lo que no podía cambiar, de todo lo que le era impuesto sin previo aviso.

Jacaerys dio un paso hacia ella, como si quisiera decir algo más, pero su rostro se suavizó ligeramente al notar algo en la postura de Daella. La desconexión que había entre ellos, la fría distancia que había marcado la diferencia en su relación, parecía desmoronarse poco a poco.

Por un momento, casi pareció que iba a dejar de lado esa fachada que había mantenido con ella durante tanto tiempo. Quería decir algo más, algo que podría haber aliviado, aunque fuera un poco, la presión que Daella llevaba consigo. Pero antes de que pudiera, la figura de un hombre apareció en la penumbra, interrumpiendo la tensión que había crecido entre ellos.

Daella, que aún sentía el peso de la conversación con Jacaerys, giró la cabeza hacia la penumbra, y su expresión, tan cargada de emociones momentos antes, se suavizó al reconocer al hombre que venía hacia ellos. 

⸻Princesa.⸻dijo Ser Edric, inclinando la cabeza con respeto, pero con una sonrisa amigable que solo aquellos que la conocían desde niña podían ofrecerle. Su voz era firme pero amable, y su mirada, aunque respetuosa, destilaba una calidez que contrastaba con el aire frío que Jacaerys había mantenido. 

⸻Ser Edric. ⸻respondió Daella, con un tono que dejaba entrever cierto alivio. 

Jacaerys no pudo evitar analizar la interacción. Su mirada recorrió al hombre frente a él: el cabello ligeramente desordenado, la postura relajada pero segura, sos hombros anchos y los ojos que parecían siempre atentos, casi vigilantes. Y entonces, lo reconoció. Era el mismo hombre que había visto días atrás con Daella, cuando ella salía a caballo del castillo. En ese momento había querido descartar la escena como irrelevante, pero ahora, con él aquí, la imagen regresó con más fuerza, como un golpe inesperado. 

Ser Edric dirigió una breve mirada hacia Jacaerys, reconociendo su presencia, pero no hizo ninguna reverencia. No era necesario. Como protector y cercano a Daella, había aprendido a interpretar a quienes la rodeaban, y aunque sabía quién era Jacaerys Velaryon, no le otorgó mayor atención que la que consideraba justa. 

⸻¿Desea acompañarme, princesa?⸻preguntó Ser Edric, volviendo a centrarse en Daella. Su tono era suave, pero había algo en sus palabras que parecía querer ofrecerle un escape, una salida de la tensión que parecía haberse acumulado en el aire. 

Daella asintió con una ligera inclinación de cabeza. Para ella, la llegada de Ser Edric fue como una bocanada de aire fresco. No tuvo que mirar a Jacaerys nuevamente, ni lidiar con el peso de sus palabras. Al contrario, se aferró a la familiaridad que Edric representaba. 

⸻Claro, Edric. ⸻La forma en que utilizó su nombre, sin formalidades, con una cercanía evidente, no pasó desapercibida para Jacaerys. 

Mientras Daella se giraba hacia Ser Edric, ignorando por completo la presencia de Jacaerys, este último sintió una punzada que no supo identificar del todo. No era algo que pudiera nombrar, ni siquiera algo que él reconociera como importante, pero estaba ahí, como una sombra que no podía apartar. 

⸻Es curioso encontrarla aquí, princesa ⸻continuó Ser Edric mientras daba un paso más cerca de Daella. Sus palabras eran casuales, pero había un trasfondo de preocupación en su tono⸻. Este lugar no es el más acogedor, aunque entiendo que busque tranquilidad. 

Daella esbozó una leve sonrisa, casi como si el comentario le arrancara algo de la carga que llevaba. 

⸻A veces la tranquilidad no se encuentra en los lugares más cálidos ⸻respondió, dejando que sus palabras se mezclaran con la penumbra del pasillo. 

Jacaerys se mantuvo firme, observando la interacción entre ellos con atención, aunque su rostro no traicionó ningún pensamiento. Sin embargo, su mente estaba lejos de estar tranquila. Se preguntaba por qué ese hombre parecía tan familiar con Daella, por qué ella parecía tan cómoda en su presencia, y por qué su propio malestar crecía con cada segundo que pasaba observándolos. 

⸻Parece que tiene usted bastante influencia sobre la princesa.⸻comentó Jacaerys de repente, su tono calculado pero cargado de una intención que ni él mismo comprendía del todo. 

Ser Edric se giró hacia él, sus ojos estudiando al joven Velaryon con calma, pero con una chispa de astucia que Jacaerys no pasó por alto. 

⸻La princesa y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo, mi principe.⸻respondió Ser Edric, con la tranquilidad de alguien que no tenía nada que ocultar. Su sonrisa, sin embargo, era tan leve que parecía casi un desafío oculto. 

Daella, al notar el intercambio, desvió la mirada de las estatuas hacia los dos hombres. Sus ojos brillaron con una mezcla de irritación y cansancio. 

⸻No creo que sea necesario discutir esto aquí.⸻dijo finalmente, interrumpiendo cualquier tensión que pudiera haber surgido. Su voz era firme, y aunque mantenía la compostura, había un tinte de autoridad en sus palabras que recordó a ambos hombres que ella no era solo una princesa, sino una Targaryen. 

Ser Edric inclinó ligeramente la cabeza, como si aceptara su reprimenda con gracia, mientras que Jacaerys simplemente guardó silencio, sus ojos todavía fijos en Ser Edric. 

⸻¿Le importaría escoltarme de regreso, Edric?⸻preguntó Daella, dando un paso hacia él y rompiendo cualquier conexión que pudiera haber quedado con Jacaerys. 

⸻Por supuesto, princesa.⸻respondió Ser Edric, ofreciéndole el brazo con un gesto elegante pero sin pretensiones. 

Jacaerys los observó mientras se alejaban, la figura de Daella fundiéndose con la penumbra del pasillo junto a aquel hombre. No dijo nada más, pero sus pensamientos eran un torbellino. La imagen de Daella con Ser Edric lo perseguía, y aunque intentaba convencerse de que no importaba, algo en su interior sabía que no era verdad. 

Mientras se quedaba en el pasillo, Jacaerys respiró hondo, recuperando la fachada que tanto le había costado mantener. Y aunque no lo sabía con certeza, en ese momento, una pequeña chispa de algo desconocido comenzó a arder dentro de él, algo que no podría ignorar fácilmente en el futuro. 

recuerden de votar porfavor, si me tardo en publicar capítulos, es por el hecho de que no siento mucho apoyo, entonces pongan de su parte que cuesta escribir también.🥺

con su voto ya es suficiente, lo digo por que noto que tiene muchas más vistas pero pocos votos, no sean lectores fantasmas, sino, chau daella.

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