𝟬𝟬 | 𝖇𝖊𝖌𝖎𝖓𝖓𝖎𝖓𝖌 𝔬𝔣 𝔞𝔫 𝔢𝔫𝔡
¡ knowledge ¡
. . . "Ah, los secretos de la Fortaleza Roja... Todos creen que las paredes aquí no tienen oídos, pero esas piedras han escuchado más de lo que cualquiera podría imaginar. Y si hablamos de secretos, hay uno que más de uno vio con la punta del ojo: la princesa Daella y su buen amigo, el cuidador de dragones, Ser Edric Reyne.
Ser Edric, de la noble Casa Reyne, encontró su lugar en la Fosa de los Dragones, dedicándose a esos enormes y majestuosos seres. Pero no era solo su amor por los dragones lo que lo mantenía allí; en realidad, había algo más que los rumores murmuraban entre los pasillos y cocinas de la Fortaleza. Se decía que había una conexión especial entre él y la princesa.
Daella, desde muy joven, empezó a escabullirse hacia la fosa en busca de su dragón, y fue en una de esas escapadas cuando Ser Edric la descubrió. En lugar de delatarla, el buen hombre guardó su secreto, y desde entonces, su relación con la princesa se volvió un tema de murmuraciones discretas.
Los sirvientes y bufones como yo, con el oído siempre atento a los susurros del castillo, notamos que el vínculo entre Daella y Ser Edric iba más allá de las simples charlas sobre dragones. Las miradas que compartían, los momentos en los que Daella se quedaba a solas con él bajo la sombra de los dragones, todo parecía hablar de un afecto más profundo.
Claro, solo ellos sabían realmente lo que pasaba en esos encuentros secretos. Para el resto, se convirtió en uno de esos misterios de la corte, un chisme fascinante que mezclaba admiración y especulación. ¿Acaso era solo amistad, o había algo más entre la princesa y su enigmático cuidador? Bueno, en la Fortaleza Roja, las respuestas siempre están un poco más allá de lo que el ojo puede ver, y este es uno de esos secretos que seguirá susurrando entre las paredes hasta el fin de los tiempos."
•\Relatado por el bufón de la corte real, Champiñon.
. . . DAELLA TARGARYEN SE DESPERTÓ CON EL ECO persistente de un sueño inquietante que aún envolvía su mente, como una telaraña oscura tejida por los misterios del futuro. Las sábanas de seda plateada se deslizaban suavemente sobre su piel pálida mientras se incorporaba, su corazón aún latiendo al ritmo frenético de las imágenes que habían danzado frente a sus ojos cerrados.
Con pasos ligeros pero resueltos, Daella se vistió con un vestido de terciopelo ivory adornado con hilos de plata que brillaban como estrellas en la oscuridad. Cada pliegue y cada costura eran testigos de la meticulosa artesanía de los tejedores de la Fortaleza Roja, una muestra tangible del esplendor y la tradición que rodeaban a su casa ancestral. Sus cabellos platinados caían en cascada sobre sus hombros en ondas suaves, un reflejo de su linaje Targaryen.
Los primeros rayos del sol se filtraban entre las altas torres de la Fortaleza Roja, tiñendo el cielo de tonos púrpuras y dorados mientras las sombras de la noche se retiraban lentamente.
Descendiendo por los anchos pasillos de piedra de la fortaleza, Daella sintió el peso de los siglos de historia que resonaban en cada piedra labrada y cada estandarte que ondeaba con el dragón rojo de tres cabezas. El aire fresco del mar entraba por las ventanas abiertas, mezclándose con el aroma de incienso y madera quemada que siempre impregnaba el aire en la corte real.
En silencio, atravesó los salones ornamentados, donde los tapices antiguos contaban historias de batallas y triunfos de los Targaryen a lo largo de los años. Las antorchas de fuego azul brillaban en los soportales, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de piedra y revelando rostros tallados en las vigas de roble que sostenían el techo.
El sueño persistía en su mente como una advertencia velada, un presagio que se resistía a ser ignorado. Imágenes de dragones en guerra, llamas en el cielo y figuras indistinguibles entre sombras la atormentaban, sembrando dudas y temores en su corazón.
Finalmente, Daella llegó al patio de entrenamiento, donde su hermano mayor, Aegon, extrañamente practicaba con los caballeros de la Guardia Real. Los sonidos metálicos de las espadas chocando resonaban en el aire, acompañados por los gritos de los hombres que se esforzaban por perfeccionar sus habilidades marciales. Aegon, con su cabello plateado y sus ojos tan parecidos a los de ella, demostraba su esfuerzo, bajo la vista de su otro hermano Aemond, la joven Targaryen al instante supo que su hermano mayor estaba allí por obligación.
El rostro de Daella se iluminó brevemente al ver a uno de sus hermano en acción, pero incluso en ese momento de orgullo fraternal, el sueño seguía siendo una sombra persistente en el fondo de su mente. ¿Qué significaba? ¿Era una advertencia de conflictos por venir, de traiciones entre sus propios familiares, o tal vez algo más oscuro y profundo que estaba destinado a desvelarse en el tiempo? O solo tal vez el peso de su papel expresado en sueños.
Se acercó a Aegon, pero antes de que pudiera articular sus pensamientos, una voz grave interrumpió sus reflexiones desde el extremo opuesto del campo de entrenamiento. Era Ser Harrold Westerling, el Maestro de la Guardia Real, un hombre de mirada implacable y gesto serio que se acercaba con paso firme hacia ellos. Su armadura relucía bajo el sol, reflejando los colores vivos del blasón de la casa Westerling.
⸻Príncipe Aegon, es hora de descansar. Los caballeros han cumplido con su entrenamiento por hoy.
Anunció Ser Harrold con voz ronca pero respetuosa. Aegon asintió con gracia y se acercó a Daella, dejando su espada a un lado y pasándose una mano por el cabello mientras se dirigía hacia ella. Bajo la mirada de un ojo de Aemond.
Daella encontró consuelo en la presencia de su hermano mayor, aunque el sueño seguía acechando en las sombras de su mente, susurrando hechos que aún no podía descifrar completamente. Guardando silencio por el momento, Daella decidió acompañar a Aegon de regreso hacia los salones interiores de la Fortaleza Roja, donde podrían hablar con mayor privacidad y sin interrupciones.
Mientras caminaban juntos, Daella notó la mirada atenta de Aegon sobre ella. Sabía que su hermano mayor percibía más de lo que decían las palabras. Era una cualidad compartida entre los Targaryen, una sensibilidad hacia los hilos del destino que los unía más allá de los lazos de sangre.
⸻¿Qué te perturba, hermana?⸻Preguntó Aegon con suavidad, deteniéndose bajo un arco de piedra cubierto de enredaderas que se mecían con la brisa. Daella miró hacia él, sus ojos azules buscando los de su hermano, en busca de consuelo y comprensión, aunque podría percibir algo de ironía en su pregunta.
⸻No es nada que pueda expresar fácilmente.⸻
Respondió Daella con sinceridad, sus palabras pesadas por el peso del sueño que aún la envolvía.⸻He tenido un sueño... uno que me ha dejado inquieta.
Aegon observó a Daella con una mirada despreocupada, como si las inquietudes de su hermana fueran un mero obstáculo en su día. No mostró mucho interés en sus palabras, prefiriendo en cambio recoger su espada con indiferencia y balancearla de manera despreocupada en su mano.
⸻¿Un sueño, dices?
Aegon arqueó una ceja, la luz del sol matutino reflejándose en sus ojos mientras fruncía el ceño ligeramente. Su hermana asintió, esperando su respuesta.
⸻Daella, sabes que esos sueños no son más que el reflejo de tus pensamientos confusos. No le des más importancia de la debida. Nuestro destino está en nuestras manos, no en los caprichos de la noche.
Aquellas palabras fueron el reflejo de las mismas que solía usar con su otra hermana, ahora esposa, Helaena, solía sentir aveces el fastidio acumularse en su interior cuando una de sus hermanas salían con sus temas considerados incoherentes y incluso extraños para el, sin embargo, existía la suerte de que entre Daella y Aegon, podía haber más de una conversación, teniendo otro tipo de vínculo que Aegon no tenía con su propia esposa.
Daella contuvo un suspiro, acostumbrada a la forma en que Aegon minimizaba sus inquietudes. No era la primera vez que sus visiones la perturbaban, pero esta vez sentía que había algo más, algo ominoso que se escondía detrás de las sombras de su mente. Sin embargo, decidió no discutir más con su hermano mayor. En lugar de eso, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el corazón de la fortaleza, donde la corte real ya se despertaba con los primeros rayos del sol.
Los salones interiores de la Fortaleza Roja estaban vivos con actividad. Sirvientes apresurados iban y venían, preparando todo para el día que se extendía ante ellos. El aroma de los desayunos se mezclaba con el perfume de las flores recién cortadas que adornaban las mesas de roble pulido. Daella se movió con gracia entre los cortesanos que la saludaban respetuosamente a su paso, su vestido de terciopelo ondeando suavemente con cada paso.
Finalmente, encontró la biblioteca de la fortaleza, debido a las primeras luces del alba, se encontraba vacía y tranquila, solo tal vez se encontraba alguno que otro Maester madrugador acomodando pergaminos. Tomó uno de sus libros en el que estaba en esos tiempos leyendo, y lejos del bullicio y las miradas curiosas, se sentó en un banco de madera tallada, suspirando mientras recorría en su mente los fragmentos del sueño que la habían perturbado esa mañana. Imágenes de dragones danzando en el cielo, llamas que consumían todo a su paso, y rostros desconocidos que la miraban con ojos llenos de advertencia.
Su estadía en la biblioteca solía ser constante, consideraba que era uno de los pocos lugares en el castillo en donde podía estar con ella misma en serenidad. Tal vez fue producto de su infancia en que ahora su día a día sea adentrarse en viejas páginas de historia para entretenerse, ya que, su madre se había encargado de que desde temprano, a una corta edad, tome sus clases en la Septa, no solo para aprender a tejer y a ser una dama digna de la corte, sino también, a leer y a desarrollarse para ser inteligente, considerando que le portaba aún más belleza y una apariencia atrapante para los demás.
Mientras leía en silencio, escuchó el suave tintineo de pasos acercándose. Levantó la vista para ver a Maester Waymar, el anciano sabio que había sido consejero y tutor de su familia durante décadas. Su rostro arrugado estaba iluminado por una sonrisa amable mientras se sentaba a su lado.
⸻Princesa, otra vez madrugando en la biblioteca, no me extraña.⸻ Dijo el Maestre con suavidad, sus ojos grises llenos de comprensión y paciencia, sobre todo respeto en sus palabras.
Daella dibujo una empatica sonrisa en sus labios, junto sus manos por encima del libro abierto antes de contestar.
⸻Aveces mis aposentos no son de mis zonas más reconfortantes a estas horas, Señor Maestre.
⸻¿Hay algo que no la deja descansar, por casualidad?
Daella suspiró nuevamente, sabiendo que el Maestre siempre había sido receptivo a sus preocupaciones.
⸻He tenido un sueño extraño, Mestre Waymar. Uno que siento que no debería ignorar.
El maestre asintió con solemnidad, ajustando los pliegues de su túnica mientras pensaba en las palabras de Daella.
⸻Los sueños a menudo nos muestran visiones de lo que podría ser o lo que tememos que sea. A veces, el conocimiento viene en formas misteriosas y no siempre podemos discernir su verdadero significado de inmediato, Mi Princesa.
Daella asintió, agradecida por las palabras reconfortantes del maestre. ⸻¿Cree que debería compartirlo con alguien más? ¿Con mi padre tal vez?
Waymar reflexionó durante un momento antes de responder. ⸻No es por subestimar al Rey, pero es posible que no todos comprendan la importancia de los sueños como tú lo haces, Princesa. Quizás sea prudente buscar consejo, si crees que este sueño podría tener implicaciones más profundas.
Con esas palabras en mente, Daella se levantó del banco, agradeciendo al maestre por su consejo. Decidió que hablaría con el rey más tarde esa mañana, buscando la contención de Viserys Targaryen en medio de sus propias dudas y temores, tal como solía hacerlo su padre con ella.
Mientras salía del salón lateral, se encontró con Aegon una vez más en lejanía, rodeado de los caballeros que pendían de sus labios con fascinación. Su hermano mayor relataba alguna hazaña, adornada con la exageración propia de su carácter, mientras Aemond, su otro hermano, permanecía a su lado, probablemente soportando las bromas de Aegon con resignación. Daella los observó por un instante, sus ojos claros reflejando una mezcla de exasperación y afecto fraternal antes de apartar la mirada y continuar su camino.
Aquella imagen efímero trajo consigo una oleada de recuerdos y nostalgia que se remontaban a su niñez en la Fortaleza Roja. Recordó vívidamente el día en que Aemond perdió su ojo, un incidente que marcó el destino de su hermano mayor y cambió para siempre la dinámica entre los hijos de Viserys Targaryen y Alicent Hightower.
Daella era la tercera de los hijos de la pareja real, una posición que, a menudo, la había mantenido al margen de las luchas de poder y las intrigas palaciegas. Sin embargo, no podía escapar completamente del torbellino de rivalidades y ambiciones que caracterizaba la corte de Desembarco del Rey.
Desde temprana edad, había presenciado los enfrentamientos entre Aegon y Aemond, marcados por la competencia y la búsqueda de reconocimiento. Las burlas hacia su silenciosa y tímida hermana Helaena, menor a ella solo por un año. Y el soporte propio de ser considerada más que Aegon solo por su belleza, trayendo conflictos entre ellos por aquel motivo. Aegon, el primogénito, se destacaba por su tendencia a dejarse llevar por la bebida y los excesos propios de la juventud y la posición real, algo arrogante y con una preocupación para el mismo, siendo esto lo único que Daella podía recordar de la infancia compartida. Aemond, por otro lado, era más reservado y calculador, con una determinación feroz que a menudo chocaba con la impulsividad de su hermano mayor. Daella podía tener pocas, pero reconfortantes imágenes del ahora tuerto, siendo un hermano que no se dedicaba a burlarse de sus hermanas, incluso solía haber compartido más de un momento amigable, como las de la biblioteca.
Se podía decir que Daella habrá sentido más de una vez la mirada de su hermano mayor sobre ella sin disimulo, y al no poder decisfrarlo, le llegaba a preguntarse hasta el día de hoy el por que. Con su hermana menor, era una atmósfera llena de serenidad, Daella se sentaba horas al lado suyo solo a escucharla murmurar y jugar con sus insectos. Para los demás, lo que salía de la boca de Helaena Targaryen, eran cosas incoherentes, para Daella, eran retos interesantes de descifrar, se podía decir que era con la que mejor se llevaba, a pesar de las pocas palabras, la conexión de hermandad la sentía.
La relación entre los cuatro hermanos estaba marcada por una mezcla compleja de lealtad familiar, rivalidad inherente y el peso de las expectativas que recaían sobre ellos como descendientes de la Casa Targaryen. Daella había aprendido a navegar por estos mares turbulentos con astucia y pragmatismo, encontrando en la sutileza y la observación silenciosa, siendo una cara bonita, su propia forma de influencia dentro de la corte.
El incidente que había dejado a Aemond tuerto fue un punto de inflexión. A partir de entonces, las relaciones en la familia real habían cambiado. Llevando a su media hermana, Rhaenyra, partir en la lejanía de Rocadragón, con sus hijos.
Daella reflexionó sobre cómo esos eventos habían moldeado a cada uno de sus hermanos y, en última instancia, a ella misma. Ahora, mientras caminaba por los pasillos de la fortaleza Targaryen, Daella sabía que era hora de explorar esos recuerdos, de desenterrar las verdades enterradas bajo capas de historia familiar y política. Pronto, en los recuerdos de su infancia y en los momentos que moldearon a su familia, encontraría respuestas cruciales que definirían su propio destino en el intrincado entramado de la Casa del Dragón.
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