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𝘄𝗵𝗮𝘁 𝗰𝗼𝘂𝗹𝗱 𝗵𝗮𝘃𝗲 𝗯𝗲𝗲𝗻? ───── i

𔔀 I'M A MONSTER ! 🩸 ross&tal.
by ©xelsylight. 2024.


🛼▐ golpear una piedra.
───── ( comentar & votar.



Crack. Crack. Crack.

El viento helado que soplaba con fuerza haciendo crujir las ventanas de mi habitación, más los pasos nerviosos de mi hermano resonando por los pasillos, me hicieron despertar antes de la hora.

Intenté acurrucarme un poco más bajo las mantas, intentando prolongar más el tiempo en aquel reconfortante calorcito de mi cama. Sin embargo, por las rendijas de la ventana comenzaron a colarse relucientes hilos de luz que me forzaron a abrir los ojos. No valía la pena ni siquiera intentar cubrirme la cabeza; ya no podría volver a dormir.

Estaba segura de eso, por lo que apartando las mantas gordas que cubrían mi cuerpo, salté hacia la ventana para apartar la cortina que era de un azul oscuro, algo desgastada por el paso del tiempo. La pincelada del paisaje que me recibió, me sacó una enorme sonrisa.

Nuestra casa estaba rodeada por árboles inmensos, con sus ramas normalmente cubiertas de escarcha, y con suelos resbaladizos por todas partes. Pero ahora, en todos los tejados de los alrededores, descubrí con emoción enormes capas de nieve blanca cubriendo las superficies de las casas; incluso las calles, últimamente deslizantes y que suponía un enorme peligro para todo aquel que estuviera distraído, estaban inundadas de ese manto puro e inocente.

Resultaba mágica la visión de las peleas de nieve y de los muñecos con narices de zanahoria.

Aquí en Juneau, la capital de Alaska, era normal este tipo de climas; pero en los últimos dos meses se había echado de menos las capas blancas y las tormentas de nieve. Ya me estaba acostumbrando y todo a los temporales nublosos y vientos fríos. Juneau era una de las ciudades más pobladas, con exactamente un número de 31 mil habitantes; mi familia formaba parte de esta enorme población desde tiempos inmemoriales.

Nunca había salido de aquí —nadie de mi familia, en realidad— más que para hacer visitas a algunos familiares de otras ciudades cercanas, o dar paseos con mis amigos por ahí algún fin de semana; pero nunca más allá. Tampoco me interesaba; llevaba enamorada del clima de Alaska desde, prácticamente, mi nacimiento y era incapaz de tener en mente la idea de habitar otro lugar.

Mis padres tampoco tenían deseos de mudarse; sobre todo, porque a mi padre, Marlon, le iba genial en su trabajo como guía turístico de uno de los parques más emblemáticos de la ciudad. Amaba su trabajo y yo amaba verlo feliz. En cambio mi madre, Greta, se dedicaba al comercio pesquero que era una de las profesiones más demandas por aquí; en el lo ayudaba mi hermano mayor, Sean, quien siempre había soñado con heredar la empresa de familia.

Vivíamos bastante bien gracias a eso; pero nada más allá del otro mundo.

Ya me estaba haciendo a la idea también del futuro de mi vida, aquí, en mi ciudad. Sobre todo porque mi madre quería que al acabar el instituto, desechara cualquier sueño de perseguir cualquier otra profesión, porque mi destino era trabajar con ella y mi hermano, por... bueno, el resto de mi vida. Eso me desanimaba bastante, porque sí tenía que ser sincera, odiaría tener que hacerlo.

No era por hablar mal de mi madre, pero digamos que no tenía una profunda relación con ella. Nos tolerábamos, pero casi nunca nos dirigíamos la palabra porque si no acabaría en otra de las muchas discusiones que albergábamos en una lista excesivamente larga.

Odiaba que decidiera sobre mi vida, como si yo misma no pudiera decidir sobre ella.

De todas formas, salí de mi habitación con la ropa que había dejado preparada desde anoche, y me aseguré de no tardar más de lo necesario en mi cuarto de baño propio. En la casa habían tres; uno de mis padres, otro de Sean y finalmente el mío, que compartía a veces con los invitados o mis amigos que se quedaban a dormir. Todos en el piso superior.

Ya cambiada con un suéter oscuro y que me quedaba por debajo del trasero, con pantalones de bota ancha y botas interiores hasta la altura de mis rodillas, salí del baño. Con el cabello húmedo, que me llegaba a los hombros, saqué la mochila de mi cuarto y bajé las escaleras al piso inferior.

La casa constaba de dos pisos, un garaje en la entrada y un pequeño antejardín en el que a veces, en situaciones especiales, hacíamos alguna que otra barbacoa con algunos vecinos. Pero hacía meses que estaba guardada en el garaje, quizás con motas y motas de polvo encima.

Tenía las mejillas heladas mientras revisaba los mensajes de mi móvil y la hora. Apenas eran las 7.20 am, y aún me quedaba un poco para salir al instituto, por lo que con un paso calmado, alcancé la mesa de la cocina que venía acompañada de un agradable olor a café recién hecho. Nuestra cocina era del estilo americano, para dar mucho más espacio a la sala de estar, en el que teníamos la vieja chimenea apagada y una televisión de tres pulgadas.

Aunque algo antigua, porque a mi madre se la habían regalado los compañeros de trabajo por un aniversario de su empresa. Era lo único en lo que ella se negaba a regalar o cambiar, por puro sentimentalismo. Aunque igualmente no me importaba mucho, no veía la tele muy seguido.

Era más de encerrarme en mi habitación, ignorar a mi madre, o pasar casi todo el tiempo hasta la noche en la calle. Con suerte, con alguna de mis mejores amigas.

—Buenos días, Tata —me saludó mi hermano, con ese mote cariñoso que usaba conmigo desde pequeños.

Sean era mayor que yo por cuatro años, y ahora con sus 21 años recién cumplidos, este fin de semana se iría con sus amigos de viaje por tres semanas para celebrarlo. Mi madre se lo había permitido por el simple hecho de que lo adoraba, era su hijo legitimo, y su mayor orgullo.

Yo sólo podía pensar en que las próximas tres semanas, no habría nadie que me defendiera. Siempre lo tenía de apoyo, siempre intermediaba por mí y desviaba la atención de mi madre a otra cosa. Mi padre casi nunca estaba en casa, y cuándo estaba, mi madre ocasionalmente era la mejor madre del mundo conmigo.

¿Qué iba a hacer sin él?, pensé, tomando asiento a su lado en un taburete alto.

—Buenos días, Sean —respondí, algo apagada.

Aunque, por lo menos era lunes, y aún quedaban cuatro días para amargarme antes de tiempo. Mi hermano entonces antes de levantarse de la mesa, terminó de mordisquear un pan tostado mientras revisaba algo en su teléfono, que inmediatamente dejó de revisar al escuchar mi tono de voz.

—¿Estás bien? ¿Has pasado mala noche?

Negué, mordisqueándome los labios, porque lo que menos quería era arruinar sus planes con sus amigos por mis problemas. Se había estado esforzando demasiado las últimas semanas para quitarle trabajo a Greta, y ahora no iba a ponerme de por medio.

—Sí... Sólo estaba pensando en un examen de la semana que viene. Química, ya sabes lo mal que se me da —agregué, intentando darle un poco de humor a las palabras.

Él soltó un bufido bajo mientras me servía un zumo de arándonos con tostadas de mantequilla. Siempre era demasiado atento conmigo.

—Todo saldrá bien, ¿no es por eso que estás practicando tanto con Bárbara? —Su sonrisa fue contagiosa, porque segundos más tarde se me iluminó el rostro de nuevo—. Todo esfuerzo tiene su recompensa, Tata. No te mates tanto la cabeza, ¿eh?

Yo asentí levemente, mientras daba un mordisco a una de las tostadas. Lo miré volver a mirar el móvil, con angustia.

—¿Es por mamá? —le pregunté mientras me tomaba un poco del zumo.

—Sí, ha habido un retraso en el reparto. Así que hoy estaré solucionando ese problema hasta muy tarde —respondió, sin apartar la mirada de su pantalla—. Mamá me pidió que me ocupara de las incompetencias de sus trabajadores, como trabajo extra.

—Pensé que te dejaría menos carga teniendo en cuenta que tu viaje está al caer... ¿Por qué sonríes entonces como si fuera una buena noticia? —Me alborotó el cabello húmedo, mientras respondía.

—Porque me dará paga extra, tonta. —Ah, claro. Eso lo aclaraba todo.

Intenté volver mi atención a las tostadas, antes de darme cuenta de la falta de alguien en casa.

—¿Y papá? —pregunté, mirando hacia la puerta.

Normalmente los desayunos eran los únicos momentos que podía compartir con papá y Sean, si tener a mi madre revoloteando encima de mí todo el tiempo. Ella siempre desaparecía más temprano que nadie para ir al trabajo.

—Se fue hace un buen rato. Mencionó algo de una excursión y que quería estar lo más pronto posible para tenerlo todo preparado —contestó mi hermano, encogiéndose de hombros.

Vale, hoy la rutina en casa había cambiado un poco, pero bueno, cada uno de nosotros siempre estábamos metidos en nuestras cosas y no resultaba extraño que hubieran este tipo de cambios así, de la nada. Aunque sabía que probablemente después de clases, estaría sola en casa hasta bien entrada en la noche, me dije que lo aprovecharía para adelantar más sobre el examen de Química. No siempre podía depender de Bárbara Hepburn, mi mejor amiga.

Mientras terminaba el desayuno, mi mente regresó a algo que había escuchado en el instituto la semana pasada. El instituto de Juneau era muy grande, pero eso no evitaba que cualquier novedad corriese rápido entre los pasillos.

—Dicen que vienen alumnos nuevos al instituto —solté, rompiendo el silencio.

Sean dejó de atender su teléfono, mientras se colocaba un Parka de azul oscuro, su favorito. Estaba subiendo la cremallera del abrigo, hasta que decidió arquearme una ceja. Por un momento pensé que no me había escuchado.

—¿Y eso qué tiene de interesante? —Su tono era aburrido, pero ya había colocado ambas manos sobre sus delgadas caderas.

—¡Todo! —respondí, sonriendo, retomando el buen humor al recordar la nieve que me esperaba afuera—. No es como si llegara gente nueva a cada rato. La mayoría de nosotros hemos vivido aquí toda la vida. Es raro, ¿sabes?

—¿Y sabes de dónde vienen? —preguntó, mientras negaba con la cabeza. Sus rizos castaños se movían de un lado a otro con gracia.

Pero lastimosamente, los chismorreos no llegaban completos del todo.

—No lo sé. Creo que alguien dijo que de Canadá... —me encogí de hombros, aunque por dentro no podía dejar de pensar en cómo serían.

Mi hermano volteó los ojos, guardando el móvil en un bolsillo de la chaqueta.

—Apuesto a que son como todos los demás. Querrán irse en cuanto puedan, así que no te hagas muchas esperanzas por hacer muchos amigos en tú último curso.

Estábamos a mediados de septiembre y mi hermano tenía razón en las dos cosas; pronto acabaría la secundaria con los amigos que conocía desde parvulario y acabaría, tras salir de la secundaria, con ellos rodeada de pescados por todos lados. Y en el instituto, desde que tenía memoria, se sabía que los estudiantes de intercambio o extranjeros nuevos, la gran parte no duraba mucho. No soportaban este clima.

Pero lo ignoré, porque la idea de ver caras nuevas me emocionaba demasiado. Sobre todo, que llegasen con unas semanas de retraso al nuevo curso. Al último.

Además, quería mantener la esperanza de que estos nuevos visitantes pudieran ver la belleza de Juneau. La magia que veía yo todos los días en las montañas cubiertas de nieve, en el aire tan fresco que dolía al respirar, y en los días en los que el sol apenas se asomaba por unas horas.

—Ten un buen día y vuelve a casa nada más salgas del insti —dijo Sean, casi como una orden mientras la puerta de entrada se cerraba tras su salida.

Yo volteé los ojos, volviendo a pasar de él; no dejaba de tratarme como a una niña.

Cuando terminé mi desayuno, me puse mi abrigo más grueso con plumas en la capucha y oscuro, para asegurarme de cerrar con llave. Rápidamente un fuerte viento me golpeó con fuerza en cuanto salí a la calle, haciendo que me envolviera aún más en el abrigo que llevaba encima. Las calles estaban cubiertas de nieve, y las huellas de mis botas resonaban en el porche de mi casa.

La moto de esquí de Sean no estaba, por lo que no era difícil averiguar que se había ido con ella al trabajo en vez de coger su camioneta; la cual estaba aparcada al otro lado de la calle. Los coches de mis padres no estaban, que seguramente habían apostado por irse por las carreteras bordeadas de nieve. Aún así, las carreteras estaban despejadas por los Quitanieves que daban rondas por el vecindario, una y otra vez. Como acostumbraban, antes de los dos meses de extinta nevada.

Comencé a dirigirme hacia mi coche, otra camioneta; mi familia amaba las camionetas. La mía era una Chevrolet Silverado con pintura negra del 98, con algunas líneas de desgaste por los lateras porque antes pertenecía a mi hermano. Me la había regalado un año atrás, al poder comprarse una nueva. Era todoterreno y servía para catástrofes como apariciones de nevadas de repente como estas.

Funcionaba a la maravilla y mientras entraba al calorcito, encendiendo la calefacción, puse música de la radio y cerré con un golpe seco. Saludé por la ventanilla a mis vecinos preferidos, Isaac Peck, un niño de doce años que marchaba a la escuela al lado de su hermano mayor, conocido como el bueno de Nicholas.

Ambos me saludaron, aunque claramente Nicholas con una sonrisa más reluciente que la del niño.

Íbamos juntos a varias clases, era repetidor y me superaba por un año. Tenía 18, pero con su cabello bronceado y su cuerpo trabajado, a veces me parecía mucho mayor. Éramos mejores amigos desde que podía recordar —también por ser vecinos— y gracias a que perdió un curso el año pasado, podíamos vernos más que a través de las verjas de nuestras cosas y quedar con más frecuencia con la excusa de hacer tareas de clase.

Normalmente en su casa, porque a mi madre no le solía agradar demasiado la idea de tener la casa repleta de gente. Las veces que habían venido mis amigas a mi casa, eran contadas con los dedos.

De todas maneras, me daba mucha alegría poder acabar el curso a su lado, porque siempre conseguía hacerme sentirme cómoda y tranquila casi con cualquier cosa. A veces, con sólo darme su usual sonrisa de ardilla. Me despedí de ellos con un movimiento de manos y finalmente, emprendí viaje por carretera.

Nick, como yo lo llamaba, no tenía clase a las dos primeras por lo que no era difícil imaginarse que ahora después de dejar a su hermano, regresaría a echarse otro buen sueño hasta venir. Muchas veces tenía que mandarle mil mensajes para recordarle que tenía que venir, porque a veces su sueño era bastante pesado y no podía permitirse bajar el ritmo ahora en el último curso.

La carretera estaba despejada, bastante al ser tan temprano, y pude disfrutar de un extenso camino sin la amenaza de un atasco. El instituto de Juneau no estaba muy lejos de mi barrio, pero aún así, prefería conducir a tener que verme envuelta en guerras de bolas de nieve... como justo ahora. En la entrada del instituto, un edificio enorme construido con cemento blanco, techo cubierto con nieve, redes de metal y un curioso cartel de papel que indicaba el nombre justo al frente, ya estaban múltiples de chicos y chicas jugando con la nieve. Como me encantaba esa imagen.

La gran parte sonreía, otra trataba de esconderse en sus vehículos y los que quedaban corrían a meterse al edificio de las clases. Yo fui una de las afortunadas que pudo salir de la camioneta, sin tener que limpiarme restos de material blanco de encima, porque no era el objetivo de nadie. Mis amigas me mandaron un mensaje, diciéndome que ya estaban refugiadas en la clase de Literatura y suspirando, con alivio me alegraba de no tener que sentir un frío invernal colándose por mis ropas. Porque aunque me encantaba la nieve, la idea de empaparme no me llamaba demasiado.

Pero sin duda, si Nicholas hubiera tenido que asistir ahora, no habría lugar en el mundo que me ocultase de él.

El cielo estaba apagado, grisáceo, pero cálido de alguna manera. Me hizo caminar con buen humor hacia la entrada del instituto. La mochila no me pesaba casi nada, sobre todo porque los libros que no necesitaba los dejaba en mi taquilla, y ahora mismo tenía que coger el de Literatura.

Mientras me acercaba casi a la entrada, me fijé en la distancia dos Volvos, brillantes y relucientes que parecían no encajar con la visión del aparcadero lleno de camionetas y bicicletas. Eso me hizo ladear la cabeza con curiosidad, porque sí no lo conocía, es que tenía que ser sin duda de los alumnos nuevos.

«Parecen estar bien acomodados», me dije, dejando atrás al aparcadero y escuchando cómo el portero, un hombre amable, indicaba que en nada se cerraría la puerta de entrada.

El sonido de las botas mojadas resonaba en el suelo del pasillo mientras caminaba hacia mi casillero, situado en el piso principal, mientras me veía rodeaba del aire cargado con el murmullo de los demás estudiantes que se cruzaban conmigo. Todos ellos hablaban de los lujosos coches de la entrada.

—He visto a uno de ellos, dios mío, parece un dios griego —dijo una chica, de cabellos rojos y que sabía que iba a penúltimo curso.

Su amiga tenía un rostro de enamoradiza, y mientras contestaba a su compañera, se permitió suspirar con dramatismo. Me permití voltear los ojos, dos veces.

—Nada más salga de clase voy a pedirle una cita al de cabello cobrizo. —Ambas se rieron regazándose en quizás, su imaginaria suerte.

Si esos nuevos alumnos venían de Canadá, muy posiblemente no estarían buscando ahora mismo encontrar pareja, o algo. Pasé de ellas mientras abría mi casillero, y rápidamente me metía los libros de Literatura y Química en la mochila; esas eran las dos clases que tenía antes de la hora de tiempo libre para comer, que realmente solo era de una hora.

Sin perder el tiempo e ignorando los cotilleos de los pasillos, me apresuré en entrar a clase a pesar de que aún había tiempo para que comenzaran las clases. Mis amigas me esperaban al final de la clase, y tomé asiento rápidamente al lado de Bárbara, quien era mi compañera de pupitre. En cambio, Debbie Stuart, se situaba un puesto más adelante, pero cómodamente ya estaba de espaldas cuchicheando con Barbs hasta que me vieron llegar.

—¡Talia! ¿Has escuchado los rumores? —preguntó Debbie, con sus rizos castaños desordenados y los ojos azules brillando de emoción. Era la más chismosa del grupo, pero rivalizaba con Nicholas casi todo el tiempo. Ambos parecían tener oídos por todas partes.

—Si estás hablando de los nuevos alumnos, sí —respondí, sonriendo mientras me quitaba los guantes de invierno y los metía al resguardo de mi mochila, la cual dejaba a mis pies como acostumbraba.

Bárbara, que siempre era más tranquila y observadora, me miró de reojo mientras abría su libro de Literatura por la página 24.

—¿Crees que estarán en nuestro curso, realmente? Muchos están diciendo eso. —Me guiñó un ojo, coqueta y tirando para otro lado como siempre—. Ojalá haya alguna chica guapa para ti, ¿eh?

Me sonrojé inmediatamente, golpeándole el hombro con cariño. Debbie, en cambio puso los ojos en blanco, ignorándonos como siempre.

—Claro que estarán. —aseguró, quisquillosa—. Esta mañana vi a algunos de ellos en la oficina del decano, y creedme no tienen pinta de tener menos de diecisiete.

La campana sonó antes de que pudiera responder, y las tres nos apresuramos a sentarnos correctamente, mientras los cuchicheos cesaban. El compañero de Debbie, Tobías, estaba enamorado de mi amiga y se notaba por la forma en la que miraba completamente flechado. Aunque no tenía ninguna oportunidad, puesto que Debbie lo ignoraba olimpicamente y seguía su rollo de nada de líos hasta después de la graduación.

La profesora de Literatura, mi asignatura favorita, la señora Eve Andrews entró en clase con una coleta alta rubia y un abrigo enorme de plumas. Mientras dejaba su maletín sobre la mesa y se quitaba de encima su chaqueta, todos esperábamos expectantes a que dijera sí al final tendríamos cotilleo en clase o no.

—Buenos días, clase —saludó con una sonrisa cálida, colocándose gruesas gafas sobre el puente de su nariz—. Antes de comenzar con la clase, me gustaría anunciar que hoy tenemos una pequeña sorpresa. Como algunos de ustedes ya saben por los rumores de la semana pasada, me complace decir que nuestro Instituto va a recibir a nuevos estudiantes y que se unirán a nosotros este semestre.

El aire pareció volverse más denso. Los compañeros comenzaron a preguntar sobre ellos, claramente emocionados, pero ella mantuvo la calma y pidió silencio. Cuándo todos nos callamos, con Bárbara agarrándome de la mano emocionada, dijo:

—Sin embargo, no van a compartir muchos de ellos algunas clases de vuestro curso porque son... digamos que de especialidades avanzadas. Aunque, en esta clase de Literatura, podemos alegrarnos de recibir a dos de ellos. —Miró hacia la entrada, manteniendo su sonrisa. Sentí un hormigueo por todas partes—. Por favor, pasad, chicos.

Podía sentir cómo todos los ojos se dirigían hacia la puerta, incluyendo los míos. La señora Andrews hizo nuevamente otro gesto, y los dos nuevos alumnos entraron.

No era la única que se inclinaba sobre el pupitre para verlos mejor.

Primero, se dio paso un chico alto, con hombros anchos y músculos que parecían tensarse incluso bajo su chaqueta negra. Su cabello oscuro estaba desordenado de una manera que parecía intencional, y sus ojos eran tan oscuros que casi no podía distinguir dónde terminaban sus pupilas. Caminó con confianza, y con una sonrisa torcida que sacó más de un suspiro de las chicas de clase.

Justo detrás de él, entró una chica que parecía salida de una película. De mis favoritas.

Era alta, delgada y tenía un cabello rubio que caía en ondas perfectas sobre sus hombros. Tenía unas caderas pronunciadas y aunque era más pequeña que el chico, imponía por todas partes con su rostro perfectamente marcado y de marfil. Un lunar sobre su labio me llamó la atención y si no fuese porque había acabado aquí en mi insti, si la hubiera visto en cambio por la calle, habría pensado que era alguna actriz de Hollywood y que estaba de visita para iluminar las vidas de nosotros los mundanos comunes.

Sus ojos de un tono ocre, increíblemente, eran fríos y calculadores, se pasearon por la sala y sus labios, de un tono rosado oscuro, estaban curvados en una sonrisa apenas perceptible. Ambos tenían el tipo de belleza que hacía que todos nos sintiéramos mal al tener la oportunidad de mirarlos.

—Os presento a Emmett Cullen y a su prima, Rosalie Hale —dijo la señora Andrews, mientras ambos se paraban frente a nosotros.

Hale. El apellido de la chica sonaba elegante, casi regio, e inevitablemente me mordí los labios viéndola tan estática y recta. Casi parecía una muñeca de porcelana.

Ambos tenían una piel pálida, que no cuadraba con mi total imagen de Canadá, pero que no les haría destacar tanto por aquí; claro, exceptuando su belleza extraterrenal.

—Espero que los reciban con amabilidad y los ayuden a adaptarse —continuó la señora Andrews antes de indicarles con un gesto que se sentaran en algún hueco de la atestada clase.

En total, dentro habían veintidós alumnos, con ahora dos más.

Ambos rebuscaron con la mirada y por suerte, por la tercera fila había un pupitre de dos asientos libres. Ellos tomaron ambos puestos, claramente siendo conscientes de que todos en la clase los perseguían con la mirada.

Debbie, me sacó de mis pensamientos al darse la vuelta repentinamente para decirnos: —Chicas, creo que se me permite romper mi voto de no tener pareja ahora mismo. ¿Pero los habéis visto?

Yo me reí ante sus tonterías, como siempre, pero tenía mucha razón. No parecían normales, incluso me sentía culpable de que mis ojos se desviaran hacia ellos apenas comenzando la clase. Pero, era inevitable. No sólo era el hecho de que fueran nuevos lo que llamaba mi atención, si no que además, aparentemente eran muy listos como para no tener que asistir a todas las clases.

—Creo que tendremos un año interesante, ¿no te parece, Talia? —mencionó mi mejor amiga a mi lado, mientras señalaba con sus ojos castaños hacia la chica.

Volví a sonrojarme, pasando de ellos, pero y aunque intenté evitarlo, durante el resto de la clase, apenas pude concentrarme. Mis ojos seguían volviendo una y otra vez hacia ellos, preguntándome quiénes eran y qué los había traído a un lugar tan pequeño y remoto como Juneau.

Los miré una vez más y me sorprendí al cruzar mirada con Rosalie.

Sus ojos parecieron taladrarme con fuerza, me recorrieron por todas partes y de pronto quise que no dejara de mirarme. Por alguna razón, el cosquilleo de mi estómago se negó a abandonarme mientras me atrevía a regalarle una sonrisa.

Ella apartó la mirada y supe de inmediato, que quería hablar más con ella.

🛼🩸. ELSYY AL HABLA (!)
gracias por su apoyo.

omggg finalmente traigo capitulo uno, pero omggg, ¿han visto eso? emocionada de traerles más actualizaciones pronto. amo a talia y a mi dulce rosalie.

nos vemos pronto, mis vampiros.

🛼🩸.

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