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CAPÍTULO TRES
Había pasado una semana. Pero una muy diferente. Parecía que ahora tenía una amiga. A los ojos de Victoria, seguramente lo era. Charlie no tenía experiencia en ese tipo de cosas, pero se daba cuenta de que Vic tampoco; se movía demasiado deprisa, con una incertidumbre de expectativas y una confianza que avanzaba rápidamente y que seguro algún día le haría daño. Pero era simpática. Muy simpática. Dulce como un caramelo y peculiarmente amable para alguien tan adinerado. Charlie se preguntó cuál sería su excusa para no tener amigos. Probablemente algo que ver con su padre, que era -como ella había descubierto-, un completo imbécil.
Victoria había estado visitándola en el trabajo, era la única forma que tenían de hablar de verdad. No iban al mismo colegio (Vic iba al de los chicos ricos), y enviarse correos electrónicos no funcionaba bien, sobre todo porque el viejo portátil de Charlie estaba en las últimas. Así que, cerca del final de su turno, cuando la tienda empezaba a vaciarse, se sentaban y hablaban mediante tazas de café -una demasiado dulce, otra demasiado amarga-, y cuando su turno terminaba, lo hacían bajo las farolas, evitando los lugares solitarios. A veces Charlie le enseñaba la ciudad si no estaba demasiado cansada o tenía el cuerpo magullado.
Era divertido, con Vic. Siempre tenía cosas que decir y escuchar sus extrañas ideas era entretenido. El brillo curioso de sus ojos, la forma en que su sonrisa casi le llegaba a las orejas. . . Era agradable. Estos últimos días habían sido como una bocanada de aire fresco, como llegar por fin a la superficie después de nadar sin parar entre corrientes violentas.
Era sábado 15 de septiembre. El cumpleaños de Charlie. Esta ocasión nunca había sido gran cosa; nunca había tenido dinero para hacer algo genial, ni amigos con los que salir. Se limitaba a pasarlo en casa con su madre, lo que no era necesariamente malo. Esta vez, sin embargo, las cosas fueron diferentes:
Su madre estaba fuera de la cama. Era una tarde anaranjada y su madre estaba de pie después de haber estado postrada en cama durante lo que parecía una eternidad, moviendo los pies uno tras otro, lentamente, arrastrando la bolsa de suero y con el catéter nasal puesto. Charlie sintió como si le estuvieran tirando del corazón, otra vez.
-Mamá, ¿qué haces? -preguntó, apresurándose a ayudarla.
Su madre movió la mano, y un gesto tan mínimo como aquel mostró tanta debilidad.
-Oh. . . está bien. Es. . . ¡tu día especial! -su voz se quebró al decir eso. Sonaba cansada, lo parecía. Siempre lo hacía.
Charlie se tragó el nudo que tenía en la garganta -Mamá, deja que te lleve a la cama, no deberías estar haciendo esto.
-No. . . Charlie. . . Para.
Una sensación muy aguda de miedo la golpeó en el pecho y se le acumuló en la boca del estómago. Sus manos empezaron a temblar. Odiaba el miedo, era agrio, traicionero y peligroso, y la hacía sentirse de nuevo como una niña muy pequeña. No lo era, tenía que recordarse a sí misma que no lo era.
-Mamá, esto no está bien, por favor -la agarró por la bata, tirando de ella sin ser demasiado dura, porque se sentía como una muñeca de cristal que estaba a segundos de romperse; huesos demasiado pequeños, demasiado delgados, demasiado frágiles.
Su madre sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro largo. Su caja torácica se deshinchó; Charlie podía ver su contorno a través de la tela de su bata. Estaba tan delgada. . . un tirón fuerte y podría caerse en pedazos. -Sólo voy a. . .
-. . . Ir a la cama. Te irás a la cama. No necesito que hagas esto, sólo necesito que estés bien.
-Pero. . . Tengo. . .
-Por favor, sólo escucha. . .
-¡No! ¡¿No puedo hacer algo por el cumpleaños de mi hija?! -exclamó, con los ojos muy abiertos, la respiración entrecortada y hueca. -Sólo. . . déjame hacer esto. Tengo algo para ti. . . Déjame sentirme como una buena madre. . . por una vez.
Charlie tenía los pies pegados al suelo y le costó pronunciar una palabra después de aquello. Su garganta estaba seca, le ardían los ojos. Su corazón latía tan deprisa que temía que pudiera salirse de su huesuda jaula. Hacía mucho tiempo que su madre no mostraba emociones tan fuertes. . . pero esa muestra de emoción podría haberle costado la vida. Charlie cumplió.
-Bien, sólo, sólo. . . -se pasó una mano por el pelo y cerró los ojos un segundo- no vuelvas a hacer eso, por favor.
Su madre guardaba silencio ahora, abriendo algo en la encimera. Charlie aún sentía los restos del miedo de hacía unos segundos, y éste se agudizó cuando vio la mano huesuda de su madre retorciéndose.
-¿Necesitas. . .? ¿Necesitas ayuda?
-No, cariño. . . sólo. . . ve a sentarte, ¿vale?
-. . . Vale.
Charlie hizo lo que se le pedía y se sentó en el viejo y desgastado sofá que había a pocos pasos de la estrecha cocina. Se llevó las manos a la cara. "Déjame ser una buena madre por una vez". ¿De dónde había salido eso? ¿De verdad. . . ¿De verdad pensaba que todo lo que había hecho había sido en vano? Sí, ambas estaban sumergidas en un pozo de aguas turbulentas y días oscuros, la infelicidad corroía cada superficie, pero su madre no podía hacer nada al respecto. Estaba enferma. Siempre había estado enferma. Tal vez se culpaba a sí misma por esa parte de su biología. Charlie también lo había hecho, culparla de su debilidad. Incluso se lo había dicho a la cara una vez, en un momento de rabia del que se arrepentiría más que nada: "Si sabías que eras así de débil, ¿por qué me dejaste nacer y vivir esto?". Porque los adolescentes dicen cosas crueles, y las hijas son despiadadas, y mezclar ambas cosas da como resultado una combinación abominable.
Sabía que su madre había visto algo de verdad en lo que había dicho, y sabía que la misma amarga culpa y remordimiento la habían estado devorando igual que a Charlie desde que lo dijo. Pero nada de eso quitaba el hecho de que Lilith lo había intentado. Había intentado darle a su hija una gran vida, pero condiciones desafortunadas conducían a una crianza desafortunada y de ese lugar no se podía escapar fácilmente. Pero Charlie estaba agradecida. Y amaba a su madre, incluso a través de los fantasmas de todos sus errores: incluso si le había dicho que dejara de fumar y ella no había hecho caso, incluso si le había dicho que fuera al médico innumerables veces y ella se había negado, incluso si Lilith había intentado poner fin a todo en una noche lluviosa hacía dos años.
Unos pasos suaves y lentos comenzaron a acercarse. Charlie giró la cabeza y su corazón casi se detuvo. No. . . ¿Por qué está haciendo esto? Su madre caminaba hacia ella, sosteniendo un pequeño trozo cuadrado de tarta -de los que vendían en la vieja pastelería Florent, tan baratos que resultaban sospechosos-, y una vela bicolor encima, cuya llama se movía violentamente. Su madre parecía feliz, y habría parecido radiante si los huecos de sus mejillas no fueran tan profundos, sus labios tan pálidos, su piel tan descolorida. Un cadáver andante. ¿Por qué? Charlie decidió no herir sus sentimientos y se tragó sus palabras, sus lágrimas, como había hecho muchas veces antes. Le resultaba fácil, como respirar, dejar que el aire entrara en sus pulmones, separar luego los labios y expulsarlo todo. Un torrente de falsedad.
Su madre se sentó a su lado y Charlie volvió a sentirse pequeña, una niña costrosa luchando contra el impulso de acurrucarse contra la cálida figura de su madre. Excepto que la de esta madre era fría. Pero su sonrisa no lo era, y la golpeó como los rayos de mil soles de verano. Su madre colocó la tarta en el pequeño centro de mesa y la miró expectante. Charlie parpadeó.
-¿Qué? -preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
-Tienes que pedir. . . -tosió. Intentando actuar como si no le hubiera dolido como mil puñaladas, continuó-: un deseo. Tienes que pedir un deseo.
-¿Yo? -Charlie estaba suplicando, dentro de su mente suplicaba que no la pusieran en esa situación. -Ni siquiera creo que eso funcione.
-Es. . . -su madre tosió, otra vez. Charlie temió el momento en que la tos arrastrara algo de sangre- una tradición, cariño. Pide. . . un deseo.
Charlie se sintió como si esta vez fuera ella la muñeca de porcelana, como si la mera mirada de los ojos vidriosos de su madre bastaría para quebrarla. Sabe lo que voy a desear, pensó agónicamente, sabe qué es lo único que quiero. Su madre seguía clavándole esos ojos grandes y cavernosos - quería un trozo de normalidad, cualquier pedacito que pudiera reunir para vivir la fantasía de una buena vida, pero no había normalidad para ellas, ni una pizca de funcionalidad que pudieran recoger y consumir, y ella necesitaba comprenderlo. Reflexionar. Aceptar. Superar.
Cuando Charlie miró la vela, la llama se reflejó en las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Parpadeó, pero justo después llegó otro cúmulo de lágrimas, y esta vez fueron más difíciles de contener. El olor a glaseado de limón le llegó a la nariz. Sintió unos dedos fríos en el brazo, el tacto fantasma de alguien que hacía tiempo que se había ido. Giró la cabeza y cerró los labios con fuerza. Una mirada suave en los ojos de su madre, el pesado contacto de las emociones a la luz de las velas. Cuando Charlie habló, su voz estaba cargada con el peso de cien sollozos ahogados:
-Bien -dijo. Los ojos de su madre brillaron como estrellas mientras la empujaba suavemente hacia la tarta, tosiendo, con la boca tapada con otra mano.
-Adelante, cariño -le dijo-, adelante.
Charlie podía sentir el sabor de la sal en la lengua, como tragar agua en una playa fría. Sintió, también, el deslizamiento de una lágrima solitaria por su mejilla, la que se limpió con un nudillo.
-Deseo. . . -tomó un respiro tembloroso- Deseo que te pongas mejor.
Sopló la vela. La llama se apagó y se transformó en un remolino de humo que impregnó el aire con su olor acre. No era bueno para su madre, pero parecía no importarle, así que Charlie también intentó ignorar la advertencia de muerte. El pequeño trozo de tarta parecía un simple borrón amarillo a través del muro de sus lágrimas. El silencio antes de que nadie dijera nada fue corto pero ruidoso, congestionado de sentimientos demasiado pesados para soportarlos. Un suave sonido de palmas la hizo mirar a su madre, cuyas huesudas manos eran casi inaudibles. Sus labios -delgados y en forma de corazón- estaban curvados hacia arriba en una sonrisa que parecía casi dolorosa.
-Bien hecho, corazón -la felicitó antes de toser tres veces; Charlie lo contó-. Feliz cumpleaños.
Charlie sabía que su madre lo había intentado, de verdad. Sus conocimientos en felicidad eran limitados, pero sabía que esto no lo era. Esto era simplemente deprimente. Por favor, acepta que ésta no es una vida que podamos vivir, pensó, casi desesperadamente, porque ver a su madre luchar por la imposible perspectiva de la felicidad dolía más que la falta de ella. Aun así, no lo dijo en voz alta, no podía. En lugar de eso, se inclinó hacia delante para depositar un beso en la mejilla de su madre.
-Gracias, mamá.
-Oh, de. . . -una tos rompió la frase- de. . . nad. . . -no podía hablar, sólo toser, toser, toser. Cuanto más sucedía, más violento se volvía, hasta que sus forcejeos parecían el último intento de alguien por recuperar el aliento. Su rostro enrojeció y Charlie rezó para que terminara, pero no fue así, porque la felicidad no era un camino que pudieran tomar.
Cuando su madre bajó el pañuelo que había estado sosteniendo hasta su boca, estaba mojado con gruesos pegotes de sangre. El corazón de Charlie fue una vez más víctima de sus sentimientos: sentía como si se hubiera incendiado. Esta vez no fue lo suficientemente fuerte como para detener el camino de unas pocas lágrimas que lograron escapar. No recordaba la última vez que había llorado, se sentía como una niña: más pequeña, más joven, atrapada. Miró su regazo y suspiró, derrotada. No había probado ni un bocado de la tarta. Aun así, se paró, cogió a su madre por los brazos y la levantó.
-No. . . Charlie. . . Estoy bien. . . -la tos seguía sacudiéndole el pecho, pero aun así intentó murmurar cosas mientras Charlie la llevaba a la cama- Tu tarta. . . Tienes que comerte la tarta. . .
-No te preocupes -la voz de Charlie era monótona y ronca mientras cubría con las sábanas el frágil cuerpo de su madre-, me comeré la tarta. No hables, no hagas nada, sólo descansa.
Su madre la miró con ojos más oscuros, los de alguien que se había dado cuenta de algo terrible. -No sé por qué. . . te molestas tanto. . . -se llevó una mano al vientre- De todas formas pronto estaré muerta.
Charlie se detuvo en seco. Frunció el ceño. -No digas eso -la señaló con el índice-, no digas eso nunca. Tú no lo sabes.
Su madre no contestó.
Charlie, una vez fuera de la habitación, comió de su tarta y pensó en pasarse el día durmiendo, entregada a la inconsciencia. Eso fue hasta que llegó a su habitación, con la boca sabiendo a limón, y vio su viejo portátil desamparado y abandonado en un rincón polvoriento. La cara de Victoria apareció en su mente. Antes de darse cuenta, estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas, el portátil en el regazo y los dedos sobre las teclas. Comprobó si había correos electrónicos y esperó a que se cargara la página mientras se pasaba la lengua por los labios para saborear por última vez el frescor.
Había un nuevo correo. Charlie lo abrió rápidamente.
"Holaaaaa, soy Vic (supongo que ya lo sabes :b)
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Feliz cumpleaños!!!!!!!!!!! Besitos y abrazos, muchos besitos y abrazos.
¡Estaba pensando en hacer algo divertido! Como ver una película y comer palomitas de caramelo en mi casa. O palomitas de chocolate si es lo tuyo. De todas formas, ¡estaré esperando por si acaso apareces! No te pierdas, ;b".
Más abajo había una dirección -a lo que Charlie reconoció como una calle muy adinerada- y un montón de emojis, desde divertidos hasta criminalmente locos. Sacudió la cabeza. Tal vez . . . si se daba una oportunidad. . . este podría ser el momento en que la ocasión cambiaría y la luz encontraría su camino en el túnel. Después de todo lo que había pasado con su madre, necesitaba un respiro.
Antes de irse, besó a su madre en la frente y volvió a darle las gracias, por intentarlo. Le pagó a Lonnie.
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