𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝗧𝗵𝗶𝗿𝘁𝘆-𝗧𝗵𝗿𝗲𝗲
𝑽𝒐𝒕𝒆𝒏 𝒚 𝒄𝒐𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆𝒏. 𝑷𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒆𝒗𝒊𝒕𝒆𝒎𝒐𝒔 𝒔𝒆𝒓 𝒍𝒆𝒄𝒕𝒐𝒓𝒆𝒔 𝒇𝒂𝒏𝒕𝒂𝒔𝒎𝒂𝒔
⚝──⭒─⭑─⭒──⚝
─¡James!
─¡Prongs!
─¡Potter!
─Cerdo Potter.
Cada forma de referirse a él, era interesante. Desde su nombre o apellido, hasta su apodo dado por sus mejores amigos gracias a una hazaña espectacular. (Remus decía que era estúpido e insensato, pero ya no le hacía caso).
James Potter había nacido literalmente gracias a un milagro, quizás la magia o la misma vida y el destino se apiadaron de sus padres y lo enviaron a él.
De pequeño, lo llamaron bebé milagro; genial. Para un tipo tan genial como él.
Justo cuando su familia rozaba la extinción cual animales de caza, apareció él.
Sus padres lo llamaron la luz de sus caminos.
Su tío Charlus lo llamó bebé que solo sabe llorar y pedir atención, (todo eso mientras le daba su primera escoba para bebés)
Su tía Dorea lo nombró rey entre los reyes.
Y así, creció escuchando que el mundo tenía demasiadas reglas; pero él era un solo niño, que en su mente; podía crear un mundo para sí mismo, donde fuera el máximo exponencial de poder y nadie podría detenerlo.
Un niño hambriento de atención, bañado en sonrisas, cariños y aplausos por sus más pequeños logros.
Por eso, a sus tres años, el primer regalo que su padre y tío le dieron en conjunto, fue el recuerdo de como había hecho magia accidental. Quizás para otros, a esa edad ni siquiera podría cuestionar que cosas lo rodeaba, que textura tendrían o porque su mamá hacía galletas tan ricas y solo le daba una al día.
Se merecía al menos dos.
Pero a sus tres años, ¿qué era dos?
¿Era más o menos que tener una sola galleta?
No le importaba. Su mamá le hizo galletas; y dijo claramente "Galletas para Jamie"
Eso, eso era más importante.
Porque si su tío quería galletas, él debía evitar esa tal atrocidad.
¡Eran sus galletas!
─Vamos mini Monty... ¿No quieres darle a tu tío una de tus galletitas?
Aprendiendo ya a caminar, y vestido con su suave enterizo de león, con su capucha que simulaba una melena frondosa y su colita pegada a la tela, dónde su mamá lo cerraba y cubría su pañal. El pequeño James Potter estiraba sus manitas hacía el perpetrador llamado tío favorito para que le diera su galleta.
─Es una sola, por favor.
Negando, el bebé abría y cerraba sus manitas. Exigiendo la devolución del postre ultrajado.
Pero como nada parecía funcionar.
Había que tomar medidas drásticas.
Un fuerte ruido se escuchó a su alrededor, y cuando menos se percató; la vajilla favorita de su madre, se había estrellado en su totalidad contra su tío. Pero él... Él tenía su galleta, ahora llena de baba mientras se reía de las expresiones de horror, sorpresa y desconcierto, de su madre, papá y tía. Quienes habían observado toda la escena.
Con tres años, James aprendió que si quería algo, debía conseguirlo fuera como fuera. Pedirlo, no servía de nada a menos que hubieran resultados positivos.
Cuando el tiempo pasó, y ya tenía entre seis y ocho años. Comenzó a estudiar las flores del jardín de su mamá. Lirios, Rosas, Gardenias, Tulipanes, Lavandas, Margaritas, Girasoles, Peonías, Petunias, Crisantemos. Todas ellas eran la adoración más grande de su madre.
Un jardín que gracias al amor y la dedicación, sin contar por demás la magia; había florecido con mucho brillo y extravagancia. También estaban los arboles de manzana, de naranja, lima, y duraznos, que los elfos cosechaban. Dando un delicioso y delicado aroma al lugar.
James amaba su casa, amaba el lugar donde estaba creciendo, y amaba volar por encima del gran tesoro de su madre; recogiendo con cuidado un ramillete de flores para entregárselo a la hora del té.
─¡Mami! ¡Mami! ─Corriendo hacía la mujer que tomaba el té tranquilamente, iba el infante, con un ramo de flores firmemente agarrado en sus manitas, con sus gafas algo torcidas y una sonrisa grande en su rostro, a pesar de la falta de un diente superior. ─¡Mira! ¡Son para ti!
─¿Es así, mi niño? ─La mujer, dulcemente recibió las flores entregadas por su pequeño hijo y sonrió al recibir un beso en su mejilla de parte del pequeño. ─¿Sabes que me has traído?
El pequeño asintió, frunciendo el ceño al intentar recordar los nombres de las flores que había elegido para su mamá.
─Azucenas, margaritas; manzanilla como el té que te gusta y... ¡Rosas! ¡Porque papi suele darte muchas rosas!
Para James, ver a su madre feliz, era su mayor logro. Parecía un ángel. Con aquella cabellera castaña, que a la luz del sol de la tarde, brillaba de un esplendido rojo, sus ojos; con un bonito tono verdoso se iluminaban de amor al verlo. Su madre era su flor favorita.
Porque no había flor más hermosa en el jardín que adornaba su casa, que se comparase a la belleza de su madre.
Esa misma tarde, le preguntó a su papá porque le gustaba tanto su mamá.
Lo próximo que James Potter aprendió, fue que entraría a Hogwarts. Su carta estaba en sus manos y visitaría el callejón Diagon. Tal era su emoción, que se perdió dos veces y su papá lo descuido tres por andar viendo escobas de quidditch e ingredientes para pociones.
Había declarado, para decepción de su padre. Que las pociones no eran lo suyo. Y que algún día sería un jugador de quidditch profesional.
Ganaría mucho dinero y la fortuna de la familia crecería gracias a sus logros.
Su padre le dijo que al menos tenía autoestima de visionario, pero que no lo detendría de alcanzar lo que quería. No tenía porque. Era su vida a partir de ahora; ellos ya habían cuidado de él al nacer y lo seguirían haciendo, pero por mientras, sus decisiones eran suyas y por consecuente, todo lo que vendría con ello, debía ayudarlo a crecer como ser humano.
Estando en el tren rojo, a los once años; se encontró con su primera decisión en solitario. Ya lejos de sus padres para decirle que hacer o que no; James se hizo amigo de Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew.
Discutió con un tal Severus Snape y una tal Lily Evans, era bonita pero odiosa.
James estaba aprendiendo a vivir, entre risas y juegos, pero aprendía a vivir.
A los doce, las bromas y el grupo de "merodeadores" fueron su firma esencial.
A los trece, Lily Evans comenzó a parecerle muy linda.
Catorce y quince, un ciervo, un perro negro y un ratón, acompañaban a un hombre lobo en caminatas por las profundidades del bosque prohibido, y Sirius casi asesina a Snape.
Lily Evans le aceptó una cita, ¿a costa de qué? De ser uno de sus logros, el destruir su amistad con el amante de las pociones.
─Evans, es solo una cita.
─¡Ya! Bien, saldré contigo a Hogsmeade. Solo déjame en paz.
Quizás había sido demasiado intenso contra la chica.
Sirius había huido de su casa, buscando su protección, y lo recibió con las puertas abiertas de su hogar; más tarde dejaron de hablar por aquella gran y estúpida broma que perjudico su amistad con Remus.
James seguía aprendiendo, seguía aprendiendo que ese mundo idílico que había creado su yo infantil de tres a seis años; comenzaba a ampliar sus horizontes y como supremo centro de poder; el también iba creciendo.
A inicios de sus dieciséis, comenzó una relación con Evans. Terminaron a los cuatro o seis meses de haber empezado; justo en su último año escolar.
En septiembre, James Potter conoció el dolor de una desilusión, su mundo ideal se vino abajo; por una falsa imagen de si mismo proyectado feliz con aquella pelirroja, quien con crueldad y al mismo tiempo verdad, había abogado porque él era un narcisista, arrogante y que jamás aprendería a superar el miedo de reconocer el mundo tal cual era.
Su corazón dolió, dolió rememorando la ausencia de su tío a sus seis años, dolió por el miedo de perder a su madre cuando una serpiente oculta entre sus flores la atacó y cayó en cama producto de un envenenamiento durante un tiempo hasta que su padre dio con el antídoto; dolió por el dolor y la tristeza del primer amor.
En octubre encontró paz entre un par de zafiros y cigarrillos robados a Sirius. ¿Por qué? Esas dos joyas aparecieron en su vida y lo comenzaron a guiar burlones por un camino desconocido. Un camino que poco a poco se tornaba peligroso. Comenzando por una salida muy especial.
Noviembre, sus labios probaron otros; sabían a fresa; cayó en un punto de no retorno; donde su boca se estrellaba cada cierto tiempo con hambre, contra los de otra pelirroja; pero esta le correspondía con la misma intensidad.
Diciembre, fue el detonante de todo el caos en su mundo mental. Se entregó en cuerpo y magia a una mujer; porque no podía verla como una niña. No. Rose Mary Yaxley, se mostró ante él como una mujer. Dispuesta a estar consigo, dejándose adorar y ayudándolo a seguir en la incertidumbre del miedo de que a la mañana siguiente, el arrepentimiento fuera mayor al placer.
No había amor; o quizás sí.
Eran y fueron dos seres descubriendo porque se atraían demasiado.
Era James tratando de descubrir que tenía aquella chica de ojos azules que no podía salir de su mente. Al mismo tiempo, era ella descubriendo lo que era él. Un simple muchacho de ojos claros detrás de unas gafas doradas ridículamente brillantes y un cabello revoltoso.
Un Gryffindor terco, que se infiltró a un peligroso nido de Slytherins, para robar y probar la inocencia de una rosa protegida.
Enero llegó con la sorpresa de que sería padre; y así como llegó. Esa ilusión se marchó.
Rápido, de un tajo; anunciando su llegada y salida. Como si nada, como si fuera el evento más insignificante de toda su vida.
Y febrero llegó, robando consigo los suspiros de quien después se convertiría en su amada; todos lo supieron, todos lo vieron; la vieron. Vieron a quien era su rosa por regalo del destino, caer del cielo como un ángel sin alas.
Estrellándose en el suelo con gracia, convirtiéndose en miles de pétalos rojos. A pesar de sus llamados porque no lo dejara.
Sus diecisiete llegaron, entre pesadillas y consuelos.
O así había recibido James la mañana de su cumpleaños.
En la sala de menesteres, abrazando por la cintura con mucho cuidado, la desnuda piel blanquecina de la joven a su lado, quien con los ojos cerrados, tarareaba dulcemente contra su pecho. dando suaves caricias a su rebelde cabellera.
─James. ─La suave voz de Rose Mary lo despertó de su letargo. ─Tres galeones por tus pensamientos.
Ojos mieles, contra azules se encontraron con dulzura y él solo atinó a sonreír.
─Solo pensaba, que no quiero perderte de nuevo.
Ella recostó su mejilla en su pecho, aferrándose con cuidado a él. El frío del metal de su collar resonó contra la calidez del cuerpo contrario, haciéndolo estremecer.
─Yo tampoco.
Marzo se llenaba de provecho; mientras más rápido se acercaba el momento de decidir que hacer con su mundo. Un mundo donde James ya se veía a sí mismo con Rose Mary, persiguiendo a pequeños seres, que reían y se escondían de ellos entre un gran jardín muy parecido al que su madre tanto cuidaba.
Cortito, pero bonito y humilde.
Conocemos un poco más de la vida de nuestro cornamenta; y todo lo que ha aprendido y reconocido con el paso de los años: Desde pequeño hasta el momento actual.
Un relleno antes de la trama.
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