
𝗖𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝗙𝗼𝗿𝘁𝘆-𝗧𝗵𝗿𝗲𝗲
𝑽𝒐𝒕𝒆𝒏 𝒚 𝒄𝒐𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆𝒏. 𝑷𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒆𝒗𝒊𝒕𝒆𝒎𝒐𝒔 𝒔𝒆𝒓 𝒍𝒆𝒄𝒕𝒐𝒓𝒆𝒔 𝒇𝒂𝒏𝒕𝒂𝒔𝒎𝒂𝒔
⚝──⭒─⭑─⭒──⚝
En Hogwarts y toda Inglaterra mágica, se reconocía el hecho de que la próxima generación esperaba ya tener su gran fiesta de graduación.
Muchos padres y tutores legales de familias marchaban desde sus hogares hasta el gran castillo ahora decorado de sus colores representativos, para poder celebrar el egreso de los estudiantes del séptimo año.
Los estudiantes de grados inferiores ya se habían marchado con días de anticipación y quedaba el gran monumento de cuatro grandes fundadores de alta sabiduria y conocimientos en magia; para los egresados y sus familiares.
El gran comedor, se había convertido en un espléndido salón de recepciones; con sillas acomodadas en cuatro secciones. Dos secciones de hileras largas desde su mitad, hasta sus puertas; ocupadas ya por los altos y miembros del ministerio.
Las hileras de sillas principales, cerca del escenario que normalmente acostumbraba a ser, la alta mesa de las autoridades del colegio; vacías, esperaban fielmente a que llegaran los recién graduados.
Las 4 casas eran un desorden total. Los Slytherins junto a su jefe de casa, buscaban confirmar que entre ellos, todo estaba en perfecto orden. Pulcros. Perfectos; siguiendo las altas reglas sangrepuristas a las que estaban acostumbrados.
Rose Mary terminaba de peinar su rojizo cabello; en rizos elaborados junto a un hermoso tocado de rosas de tallos verdes falsos, entrelazadas en una diadema creada en su cabello gracias a una trenza francesa. Nerviosa, arreglaba cada tres minutos el dobles de su vestido rojo. Esperando el momento para ponerse su túnica negra con el escudo de Hogwarts y poder salir con los demás.
Severus, Tiberius, Avery, Mulciber, Arabella Zabinni, Amycus y Alecto Carrow, además de su hermano. Esperaban también pacientes por la señal de salida. Siendo Severus, quién lideraba la marcha de la casa. Gracias a que era el estudiante con las mejores notas de la casa de las serpientes.
Llevaba el cabello azabache atado hacía atrás; con algunos mechones rebeldes enmarcando su frente; junto con un traje de tres piezas en gris niebla, por debajo de una interesante capa de mangas, que se unía a su cuello por un pequeño gemelo de oro, con el distintivo es escudo de la casa Prince, último recuerdo de su madre.
─¿Estás bien, Sev?─ Preguntó Rose Mary, peinando sutilmente los mechones del pelinegro, dejándolos perfectos.─ El mejor de la casa, que honor eh. Un prodigio total.
Rodando los ojos, Snape asintió. Sin responderle a su amiga, miró discretamente sus manos enfundadas e guantes de seda negra. Sus dedos temblaban; estaba tan nervioso internamente. Sabiendo que no tendría quién lo esperase al salir del colegio.
Los Hufflepuff estaban tranquilos, pero junto a la profesora Pomona Sprout, se daban palabras de aliento, tomados de las manos y derramando lágrimas. Tantos años siendo compañeros; siete años de compartir habitaciones, mesa; clases, actividades. Las anécdotas iban y venían, haciendo que los sentimientos a flor de piel se mezclaran con el dolor insistente de decir adiós al lugar que fue su hogar y a la profesora que tanto les había enseñado en sus vidas.
En conjunto, la casa de los tejones; le entregaban a su jefa un hermoso arreglo con más de cien flores diferentes; plantas mágicas que conocían y habían aprendido a cuidar con ella en sus clases. Con algunos encantamientos, los capullos de las flores, se abrían dejando ver miles de imágenes móviles donde se apreciaban los más bonitos momentos de la casa de amarillo y negro junto a su dulce jefa de casa. Causando un nuevo río de lágrimas y abrazos para todos.
Filius Flitwick organizaba por última vez a sus pequeños cuervos; mismos que para calmar sus ansias de salir en ese mismo instante; intercambiaban sus libros más preciados y sentados frente a la estatua de Rowena Ravenclaw, leían en voz alta sus primeros pergaminos de reacciones para sus clases. Riendo por la forma en que habían evolucionando desde los once años hasta los diecisiete. Quemando aquellos pergaminos que —después de haber copiado y guardado en sus baúles— ahora formaban los mejores recuerdos de sus vidas. El profesor de encantamientos, junto a algunos estudiantes participantes de su conocido coro; practicaban armónicamente la marcha que presentarían para el momento de la entrega de sus diplomas de graduados. A su vez, otro grupo de cuervos usaban sus varitas para crear pequeñas luces intermitentes felicitando a la casa por sus esfuerzos durante los siete años donde se conocieron.
Hasta allí, inclusive los fantasmas de esas tres casas, paseaban conjuntos en busca de Nick casi decapitado. La dama Gris flotaba en silencio junto al Fraile Gordo, escuchando atentamente como este mencionaba lo triste que era ver a los niños crecer y marcharse; el Barón Sanguinario iba como escolta de ambos, vigilando que Pevees no hiciera de las suyas de camino al comedor. Para evitar así el bochorno de los visitantes y del personal.
Por su parte. Minerva McGonagall veía en silencio, desde una esquina superior de la sala común de Gryffindor como todo era un completo desastre. Los chicos habían revuelto y puesto patas arriba la sala común en busca de calcetines perdidos, zapatos incompletos. Corbatas incorrectas. Potter había perdido sus gafas y Longbottom las había pisado.
Los gemelos Prewett corrían alrededor junto con Black para ocultar varias bromas explosivas. Que accionaban cada que alguien gritaba que se callaran. Lupin trataba de ayudar a Pettigrew a ponerse la corbata, pero cada vez que se giraba para regañar al chico Black, ajustaba de más la corbata casi causándole una asfixia a su amigo. A su vez, comía chocolates gracias al estrés que le causaba estar rodeado de seres humanos tan revoltosos.
─¡¡Remus!! ¡¡No encuentro mis zapatos!!─ El castaño miró a su amigo ahora sin gafas. Notando que corría a ciegas con un par de calcetas de escobas voladoras en un fondo rosa brillante.─ ¿Y de paso mi túnica?
─James, ¿Qué haces aquí? Deberías estar cambiándote de ropa en tu propia torre. ─Todos se detuvieron y observaron al conocido miope, quién gracias a Frank usaba sus gafas torcidas y algo rotas.─ Tus zapatos están debajo del sofá.
James rió y se arrodilló para tomar sus zapatos. Poniendoselos al instante. ─¡Gracias Remus! , eres un sol. No te apagues.
Frank señaló a Lupin y luego al mismo Potter, curioso de la desviación total de la pregunta sobre su presencia. ─Potter, ¿Qué haces aquí? Deberías estar con McGonagall.
James carraspeó jugando con sus gafas rotas y rió de forma nerviosa. Siendo el centro de atención de al menos dieciocho muchachos que esperaban su respuesta.
Los gemelos Prewett se vieron y comenzaron a reír entre ellos.
─Parece que Potter.─Comenzó Fabián
─Nos extrañaba demasiado.─Le siguió Gideon
─Cómo para hacer que le pisarán las gafas.
─Y perder sus zapatos.
Frank comenzó a disculparse con James por lo de sus gafas, tartamudeando y tropezando varias veces mientras buscaba arreglarlas con algunos encantamientos fallidos; terminando por pintar la túnica del Potter de color rosa pálido y sus pantalones de un fuerte violeta luminiscente.
─Joder, ¡Frank! Que pésimo gusto en colores. ¿Rosa y violeta? Queda bien, pero no si el violeta brilla en la oscuridad y son mis putos pantalones.─ Todos rieron ante la queja del castaño, quién revolvió más su cabello y comenzó a arreglar su ropa. Tratando en el paso, de calmar al Longbottom que parecía a nada de vomitar. ─¡Frank respira!
Remus se acercó con los chicos del equipo de quidditch y sentaron al chico mayor; usando algunos pergaminos y capas como abanicos para darle aire.
Convaleciente, Frank Longbottom estaba más verde que su sapo mascota “Ottis”. El pobre anfibio saltó del resguardo del bolsillo de la túnica de su dueño y aterrizó cerca de su rostro, pegando una de sus patas contra su mejilla. Haciendo que Sirius y Peter se mordieran los labios para ocultar sus ganas de reírse.
Remus observó al animal y negó levemente, alejándose junto al resto para que el chico pudiera respirar tranquilamente.
─Bueno muchachos, Frank vivirá. Ottis lo está cuidando.─ Como un coro de leones cachorros; terminaron de jugar entre ellos y de arreglarse, al momento exacto en que las chicas bajaban de sus habitaciones.
Alice, la novia de Frank, corrió hacía él y sostuvo con cuidado a su mascota; mientras se aseguraba de que su novio pudiera ponerse de pie después de un rato.
Minerva sabía que sus estudiantes eran un caso serio; desordenados, orgullosos. Extraños y a veces muy raros, pero estaba orgullosa de la forma en la que se apoyaban entre ellos, incluso por la debilidad de uno de su manada.
Saliendo de su escondite, la severa profesora hizo acto de presencia, sacando más de un grito de los jóvenes muchachos que no esperaban que apareciera de la nada —Fue Sirius el que gritó, porque apareció detrás de él.— Aplaudió para llamar la atención de todos y comenzó a hablar. Un último anuncio antes de partir.
─Señores, señoritas. Estando todos aquí presentes, creo que es mi deber anunciarles que el momento ha llegado. Señor Longbottom. Viendo que ha recuperado el color, podrá unirse a la fila mientras damos nuestra última salida por el retrato.─ Las chicas se abrazaron entre ellas ante la mención de la última salida. ─Cuándo el sombrero seleccionador gritó su pertenencia a la casa de la valentía y justicia; supe desde el primer instante que no tendría ni un solo año fácil con esta gran generación. ─Los merodeadores miraron a diferentes direcciones cuando las miradas de todos se posaron en ellos.─ Si, de ustedes cuatro hablo.
James tosió.
Peter se sonrojó.
Remus comenzó a señalarlos de forma indiscreta, indicando que no tenía culpa de nada.
Sirius ofendido, dió un paso al frente y peinó su cabello.
─¡Pero Minnie! Si recuerdo bien que cuando nos sentamos en la mesa el primer día, estabas tan emocionada de tenernos en está casa.─ James y Peter asistieron.
McGonagall rodó los ojos y se pasó la mano por la frente. ─No sabe cuánto quise quemar ese sombrero por haberse equivocado con ustedes. Solo me dan dolores de cabeza.
Los cuatro abrieron la boca indignados y comenzaron a replicar. Callando cuando la profesora los observó de forma mordaz.
─Cómo iba diciendo, solo me dieron dolores de cabeza. Tareas atrasadas, exámenes tan desastrosos; problemas por todos lados, puntos restados. ¡Partidos de quidditch perdidos! ─Si, mientras las otras casas recordaban sus mejores momentos juntos. McGonagall les sacaba en cara todos sus desastres.─ ¡Escapadas nocturnas! ¡Castigos por desobediencia! ¡Todos ustedes hicieron de mi vida un tornado de emociones!
Todos los Gryffindors estaban abochornados; poco convivían con su jefa de casa. Era cierto, y ella sabía dónde dar con fuerza para que se sintieran como niños en busca del consuelo de sus madres. Casi como el primer día en el tren y terminando bajo sus reglas.
Minerva en silencio notó cada una de las expresiones de sus estudiantes. Gusrdandose el regocijo de haberles bajado el buen humor para que pudieran autoevaluarse por última vez. Sabiendo que sus pequeños leones ya estaban creciendo, y como toda mamá leona. Orgullosa estaba dispuesta a dejarlos ir.
─A su vez, han aprendido tanto. A ser creativos, astutos, a pensar. El compañerismo, la responsabilidad. Aprendieron que las lecciones en clase no son simples teoría y las pusieron en práctica día a día.─ Cada uno fue levantando el rostro con una sonrisa, y lágrimas en sus ojos. Mirando a su profesora, quién sonreía de tal forma maternal, haciéndolos sentir sus corazones temblar.─ Unos mejores que otro. Pero son mis leones, aprendieron a cuidarse entre ustedes. Han madurado, los he visto crecer desde que eran pequeños niños de once años, que apenas eran la mitad de su tamaño; con uniformes tan grandes que curiosamente miraban todo a sus alrededores. Porque yo no tuve cachorros de leones aquel año. No, yo tenía pequeñas lechuzas y pequeños búhos moviendo sus cabecitas a diestra y siniestra para descubrir cada espacio que Hogwarts les regalaba. Y estoy orgullosa de quienes son ahora.
Nadie habló, no después de que su profesora se secara las lágrimas traicioneras frente a ellos. Todos lagrimeaban, otros sollozaba casi en voz alta y unos últimos desviaban la mirada a suelo para que no los vieran afectados por sus palabras.
Cuándo la campana de la torre del reloj sonó por toda la extensión de Hogwarts, los cuatro jefes de casa, junto a sus prefectos de séptimo año, y en el caso de Filius, Minerva y Horace. Sus estudiantes estrellas —Premios anuales y Severus como mención honorífica — Lideraron una marcha de los cuatro colores representativos del castillo. Encontrándose las cuatro casas a puertas del gran comedor. Dónde desfilarian como el primer día.
─¡James Potter!─ Siendo llamado al estrado, el chico caminó con una sonrisa en su rostro. Tomando el diploma que Dumbledore le entregaba con una sonrisa y una leve palmada en su espalda.─ Felicidades por tu esfuerzo, muchacho.
─Muchísimas gracias director.─ Caminó hacía los demás profesores y su jefa de casa, estrechando sus manos y recibiendo varios abrazos y felicitaciones mientras regresaba a su puesto. Mirando de reojo a su padre que orgullosamente estaba de pie para aplaudirle.
Sirius ya había pasado por su diploma, al igual que Remus y Peter. Estaban sentados sonriéndole y guardando un puesto para él. Una vez estuvo cerca de ellos, los abrazó entre risas antes de volver su vista al resto de estudiantes que iban pasando.
Su padre estaba sentado dos filas más atrás junto a la madre de Peter y el padre de Remus; quienes en representación de sus hijos habían estado animandolos cuando los llamaron.
Fleamont Potter, sin perder tiempo. Había apoyado a Sirius en su momento de pasar, siendo el primero de toda la generación. Pero el ojigris había arrancado a llorar cuando notó detrás del Lord Potter, a su tío Alphard. Quién orgulloso le aplaudía. James lo había notado y sabía que su padre se había puesto en contacto con el hombre, siendo el tío favorito de Sirius por ser el único que lo apoyaba incluso después de su escape.
Que estuviera en su graduación y llevando a Regulus discretamente consigo, había destrozado las barreras del Black, posiblemente provocando la ira de su madre una vez volviera a casa; pero estaban con Sirius. James se sentía feliz por su mejor amigo, quién se veía incluso más radiante aquella mañana.
─¡Severus Snape!─ Fijó su vista en el azabache que iba subiendo al estrado, notando como Rose Mary le aplaudía fuertemente al igual que el resto de la casa de las serpientes.
Emely Vance. Y Gregory Valett. Fueron los próximos en subir. Una Ravenclaw y un tejón.
─¡Anthony Yaxley!─ James escuchó de Sirius un “Bastardo”, estando completamente de acuerdo con él.
Era obvio que el padre de los mellizos Yaxley no estaba presente; pero el chico hizo caso omiso a las miradas del público y simplemente volvió a su puesto.
─¡Rose Mary Yaxley!─ La pelirroja, con ayuda de su amigo de ojos negros, se puso de pie; saliendo de la multitud de estudiantes y sillas, mientras caminaba a la tarima.
Dumbledore la esperaba felizmente;con su diploma en mano y una sonrisa suave en su rostro.
─Muchas felicidades pequeña señorita. Fue un honor tenerla un año como nuestra estudiante, y una pena no haber podido enseñarle desde mucho antes.─ Rose sonrió. Agradeciendo en silencio las palabras del director, antes de caminar hacía los profesores y agradecerles por haber cuidado de ella en ese año tan caótico.
─Muchas gracias, por abrirme las puertas de tan excepcional castillo.─ Mencionó la pelirroja en voz alta. Siendo precedida por unos fuertes aplausos de las casas de verde y rojos colores.
James silbó desde su puesto; Peter agitaba sus manos con alegría y Remus aplaudía cortésmente junto a Sirius.
Una vez pasaron todos los estudiantes graduados. El director le concedió el paso a Severus para hacerle entrega de un premio como mejor estudiante en los siete años consecutivos, liderando las listas de notas. Entregado por su jefe de casa quién lo abrazó efusivamente. Sacándole una mueca al pelinegro.
James junto a su compañera de Ravenclaw. Fueron llamados para que les fueran otorgadas sus medallas como premios anuales. Por su labor hacía el colegio. Minerva a James y Filius a la señorita Edgecome.
─Felicidades Señor Potter. Nunca creí que llegaría hasta aquí.─ Mencionó McGonagall. Sacándole una risa burlona al joven.
─¿Te sorprendí no? Quién lo diría. Minnie tanto que te quejabas y mírame, me das una medalla por siete años de ser la luz de tus ojos.
McGonagall sonrió después de rodar los ojos; cruzándose de brazos.─ No me haga quitarle la medalla, señor Potter.
James negó apresurado, cubriendo su nueva adquisición con sus manos.
─Lo que se da no se quita. ¡Gracias Minnie! Permiso. ─Corrió hacía su lugar entre risas. Siendo vitoreado por sus amigos.
Dumbledore volvió a tomar la palabras aplaudiendo ligeramente para llamar la atención de los presentes. Con su varita; las decoraciones brillaron y ondearon haciendo resaltar los banderines representativos de cada casa.
─Este año, despedimos a una generación que ha hecho grandes cosas dentro de las paredes de este castillo.─ Todos se pusieron de pie. Escuchando atentos al mago barbudo.─ Parece que fue ayer, que Hagrid vigilaba el recorrido de aquellos primeros años, dónde el señor Longbottom casi se nos cae al lago negro.
Frank, levantó la mano avergonzado, mirando a su madre quien negaba con una pequeña sonrisa mientras cargaba a Ottis.
─A su vez, los hemos visto crecer. Conocerse entre sí; encontrar aficiones. Pasatiempos, como las pociones; aunque no creo que sea muy sano estar mucho tiempo metido entre libros. Pero no tengo derecho a juzgar de nadie.─ Muchos asintieron a sus palabras.─ Hemos reído, hemos llorado; Madame Pomfrey me pidió por favor, decirles que ya no son niños. La próxima herida que se hagan terminarán en San Mungos y no tendrán la misma compasión que ella.
Muchos estudiantes que pasaban más tiempo en la enfermería que con sus amigos, hicieron una mueca. James sobre todo.
─Por otra parte. Cada año, cuando Hogwarts despide a sus estudiantes, la nostalgia se siente en los últimos días de clases. En la última salida del tren desde Hogsmeade hasta King Cross. Mis queridos muchachos, jovencitas. Ha sido un honor para nosotros haberlos recibido aquí en Hogwarts. Será un gran honor ver en lo que se van a convertir al salir de estos muros que los han visto crecer. Muchas felicidades. ¡Y así despedimos este año en el castillo! ¡Vayan y demuestren de lo que son capaces!
Todos los presentes vitorearon alegres. Elevándose sus varitas para lanzar pequeñas explosiones brillantes. El escudo de Hogwarts se alzó por lo alto mientras todos se despedían del gran comedor. Saliendo a encontrarse con sus familiares.
Listos para marchar a sus vidas
James le hizo una rápida seña a su papá y corrió hacía Rose; quién caminaba junto a Snape para encontrarse con sus demás compañeros. La pelirroja al notarlo acercarse, le sonrió y extendió sus brazos hacía él. Recibiéndolo en un fuerte abrazo.
El de lentes aspiró el dulce aroma a vainilla y canela que tanto le gustaba de su novia; escuchando como ella reía ante su comportamiento.
─Cerdo. Felicidades. ─Escucharon ambos decir a Snape. Quién le extendió la mano con un rostro altivo.
James lo observó y correspondió a su saludo. Sonriendo ligeramente.─ Felicidades Quejicus. Por fin saldremos de estos muros.
─Allá afuera no habrá favoritismo con relación a Gryffindor y Slytherin. Sabrás, cerdo. Quizás tengas estatus. Pero más gana el que se esfuerza que el que tiene todo sin saber que hacer.─ Rose le sonrió ligeramente a su amigo y a su novio, viendo cómo se soltaban y Severus se retiraba tranquilamente.
James le dió una última mirada al Slytherin y suspiró. El azabache tenía razón en lo que decía.
─Rose...Quiero que vengas conmigo.─ Ella lo observó curiosa y confundida.
─¿Qué?
─Ven conmigo, a mi casa. Quiero que te nudes conmigo; o de hacerlo más formal.─ Llevó su mano al bolsillo de su pantalón y sacó un anillo plateado; con un rubí tallado como una rosa justo en el centro.─ Quiero que algún día aceptes ser mi esposa.
Los ojos azules de Rose Mary se llenaron de lágrimas, antes de lanzarse a los brazos de su novio y estampar sus labios en un beso. James la abrazó por la cintura y la estrechó contra su cuerpo. Antes de ver cómo asentía y colocaba el anillo en su dedo.
James le prometía a Rose Mary Yaxley, convertirla en su esposa. Y ella aceptaba esperar junto a él, el momento perfecto para serlo.
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