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𝗣ʀᴏ́ʟᴏɢᴏ ||

El edificio se encuentra en calma, casi al final de la tarde, empezando en cualquier segundo el inicio del atardecer.

Un muy buen momento para acortar su vida en incendios controlados, tal como dictaba su rutina

La puerta corrediza al ventanal se abre, dando paso al dueño de hebras de fuego. En sus manos un pequeño cigarrillo hace gala, acompañado de una fosforera discreta.

Kyojuro camina hasta casi el final del piso, sin llegar totalmente. Se toma su tiempo con ambos objetos, finalmente encendiendo la llama en el porro, sin prisas.

Posa al asesino silencioso sobre sus labios, dándole una fuerte calada casi al instante.

Su campo de misión se nubla en segundos aunque aún no hubiera dejado salir la niebla de su boca.

Siente como sus ojos pican, le molesta y le gusta a la vez, ambas sensaciones mezcladas que es diffcil decidirse por alguna.

Y eso le agrada, prefiere estar más ido que cuerdo.

Deja escapar una nube de humo dañino, matando a momentos su habitual sonrisa.

Se apoya en la barandilla, viendo como el ruido metálico de las rejas contra el suelo se hace cada vez más intenso, amenazando por romperse en cualquier minuto.

Ríe ante su pensamiento, preguntándose cuántos días duraría en pie esa celda de baja altura.

Espera que bastantes, su economía tal vez no era la mejor para derrochar en tonterías.

El aire tímido golpea contra su pecho desnudo, bailando junto a su camisa entreabierta y a los mechones rebeldes de su cabello.

Deja pasar los minutos, tal vez hasta horas en el mismo lugar, matando sus pulmones poco a poco hasta parar su respiración.

Algún tipo de suicidio, asesinato a paso lento pero seguro.

Piensa fervientemente que será una tarde normal, él y las nubes del cigarro como únicos testigos de la ida del Sol.

Pero claro, sus vecinos izquierdos siempre tenían sorpresas.

La puerta del departamento de al lado suena, una llave abriéndola. La escucha a la perfección, igual que la ignora a medias, porque aún no se le hace suficientemente interesante.

Sin embargo, sigue mirando de reojo, más por aburrimiento que otra cosa.

Finalmente la puerta es abierta, dejando salir a quien sea que estuviera detrás de ella.

Una cabellera negra con morados toma presencia, llevándose completamente su atención en menos de segundos.

Esa pequeña mujer que no reconoce se pasea por la azotea contraria, casi como analizando el ambiente.

Suelta su cabello mediano, recogido en un broche violeta, dejándolo en la barandilla delante suya.

Acomoda mejor la chaqueta que esconde su cuerpo, una bastante grande para su tamaño, con patrones coloridos de mariposas deslumbrando por la tela.

Se apoya en la reja baja, algo parecido a la posición del rubio aún no notado. Relajada se queda mirando el paisaje, con una sonrisa algo monótona a su entender.

La reciente ráfaga de viento por su balcón danza junto a su cabello, golpeando una y otra vez su rostro.

Al baile improvisado se unen las telas en la tendedera, ropas llamativas ondeando por el aire.

Y realmente, él piensa que la vista que está obteniendo se quedaría atascada por mucho tiempo en su mente.

Repentinamente, el veneno de sus ojos choca contra las llamas de los suyos, abriendo una guerra por quien apartara primero la mirada.

Él pierde, desviando sus pupilas por
segundos al cigarro que descansa sobre
sus dedos.

Vuelve a verla, ligeramente girada hacia su dirección, analizándolo de pies a cabeza, de cabeza a pies.

Sonríe, un gesto mucho más ameno que el anterior sobre sus labios.

La desconocida le guiña un ojo, y realmente siente como sus mejillas se tornan rojas. La saluda ligeramente con la mano, aún embobado, ella hace lo mismo.

El contacto visual entre los dos extraños no se vuelve incómodo, más bien, a ninguno parece molestarle, como si sus ojos se conocieran desde antes.

La partida del Sol los sorprende a ambos bañándolos bajo su luz anaranjada.

Las nubes se disipan en el cielo, algodones de azúcar desapareciendo de aquel Mar Pacífico en las alturas.

El paisaje que los rodea es hermoso, aunque ellos no atendieran nada más que al contrario.

Pasan los minutos y ella se voltea, finalmente rompiendo la distracción en ambos.

Como una hoja en otoño se va cautelosa, movimentos etéreos reflejados en su terraza.

Así termina el esporádico encuentro, dejando su corazón latiendo a mil por hora, sosteniendo con dificultad el cigarro a medias.

Y una sonrisa boba se planta en su rostro, porque realmente espera volver a ver a quien ni siquiera conoce.

__Lo admito, me gusta escribir a personajes fumando para joderles la vida 🗣🙌

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