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4. Problemas de pareja

Castle estaba en su mejor momento. Las tramas atrapantes, el desarrollo de los personajes y la química inigualable entre los protagonistas lo habían convertido en uno de los programas más vistos y comentados de la televisión. Sin embargo, lo que nadie sabía era que esa química no solo era actuación. Nathan Fillion y Stana Katić llevaban saliendo en secreto desde hacía casi cuatro años.

En el set, su relación era evidente para el equipo. Sus miradas furtivas, los gestos cariñosos cuando creían que nadie estaba mirando, y la forma en que sus discusiones se resolvían con una sonrisa cómplice eran un secreto a voces. Pero fuera de los estudios, su relación era un misterio bien guardado.

—¿Viste eso? —murmuró un técnico de sonido mientras ajustaba su equipo.

—¿Qué cosa? —preguntó su compañero, intentando seguir la mirada del primero.

—Nathan le acaba de dar un café a Stana. Pero no uno cualquiera, es su favorito, el que siempre pide en ese lugar que le gusta.

—Tal vez solo son amigos... —dijo el segundo, aunque su tono sugería que no lo creía ni por un segundo.

Mientras tanto, en la sala de descanso, Nathan y Stana compartían un momento breve pero significativo.

—¿Cómo sabes que necesitaba café? —preguntó Stana, sonriendo mientras tomaba el vaso que Nathan le extendía.

—Porque te conozco. —Nathan se inclinó hacia ella y bajó la voz—. Además, tenías esa mirada de "si no tengo cafeína ahora, alguien va a sufrir".

Ella rió suavemente, su risa llenando el pequeño espacio como una melodía familiar.

—Bueno, entonces gracias por salvar al equipo de mi furia matutina.

—Siempre a tu servicio, milady.

El equipo estaba acostumbrado a sus bromas y a su cercanía, pero nadie se atrevía a hacer preguntas directas. A fin de cuentas, lo que pasaba entre ellos no afectaba su trabajo, y la serie seguía siendo un éxito rotundo.

Sin embargo, fuera del set, la situación era completamente diferente. Nathan y Stana tenían que ser extremadamente cuidadosos para evitar a los paparazzis. Sus citas eran discretas, a menudo en lugares alejados o incluso en casa de alguno de los dos.

—Es frustrante, ¿sabes? —dijo Stana una noche mientras cenaban en el apartamento de Nathan—. Tener que ocultarnos como si estuviéramos haciendo algo malo.

Nathan suspiró, dejando su tenedor sobre el plato.

—Lo sé, y créeme que también me gustaría que fuera diferente. Pero en cuanto esto salga a la luz, nuestra vida privada va a desaparecer. Los medios no nos van a dejar en paz.

Stana asintió, aunque no parecía convencida.

—A veces pienso que no debería importarnos tanto lo que digan.

Nathan extendió su mano para tomar la de ella, sus dedos entrelazándose con los de Stana.

—¿Y si te prometo que, cuando termine Castle, hacemos público lo nuestro? Sin esconder nada.

Ella lo miró fijamente, tratando de descifrar si realmente lo decía en serio.

—¿De verdad lo harías?

—Por ti, sí.

La promesa de Nathan pareció calmarla, al menos por el momento. Sabían que no podían tenerlo todo, pero se conformaban con los pequeños momentos de tranquilidad que compartían lejos de las cámaras.

En el set, las cosas seguían como siempre. Sus compañeros los apoyaban discretamente, a veces cubriéndolos cuando sospechaban que algún fotógrafo merodeaba por los alrededores. Molly Quinn, quien interpretaba a la hija de Nathan en la serie, era una de las pocas personas en quienes confiaban plenamente.

—¿Cuánto tiempo creen que podrán mantenerlo en secreto? —preguntó Molly una tarde mientras se preparaban para una escena.

Stana la miró, arqueando una ceja.

—¿De qué estás hablando?

—Por favor, no soy ciega. Ustedes dos tienen una conexión que no se puede fingir.

Nathan se rió, tratando de desviar la atención.

—Bueno, señorita Sherlock Holmes, tal vez deberías enfocarte más en tus líneas que en jugar a detective.

Molly sonrió, pero no insistió. Sabía que, cuando llegara el momento, ellos compartirían su verdad con el mundo.

A pesar de las dificultades, Nathan y Stana estaban felices. Habían encontrado un equilibrio entre su vida personal y profesional, y aunque deseaban que las cosas fueran diferentes, estaban agradecidos por lo que tenían.

Pero la estabilidad que habían construido empezaría a tambalearse pronto, cuando la presión de la fama y las diferencias personales amenazaran con separarlos.

Castle seguía ganando reconocimiento, y con ello, las responsabilidades de sus protagonistas aumentaban exponencialmente. Nathan Fillion, con su carisma natural y su facilidad para conectar con los fans, se había convertido en la cara pública de la serie. Los medios lo buscaban constantemente, los reporteros lo acechaban, y su calendario estaba repleto de entrevistas, eventos y reuniones con productores.

A diferencia de Nathan, Stana mantenía un perfil más bajo. Aunque también era muy querida por los fans, ella prefería dedicar su tiempo libre a proyectos artísticos más íntimos o simplemente desconectarse del bullicio mediático. Nathan admiraba esa parte de ella, pero a veces sentía que su estilo de vida tranquilo chocaba con la presión que él experimentaba.

Una tarde, mientras grababan una intensa escena juntos, Stana notó algo diferente en él. Su actuación era impecable, pero su actitud fuera de cámara era distante, casi fría.

—¿Nathan? —lo llamó durante un descanso—. ¿Estás bien?

—Sí, claro —respondió él sin mirarla, revisando su teléfono como si buscara una excusa para evitar la conversación.

Stana frunció el ceño. Sabía que algo no estaba bien, pero decidió no presionarlo. Al menos no todavía.

La situación se volvió más evidente días después, cuando ambos asistieron a un evento promocional para la serie. Los flashes de las cámaras eran abrumadores, y los reporteros no dejaban de bombardearlos con preguntas.

—Nathan, ¿cómo te sientes siendo el corazón de Castle? —preguntó un periodista.

—Es un honor, pero también mucha responsabilidad —respondió él con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Stana lo observaba desde el otro lado del salón, notando cómo su pareja ocultaba su incomodidad detrás de su encanto habitual. Esa noche, cuando llegaron al apartamento de Nathan, ella finalmente decidió confrontarlo.

—Nathan, ¿qué está pasando? —preguntó mientras se quitaba los tacones—. Has estado distante, y puedo ver que algo te está afectando.

Él suspiró, pasándose una mano por el cabello antes de sentarse en el sofá.

—Es todo esto, Stana. La presión, las expectativas... A veces siento que no puedo respirar.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó ella, acercándose para sentarse a su lado—. Estamos juntos en esto, Nathan. No tienes que cargar con todo solo.

—Lo sé, pero no quiero que te preocupes. Tú ya tienes bastante con tu propia carrera, y yo... simplemente no quiero ser una carga.

Stana tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de él.

—Nathan, no eres una carga. Somos un equipo, ¿recuerdas? Si algo te está afectando, también me afecta a mí.

Él la miró, con una mezcla de gratitud y culpa en sus ojos.

—Gracias, Stana. Prometo que intentaré ser más abierto contigo.

Aunque las palabras de Nathan eran sinceras, el peso que llevaba sobre sus hombros no desapareció de inmediato. Stana hacía todo lo posible por apoyarlo, pero había momentos en los que él simplemente se cerraba, dejando que la distancia creciera entre ellos.

La fama, que alguna vez había sido un sueño compartido, empezaba a convertirse en un obstáculo. Y aunque ambos intentaban mantener su relación intacta, las grietas eran cada vez más difíciles de ignorar.

El éxito de Castle no mostraba señales de desaceleración. La serie era un fenómeno internacional, y con cada nueva temporada, las expectativas aumentaban. Sin embargo, detrás de las cámaras, la relación entre Nathan y Stana comenzaba a deteriorarse, lenta pero inevitablemente.

Nathan, sobrecargado por los compromisos de prensa y las exigencias del set, se volvió más irritable. Aunque nunca perdió su profesionalismo frente a las cámaras, su actitud hacia Stana fuera de ellas era cada vez más fría. Por su parte, Stana intentaba mantener la calma y entenderlo, pero su paciencia empezaba a agotarse.

Durante una sesión de rodaje, una escena en particular requería que ambos personajes mostraran una intensa conexión emocional. Stana, como siempre, se entregó por completo, pero notó que Nathan parecía distraído, casi mecánico en su actuación.

—Corte —dijo el director, claramente insatisfecho—. Nathan, necesito más emoción. Esto es un momento crucial entre Castle y Beckett.

—Lo sé, lo sé —respondió Nathan, frustrado—. Sólo dame un minuto.

Stana lo observó mientras él se alejaba, pasando una mano por su cabello en un gesto de exasperación. Decidió no intervenir en ese momento, pero más tarde, cuando tuvieron un descanso, lo enfrentó en su camerino.

—Nathan, ¿qué está pasando contigo? —preguntó, cerrando la puerta detrás de ella—. Estás actuando como si no quisieras estar aquí.

—No es eso, Stana —respondió él, dejando escapar un suspiro pesado—. Es todo. El trabajo, la presión, los malditos medios... No puedo desconectarme.

—Lo entiendo, pero eso no te da derecho a tratarme como si no existiera.

Nathan la miró, visiblemente molesto.

—No te estoy tratando como si no existieras. Estoy haciendo mi trabajo, igual que tú.

—No, Nathan, no es igual. Tú estás aquí físicamente, pero emocionalmente... no sé dónde estás.

El silencio que siguió fue tenso, casi insoportable. Finalmente, Nathan desvió la mirada, incapaz de responder.

—Si no quieres hablar conmigo, está bien. Pero no puedes seguir así —dijo Stana, antes de salir del camerino.

Las tensiones entre ellos comenzaron a manifestarse también en el set. Aunque ambos mantenían la profesionalidad durante las grabaciones, el elenco y el equipo no tardaron en notar la frialdad que había surgido entre ellos.

—¿Están bien? —preguntó Jon Huertas, quien interpretaba a Esposito, durante un descanso.

Stana, intentando desviar la atención, sonrió débilmente.

—Sólo cansados, ya sabes cómo es esto.

—Bueno, si necesitan algo, aquí estoy. No dejen que el trabajo los consuma.

Stana agradeció el gesto, pero sabía que el problema era mucho más profundo.

Mientras tanto, Nathan seguía lidiando con la presión de ser la figura pública principal de la serie. Las entrevistas interminables, los comentarios de los fans y las críticas de los medios se acumulaban, dejándolo emocionalmente agotado. Aunque quería hablar con Stana, algo lo detenía: su propio orgullo y el miedo de admitir que estaba fallando.

Las diferencias creativas, que alguna vez habían sido motivo de discusiones menores, comenzaron a escalar. Nathan, con su estilo relajado, a menudo optaba por improvisar líneas, mientras que Stana, perfeccionista por naturaleza, insistía en seguir el guion al pie de la letra.

—Nathan, esa línea no estaba en el guion —dijo Stana durante una grabación.

—Lo sé, pero sonaba mejor así —respondió él con indiferencia.

—No se trata de sonar mejor, se trata de mantener la coherencia de la escena.

—¿Y quién decidió eso? ¿Tú?

La tensión entre ambos se volvió palpable, incluso frente al equipo técnico. Aunque intentaban mantener las apariencias, las discusiones frecuentes empezaron a afectar la dinámica en el set, haciendo que el ambiente se volviera cada vez más tenso.

Lo que alguna vez había sido una relación llena de complicidad y cariño se estaba desmoronando bajo el peso de las expectativas y la presión. Ambos lo sabían, pero ninguno estaba dispuesto a dar el primer paso para arreglarlo. Las grietas seguían expandiéndose, y la relación que alguna vez los había hecho tan felices parecía estar al borde del colapso.

Las diferencias creativas entre Stana Katić y Nathan Fillion, que antes eran motivo de bromas entre el elenco, se habían transformado en enfrentamientos abiertos en el set. Aunque ambos mantenían la profesionalidad cuando las cámaras estaban rodando, fuera de ellas la situación era otra historia.

Un día, durante el rodaje de una escena particularmente importante, Stana y Nathan tuvieron un desacuerdo que detuvo la producción.

—Nathan, la línea final de esta escena es crucial. No puedes simplemente cambiarla porque te parece más divertida —dijo Stana con evidente frustración.

—Stana, no estoy diciendo que el guion esté mal, pero a veces las cosas fluyen mejor cuando improvisas. Lo he hecho antes y ha funcionado —respondió Nathan, cruzándose de brazos.

—Esto no es una comedia improvisada, Nathan. Es un momento clave para los personajes, y necesita mantenerse fiel al guion.

—Bueno, quizá si el guion fuera un poco más flexible, no tendríamos este problema.

El director, que estaba observando la discusión, intervino para calmar los ánimos.

—Chicos, entiendo que ambos tienen perspectivas válidas, pero necesitamos avanzar. Nathan, vamos a hacer una toma siguiendo el guion, y luego probamos tu versión.

Stana suspiró, visiblemente molesta, mientras Nathan simplemente asentía, tratando de mantener la calma. Aunque lograron terminar la escena, la tensión entre ellos era palpable.

Esa noche, Stana volvió a casa agotada, tanto física como emocionalmente. Sentía que Nathan ya no la veía como su compañera, sino como alguien con quien competir. Por su parte, Nathan se sentía atacado, como si cualquier decisión que tomara fuera cuestionada.

Las discusiones en el set se volvieron más frecuentes. Stana, perfeccionista por naturaleza, no podía evitar señalar cada vez que algo no se ajustaba a lo planeado, mientras que Nathan, más relajado, consideraba que su estilo de trabajo era suficiente.

—Stana, no todo tiene que ser tan estructurado —le dijo un día entre tomas.

—Y no todo tiene que ser una broma, Nathan. Estamos contando una historia seria, no es un concurso de quién puede ser más ingenioso.

El equipo técnico intentaba mantenerse al margen, pero no podían evitar notar la creciente fricción. Jon Huertas y Seamus Dever, quienes interpretaban a Esposito y Ryan, intentaron intervenir un par de veces, pero la relación entre Stana y Nathan parecía deteriorarse cada día más.

—¿Están seguros de que no quieren hablar con alguien? —preguntó Jon durante un almuerzo.

—No es asunto de nadie más —respondió Nathan, cortante.

Stana, sentada a unos metros de distancia, fingía no escuchar, pero el comentario le dolió.

La situación llegó a un punto crítico cuando, durante una reunión de producción, ambos tuvieron un enfrentamiento frente a los guionistas y productores.

—No entiendo por qué siempre tienes que cuestionar cada decisión creativa, Nathan —dijo Stana, alzando la voz.

—¿Y yo no entiendo por qué todo tiene que hacerse exactamente como tú lo quieres? Esto no es "El show de Stana Katić" —respondió él con sarcasmo.

El ambiente en la sala se congeló. Los productores intentaron mediar, pero quedó claro que las tensiones entre ellos estaban afectando no solo su relación personal, sino también la dinámica en el set.

Esa noche, Stana recibió un mensaje de Nathan.

Nathan: "Lo siento por lo de hoy. No debí hablarte así."

Ella leyó el mensaje varias veces antes de responder.

Stana: "Aprecio la disculpa, pero no se trata solo de hoy, Nathan. Tenemos que resolver esto."

Sin embargo, ni siquiera esa breve conversación logró aliviar la distancia entre ellos. Fuera del set, ya no compartían momentos como antes. Sus cenas juntos, las risas durante los descansos, incluso las miradas cómplices mientras grababan, habían desaparecido.

Lo que alguna vez fue una relación llena de amor y admiración mutua ahora parecía estar plagada de resentimientos y malentendidos. Ambos lo sabían, pero ninguno parecía capaz de detener la espiral descendente en la que se encontraban.

La llegada de una nueva actriz al elenco de Castle añadió más tensión al ambiente. Lisa Marlowe, una joven actriz conocida por su carisma y belleza, había sido elegida para interpretar a un interés romántico temporal para el personaje de Castle en la serie. Aunque su presencia debía ser meramente profesional, Stana no pudo evitar sentir una pequeña punzada de incomodidad al notar cómo Lisa parecía acercarse a Nathan, tanto dentro como fuera del set.

Durante las primeras semanas de grabación, Lisa se mostraba atenta y amigable con todos, pero su atención hacia Nathan era claramente distinta.

—Nathan, ¿te gustaría repasar las líneas de nuestra escena de mañana? —preguntó Lisa un día en el set, con una sonrisa que parecía demasiado ensayada para Stana.

—Claro, no veo por qué no —respondió Nathan, distraído, mientras revisaba su libreto.

Stana, quien estaba sentada cerca, levantó la vista, sintiendo cómo su estómago se revolvía. No era celos en el sentido tradicional, pero la indiferencia de Nathan hacia su presencia se hacía cada vez más difícil de ignorar.

Lisa no perdía oportunidad para estar cerca de Nathan. Si había un descanso, lo buscaba. Si se organizaba una reunión, se aseguraba de sentarse junto a él. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Lisa, Nathan parecía más preocupado por las crecientes presiones del trabajo que por sus insinuaciones.

Un día, mientras grababan una escena, Stana no pudo contenerse más.

—Nathan, ¿podemos hablar? —le dijo en un tono que no admitía negativa.

Él la siguió a un rincón del set, lejos del resto del equipo.

—¿Qué pasa ahora, Stana? —preguntó con evidente cansancio.

—¿En serio no lo notas? Lisa no deja de intentar llamar tu atención.

Nathan arqueó una ceja, confundido.

—¿Lisa? ¿De qué estás hablando?

—Nathan, no soy ciega. Está coqueteando contigo todo el tiempo.

Él suspiró, negando con la cabeza.

—Stana, no tengo tiempo para eso. Estoy lidiando con demasiadas cosas como para preocuparme por lo que haga o deje de hacer Lisa.

—Pues deberías, porque está empezando a afectar cómo te ves en el set.

La conversación terminó de manera abrupta, con ambos volviendo al trabajo en silencio. La tensión entre ellos seguía aumentando, y el resto del elenco comenzaba a notar lo incómodo que se había vuelto todo.

Al terminar la temporada, el equipo decidió organizar una salida al karaoke para celebrar el éxito del programa. Stana estaba dudosa de asistir, pero finalmente se dejó convencer por Jon Huertas, quien insistió en que todos necesitaban relajarse.

La noche comenzó con risas y canciones desafinadas, pero la presencia de Lisa volvió a ser un problema. Ella parecía decidida a estar cerca de Nathan, riendo demasiado fuerte ante sus bromas y ocupando cada oportunidad para tocarle el brazo o el hombro.

Stana intentaba mantenerse al margen, pero no podía evitar que su molestia se reflejara en su rostro. Jon, notando su incomodidad, se acercó.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí, claro. Solo estoy cansada —respondió Stana con una sonrisa forzada.

Mientras tanto, Nathan, visiblemente afectado por el alcohol, comenzó a comportarse de manera más relajada. Lisa aprovechó la situación para invitarlo a cantar un dueto, lo que hizo que Stana saliera al exterior del bar, incapaz de soportarlo más.

Nathan la vio salir y, tras terminar la canción, fue detrás de ella.

—¿Qué haces aquí afuera? —preguntó, tambaleándose ligeramente.

—Nada, solo necesitaba aire —respondió Stana sin mirarlo.

—¿Es por Lisa? —insistió Nathan.

—¿Debería serlo? —respondió ella, girándose para enfrentarlo.

La discusión que siguió fue la más fuerte que habían tenido hasta el momento.

—No puedo creer que pienses que esto significa algo —dijo Nathan, alzando la voz.

—Y yo no puedo creer que no te des cuenta de cómo actúas. Ya ni siquiera somos un equipo, Nathan.

—¡Estoy haciendo lo mejor que puedo! Pero parece que nunca es suficiente para ti.

Stana negó con la cabeza, conteniendo las lágrimas.

—No sé cuánto más puedo soportar esto.

Nathan no respondió, simplemente se dio la vuelta y volvió al bar, dejando a Stana sola bajo la lluvia ligera que comenzaba a caer.

Lo que pasó después cambió todo para ambos. Embriagado y en un momento de debilidad, Nathan cayó en los brazos de Lisa, cometiendo el mayor error de su vida.

La noche del karaoke fue un evento que el elenco de Castle esperaba con ansias. Después de una temporada intensa y exitosa, todos estaban listos para relajarse, reírse, y desconectar de las tensiones del trabajo. Se había reservado una sala privada en un bar del centro de Los Ángeles, con suficiente espacio para que el equipo pudiera cantar, bailar y disfrutar sin preocuparse por los paparazzis o las miradas indiscretas.

Stana llegó acompañada de Seamus Dever y Molly Quinn. Se sentía algo nerviosa porque sabía que Nathan estaría ahí, y la tensión entre ellos seguía sin resolverse. Pero estaba decidida a disfrutar la noche, al menos por unas horas.

Nathan llegó poco después, ya de mejor humor gracias a los ánimos de Jon Huertas, quien lo había convencido de que salir y relajarse le haría bien. Pero su estado de ánimo cambió cuando vio a Lisa acercándose a él con su característico entusiasmo.

—¡Nathan! —exclamó Lisa con una sonrisa radiante—. Me alegra que hayas venido.

—Sí, bueno, no podía faltar —respondió él con una sonrisa forzada.

Lisa no perdió tiempo y se sentó junto a él, asegurándose de mantener la conversación girando en torno a ellos dos. Stana, desde el otro lado de la sala, observaba cómo Lisa reía a carcajadas ante cualquier comentario de Nathan, sin importar lo insignificante que fuera.

—¿Todo bien? —le preguntó Molly, notando la mirada fija de Stana.

—Sí, todo bien —mintió Stana, aunque su expresión decía lo contrario.

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La noche avanzó, y el ambiente se llenó de risas y canciones desafinadas. Jon y Seamus habían cantado un dueto hilarante, mientras Molly y Stana interpretaron una canción pop con más entusiasmo que afinación. Pero cuando Lisa subió al escenario y llamó a Nathan para cantar con ella, Stana no pudo evitar sentir una punzada de molestia.

—Nathan, ven, ¡vamos a cantar juntos! —dijo Lisa, jalándolo del brazo.

—No creo que sea buena idea —intentó excusarse Nathan, pero Lisa insistió.

Finalmente, subieron al escenario y eligieron una canción clásica que rápidamente se convirtió en el centro de atención de todos. Lisa cantaba con una energía desbordante, mientras Nathan la seguía, claramente incómodo pero tratando de mantener la calma.

Stana aprovechó el momento para salir al aire fresco. La noche era fría, y una ligera llovizna empezaba a caer. Se apoyó contra la pared del bar, cerrando los ojos por un momento para calmarse.

—¿Estás bien? —preguntó Jon, quien la había seguido afuera.

—Sí, solo necesitaba un respiro —respondió ella con una sonrisa débil.

Jon no insistió, pero le dio una palmada en el hombro antes de volver al bar.

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Cuando Stana regresó, encontró a Nathan en la barra, con un vaso de whisky en la mano. Lisa estaba cerca, riendo con algunos miembros del equipo. Nathan tenía la mirada perdida, y su expresión era una mezcla de agotamiento y frustración.

—¿Podemos hablar? —le dijo Stana, acercándose a él.

Nathan la miró, sorprendido, pero asintió. Caminaron hacia un rincón más apartado, lejos del ruido y las miradas curiosas.

—Nathan, ¿qué está pasando contigo? —preguntó Stana directamente, cruzando los brazos.

—¿Qué quieres decir? —respondió él, fingiendo indiferencia.

—Esto. Nosotros. No podemos seguir como estamos.

Nathan suspiró, pasando una mano por su cabello.

—Lo sé, Stana, pero... no es tan sencillo.

—Sí lo es. Solo tienes que hablar conmigo.

—No puedo. No ahora.

Stana lo miró con una mezcla de frustración y tristeza.

—¿Es por Lisa? —preguntó, bajando la voz.

Nathan la miró, sorprendido.

—¿Qué? No, claro que no. Lisa no significa nada para mí.

—Entonces, ¿qué es? Porque siento que cada vez estamos más lejos.

Antes de que Nathan pudiera responder, Lisa apareció, interrumpiendo el momento.

—Nathan, ¡tienes que venir! Jon está a punto de cantar algo ridículo, y no te lo puedes perder.

Nathan miró a Stana, indeciso, pero finalmente siguió a Lisa, dejando a Stana sola con sus pensamientos.

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La noche continuó, pero el ambiente entre ellos dos se volvió más tenso. Mientras los demás seguían disfrutando del karaoke, Stana y Nathan apenas cruzaron palabras. Al final de la noche, cuando todos se preparaban para irse, Lisa hizo un último intento por quedarse cerca de Nathan.

—¿Te llevo a casa? —preguntó ella, con una sonrisa insinuante.

—No, gracias. Estoy bien —respondió Nathan, cortante.

Lisa frunció el ceño, pero no insistió.

Nathan, por su parte, decidió quedarse en el bar un poco más, sumido en sus pensamientos y en el alcohol. Fue en ese momento de vulnerabilidad que cometió el error que cambiaría todo entre él y Stana.

La celebración en el karaoke había terminado para la mayoría, pero Nathan se quedó, bebiendo más de lo que solía. Estaba sentado en la barra, jugueteando con su vaso vacío mientras una mezcla de culpa y frustración lo envolvía. Por un lado, su relación con Stana estaba en ruinas; por otro, sabía que lo único que quería era arreglarlo, aunque no supiera cómo.

El resto del elenco y equipo de Castle ya se había marchado, salvo algunos que todavía terminaban sus últimas canciones. Entre ellos, Lisa permanecía cerca de Nathan, fingiendo casualidad, aunque su mirada lo buscaba constantemente.

—¿Quieres otro? —preguntó el bartender, señalando el vaso vacío de Nathan.

—Sí, uno más —dijo él, sin levantar la vista.

Lisa aprovechó el momento para acercarse y sentarse a su lado.

—Vaya, no pensé que fueras de los que se quedan hasta el final —comentó, intentando sonar despreocupada.

—Solo necesitaba un poco de tiempo —respondió Nathan sin mucho interés.

—¿Tiempo para qué? —preguntó Lisa, inclinándose ligeramente hacia él.

Nathan suspiró, pasándose una mano por el rostro.

—Es complicado.

Lisa lo miró, fingiendo empatía.

—Bueno, a veces hablar con alguien ayuda. Puedes confiar en mí, Nathan.

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Mientras tanto, Stana estaba en casa, pero no podía dormir. La pelea con Nathan y la sensación de que algo estaba mal la mantenían despierta. Se sentó en su sofá, mirando el teléfono como si esperara que él la llamara, aunque sabía que no lo haría.

"¿Por qué todo tiene que ser tan difícil?", pensó, recordando los buenos tiempos que compartieron. Por un momento, consideró escribirle un mensaje, pero su orgullo la detuvo.

—Si quiere arreglarlo, tendrá que ser él quien dé el primer paso —se dijo a sí misma, aunque en el fondo deseaba que todo se resolviera

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De vuelta en el bar, Nathan había perdido la cuenta de cuántos tragos había tomado. Lisa seguía sentada a su lado, sonriendo con complicidad.

—Deberías relajarte un poco —dijo ella, colocando una mano en su brazo—. Te mereces disfrutar después de todo el trabajo duro.

Nathan la miró, y aunque sabía que las intenciones de Lisa no eran del todo inocentes, estaba demasiado cansado emocionalmente para alejarla.

—Tal vez tienes razón —respondió finalmente, dejando que su guardia bajara.

Lisa aprovechó el momento, sugiriendo que fueran a un lugar más tranquilo. Nathan, confundido y vulnerable, aceptó, aunque sabía en el fondo que no era lo correcto.

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Horas después, Nathan se despertó en un lugar que no era el suyo. Miró a su alrededor y reconoció la habitación de Lisa. La sensación de vacío en su pecho era inmediata y abrumadora.

"¿Qué he hecho?", pensó, sintiendo cómo la culpa lo consumía.

Se levantó con cuidado, evitando hacer ruido. No podía enfrentarse a Lisa ni a lo que acababa de suceder. Salió del departamento con la cabeza baja, consciente de que había cruzado una línea que no podría deshacer.

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Cuando llegó a su casa, Nathan se dejó caer en el sofá, incapaz de procesar lo que había pasado. Su mente volvía a Stana y a cómo esto destruiría cualquier posibilidad de arreglar lo que tenían.

Stana, por su parte, seguía esperando una señal de Nathan, sin saber que esa noche marcaría el inicio del fin para ellos.

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