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2.Encuentros casuales


Con el éxito de las primeras grabaciones, la relación entre Stana Katić y Nathan Fillion comenzó a desarrollarse de forma natural. No solo compartían largas horas en el set, sino que también empezaron a encontrarse fuera del trabajo. Todo comenzó con pequeñas coincidencias: Nathan se encontraba a Stana en la cafetería del estudio o en el gimnasio, y siempre terminaban conversando más tiempo del planeado.

Una tarde, después de un día especialmente agotador, Nathan se acercó a ella mientras recogía sus cosas en su tráiler.

—Hey, Katic —dijo, apoyándose en el marco de la puerta—. ¿Qué haces esta noche?

Stana lo miró, divertida.

—Dormir, probablemente. ¿Por qué?

—Bueno, escuché que hay una nueva hamburguesería a unas cuadras. Pensé que podríamos ir. Ya sabes, para celebrar que no arruinamos ninguna toma hoy.

Stana rió, colocándose la chaqueta.

—¿Eso es tu idea de un cumplido?

—Es mi mejor intento. Entonces, ¿qué dices?

Ella lo pensó por un segundo antes de asentir.

—Está bien. Pero si las hamburguesas son malas, te haré pagar por ello.

Esa noche, compartieron risas y conversaciones ligeras. Stana descubrió que Nathan tenía una habilidad especial para contar historias, exagerando detalles de manera tan convincente que era difícil saber si decía la verdad. Él, a su vez, quedó fascinado por la forma en que Stana observaba el mundo, siempre buscando algo más profundo en lo que parecía simple.

—¿Siempre eres tan seria? —preguntó Nathan mientras terminaba su hamburguesa.

—No soy seria —protestó Stana, frunciendo el ceño—. Solo pienso antes de hablar.

—Eso suena como algo que diría una persona seria.

Ella lo miró fijamente antes de sonreír.

—Tal vez me tomé demasiado en serio en el pasado. Pero... contigo es diferente.

Nathan la miró por un momento, sorprendido por la sinceridad en su voz.

—Bueno, entonces me alegra ser la excepción.

Desde esa noche, sus encuentros fuera del set se volvieron más frecuentes. A veces eran cenas rápidas después del trabajo, otras veces paseos por el parque o conversaciones interminables en alguna cafetería tranquila.

Un día, después de una larga jornada de rodaje, Nathan se presentó en el tráiler de Stana con dos cafés en la mano.

—¿Otra vez con café? —preguntó ella, aceptándolo con una sonrisa.

—Es mi manera de sobornarte para que no te enojes conmigo por haberme olvidado de mis líneas hoy.

—No te olvidaste de tus líneas. Improvisaste. Hay una gran diferencia —respondió, tomando un sorbo del café.

—¿Entonces no estás enojada?

Stana negó con la cabeza.

—No. Pero deberías trabajar en recordar tus líneas. No todos somos tan rápidos como tú para improvisar.

Nathan se inclinó hacia ella, sonriendo.

—¿Sabes? A veces creo que me gusta hacerte enojar solo para ver cómo reaccionas.

—Eso no me sorprende —replicó ella, con un destello de humor en sus ojos.

Otro de sus encuentros casuales ocurrió un domingo por la tarde. Nathan estaba paseando a su perro por un parque cercano cuando vio a Stana sentada en un banco, leyendo un libro. Decidió acercarse, fingiendo sorpresa.

—¿Stana? ¿Qué haces aquí?

Ella levantó la vista, sorprendida.

—Nathan. ¿Tú paseas perros ahora?

—Siempre lo hago. Pero esto es una coincidencia. ¿Tienes planes o estás aquí para pensar en cosas profundas otra vez?

Stana rió, cerrando el libro.

—No todo tiene que ser profundo, ¿sabes? A veces solo quiero disfrutar de la tranquilidad.

Nathan se sentó a su lado, dejando que su perro se tumbara en el césped.

—¿Y si interrumpo tu tranquilidad?

—Ya lo estás haciendo.

Ambos rieron, y la conversación pronto se desvió hacia temas más personales. Hablaron de sus familias, sus pasiones fuera de la actuación y sus sueños a futuro. Cada palabra parecía acercarlos más, como si estuvieran descubriendo piezas importantes del otro.

Una tarde, mientras esperaban que ajustaran las luces para una escena, Nathan le hizo una pregunta que la tomó por sorpresa.

—¿Siempre quisiste ser actriz?

Stana lo miró, pensando.

—No. En realidad, quería ser arquitecta cuando era niña. Me encantaba la idea de diseñar cosas, de construir algo que permaneciera en el tiempo.

—Entonces, ¿qué cambió?

—Me di cuenta de que podía crear algo igual de duradero con historias. Con personajes que la gente recordara.

Nathan asintió, impresionado.

—Esa es una de las cosas que me gustan de ti. Siempre encuentras una razón más allá de la superficie.

Ella bajó la mirada, ligeramente ruborizada.

—¿Y tú? ¿Por qué actuar?

Él sonrió, encogiéndose de hombros.

—Para ser honesto, porque me gusta hacer reír a la gente. Es algo egoísta, supongo.

—No creo que sea egoísta —dijo Stana, mirándolo directamente a los ojos—. Hacer que alguien sonría es algo especial.

El momento quedó suspendido en el aire, con ambos observándose en silencio. No era el momento para confesiones, pero ambos sabían que algo estaba cambiando entre ellos. Lo que comenzó como encuentros casuales estaba convirtiéndose en algo más significativo, aunque ninguno de los dos estaba listo para admitirlo todavía.

Era un día como cualquier otro en el set de Castle. El equipo estaba preparando una de las escenas más esperadas de la temporada, una en la que Kate Beckett (el personaje de Stana) tenía que trabajar junto a un agente del FBI interpretado por un atractivo actor invitado, Alex Carter. En la serie, había una pequeña tensión romántica entre Beckett y el agente, un recurso que los guionistas habían introducido para añadir drama y darle celos al personaje de Castle.

Nathan, quien estaba en una esquina del set con una taza de café en la mano, observaba cómo Stana y Alex ensayaban sus líneas. Los dos parecían llevarse bien, riéndose entre tomas y bromeando sobre los diálogos.

—Muy bien, vamos a repetir la línea donde Alex le toma la mano a Beckett —dijo el director, ajustando la cámara.

Nathan frunció el ceño al escuchar eso, tratando de mantener una expresión neutral. Se recordó a sí mismo que era solo actuación, pero había algo en la forma en que Alex sonreía que no le agradaba.

—¿Todo bien? —preguntó Seamus Dever, quien interpretaba al detective Ryan, mientras se acercaba a Nathan con un guion en la mano.

—¿Qué? Sí, claro. ¿Por qué no estaría bien? —respondió Nathan rápidamente, demasiado rápido.

Seamus arqueó una ceja, divertido.

—Oh, no sé. Tal vez porque estás mirando a Stana y Alex como si quisieras lanzarle el café en la cara.

—No estoy haciendo eso —dijo Nathan, aunque sabía que no era del todo cierto.

Seamus solo sonrió y le dio una palmada en el hombro antes de regresar a su lugar. Nathan intentó concentrarse en su guion, pero su mirada seguía desviándose hacia el centro del set, donde Stana y Alex estaban actuando la escena.

—¿Así está bien? —preguntó Alex, ajustando su posición mientras tomaba la mano de Stana como indicaba el guion.

—Perfecto —dijo el director—. Stana, recuerda mirar a Alex como si confiaras completamente en él, como si él fuera la única persona en la que puedes apoyarte en ese momento.

Nathan apretó los labios.

Cuando finalmente terminaron la escena, Nathan se dirigió al tráiler de Stana, decidido a no decir nada, pero incapaz de evitarlo. La encontró sentada en el sofá, revisando su teléfono.

—¿Qué tal la escena? —preguntó Nathan casualmente, aunque su tono era un poco más cortante de lo que pretendía.

Stana levantó la vista, sorprendida por su tono.

—¿Qué escena? ¿La que acabamos de grabar? Fue bien, creo. ¿Por qué?

—Nada. Es solo que parecía que te divertías mucho con Alex.

Stana arqueó una ceja, dejando el teléfono a un lado.

—¿Y eso qué tiene de malo? Es un actor profesional, Nathan.

—Claro, lo sé. Pero no necesitas reírte de todos sus chistes malos.

Ella lo miró fijamente, cruzando los brazos.

—¿Estás celoso?

Nathan se rió, aunque su risa sonaba un poco forzada.

—¿Celoso? ¿Yo? Por favor, Katic. Solo digo que... no es tan gracioso como crees.

—¿Y cómo sabes lo que creo? —replicó ella, con una pizca de diversión en su voz.

Nathan negó con la cabeza, tratando de cambiar el tema.

—Olvídalo. No es importante.

Stana no iba a dejarlo pasar tan fácilmente. Se levantó del sofá y se acercó a él, con una sonrisa juguetona en los labios.

—Admito que es raro verte así. Nunca pensé que Nathan Fillion, el tipo que siempre tiene una broma lista, se pondría nervioso por algo tan... trivial.

—No estoy nervioso —dijo él, evitando su mirada—. Solo me parece que la química entre tú y Alex es... exagerada.

Stana lo observó en silencio por un momento antes de responder, esta vez con una voz más suave.

—Nathan, es mi trabajo. Así como tú haces que Castle sea encantador y un poco torpe, yo tengo que hacer que Beckett sea creíble en cualquier situación, incluso si eso significa fingir que confío en alguien como Alex.

—Lo sé —dijo Nathan, finalmente mirándola—. Es solo que... no sé. Supongo que no me gusta ver a Beckett con alguien que no sea Castle.

Ella sonrió, comprendiendo que, aunque hablaba de los personajes, había algo más detrás de sus palabras.

—Bueno, eso es algo que tienes en común con los fans.

Él rió, relajándose un poco.

—Tal vez estoy pasando demasiado tiempo en los foros de Castle.

—O tal vez deberías confiar un poco más en mí.

Nathan asintió, dándose cuenta de que estaba siendo irracional.

—Tienes razón. Lo siento.

—Está bien —dijo Stana, colocando una mano en su brazo—. Pero la próxima vez, si algo te molesta, solo dímelo. Prometo no reírme demasiado.

Él sonrió, agradecido por la forma en que siempre sabía cómo manejarlo.

—Trato hecho.

Aunque no lo admitieron en voz alta, ambos sabían que ese momento había marcado un cambio sutil en su relación. Había algo más entre ellos, algo que aún no estaban listos para enfrentar, pero que poco a poco se volvía imposible de ignorar.

Era uno de esos días grises en Los Ángeles en los que la lluvia parecía no tener intención de detenerse. El equipo de Castle había terminado de grabar más temprano de lo habitual debido al mal clima. Mientras todos se apresuraban a salir del set, Nathan notó que Stana estaba parada bajo el toldo de la entrada, mirando la lluvia caer con una expresión resignada.

—¿No trajiste coche hoy? —preguntó Nathan, acercándose con una chaqueta sobre la cabeza para protegerse de la lluvia.

—No —respondió ella con un suspiro—. Vine con un amigo, pero tuvo que irse antes. Estoy esperando a que pare un poco para pedir un taxi.

Nathan miró hacia el cielo, donde las nubes parecían más densas que nunca, y negó con la cabeza.

—No va a parar pronto. Te llevo a casa.

Stana lo miró, dudando por un segundo.

—No quiero molestarte.

—No es molestia. Además, prefiero asegurarme de que llegues sana y salva. Vamos, antes de que nos empapemos más.

Ella finalmente asintió, y juntos corrieron hacia el auto de Nathan, riéndose mientras esquivaban los charcos. Cuando se subieron, ambos estaban ligeramente mojados, y Stana se frotó las manos para calentarse.

—¿Quieres un café antes de irnos? —preguntó Nathan, señalando un termo que llevaba en el asiento trasero.

—Claro, gracias —dijo ella, aceptando el vaso que él le pasó.

El camino hasta la casa de Stana fue tranquilo al principio, con la lluvia golpeando el techo del auto y las luces de la ciudad reflejándose en el pavimento mojado.

—No sabía que llovía tanto aquí —comentó Stana, mirando por la ventana.

—Es raro, pero supongo que necesitamos algo de variedad. ¿No te gusta la lluvia?

—Me gusta cuando estoy en casa, con una manta y un buen libro. Pero no tanto cuando estoy atrapada sin un coche.

Nathan sonrió.

—Bueno, entonces estoy salvándote del desastre.

—Eso parece —dijo ella, devolviéndole la sonrisa.

Cuando llegaron al edificio donde vivía Stana, la lluvia no había cedido. Nathan apagó el motor, pero no se movió de inmediato.

—Gracias por llevarme —dijo ella, desabrochando el cinturón de seguridad.

—De nada. ¿Quieres que te acompañe hasta la puerta? No me importa mojarme un poco más.

Stana lo miró, dudando nuevamente. Finalmente asintió.

—Está bien.

Ambos salieron del coche y corrieron hacia la entrada del edificio. Nathan se quedó bajo el techo mientras Stana buscaba las llaves en su bolso.

—¿Quieres entrar un momento? —preguntó ella—. No creo que esta lluvia vaya a calmarse pronto.

Nathan vaciló por un segundo, pero finalmente asintió.

—Claro.

El apartamento de Stana era acogedor, con muebles de madera clara y estanterías llenas de libros y discos. Ella encendió unas lámparas que arrojaban una luz cálida y fue a buscar toallas.

—Aquí tienes —dijo, entregándole una—. Estás empapado.

—Gracias —respondió él, secándose el cabello y las manos mientras ella hacía lo mismo.

Stana se dejó caer en el sofá, suspirando profundamente.

—Creo que no volveré a confiar en el pronóstico del tiempo.

Nathan rió y se sentó a su lado.

—Probablemente sea una buena idea.

Por un momento, el silencio llenó la habitación, pero no era incómodo. Era un silencio cargado, como si ambos estuvieran pensando en lo mismo pero sin saber cómo abordarlo. Nathan la miró, notando cómo las gotas de lluvia en su cabello reflejaban la luz tenue.

—Deberías cambiarte de ropa antes de resfriarte —dijo él, rompiendo el silencio.

—Sí, probablemente tengas razón —dijo ella, pero no se movió.

Sus miradas se cruzaron, y el aire pareció volverse más denso. Nathan abrió la boca para decir algo, pero no encontró las palabras.

—¿Qué? —preguntó Stana en voz baja, con una pequeña sonrisa en los labios.

—Nada. Es solo que... —Nathan se detuvo, frotándose la nuca—. Olvídalo.

—No, dime —insistió ella, inclinándose ligeramente hacia él.

Nathan suspiró, reuniendo el valor.

—Es solo que... a veces siento que hay algo entre nosotros. Algo que no estamos diciendo.

El corazón de Stana se aceleró, pero no dijo nada. En lugar de eso, simplemente lo miró, esperando.

Nathan se inclinó hacia ella, y antes de que pudiera pensarlo demasiado, la besó. Fue un beso suave al principio, casi como si estuviera probando si era lo correcto. Stana respondió lentamente, acercándose más a él, y en ese momento, el mundo exterior dejó de existir.

Cuando se separaron, ambos estaban respirando con dificultad.

—Nathan... —comenzó Stana, pero él la interrumpió.

—Lo siento si esto no era lo que querías. Yo...

—No te disculpes —dijo ella, sonriendo levemente.

Ella tomó su mano y lo condujo al interior de la casa. La lluvia seguía cayendo con fuerza afuera, pero ninguno de los dos parecía notarlo. La conexión entre eCon el éxito de las primeras grabaciones, la relación entre Stana Katić y Nathan Fillion comenzó a desarrollarse de forma natural. No solo compartían largas horas en el set, sino que también empezaron a encontrarse fuera del trabajo. Todo comenzó con pequeñas coincidencias: Nathan se encontraba a Stana en la cafetería del estudio o en el gimnasio, y siempre terminaban conversando más tiempo del planeado.

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Puede que tal vez sea una teoría esta historia, pero yo no puedo creer que se odiaran en la vida real sin ningún motivo. Osea, ¡miren el capítulo 6 de la séptima temporada! Cuando se están casando, yo vi que Beckett al principio estaba desviando la mirada, como si le resultará algo raro. Pero Nathan no paraba de mirarla. 

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