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Capítulo 5: Sangre joven

Sangre joven


Año 122 d.C. después de la Conquista.

Ya era de noche, y todos se encontraban en sus respectivas habitaciones. La familia de Desembarco del Rey se sentía a gusto en Rocadragón. Los adultos conversaban entre ellos, mientras la Reina Alicent soltaba de vez en cuando comentarios críticos, pero disfrazados con falsa dulzura hacia la familia de Rhaenyra. Los niños, por su parte, estaban inmersos en su propio mundo, ya fuera jugando o leyendo en la biblioteca.

Aemond no se había separado de su sobrina Nerea, pues la menor le despertaba una curiosidad inusual y una calidez que nunca había experimentado.

Nerea le había mostrado cada rincón del castillo de Rocadragón, y Aemond no pudo negar que su lugar favorito era la enorme biblioteca.

Pero ahora, sentado en la cama de la habitación que le habían asignado, Aemond se sentía inquieto. Había algo que no le permitía dormir con tranquilidad, una sensación extraña que recorría su cuerpo, sin saber si era buena o mala.

Sin más Aemond se coloco de pie, con cuidado de no hacer ruido se visitó con una camisa de lino y con unos pantalones de cuero negro, en su cintura coloco la daja qué su padre el Rey le había regala a escondidas de su madre por su cumpleaños hace unos meses.

Con cuidado salió de su habitación, viendo que su guardia jurado no estaba, "seguro fue al baño", pensó Aemond mientras salió con cuidado de su habitación, miró hacia los dos lados y cuando vio que todo estaba bien, prácticamente salió corriendo por el pasillo.

Aemond siguió corriendo por los pasillos de Rocadragón, mientras miraba hacia atrás viendo que nadie lo siguiera, hasta que sintió como chocaba contra alguien, así logrando que ambos cayeran al suelo.

—Auh eso dolió — dijo la otra persona con la que había chocado, Aemond reconoció esa voz al instante.

Aemond alzó la cabeza y vio con pánico que la persona con la que había chocado era nada más y nada menos que Nerea, la cual seguía en el suelo sobandose el golpe.

—¿Nerea qué haces aquí? — preguntó Aemond mientras la ayudaba a colocarse de pie.

—Lo mismo me pregunto yo Tío Mondy — dijo Nerea mirándolo con esos ojos verdosos qué te dejan sin aliento.

El Targaryen se perdió por unos segundos en los ojos de la Velaryon, sus ojos brillando bajo la luz de la luna que se filtraba por las grandes ventanas del pasillo.

—¿Tío Mondy? — preguntó Nerea mientras movía su mano frente al rostro del mayor.

—Si, lo siento — respondió el saliendo de su ensoñasion —No respondiste a mi pregunta Nerea.

La Velaryon le dio una pequeña sonrisa, mostrando que le faltaba un diente delantero de la parte de abajo, "Muy adorable", pensó Aemond.

— No podía dormir y entonces decidí salir a caminar — respondió el.

Nerea asintió, sin borrar si sonrisa.

—¿Quieres ir conmigo a ver a Silverwing? — preguntó la pequeña de ojos verdosos.

—Claro por que no — dijo Aemond, mientras aceptaba la mano que Nerea le ofrecía.

Para ser sinceros Aemond siempre tuvo curiosidad de ver a Silverwing, la impotente dragóna de su bisabuela la Reina Alyssane Targaryen, también había escuchado algunas historias de ella por parte de su padre.


Los dos pequeños príncipes caminaban por la playa de Rocadragón, iluminados solo por la luz de la luna y una pequeña lámpara que llevaba Aemond en una mano. Con la otra mano, sostenía con firmeza la de Nerea. El viento fresco y reconfortante soplaba suavemente a su alrededor, creando un ambiente casi mágico.

A unos metros de distancia, Silverwing reposaba en la arena, su resplandeciente cuerpo plateado brillando bajo la luz de la luna. A su lado, Vermithor descansaba imponente, su presencia irradiando poder y majestuosidad.

Los niños se acercaron lentamente a los dragones, sintiendo la arena fría bajo sus pies. Nerea, con su natural confianza y cariño hacia los dragones, se adelantó un poco y acarició el hocico de Silverwing, quien emitió un suave gruñido de satisfacción.

Aemond, por su parte, se encontró hipnotizado por la presencia de Vermithor. Sin saber exactamente por qué, sintió una atracción irresistible hacia el enorme dragón. Se acercó con cautela, sus pasos resonando en la tranquila noche.

Cuando Aemond estuvo lo suficientemente cerca, Vermithor levantó la cabeza y lo miró directamente a los ojos. En ese instante, Aemond sintió una conexión profunda y primordial, como si sus almas se reconocieran mutuamente. Era una sensación que nunca antes había experimentado.

Con el corazón latiendo con fuerza, Aemond extendió una mano temblorosa y tocó la escamosa piel de Vermithor. En ese momento, supo con certeza que había encontrado el vínculo de jinete y dragón que siempre había deseado. Una sonrisa se dibujó en su rostro, reflejando la mezcla de asombro y felicidad que sentía.

Nerea observaba la escena con una expresión de satisfacción y orgullo. Sabía que su tío había encontrado algo verdaderamente especial en Vermithor, y eso la alegraba profundamente.

—¡Lo lograste tío Mondy! — grito Nerea feliz de que Aemond por fin logro tener lo que siempre soñó.

—¡Lo logre Nerea! — grito también Aemond, mientras abrazaba a la pequeña Velaryon, la cual le devolvió el abrazo.

—Te lo dije Mondy — Nerea sonrió, para después separarse del abrazo.

—Me lo dijiste — Aemond tenía una gran sonrisa en sus labios.

Así los dos príncipes pasaron un momento con sus dragones, Neta mimaba a si Hermosa dama de Plata, mientras que Aemond se adaptaba al nuevo vínculo que formó con Vermithor.

Después de la emocionante experiencia junto a Vermithor y Silverwing, Aemond y Nerea decidieron regresar al castillo. Prometieron que al día siguiente intentarían volar juntos. Sin embargo, mientras caminaban de vuelta, dos hombres encapuchados aparecieron de la nada, bloqueando su camino.

—Venimos a matar a la princesa Nerea —dijo uno de ellos con voz amenazante—. Nos envía la serpiente verde —añadió, revelando a Otto Hightower como el autor de la orden, aunque los niños no sabían aún ese significado.

Aemond, con solo 10 años, no dudó en salir en defensa de su sobrina. Desenvainó la daga que llevaba y se colocó entre Nerea y los hombres, con una determinación feroz en sus ojos.

—¡No tocarán a mi sobrina! —gritó Aemond, su voz resonando en la noche.

Mientras tanto, Nerea, aterrada, comenzó a gritar pidiendo ayuda. Los dragones, percibiendo el peligro, se agitaron en la distancia.

Uno de los hombres, más rápido de lo que Aemond pudo anticipar, logró abalanzarse sobre él y con un movimiento brutal, le arrancó el ojo. Aemond gritó de dolor, pero no retrocedió. En ese instante, Silverwing, respondiendo a los gritos de Nerea, lanzó una ráfaga de fuego hacia el otro hombre, quien murió quemado al instante.

El primer hombre, al ver a su compañero caer, intentó huir, pero antes de que pudiera escapar, Vermithor se levantó y rugió con furia, lo que hizo que el hombre tropezara y cayera, permitiendo que los guardias del castillo, alertados por los gritos, llegaran a tiempo para capturarlo.

Nerea corrió hacia Aemond, llorando y tratando de cubrir la herida de su tío con sus manos temblorosas.

—¡Aemond! ¡Lo siento tanto! —sollozó—. Esto es todo culpa mía...

Aemond, a pesar del dolor, logró esbozar una pequeña sonrisa.

—No es tu culpa, Nerea. Estoy feliz de haberte protegido.

En respuesta a los gritos desesperados de Nerea, un alboroto se formó en el castillo. La primera en llegar fue Rhaenyra, con el rostro pálido de preocupación. Tras ella, Harwin y Laenor corrieron hacia la playa, seguidos de cerca por Daemon, cuyo expresión era una mezcla de ira y determinación.

—¡Nerea! ¡Aemond! —exclamó Rhaenyra al ver la escena. Corrió hacia su hija y hermano, y se arrodilló junto a Aemond, quien estaba cubierto de sangre.

Harwin y Laenor se aseguraron de que los guardias detuvieran al hombre encapuchado que intentaba escapar, mientras que Daemon se acercó a Silverwing y Vermithor para calmarlos. Los dragones aún estaban agitados, pero la presencia de Daemon los tranquilizó.

En ese momento, el Rey Viserys y la Reina Alicent llegaron al lugar, acompañados por varios guardias reales. Viserys se arrodilló junto a su hijo, con una expresión de angustia.

—Aemond, ¿qué ha pasado? —preguntó con voz temblorosa.

Aemond, sosteniendo su herida, miró a su padre, aunque si vista estaba borrosa y su rostro lleno de sangre.

—Intentaron matar a Nerea —respondió con esfuerzo—. Yo los detuve.

Alicent, con los ojos llenos de lágrimas, se arrodilló junto a su hijo y lo abrazó con fuerza.

—Mi valiente niño —susurró, tratando de mantener la compostura—. Todo estará bien. Te llevaremos al maestre para que te cuide.

Rhaenyra, con el rostro empapado de lágrimas, abrazo a Aemond con cuidado, para después darle las gracias por proteger a su hija.


1446 palabras.

Espero y les guste mucho.

Nes vemos mañana con un posible capítulo.

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