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«what is this game?»

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SI dos días eran cuarenta y ocho horas, cuarenta y ocho horas fueron eternas para mí. Cuando acepté quedarme en casa de Evie unos días estuve consciente de que ella no estaría muchas veces y que me quedaría sola en aquel castillo. Evie tenía toneladas de trabajos importantes; proyectos; y pedidos. Era una máquina de diseñar, tejer, y entregar. Cada vez que la observaba perdida entre sus bocetos del taller pensaba en lo dedicada y centralizada que estaba en aquello, y en lo recia que era cuando se trataba de su trabajo. Evie no cedía, ni abandonaba un proyecto por más duro y ardido que resultara. Se esmeraba, daba lo mejor de sí. Esto yo lo admiraba, y sonreía viéndola desde la puerta de su taller porque su sacrificio y su dedicación eran tan vivos y reales como un tigre corriendo por la jungla.

De cierta forma me inspiraba, me hacía querer seguir, y esto era algo que la mayoría del tiempo nadie me trasmitía. No la interrumpía yo, y también trataba de que nadie lo hiciera. Cuando Evie se metía al taller yo me quedaba en la sala pintando. El lienzo del atardecer ya estaba más que terminado y detallado. Yo lo contemplaba parada delante de él. Me gustaba el espléndido contraste de colores que tenía y lo relacionado que estaba con mi vida. Cuando yo pintaba manifestaba mis sentimientos y mis estados de ánimos, y tener conocimiento de que alguien aparte de mí lo sabía y se había fijado lo suficiente como para afirmarlo, me consolaba. Evie se había tomado el tiempo de analizar y ver mi pintura, Evie había visto lo que había en ella. Me sorprendía que alguien desenmarañara los colores de la pintura, y la dejara en escala de blanco y negro. Sencillo es admirar la belleza, complicado es idolatrar las imperfecciones. Yo parecía una civilización antigua desconocida, y Evie una historiadora en busca de mi cóncavos misterios.

Pero mis pensamientos se fueron como pajarillos volando al horizonte cuando el timbre de la puerta sonó, y me levanté para abrirla.

—¿Buenos días?

—¿La diseñadora Evie Grimhilde está?

—Sí, pero está ocupada —dije viendo al guardia real.

—¿Podría entregarle esto con urgencia? —Me dio un sobre—. Es un pedido de gran importancia de parte de su majestad.

Tomé el sobre con cuidado, y lo vi por fuera: no, esa no era la letra de Ben.

—Se lo entregaré ahora mismo, descuide.

—Muchísimas gracias. Tenga un buen día.

No, no tendría un buen día. Cerré la puerta, y caminé hacia la sala viendo el sobre. Era azul, con bordes dorados y el cuño de Auradon. Tenía todos las características de haber sido enviado por Ben, pero esa no era la letra de él. Ben no escribía con trazos apretados y largos; escribía más ovalado, y eso ya me dejaba tantas cosas que replantearme, que no me quedaría tranquila. El corazón me latía rápido viendo aquella carta, y la pizca de curiosidad que no era más que una necesidad de saber qué decía, me poseía completamente. Una parte diminuta de mí sabía que no debía leerlo, pero otra enorme quería arriesgarse, y leerlo aunque le doliera y la hiciera arder en daño. Ya lo dije, fue más grande mi necesidad de autodestruirme que mi instinto de salvación. ¿Por qué somos así? ¿Por qué nos lanzamos al caos si sabemos que nos destruirá más?

Estuve a nada de abrir el sobre.

—Escuché el ti-

Evie había salido del taller con una bata de seda puesta únicamente, y su ceño se frunció viéndome. Yo la vi, y ella a mí. Se me acercó lentamente y se sentó de piernas cruzadas a mi lado.

—Un guardia real me dio esto, me dijo que venía de parte de Ben —hablé sin más.

Le di el sobre a Evie sin mirarlo, y desvié la vista. Evie suspiró, y tomó mi mano haciendo que mi vista regresara a encontrarse con la suya.

—¿Quieres leerlo? —me preguntó.

—¿Tú ya sabes qué dice?

—No —contestó con sinceridad—. Es la primera vez que Ben me envía un sobre desde que ustedes se separaron.

Me quedé callada, y vi hacia el piso. Evie sabía que me dolía todo sin tener que leer el sobre, porque el nombre de Ben para mí era como un cuchillo cortándome el corazón.

—M... —Me obligó a verla y acarició mi rostro—. ¿Quieres que lo lea por ti?

Cerré los ojos y apoyé la frente en su hombro, estaba muy herida como para responder, y Evie lo sabía. Ella dejó el sobre, y se quedó acariciando mi espalda y mis cabellos. Me daba el calor que yo necesitaba, me daba el cariño y el afecto que mi moribundo corazón me exigía. Evie fue mi luz al final del túnel.

  —Sólo quiero que me ayudes a olvidarlo, Evie. No puedo más con esto.

  Y era verdad, ya no quería pensar más en él, ya no quería que me lastimara lo que había pasado entre nosotros. Deseaba cavar hasta el núcleo de la tierra y enterrar ese amor que me seguía doliendo aún en medio del pecho, hasta que se derritiera con el magma y se fundiera en la corteza terrestre quedándose muerto para la eternidad. Los recuerdos de Ben, de sus sonrisas, sus ojos, sus palabras, y su mano al caminar, me seguían lastimando; me herían como si no hubiera tortura mayor que aquello.

  —¿Te arrepientes de haberlo dejado en el altar aquel día?

  Y yo no sabía la respuesta, porque estaba tan rota, que realmente no podía definir si hubiese sido mejor casarme con él con aquellas miles de obligaciones, sentimientos perdidos, y personalidad aplastada, o vivir con la ausencia de sus brazos. Quizás él y yo hubiésemos enfrentado todo aquello juntos, o quizás nos hubiésemos desmoronado como un castillo de naipes al ser soplado por el viento.

—Estoy rota, Evie —sollocé llorando en su pecho.

El sonido de la lluvia esa tarde fue tan estridente que mis lágrimas parecieron esfumarse en él. No cayeron truenos, o relámpagos; sólo un torrencial de agua que empañaba los vidrios de las ventanas del castillo. Afuera podía ver el bosque, los árboles, y aquel sendero de adoquines. En el fondo de mi corazón, había una pizca de necesidad que imploraba porque Ben apareciera con un paraguas, y me buscara; pero estúpido era pensar eso, y seguir creyendo en un amor que se desplomó en mis manos hasta hacerse cenizas. Él ya no me amaba..., él ya no pensaba en mí.

«˚✧/»

  La noche cayó, y Evie se quedó en aquel sofá conmigo. No regresó al taller a trabajar, tampoco se interesó por abrir el sobre y leerlo. Ella sólo estuvo allí, acariciando mis cabellos mientras yo dormía en su pecho, hasta que desperté.

  —¿Qué hora es...? —pregunté con la voz ronca.

  —Como las nueve... Te quedaste dormida, ¿no tienes hambre?

  —Creo que no...

  —Yo tampoco... —confesó.

  Miré a Evie que parecía sumida en sus propios pensamientos, y le acaricié el rostro viéndola de cerquita. Así logré que me mirara.

  —¿Pasa algo?

  —No —respondió viendo al techo—. Nada, M.

  No me gustó que se negara a contarme qué le pasaba, así que me senté sobre sus piernas y me incliné sobre ella buscando su atención.

  —¿Por qué no me cuentas de una vez qué pasa en tu corazón, E?

  Evie frunció las dos cejas sobre su ceño, y me vio a los ojos tratando de buscar una explicación a tan repentina actitud mía. No es que la hubiera, yo sólo actué así porque necesitaba saber qué la atormentaba, yo también quería ayudarla a sanar.

  —Vamos, E. ¿Es tan difícil para ti contarme? Somos mejores amigas.

  La miré suplicante, y Evie soltó un suspiro trabado, tupido. Me quedé viéndola, y ella se limitó a hacer lo mismo. ¿Qué podría estar pasando que Evie actuaba así?

  —M, quisiera contarte, pero es un asunto delicado, y no es sólo mío. También de Doug.

  —Evie, necesitas soltarlo. No importa lo que sea, soy tu mejor amiga, puedes contarme todo. Por favor, cuéntame que sucede. Quiero ayudarte, déjame hacerlo. Si quieres que me quede callada,no digo ni una palabra y sólo escucho.

  Acaricié su rostro, y Evie suspiró una vez más sintiéndose vencida. Se tomó su tiempo, porque sí, lo que pasaba era serio e íntimo, y ella y yo nunca habíamos tenido el tiempo para hablar de intimidades realmente.

  —Tuve problemas de sexo con Doug —confesó y cerró los ojos—. Intentamos, pero no le provoco nada.

  Me quedé estupefacta.

  —¿Cómo que no le provocas nada?

  —Es lo que dije, M. No le provocaba nada a Doug, nada de nada.

  —Evie, lo siento pero esto es muy difícil de creer para mí. Necesito que seas más clara, y aunque sea vergonzoso, me expliques bien cómo fue todo.

  —M, no sé qué tengo que explicarte —me dijo frustrada—. Yo no lo excito, no importa qué haga, o qué ropa use, no le causo nada.

  —Demonios, Evie. Esto es serio.

—Lo sé, pero ya todo se desplomó antier.

—¿Fueron a terapia de parejas alguna vez?

  —No, yo quise e insistí muchísimo, pero Doug se negó a muerte y no hubo forma de llevarlo. Te juro que pasé meses tratando de convencerlo de que fuéramos a terapia, no me importaba pagarle un médico, un tratamiento, unas pastillas, o lo que fuera. —Se le salieron las lágrimas—. Te lo juro.

  —¿Desde hace cuánto tiempo tenían este problema? —Le limpié los ojos.

  —Más de un año. Al comienzo creí que serían los nervios del momento, o que era su primera vez y estaría nervioso, pero, no funcionó nada en ningún momento. Me hacía sentir como si no le gustara mi cuerpo o como si no le gustara yo como mujer.

  —Eso es horrible. Nunca pensé que podría pasarte algo así, E; es decir: eres linda, sexy, atractiva, cualquier chico se moriría por tener sexo contigo. —Miré hacia otro lado con vergüenza—. ¿No existe la posibilidad de que Doug sea...?

  —¿Gay? No lo sé, M. Ojalá hubiéramos hablado lo suficiente como para que yo supiera qué sentía él, pero lo único que hacía era alejarse de mí y cohibirse. No importaba cuántas veces le insistiera, él se iba, y luego actuaba como si nada.

  —¿No probaron juegos sexuales, o cosas sucias? —Arrugué la nariz.

  —Sí, de hecho hice cosas muy vergonzosas tratando de excitarlo —dijo y me miró a los ojos—, y no me arrepiento de eso, M. No me arrepiento de nada de lo que hice porque yo lo amaba, yo quería estar con él y que me tocara, pero... —Se calló repentinamente—. No lo sé, parece que yo no le gustaba.

  —E, tal vez él estaba muy estresado. Las pocas veces que traté de hacerlo con Ben, que creo que apenas fueron dos, él se estresaba y se ponía tenso. Creo que los chicos vírgenes son complicados.

  —M, Ben no tiene nada que ver con Doug. Estoy segura que él al menos te tocaba, y tenían momentos calientes sin necesidad de sexo, pero Doug no me tocaba ni un pelo, ni teníamos un momento íntimo y privado. ¿Sabes lo que es estar con un hombre que no le interese ni pegársete por detrás repentinamente y decirte que le gustas mucho?

  —Tal vez tengas razón en eso. Ben sí me tocaba a veces, pero no el trasero, ni los pechos —sonreí mostrando mis hoyuelos con cierta pena por recordar—. Siempre fue muy caballeroso, y respetuoso. Nunca se propasó ni se aprovechó aunque yo le dijera que podía hacer lo que quisiera. Cualquier chico diría que es un estúpido, pero yo le admiro eso, E. —La vi a los ojos—. A él le importaba más regalarme flores que buscar una oportunidad para verme de más. Creo que es una de las cosas más lindas que puede tener un hombre. Tal vez Doug es así.

  —Pero no es la misma circunstancia, M. ¿Te le desnudaste alguna vez a Ben y te dijo que no?

  —No, no hubiera tenido valor para hacer eso, E.

  —¿Y si lo hubieras hecho crees que ustedes hubieran tenido sexo?

  Me quedé pensando, e inhalé profundamente.

  —Creo que en ese caso sí.

  —Entonces no es la misma circunstancia. Te estoy hablando de que yo me desnudé frente a él, y no me hizo nada, no le causé nada, M —me dijo como tratando de que entendiera—. ¿Imaginas lo frustrante que es eso?

  —Demonios, E, qué situación tan difícil.

  —Y hay más que eso, M. No fui una santa en esta historia tampoco —contestó y la vi buscando que hablara—. Le hice cosas a Doug, y yo también fui destruyendo la relación.

  —Evie, no creo que nada destruya más una relación que falta de confianza. La intimidad es importante, pero no es vital, al menos no para mí. Si yo fuera tu novia, no me desesperaría por follar o restregarnos en el sofá. Tal vez soy un poco ajena a la importancia que muchos le dan al sexo.

  —Para mí la intimidad sí es vital, la necesito. Es una forma de expresar lo que sientes, y demostrarle a tu pareja que te gusta y le atraes. Es más fácil solucionar los problemas con sexo que hablando. Por Doug hasta dejé eso de lado.

  —Tal vez no he probado lo suficiente como para definir el sexo como una necesidad, peor creo que resolver las cosas con sexo sería sólo momentáneo.

  —O tal vez lo que pasa es que no encontraste a la persona que te volviera loca completamente y no entiendes mi punto.

  Miré a Evie con el entrecejo fruncido. Me debatí a mí misma si estaba siendo arrogante y autosuficiente, o si lo decía como únicamente un criterio. Por su sonrisa me parecía la primera, y eso me hizo ponerme en negativa.

  —Qué manía más pesada tienes de creer que dices siempre la verdad —le contesté con algo de molestia en mi voz—. ¿Por qué hablas como si supieras lo que Ben me transmitió o no?

  —No me ataques, Mal —dijo rápidamente y me miró con seriedad—. No me creo que digo la verdad, te estoy diciendo la verdad.

  —¿Y tú eres una diosa del Olimpo o mi madre para creerte que siempre dices la verdad? Evie, tú también te equivocas, es absurdo que creas que siempre todo lo que dices es la absoluta verdad. Estás muy equivocada.

  —Qué rápido te ofendes, Mal. Nunca he dicho que todo lo que yo diga es la absoluta verdad, eso sería una estupidez y una falta de humildad que yo nunca haría. Lo que estoy diciendo, es que tú no has encontrado una persona que te atraiga física y sexualmente de verdad. No malinterpretes mis palabras, Ben pudo ser muy gentil contigo, y un magnífico hombre, pero no te enloquecía. Es todo. No busques donde no hay, Mal.

  —¿Pero por qué hablas con esa prepotencia como si fueses la reina del mundo? —Me levanté de sus piernas y la miré—. Evie, deja de juzgar lo que siento o no. ¡Tú no eres yo!

  Evie se calló, y no dijo nada más. Se levantó y caminó escaleras arriba acomodándose la bata de seda sin decirme ni una palabra más. Me frustré más y fui tras ella siguiéndola hasta su cuarto, para agarrarla del brazo frente a la cama.

  —Suéltame, Mal.

  —Lo siento.

  Cerré los ojos luego de decirlo, y al abrirlos noté que Evie me veía. Conocía esa mirada seria, y cada vez que la veía, toda la rudeza en mí se volvía flexible.

  —Lo siento por decir eso. Me hiciste sentir frustrada.

  Solté el brazo de Evie, y fui deslizando mi mano hasta la de ella para tomarla con cuidado. Evie inhaló hondo, como llenándose de paciencia porque la necesitaba conmigo. Era cierto que mi carácter no había aflojado ni con los años. Menos mal que mi mejor amiga seguía siendo igual de compresiva.

  —Está bien. Tienes razón, ni que yo fuera alguien para afirmarte o negarte tus propios sentimientos.

  —Evie, no. —Sostuve fuerte su mano para que no caminara, y la acerqué a mí abrazándola de las caderas—. No te lo tomes así, ya te pedí disculpas. Eres mi mejor amiga y nadie me conoce como tú. Lo lamento, E.

  Esperé que me respondiera, pero Evie cerró los ojos otra vez, y apoyó sus manos en mis hombros. Yo la estaba viendo a la espera de una respuesta, o que simplemente me mirara con sus mates y me diera a entender que todo estaba bien, pero cuando Evie abrió los ojos, su mirada me transmitió algo indescriptible.

  —Estoy muy estresada, M. Todo este conflicto con Doug me tiene al borde de la locura... —Acarició mis hombros, y mi cuello lenta y sensualmente; luego se pegó a mi cuerpo y sentí su respiración agitada en mi oído—. Creo que necesito una forma de sacarme todo este estrés de encima.

  La única ropa que tenía puesta Evie era una bata de seda bastante trasparente y fina como para evitar que sus pechos se sintieran casi desnudos contra los míos. Yo tampoco tenía puesto mucho encima: una blusa holgada negra que no me tapaba ni la mitad de los muslos era lo que llevaba. A Evie no parecía importarle el roce, o fingía no notarlo, porque sus labios estaban rozando mi cuello y su respiración me había erizado completa. Estaba jugando, jugando de una dulce manera que me estaba excitando y me estaba poniendo caliente. Los trazos suaves de sus uñas en mi cuello me incitaban, y nunca había sentido algo así. Nunca había sentido tantas ganas de follar.

  —¿Puedo ayudarte a quitarte ese estrés? —dije en su oído, y supe de su sonrisa debajo de mi oreja por cómo se le había escapado el aire de la nariz.

  —¿Tienes alguna idea? —me preguntó bajo, y movió su rostro hasta que quedó frente a frente al mío con su mirada en mis ojos.

  —Creo que sí...

  Deslicé mis manos hasta los botones de su bata, y los zafé lentamente. Sus pechos quedaron desnudos, y sus bragas rojas de encajes también. Me sentía tentada, porque aunque nunca en mi vida hubiera experimentado con una mujer, la idea de tocar a Evie me parecía excitante y prohibida. No pude aguantar esa tentación. Bajé mi mano despacio por su vientre rozándolo con las yemas de mis dedos, y la metí dentro de su ropa interior. Evie giró completamente los ojos hacia atrás, y escucharla gemir fue una tortura dulce y agonizante que me excitó más. Estaba temblando del deseo y la necesidad que sentía, y se mordía el labio inferior queriéndoselo reventar. Nunca había hecho eso, y ella lo sabía bien. Yo supuse que tenía experiencia de sobra por cómo me veía a los ojos, con tal mirada de desquiciada que no ha tenido contacto en meses y está desesperada y dispuesta a lo que sea por tener. Me atraía el hecho de darle eso que ella necesitaba.

  —Aquí... —gimió en mis labios, y guió mi mano sobre su clítoris hinchado. Lo presioné fuerte con mis dedos húmedos, y ella se abrazó de mi cuello temblando—. Por Dios, Mal... Así.

  Temblaba más y más, y sus piernas se separaban. Ni siquiera trató de acostarse, porque era tanta la necesidad de un orgasmo que Evie sentía que le urgía sentirlo ya, aunque fuera de pie.

  —Sigue, no pares por nada. —Echó la cabeza hacia atrás atrayéndome hacia su cuello—. Ya casi...

  Degusté con una mordida suave y lenta de su piel, y no me contuve cuando sacudí su clítoris presionándolo de un lado a otro. Gimió altísimo, como si sintiera la gloria misma y el cielo, y me encantó saber que yo se la estaba haciendo sentir. Mis dedos resbalaban dentro de sus bragas, y Evie no daba más por lo rojas que estaban sus mejillas. Ataqué su cuello con vehemencia y ferocidad, y moví duro y frenéticamente su clítoris encargándome de que viera las estrellas. Lo logré. Evie se sacudió entera y se tensó gimiendo con los ojos en blanco, los labios rojos separados e hinchados, y sus mejillas sonrojadas, hasta que el orgasmo la azotó y sus piernas flaquearon completamente casi haciéndola caer. La tuve que sostener con mi brazo izquierdo abrazándola de la cintura, porque de no haber sido así, Evie no hubiera aguantado los espasmos y habría caído al suelo.

  —¿Estás bien? —pregunté en su oído, y ella asintió débilmente. La cargué en brazos, y la acosté en la cama—. ¿Estuve al menos decente?

  —Me gustó mucho... —Me acarició el rostro, y trataba de verme, pero sus ojos se cerraban solos—. Gracias, M...

  —¿Te cobijo? —murmuré tomando las sábanas.

  —Sí..., y quédate hasta que me duerma...

  Así lo hice, me quedé tomando su mano hasta que se durmió. Decir que me fui luego de eso sería mentir. Me quedé viéndola, al menos un rato más, y me pregunté cuánto tuvo que cambiar su esencia Evie por Doug. Me asustaba el hecho de pensar en que aquel chico la había reprimido inconscientemente tanto tiempo, y también me jodía, y me dolía. Me lastimaba porque siempre me había fascinado aquella personalidad de ella, me quemaba porque sabía lo que era ser adaptada a algo que no quieres ser, me destruía no poder ver su sonrisa malvada una vez más.

  Esa noche me puse una meta: recuperar la esencia de Evie.

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