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S U K U N A

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Tras las notas recién obtenidas, y los sentimientos que en ellos se reflejaban muchas preocupaciones para Sukuna; este salió despedido del lugar, con pasos airados y sus nudillos blancos de tanto apretarlos. 

Se encierra en su cuarto de sopetón, ignorante de como al rato toca Rochelle, pidiéndole una y otra vez que le abra. Pero ella no lo entiende, no entiende esa rabia que carga contra su hermano gemelo.

Ciertamente, mientras pensaba recostado en su cama y escuchando los llamados de su mentora de rizos chocolates, no sabía hasta que punto podía mantenerse siendo un ignorante; hasta qué punto eso podría servirle para ahuyentar una realidad que afectaba a todos. Al menos a los que irían a la arena y los familiares de estos.

El odio que crecía por su hermano era incomprensible, gravitacional e inmensamente grande. Ya no sabía si estaba dirigido a su actitud de bueno y santo; si estaba dirigido a las buenas notas y aptitudes que terminaban pareciéndose a las suyas; o si todo ello estaba arraigado al sentimiento de haber sido elegido por sus padres para ser vendido y abandonado en otro distrito.

Sí; en ese distrito lo cuidó una mujer que lo quiso profundamente hasta el día de su muerte. Se crio en un distrito que indudablemente estaba en mejores condiciones que el Distrito 12. Y fue el lugar, dónde conoció a su Rochelle y Uraume; sus dos personas más importantes. Dónde aprendió a ser cariñoso con la gente, atento y amable; dónde aprendió a luchar y valerse de sí mismo.

Pero, ¿de qué valía todo eso?

Lo único que recordaba su mente era el hecho de que a tan solo poca edad, y por la que creía que era su madre, fue notificado por una carta que en realidad había sido comprado; que tenía un hermano gemelo y otro mayor que se habían criado en uno de los últimos distritos. Y de alguna forma, tuvo que aceptar desde temprana edad que fue abandonado a su suerte, porque así fue. 

Sus biológicos padres no eran conscientes de que la mujer que lo compró murió al poco tiempo por su enfermedad que no la permitía andar o tener hijos; y sino hubiera sido por la amabilidad de la gente y su encuentro con Rochelle, hacía tiempo que hubiera sido un niño de la calle, u otro cadáver enterrado en la tierra, sin familia, sin nombre, sin nada.

Y por lo que veía, ese tal Yuji y su hermano estaban muy bien pese ser del distrito que eran. ¿Cómo ellos sabían que no podrían haber sobrevivido los tres juntos? ¿Cómo lo sabían?

¿Por qué razón habían tomado esa decisión? ¿Tanto lo habían odiado? ¿Tan innecesaria les pareció su vida, su nacimiento?

Ni siquiera su hermano gemelo sabía de su existencia, y creía que su hermano mayor, al no haberlo visto nacer, tampoco lo sabía. Según la carta, nadie lo vio. 

Al ser concebido fue inmediatamente vendido, porque sus padres no podían alimentar dos bocas más, ya que solo esperaban una.

Nadie sabía de su mísera existencia, mientras que él, desde niño había sabido que tenía dos hermanos en uno de los peores distritos y, por azares del destino, había acabado con su gemelo en los Juegos del Hambre.

Rochelle ni nadie nunca podría entender esa frustración que surcaba su alma. 

Supuso desde muy poca edad que las personas decidían sumergirse en el odio con tal de sobrellevar la tristeza del día a día, así olvidándose de todo y todos, huir con la débil excusa de que seguir vivo era suficiente fuerza.

Las lágrimas descendieron por sus mejillas y, con sollozos suaves, dejó que todo lo que encerraba su corazón se soltase. Era demasiado, era demasiado para soportar, y asimilar; y encima de todo ello, que ya de por si los juegos y la arena eran algo muy pesado, estaba Rochelle.

Una muchacha que desde que lo conoció fue amable, lo quiso y lo cuidó con todo su cariño. Y en cambio, él no había podido cuidarla de estos juegos; estos juegos que gracias a suposiciones que hizo y confirmaciones de su estilista Geto, sabía que le habían hecho algo.

Algo horrible y de lo que ella no quería hablar.

Su única estrella, la única persona que le importaba más que nadie en el mundo, había sido herida; alejada de sus manos, y él no podía con tanto.

Se sentía débil, vulnerable, derrotado. Morir pudo haber sido la salvación que necesitaba, pero a veces recordaba las palabras de su madre adoptiva: Sukuna... hazles pagar por haberte escogido a ti, y solo en esos momentos, le poseía un infalible deseo de ajustar las cuentas.

Sabía muy en el fondo que su hermano gemelo no tenía la culpa, la culpa absolutamente de nada. Pero ahí estaba, la personificación de todo un odio y tristeza acumulado con los años, y que se estaba descargando en el pobre chico.

Los golpes de Rochelle dejaron de sonar, probablemente porque lo escuchó llorar. Sus pasos se alejaron de la puerta, y dándose un poco de espacio entre pensamientos y emociones, cayó profundamente dormido; con las lágrimas aún descendiendo por sus mejillas.








Al amanecer, la respiración seguía atorada en su cuerpo. Tuvo que toser un poco, dándose cuenta de que tenía el pecho algo obstruido, posiblemente por la lloradera y por no haberse arropado como debía. 

Sus brazos se sentían entumecidos, y estirando sus dedos, miró el sol que poco a poco pasaba a saludar. Hacía un día precioso. 

Era domingo.

Uraume, extrañamente, es la que lo llama y le recuerda que hoy es un día importante, y que mueva el culo que Rochelle los espera. Mañana por la noche sería la entrevista con la televisión, así que suponía que todo el equipo estaría liado preparando el acontecimiento.

De modo que, sintiendo como escuece la piel bajo sus ojos, se da una ducha rápida y baja al comedor. Rochelle está hablando con Uraume, Geto y Petra, de forma extravagante mientras desayunan bebidas calientes y cargadas. 

Llena un plato con todo lo que pilla por delante, y viendo de reojo como Rochelle lo mira con suavidad; recuerda que lo escuchó llorar anoche y que no le abrió la puerta, lo que viéndolo ahora, le parece muy vergonzoso.

No puede verla, no puede porque sabe que tiene muchas cosas que recriminarle y explicarle.

Le da un buen trago a un zumo de naranja y se limpia la boca, acomodándose en su asiento, a un lado de Uraume y al frente de su mentora.

—Bueno, ¿Hoy se nos preparará para las entrevistas, no? —pregunta, no viendo a la morena fijamente. Decide centrarse en los ojos oscuros de su estilista.

—Sí —responde él.

—No tenéis que esperar a que acabe. Puedo escuchar y comer a la vez —dice Sukuna, mientras se mete un bocado de tostadas.

Degusta esa mermelada y ha de admitir que le gusta mucho. Los rayos del sol lamen las mejillas de Sukuna, delineando las líneas negras de tinta que pintan su pálida piel; y escucha a su estilista.

Los juegos empezaban dentro de dos días y ya no había tiempo que perder. 

—El horario será de cuatro horas con Rochelle para la presentación, y las otras cuatro conmigo y Petra para el contenido. Lamentablemente vuestro acompañante del distrito dos se fue, así que, nosotros nos ocuparemos de ayudaros —responde Geto—. Tú empiezas con Roch, Sukuna.

Los rubís del chico se posan en la morena, quien le corresponde con tranquilidad. No entiende del todo porque se necesitan exactamente cuatro horas con esas tonterías, pero si iba a estar solo con Rochelle... durante todo aquel tiempo, y pese a las conversaciones que tiene sin terminar, lo disfrutaría. Sonríe, y Geto no hace más que rodar los ojos ante su obviedad.

Pensó que podría hacer uso de esas cuatro horas para hacerse explicar, o hablar, pero Rochelle no lo dejó. No dejó que tocasen ningún otro tema más que la práctica de la presentación. Por supuesto sabía que la morena se tomaba en serio todo esto, y quería que fuese lo mejor posible.

Estuvieron en su propio cuarto, le pone un esmoquin simulatorio, no el que será de verdad, y los zapatos de charol. Practican las andanzas, la forma de sentarse, que al ser hombre tiene más libertad que la mujer, por supuesto; le enseña una forma en la que demuestre esa actitud altanera que tiene, pero que se siga viendo responsable, recto y con amabilidad hacia el público.

Luego está el contacto visual, los gestos de las manos y lo que más le cuesta, sonreír. Es fácil cuando es a personas que quiere, pero cuando no, siempre tiene el cejo fruncido. Rochelle por ende, lo ayuda a ensayar muchas frases que terminen o empiecen con una sonrisa. 

A la hora de la comida, a Sukuna le arden los músculos de las mejillas.

—Bueno, al ser ambos del Distrito Dos están mucho mejor entrenados que los de distritos posteriores —dice Rochelle, exhausta—. Aunque si que te cuesta bastante ser amable con los del Capitolio.

—¿Me estás juzgando después de que hemos pasado tardes enteras despotricando sobre ellos? —replica el chico de tatuajes, a su mentora sentada al frente de él.

—Trata de fingir, Sukuna. De esto se trata de tu supervivencia en la arena..., yo sé que lo harás genial, pero aún así me preocupa que algo salga mal, y... que al final no tengas patrocinadores y-

—Ey... —le dice tomando sus manos morenas que tiemblan junto a sus delicados labios. Ya estaba viendo una reacción por la chica ante la situación que se refería ir a los juegos del hambre—, todo saldrá bien. Después de lo fuerte que te he visto estos días, no pensé que fueras a flaquear. ¿Sabes de quién estamos hablando, verdad?

Rochelle sonríe, y se aferra a esas más grandes y blancas manos. Sus rizos caen en cascadas, cubriendo la calidez de sus mejillas y sus tupidas pestañas. Tiene la cabeza inclinada, y eso no le deja ver el precioso lunar que tiene en su barbilla, ni sus dorados ojos.

Se escucha un suspiro de sus labios. —Lamento mucho no ser capaz de entender el dolor que puedes sentir al ver a tu gemelo, al recordar cómo fuiste vendido..., no soy capaz de ponerme en tu piel, y lo siento. Con todo lo que está pasando, con lo de tu hermano, las entrevistas, y el poco tiempo, me hacen recordar que te irás de mi lado. Yo regresé de mis juegos por un puro milagro, pero..., ¿Qué pasará? ¿Y si no...

Pero no termina la frase ya que una lágrima cae hacia la mano de Sukuna que sostiene las pequeñas de su mentora. Verla siempre tan derecha y fuerte, para nada inquebrantable, ha sido uno de sus puntos fuertes desde el principio, pero ahora verla vulnerable, hace que su corazón se estruje en medio de un bombeo. Esto era lo que no estaba preparado para ver, o para oír.

Recuerda cuando se despidió de Rochelle en el Distrito Dos, un año antes. No se quebró delante de ella porque no quería que tuviese miedo, quería que fuera fuerte y que encontrase toda forma humana de luchar y sobrevivir; aunque fuera en contra de sus valores y principios.

Cuándo la vio por las cámaras, sufriendo de calor, de hambre y sed; no podía evitar descontrolarse, salir a cazar más de la cuenta o golpear los gruesos troncos del prado ante su impotencia. Estuvo noches sin poder respirar, sin poder dormir asustado y temiendo por perderla, cosa que ella jamás supo; pero gracias a un milagro, ella luchó y sobrevivió.

Ahora que estaban en posiciones contrarias, sintiendo lo que el otro un año antes, se dio cuenta de lo injusta que era la vida con ellos; la escuela de entrenamiento, su distrito..., en general todo el mundo.

Suelta una de sus manos, y pasa la huella de sus dedos por las mejillas húmedas de la chica que lloran en silencio. Tirando sutilmente, besa sus pómulos y el recorrido acuoso de su agua. 

La sujeta por el cuello y deposita otro gentil beso en su frente.

—No hace falta que me entiendas... el que trates de hacerlo, ya es suficiente —musita haciendo que los dorados ojos de ella y sus rubíes se entremezclen—. Todo irá bien, te lo prometo.

Ella asintió, sorbiendo de su nariz. Ignorando el hecho, más bien ambos; quizá movidos por ese sentimiento de melancolía que los ahondaba, que Sukuna había besado las mejillas de Rochelle, hasta la comisura de sus labios.

Al final ella sonríe, y se recompone. Confiando en sus palabras.

Sukuna le sonríe de vuelta, pero, el amargo sentimiento se instala en su corazón. Por supuesto que entendía el sentimiento de la chica, también tenía miedo de no poder volver. 

De no volverla a ver.

Y hasta ese momento, no lo había cavilado.









Sukuna se sorprendió de haber aguantado tanto. Hacía un par de horas había hablado con Rochelle, y ya había dialogado lo suficiente con Geto para saber que en la sesión, tomaría una actitud altiva y feroz. 

Sin embargo, se sentía extraño, desde anoche, su pecho se oprimía cada vez más al respirar. Quizá por eso había hecho afligirse a su mentora. Pero, la falta de oxígeno le oprimía la cara, como si ya no hubiese atmósfera y todo su cuerpo estuviera estrellado contra el suelo, contra el mundo.

Quería escapar de las sombras, de las que conocía y de las que se habían convertido en realidad de las tintas en la carta. 

De pronto, sintió que una gran lluvia ácida le desintegraba la cara..., y para cuando abrió los ojos, sentía que no podía más. La rabia y la ira, se habían comenzado a formar en frustración y tristeza; en desespero.

—Ya, ya —reitera Sukuna, algo hastiado—, ser voraz, sarcástico y con tono de coqueteo con el Capitolio. Puedo hacerlo, no me es difícil.

—¡Pero, Sukuna! —exclama el de uñas aún pintadas de oro—. También tienes que mostrar algo de humildad, no sólo hablar de ti o lo fácil que será matar a tus rivales. De esto depende tu vida, Sukuna. Debes saber que responder, cómo y cuándo...

Pero él dejó de escucharlo. Sentía que el pulso se le aceleraba. ¿Alabar al Capitolio? 

Después de saber que algo malo hicieron en su chica, que la obligaron a matar a gente y la devolvieron a casa como uno de sus trofeos dorados. Podía decir que no tenía miedo de morir, pero si tenía miedo de dejar a su Roch sola. ¿Qué pasaría entonces? ¿Seguiría siendo un juguete de usar y tirar para estos monstruos?

—Sukuna, ¿me estás escuchando? —preguntó Geto, cerrando y abriendo sus dedos alrededor de su rodilla—. Queda poco tiempo, y debes prepararte bien.

Instantáneamente, Sukuna reflejó ofensa en su rostro. ¿Qué necesidad tenía de recordarle el poco tiempo de, probablemente vida, que le quedaba? 

Estos eran sus últimos días, respirando el mismo aire, durmiendo en tranquilidad. ¿Acaso le estaba regodeando en la cara que a diferencia de él, seguiría a sus anchas y panzas en la protección del Capitolio?

Se levantó airado, azorado; contrayendo su cuerpo. Ver a Rochelle con lágrimas en sus ojos realmente lo había trastocado.

Aunque sabía... que ya lo estaba desde la primera vez que vio a Yuji Itadori en pantalla.

Lo odiaba por supuesto que sí. Odiaba a los padres que decidieron venderlo y que no fueron ni siquiera ser capaces de contarle a su gemelo, que tenía un hermano. O al menos... al mayor. 

Pero..., quizá también odiaba que el mundo los hubiese hecho rencontrarse en unas paredes dónde eran enemigos y estaban destinados a morir.

Trastabilló un poco al estar de pie, y de pronto un grotesco mareo lo atacó. 

—¿Sukuna? —preguntó de nuevo Geto, al verlo sujetarse el pecho azorado. Como queriendo arrancarse la camisa. Levantándose junto a él, lo sostuvo de la espalda—. ¡Qué alguien llame a un médico, tiene un ataque! —exclamó el de cabello oscuro.

Incrédulo ante lo que veía, no creía capaz de ver al gran Sukuna, teniendo un ataque de pánico. Parecía que no podía respirar, y Geto aumentó sus llamadas de auxilio.

Sukuna, entre tanto, estaba perdiendo la vista en una borrosidad ambigua y que casi no recordaba; le dolieron las entrañas. Las náuseas lo estaban asfixiando, y el miedo ante todo lo que había pensado, se transformaba en sombras que lo ahorcaban. 

Escuchó algunas voces, muchos pasos y la voz delicada de Rochelle llamando su nombre. De ahí, todo se tornó en oscuridad.







Siente cómo le ponen agua caliente en una tela sobre la frente. Jadeando por lo bajo, ve como está en su habitación. Ya no parece estar tan de día como antes, quizá sea media tarde. Respirando suavemente, observa a Rochelle aparecer ante su mirada.

La borrosidad va tomando forma, y al final define perfectamente sus rizos chocolates y sus ojos brillantes.

—Mi kuna... —musita ella, acariciando sus mejillas—. ¿Cómo los viejos tiempo, eh?

Sacude la cabeza. Parece que está confundido.

—¿Qué ha pasado?

Ella lo mira con suavidad, y acaricia su cabello con cuidado.

—Has estado en una situación de estrés muy alta; las emociones fuertes se han ido acumulando y al final han explotado en un ataque de pánico —explicó ella, seguro de lo que habían dicho los médicos—. Esto no pasaba desde que eras un niño..., ¿ha sido culpa mía, verdad?

Cerrando sus ojos suavemente, Ryomen niega. Nunca sería su culpa.

—Tenía demasiado en la cabeza..., ha sido culpa mía por no hablarlo. Siento haberte preocupado, y..., perder tiempo, ¿pudiste entrenar a Uraume para la presentación?

Ella asiente. —Pude; al dejarte en cuidados con los médicos, aunque estaba preocupada, me propuse a enseñarle todo lo que debía. Caminar con los tacones fue lo que más difícil se le hizo —bromeó con su piel morena reluciendo bajo el sol del atardecer.

Él respondió a la sonrisa. —¿Los médicos han dicho si volverán a ser recurrentes? —preguntó—. Tu madre me había ayudado mucho a calmarlos.

La morena lo vio con cariño por los recuerdos de su madre. —Dicen que no, ha sido por esta extrema situación de estrés. Siempre que te mantengas en calma, y no te alteres en demasía, todo estará bien.

—¿Sabiendo que voy a la arena? ¿Cómo voy a poder tranquilizarme?

Rochelle le da golpecitos en la mollera, y después le toca el pecho a la altura del corazón. —Por favor, trata de llevarlo con calma. Dentro no tendrás atención médica sino es por los patrocinadores.

Sukuna cavila un poco antes de hablar.

—Nada podrá hacerme reaccionar, la única persona ahí dentro que me importa es Uraume, y lo que le pase al resto me da igual. La protegeré, así que no habrá nada que me afecte —le responde, y mordiendo su labio, añade—: Sentía que me moría..., fue mucho más horrible que en mi infancia.

Admitió en voz alta. 

Rochelle se inclina y besa su frente con sutileza, para dejar su frente apoyada en la otra. Huele desde ahí el jazmín del cabello rizado, y su aliento caliente y a fresas.

—Ya pasó, kuna. Ya pasó...

Tranquilos y repuestos, pasaron una hora arrullados y calmados. Bajaron después de eso a cenar, siendo recibidos por Uraume que saltó a los brazos del chico tatuado, realmente preocupada. Los estilistas no están, pero ellos aprovecharon para cenar y descansar debidamente. Rochelle lo atiende muy bien, e incluso lo arropa y espera a que se duerma, hasta irse a su habitación.

No sabía que sería de él, sin ella. Y le gustaría volver a ver sus rizos chocolate al despertarse, y tener su protección para siempre, aunque ella no tuvo la suya.







Por la mañana no aparece su querida Rochelle, sino el equipo de preparación; Jasper, y la mujer de cabellos verdes. Este día debía estar con Geto, el último con el que había vivido su ataque de pánico. Aún en su rostro se veían resquicios de su estrés y dolor del anterior día.

Pero el equipo trabaja muy bien con él, convirtiendo su piel pálida, en tonos relucientes. Le pintan las uñas de negro, con sutiles gotas de sangre. Después, Octavia le peina con laca y un fijador que le hace brillar su cabello rosado. Baja un poco el pelo crecido los últimos días en su nuca, ahora de cabello oscuro. Ponen un sutil maquillaje en su piel, que no cubra sus tatuajes tan destacables, y le pintan los ojos: un sutil dorado, labios brillantes y rosados, y pestañas que brillan. 

Más tarde, entra Geto con su traje para la noche deslumbrante, cubierto en una bolsa de tela.

Se la tiende—. Cierra los ojos —le ordena, quizá con más sutileza por lo sucedido el día anterior.

Primero nota el forro sedoso y después el peso. Gracias a Jasper, se pone el traje y los zapatos, que coloca con cuidado Octavia. Siente como ajustan un par de cosas y toquetean el traje, le ponen unos pendientes rojos, cosa que le dolió, ya que pincharon agujeros que no tenía, sin embargo, no sale sangre gracias a la avanzada tecnología. Guardan silencio al final. Hay una tela que le roza las piernas.  

—¿Ya puedo mirar? —pregunta.

—Sí —responde Geto—, ábrelos.

La criatura que tiene al frente, es de otro mundo. Nunca se había visto tan elegante. Llevaba un atuendo que parecía hecho para un rey oscuro. Su traje de un negro profundo, se ajusta a su figura con elegancia imponente. Lleva una camisa de cuello alto, tono bordó bajo la chaqueta. Una capa, también roja, cae desde sus hombros atada en su espalda como un río de sangre, al final de la tela que alcanza la altura de sus rodillas tiene unos decorados de puntas afiladas como espaldas hacia abajo. Añadiendo un toque macabro y eco de antiguas batallas.

En sus hombros viste unas calaveras doradas. El traje es una perfecta referencia a la realeza y amenaza, un recordatorio de que la belleza, a veces, puede ser tan peligrosa como el filo de un cuchillo envenenado.

Resplandecía como la luna.

Todos lo miraban como si fuera un Dios.

—Oh..., Geto, es jodidamente increíble  —había que decir la verdad, el traje era para admirar. Da una vuelta y ve como la capa a su espalda, dividida en dos telas que danzan a su alrededor—. Gracias.

El chico era humilde después de todo, y eso hace sonreír a su estilista.

—Ya sabes que seguimos con la temática de la muerte y la sangre ocasionadas por la guerra y los inocentes que pierden la vida en los juegos.

A juzgar por su expresión, y por cómo hace salir a los estilistas que alaban su belleza y gritan emocionados, sabe que quiere hablar de su ataque.

Sukuna suspira, apoyando su mano en su cintura. —Soy penoso, lo sé. Mucha fachada de altivez, y sólo soy un chico cualquiera, cagado y aterrorizado como los demás. 

—¿Y qué hay de malo en eso, Sukuna? También eres humano —le dice él, tras pensárselo un momento.

—Dejaré de serlo entonces cuando pise la arena —le replica.

—Ryomen, —lo llama acariciando su barbilla para hacer que lo mire directamente— lo sucedido ayer, le podía pasar a cualquiera, y es natural. Sé que tu espíritu es luchador, orgulloso, valiente, y agradable cuando quieres. Lo que vi ayer terminó por confirmarme que eres un buen chico, y no sólo otro de los primeros que quiere matar y matar. 

Los ojos rubíes brillaron, y apartando el agarre en su barbilla siente como le tiemblan los labios. Los abre varias veces queriendo hablar, decir algo..., pero duda mucho.

—He... perdido más de lo que me hubiera gustado, por supuesto que no quiero morir, pero lo que me aterroriza..., es dejar a Rochelle, y a los que quiero. No poder proteger a Uraume y..., decepcionar a todos los que velan por mi —susurró con un hilo de voz, casi diciéndoselo así mismo.

Por supuesto, Sukuna no creía que hubiera sido capaz de contarle algo como eso a uno del Capitolio; sin embargo, algo le hacía sentir que podía confiar en aquel hombre de mirada seria y amable.

No lo consideraba amigo, no todavía al menos. Pero, era difícil contarle esto a Rochelle o Uraume sin preocuparlas, así que podía liberarse de alguna forma con esto.

Geto lo tomó por los hombros. —Tengo una buena sensación, Sukuna. Estoy seguro de que todo saldrá con buenos resultados, y si tienes miedo de perder a tu mentora, ocúpate por regresar con vida. 

De todos los que había conocido, Sukuna podía admitir que Geto era su favorito. Su actitud, esa mecha de rebeldía en sus ojos, le gustó desde el principio y no le había decepcionado.

—Lamento lo que sucedió ayer y mi mal comportamiento contigo al principio.

—Bobadas, —le dijo con una sonrisa, había encontrado una joya en la pútrida realidad del mundo— estaré sentado en la plataforma principal, con los demás estilistas y mentores; podrás verme directamente o a Rochelle, que estará junto a mí. Cuando te pregunten algo, mírala a ella y contesta con toda la sinceridad posible.

—¿Y si lo que quiero decir son cosas horribles? —pregunta Ryomen, porque nada bonito saldrá al pensar en un lugar como ese.

—Sobre todo si es horrible. ¿Lo intentarás?

Sukuna asiente, regalándole una sonrisa a su estilista que esta vez, viste una toga negra y roja con sandalias sobre unos calcetines de seda burdeos. En su moño alto, tiene atravesada una espada a miniatura.

Está claro que están juntos en esto. Respirando profundamente, trata de olvidarse de todo, y deseando que pase rápido. Sabe que al día siguiente serán los juegos, y estas son sus últimas horas, por lo que no quiere desaprovecharlas.

Además, se muere de ganas por ver a Rochelle. Seguro que su equipo ha conseguido hacerla ver más deslumbrante de lo que ya es.

Aferrándose a eso, recupera su tranquilidad y altiva persona. El momento de salir llega demasiado pronto, y es incapaz de procesarlo con exactitud. Las entrevistas se realizan en un escenario construido delante del Centro de Entrenamiento. A los pocos minutos de salir de su cuarto, estará delante de la multitud, cámaras y todo Panem.

Se reúnen rápidamente con el equipo del Distrito Dos en el ascensor. La estilista de su compañera y los suyos también han trabajado mucho: Uraume está impresionante con un traje compuesto por un conjunto de pantalones ajustados y una camisa que se entrelaza con su figura, en una rosa venenosa. El rojo oscuro del conjunto se mezcla con bordados de flores. Las mangas amplias y vaporosas caen como pétalos de seda. El pantalón deja una abertura en la pierna, sugiriendo sensualidad audaz..., y menudos tacones lleva.

Su cabello rojo está liso, con una mecha blanca, muy a su sorpresa, cerca de su fleco. El maquillaje sutil eleva mucho la tonalidad de su piel blanca y azules ojos.

Le da gusto ver, tal como dijo Geto, que ambos comparten esa tonalidad de ropa e intención. 

—Que guapa, Ume —la motea, con cariño y una sonrisa ladina que realiza bajo la luz de sus tatuajes.

Oye como los estilistas y sus ayudantes pegan un gritillo al verlo alabando a su compañera, y por ende, el trabajo de ellos.

Esta se sonroja vigorosamente, incluso Geto lo nota. Correspondiendo su cumplido le dice que se ve majestuoso. Ryomen no hace más que reír. Y entonces, llega Rochelle.

La boca se le desencaja. Cuando gira sutilmente para verla, la emoción recorre su sangre, e inmediatamente tapa su boca con su mano derecha, ocultando su sonrojo y sonrisa boba.

Los ojos cítricos pintados sobre su piel morena lo ven. Cruzan mirada, y Sukuna siente que le da un mini infarto. Viste un muy ceñido vestido de rojo profundo. Un tono que le recuerda al crepúsculo antes de caer la noche. La tela fluye a su alrededor de su cuerpo como llamas danzantes y brillantes, abrazando su figura con elegancia. Bordeados plateados decorados su vestido, como un río de estrellas que serpentean sobre la seda, añadiendo un brillo que contrasta con el tono carmesí.

Desde su hombro izquierdo, solo lleva una manga en este, cubierto de esas misma gemas. Un velo trasparente cae de su brazo, con sutileza. Junto a todos esos volantes y gemas, denota cerca de su vientre una forma que crean esas pequeñas piedras: es una ala.

La prenda entera emana un aire de realeza trágica, una misma encarnación de una rosa ensangrentada en un jardín de cenizas, fuerte y hermosa en su fragilidad.

Sus labios brillan y sus ojos están preciosamente pintados, realzando sus pestañas negras. Por último su cabello, rizado y largo está suelto, pero un lateral de su cabeza viste unas trenzas riñón. Que le quedan jodidamente bien.

No ve sus tacones pues el vestido recorre hasta el suelo.

—Joder... —musita, tratando de recomponer su reacción ante las risas de su compañía.

Rochelle se ríe, y mueve sus manos como quitándole importancia.

—Esto es todo el potencial que perdió su estilista el año pasado —señala Geto con una sonrisa. Claramente notando los sentimientos de Sukuna, y de lo que, no parece darse cuenta.

—Mis chicas está preciosas —dice Ryomen, tirando delicadamente de la mano de Roch y de Uraume, contento de verse en conjunto sus trajes.

—Tú no te quedas atrás, ¿eh? —le dice su mentora, con una preciosa sonrisa.

Ryomen la pellizca, aún embobado por su aspecto. Se abren las puertas del ascensor y suben hasta el piso, dónde ven cómo están llegando todos los tributos para ponerse en orden tras bastidores. Esperan en una larga fila, y cada que digan el nombre van saliendo; cuándo terminan sus entrevistas, en el mismo escenario un poco atrás del presentador y el entrevistado, se sientan los tributos en unos sofás, aún ante el público.

Aunque sus entrevistas terminan, deben seguir en el escenario hasta que termina toda la sesión.

Viendo que Geto y los estilistas deben salir por otro lado para tomar sus asientos, detiene la mano de Roch. Le da una ligera vuelta para admirar su hermosa figura y electrizante belleza; y aunque siente algunas miradas encima, probablemente de algunos tributos, sólo tiene ojos para ella.

No han hablado desde que despertó de su ataque.

—Tu color favorito es el rojo, y ahora todos lo llevamos —le dice Ryomen con una sonrisa y sus tatuajes enmarcando su expresión.

—Te queda genial, Sukuna. Y como tu mentora, admiro ese temple tuyo —ella le responde, soltando su agarre y tratándolo como un tributo, ante tantos ojos.

—Mírame a mi, todo el tiempo.

—No podría mirar a nadie más —responde ella, algo más en bajo y con sus dorados ojos viéndolo fijamente.

Con eso, ella se marcha junto a Geto, y suspirando debido a la belleza que se carga su mentora, debe evitar las posibles sospechas que se estén haciendo todos allí. Como le dijo a Rochelle un día, debía coquetear a todas las mujeres que viera, para que no se hiciesen ideas erróneas, y pensaran que solo es un ligón.

Aunque realmente... sólo tuviera ojos para esa mujer morena y de rizos chocolate.

Pero, debía evitar problemas.

Uraume también se despidió y caminó a su lugar en la fila. Él observando todos los trajes, denota que no son tan buenos como el suyo o el de Uraume. Y sonríe descaradamente. Tiene muchos puntos ya en contra de todos.

El distrito doce aún no ha llegado, y eso le alivia un poco. Apenas están organizando los sitios, y aún no se ha comenzando el programa, pero se ríe ante su lentitud.

Aún así, de momento no quiere ver a Yuji. No está listo para enfrentar todo eso de nuevo, pero si ha de hacerlo, fingir y ser violento o ignorante, será la mejor opción.

No le parece, pero le silba a la del distrito cuatro cuando se va acercando a su lugar. Lleva su pelo verde lacio y un ajustado vestido negro. Muy sencillo, pero han sabido realzar sus mejores partes.

—Tremenda tributo tenemos por aquí —dice caminando resuelto, recto y con una sonrisa picarona.

Todos escuchan su comentario, y algunos se ríen o se sonrojan ante ese coqueteo. Pareciendo que a su mentora, no era la única a la ligotea.

Escucha una voz suave a su espalda, y mirando de reojo ve que es Yuji con su compañera. Abre sus ojos sutilmente, se ven demasiado radiantes. La chica por un lado, tiene su cabello corto y castaño peinado con suaves ondas hacia dentro, su vestido es blanco y dorado, con mucha degradación del mismo tono. Sutiles mangas abiertas y colgantes la acompañan; la cola de su vestido es pomposa, cayendo por un lado blanco y al otro amarillo; dejando ver claramente sus delgadas y esbeltas piernas con tacones de aguja. 

Y cuándo ve a su hermano, siente escalofríos al verlo. Parece un sol... literalmente. Tiene un traje de pañuelo en su cuello, el esmoquin también es blanco y amarillo, pantalones de seda oscuros y zapatos de charol. Se ha hecho un par de pendientes, cuyos cuelgan con elegancia. Ambos llevan maquillajes dorados, pero, al ver su mejilla derecha, se molesta.

Tiene un tatuaje de tinta; algo pequeño y no tan notorios como los suyos, pero está claro que lo ha copiado. Una línea desciende del final de su ojo, y se embarca en un pequeño rombo que sale hacia afuera. Bajo su lagrimal tiene una línea pequeña, simulando ser una lágrima.

No están nada mal a decir verdad, su estilista era buena. 

Los castaños ojos de Yuji, al llegar a su sitio, sueltan la mano de su compañera que la sostenían, evitando que se hubiera caído con semejante vestido, se cruzan con los suyos.

Pero frunciendo su ceño, tuerce su gesto rápidamente. No está para eso ahora.

Sabe que lo está mirando, pero le importa un bledo. Que mire, sí, y que vea que es mucho mejor que él. ¿Hacerse un tatuaje? No hace más que copiarlo en todo.

Aprieta sus puños y se acerca a Uraume. Ella está nerviosa y Sukuna simplemente le da la mano. Como es normal, la mujer saldrá primero. Así que busca darle tranquilidad.

Entonces, ve que ese tal Megumi está al frente, sin mirar a su compañera, que claramente está cagada de nervios. Una chica sencilla, algo bajita de cabello azul. Viste un brillante vestido corto, algo transparente, con unos tacones azules que le alcanzan con sus tiras hasta las rodillas. No estaba nada mal.

Soltando la mano de Uraume, y haciéndole esa mirada de que debe hacerlo, posa su mano sobre la chica. Probablemente le saca cuatro cabezas, y al baboso de Megumi que también se gira, le sacará tres.

Escucha que alguien se está acercando por detrás, pero lo ignora.

—Preciosa joyita —dice aludiendo a su distrito y traje—, ¿estás nerviosa?

La chica de orbes grandes y azules, se sonroja de inmediato. Megumi no hace más que ignorarlo cuando lo ve. 

Se lo piensa un poco antes de hablar, pero asiente. —Soy la primera en salir, después de todo.

Ryomen, entonces extiende su capa, y con gesto adusto, toma la delicada mano de la muchacha y posa sus labios en su mano izquierda. 

—Un beso de la suerte para que estés tranquila —le susurra, cortando la cercanía entre ellos. Teniendo que encorvarse por supuesto.

Ella tiembla ante ese tacto, y le sonríe como una tonta. Sukuna se vanagloria para sus adentros, ya la tiene en el bote. Entonces, se dirige a Megumi, soltando la mano de la muchacha con delicadeza.

—Así es como se hace, imbécil. Hay que apoyar a tus compañeras..., sobre todo cuando son tan hermosas —le dice, sonriendo de nuevo a la chica que está más roja que un tomate.

Pero este ni siquiera lo mira. Eso le saca un poco de sus casillas, pero viendo que su trabajo está hecho, regresa con Uraume.

Unos pasos un poco atrás de la fila.

—¿No seguirás nerviosa? —le pregunta a ella.

Uraume niega. —Por supuesto que no.

—Bien. Este absurdo evento no merece ninguna de nuestras emociones.

Y renegando, ve como una cabellera rosada sale de su lado, acercándose a Megumi. 

¿Es en serio?

Yuji, el piojoso que más se parece a un sol radiante, lo llama delicadamente y enfrente de sus narices. Saluda a su compañera, pero se centra sobre todo en el chico. Arqueando una ceja, ve todo desde su sitio.

Oyendo con claridad la conversación.

—Fushiguro... te ves genial, estás muy guapo —le dice Yuji.

Sukuna nota de inmediato la confusión en el chico más bajo de ambos, con su cabello azabache y tez pálida. Cree ver un coloreo en sus mejillas, pero no está seguro.

Megumi, entonces sonríe, algo embobado y tomando de las solapas a Yuji, acomoda su pañuelo blanco. Se nota que mira atentamente el nuevo tatuaje en uno de sus pómulos. Tuerce su rostro, saca deliberadamente su cadera un poco y le hace una expresión coqueta que hasta a Sukuna, le sorprende ante su impasible rostro frío.

—No más que tú, precioso chico del doce —responde, acariciando un poco con sus delgados dedos la mandíbula de su maldito hermano gemelo.

Los colores le suben al rostro a Yuji, y Sukuna no hace más que soltar un soplido sonoro.

Estaba claro que el chico del Distrito Uno tenía pinta de no gustarle las mujeres..., y al parecer el idiota de Itadori no se ha dado cuenta.

Lo ve alejarse de su extraña caricia, y con una sonrisa le agradece el cumplido al niño del uno. Entonces ve como Megumi se gira a Sukuna, y le muestra una expresión altiva.

—No hace falta que me enseñes, mendrugo. Sólo lo hago con los que me interesan —le dice, sorprendiendo a Yuji de que se esté dirigiendo a Sukuna.

—O sea, los hombres. ¿O sus pollas? —dice jocoso Sukuna. Jactándose de su broma ante sus gustos.

Megumi aprieta sus puños, escuchando como todos se ríen o están pendientes de su conversación. Puesto están solos los tributos mientras esperan a pasar, ya que los Vigilantes están todos en los palcos y escenario del lugar. Creen por seguro que los tributos no harán nada, más que cumplir órdenes.

Sukuna sonríe, y de reojo ve como Yuji está super rojo y sorprendido, probablemente de lo literal y explícito que es, pero Sukuna no le dirige ni una sola palabra.

—Por lo menos mi atención se centra en uno solo, y no en cada mujer hermosa que mueve su culo —replica Fushiguro.

Los demás a su espalda se ríen, como jóvenes emocionados por todas esas pullas; pero Sukuna confirma en su cabeza que lo ha conseguido. Ha conseguido que los demás piensen que se fija en todas, y no solo en su mentora.

Entonces, Ryomen tomando de improvisto a los tributos, toma la barbilla con dos dedos de Megumi, y lo acerca a él, alzándolo de puntillas de golpe, pues realmente, Sukuna es muy alto.

Megumi sujeta su mano grande y posesiva en su barbilla, pero no puede siquiera separarse. 

—No te pongas celosito..., niño del uno. Agujero es agujero, y no tengo ningún problema en mover el tuyo también —le dice soltándolo de golpe, y haciendo que el más bajo trastabillase hacia atrás.

La sala se queda en silencio, y Yuji quien ha evitado que Megumi caiga, lo mira algo molesto. Está claro que Sukuna no se siente atraído a los hombres, pero con ese comentario, no ha hecho más que burlarse de un chico con otras orientaciones. Y aunque no tenía ni idea de eso de Megumi, aún así, está molesto.

Se escucha la risotada de ese maniático de Mahito por atrás, y Sukuna da por terminada la sesión. Regresa junto a Uraume que no hace más que verlo.

Ignorando su juzgona mirada, ve a Yuji y le sonríe con molestia. Esta vez sí se dirige al pordiosero de su hermano.

—Si tanto te molesta, ven y pégame. Por mi lado, tengo muchas ganas de estrellar tu cabeza —amenaza a Yuji con un tono lleno de molestia.

Entre la tensión y los molestos ojos castaños que ven a los rubíes, se apagan las luces en el escenario, y comienza con un estrellato cegador la sesión. Una mujer alta, rubia, y con un estrafalario vestido de escamas azules, inicia a hablar.

Es la presentadora: Yuki Tsukimoto.

Itadori se despide de Megumi y regresa a su sitio con prisa, sin evadir u ocultar su expresión fruncida. Fushiguro no lo vuelve a ver, y Sukuna se ha salido con la suya; cosa que celebra glorioso. 

Ahora, su siguiente paso es que, el público vea que le tira a cualquiera.

Así que, cuando empieza la lista, y esa tal, ahora sabido Kasumi Miwa, chica del uno, camina para salir al escenario con su provocador vestido transparente; coge aire, y grita a la espalda de Megumi, pero que alcance a la chica y se oiga tras el silencio de los aplausos:

—¡Mueve ese precioso culito para mí! —vocifera.

El público de inmediato se altera, y la chica se ha girado torpemente tras el comentario, totalmente sonrojada. La presentadora se emociona y viendo quién ha gritado, pues Sukuna saluda, dice:

—¡Parece que para nuestra primera tributo, el querido Ryomen Sukuna del Distrito Dos, le manda alentadores cumplidos! —grita ella, alzando en su emoción al público—. ¿Qué está pasando, un romance, o algo ha sucedido entre bastidores? —pregunta, tomando la mano de la chica e invitándola a sentarse, le hace innumerables cuestiones sobre eso.

Las entrevistas duran tres minutos, y pasados los cuales suena un zumbido y sube el siguiente tributo. Entonces el ya entrevistado, va a sentarse atrás.

Aquella entrevista durante al menos un minuto trató sobre su piropo. El público estuvo incontrolable debido a su cumplido y tras saber un poco de la chica, que había jugado a su favor, termina el tiempo. Sale Megumi, quien es bastante aplaudido. Ni siquiera repara en su traje brillante, debido a que su distrito trabaja con las joyas.

No escucha nada de lo que le preguntan, porque le importa un comino, pero nota sus puños apretados y sabe que está muy enfadado. Eso le hace feliz.

—Uraume, mucha suerte. Ya sabes, cuida tus palabras —aconseja Sukuna a su compañera. Le acomoda un mechón tras su oreja y le sonríe, con esa sonrisa verdadera que dedica únicamente a sus más allegados.

Esta se sonroja súbitamente y sale al escenario cuando es su turno. La presentadora conduce muy bien a su querida amiga, y hace que reluzca su lado más femenino y adulador al Capitolio. Sonríe y aplaude cuando termina la entrevista, le ha salido de lujo y está seguro de que ha conseguido muchos patrocinadores.

Hay que reconocer que Yuki hace todo lo posible para que los tributos brillen; es agradable, intenta tranquiliza sus nervios, se ríe con las bromas tontas y puede convertir una respuesta floja en algo memorable sólo con su reacción.

Todos parecen tener un enfoque: la chica del uno, sexy y arrebatadora con su rostro angelical. El chico del uno serio, pero con un papel frío y calculador, misterioso. Su compañera dulce, e impasible ante los nervios y el miedo, una mujer fuerte.

Sabe cuál es el suyo propio. El chico atractivo y monstruoso; una máquina de matar implacable.

Las luces alumbran el pasillo cuando suena el zumbido. Ha llegado su momento.

Respira hondo, y olvidando todo por esos míseros minutos, toma fuerza. Con tan sólo poner un pie en el escenario, se le acelera la respiración. Nota los latidos de las venas en las sienes. Y la luz, los gritos, y aplausos aturden un poco su cabeza.

Ve que al fondo ya están sentados los tributos del uno, y Uraume; y al otro lado se fija en todo: aunque ya cae la noche, el Círculo de la Ciudad está muy iluminado. Han construido unas gradas elevadas para los invitados prestigiosos, con los estilistas en primera fila. No ha podido ver por la rapidez a Geto o Rochelle. 

Las cámaras vuelan por todas partes, esperando a que la multitud reaccione a los trabajos de los estilistas, y a comparación con el primero, saltan aún más al verlo con su traje al completo. Aún más que con su compañera Uraume.

También hay un balcón reservado para Vigilantes, y los equipos de televisión se han hecho con los demás balcones. Sin embargo, el Círculo de la Ciudad y las avenidas que dan al lugar están llenas de gente, todos de pie. En las casas y auditorios municipales de todo el país, todos los televisores están encendidos, todos los ciudadanos de Panem los ven.

Yuki Tsukumo es una nueva presentadora que se encarga de este trabajo tras la muerte de su predecesor. Tiene una apariencia impoluta y muy hermosa, un rail de cabellos rubios caen en cascada por su espalda. Es muy hermosa y se nota que no lleva casi maquillaje: belleza real. Muy alta, con hermosa figura. Aunque no le gusta mucho su vestido de escamas.

Incluso si se volviese vieja y le saliesen arrugas, con la tremenda cirugía del Capitolio nunca se le notarían. Así que no sabía a ciencia cierta qué edad tenía.

Ryomen Sukuna, escucha su nombre pronunciado por la presentadora y por el alboroto del público, no duda aún sintiéndose como en un sueño, sonreír ladinamente. Eso alza más al público.

Las clases de Rochelle y Geto estaban dando frutos.

Se ríe ante sus propios pensamientos; si supieran que tan sólo unas horas atrás había tenido un ataque de pánico.

Hace una baja reverencia hacia la presentadora, algo muy caballeroso y los espectadores parecen morir con eso. 

Se sienta junto a ella en el sofá de terciopelo particular, uno frente al otro pero de forma que permite ver al público a su vez. Y abre sus piernas, recostándose en el respaldo. Una posición de tranquilidad, masculinidad, y mucho atractivo.

Es capaz de escuchar los murmullos y exclamaciones ante su actitud y atractivo porte.

—Bueno, Sukuna, el Capitolio no ha sido mucho cambio en comparación del Distrito Dos, pero, ¿Qué es lo que más te ha llamado la atención? —le dice ella, cruzando sus largas piernas.

—Las duchas, tienen tantos botones que siento que me mareo al sólo verlos —bromea Sukuna.

La rubia se encandila y se carcajea; también hay carcajadas auténticas del público.

—Bueno he de decir, que hace falta acostumbrarse a ellas —contesta, respecto a su broma—. Pero dime, Sukuna, muchos al igual que yo estamos interesados en saberlo.

Ahí viene su famosa pregunta y de la que está muy obsesionada.

—¿Cuál es tu tipo de mujer? —y el público se sume en un silencio absoluto.

Ryomen sonríe y tamborilea sus dedos sobre el reposabrazos, le dedica una mirada de arriba a abajo y le guiña un ojo.

—No hay algo exacto, pero diría que parecidas a las mujeres de este maravilloso lugar. Ante la gente del Capitolio, nunca había visto tantas mujeres y hombres atractivos —no le atrae para nada el género masculino, pero debe jugar a sus favores también—. Todos están muy buenos. Como aquí nuestra famosa presentadora.

La mujer se sonroja visualmente y todo el público aplaude y anima.

—Dejemos tanta zalamería, por favor, Sukuna. Hay niños delante —bromea y todo se sume en carcajadas—. Veo que tanto Uraume y tú lleváis traes conjuntados, ¿a qué se debe todo esto?

Sukuna asiente —Todo es gracias a mi querido y genio estilista, Suguru Geto. Nuestra idea es parecer un equipo al completo, así que, creo que con estos trajes maravillosos, tanto el de Uraume como el mío se ha lucido, pero no se puede comparar con el que lleva puesto junto a mi mentora. ¡Por favor un aplauso para él, y ella!

Inmediatamente las cámaras engullen el rostro de Geto, y el público pide que Rochelle se alce para mostrar su hermoso vestido. Geto la hace girar y todo el público se emociona ante esa maravilla de vestido. Sus ojos, los dorados y burdeos por fin se encuentran. 

Mientras el público se deshace en exclamaciones de admiración, Sukuna viste esa mirada de cariño en su preciosa chica, pero desviando sus ojos, recuerda que las cámaras los graban. Está seguro de que han sido unos segundos, pero inmediatamente se aterra de haber desvelado sus verdaderos sentimientos.

Cuando se hubo calmado rápidamente el público, añade la presentadora. —Casi se nos acaba el tiempo, y aunque me encantaría saber el motivo del rojo en todos vuestros hermosos trajes, hay una pregunta que no puedo obviar. ¿Qué sucede con ese chico del Distrito Doce? ¿Por qué hay tanto parecido entre vosotros, sois acaso gemelos perdidos? —bromea, pero Sukuna no lo toma de la misma forma.

Su sonrisa flaquea. Esperaba con todas sus fuerzas que no preguntase sobre él, pero después de todo lo que había pasado en el día, su cuerpo se estremece. Se siente algo mareado, y viendo a Rochelle, que le invita a respirar tranquilo, añade:

—Es de mí de quién estamos hablando, no de ese tributo —contesta con sus labios casi escupiendo las palabras.

Todos exclaman disgusto ante esa incertidumbre. —Pero bueno, dinos, Sukuna. Ya has dicho que te atrae cualquiera, sin embargo, queremos saber ya que pareces no tener nada serio aún: ¿Tienes a alguien especial por ahí, esperándote en tu regreso?

Traga saliva. Y su corazón se acelera, de inmediato rasca su mejilla, nervioso. Parece que la audiencia está paralizada, pendiente de sus palabras.

—No... no tengo a nadie —dice, mintiendo, y mostrando una expresión suave—. ¡Así que estoy disponible para todo el mundo! 

Exclama Ryomen y el público se alza emocionado.

—Seguro que sí —dice ella, riendo por las ocurrencias del muchacho; apretándole la mano y no creyendo en su avergonzada expresión que ha encandilado al público—. Te deseo la mejor de las suertes, Ryomen Sukuna, tributo del Distrito Dos.

Los aplausos continúan mucho después de sentarse en los asientos del fondo. Al llegar a su lugar, Uraume lo felicita, y él mira a Geto y Rochelle buscando tranquilizarse; ambos le levantan el pulgar para indicarle que todo ha ido bien.

Se pasa aturdido en el resto de entrevistas, y para cuándo se da cuenta, es el momento de Yuji Itadori. Parece que tiene al público en sus manos cuando llega dispuesto a sentarse a su lado. 

Y su mueca se torna en total disgusto; sabe que las cámaras aún también graban a los tributos del fondo, pero le vale una mierda. Esa carita sonriente, ese traje que lo hace brillar como un sol..., todo le repudia.

Mira a Rochelle unos instantes, y ella con la mirada le aconseja calmarse. Entonces relaja sus nudillos blancos, y atiende a la entrevista del último tributo en sus juegos. 

Yuki ríe enamoradiza con una de las estúpidas bromas que suelta el de cabello rosado, también le pregunta por su tipo de mujer, pero él sólo se limita a decir que cualquiera con buena personalidad y dulce corazón, será la indicada. Basura.

—Dinos, querido Yuji. ¿Qué hay sobre el chico de cabello oscuro que gritó tu nombre en la cosecha? ¿Un amigo quizás o familiar tuyo?

Sukuna lo sabía, estaba entrando en el terreno de la familia. Ve como Yuji traga grueso y se muestra una expresión compungida en su cara.

—Mi hermano mayor, Choso Itadori —responde con suavidad, y deja una risita suave que tiene más tristeza en ella que alegría—. Es muy sobreprotector, me cuida demasiado y me quiere de esa misma forma. Sino fuera por él, muchos años atrás que habría muerto en el Distrito 12. Él no quería que me presentara, pero no podía quedarme de brazos cruzados.

El público calla, conmoviéndose con sus palabras. El silencio era tan absoluto que no se oía ni un suspiro.

—¿Qué te dijo después de la cosecha exactamente?

Tragó saliva el de cabellos rosados.

—Me dijo que podía ganar, que lo intentase porque era el único capaz de conseguirlo.

Nota como a Yuji le recorre un escalofrío, que le hace poner sus pocos músculos en tensión, arrugando la esquina de sus mangas.

—Seguro que podrás, Yuji. Nunca te rindas —le aconseja ella, y relamiendo sus labios rosados, se mete a lo que de verdad le interesa y que no ha conseguido sacarle a Sukuna—. ¿Qué hay entonces, Yuji, de tu gran parecido con el tributo del dos? Ese tatuaje nuevo en tu rostro, ¿es por inspiración suya, no es así?

Yuji vacila y después sacude la cabeza, como no queriendo responder. Pero quizá sabe que Ryomen, se negó a tratar el tema, pero con su estatus y habilidad social podían pasarlo. ¿Pero él? Un pequeño guijarro debía jugar con todo lo que pudiese darle patrocinadores.

Abre sus labios pausadamente y tomando una expresión suave, Sukuna sabe que va a aprovechar sus "interacciones" para hablar.

—Realmente, yo tampoco tenía idea de que alguien tan parecido a mí existiese fuera de mi distrito —responde él, suspirando—. Traté de que pudiéramos hablar, mantener una conversación normal entre dos personas que se parecen y pese a la situación en la que están, la cuál no es la más idónea.

—No es bueno, no —coincide Yuki, y Yuji le ofrece una sonrisa en respuesta.

—Pero, lamentablemente no tuvimos la misma idea. Nuestros intereses no han podido coincidir y no nos hemos llevado bien. Aunque mi intención desde el principio ha sido buena; incluso me hice este tatuaje como bien dices por él; para ver si podíamos congeniar un poco, pero no hace más que rechazarme —dice, dejándolo en mal plato a él. Está claro que está cobrándole un poco por lo antes dicho de Megumi.

Las cámaras engullen el rostro serio de Sukuna, que no mueve ni una sola ceja.

—¿No les gustaría sacarlo de nuevo al escenario y, que nos explique por él mismo la causa de esta falta de entendimiento? —pregunta Yuki a la audiencia, cosa que responde con gritos afirmativos—. Por desgracia, las reglas son las reglas, y el tiempo de Yuji ha terminado. Te deseamos la mejor de las suertes, Yuji Itadori, y creo que hablo por todo Panem cuando digo que te llevamos en el corazón.

Sukuna se muerde la lengua, se los ha robado al completo con su aparente corazón gentil. Pero claro, ellos no podrían entender la real situación. Y de todos modos, ¿Qué importaba si pudieran llevarse bien?

Iban a la arena, y uno de ellos iba a caer muerto en las pantallas de todos los televidentes.

No podían cambiarlo, y no había otra forma de sobrevivir. 

Por supuesto, Sukuna era el cazador, no la presa.



🥞. ——— ella al habla (!)
muchas gracias por todo su apoyo.

🐝. 𝐀𝐑𝐓!

aquí muestro los dibujitos que he hecho para que sean capaces de visualizar mejor los trajes de cada uno. los pueden ver a mayor calidad en mi cuenta de instagram: synangell

Por un lado, tenemos a nuestro bonito Yuji, Yuko y Megumi.


Y por otro, a Sukuna, Rochelle y Uraume.


Espero que les guste, y que hayan disfrutado de este capítulo. 

ya entramos a la sección de: "Los Juegos". ojalá que les guste el arte que hice para ayudarlos a visualizar mejor todo.

all the love, 

ella.

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