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S U K U N A
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Despertó con la frente húmeda en su habitación, hundido en las sombras y los silencios. Después de la noche anterior, Rochelle se marchó tras aquella conversación, y acabó durmiendo solo en la habitación, envuelta en los sonidos del bosque. Siendo sincero le recordaba a su Distrito, en el que aunque hubiera mucho ajetreo por las escuelas de entrenamiento y los soldados de la paz; recordar la felicidad que le ofrecía el bosque en la mañana, las aves y el removimiento de los árboles, removía buenas sensaciones en su corazón.
El primer día de entrenamiento ya había pasado. La mañana fue normal, nada muy destacable más que algunos consejos de Rochelle. Fueron de los primeros en llegar, y tanto Uraume y él, con aquellos trajes negros que les habían predispuesto; no tardaron en ponerse manos a la obra. Uraume se dirigió a la zona de supervivencia, aprendió lo básico de hacer fuego y nudos para cazar; ciertamente, Sukuna tenía algo de conocimiento ante aquellas bases.
Todo ello gracias a las salidas que había hecho para cazar. Hubo una época en su vida en la que, pese vivir en el Distrito dos, uno con grandes facilidades, había ciertas cosas de las que carecías sino, disponías de lo necesario. Como era el poseer gran dinero.
El tuvo una madre —a temprana edad fue consciente gracias a la carta; no era su madre biológica—, que no podía trabajar debido a una incapacidad en sus piernas. Su padre, en cambio, murió a los pocos años de él nacer. Lo habían adoptado por la incapacidad de dar a luz.
Sukuna tuvo que ganarse el pan para alimentar tanto a su madre, como así mismo. Aún yendo a la escuela, aprendió de los mercaderes, y de los cazadores. Por supuesto, y como en todos los distritos era ilegal salir de las zonas establecidas, y dirigirse a los bosques. Y aún cuándo algún que otro soldado de la paz lo llegó a ver, fue perdonado debido a la incapacidad de su madre y la prematura muerte de su padre.
Les daban algo para sobrevivir, pero no llegaba a ser suficiente. Aún así, Sukuna fue un niño feliz; conoció a Uraume y Rochelle desde muy niños, y aprendió a conllevar la vida de esa manera. Cuando su madre cayó enferma, y le mostró la verdad de su nacimiento, algo en él se rompió. Pero, supo sobrellevarlo de alguna forma. Tras la muerte de su adoptiva progenitora, la familia de Rochelle lo acogió.
Gracias a ello, convivió un poco más con la chica; hasta que cumplió una edad relativamente apta, y se decidió por regresar a la casa que le había sido asignada a sus padres, para aprender a vivir en la independencia. Rochelle acostumbraba a visitarlo, e incluso iban juntos a cazar entre más años pasaban.
Unos dos años antes de los juegos de la morena, ella se fue a vivir con él. Nunca supo la razón, pero imaginaba que podían vivir con más libertad ambos en un hogar sin tantas personas. Por supuesto, a él no le importaba. Es más, le encantaba permanecer a todas horas con ella.
Junto a sus estudios y, las clases de entrenamiento para los juegos, los dos fueron cambiando sus cuerpos; hasta ser los de hoy. Cuerpos fornidos, entrenados, tonificados para cualquier situación que lo ameritase.
Por eso, Sukuna ya sabía de nudos, caza, y hacer fuego. Era sin duda el más apto para vivir y soportar el mundo de la arena.
Durante el día, tuvo algunos encontronazos con su gemelo, Yuji. No obstante, lo sobrellevó como la mosquita muerta que era aquel chico. Ryomen no estaba para hacer amigos. Mucho menos con su gemelo. Eran los Juegos del Hambre; era vivir o morir; todo bajo la arena que pronto quemaría bajo sus pies.
Como ya le había dicho Rochelle, se acostumbró durante el primer y segundo día a los expertos en las habilidades, que les indicaban las instrucciones. Al principio del entrenamiento, los situaban en círculo, y Sukuna, como buen observador ya había prestado atención a las debilidades de sus contrincantes.
Casi todos, al menos este año, eran bastante escuálidos, notándose esa falta de hambre en varios de los distritos. Las excepciones eran los chicos más ricos, y voluntarios como él, a los que entrenaron toda la vida para este momento. Entre ellos estaban los de distrito 1, 2 y 4.
Se consideraba así mismo un tributo profesional, de eso estaba claro. No obstante, veía que los tributos del cuatro, esa chica de gafas y el de cabello gris, algo excéntrico, darían algo de tela. Por otro lado, estaba el tributo del distrito uno masculino. Lo había visto entrenar durante los dos primeros días; casi no mostraba sus habilidades, pero era ágil, audaz y acertaba a la primera. Sería del que tendría más cuidado, manos delicadas pero fáciles para tener cientos de vidas muertas a cuenta suya.
Su..., hermano gemelo, por otro lado, tampoco era una moco de pavo; lo había visto. Sabía de caza, supervivencia, y tenía fuerza, casi equiparable a la suya. Lo había visto alzar un saco de harina de 100 kilos como si nada.
Supo que lo miró en búsqueda de aprobación o impresión, pero Sukuna no le respondió más que con, arrogancia y sonrisas de decepción. Más bien, en aquel instante, le respondió a su inútil intento de movimiento con la espada, clavando el corazón de un muñeco con una lanza a trece metros de distancia.
Vio su impresión, miedo, y sonrió orgulloso. No eran los mismos; él era muchísimo mejor. No obstante, por un segundo, vivió una extraña experiencia. Sentía que estaban compitiendo como hermanos, pero, Sukuna fue abandonado. Vendido, a cambio de monedas. No sabía lo que era tener un hermano, y, esta no era la situación más idónea.
Eso era un error. Eran enemigos, y Sukuna, claramente lo odiaba.
Después de eso, se pasó con Uraume a mejorar las cosas que serían útiles, desde hacer fuego hasta tirar cuchillos, pasando por fabricar refugios. Hacía lo que más podía por evitar al chico del doce, aunque notablemente, este no dejaba de querer acercarse.
«¿Quería que fueran aliados? Olvídalo, mocoso». Pensó con las venas latiendo en su cuerpo.
Los Vigilantes, tal como le comentó Rochelle, eran veinte hombres y mujeres vestidos de túnicas moradas. Se sentaban en un palco a lo alto del gimnasio, observando y analizando. Tenían extensos comedores a sus lados, repletos y con abundancia por doquier.
Los tributos, por otro lado, tomaban los desayunos a solas, pero a medio día comían los veinticuatro en el gimnasio, y en la cena regresaban a sus plantas.
Uraume y Sukuna comían juntos, hablando de las plantas que eran comestibles, o los mejores cuchillos que habían para serrar la madera. Sinceramente, estaba agradecido de tenerla de compañía..., pero extrañaba cada segundo a Roch. En esas comidas se dio cuenta de lo mucho que le haría falta la muchacha de rizos oscuros en la arena.
Su compañera y él, no eran como los demás. Ellos se habían presentado a voluntad, sabiéndolo desde hacía meses atrás. No por actos voluntarios del propio corazón. Por ende, no les resultaba doloroso hablar de casa o del presente. No como parecía que afectaba a los distritos del cinco para adelante.
Eran bobadas.
Cerca del tercer día, descubrió que su hermano gemelo se había unido bastante al peculiar muchacho del distrito uno. Ese de cabello puntiagudo oscuro, y verdes ojos. No recordaba su nombre. Habían pasado parte de la mañana entrenando con los arcos, cosas de la que el chico de cabello oscuro era bastante malo; ahí había una debilidad.
Al parecer él no buscaba mostrar de lo que era o no era bueno, pero por la insistencia del pelirosado, acabó cediendo. Luego fueron a los nudos, plantas y lanza de hachas. Sukuna, por otro lado, ya no sabía que más hacer; era prácticamente perfecto en todo.
Por otro lado, Uraume estaba dándole su mayor potencial a los domésticos haceres, en los que era muy mala; tanto el fuego o los nudos. Dejándola hacer, se dispuso a entrenar las escaladas, para cuándo tuviera que subirse a los árboles.
Una, otra vez. Repite. Sube en cuestión de segundos, salta, se enreda con los pies, se sostiene de las manos y vuelve a bajar. Estuvo repitiendo esa rutina por una media hora, hasta que el sudor caía en gotas de su cuerpo.
Al mirar hacia abajo, mientras hacía algunos abdominales colgado de las redes superiores, se fijo en la presencia de Yuji Itadori, mirándole, con la compañía del chico del 1.
Continuó a lo suyo, escuchando como parecían hablar sobre él; entonces sintiendo la rabia subir a su cabeza, bajo en tres escaladas, y saltó al suelo.
El sudor recorría su cuerpo, y apretando sus puños, se acercó a los dos entrometidos.
—¿Qué es lo que pasa? ¿Estáis hablando de mi? —señala Sukuna, algo alterado, pero con un tono de voz calmado.
Los ojos esmeralda son los primeros en encontrarse con él, y alzando su mano, tratando de pararlo, como si fuera un animal, lo empuja. Eso lo molesta más.
«¿Qué más pensarías de dos personajes, justo debajo de ti, hablando, riendo y viéndote cada media palabra?».
—Cálmate. Nadie estaba hablando de ti, e incluso si lo hiciéramos, no es de tu incumbencia, pero te aseguro, que no serían más que alabanzas a vuestra gran habilidad física —le replica el de piel pálida y cuerpo escuálido.
—Y una mierda —replica Sukuna. Los del distrito uno, no eran más que unos engreídos. Estaba seguro de que alabanzas no trataba su charla.
Así enfrenta al otro, el de semejante apariencia a la suya, y este respinga levemente.
—N-no estábamos diciendo nada malo, de verdad; ¡yo sólo quiero que seamos ali-
Decía su gemelo con sus ojos avellanas mirándolo con suavidad. Le hirvió la sangre, y no queriendo escuchar más de esas sandeces, soltó:
—En la arena, os masacraré. Estáis sentenciados.
Dando media vuelta y alejándose de los chicos, lo deja a media palabra. Los Vigilantes y profesores ya estaban pendientes por si algo sucedía, pero como buen chico que era, no se dejaría afectar por unas simples puyas.
No escuchó cuando su barata réplica lo llamó por la espalda, pues se alejó a prisa, y con los nudillos volviéndose blancos de la rabia. Esa preciosa cabecita de negro y ojos verdes, sería la primera en cargarse.
A la hora de la comida, más tarde, los empiezan a llamar para las sesiones privadas con los Vigilantes. Distrito a distrito, primero el chico y luego la chica. Nadie regresaba de la sesión, por lo que el chico de cabello oscuro, desapareció el primero.
Mirando a Uraume y dedicando una mirada tensa al gemelo idéntico, desapareció de la sala.
Rochelle les había encomendado en fijarse en alguien, con el que pudieran aliarse, pero ambos lo sabían; con que Uraume y Sukuna estuvieran juntos, sería suficiente.
Endureció los hombros repletos de tatuajes, y entró al gimnasio. Al no haber visto muchas demostraciones, y siendo casi de los primeros, la atención estaba puesta en él. No los saluda, no está de humor. Eso parece que le gusta a algunas de las mujeres, que lo miran ensoñadas, y algunos de los hombres también.
Se dirige a la sección de armas; ya había practicado con ellas, así que entre tantos materiales, toma el de madera; su favorito. Rozando la yaga de sus dedos con el roble del arma, lo hace sentirse en casa. Durante los entrenamientos, después de su encontronazo con el gemelo el primer día, no volvió a tomar los arcos. Por lo que nadie sabía lo bueno que era con ellos.
Flechas con plumas cortadas en líneas perfectamente uniformes. Lo tensa rápidamente y se echa al hombro el carcaj de flechas a juego. Con el campo de tiro a su disposición, algo limitado, con dianas estándar y siluetas humanas, se dirige al centro.
Tensando, se da cuenta de que la cuerda está más rígida que la que acostumbraba y, tirando con fuerza, la clava en la frente del muñeco de pruebas. Sin esperar, y sabiendo que contienen el aliento, rueda por el suelo, y apoyado en una rodilla, dispara a las dianas colgadas y ataviadas al suelo. Tomando casi cuatro flechas entre sus gruesos dedos.
Tornando con sus pies, golpea un saco de boxeo colgante, y con un giro arranca una flecha de su carcaj y la clava en la arena de su interior. Acercándose a las lanzas, toma una y tal como en su entrenamiento, la tira, clavando al mismo muñeco anterior, justo en el corazón.
A acertado completamente en todas, y disparando de forma hábil e inteligente. Tanto en arco como en lanza, sus mejores armas. Estaba seguro de que los Vigilantes sabían que sería un gran espectáculo con él delante. Un exhibición excelente.
La aprobación se mira en todos los Vigilantes, y con una sonrisa, añade:
—Puedo hacer mucho más que esto, muñecas —tira, tanto para las mujeres y hombres.
Y con una baja reverencia, deja el arco y flechas en su sitio, con las miradas enamoradas y aprobatorias, sale del lugar.
Era consciente de que solo buscaban hábiles muchachos que les dieran un buen show, así que, sus pasos en el gimnasio habían sido acertados. De camino al ascensor, toca el botón de su planta, saliendo disparado hacia arriba, y con algunos avox acompañándolo. La sonrisa se borra de sus labios de pronto; sabe lo que le espera tras la noche en la que anuncian la clasificación y la puntación. Empezarían las apuestas, y a la mañana siguiente, el último día de entrenamiento, más la noche de las entrevistas.
Los sentimientos se encerraban en su corazón. No sabía como le habría ido a Uraume, si lo habría hecho bien o no; pero, solo podía cavilar en lo difícil que era esta sensación. En lo orgulloso que se había sentido desde su entrada a la escuela de entrenamiento en el distrito dos; y ahora, casi palpaba la tensión, el miedo, y el camino a una posible muerte.
Rochelle. ¿Qué pasaría con ella, sino lo lograba?
Ahora entendía la preocupación en los rostros de los tributos.
Llegando a su piso, estaba seguro de que le darían una cifra entre el diez y doce, representando lo potencial que era. Aunque eso no declaraba que pudieses ser el ganador o no en los juegos; pues una vez, un chico que sólo recibió un tres, ganó. Otros muchos con sus doce, habían muerto.
En cualquier caso, la clasificación puede ayudar o perjudicar en cuanto a la búsqueda de patrocinadores. Y ellos, sí que podían salvarte el culo.
Exhalando, llega al piso, dónde lo espera una sonriente Rochelle. Inevitablemente, recuerda la noche anterior. Sus brazos se buscan con necesidad y se estrechan entre ellos.
Esto era lo único que necesitaba, nada más.
Tras contarle todo, y ser recibido extrañamente alegre por la morena, esperan a Uraume. Esta confiesa que le salió muy bien la prueba, y con la felicidad palpable en sus mejillas, junto a los estilistas, cenan a gusto.
Después de comer, se sientan impacientes en el salón para ver cómo anuncian las puntaciones en televisión. Primero enseñan la foto del tributo, y a continuación ponen su nota debajo. Los tributos profesionales como él, entran en el rango de ocho a diez. La otra parte se ganan un cinco. Pasan al de cabello picudo, su nombre era Megumi, ya lo recordaba.
Tiene un nueve. Con su sonrisita, Sukuna lanzó uno de los mondadientes que estaba usando.
—¡Ese listillo me las va a pagar! —exclama con todos los ojos puestos en él.
Geto, su estilista lo mira con su escueta expresión. —No os dejéis llevar por las emociones, Sukuna. Recordadlo.
Los ojos toscanos de Sukuna lo miran. Durante los últimos días, había recibido apoyo y consejo por parte de él, no era mal tipo; y le caía bien.
Rochelle lo miró, algo consternada, y le apretó las manos para cuándo pasaba el Distrito Dos.
Sale su rostro tatuado, y el número doce. ¡Cómo lo sabía!
Uraume por su parte saca un diez, y la sala se llena de algarabía. Era para celebrarlo, por supuesto que sí.
Sin embargo continuaron viendo el programa, descubriendo que Itadori Yuji, sacó un once en su puntaje.
Eso hizo que Sukuna lanzase su copa al televisor, y este se quemase a causa del agua. Le había aguado la fiesta. Pero sobre todo, era esa consternación que Rochelle tenía en su rostro al haber dicho que se encargaría de matarlo con sus propias manos, junto a su amiguito el menudo de cabello oscuro.
Ella no lo entendía.
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¡Nuevo capítulo desde la perspectiva e Sukuna!
Lamentamos mucho habernos tardado tanto en actualizar, pero esperamos que haya valido la pena. ¡Ya se viene lo mejor!
all the love, ella.
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