04
S U K U N A
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En cuánto terminó de sonar el himno, pusieron a Sukuna y a Uraume en custodia. No los esposaban, pero, si que los llevaban al Edificio de detrás. Dónde suponía que sucederían las despedidas y últimas conversaciones con sus allegados.
Una vez dentro, cruzaron un largo pasillo y adentraron a los tributos en distintas salas. El interior era bastante lujoso, sin embargo, tampoco era algo que despertará de mucho su interés. Ellos no vivían tan en malas condiciones cómo sucedía con los distritos diez, once y doce. Quién quizá para ellos, una sala con asientos de terciopelo —parecidos a los de su casa—, y suelos con alfombras extensas, era algo inaudito.
Su vida había sido bastante acomodada, sin embargo, tampoco era lujosa como los del Capitolio. Ponía el ejemplo de la ducha, según había escuchado, en el Capitolio tenían facilidades para ducharse el tiempo que quisieran y tener agua fría y caliente, cada que lo desearan. Y según había escuchado, entre agentes de paz que se burlaban, en el distrito doce sólo poseían cubetas para lavarse entre los más pobres.
Su distrito no llegaba a tal extremo, poseían duchas, pero, sólo podían tener agua fría. Por supuesto, ya estaban acostumbrados y en las épocas de calor, era lo que más necesitaban. En el invierno en cambio, trataban de hervir siempre que podían el agua para no congelarse. Pero agradecía no tener que lavarse en una cubeta.
Se sentó en aquellos asientos, y observó la mesilla central que tenía un banderín con el símbolo del Capitolio. Con un suspiro, se dedicó a acariciar la tela de terciopelo, tratando de no pensar; sin embargo, inevitablemente, varias cosas cruzaban su cabeza.
Tenía una hora para despedidas, y ese era todo el tiempo que tendría para separarse de sus allegados. No obstante, no le importaba a nadie más que Rochelle, y por ende, estaba claro que nadie entraría a verlo. No le preocupaba, esperaría hasta que ella viniese y, junto a Uraume, se prepararían para que los llevasen al tren, con el que debían dirigirse para iniciar su viaje.
Cómo ella iba a ser su mentora, muy probablemente no le iría a ver, solamente para recogerlo y estaba bien. Hablaría con ella más tarde, ya que irían juntos en aquel infernal trayecto.
Dejándose llevar por sus emociones y la intranquilidad que recorría su corazón, vagas memorias surcaban el tiempo. Cuándo pensaba dejase envolver en ellas y en el día en que conoció a Rochelle, la puerta de madera, se abrió de sopetón.
Por ella entró el chiquillo por el que se había presentado voluntario. Aquello lo hizo levantarse para, sin esperarlo, recibir un abrazo del joven adolescente. No esperaba que nadie fuese a visitarlo, y mucho menos tener tal reacción de alguien, que indicase alguna muestra de gratitud o cariño.
—Muchas gracias, Sukuna —le dijo el joven, separándose para verlo con alegría—. Estoy seguro de que ganarás los juegos.
Le soltó el crío, con quizá más fe, de la que Sukuna era capaz de sentir. Eso consiguió alentar su corazón con suavidad, y con una sonrisa, revolvió el cabello del chico. —Ocúpate por hacerte más fuerte, y proteger a los que quieres. Ahora que no estaré un tiempo por aquí, puedes hablar con Berta, la carnicera, y pedirle que te de mi parte de alimentos. Dile que me lo debe por los conejos que le regalé de más; con eso te creerá.
La sonrisa en el joven deambuló por sus labios con aquella sorpresa. Según los rumores que había escuchado, aquel chico de tatuajes era mucho más de lo que aparentaba. Y con esto, lo confirmaba. —¡Gracias, Sukuna! ¡Prometo devolverte todo esto cuándo regreses! —vociferó el joven con unos extraños brillos en sus ojos—. Aún hay alguien más que quiere verte, así que debo irme, pero, ¡te envío toda mi suerte!
Con ello, el chico le dio otro rápido abrazo que suavizó el alma del joven, para seguidamente verlo marcharse por aquella madera; ahora se sentía intrigado por esa otra persona que quería verlo. Era todo un hallazgo que, después de imaginar que nadie iba a verlo, ahora tuviera más visitas.
Esta vez entró una joven de piel tostada, con trenzas rubias cayendo por sus hombros; y la que sabía que era su madre. Con algunas arrugas enmarcadas en su frente y la sonrisa cansada en sus labios, de un rubio cabello más apagado. —Sukuna —llamó esta última.
—Señora Valentina, y... Mia —saludó él. Las recordaba de las familias que con Rochelle ayudaban constantemente, sobre todo en las épocas de más escasez—. ¿Por qué han venido a despedirme?
—¿Cómo podríamos no hacerlo, Sukuna? Después de todo lo que has hecho por nosotras y nuestras familias —habló la madre, empujando a su pequeña de unos once años para que se acercase más al chico—. Queremos que las tengas, querido.
La niña de trenzas y sonrisa ancha le tendió unas galletas con pepitas de chocolate. Él las tomó con una sonrisa sincera; sinceramente, el ser agradecido por aquellas acciones no le parecía justo; pero tenía que admitir que las galletas caseras de la familia, eran las mejores.
—Gracias —musitó él, sosteniendo las pocas galletas y, guardándolas en sus bolsillos—. Pero toda buena acción que haya hecho, ha sido más gracias a Rochelle. Era ella la que me impulsaba.
Con una sonrisa, la señora le regaló otra vasta. —Deseamos que todo te salga bien, Sukuna. Eres un buen chico, aunque no lo creas, y la nobleza y amabilidad siempre han estado presentes en tu corazón. No sólo por tu amiga. Por lo que, aunque hayas sido impuesto en este destino, estamos seguras —decía la señora, sosteniendo de la mano a su hija pequeña—, que todo saldrá bien para ti. Y regresarás a casa.
El chico de tatuajes y cabello rosado se avergonzó de que alguien le estuviera diciendo tales palabras. Nunca había tenido una figura maternal en su vida, pero desde que conoció a la señora, podía considerarla como una buena guía; pues siempre había sido amable con él. Incluso después de que en su infancia, quisiera robarle el bolso; ella le perdonó. Tras él crecer, y denotar la mala época que estaba viviendo, se ofició mucho en serle de ayuda. También a muchas otras familias.
—Lo haré, Valentina —prometió Sukuna, obviando el mote de señora, e indicándole a la mujer, lo cercana que había sido para él durante tantos años.
Ella desvió sus ojos oscuros, y acercando a la cría más junto a ella, le ofreció un último consejo. —No dejes que te consuman los juegos, Sukuna. Mantén la cabeza fría y, estate muy pendiente de tu alrededor.
El joven de rubíes ojos asintió y guardó con mucha importancia sus palabras; sentía que en algún momento, podrían serle muy necesarias.
Para cuándo todo pasó, y aquella visita se marchó, Sukuna respiró hondo sentado de nuevo en el asiento; las emociones revolcaban su pecho al saber que tantas personas, aunque no hubieran sido muchas, alentaban su vuelta, su esfuerzo y, esperaban con sinceridad su regreso. Eso le inspiró a fortalecerse y, recuperar la neutralidad de la que siempre había sido caracterizado.
Unos quizá, veinte minutos más tarde, entró Rochelle, con aquel precioso vestido y un sobre en sus manos. Aquellos que vestían unos delgados anillos plateados, que él le había conseguido por el intercambio de un ciervo enrome que cazó al principio del año.
Le quedaban perfectos en sus finos y frágiles dedos morenos. Los que inevitablemente le hicieron pensar en las muertes que mancharon sus manos y, las que ahora tendría que llevar a acabo él.
Eso le hizo recordar el día que ella regresó al distrito dos, hacía un año; cuándo ganó sus juegos. Tras las celebraciones y la entrega de su casa en el valle de los vencedores, ella se adentró junto a él en aquel hogar que habían compartido.
Al principio estaba feliz de verla, la abrazó incontables veces y, acarició sus mejillas suaves emocionado; ella no sonreía pero podía ver en sus ojos lo aliviada que estaba de haber vuelto. Él vio las transmisiones de lo que vivió allí dentro, en un desierto de arena. Bajo el calor, la necesidad de agua y las pocas creaciones del interior que le sirvieron cómo escondite.
Esos juegos fueron un infierno, literalmente. Estuvo toda la transmisión con el estómago anudado, esperando que ella consiguiese regresar a casa.
La vio llorar, temblar y pese a su entrenamiento, pensarse dos veces antes de matar a alguien. La peor parte de sus juegos, fue cuándo se hizo cargo de un pequeño de doce años del distrito siete; y para cuándo lo asesinaron, con un corte de cabeza limpio por uno del distrito uno, ella se desmoronó. Se volvió irascible y con la rabia que le produjo aquello, terminó asesinando a los restantes tributos. Los que eran también profesionales como ella.
Aún se revolvía al recordarla tras las transmisiones, con lágrimas en su rostro, mientras empalaba con las flechas y espadas a sus enemigos.
Recuperándose, y tragándose grueso, regresó a conectar sus rubíes ojos con los ámbar de ella. —¿Ya es hora, Roch? —cuestionó, irguiéndose del asiento mientras rascaba su cabello rosado, algo largo en su nuca.
Ella asintió, y antes de que él se encaminase, la más baja se acercó con suaves pasos. Le tendió el sobre con una sutil sonrisa. —Pensé que lo querrías. No podemos llevarnos pertenencias para el tren, pero al menos quería traerte algo que te recordase muchas más razones por las que seguir vivo. No sólo por dar honor y respeto al distrito.
Sukuna observó el sobre que le tendía, de un papel delgado y las esquinas algo arrugadas por los años que habían pasado ya. Incluso su color blanco, ya estaba desteñido y tiraba hacia un amarillo opaco. La parte triangular ya había sido abierta, por él hacía muchos años y después por Rochelle, pues él le enseñó la carta cuándo fueron más cercanos.
—No la quiero, roch. No necesito más razones para vivir. La importancia de ser un vencedor, como tú, es lo único que me mantendrá con vida. No necesito más —respondió él de forma hosca y con el cejo fruncido al recordar lo que había en el interior de ella.
Quizá quiso decirle que ella era la única razón por la que pretendía dar todo lo que pudiese allí dentro, pero recordar lo que decía la carta, le había puesto de mal genio.
Entonces, la chica de piel morena cabeceo ante sus palabras, y continuó manteniendo el sobre en sus manos. Acercándose a él, le acarició la mejilla, haciendo que eliminase aquel cejo fruncido. —No estés tan gruñón. Queremos que consigas patrocinadores, y para ello, tienes que ser amigable y mostrar esa parte tan bonita de ti, y que tanto escondes.
Ella era mucho más madura que él, y eso a veces, hacía que se olvidase de que tenían la misma edad. Aún no eran más que unos niños y, parecía que ya hubieran vivido todos los martirios del mundo; cosa que no se alejaba mucho de la realidad.
Sukuna se dejó reposar en aquella delgada mano, que tanto desentonaba con su piel clara. No dudó en posar su grande mano sobre esta, cubriendo la de Rochelle en su mayoría, al ser las de esta eran más pequeñas.
A veces recordaba cuando investigó sobre el nombre de ella. Pasó tardes enteras buscando el origen de aquel extraño nombre, y según descubrió, este venía de Francia.
—Ahora dices eso, pero para cuándo estés dentro, en ese infierno, no quiero que te atormentes por pensamientos del pasado, mucho menos ahora, kuna. Si pudieras hablar de esta carta, conmigo y dejar que pudiera aconsejarte sobre esos sentimientos encerrados que guardas, no estarías tan atosigado por tanto en tus hombros —le dijo ella con aquel dulce timbre de voz.
—Chelly —moteó él con suavidad, cómo cuándo eran menores. Muy pocas veces utilizaba aquel apodo, pues solía llamarla así en su infancia, era el más antiguo, cercano y tierno que jamás le había dicho. Ella le vio con sus ojos cítricos, sorprendida de escucharlo de nuevo—. No vuelvas a hablarme de esto, nunca más. Las personas que escribieron esa carta y, los que están atados a ella, están muertos para mi.
Los ojos rubíes vieron intensamente a la chica, y ella soltando su caricia, se alejó de su lado. Tornando hacia delante, le regaló una vaga sonrisa, indicándole que ya era hora de ir hacia delante.
Por ende, Sukuna apretó sus puños sutilmente. Sabía que ella solo lo hacía con la mejor de las intenciones, para ayudarlo y en cualquier caso, no llegar a arrepentirse en los juegos; sin embargo, para él, atrás en su pasado no quedaba nadie más que ella. Y no quería saber ni tener nada relacionado con ellos, nunca más.
Sin más miramientos, camina hacia delante, detrás de Rochelle; la que sería su mentora durante los próximos días.
Seguidamente, observa la estación de tren, que estaba cerca del Edificio en el que se encontraban. Cómo ella le había indicado, la estación estaba a rebosar de periodistas apuntando con sus cámaras; trató de ser amigable, ofreciendo sonrisas de fuerza, de orgullo por haber sido elegidos.
Sabía que el Capitolio entero los estaba viendo desde su lugar, sentados quizá desde sus casas, llenas de lujos, y sin ninguna preocupación. Ni siquiera con la mísera idea de que niños de su edad, hijos del Capitolio, algún día tuvieran que enfrentarse a aquel suceso.
Mostró fuerza y una felicidad casi extinta en su corazón. Mostraba lo que querían ver, y esa era una alegría por ser capaz de jugar en aquellos mortales juegos.
Con brío, gritaba frente a las cámaras lo emocionado que estaba, continuando con ese mundo de apariencias.
Tras continuar el camino, tuvieron que detenerse unos minutos, en los que se quedaron en la puerta del tren, dejando que las cámaras engullesen sus rostros. Sukuna se fijo en su amiga Uraume. La había conocido años atrás, en la escuela, y cuando se hicieron amigos, ella tenía su cabello blanco y largo.
Congeniaron bastante porque les gustaban los mismos ideales y las mismas asignaturas; al final, entraron a la misma edad a la Academia, y para cuándo él le comentó que parecía que Rochelle iba a ser la mentora de los nuevos juegos y, que él estaba un poco interesado en presentarse voluntario, ella quiso también ganarse su puesto.
Al final, ambos lo habían conseguido y ahora estaban juntos en aquella situación.
Su cabello, actualmente rojizo y de media melena destacaba mucho el color de su piel blanca, junto a sus ojos castaño oscuro. Ella le dedicó una sonrisa, siempre se las ofrecía. Por eso, había acabado en algunas peleas con compañeros de clase, ya que odiaba que se metieran con ella por no sonreír habitualmente.
Él sabía que sólo lo hacía con las personas que apreciaba de verdad, por lo que le regaló otra, más pequeña y, entonces, finalmente les dejaron entrar al vagón, con las puertas cerrándose tras ellos.
El tren arrancó de inmediato, con un pequeño traqueteo, y con una velocidad que incluso lo hizo sorprenderse. Nunca se había subido a un tren, ya que cómo todos sabían, estaba prohibido viajar entre distritos, a no ser de que se tratase de tareas aprobadas por el Estado. En el caso de su distrito, el transporte de las armas.
Siempre los había visto llenar cajas y cajas enteras, y después desaparecer en aquellos trenes de corta distancia. De una tecnología más allá de lo inimaginable.
El interior de su tren era bastante abrumador. Estar en aquel lugar ya le mostraba la descomunal diferencia que había con el Capitolio, pese a vivir en uno de los principales.
Se encontraban en un tren de alta velocidad, que alcanzaba una media de cuatrocientos kilómetros por hora; por lo que tenía entendido, el viaje tomaría menos de cinco horas, al estar más cerca del Capitolio. Cada uno, tanto Uraume como Sukuna, su mentora y el acompañante, tenían un propio alojamiento, que disponía de un dormitorio, un vestidor y un baño privado con agua corriente caliente y fría.
Aunque estaba seguro que no alcanzaría a darle provecho a todo ello; al menos la ducha, la realizaría ya en el Capitolio.
Dedicando una mirada a Rochelle, la veía con algo de mala cara, suponía que era debido a los recuerdos de cuándo ella fue a sus juegos; recordando lo que vivió en el tren, sin conocer a nadie. Absolutamente sola, con completos desconocidos. Y aunque se llevaba bien con su compañero y le tenía aprecio y respeto; estaba seguro de que no era lo mismo.
El acompañante del distrito doce, aquel hombre entrado en años se les acerca, y le dice a ambos tributos que pueden descansar en sus dormitorios hasta llegar al Capitolio. Indicándoles a su vez, los caminos que deben tomar para irse a descansar. Por lo que había escuchado, aquel hombre se llamaba Calyp Heavenbush, pero realmente, tampoco le importaba.
Viendo cómo este se acercaba a su mentora, Sukuna llamó la atención de ambos. Sabía que Rochelle debía mantener conversaciones con este hombre, ya fuera por el funcionamiento del Capitolio o por los propios tributos..., no obstante, le molestaba.
Le molestaba de forma considerable, el tener que ser testigo en la morena, de la sombra baja que aparecía en sus ojos o el hundimiento de sus hombros, al tener que estar de regreso en aquel lugar. Y de tener que hablar con cerdos egoístas como él.
Ahora no estaba sola, por lo que, haría todo lo posible para que estuvieran juntos a todo momento.
—Roch, nos vemos ahora —habló él, viendo con reticencia al hombre de peluca dorada.
Ella asintió y se marchó más adentro del vagón, sentándose junto aquel señor, hablando de lo que debían. Uraume, quién también se marchaba a su compartimento, le habló:
—Sukuna, me alegro de verte repuesto y haber mostrado esa fortaleza ante las cámaras —soltó ella con su timbre de voz algo grave.
El de rubíes ojos la observó detalladamente y, aceptando lo que parecía ser un cumplido, le correspondió. —También lo has hecho bien Uraume; espero que la despedida con tus padres haya sido lo suficiente emotiva, cómo para que te esfuerces tanto cómo en las clases.
Ella pareció colorearse vagamente en sus mejillas claras, pero era tan blanca que Sukuna no fue capaz de percibirlo al completo. —Descansa un rato, Uraume. Recuerda que ahora ya no estamos en casa, y que debemos hacer todo lo posible para regresar —le dijo continuando su diálogo, y sujetando su hombro con cariño, añadió—, lo haremos juntos.
La chica se alentó con sus palabras, y escondiendo su mirada bajo su fleco rojizo, se marchó hacia su habitación. Sukuna hizo lo mismo, y se encerró en las paredes de aquel sofisticado compartimento; tenía un armario táctil, una cama, y cómo le habían dicho el baño. Entró en él y se lavó su rostro con agua fresca.
Debía concentrarse, estar en el tren era cómo le habían enseñado sus maestros. Las dudas e incertidumbres, sucumbirían su mente, y lo que debía hacer era mantenerse en calma; respirar e ir ideando las mejores estrategias ante cualquier arena que les impusieran.
Aunque ya había ideado algunas desde que estaba pensando en presentarse voluntario.
Lo único factible y a lo que debía aferrarse era que cualquiera que les impusieran, tendría madera. Hubieron unos juegos en el pasado, en los que escaseaba esta y debido a las bajas temperaturas, los tributos murieron de frío y fueron unos, realmente aburridos. Así que ya no impondrían uno así.
Aunque su distrito no fuese en agua, sabía nadar. Sabía moverse en el bosque, por lo que el que más se le dificultaría sería la arena. Pero cómo fuera, sabría trabajar en él como lo hizo Rochelle en los anteriores. Aunque dudaba que volviera a ser el desierto, ya que no les gustaba repetir el mismo campo dos años seguidos.
Echando su cabello hacia atrás, se encontró consigo mismo frente al espejo. Sus facciones marcadas, y su cuerpo tonificado y fuerte le darían puntos ante los demás tributos. Su agilidad en combate y su inteligencia en estrategias estaba mucho más allá de cualquiera que hubiera pisado los juegos. Los había estudiado, había rememorado cada uno de ellos y pensando posibles victorias o escapatorias ante distintas situaciones.
No obstante, también tenía claro que no era lo mismo estar dentro, que verlo en las grabaciones en la tranquilidad de tu hogar. Aún así, estaba preparado, para lo que fuera.
Saliendo del servicio, se acercó al armario táctil, y buscando una camisa sencilla y oscura, decidió cambiarse la que llevaba puesta. Esta era de seda, y le gustaba. Ya que estaba en aquel lugar, aprovecharía todo lo que pudiese los beneficios de la riqueza y extravagancia; aunque muy en el fondo, estaba en desacuerdo de que muchos pudieran disfrutar de esto, como el pan de cada día.
Dos toques en la puerta llamaron su atención y, terminando de ponerse la camisa nueva, observó a Rochelle entrar al lugar. Ella aún continuaba con su vestido rojizo, por lo que tras mirarla con detenimiento, señaló: —¿Te apetece darte una ducha? —preguntó—. He visto que en este armario tan sofisticado, también hay trajes para mujer —comentó con suavidad, mientras recogía su camisa y la depositaba doblada sobre un escritorio.
Los tacones de ella resonaron en el suelo mientras se acercaba más a él. —Creo que aceptaré eso, me apetece cambiarme este traje antes de llegar al Capitolio.
—Te queda bien —señaló el de cabellos rosáceos, mientras se recostaba en la cama con los brazos tras la cabeza.
Ella le dedicó una mirada suave, mientras dejaba encima de la camisa, que antes había doblado Ryomen, el sobre que habría escondido en algún lugar. —¿No vas a darte una ducha? —preguntó ella, entre que continuaba allí de pie, espaldas ante él.
Él la veía de reojo en el silencio de la habitación y el traqueteo de las ruedas contra las vías. La sala estaba algo oscura, ya que las persianas de la habitación estaban cerradas; dejando entrever algo de luz, aquella que iluminaba la figura de su amiga.
—Lo haré en el Capitolio, cuándo acabe este día de una vez y, pueda retirar todo lo que he vivido con el agua. Como sabemos, los distritos últimos no llegarán hasta pasada la noche, o ya en la mañana. Así que, supongo que nos ofrecerán otro sitio para dormir.
—Es lo que tiene ser de un distrito más cercano al Capitolio —respondió ella, retirando sus tacones y dejándolos acomodados junto a la mesilla. Había tomado una blusa y un pantalón cómodo para cambiarse—. No obstante, espero recuerdes que mañana tendrás que ir al Centro de Renovación, pero para esta noche, como bien has dicho, nos dejarán descansar en una gran instalación; dónde también se encontraran los del distrito uno y tres, ya que son los más cercanos y los que llegarán antes. Pero aunque queráis, no podréis veros. Cuándo llegue mañana, después de la limpieza, te encontrarás con tu estilista.
Sukuna quiso imaginar quién sería su estilista, pero olvidando aquello, imaginó que sería otro excéntrico del Capitolio, con estúpidas pelucas y trajes horribles. Por lo que, siguió hablando con su amiga. —¿Ya me estás hablando con distancia, cómo si fueras un mentor que nunca hubiera hablado conmigo? —inquirió el de rubíes ojos, viéndola a ella con detenimiento. Desde su definida espalda, cruzando su ceñida cintura, hasta sus caderas y piernas largas.
—Por supuesto que no, kuna —se adelantó ella—, pero debo tratarte con imparcialidad. Antes de venir aquí, también se lo he comentado a Uraume y le he explicado lo mismo. Con la misma objetividad.
Sukuna conectó mirada con ella, y cabeceando, dejó una sonrisa ladina. —Cómo digas, mi mentora —canturreó con un susceptible tono de voz—. Pero, eso hazlo ante los demás. No cuándo estemos a solas..., quiero, que seamos los mismos del distrito dos.
Le pidió el de blanca piel, apretando sus manos tras su cabeza. Rochelle asintió, y con ello, se marchó al interior del baño. Tiempo más tarde, se durmió escuchando el agua de la bañera, y quizá..., los llantos suaves de la morena. Sabía que estar de nuevo en el tren, aunque no fuese ella la nueva jugadora, le traía malos recuerdos.
Se despertó rato después, quizá había pasado una o dos horas, pues el tren aún se movía. Rochelle estaba a su lado, con su cabello húmedo y las esquinas de sus ojos, algo enrojecidas. Girándose hacia ella, la abrazó con cuidado por la cintura y unió sus frentes.
—Te prometo que todo saldrá bien, roch. Protegeré a Uraume, el mayor tiempo que pueda, y conseguiré que salgamos vivos de ahí. Como sea. Volveré contigo y... trataré de no hacer el máximo daño posible. No dejaré que los juegos me consuman. Recuerda, tengo una fuerza poderosa y velocidad inimaginable, ¿no es cierto?
No se equivocaba. Desde su infancia, había sido caracterizado con unos dotes especiales, mucho más increíbles que los humanos normales. Una fuerza descomunal y una velocidad más allá de un humano normal. Pero siempre lo había mantenido en secreto, tras hablarlo con Rochelle a poca edad. No querían que el Capitolio fuera a darse cuenta de ello.
Aunque le estuviese hablando, ella estaba dormida, con su cabello rizado cayendo con delicadeza por su rostro y por su espalda. Sabía que le consumía viva el haberse descontrolado, y haberse dejado consumir por sus salvajes instintos. Aunque no lo dijese, sabía que no quería que le ocurriese a él, y que no quería que los recuerdos fueran a..., atormentarlo en su regreso.
Depositó un gentil beso en su cabeza, y la abrazó con más brío. Para cuándo sentía que volvía a dormirse, alguien tocó la puerta de entrada y, esta se abrió de forma escurridiza, algo automática.
Rochelle se despertó, pero se mantuvo entre los brazos de Sukuna, sorprendiéndose de que este la estuviese abrazando. Como antes de la cosecha. Parpadeando con suavidad, pareció encogerse al saber que había alguien más, ahí viéndolos. Quiso separarse, pero los brazos de Sukuna la habían sujetado con más fuerza.
Algo molesto, Sukuna habló: —¿Qué es lo que pasa? —inquirió apretando más a la chica bajo sus brazos.
Cuándo ambos escucharon su voz, supieron que era aquel del Capitolio, el hombre de cabello rubio. —Fui a buscaros a vuestra habitación, Rochelle, pero aprovechando que están ambos aquí, deben venir conmigo. Les han preparado un pequeño aperitivo para antes de la llegada al Capitolio.
Sukuna quiso negarse, pero ambos sabían que no debían rechazar nada de aquel lugar. Con un "ya vamos" de Rochelle, el hombre salió de la habitación. Sus ojos se cruzaron con prisa, y entonces, el ceño de la morena se frunció.
—Sukuna... no está bien que este hombre sepa de nuestra estrecha relación —musitó ella.
El más alto sonrió ladinamente al gesto enfurruñado y adorable de la otra. —Tranquila, solo somos amigos. Cuándo me vea coquetear en los juegos, durante las grabaciones, se le irá cualquier extraña idea —bromeó, separándose de la morena.
Ella se incorporó rápidamente, ocultando su rostro al más alto. Por lo que, Sukuna no supo si se había molestado o, si se había puesto celosa. —Podrás vivir esas cosas con gente de nuestro distrito, no tiene que ser con los de este horrible lugar —respondió ella a su broma.
Tras eso la vio levantarse y tomar sus anteriores tacones negros, además de la carta que guardó bajo su manga; para seguidamente, salir de la habitación. Exhalando con fuerza, también salió detrás de ella, con unos zapatos cómodos envueltos en peluche.
Atravesando el vagón deambulante, Sukuna se dio cuenta de que en la mesa del comedor ya se encontraba Uraume, con una ropa más casual y cómoda. Rochelle se había sentado junto al hombre de peluca, esperando pacientemente porque este llegará a sentarse.
Había puré de patatas, con queso y fruta. Además de algunos dulces, parecidos a los bollos de su distrito, pero con crema de montar o algo viscoso, parecido a la leche, aunque sabía mucho más dulce, como postre. Lo sabía porque le había matado la curiosidad y no había tardado en probarla. También había chocolate caliente, de esos que aunque se veían pocas veces en su distrito; ya lo había probado. Y le gustaba mucho más que el café.
Mantuvieron una banal conversación con el hombre de dorados cabellos y su mentora, quién ahora estaba algo más seria tras su comentario. Sukuna no sabría decir si era por lo que había dicho o, porque cómo ella le había explicado, tendría que ser imparcial ante los demás. Y después de que el hombre los hubiese visto abrazados en la cama, estaba seguro que ella no quería que se imaginase cosas extrañas y los pusiera en peligro.
Porque cómo todos sabían, lo más importante era tener cuidado ante el Capitolio. Que nadie viera o descubriera tus debilidades, para que llegado el momento, nunca los usarán contra ti.
Una vez terminaron, Sukuna debía admitir que tenía el estómago algo revuelto tras haber comido tantos dulces; no estaba tan acostumbrado. Y vio que Uraume también mantenía una expresión molesta. Ponía esa mirada cuándo tenía hambre o dolor de tripa; y le dio algo de gracia.
También se fijo en su mentora, quien apenas había probado bocado de algo. Estaba disgustada, eso era claro. Mordiendo la esquina de su labio, se arrepintió de haber dicho lo que dijo, y de no haberla dejado separarse ante la mirada del otro.
Acabando la pequeña sesión de reabastecimiento, llegó la hora de la entrada al Capitolio. Con una sutil mirada, tanto Uraume como él vieron sin mucha atención por las ventanas; pudiendo denotar los grandes edificios a lo lejos, ocultándose bajo el sol y, la gente que caminaba alrededor, alborotada y llena de alegría por la llegada de los tributos.
No obstante, Sukuna ya no estaba de humor para saludarlos, por lo que se dispuso a clavar en un magdalena, repetidas veces el filo de un cuchillo. Dejando que las migas se desperdigaran alrededor. Rochelle se había marchado junto al delegado del Capitolio, para hablar de otros asuntos; y por ende, él se había quedado solo en aquel vagón, con Uraume. La chica de cabello rojo y piel pálida.
Sus pestañas blancas le llamaron la atención cuándo la conoció.
Y ensartando quizá otras quince veces el cuchillo, escuchó la voz de su compañera, cuando el vagón se adentró nuevamente a la estación y las luces oscurecieron el alrededor.
—No prestes mucha atención a ese hombre—le dice ella—. Cuándo lleguemos, él se marchará a su casa a rascarse su barriga y beber de sus más caros licores. Sólo estaremos con Rochelle, así que ya no tendrás que aguantar como te separa de ella.
Sukuna la miró deteniendo el movimiento de su cuchillo. Una mirada intensa se clavó en la mujer de diecisiete años que, respiraba pausadamente y mantenía una postura recta. —Supongo que así será —respondió.
No sabía cómo, pero ella siempre sabía dar con las palabras exactas que tranquilizaban su corazón ante las personas que se acercaba a Rochelle. Tampoco entendía la razón de ponerse así ante los que se acercaran a la morena, pero, desde su infancia, había sido siempre así.
Tiempo después, ya habían arribado la estación del Capitolio y habían bajado con cuidado. Los agentes de la paz, los recibieron junto a otros acompañantes del lugar, cómo el pesado hombre de peluca andrajosa. Los llevaron al edificio que le había comentado la morena; y por lo que había escuchado, los del distrito uno ya habían llegado y habían sido dirigidos a sus temporales —literalmente, una noche—, habitaciones de descanso.
Ya que, tenían que esperar al último distrito, el doce, que llegaba a la mañana siguiente, para que todos, se dirigieran al Centro de Renovación. Como ellos eran de los principales distritos, los del Capitolio no les veían con repudio o asco, ciertamente había algo de igualdad en sus miradas y alabamientos.
Admiraban que ellos fueran profesionales, preparados luchadores que les darían su tan amado entretenimiento y, por eso, los trataban bien. Incluso a Rochelle, muchos la abrazaron y felicitaron por sus pasados y hermosos juegos del hambre.
Actualmente, se encontraban en el edificio dedicado al distrito dos. En una amplia urbanización, dónde habían otros dos edificios mucho más alejados. Aquellos propios del uno y del tres. Era una edificación con una cúspide redonda, y de una sola planta. Con cuatro habitaciones, dos para cada tributo, otra para el mentor y el acompañante del doce.
Repleta de revestimientos de terciopelo y suelos de mármol, los invitaron a cenar. Esta vez, Sukuna si comió adecuadamente, y no tanto dulce. Aún tenía el estómago algo revuelto, pero se estaba empezando a acostumbrar, a los excesos. Rochelle y Uraume también cenaron bien, y eso le alegró.
No había mantenido de nuevo palabra alguna con la morena, pues el rubio los había acompañado hasta el final. Después de que fueran a ver el resumen de las cosechas, un automóvil vendría por él, y ya no lo verían más. Así que, nadie usaría su habitación.
Tenía muchas ganas de que se alejase, ese rubio barrigón y expresión arrugada, de su amiga. Le carcomían los nervios cada que le veía ponerle una mano en el hombro, o acariciando su melena oscura.
Sentados en un sofá, Sukuna junto a Rochelle, Uraume en uno individual, y el acompañante del doce en otro, empezaron a ver la transmisión. Los ojos bordos se fijaron en cómo el Capitolio había estado celebrando el día de la cosecha durante todo el día, incluso ahora que la noche había llegado. Las grabaciones de la cosecha, las habían estado pasando todo el tiempo; para aquel que no hubiera podido verlo en su momento.
Observando detenidamente las ceremonias una a una, Sukuna recordó cada nombre, los que se ofrecían voluntarios y los que no, que eran muchos más por supuesto. Estudió con cuidado los rostros de los chicos contra los que iban a competir, y trató de recordar los más peligrosos; justamente ambos del distrito cuatro: el chico que se presentó voluntario, tenía cicatrices por todo el rostro y una mirada terriblemente preocupante; y una chica de largo cabello verdoso, que aunque no mostraba locura, como su compañero, se veía muy fuerte.
Seguidamente, los demás ya fueron menos importantes. No se veían lo suficientemente peligrosos, y tenía claro que de alguna forma, acabarían muertos. Incluso los del distrito uno, que pese a ser profesionales, no le parecieron una amenaza. Mucho menos teniendo en cuenta el chico que había sido elegido; un joven menudo, muy blanco, de ojos azules y cabello oscuro. Era demasiado débil, y cabía destacar que no pudo evitar reírse con Uraume ante los distritos del uno. No iban a ser estorbos en su camino.
No obstante, Rochelle los regañó y les aconsejó no acercarse mucho a aquel chico. Parecía que ese tal "Megumi Fushiguro", era mucho más hábil de lo que aparentaba.
Aún así, no lo tomó en cuenta.
Todo fue tranquilo, hasta que llegaron al distrito doce. Ahí fue cuándo, tras que nombrasen a la fémina tributo —otra chica que no sería más que carne de cañón, por mucho que le costase referirse a esa persona de aquella forma—, el nombramiento del tributo masculino, consiguió crear un caos en su cabeza.
No debía hacer miramientos, ni pensar demasiado las cosas; ahora no eran más que peones para el gran juego; para el disfrute de otros más poderosos. Por eso había catalogado a sus enemigos entre los preocupantes y los que no; no era que fuera un desalmado e irascible incompetente, tan desquiciado cómo el del cuatro. No obstante, esto era a lo que habían venido. A matar o morir.
Un pequeño crio de cabello negro y piel pálida salió aterrado de su lugar, cuándo fue nombrado cómo tributo del doce. Se llamaba Reki Tsukimoto. Sukuna sintió lástima por él, al igual que todos en la sala, era el más joven que había salido en la cosecha y, cómo figuraban todos, nadie se presentaría voluntario ante aquella pobre y pequeña alma, que daba cortos pasos hacia el podio.
Entonces, las engullidoras cámaras grabaron cómo el pequeño, entre que caminaba, observó a alguien del público elegible para tributo. Y cómo los gritos apabullaron los oídos de todos, escuchando solamente cómo vociferan su nombre de cuatro letras: "¡Reki!", se repetía.
Para cuándo la cámara continuaba grabando aquel desgarrador momento, apareció un joven con mucha rapidez cerca del muchacho, tomándolo del brazo y agachándose a su altura. Sólo se podía ver un cabello rosado, cosa que llamó la atención de Sukuna, pero no lo suficiente.
Segundos más tarde, alguien gritaba el nombre a lo lejos del joven que se había acercado de espaldas, un tal "Yuji" decía la voz desesperada. Las cámaras grabaron al que gritaba y era un joven, situado entre los que trabajaban en la mina; de cabello oscuro y piel pálida, terriblemente aterrado ante lo que parecía estar pasando.
Un escalofrío removió su cuerpo al estar presenciando por primera vez en todos esos años, junto a los que lo acompañaban, cómo un voluntario de tributo estaba apunto de hacer presencia en la historia del distrito doce.
Algo que ya era muy fuera de la común, muy, pero muy anormal en aquel distrito. Y para cuándo grabaron de nuevo al pequeño, ahora abrazado al chico, su cuerpo tembló irascible al definir cada detalle del... horrible rostro del voluntario. El cuál, era muy idéntico al suyo.
Sus palabras presentándose voluntario hirvieron la sangre de Sukuna, y unas ganas terribles de vomitar amenazaron con expulsarse allí mismo. Escuchó a los comentaristas sorprenderse del acto, y felicitar al joven que se había mostrado cómo la última esperanza del crio. También comentaron sobre el terrible parecido que tenía con el tributo elegible del distrito dos.
Con una borrosidad en sus ojos, observó cómo aparecía la quizá hermana del niño, y cómo lo apartaba de allí entre llantos. Seguido, cómo este subía los escalones, acompañado con la banda sonora de los gritos del anterior chico de cabello oscuro, ahora en llantos desgarradores.
"Yuji Itadori", dijo cuándo se presentó. Después, explicó que el niño no era su familia, solamente que lo había hecho porque era justo y, era lo que debía hacerse.
Aprieta sus puños, sintiendo como las uñas se clavan en sus manos y, las miradas de los otros tres se posan sobre él.
Al final de la grabación, se refleja el símbolo de aquel distrito y cómo todos alzan sus manos simbolizando la justicia y el honor ante el chico. El respeto que todos denotaban.
—Vaya, ese chico es muy parecido a ti, Sukuna, sino fuera por los tatuajes de tu rostro y el color de tus ojos, diría que sois gemelos —le dice el hombre de peluca dorada, algo emocionado por el espectáculo del doce, y en el momento que cruza mirada con aquellos ojos llenos de ira, traga grueso.
Cómo tenía de ganas Sukuna, de partirle la cabeza a aquel hombre ahora mismo.
Con el sonido del himno de Panem, terminó la grabación y el programa finalmente.
—¿Esto es lo que llaman destino, eh? —deja Sukuna en el aire, para con pisadas largas y apartando de un manotazo la mano de Rochelle, sale de la habitación.
Logra escuchar cómo ella pide disculpas por su comportamiento y se despide del hombre de cabellos dorados, a quién ya estaban por recogerlo para marcharse; para después, oír sus pisadas tras él, con aquellos tacones de punta fina.
«Menuda mierda», señala Ryomen entre sus pensamientos.
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Bueno, un capítulo de más de seis palabras para su total disfrute. No olviden dejar sus comentarios, y estrellas que nos ayudan a dar a conocer aún más, esta hermosa historia.
Amo ver muchas interacciones entre Rochelle y Sukuna.
Y amo aún más, cómo kuna ha visto, por primera vez a yuji en la gran pantalla.
¡Nos leemos en el próximo, all the love, ella!
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