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02

 S U K U N A

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El brazo le tallaba, le dolía con creces la hendidura que se había estado haciendo durante la noche. Por ende, se removió en la cama y tiró de su brazo para estirarlo. Se le había dormido, y al final tuvo que sentarse porque le estaba doliendo bastante. Entreabrió los ojos con molestia y ardor; observando la ventana se dio cuenta de que apenas estaba amaneciendo, quizá no serían ni las seis todavía. 

Desperezándose, salió de entre sus sábanas y caminó descalzo por la madera del suelo. Hacía algo de frío, pero aún manteniéndose con su camisa corta y pantalones algo descolgados, salió de la habitación. Aún le dolía el brazo, por lo que decidió estirarlo junto a todo su cuerpo.  Tronaron partes que más estaba acostumbrado a no crujir, pero dándole igual continuó su camino, escaleras abajo.

"Nuestra nación no sería nada sin la magnífica cantería del distrito 2. Construye y fortalece nuestras ciudades, y sus ciudadanos son conocidos individualmente por su fuerza", recordó aquel lema estoico que Coriolanus Snow, el antiguo presidente de su país, había declarado sobre el distrito en el que vivía.

El distrito 2.

Básicamente, su país estaba divido en doce distritos, cada uno dedicándose a oficios más ligados a la zona en la que habitaban. Los primeros eran los más lujosos, como en este caso, era el suyo. Mientras que, los que pertenecieran a los últimos, eran siempre los más desfavorecidos.

Su distrito era uno de los más ricos de Panem. Era dónde la gran mayoría de los agentes de la paz —la fuerza de policía militar controlada por el Capitolio, encargada de mantener el orden en todo Panem y entre los ciudadanos—, eran entrenados y donde las armas eran manufacturadas, especializándose sólo en la minería y cortes de piedras. Públicamente, era representado como la cantera de piedras nacional, y por ende, era mejor recompensada por el Capitolio, con especiales tratos y más saludables condiciones de vida por, además, su gran lealtad y fidelidad.

Se encontraba ubicado en las Montañas Rocosas, cerca de la capital. Estaba conformado por pequeños pueblos, todos situados de forma estratégica alrededor de una mina. 

No obstante, y aunque eran mejor tratados por el Capitolio, presidido por ahora, su hijo Gojo Satoru, un joven adulto que aguardaba grandes similitudes con el antecesor, tanto sus ojos claros, piel marmórea y cabello pincelado de nevosas fibras; su distrito seguía sufriendo al igual que los demás en respecto al trabajo y en las minas, y no era excluido de los famosos y anuales, Juegos del Hambre.

Su distrito, era el más grande en términos de población, y aunque poseía una estrecha relación con el Capitolio, lo que podría indicar cierta devoción y admiración; estaba muy claro que secretamente también lo odiaban, probablemente, como los demás distritos. Sin embargo, eran inteligentes, y sabían que lo mejor era alabar a la mano que te daba de comer, que esforzarse en picarle el brazo, con inútiles intentos de rebelión.

Era esa explícitamente la razón, por la que se encontraban en aquella situación tras tantos años. Según había estudiado, hacía unos setenta y cinco años atrás, un rebelión azotó la nación. Los trece distritos se levantaron contra el Capitolio, y tras su desgraciada y absoluta pérdida, a parte de destruir el distrito trece al completo, crearon estos juegos. Todo con la intención de mantener a la población unida, y cagada de miedo, para que no se les volviese a cruzar la idea de levantarse contra los poderosos.

Con desasosiego, tras haber llegado al piso inferior, se dispuso a entrenar en el salón. Sacándose la camisa, empezó con su rutina. Ciertos ejercicios, como abdominales o flexiones que ayudaría a su mente a estar despejada y a seguir manteniéndose en forma. Al ser día de cosecha, no había que ir a estudiar y tampoco tenía que preocuparse por la comida.

Disponían de mayores facilidades, cómo era comprar cereal, panes e incluso, carne de alta calidad; no obstante, tampoco quería decir que no tuvieran que valerse por ellos mismos, luchar, aprender de las experiencias y sobrevivir por propios méritos. 

No eras nadie, sino eras reconocido por los que controlaban el distrito. Por ende, y pese a gran disgusto ante su real personalidad, había muchas veces que tuvo que fingir; tragarse su orgullo para adular, mostrando amabilidad y devoción a agentes de paz y, a los diligentes del territorio.

Siempre, gracias a su carisma y carácter, había conseguido el respeto de los ciudadanos. Pese a su apariencia, ruda, musculosa y de alto tamaño, con tatuajes casi adheridos a todo su cuerpo, nunca había sido un joven que le gustase meterse en problemas, pero si los había, tampoco era de los que se dejaban golpear, sin haberle roto la nariz al otro en cuestión.

Limpiando el sudor que discurría por su barbilla, terminó sus repeticiones. 

Estirando los músculos de su abdomen tonificado, se fijo en el alrededor del salón. El sofá de terciopelo que se encontraba cerca de la ventana, estaba vacío, y la mesilla redonda y baja en el centro, tenía un vaso de chocolate caliente, aún humeante.

Entonces, se preguntó la cabeza del chico de cabellos rosáceos, dónde estaría su compañera.

Por supuesto, no vivía solo. Su infancia fue algo..., extraordinaria y tras, algunos sucesos, terminó viviendo con la vencedora del pasado año de su distrito. La ganadora de los septuagésimos terceros juegos del hambre.

Honró a todos con su victoria, pese haber perdido a su compañero. El cuál, y según términos del propio Ryomen Sukuna —nombre del joven que pensaba—, lo había apodado cómo "no suficiente para estar a su lado". Al final sus palabras, se convirtieron en ciertas, cuándo en los anteriores juegos, cayó en la trama de un tributo, y acabó con un hacha entre ceja y ceja. Una muerte humillante; no obstante, su familia fue apreciada y respetada por el resto de la población.

Por otro lado, a su compañera de vivienda, aquella joven de piel morena, y ahora largo cabello oscuro, había sido alabada y amada por todo el distrito, al ganar sus juegos. Según tenía enterado, ella sería la mentora de los tributos de aquel año. 

Los mentores, eran los encargados de enseñar todo lo valioso para la supervivencia en los juegos, y los que además, podrían salvarte el culo en medio de la arena, cuándo estuvieran tras las pantallas viendo los juegos en vivo, y buscaran a patrocinadores que pudieran enviarte medicinas, armas o muchas otras utilidades, en medio de la batalla. 

Los elegidos para ser mentores cada año, eran siempre los ganadores de anteriores juegos; y habitualmente solían ir todos, sin embargo, al ser el distrito dos, uno de los que siempre ganaban; se elegía a votación quién sería el mentor al siguiente año. Y este año, consecuentemente tras ella haber ganado los anteriores, había sido escogida como mentora. 

No lo admitiría en voz alta, sin embargo, quizá eso lo hubiera motivado un poco. 

Y hablando de la reina de roma, esta acabó entrando por la puerta de madera que los conducía a la salida. 

Su cabello oscuro, rizado y largo, se presentó con aquel orden y perfecta ondulación del que estaba caracterizado. Su piel oscura, cercana a un tono color nuez cálida, ni muy oscuro ni muy blanco. La delgadez y la estrechez de su cuerpo se delineaba al retirarse el abrigo de piel, dejando ver una blusilla grisácea y pantalones oscuros que enmarcaban sus definidas caderas y figura curvilínea. Poseía una cintura no muy marcada, pero unos pechos notables, no tan exuberantes. 

Esbelta, se tornó hacia él, abrazando sus manos para ofrecerse calor. Nunca la había mirado más allá de la belleza de la que siempre había sido testigo, nunca con vulgaridad; simplemente detallando cada simple parte en ella.

Desde la afinidad que tenía por entrelazar sus manos tras su espalda, hasta la amplitud de la sonrisa que siempre se mantenía en sus labios. Aquella que siempre había estado desde que se conocieron en la infancia.

—¿Nervioso, Sukuna? Hoy te has levantado antes de lo normal —decía ella, tomando las bolsas que había dejado en la entrada, y dirigiéndose a la cocina. Un pequeño espacio enfrente del salón, con su respectivo fogón y nevera para el guardado de alimentos.

Ella depositó las bolsas sobre la pequeña mesa de madera que había en la esquina, y comenzó a guardar lo que había comprado en los armarios de la despensa.

—Por supuesto que no —respondió, alanzando la mirada de sus manos morenas, para encontrarse con aquellos orbes dorados, casi parecido al color del sol cuándo comenzaba el ocaso. De un precioso tono ámbar—. ¿Lo estabas tú?

Ella dejó una sutil risa, y con un cabeceo, quizá en negación por las cosas que decía, continuó su tarea en silencio. Dónde Sukuna se dedicó a mirarla con sus rubíes en aquel cómodo ambiente, al que ya hacía tiempo se habían acostumbrado.

Al ser una vencedora, aunque aún entrase en el rango de edad para los juegos, ya nunca más su nombre entraría en aquellas urnas de cristal. Lo que le alegraba sutilmente. Recordar el día en el que ella fue escogida por la academia, y pese a todo lo que hizo, no pudo ser su compañero, aún le traía ese mal sabor de boca.

Y en sus más recónditos pensamientos, Sukuna se preguntaba el porqué ella no se había ido, a la casa en la aldea de los vencedores que le habían entregado. 

Este era un lugar, existente en todos los distritos; situado el respectivo en su distrito, algo lejana de la zona de pueblo —pero aún dentro del territorio—, dónde a los vencedores de los juegos del hambre, se les ofrecía una casa con todas las comodidades. Un despacho, varias habitaciones, una sala de estar, una cocina y un sótano. 

La casa pertenece al vencedor, dónde por tanto vivirá con seres relacionados a ellas, familiares mayoritariamente. No obstante, su vencedora no tenía a nadie.

Era un alma solitaria, que por coincidencias de la vida, terminó viviendo con él. Y tras regresar de los juegos, aún teniendo aquella casa con su nombre, continuó viviendo en aquel cuchitril que llamaban suyo. 

Nunca supo porqué lo hizo, y tampoco la cuestionó por su decisión.

—Ve a asearte para que podamos desayunar —comentó la chica, mientras con sus delgadas manos, preparaba huevos —cortesía de haber Sukuna vendido unas carnes de conejo que había cazado—, con unas rebanas de pan recién salidas del horno.

Ryomen rascó su nuca, y se marchó a dar una ducha tras su ejercicio, sin decirle nada.

Tenía algo en mente todo el tiempo. La cosecha. Hoy era ese día. Aquel que muchos temían y otros alababan. Un día en el que los nombres se preparaban, y veinticuatro jóvenes serían escogidos, para que sus dueños se adentrarán a la cacería del depredador y la presa en los juegos.

Pese a tener más facilidades que el resto de distritos; al ser uno de los más poderosos y ricos, las distinciones en cuánto a la cosecha o la vida en general, no eran distintas. Sólo los más agraciados en el mismo distrito no tendrían que sufrir con el interior de su nombre en la urna por más de una vez. La urna dónde se preparaban todos los papelitos con los nombres escogidos.

Dependiendo de la situación familiar que sucede en tu propio hogar, podrías necesitar teselas. Es decir, se puede tener la posibilidad de añadir tu nombre más veces a cambio de teselas; estas valen por un exiguo suministro anual de cereales y aceite para una persona. Según tenía entendido, las inscripciones, independientemente de cuántas veces estuviera tu nombre, estas eran acumulativas. Entendía que los más necesitados lo hicieran para cubrir lo que requerían ellos y sus familiares, sin embargo, para él no era necesario.

No necesitaba de teselas, por lo que su nombre apenas entraba una vez al año. Y a sus diecisiete años, su nombre no estaría más de seis veces.

Pese a todo, estaba tan preparado cómo el resto del distrito juvenil para entrar a los juegos, siempre y cuándo estos hubieran sido entrenados. 

Se podía entender porque los más pobres pudieran enfadarse con personas cómo él, quién no necesitaba teselas. Pues estaba solo en el mundo, y junto a su compañera, habían sabido vivir bien sin necesidad de ello.

Las probabilidades de que saliese su nombre eran muy bajas, no imposible, pero muy poco probable. 

No obstante, este era el año dónde tenía decidido algo. Se presentaría voluntario ante el nombre inepto que saliera en la lista del tributo masculino. Quería probar a todos que era capaz de representar a su distrito y regresar victorioso cómo debía. 

Enjuagando su cabello rosáceo en las aguas de un improvisado baño, recordaba cómo en la Academia de Preparación, a la que había asistido desde que pudo cargar una espada; poco a poco, había sido convertido en un profesional. Podía luchar con cualquier arma, pero su predestinada a trabajar cómo miel entre sus dedos, era el arco. 

Era muy bueno con él, por no decir de los mejores.

A parte de sus clases, salía a cazar cerca de los bosques en los límites del distrito. Nunca estaba de más poseer más carne que poder vender u ofrecer como regalo a las casas de familias más grandes. Cabía destacar que eso había sido idea de su compañera, Rochelle Hughes, la morena de precioso corazón. Ella lo había instruido en la ayuda a los demás, y por ende, muchas veces cazaba un conejo o cervatillo de más, para dárselo a las familias que más lo necesitaban.

Muchas veces, iba también con ella a cazar. Ambos eran geniales con el arco, pero nunca admitiría que ella era mejor.

Tras salir de la ducha, se vistió con un traje sencillo color gris apagado, y sus botas negras. Habitualmente, todos los distritos se arreglaban para este día y, aunque no fuera algo grato que celebrar, era el único día en el que podían desempolvar sus trajes buenos. 

Como iba a presentarse, se vistió con algo que le habían regalado hacía unos años. Echando su cabello hacia atrás, no pudo evitar que este regresase hacia delante. Era largo en su nuca, y todo de un color rosáceo. Si lo iban a mimar los estilistas del Capitolio, dejaría que se encargaran también de darle un nuevo look a su pelo.

Regresó al salón para desayunar con aquella chica, que tan agradable y cómodamente lo hacía sentirse. Durante aquel rato, compartieron una conversación amena, dónde ella le contó cómo había visto comprar a los agentes de la paz, una carne muy barata; y seguidamente, las críticas que provinieron de sus dulces labios al saber que tenían dinero y preferían ahorrarlo comprando carnes que podrían obtener los de la población.

Después de eso, Sukuna quiso dormir hasta la hora de llegada, y por primera vez, Rochelle le dijo que durmiesen juntos. Que eso lo ayudaría a estar tranquilo. No sabía cómo calaba sus emociones sin siquiera decirlas en alta voz. 

Se recostaron en la cama de él, y abrazados, se dejaron aspirar el aroma del otro. Buscando sentirse en calma y con la idea de que era otra mañana cualquiera, y no la que destinaba a Sukuna a entrar a esos juegos. 

Tendría que estar allí a las dos en punto, en la plaza para el sorteo de los nombres. Lo sabía, pero por el momento, sólo quería sentirse abrazado por las delgadas manos morenas alrededor de su espalda, en la estrechez de su colchón y, en la desteñida humedad de sus paredes. 

Sin darse cuenta, el tiempo pasó y, Rochelle lo levantó para ir a aquel lugar, pues ya había llegado la hora. Había dormido tan plácidamente que no sabía si ella también lo había hecho. Por lo que podía notar, estaba más seria y sentimental de lo normal.

Tras darse unos últimos arreglos, salió de la casa hacia la plaza.

Rochelle tuvo que irse antes, porque cómo al ser mentora ya debería estar cerca del podio. 

Observó cómo los ciudadanos lo saludaban amigablemente, mientras, se dirigían al mismo lugar. Aquello lo llenó de cierto nerviosismo. 

Al llegar por orden, los agentes de la paz postulados en la entrada, fueron organizando a los jóvenes; cogiendo sus nombres mientras pinchaban sus dedos, dejándolos impregnados de sangre en el papel. Eso ayudaba también al distrito a hacer cierto recuento.

Sukuna observó su alrededor con cierto encogimiento. Ahora no era la plaza en la que solía pasear con Rochelle; era el último lugar que vería, antes de irse a los juegos. Esperando muy en el fondo, regresar para poder verlo de nuevo.

Junto a ella, claro estaba.

Tras ser pinchado, fue enviado a su sección. Detallando ahora el frente de su periferia. 

Dos grandes urnas de cristal se situaban sobre las tarimas, en el gran podio de madera; cada una de las bolas de cristal, conteniendo pedazos de papel con el nombre y apellido de los tributos femeninos y masculinos que jugarían aquel año, en nombre de su distrito y, para aquellos infernales juegos. 

Los tributos elegidos entrarían en marcha a aquellos juegos, a no ser de que alguien estuviera dispuesto a pronunciarse como voluntario, al alma llena de desasosiego y desesperanzada que hubiera sido escogida; aquel fenómeno era muy habitual en los distritos de los llamados "tributos profesionales", que conformaban mayoritariamente el distrito uno, dos y cuatro. Los cuáles han sido jóvenes entrenados toda la vida para entrar a los Juegos, y aquel año, según la Academia, había salido su nombre para presentarse como tributo.

Después de unos años en los que los voluntarios para la cosecha, sobrepasaban el número, se decidió que cada año, habría una meta impuesta en la Academia y quién lograse llegar al primer puesto, sería el único que se presentaría como voluntario. Un respectivo tributo masculino y otro femenino. 

Era todo un honor ser elegido; y por ende, aunque él no hubiera impuesto mucho esfuerzo en ganarse el primer puesto, Ryomen Sukuna había terminado siendo el elegido, junto a su compañera Uraume. Cuándo se pronunciasen los nombres de los chiquillos del pueblo, ajenos a la lucha, ellos levantarían la mano y tomarían sus lugares.

Su amiga de pequeña y menuda figura, poseía un cabello corto a media melena de color rojizo. En la academia había sido apodada como "la estrella congelada", siendo esto explicado porque era la mejor en su categoría, la femenina en este caso. Una joven estrella de actuar distante, y helado. 

Aunque era la mejor de su categoría, cabía destacar que todos, tanto hombres cómo mujeres entrenaban en las mismas clases y recibían el mismo adoctrinamiento.

Tampoco lo admitiría en voz alta, pero el que Rochelle hubiera acabado siendo la mentora de los tributos de aquel año, quizá lo motivó un poco a ser el mejor en la academia.








Tras que todos los jóvenes fueran colocados en orden de edad, y por género a cada lado, las cámaras empezaron a grabar todo el lugar; dando inicio a la cosecha. Su cosecha. 

En el podio estaba el alcalde, y el acompañante del distrito doce; un hombre adusto, algo entrado en años y de una terrible peluca color amarillo. El alcalde inició leyendo la larga, muy larga lista de ganadores del distrito dos de anteriores ediciones, terminando con el nombre de su compañera de rizos chocolate.

Los vencedores que aún estaban vivos, se encontraban en un podio al lado, bien vestidos y con sonrisas ante las cámaras. Les habían decorado el alrededor con flores blancas, aquellas tan favoritas del presidente. Y pese que para el Capitolio, sus sonrisas fueran sinceras, él había visto las muecas de disgusto antes de subir. Sí, eran felices de haber ganado, vivir en la aldea de vencedores y ser honrados por la capital. 

Pero, el haber matado a personas, los perseguiría hasta el fin de sus días, y algunos no podían del todo con ello. Aunque tampoco faltaba el desquiciado, que realmente fuera amante de ello. De la sangre, de la muerte y de la vívida sensación del poder en tus manos. Como aquella pareja que sonreía a las cámaras, aún con sus dientes afilados —parecidos a los de propios depredadores—, con el que habían desgarrado carne de otros tributos en sus juegos. 

Cómo la única tributo elegida para ser mentora, era Rochelle; ella tendría que estar en el podio, junto al acompañante del distrito doce. Por ende, ella salió de entre bastidores, y se sentó en el correspondiente asiento. 

El calor terminó por acompañarlo, cuándo se adhirió a sus mejillas al verla más detenidamente. Se había cambiado su atuendo sencillo. Ahora vestía un vestido rojizo, de pliegues en su falda. Sus hombros delgados y, su figura curveada, destacó en aquel color tan parecido a sus ojos. 

Lo tomó de improvisto ver cómo ella cruzaba sus ojos ámbar con los de él, desde la tarima. Suavemente. Tuvo que rehuir de ella, al sentirse aún más nervioso. Atribuía esas emociones a la situación. 

Para cuándo el hombre de cabello amarillo, probablemente porque llevaba una peluca, terminó de relatar la historia de los días oscuros, en referente a la revolución y lo que causó; añadió con aquella extraña entonación del Capitolio al final de sus frases: —¡Felices juegos del hambre, y que la suerte, esté siempre de vuestra parte!

Entonces, con movimientos extraños y exagerados de sus manos, se acercó a la urna dónde aguardaba el nombre de la fémina tributo. La mayoría de la población, aunque sentían nervios, no solía durar mucho, ya que habitualmente siempre salía un tributo voluntario. Contuvieron el aliento para cuándo el hombre tomó aquel papelito, y leyendo el nombre, se pronunció el de una chica delgada y de cabello azabache. Si no recordaba mal, y eso que era malo para recordar personas, era una chiquilla, hija del distribuidor de mercado, quizá de unos trece años.

No tardó en salir su compañera de la academia a nombrarse como voluntaria por ella. Subiendo al podio, el hombre del capitolio la felicitó y la instó a decir su nombre. 

—Nakano Uraume —dijo ella con su habitual voz seria, y el hombre lo repitió con alegría ante las cámaras. Dejando pitidos estridentes en el micrófono que molestaron a algunos.

Dirigiéndose a los hombres, tras su debido tiempo y por felicitar a Uraume por presentarse voluntaria, lo sacó. El otro papel de pequeño tamaño, que tomaría Sukuna como suyo. Pues aunque su nombre no estuviese escrito en él, ya era su destino tomar aquel puesto. 

Alisando el papel, leyó el nombre en voz alta. 

Sus oídos se embullaron y por algunos instantes, no fue capaz de escuchar nada. Sentía que su corazón martilleaba en su pecho y que un ligero mareo atacó su cabeza.

Veía con sus ojos, cómo un temeroso chico de unos quince años, salía de entre el público. Dónde se encontraban posicionados los de su edad, más adelante que él. Lleno de terror, veía a los de  atrás, siendo inconcebible para su mente que ninguno de los profesionales fuera a presentarse en su nombre. 

No todos estaban capacitados para ir a la academia de profesionales, y por eso, siempre habrían chiquillos inútiles como él.

Sukuna comenzó a divagar al verlo salir a paso lento. Había muchas cosas que aún quería hacer; de las cosas que nunca pudo o se atrevió a mirar, a enfrentar. O incluso decir por su estúpido orgullo. Ahora podía entender el nudo en su garganta que lo había acompañado desde la mañana.

Era una gota de miedo en el fondo de estómago. Miedo a morir y no poder regresar. De no poder buscar lo que le faltaba y, encontrar lo que ya tenía.

¿Y si..., no decía nada, y se quedaba allí oculto entre la muchedumbre para regresar a su casa, con Rochelle? ¿Para volverla a abrazar y bromear con sus habituales jugueteos? 

Quizá..., podrían cenar en el recogimiento de sus paredes un postre de pudín, de aquellos favoritos de huevo y sirope de Roch. Podría verla de nuevo sonreír al darle una pequeña probada. Siempre le había encantado darle ese antojo, aunque le costase dos conejos y una red entera de pescados para vender, de la que probablemente hubiera tardado una semana en cazar y conseguir.

Mordiendo su labio inferior, cruzó la mirada con Rochelle, y levantó su mano, para presentarse de inmediato como tributo. Despertando de aquel trance en el que se había sumido, y tomando como obligación su deber de voluntario.

—¡Me presento como tributo! —exclamó, saliendo de entre los jóvenes de diecisiete y, acercándose al niño que lloraba y moqueaba por su nariz.

Los agentes de la paz lo dejaron pasar, y con una caricia en la cabeza del niño, le dijo que todo estaría bien. Entonces, lo vio regresar corriendo, ahora hacia sus padres; con una sonrisa suave, se dispuso a subir los escalones hacia el podio, con la mirada de Rochelle y los demás sobre él.

Tras presentarse debidamente, con un gesto noble por parte del acompañante del doce, que había disfrutado de ese pequeño espectáculo, gritó por todo lo alto. —¡Los tributos del distrito dos, son Nakano Uraume y Ryomen Sukuna, feliciten a nuestros valientes tributos! —señaló aquel hombre de cabello pollo y sonrisa arrugada en sus comisuras.

Con ello, las cámaras casi se abalanzaron sobre ellos y, cómo bien les habían enseñado, Sukuna y su compañera se dedicaron a sonreír victoriosos, llenos de orgullo. Consecuentemente, el alcalde se dedicó a leer el Tratado de la Traición, como se hacía en todos los distritos tras elegir los tributos, y para cuándo terminó, todo el pueblo aplaudió. 

Quizá con falsa ilusión, pues esta era su rutina de todos los años. Repetir la devoción a unos jóvenes que acabarían muertos o, terminarían siendo vencedores con sangre ya en sus cuerpos.

El alcalde hizo que ambos tributos se estrecharan sus manos, y con una sonrisa ladina por parte de su amiga Uraume, el himno de Panem comenzó a embullar sus oídos. 

Junto al alcalde, el acompañante y su mentora, todos se posicionaron al frente del podio, con las cámaras grabando cada mísero detalle. Sukuna, por ende, con los nervios aflorando en su estómago, desvío su mirada hacia la única persona que le importaba de corazón.

Al verla allí, de pie junto a él, con aquella delicada sonrisa, Sukuna dejó escapar el aire retenido en sus pulmones. Pese sabiendo que se estaba adentrando a las peores semanas de su vida, saber que ella lo acompañaría hasta el momento en el que subiese a la arena, era lo único que le importaba. 

Por supuesto, ganar. Pero ver a Rochelle, antes de mostrar verdaderos demonios y su naturaleza salvaje, estaba seguro de que lo ayudaría mucho. A seguir vivo, a sobrevivir y continuar en aquel despiadado mundo, regido por su presidente Gojo Satoru.



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¡Holaaa, estoy encantada de haber podido subir el primer capítulo de los juegos del hambre con Sukuna! 

Yo seré la encargada de escribir su pov de la historia (ellassttyles), para los que no me conocen.

Rochelle, la chica morena, vencedora de los juegos anteriores, es mi oc (personaje original). Espero que la puedan querer muchito, es mi cosita preciosa. 

Disculpen cualquier falta o detalle. Estoy esforzándome mucho para hacer un buen trabajo, e informándome bien de esta saga que tanto amo.

¡Con esto, nos leemos en la próxima!

¡All the love, Ella!

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