01
Y U J I
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Un pequeño rayo de luz logra entrar en el pequeño dormitorio en el que trata de dormir un joven, usualmente risueño y soñador, ahora desolado y nervioso. Se acurruca todavía más si es posible contra el cuerpo de su hermano mayor, Chōso Itadori, mientras que siente que sus brazos largos se estrechan contra su cintura entre pequeños temblores.
Sabe que este teme por su suerte; siempre lo hace en el día de la cosecha.
No tienen ánimos de desayunar y eso es algo que hacen casi todos los años; permanecen uno junto al otro con la esperanza de volver a estar juntos cuando termine todo el show. Por esa misma razón prefieren quedarse tirados en la cama hasta que llegue la hora de alistarse, abrazados y dándose todo ese apoyo familiar que tanto les falta.
Desde hace varios años han estado sobreviviendo los dos solos. Sus padres murieron cuando eran más pequeños y su abuelo, el único sustento que les quedaba, murió hará dos años atrás por la extrema pobreza en su distrito.
El Distrito 12, a la que suelen llamar La Veta, ha conseguido superar a duras penas las épocas de hambruna. Actualmente se pueden ver todas las mañanas a múltiples mineros del carbón que marchan a trabajar a las queridas minas del lugar, y todos agradecen que los tiempos oscuros hayan quedado atrás. Hombres y mujeres de hombros caídos y rostros hundidos, todos ellos repitiendo la misma rutina desde que superaron las espesas heladas y de poca cosecha.
Sin embargo en un día como en el de hoy, las habitadas calles están vacías. Todo está cerrado ya que la cosecha no empieza hasta las dos en punto y la mayor parte de la gente prefiere pasar su tiempo con sus allegados hasta que comiencen; como ellos, que prefieren dormir hasta que ya no puedan más.
Yuji Itadori, el joven de cabellos rosados y para nada usual en su distrito, piensa en que solo tiene que sobrevivir este año, en que si no sale su nombre de la urna, estará salvado y podrá ayudar a su hermano mayor en las minas. Se sabe de antemano que los jóvenes ya en la edad de dieciocho y que ya trabajan en las minas, pocas veces salen elegidos. Por supuesto, a su hermano mayor no le agrada tanto la idea de que trabaje, pero él no quiere quedarse más tiempo haciendo nada y solo cuidando de la casa.
A ver, no es que sea lo único que hace en el día.
Ya que mientras su hermano trabaja, él limpia y trata de que todo esté en orden para la llegada de su hermano. Aunque a veces sale de la casa para darse un paseo por La Veta y tratar de conseguir alimentos haciendo trueque en el Quemador con lo que consigue su hermano por su trabajo.
El Quemador es el mercado negro que funciona en un almacén abandonado en el que antes se guardaba el carbón; eso fue gracias a que encontraron una mejor manera de transportar el carbón en el pasado y ese almacén quedó inutilizado, ahora siendo aprovechado por ese tipo de cosas. Está mucho más concurrido que antes, por supuesto.
Sae la Grasienta, la dueña del lugar, suele ser muy amable con él y, de vez en cuando, le ha permito llevarse varias cosas a cambio de una dulce sonrisa de las suyas. Ella suele llamarlo " solecito ", tampoco le molesta. Le cae bastante bien.
Yuji siempre trata de ver el lado bueno de las cosas y es por esa misma razón que no tiene muchos amigos. Digamos que en un lugar tan pobre como el Distrito 12 la gente en sí no tiene muchas esperanzas por ver tiempos mejores, y en eso claramente no concuerdan con el chico. Antes sí tenía más compañías, sobre todo en clase, pero cuando deja volar sus ideas de lugares soñados y de posibles mejoras para el distrito, ahí es cuando la gente comienza a verle raro.
Y por supuesto, al paso del tiempo comenzaron a dejarle atrás.
Chōso le ha recomendado continuamente que mantenga en silencio sus locas ideas, pero muchas veces se le hace imposible. Aunque claro, hay una excepción, y esa es Yuko Ozawa. Una chica de cabellos claros, alta y bastante tímida; tampoco es que ella sea muy sociable y quizás es por eso que se sigue reuniendo con él ya sea para pasear por La Veta, o para comer en los descansos de las clases. El tema es que solo con ella puede hablar de todo eso.
También a Yuji le gusta tenerla cerca porque siempre le escucha sin reprocharle nada.
—Deberíamos ir preparándonos, Yuji. —La voz de su hermano lo desalienta y la manera en la que al removerse entre sus brazos, esquiva su mirada, apena todavía más a su corazón.
Sabe que se culpa de todo eso, aunque realmente no debería hacerlo porque la injusticia es del propio Capitolio, la ciudad que gobierna Panem que es el país en el que viven. Y aunque muchas veces ha intentado hacerle entender que no debería martirizarse con tales temas, nunca le hace caso.
—Voy a lavarme —responde Yuji, con voz baja.
Su hermano permanece en la cama, ahora dándole la espalda. Sabe que necesita tiempo para asimilar el tema de la cosecha y más teniendo en cuenta que él no puede (en caso de que su nombre salga elegido) ni intentar ofrecerse como tributo porque ya es mayor de edad. El año pasado cumplió 25.
Resulta que solo los jóvenes comprendidos entre los 12 y 18 años pueden entrar en las urnas; después de eso, digamos que puedes liberarte de ese peso.
Su hermano no le deja tampoco pedir teselas por su nombre (un medio que te permite meter tu nombre más veces de las necesarias a cambio de sustentos anuales como cereales y aceites) aún teniendo en cuenta que en el tiempo en el que su hermano todavía podía participar, pidió más teselas de las necesarias. Lo protege demasiado.
Yuji abandona la cama ahora fría y un poco solitaria en dirección al cuarto de baño. Le espera una bañera llena de agua helada y que realmente no le molesta, porque siente que le ayuda mejor a despertarse del todo; prefiere dejarle el agua caliente a su hermano mayor y ese es un tema que no puede entrar a discusión.
Ya en el interior, se restriega el cuerpo repleto de sudor con fuerza y hasta se lava el cabello. Su color es antinatural y muchas veces por eso varios compañeros de su colegio se meten con él. Yuji no les hace mucho caso, porque siempre piensa que bromean; además, tampoco pasa de los comentarios mordaces.
Cuando termina le espera sobre la cama una camisa suelta azulada y de volantes en los brazos, que conjunta con unos pantalones de tonos beige; fue una de las primeras ropas que usó su hermano mayor en la cosecha y que fue regalo de su abuelo. Mira a su hermano que lo observa desde una distancia precavida y tan solo dedicándole una seca sonrisa, este se dirige a bañarse al ser su turno.
Ya en la privacidad del dormitorio, Yuji se coloca todo eso a prisas y a través del único espejo de la casa, analiza su reflejo. Sin duda, está un poco más pálido de lo usual y quizás se deba a su estadía en el interior de la casa, que en esos pocos meses han sido mucho más constantes que antes. Su cabello rosa está húmedo y a duras penas consigue darle una forma con la toalla de bordados azules hecha a mano por su madre; fue una de las únicas cosas que pudo preservar de ella desde pequeño.
Su cabello ahora seco cae desde distintos lugares y parece más una bola salvaje y deforme. Aún así, no se sorprende cuando su hermano aparece tras su espalda para peinarlo con sus dedos. Lo observa tras el reflejo y detalla su ropa simple y de tonos grises; parece más apagado de lo normal. Las ojeras bajo sus ojos violetas lo demuestran.
Se deja peinar por su hermano durante unos segundos de completo silencio, hasta que ya no soporta la tensión nacida en el aire que se saborea y asfixia.
—Chōso, sé que no quieres hablar de esto, pero tienes que estar tranquilo. Mi nombre no va a salir en la urna y ya verás que volveremos por la noche a comer las fresas de todos los años. Nada va a cambiar —dice, tratando de borrar la amargura de su rostro.
Sin embargo la expresión perdida de su hermano le da a entender que no le escucha. Motivo por el que se da la vuelta y separando las manos de su cabello, las aprieta con fuerza, aferrándose a ellas. Su hermano lo mira desconsolado y sabe que el terror naciente de su interior es algo a lo que nunca podrá hacer frente.
Porque si llega el día en el que tenga que dejarlo atrás, sabe que este no podrá seguir viviendo en aquella casa solo. Los recuerdos lo atormentarían, lo conoce mejor que nadie.
—Chōso, tienes que ser fuerte. Es solo una cosecha y va a ser como todas las demás, ¿me escuchas? —Su hermano le dedica una intensa mirada y cuando lo estrecha entre sus brazos sin previo aviso, se deja abrazar por este.
No dura mucho esta vez, porque tienen que comer. Pero Yuji le regala una de sus usuales sonrisas deslumbrantes y observa como los hombros tensos de su hermano se relajan un poco.
—Vamos a comer, hermano mayor. —Y con eso lo tiene del todo.
Su rostro se ilumina al escucharlo y ambos se dirigen a la cocina, con un humor mejorado comparado con el de antes, dispuestos a zamparse el pescado y las verduras, que ya están cocinándose en un estofado y decidimos guardar las fresas en un sitio fresco con la esperanza de comerlas juntos en la noche, como siempre.
—No te atragantes, sol. No queremos que hagas un desastre en esa ropa que te queda tan bien. —Su hermano lo alaga por vigésima vez en la mañana y Yuji se ruboriza hasta las orejas.
Bebe un buen vasado de agua fresca, tratando de detener el ahogo por comer tan deprisa.
—Sería una verdadera lástima para el resto de la gente del doce verme sucio, ¿no es cierto? —Y ambos se carcajean ante sus constantes bromas de la etiqueta y del orden con el resto del mundo.
Un momento bastante agradable que queda en el olvido cuando Yuji se está calzando los zapatos de cuero y dirige su mirada a la mesa de noche que descansa al lado de su cama y en donde observa la funda de las dos dagas dadas por su hermano. Quedan unos minutos para que salgan y el joven de cabellos rosados no puede dejar de pensar en que si llega a ser elegido para los juegos, su mayor oportunidad para sobrevivir sería conseguir un tipo de armas similares, es lo único que sabe utilizar. Chōso le enseñó a usarlas en la privacidad de su casa.
Nunca preguntó como las había conseguido, no hacía falta.
Es bastante bueno con ellas y tiene muy buena puntería además; ayuda también su extraña fuerza y velocidad que se le concedió desde pequeño y de la cual su hermano repite que solo lo hace verse incluso más especial de lo que ya es. También es esa otra de las razones por la que nadie en La Veta se ha atrevido a ponerle una mano encima; saben de su tremenda fuerza y nadie se atreve a hacerle frente.
—Es hora, hermanito.
Se levanta ante el llamado de Chōso, y ajustando su camisa por dentro de sus pantalones, salen de la casa a eso de la una en punto en dirección a la plaza. No llevan caminando ni dos pasos cuando la gente comienza a salir al mismo tiempo y cuando siente las manos de su hermano acomodarle la camisa por detrás, metiéndola con cuidado en el interior de sus pantalones.
—Tienes que arreglarte mejor la cola, patito —escucha decir a su hermano a su espalda y deja escapar una pequeña sonrisa. Siempre lo anda cuidando.
Se siente un poco al descubierto con esa camisa suelta y sin ningún tipo de abrigo encima. Pero no deja de caminar y a la una en punto se dirigen a la plaza. La asistencia es obligatoria, a no ser de que estés a las puertas de la muerte. Se dice que los emisarios a cargo de la cosecha revisan cada casa del distrito en busca de que nadie se haya quedado escondido; por supuesto, si sucede el caso, las personas afectadas irán de inmediato a la cárcel.
Yuji hace una pequeña mueca cuando observa lo arreglada que está la plaza, le apena que uno de los sitios más agradables de La Veta sea utilizado para algo que causa terror gran parte del año. La plaza está rodeada de tiendas y, en los días de mercado, sobre todo si el tiempo es bueno, parece que es fiesta. Sin embargo hoy se respira un aire completamente diferente: más pesado y oscuro.
Las cámaras de televisión, encaramadas como cuervos cotillas, solo sirven para acentuar la sensación de vigilancia.
La gente entra en silencio y ficha; la cosecha también es la oportunidad perfecta para que el Capitolio lleve la cuenta de la población, los números suelen disminuir al paso de los años; al menos en este distrito. Después conducen a los chicos de entre doce y dieciocho años a las áreas designadas con cuerdas y divididas por edades, con los mayores por delante y los jóvenes detrás. Los familiares se ponen en fila alrededor del perímetro.
Yuji observa la mirada lastimera que le dedica su hermano antes de separarse y siente que una parte de su corazón permanece al lado de su único familiar con vida, con la esperanza de que puedan reunirse pronto.
Cuando camina para posicionarse en su puesto, observa a las distintas personas que se acoplan al lado de su hermano, agarrados de las manos y suplicantes, y algo oscuro se agita en su interior. Odia que este tipo de situaciones se repitan por actos que ninguno de ellos habían cometido.
No se interesa por la gente que apuesta o que solo pretende ganar dinero por ver quiénes serán los elegidos de este año; solo por los dolientes que tienen que esperar por una elección que posiblemente les destruya la vida para siempre.
La plaza se va llenando, y se vuelve más claustrofóbica conforme sigue acumulándose la gente alrededor. A pesar de su tamaño, sigue siendo una población bastante reducida.
Yuji está de pie, destinado a un grupo de chicos de diecisiete años de la Veta. Intenta intercambiar saludos con los demás pero resultan tensos y nadie se lo devuelve; el chico quiere pensar que es por lo difícil que resulta vivir un día como este. Aunque algo en su interior le dice que igualmente en un día normal y corriente, tampoco se lo devolverían.
Ese hecho casi consigue borrarle la sonrisa del rostro, pero cuando se encuentra con una mirada conocida en el lado de las chicas, la mantiene. Ella le sonríe desde el otro lado y nota que un agradable sentimiento se recoge en su pecho, algo que conserva su felicidad y calma.
Yuko Ozawa viste un elegante vestido azulado, de bordados florales en los bordes de la parte de abajo y de mangas largas. Lleva el cabello suelto (ya que lo tiene corto) y una sonrisa amable ocupa su expresión. Yuji sigue sin entender porque una persona tan amable como ella sigue sin tener amigos.
Sin embargo, su intercambio de miradas se ve interrumpido cuando tienen que centrar su atención en el escenario provisional que han construido delante del Edificio de Justicia. Allí hay tres sillas, un podio y dos grandes urnas redondas de cristal, una para los chicos y otra para las chicas. Yuji se queda mirando los trozos de papel de la bola de las chicas, y ruega porque esta vez le toque a alguien que no sea una niña pequeña como la del año pasado.
Devolviendo la vista al podio, Yuji se fija en que dos de las tres sillas están ocupadas por la alcaldesa Utahime Iori (no tiene hijos porque dice constantemente que traer descendencia en esta época del año sería un suicidio), y Shoko Ieiri, la acompañante del Distrito 12, recién llegada del Capitolio con rostro serio y con un usual cigarrillo entre sus dedos. Su traje es de tonos beige y lo completan unos pantalones largos y algo grandes oscuros. Lo lleva a juego con unos tacones altos y blancos. Y a pesar de lo que se suele llevar en el Capitolio, la mujer lleva su cabello natural y de color castaño, largo y un poco más allá de los hombros.
Siempre le ha dado curiosidad como una mujer como ella, de aspecto aburrido y algo cansado, decide elegir desde hace varios años un distrito como aquel.
Justo cuando el reloj da las dos, la alcaldesa sube al podio y empieza a leer. Es la misma historia de todos los años, en la que se habla de la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas de un lugar antes llamado Norteamérica. Yuji escucha como enumera la lista de desastres, la sequías, las tormentas, los incendios, los mares que subieron y se tragaron gran parte de la tierra; por supuesto, además de la brutal guerra que quiso hacerse con los pocos recursos que quedaron tras todo ello.
El resultado fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos. Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. Yuji detesta que a raíz de ello se diera el nacimiento del Tratado de la Traición que dio nuevas leyes a repartir para garantizar la paz y, por supuesto, que también sirve como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben repetirse y que dio paso a los odiosos Juegos del Hambre.
Las reglas de los Juegos son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar a un chico y a una chica, llamados tributos, para que participen. Los veinticuatro elegidos se encierran en una enorme arena al aire libre en la que puede haber cualquier cosa, desde un desierto abrasador hasta un páramo helado. Una vez dentro, los competidores tienen que luchar a muerte durante un período de varias semanas; el que quede vivo, gana finalmente y regresa a casa como vencedor de su distrito.
Yuji llega a la conclusión que de esa forma tan violenta les recuerda a todo el mundo de lo que es capaz el Capitolio; de que en sus manos, todos ellos son muñecos de trapo sin voluntad alguna. Solo nacen para ser el disfrute del resto del público.
Por supuesto, el vencedor que quede se le da una vida de riquezas, pero Yuji piensa que tras vivir horrores como las que se viven dentro de la arena, nadie pueda llamar a eso una verdadera "recompensa".
—Es el momento de arrepentirse y también de dar las gracias —recita la alcaldesa, con expresión adusta.
Después lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que han ganado en anteriores ediciones. En setenta y cuatro años hemos tenido exactamente dos, y solo uno sigue con vida: Nanami Kento, un adulto de expresión oscurecida y bebedor, aunque extrañamente mantiene una forma delgada. Se dice por el distrito que de vez en cuando sale a correr por la Aldea de los Vencedores y que solo los curiosos pueden verlo desde la lejanía.
Yuji siente que la lástima se apodera de su corazón de tan solo tener en mente que debe de vivir una completa soledad y pena en aquella aldea, tan perdido y sin ninguna compañía. Llega esta vez sin ninguna bebida en la mano y se sienta en la tercera silla, con expresión molesta. La multitud responde con su aplauso protocolario, pero el hombre no reacciona y Yuji observa como solo cierra los ojos, quizás perdido en sus dolorosos recuerdos.
Es la primera vez que la alcaldesa parece orgullosa de su distrito, porque todos son conscientes de que siempre son el hazmerreír del Capitolio al ser el distrito más pobre; sin embargo, Yuji sabe que este año Nanami no se va a caer del podio totalmente borracho para avergonzar a su gente. Por alguna razón siente que este año todo es distinto; sus expresiones serias y malhumoradas lo demuestran.
La alcaldesa tiende ahora la palabra a Shoko Ieiri, quien lo recibe con una sencilla sonrisa. A Yuji le resultaba bastante extraña, aunque su hermano suela decir lo contrario y la considere una falsa.
Ella sube a trote ligero al podio y saluda con su habitual:
—¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte!
Yuji escucha como ella empieza a hablar sobre el honor que supone estar allí, y el chico sabe que en el fondo de seguro también guarda solo una enorme lástima de presenciar cosas como aquella, todos los años. El de cabellos rosados la ve de forma natural, para él no le parece una muñeca del Capitolio falsa; otra de las ideas que le hacen ser apartado del resto de la gente, por supuesto.
Localiza entre medio de la gente nuevamente a Yuko, quien muerde sus uñas con violencia y el chico muestra una seria mirada, porque no quiere que nada le ocurra. De toda la gente de su distrito, es con ella con quién mejor se lleva y si sale elegida..., Ha llegado el momento del sorteo.
Shoko Ieiri dice lo de siempre, «¡las damas primero!», y se acerca a la urna de cristal con los nombres de las chicas. Mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel. La multitud contiene el aliento, y Yuji siente el corazón en la garganta. La tensión es palpable y comienza a sentir náuseas y a desear desesperadamente que sea alguien capaz, alguien que pueda defenderse y conseguir una victoria.
La mujer tira el cigarrillo al suelo y regresa al centro del podio, alisa el trozo de papel y lee el nombre con voz clara. Un fuerte peso se apodera de su pecho cuando nombra a Yuko Ozawa, quien no es capaz de hacer daño ni a una mosca. Su nombre rebota por todas las paredes del cráneo de Yuji y observa como, helada, ella comienza a caminar hasta el podio.
Nadie dice nada, nadie salta ante su nombre seleccionado salvo sus padres, que desde la lejanía gritan desolados. Otro peso encima invade y agrieta su corazón, pero mantiene silencio porque ningún chico puede ofrecerse como tributo a cambio de una chica; si se pudiera, lo haría sin dudarlo. Era su amiga, la única que no lo rechazaba y permitía de su compañía.
Siente que la rabia lo consume por dentro y que se le calientan las orejas al verla más pálida como una hoja, al frente del todo el mundo y recibiendo aplausos de todos los tributos. Algo que es común en todos son suspiros de alivio por resistir otro año más; pero Yuji está enfadado de que personas tan buenas como ella, sean elegidos para vivir un tormento que no se puede expresar con palabras.
Sin embargo, Shoko no cede tiempo a acostumbrarse porque al momento suelta que es hora de elegir al tributo masculino y cuando se acerca a la urna a sacar uno de esos muchos papelitos, el chico de cabello rosado contiene el aliento sin creerse por un segundo que todo esté pasando tan deprisa.
Y cuando ella menciona al chico elegido, la tristeza lo consume por completo. Odia cuando son elegidos niños de doce años, tan pequeños y frágiles. El resto de la gente empieza a murmurar con pena porque siempre sucede lo mismo cuando alguien de esa edad sale elegido.
—¡Reki Tsukimoto! —Y todos se dan la vuelta para observar al niño pequeño salir entre las filas.
Yuji observa su cabello negro, su pálida piel y sus ojos aterrados, la forma en la que sujeta su camisa azulada y entonces, algo le hace moverse inconscientemente. No sabe si es su claro miedo ante la idea de morir en unos juegos desalmados, sus pequeñitos pasos, o si es por su inocencia que refulge con bastante claridad, pero recuerda que semanas atrás ambos estuvieron jugando en esa misma plaza y, que era la primera vez que un niño se acercaba voluntariamente sin juzgarlo por su color de pelo o por sus ideas tontas.
Aquel día le pidió jugar con una dulce sonrisa y ambos disfrutaron de una gustosa tarde, hasta que se separaron para regresar a sus hogares. Le llega las palabras que se dijeron aquel día, como se prometieron para jugar al día siguiente y como aquello no llegó nunca, porque Yuji no volvió a salir de casa.
Entonces cuando el niño está cerca del podio, cuando sus miradas se cruzan y ve ese brillo inconfundible en ellos, eso lo hace reaccionar y regresar a esa cruel realidad.
—¡Reki! ¡Reki! —Un grito estrangulado sale de su garganta y los músculos vuelven a moverse sin rigidez—. ¡Reki, espera!
Tiene que apartar a la gente de golpe porque en esa confusión nadie parece realmente saber qué está pasando, pero gracias a su rapidez y fuerza, no es un trabajo difícil. Pronto un pasillo directo se forma ante su vista y que va directo al escenario. Llega hacia él justo cuando está a punto de subir los escalones y lo agarra de los brazos, agachándose a su altura, ignorando como los agentes de la paz se acercan peligrosamente hacia ellos dos.
—¡Yuji! ¡Yuji! —escucha en la lejanía y sabe que su hermano debe estar más preocupado al verlo salir delante de tanta gente y de las cámaras del Capitolio.
Pero aunque le duela, aunque le duela ser consciente de lo mucho que va a destrozar a su hermano por su sorpresiva decisión, sabe que no se va a arrepentir de ello. Es lo correcto, es lo que debe hacerse.
—No tengas miedo, Reki. Estoy aquí —Ni siquiera sabe si el niño lo recuerda, pero cuando lo abraza por la cintura es suficiente para detener con una mano a los guardias y hacer que todos los del podio le presten atención.
—¡Me presento voluntario a cambio de Reki! —grita Yuji, con voz segura y sin dejar escuchar ningún temblor en su voz—. ¡Me presento voluntario como tributo!
En el escenario se produce una pequeña conmoción; después de todo, el Distrito 12 no envía voluntarios desde hace décadas, y el protocolo está un poco oxidado. La regla esencial es que solo se puede ofrecer uno como tributo a cambio de otro que sea elegible todavía y, lo más importante, que sea de tu mismo género.
Sin embargo, en el Distrito 12, donde la palabra tributo y la palabra cadáver son prácticamente sinónimas, los voluntarios han desaparecido casi por completo.
—¡Espléndido! —exclama Shoko, realmente expresiva en esos momentos. A Yuji le parece que es la primera vez que le ve reaccionar tan vivamente—. ¡Sube al podio, guapo!
Yuji siente el corazón en la garganta, y se fija en la intensa mirada que le regalan la alcaldesa (que a pesar de todo es una mujer amable y que muchas veces le ha acariciado el cabello en el pueblo durante las compras) y Nanami, el único vencedor del distrito. Solo tuvieron un pequeño encontronazo hace años, y fue cuando ambos coincidieron al comprar unas botellas de alcohol en el Quemador; obviamente el chico de cabellos rosados lo hizo por pedido de su hermano, y al solo quedar una para elegir entre ambos, con gusto el niño se la dejó a Nanami.
De él solo recibió una pequeña sonrisa y desde ese momento, no tuvo ocasión de cruzar su camino nuevamente con el hombre adulto. Verlo tan cerca ahora, lo hacía sentir nervioso.
Reki comienza a llorar atado a mi cintura, y me rodea con sus delgados bracitos aferrándose de una manera que me hacen lamentarme por no haber vuelto a jugar con él. Ahora sabe que no podrá hacerlo nunca más; siente de pronto que alguien tira de él por detrás y, cuando se vuelve encuentra a su hermana mayor, Yoru, quien cursa su misma clase.
Solo son ellos dos con su madre alcohólica, y cuando cruzan mirada, ve alivio y un eterno agradecimiento en sus ojos verdes. Aquello lo hace sentir realizado de alguna manera, y Yuji sigue sin arrepentirse cuando se arma de valor y sube los cortos escalones.
Cada paso es como una puñalada trapera, asfixiante y doloroso. Más todavía teniendo en cuenta que su hermano grita como un loco en las filas de los familiares y que solo es detenido por los guardias de la paz. Pronto esos gritos se convierten en llanto.
—¡Bueno, bravo! ¡Este es el espíritu de los Juegos! —La mujer acompañante del Capitolio está encantada con toda la acción del momento—. ¿Cómo te llamas? —Su voz resuena por todo lo alto en aquel micrófono metálico.
El chico siente su voz un poco reseca cuando habla.
—Yuji Itadori —responde, después de asegurarse de tragar saliva.
—¿Conocías de algo al pequeño? ¿Era tu hermano?
—No tenía que formar parte de mi familia para ofrecerme tributo este año. Solo me parecía injusto que alguien tan pequeño de nuevo fuese mandado a los juegos. Quería... hacer lo correcto por una vez. —La mujer calla ante sus palabras unos momentos antes de recuperar su buen humor.
A Yuji le da la sensación de notar un pequeño temblor en su voz, pero lo deja pasar.
—¡Bueno, vamos a darle un gran aplauso a nuestro último tributo! —canturrea y el chico espera por los aplausos falsos y rutinarios.
Sin embargo, nadie lo hace. Permanecen en un absoluto silencio que resulta estremecedor, incluso los que antes se carcajeaban con las apuestas, y Yuji piensa que se deba por el hecho de ofrecerse como tributo, algo que no se hace desde mucho tiempo atrás. El chico se queda estático en su lugar y el resto de la gente expresa su desacuerdo de la forma más valiente que saben: con el silencio. Incluso al chico le parece escuchar alto y claro la forma en la que Shoko Ieiri traga grueso.
Porque ese silencio, significa que todo está mal.
Entonces, cuando Yuji se siente por primera vez unido con su gente, sucede algo inesperado; al menos él no lo espera, porque hasta momentos anteriores no creía que el Distrito 12 fuese un lugar en el que se preocupasen por su bienestar. Sin embargo, como sospechaba desde antes, sabe que algo ha cambiado desde que subió al escenario para ocupar el lugar del pequeño Reki.
Poco a poco, primero una persona, después otra y, al final, casi todos los que se encuentran en la multitud se llevan los tres dedos centrales de la mano izquierda a los labios y después le señalan con ellos, a Yuji. Resulta ser un gesto antiguo (y rara vez usado) del distrito doce que a veces se ve en los funerales; es un gesto de dar gracias, de admiración, de despedida a un ser querido.
Yuji siente que su corazón termina de estrujarse al ver todo aquello, pero se recupera rápidamente para colocar las manos tras su espalda y mirar hacia adelante, con la expresión más segura que puede colocar en su rostro en esos momentos.
La alcaldesa vuelve a recuperar la atención de todos cuando empieza a leer el largo y aburrido Tratado de la Traición, como se hace durante todos los años. Lo termina de leer un rato después e indica a ambos tributos a que estrechen las manos. Yuji observa la mirada nerviosa de Yuko y como aprieta su mano, inquieta pero segura, como para darle ánimos. El chico se la devuelve con la misma intensidad.
Después tienen que mirar hacia la multitud, mientras suena el himno de Panem y Yuji solo piensa en que no tiene que matar a su amiga más cercana, teniendo en cuenta que compartirá la arena con otros veinticuatro chicos y que si le toca, es porque de verdad tiene demasiada mala suerte.
┉┈ 𖣠 NOTA FINAL ;
:: muchísimas gracias por su apoyo, amo esta historia y la dinámica que estamos creando mi bestie y yo, de verdad que amamos a los chicos de jjk vivir en el mundo de los juegos del hambre. como se explicó antes, juntaremos a estos personas con algunos de los juegos del hambre, aunque recordar que aquí no existe snow, si no que el presidente es gojo satoru y gojo es su hijo.
:: el chico, reki, por el que se ofrece nuestro solecito, tiene el aspecto del niño que salvaron en el anime al principio nobara y yuji, no sé si se acuerden.
:: el siguiente capítulo narrará la perspectiva de sukuna y del que se ocupará mi amiga, los queremos mucho y no se olviden de dejar sus estrellitas y comentarios, porque amamos saber lo que opinan de esta nueva historia. pobre choso, ahora le tocará quedarse solo ajajja.
:: nos vemos muy pronto, tributos :3
→ Se despide xElsyLight.
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