𝗌𝗍𝗋𝗎𝗀𝗀𝗅𝖾 𝗍𝗈 𝗍𝗁𝖾 𝗆𝗈𝗈𝗇 ───── i.
La noche se desplegaba con una majestuosidad oscura, densa, impregnada del silencio que solo el Valle Bordeous, podía ofrecer. El tiempo corría, dispuesto a atacar con mesura, con veracidad.
La brisa era helada, por supuesto, pero eso era algo, un detalle, que a Katsuki Bakugou no le afectaba. Su cuerpo estaba en sintonía con la naturaleza desde su nacimiento, con los ritmos de la luna que colgaba sobre él con esa promesa de poder latente.
La noche del eclipse de sangre asustaba a todos, menos a ese chico de cabellos rubios y orejas peludas, quien removía su cola bajo la espalda baja con furia.
—Maldito pelos de mierda —maldijo por lo bajo.
El chico insultaba a un amigo suyo, un chico mitad zorro, que lo había abandonado esa noche. Se suponía que ambos retomarían una caza nocturna y rutinaria para sus pueblos, pero nunca llegó a dar la cara. Por lo que Bakugou se movía entre los árboles como una sombra acechante, en solitario y esperando por una buena comida, mientras pensaba en una de las mil formas para hacer sufrir a su amigo.
Observó aquella luna roja, que pronto se convergiría en aquel eclipse al que todos huían por no querer ser entrelazados a la fuerza; sin embargo, al chico siempre le había parecido hermosa. Peligrosa, pero con una belleza amenazante. Era la noche del eclipse de sangre; una noche que sucedía cada mil años y ahora, había querido suceder en su tiempo de vida.
Desde que era un pequeño cachorro, sus padres hablaban y farfullaban cuentos sobre esta noche; de que todas las almas escogidas por dicho suceso estaban predestinadas y que ninguna otra fuerza mayor sería capaz de separarlas. Solo la muerte misma, pero Katsuki no creía en cuentos de hadas. Desde que pudo cazar por su propio pie, solo había hecho frente a una sola realidad: enfrentarse a sus rivales, los vampiros.
Los hombres-lobo como él, habían dedicado gran parte de su vida a ayudar a prosperar a su aldea, aquella que reunía a todas las criaturas inimaginables en un mismo lugar; menos, a esos chupasangres fríos y sin corazón que vivían al otro lado del Valle.
Desde generaciones pasadas, siempre habían estado separados. Distanciados ante la brecha de poder, enemistados por destruirse mutuamente y malditos por la misma luna.
Nacidos para odiarse, para pelear por su distinta sangre maldita.
Katsuki acarició sus afilados caninos, mientras bajaba la vista para centrarse en aquel bosque, uno de los muchos que rodeaban el Valle y que formaban parte de su territorio. Resultaba en pocas palabras decir que ambos clanes, el de los hombres-lobo y vampiros, se separaba por una enorme y vasta barrera. Ninguno estaba permitido atravesar los límites del otro, pero causalmente, habían más enfrentamientos de lo que se podría esperar.
Y aunque no sucedía con tanta continuidad, ciertamente el tratado se rompía.
Katsuki y su gente estaba bien con ello, porque resultaba excitante luchar a muerte; aunque claro, el chico no había tenido oportunidad alguna todavía de ver a un vampiro con sus propios ojos. Rojos, igual de centelleantes que la luna de sangre.
Se arremangó las mangas de su abrigo de tonos verdes, escuchando con atención su alrededor. El ulular del viento, las ramas chocantes, los animales salvajes, crujidos y mordiscos. Rasgó sus uñas afiladas, duras, mientras se agazapaba sobre la brizna húmeda y fría.
Debía cazar algo bueno, debía ignorar el hecho de que la luna de sangre parecía brillar con mucha más intensidad que antes, y regresar para abastecer a su gente. Sus padres eran los jefes de su aldea, y por tanto, en un futuro muy cercano, dependerían principalmente de él.
Agradecía enormemente que sus padres lo dejasen ir por libre.
Las ramas retorcidas bajo sus pies le dieron la bienvenida mientras caminaba por aquellos pastizales que tan bien se sabía de memoria. Sin embargo, justo cuándo escucho la respiración grave de un ciervo y sus suaves pisadas, cerca hasta para ver desde la gran distancia sus enormes y delicados ojos negros, inocentes, otra cosa llamó su atención.
Un olor. Un hedor.
Un Vampiro.
Ciertamente nunca se había cruzado con alguno, pero para él era inconfundible la forma en la que se le erizó de golpe su pelaje. La forma en la que sus caninos crecieron por segundos y la forma en la que se crisparon de sus dedos. Se detuvo en lo alto, descubriendo su posición y observando cómo el ciervo, a pies de proximidad, levantó la cabeza para mirarle.
La boca del animal estaba cubierta de sangre y cuándo sacó sus alas para alejarse de su lado, Katsuki supo que había algo raro ahí. Cerca de ese animal que se alejaba ahora, batiendo sus enormes alas blancas. Ni siquiera se preocupó por esconderse.
Ni siquiera por perder a una buena presa como esa.
Las garras de Bakugou se tensaron, sus colmillos, ahora demasiado visibles bajo sus labios, se afilaron hasta el punto de cortar sus labios inferiores. Los vampiros según sus padres, eran intrusos de su mundo. Carroñeros que se creían con todo el derecho de arrasar lo que no les pertenecía. Cazar uno de ellos, según sus palabras, era un placer.
Bakugou pensaba enorgullecer a sus padres, así que se adelantó, siguiendo ese olor ocre que aparecía más adelante, preparador para cualquier cosa. Su respiración se contenía, y cada músculo de su cuerpo estaba preparado para un ataque inminente.
No desconocía que sus enemigos poseían una fuera inmensurable, pero Katsuki pensó que podría con él, por la gran cantidad de sangre que respiraban sus fosas nasales. Estaba claro que estaba herido. Estaba claro que ganaría la pelea.
Los árboles y la poca maleza se apartaron revelando un claro, bañado por la luz plateada y sangrienta del eclipse que había llegado a su punto más alto, sin que él se diera cuenta.
Katsuki sintió que algo se apoderaba en su interior, cuando lo vio.
Ahí, en el centro de la maleza.
—¿Qué demonios...?
El vampiro estaba tirado en el suelo, con un traje oscuro y bastante elegante; tenía aún así, su traje rasgado y una grave herida bajo las costillas. Manchas de sangre aparecían por su estómago abierto y aunque la piel pálida seguramente era normal en su especie, sin duda no lo era su aspecto febril y enfermo.
Sus ojos rojos, temblando, se fijaron luego en su cabello.
Bakugou se detuvo un instante, mientras sus ojos rasgados capturaban ese color inusual del intruso: una mezcla de blanco y rojo, un contraste violento y perturbador en la penumbra. El chico se dio cuenta de que respiraba con dificultad, por lo que ensanchó sus garras dispuesto a aprovechar esa reciente debilidad para llevarse su trofeo.
Los lobos no dudan, y él menos que nadie.
Sin embargo, algo lo detuvo: la luz del eclipse.
Este los iluminó a ambos, cubriéndolos con un manto rojizo, intenso, que repartió sobre ellos una energía antigua, densa, y que descendió sobre ellos con una fuerza inmensa y que obligó a Katsuki a apoyar una rodilla sobre el suelo. Un escalofrío lo recorrió entero.
Algo estaba mal. Muy mal. No podía moverse, sus piernas estaban congeladas.
Observó el cielo y se dio cuenta de que el eclipse sonreía encima de su cabeza, chorreante, como una maldición. Estaba clavado en el suelo, frío, por primera vez dándose cuenta de lo que esto significaba. Había caído en aquel lado, en ese resplandor gélido e intangible que lo ataba frente al vampiro herido.
Quiso marcharse, pero cuándo el vampiro levantó bruscamente la cabeza, sus ojos bicolores —tan extraños como su cabello— se encontraron con los suyos. Y entonces, para su asombro, no había desafío en su mirada, ni siquiera algún rasgo de altivez. Sólo... súplica.
—Sálvame, lobo... por favor —su voz era un murmullo. Tan suave como el viento que acariciaba las hojas de su espalda, pero aún así, lo escuchó.
Bakugou tensó la mandíbula mientras su mente se retorcía ante la absurda petición del vampiro. ¿Realmente le rogaba ayuda? El odio instintivo que sentía por esa criatura se avivó con furia, sin embargo. Eran enemigos naturales, no podía rebajarse hasta ese punto.
No obstante, la luna seguía ahí, envolviéndolos y asfixiándolos.
No se sorprendió cuando una cadena nació de su cuello para que su otro extremo apareciera atado en la delgada muñeca del vampiro, que a duras penas trataba de impedir su desangramiento.
—¿Ah? ¡No me des órdenes, chupasangre!
Y al ver esa sonrisa torcida del vampiro, Bakugou supo que estaba en problemas.
🩸🕷. ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo.
bueeeno, finalmente vine con el primer capítulo. bastante corto, pero me deja muy emocionada. déjenme saber que opinan.
los ama, su wondergirl.
🩸🕷
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