4. Astolfo y su ego demasiado grande.
A Noé le empezó a doler la cabeza cuando salió finalmente de clase, despidiéndose alegremente de su compañera de clase.
La mayor parte del resto de sus compañeros ya habían abandonado la clase, y se encaminaban alegremente a perder tiempo por ahí; por lo que Noé revisó su comprobante en uno de los bolsillos de su chaleco morado, que gustosamente salía a juego con su sombrero de ala ancha de uniforme. Seguía allí, ahora completo y se alegraba de no haberlo perdido.
Sin embargo, nada más dar unos pasos a través de los angostos pasillos de la academia, lo detuvo unas voces a su espalda. Por supuesto que las reconoció de inmediato, después de todo, no hacía ni diez minutos que había escuchado sus estruendosas risas por la clase.
—¡Eh, chico nuevo! —Se dio la vuelta para recibir a ese chico de melena rosada y que llegaba hasta los hombros, acompañado de dos amigos.
Uno tenía un cabello oscuro con ligeros tintes rosados, ojos oscuros y pecas repartidas por todo el rostro. Era delgado y bastante alto. El otro tenía un cabello cobrizo y ojos de tonos ocre. También era delgado y algo musculoso, pero claro, Noé no tenía nada de qué preocuparse, después de todo, era un vampiro y nadie podía ser jamás capaz de superarle en cuanto a fuerza.
Pero siempre trataba de no recurrir a ella.
—¿Hay algún problema, Astolfo? —Trató de no perder la compostura, mientras sus manos se aferraban con fuerza a ambos lados de su torso.
El joven de ojos rosados lo miró de arriba a abajo, con formalidad despectiva, y se rió entre dientes ante, posiblemente, su aspecto desconcertado. Noé alzó una de sus cejas, afianzando más el agarre de sus manos.
—Mira, chico nuevo, solo quiero darte un consejo: no repitas lo mismo que has hecho en clase hoy, o la próxima vez no prometo que vayas con esa sonrisa encantadora a tu queridísima amiga Amelia. —Claramente era una amenaza, pero aprovechando que los pasillos no estaban del todo abandonados, se dedicó solo a asentir.
Luego les dio la espalda y cuando pensó en seguir ignorándolos, el chico de cabellos oscuro medio rosado lo agarró del hombro; lástima que igualarán en altura, porque de haber sido lo contrario, Noé se habría desecho de él con facilidad.
—Astolfo no ha terminado —le dijo y Noé trató por todos los medios de no apartarlo de alguna forma que lo mandara a lanzar por los aires.
Sujetó la mano de ese chico, con severo cuidado y la apartó de su hombro. Noé miró de refilón la sonrisa resplandeciente de Astolfo y hundió sus hombros, realmente cansado.
Él era un buen chico, había sigo enseñado desde más joven a tener condescendencia con los más débiles, pero... Odiaba a los abusones. Por palabras de su querido Louis, sabía a ciencia cierta lo molestos e irritantes que podían llegar a ser.
—¿Qué más quieres decirme? —preguntó, tomando en cuenta como el chico que le había agarrado el hombro, se acariciaba su mano con expresión perdida.
Sabía de buena mano que ese chico, habría sentido su frío corporal. No era culpa suya, así había nacido y aunque lo odiaba, no poder sentir esa calidez humana, a veces le resultaba fascinante.
Astolfo se acercó con paso rápido, contoneando las caderas y apuntó su dedo índice en su pecho. Contorneó este y luego bajó su barbilla para conectar sus ojos, con fuerza, ya que el moreno lo superaba en altura. Noé dejó que lo hiciera, pasivamente, porque no quería problemas de ningún tipo en su primer día.
—Ten cuidado, Noé Archiviste, soy quien manda en nuestra clase. No tendrás segundas oportunidades de aquí en adelante.
Y así, tras decirlo, chasqueó los dedos, delineó su sombrero alado bajo su mirada rosada y desapareció por los pasillos de la academia. Noé lo observó marchar, con expresión perdida; después de todo, no podía ocultar la sonrisa que amenazaba con salirle.
Era su primera experiencia con amenazas estudiantiles, y estaba emocionado por mencionárselo a su maestro esta noche, en una carta. Aunque aliviado, suspiró de que esa situación no pasara a mayores y finalmente, caminó a través de los pasillos en busca de la Consejería; la cual, se situaba fuera de la academia y en el campus.
Caminó tras muchedumbres de jóvenes magos y hechiceras que descansaban sobre la brizna húmeda y verdosa, ya era para hablar de sus clases, cotillear, adelantar tareas o perder el tiempo. Recibió varias miradas interesadas, que aun así, desaparecieron cuando entró en el edificio rústico.
Ahora el arcoíris de la mañana, que brillaba con dulzura, se había convertido en una pequeña tormenta con rayos y esta vez, Noé la acarició con los dedos. Se río gustosamente, cuando esta le regaló un pequeño rayó en su dedo índice.
—¿Qué tal ha ido vuestro primer día? —La voz de la conserje le llamó la atención.
Noé la miró, y descubrió que parecía tener mucho más trabajo que antes, ya que los papeles se acumulaban sobre la mesa con ajetreo. Las plumas que escribían solas, habían aumentado y chocaban unas contra otras; sin embargo, la mujer de cabellos plateados parecía la mar de tranquila. Le extendía una de sus manos, y esperaba su comprobante.
Noé hábilmente se lo entregó sacándolo de su chaquetilla y sonrío cuando ella comprobó que todo estaba en regla. Puso un sello sobre él, y luego desapareció en un pequeño chasquido.
—Bien, creo que ya has experimentado tus clases por tu propio camino, aún así, un maestro tuyo al que al parecer le has caído bastante bien, me ha pedido que te dé un horario exclusivo con las clases que tendrás a lo largo de la semana y durante el año. —Le tendió un papel en el que se indicaban las clases, las aulas y los nombres de las asignaturas que tenía—. Después de todo, no siempre compartirás las clases con mismos compañeros o, de vez en cuando, tenéis desdobles con algunos alumnos de segundo año.
Noé alzó la vista sorprendido, sin prestar atención a todas las clases desconocidas que aparecían en aquel papelito que guardó en su chaqueta.
—¿Con... con los de segundo habéis dicho?
Ese chico de cabello azulado, el descendiente de Noctillum Lunae vino a su mente y quiso no hacer mucho caso a la agitación de su pecho.
Ella asintió, complacida, mientras le indicaba la salida.
—Exactamente, ahora, ve a aprovechar el resto del día. Estoy segura de que disfrutarás mucho de esta escuela. —Y Noé, casi dando saltitos de la emoción, salió del edificio.
Entonces, recordó que ahora debía buscar su cuarto de habitación que, compartiría con dos alumnos más. No sería muy diferente de su hogar, ya que allí compartía habitación con Louis y Dominique; estaba emocionado por hacerse más amigos.
De inmediato sacó ese horario dado por la conserje y que según ella, venía decorado con cosas explicitas para él; lo acarició entre sus dedos enguantados y se dio cuenta de que al revés, aparecía un mapa mágico que señalaba solamente su cuarto de habitación y el piso en el que se encontraba.
Sonrío aliviado, porque aparte de saber a consciencia quien había sido aquella alma caritativa que lo había ayudado, porque además esto aseguraba dejar de preguntar a cualquier que pasase cerca con rostro perdido. Sobre todo, porque ahora los olores de la gente parecían mucho más intensos que antes y necesitaba salir de aquel lugar para tomar sus pastillas y aprovechar de su privacidad.
Por lo que, sin esperar, y teniendo cuidado de algunos chicos que corrían cerca suyo, probablemente uno o dos años mayores, comenzó su camino hacia el interior de la academia. Allí, caminó hacia la torre donde, según el pergamino, se encontraba su dormitorio.
A medida que avanzaba, notó que algunos chicos se apresuraban y salían de miles de puertas cerradas. Algunas eran torcidas, otras no tenían pomo y Noé esperó de corazón que la suya no tuviera nada que ver con magia. Subió por unos peldaños voladores, con grandes saltos y sin soltar el mapa mágico y, finalmente, el pergamino brilló con intensidad.
Había llegado a su destino; por lo que sabía y tenía entendido, las habitaciones se separaban por género pero no por años. Eso quería decir, que si bien dependiendo de su suerte, bien podía tocarle con alguien de su mismo curso o hasta incluso, de los últimos.
—Bien. Aquí estoy —guardó el mapa, doblándolo acomodadamente y trató de alisar su traje de la mejor forma.
Quería dar una buen impresión y alguna corazonada, le decía que sus compañeros, a diferencia de muchos otros alumnos, estarían descansando en su habitación hasta la hora de la comida; que, si no echaba mal cuentas, sería dentro de diez minutos.
Tenía que darse prisa, pero Noé no podía controlar sus nervios ante la idea de conocer a sus compañeros de habitación. Gilbert Sprongin y Ozalius Zhakaría, eran los nombres que aparecieron mágicamente en el dobladillo del pergamino momentos antes de que se lo guardase dentro de sus mudas. Otra ayudita más.
El chico esperaba que fueran amables.
Al llegar a la torre designada, ya que las habitaciones de todos los alumnos se dividían en distintas torres, se quedó observando los cuadros encantados en las paredes que lo miraban pasar, algunos murmurando entre ellos, como si discutieran sobre los nuevos estudiantes.
Luego prestó detalle a la puerta de su dormitorio, una pesada puerta de madera con detalles tallados que parecían cobrar vida al acercarse. Tomó una bocanada de aire antes de abrirla. Le temblaban las manos, y los olores del interior le indicaban claramente que sus compañeros de habitación estaban dentro.
Dio largos y pesados dentro, para encontrar que el interior del dormitorio era sencillo, pero acogedor. Tres camas estaban alineadas contra las paredes, cada una con un baúl a los pies y un pequeño escritorio al lado. Las ventanas eran altas y ofrecían una vista impresionante del campo de la Academia, donde se podía ver a algunos estudiantes volando en escobas mientras el sol comenzaba a ponerse, de media tarde. Estaban apartadas largas cortinas de tonalidades azules.
Como se esperaba, dos de las camas ya estaban ocupadas. Había un chico de complexión delgada y pelo rubio pálido, sentado en su cama y la más alejada de la puerta, leyendo un libro sin levantar la vista. El otro, por otro lado, igual de esbelto pero con el cabello oscuro y corto, estaba sentado en su escritorio, garabateando algo en un pergamino o cuaderno. Ninguno de los dos parecía particularmente interesado en la llegada de Noé.
Se puso todavía más nervioso y carraspeando en alto, se hizo notar. Se cruzó con dos ojos asustados y sorprendidos, al mismo tiempo. El de cabellos rubios tenía ojos verdes y el de cabello negro, anaranjados.
—Hola —dijo Noé, rompiendo el silencio incómodo que se había formado y fijándose en que sus cosas estaban en la cama de la derecha, cerca de los muros. Murr estaba dormitando encima—. Soy Noé Archiviste, alumno de primer curso y vuestro compañero de cuarto.
—Pensábamos que nunca llegarías —comentó el de cabellos oscuros, mientras volvía a darle la espalda para sumergirse en sus apuntes otra vez—. Soy Gilbert Sprongin y él es Ozalius Zhakaría, ambos somos de quinto curso.
En cambio, el de cabellos rubios, Ozalius ahora que podía confirmarlo, lo miró de reojo, pero tampoco se molestó en decir mucho más, limitándose a un leve asentimiento antes de seguir inmerso en su lectura. Ambos tenían expresiones bastante maduras y serenas.
—Bueno... espero no molestar —se limitó ante ese grave silencio.
Por lo menos no eran desagradables, pensó hundiendo sus hombros, aunque eso sólo lo aliviaba un poco.
Noé suspiró internamente. No parecía que sus compañeros de habitación fueran particularmente sociables, o al menos no en ese momento. Se acercó con rapidez hasta su cama, algo alegre de que estuviese en la otra esquina de las camas de sus compañeros y de que, cada una de las camas estuviese cubierta por cortinas ligeras y rosadas. La de Ozalius estaba echada a un lado, lo que había facilitado su vista. Pero aprovechando la oportunidad, para su privacidad Noé las removió para ocultarse de la vista de los otros dos.
Más tranquilo, refugiado en esas cortas cortinas, puso atención a su maletín para desempacar sus pocas pertenencias en silencio, sintiendo el peso de la varita de su maestro una vez más en su cinto, mientras abría un poco la cortina para colocar una foto familiar sobre su mesa de noche, que descansaba a una pequeña distancia del que sería su escritorio de trabajo.
Después de haber colocado su foto familiar y un pequeño conejo rosado, como decoración, se recostó sobre la cama para atrapar en sus brazos a Murr, quien no pareció alertarse y permaneció dormido. El chico tenía mucho en mente, sobre todo porque sabía que no podía ocultarse para siempre de sus compañeros de habitación y porqué, en nada tendría que tomar esas molestas pastillas para acomodarse a una vida estudiantil más o menos, normal.
No esperó entonces para sacar una botella de cristal de su maletín, dejando a Murr sobre las almohadas de su cama y aprovechando ese silencio ensordecedor, bebió la poca agua que le quedaba para tomarse dos pastillas que descansaban en un frasco oscuro y borgoña, que se encargó de esconder bajo su almohada. Antes de que hiciera efecto de inmediato, guardó el maletín bajo la cama y disfrutó de ese espacio tranquilo que se había creado.
La cama era muy grande y tenía unos postes de madera que se encargaban de hacer que las cortinas que lo cubrían hicieran más espacio y no se sintiera tan encerrado. Volvió a abrazar a Murr, intranquilo, cuando la vista comenzó a fallarle y su respiración se alborotó en cuestión de segundos. Los olores comenzaron a aumentar con rapidez y le pareció escuchar al lado de su cabeza, los latidos relajados de sus compañeros. Incluso de los alumnos que pasaban cerca de su torre.
Apretó su cabeza contra el pelaje blanco de su gato, con la esperanza de quedarse dormido y no tener que soportar los cambios abruptos de su cuerpo.
Odiaba esas cosas, porque hacían que no fuera él mismo de alguna manera, aunque lo controlasen y lo ayudasen a ser como los demás. No le importó la comida general, no le importó que sus compañeros abandonasen la habitación en silencio. La puerta se cerró a sus espaldas y relajando más los hombros, descansó todo lo que pudo.
Lastimosamente, no duró mucho.
Un poco más tarde, quizás dos o tres horas más tarde, escuchó las voces animadas de sus compañeros entrar nuevamente en la habitación.
—Creo que el examen de mañana nos saldrá bien, Gil. —Ese por supuesto era Ozalius.
Trató de entrever a través de las ligeras cortinas y vio que el chico de cabellos oscuros se reía por lo bajo, dándole un empujón al más alto; lo superaba por una cabeza. Parecían bastante cercanos y Noé se preguntó cómo sería tener una amigo de esa manera en la academia; tenía a Amelia, por supuesto, pero él.. Noé no sabía lo que quería en realidad.
Pensó por un momento que lo ignorarían nuevamente, pero Gilbert se detuvo al pasar por su lado de la cama y preguntó en voz baja: —¿Sigues durmiendo, Noé?
El chico parpadeó confuso, tratando de aclarar su vista.
Apartó las cortinas del interior de su cama, algo azorado y despejando uno de sus ojos, asintió con una ligera sonrisa. La expresión de Gilbert pareció suavizarse al mirarlo y Noé volvió a sentirse pequeño.
—¿Ha sido duro tu primer día, eh? —No era tanto una pregunta, pero aún así, el chico asintió.
Vio de refilón que Ozalius tomaba puesto en su cama, sacando unos cuadernos de su mesa de noche. No parecía tan amable como Gilbert, pero tampoco mostraba un rostro molesto o algo así, de tenerlo ahí.
—Di... Digamos que sí, pero espero acostumbrarme pronto.
Sintió un ronroneo bajo su espalda baja y descubrió que Murr lo acariciaba con suavidad. Gilbert pareció detallarlo y extendió una de sus manos, con delicadeza.
—¿Puedo? Los gatos son mis animales espirituales favoritos.
Noé asintió complacido, ya que aparentemente ahora tenía oportunidad de poder entablar una relación con ellos. Mantuvo una grata sonrisa mientras el chico se agachaba, respetando su espacio personal, para darle mimos en el cogote a Murr.
Sin embargo, sus palabras lo dejaron un poco descolocado y eso sumado al breve mareo que sentía, no eran una buena combinación.
—Noé, siento decir esto, pero no creo que nos llevemos bien.
—¿Qué?
⸒ /🕷 ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo.
omggg pero que emoción traerles actus tan seguidas, espero que lo disfruten. pronto noé tendrá interacción con vanitas.
nos veremos pronto, brujitos.
⚰️🔮
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