1. Altus City.
Tras tres semanas de viaje en carruaje, un joven de piel morena y de cabellos níveos finalmente había llegado a su destino. Descendió del carromato de tintes morados y anclajes dorados, para despedirse de sus buenos amigos, "Umbra", el de pelaje negro y "Aerstice", el de pelaje blanco.
—Espero no haber sido demasiada molestia —pronunció en bajo, cerca de sus morros para brindarles algunas caricias.
Ambos eran las criaturas mágicas de su maestro, el conde de Sade, quien le había prestado a sus preciosos pegasos para llevarlo hasta tan largo camino. El joven recogió su única maleta, su único equipaje personal, cuándo ambos emprendieron el vuelo para regresar a la ciudad vecina, Nymeraen, en donde se había criado desde que fue adoptado bajo el ala de su maestro.
En realidad se llamaba "Kaelvor" , y aunque todos conocían su nombre, sólo se referían a él como "El Amorfo"; en pocas palabras porque para el resto del mundo, lo consideraban un hombre poco ortodoxo. El chico estaba algo de acuerdo, porque ciertamente las maneras de actuar de su maestro eran un poco extrañas. Pero lo admiraba, de verdad.
Entonces, se acomodó su sombrero de punta aguda y de tonos azules oscuros. Sobre él colgaba una preciosa joya de un rubí morado, otro regalo de su benefactor. Significaba algo como así, protección y marca, en pocas palabras. Debía demostrar de dónde venía siempre.
Un pequeño viento fresco, gracias a las nubes revueltas del cielo, le revolvió el sombrero, pero lo agarró con rapidez para colocarlo encima nuevamente. Todo con movimientos ligeros y provistos de evitar cualquier tipo de error. Todo tenía que salir a pedir de boca hoy, así se lo había propuesto.
Su nombre era Noé Archiviste, y había sido criado para ser molde de la perfección.
Sin embargo, no era capaz de ocultar su sonrisa, la cual se extendía hasta sus orejas. Estaba realmente emocionado ante la imagen de estar finalmente en Altus City, la ciudad con el mayor nivel de magia; al menos, en comparación de las muchas otras consideradas y prestigiosas del planeta entero.
Para él, estar allí era como un sueño hecho realidad.
Altus City, llamada en la época de los Garloaks "Parlías", era una de las muchas escuelas dedicadas a la magia. Ése era el mundo en el que vivían actualmente: un mundo de hechizos, escobas voladoras y túnicas de infinitos colores. A Noé le encantaba.
Observó en pleno centro de la ciudad bastante aglomeración, a pesar de ser temprano.
Hombres y mujeres de todas las edades, vestidos con largas túnicas y sombreros puntiagudos caminaban de un lado a otro, atareados; muchos otros volaban por los cielos, chocaban entre ellos y tras varios conjuros superficiales, salían escopetados hacia sus quehaceres con urgencia y olvidando esos cruces importunos.
Noé nunca había visto de cerca enfrentamientos como tales; su maestro les tenía prohibido, a sus hermanos y a él, a utilizar la magia dentro de la mansión. De todas maneras, con un ánimo renovado, dio una leve caricia a su espíritu familiar y que también era regalo de Kaelvor.
Un pequeño gato de ojos heterocromáticos, uno morado y otro azul, tan parecidos a los de su maestro y poseedor de un hermoso pelaje blanco. Se llamaba Murr. Lo había recibido a la corta edad de doce años, con quien había hecho un pacto de fidelidad con sangre y ahora con sus dieciocho recién cumplidos, se sentía un mago en todo el sentido de la palabra. Aunque..., aunque en realidad no supiera hacer nada de magia.
—Perdone, ¿podría decirme la hora, señora? —preguntó con cuidado a una bruja adulta que farfullaba en voz baja algo relacionado con la hora punta.
Sus cabellos rojizos volaron rápidamente hacia atrás al detenerse para atenderlo, y aunque sus ojos verdes lo escuadriñaron de pies a cabeza, alzó la manga que le cubría la muñeca derecha para revelar un Tempo Incantus; en pocas palabras era un hechizo para ver las horas grabadas en la piel. La cual brillaba de un tono verdoso oscuros al cambiar por segundos.
Aunque Noé no supiera hacer nada de magia, era un experto en las teorías de los distintos conjuros y hechizos que existían. Estaba prohibido emplear la magia para menores de dieciocho años fuera de las escuelas, por eso su maestro lo había entrenado a ser el mejor en este aspecto, para que cuando llegase la hora de emplear la magia, le resultase mucho más fácil.
Sin embargo, sentía un agujero en el estómago. Por alguna razón, temía no poder ni cumplir las bases principales en el mundo de la magia por "eso". Pero no pensaba rendirse, no quería que la beca en la que había puesto tanto dinero su maestro para él, se perdiera sin siquiera intentarlo.
La señora llamaba nuevamente su atención. Removió sutilmente su muñeca para que viese la hora. Marcaba las 7.59 am, y su rostro se iluminó con una sonrisa al saber que aún tenía tiempo.
Estaban a lunes y era el comienzo de la semana, pero para muchos otros, era otro día del primer mes en la Academia Altair, la que era su objetivo llegar con tiempo. Las clases comenzaban a las 8.30 am, y Noé siempre había recibido clases parciales en la mansión; hasta hoy, claro. Hoy comenzaba su nuevo futuro.
Un futuro en el que haría enorgullecer a su maestro.
Resultó que su carta de aceptación llegó con retraso; los alumnos de primer año (a dónde iba él ) ya llevaban la mitad del primer mes cursado y aunque le aterraba la idea de entrar sin saber lo que otros ya habían aprendido, no quería desanimarse. Noé fue advertido por su maestro de que su carta de aceptación, la cual llevaba doblada en su chaleco de seda morado y resguardada en uno de los bolsillos, había llegado con retraso por su condición. Por supuesto, era noticia para pensárselo dos veces antes de permitirle la entrada.
Él sabía muy bien todo el daño que podía llegar a hacer.
Sin embargo, tras insistencia y recomendación de Kaelvor, lograron convencer a la escuela de que no haría ningún daño. Tenía medidas para controlarse, y no pensaba echar por tierra todo lo que habían hecho para cumplir su sueño. Todavía le sorprendía a estas alturas que su maestro aceptase por pura suerte su petición a estudiar fuera; no todos estaban obligados a recibir clases en las academias, ya que con una notificación a la Institución Mágica y una firma del tutor correspondiente, se podían seguir recibiendo las enseñanzas en los hogares.
Siempre y cuando, claro, se diera noticia de ello seguidamente a la Institución.
Pero para él, a partir de ahora, todo sería diferente.
Con los labios fruncidos y una ligera reverencia, se despidió de la señora y corroborando que Murr continuase en su hombro, corrió en la dirección en la que salían varios jóvenes de una edad cercana a la suya. Específicamente, los que iban por tierra, seguidos de los que volaban por sus cabezas. Esos se divertían entre ellos, gritaban, pero no les prestó mucha atención.
Aunque sabía que a partir del segundo año, se permitía volar por las calles de la ciudad. Pero en el primer año, sólo en el campus y en las cercanías de la escuela; vamos, lo que le tocaba a él.
Algunos de los que perseguía llevaban túnicas, largas y de un color negro, conjuntados opcionalmente con los lazos azules sujetos en sus cuellos, por los colores de la escuela; otros, en cambio, sólo disponían encima de los sombreros oficiales de la escuela. Exactamente de la misma tonalidad que el suyo, ya que su maestro se había encargado de pedirle uno con antelación.
Los uniformes como las túnicas no eran obligatorias; eran opcionales. Para aquellos que les resultase más cómodo, elegían llevar las túnicas que se brindaban desde generaciones atrás, otros no; pero eso sí, algo que no podía dejarse de llevar ni poner objeción en hacerlo, eran los sombreros puntiagudos.
Esos sí que eran obligatorios; podían ponerse encima los detalles que uno quisiera (como el que llevaba por regalo de su maestro), pero todos eran del mismo color y de la misma forma. Por relatos de su maestro, la escuela mezclaba los dos colores: azules y morados.
Además había que llevar puesto otro pequeño detalle: una placa de la criatura mágica de la escuela. Su insignia, su marca, que había que ponerse en el pecho y justo encima del corazón. Era la figura de la Medusa, la mujer verdosa con cuerpo de lagarto y serpientes por cabellos. La que, también, era una criatura femenina monstruosa, capaz de transformar en piedra a cualquiera que observara directamente a los ojos. En medio de su cuerpo, venía grabado el nombre de la escuela: "Altair".
Esos dos objetos indicaban al mundo entero de dónde venías y, además, permitía al parecer que cualquier responsable de la escuela fuera más fácil reconocerte. Noé lo descubrió cuando al perseguir a la muchedumbre de jóvenes, los cuales llevaban encima —así como él— sus propios maletines y sus espíritus animales, como perros, lagartos o lechuzas, se detuvieron un poco más allá del centro de la plaza, delante de una figura de un hombre en escoba con unas cejas bastante pobladas. Era una estatua de bronce, que se paraba encima de montículo dorado.
Por fuera podría parecer por una estatua emblemática cualquiera, pero Noé de inmediato supo que esa era su entrada, en realidad. Sobre todo cuando un alumno cualquiera dijo en alto: «Las serpientes tienen poder en su veneno; Altair es el veneno de todas las escuelas». Y al momento, el hombre se movió.
Chasqueó los dedos y todas las insignias, incluida la suya, comenzaron a brillar de un tono verdoso. Noé observó la suya con atención, mientras se acomodaba detrás de toda esa muchedumbre y cuidando de no golpear a nadie con su maletín, para descubrir que la Medusa de su pecho tomaba vida por sorpresa. Alzaba sus manos y gruñía.
Eso pareció satisfacer a la estatua porque al momento transformó su traje común en una túnica dorada. Luego levantó uno de sus brazos, haciendo aparecer un sombrero puntiagudo y una varita, que utilizó para dar un golpe en el montículo. Al momento regaló una brillante sonrisa y una puerta se abrió ante ellos.
Ninguno pareció sorprendido de verla, Noé supuso porque ya era la mitad del primer mes y que ya estarían acostumbrados. Se decepcionó un poco de no haber podido experimentar esa magia con, posiblemente, sus compañeros, pero igualmente la emoción recorrió cada célula de su cuerpo mientras se despedía del hombre-estatua con un alegre movimiento de manos.
Amaba la magia, con todo su corazón.
Dentro del montículo, todos ellos acabaron en una especie de sala que se repartía en varios ascensores de vidrieras trasparentes. Noé apretujó el maletín contra su pecho, sin saber qué podría pasar ahora. Los grupos de jóvenes se fueron dividiendo como pudieron, sin tomar en cuenta las diferencias de edades y tamaños, y terminó arrastrado por uno de las muchas divisiones.
A pesar de lo que creía, no se vio atrapado entre los jóvenes; nada más entraron en su propio ascensor, este tomó un gran tamaño para los treinta y tantos que eran. Noé permaneció en una esquina, al lado de dos chicos que parecían mucho mayores que él; lo que significaba que muchos de estos elegían no ir volando en escobas como otros. Otra cosa que resultaba ser opcional, y Noé estaba seguro que de haber tenido que coger a esta estatua para viajar a la escuela todos los días, lo haría sin dudar. Resultaba excitante ver otros trucos de magia en vivo.
Aunque era obvio que el número era bastante reducido al posible número de estudiantes que habría en la escuela, porque según su maestro, uno podía escoger quedarse en la residencia de la misma escuela o en cambio, volver a casa y simplemente viajar todos los días. No solían recomendar esto para los que vivían lejos, como él, por lo que como habían estipulado en su matriculación, que Noé iba a ser un estudiante trasladado con condiciones especiales y que se quedaría en la residencia de la misma todo el curso.
—Odio que cambien la contraseña cada semana, siempre se me olvidan, Lume —comentó un chico, mayor que él, que tenía un cabello rojo y atado en una coleta.
Un curioso tatuaje de un dragón recorría su nuca y vestía la túnica opcional, con su sombrero, a diferencia de su amigo. Quien, en cambio, llevaba su sombrero en la mano y no vestía la túnica; simplemente un blazer verde con vaqueros azules, que conjuntaban muy bien con su cabello verdoso pastel. Lo llevaba trenzado, y con algunas joyas plateadas de por medio. Al mirar hacia su compañero con una ligera sonrisa, sobresalieron unos agudos colmillos por encima; pero que nunca, nunca, serían tan afilados como los suyos.
A Noé esa era la idea que más le deprimía; saber que siempre sería diferente a todos. Y por mucho que pudiera aprender a hacer magia, a conjurar hechizos, eso nunca cambiaría.
—Por eso nunca me aparto de tu lado, Anakin.
Y ese nombre en particular, ocasionó que sus labios se movieron desprovistamente.
—¿Te llamas Anakin? —Y se arrepintió al momento de mencionarlo, cuándo ambos chicos lo miraron de golpe.
Ahora podía discernirlos de mejor forma; el de cabellos rojos era mucho más bajo que el otro. Además, tenía un piercing sobre la ceja. Fruncía el ceño, confundido. El cambio, el que por la conversación había averiguado que se llamaba Lume, de cabellos verdes, tenía dos pendientes largos y redondos en las orejas, como en forma de luna llena, además de un atractivo lunar en la barbilla.
Se sintió pequeño de pronto, a pesar de que superaba al menos la altura del de cabello rojo. Pero suavizó su expresión de inmediato, cuándo este que además tenía fuertes ojos rojos, sonrío con burla.
—Oh, sí, vale. Mi madre tiene una obsesión con las películas antiguas. Son esas que se volvieron famosas antes de la invasión de los Garloaks, la muerte de gran parte de los Ignaros y cuando Altus era... me parece que se llamaba París, antes de pasar a ser Parlías y todo eso —explicó con un tono amable y su amigo también sonrío.
—Creo que se llamaban... Star Wars. Nunca las he visto —añadió el de cabellos verdes.
Noé repasó en su mente varias veces la palabra "Ignaros" que no era más que una herencia de la palabra ignorante, y que en su actualidad utilizaban para llamar a los humanos sin poderes. Ahora mismo no quedaban muchos, sólo unos pocos que tomaban trabajos de oficina o de limpieza, otros de ayudantes personales, pero... ya no eran tantos como antes de "La llegada de los Garloaks".
Pero Noé, convencido de que podía hablar con toda libertad, soltó:
—Yo las he visto y son muy buenas. —Anakin se carcajeó en alto, mencionando que haría buenas migas con su madre.
—Es que es una vieja loca —terminó el de cabellos rojos.
Pero el de cabellos verdes lo golpeó y añadió, como para cambiar de tema: —Por cierto, me llamo Lume, y como ya sabes este es Anakin. Somos de cuarto año, pero me parece que no te he visto antes, ¿cómo te llamas?
Y justo cuándo Noé con mucha más soltura iba a explicar su historia, una chica que estaba con sus amigas cerca de ellos, soltó unas palabras arcanas y de inmediato de su varita, que era ondulada, salió un chorro de chocolate. Le explotó en la cara y de inmediato le cayó encima un poco a Anakin. La conversación se terminó de golpe, porque el de cabellos rojos, gritó:
—¡Cuidado, Selena! ¡Siempre haces estas tonterías cuando no vienen a cuento! —Pero la chica de cabellos morados, Selena, de inmediato soltó otro conjuro y lo hizo desaparecer todo.
La calma no duró mucho, porque de inmediato el ascensor cerró su doble puerta y con una velocidad vertiginosa, subió de golpe hacia arriba. Noé tuvo que echarse contra un muro, por la falta de presión y aunque todos parecían apunto de marearse, solo unos pocos se cayeron al suelo; entre ellos estaba la chica de antes.
Anakin se rió de ella, pero Noé era muy capaz de ver cómo se agarraba del brazo de Lume.
De todas formas la subida no tardó mucho; pronto eso se detuvo de golpe y aunque muchos se resistieron, soltaron unos pocos gritos. Noé solo mordió sus labios. Entonces, las puertas transparentes se abrieron mostrando un viento helado entrar por todas partes; solo había una dirección.
La muchedumbre de jóvenes salieron uno a uno, caminando por lo que parecía sobre un camino de cristal, trasparente; todos expertos y acostumbrados.
Anakin sacudió su coleta y tirando del brazo de Lume, salieron los últimos. Eso sí, antes de poder si quiera desaparecer, el de cabellos verdes se devolvió para señalarlo; como si hubiera caído en gracia. Parecía mucho más animado que antes.
—¡Eres el alumno nuevo de primer año! ¡Por esa razón no me sonabas! —señaló, mientras Anakin parecía caer en cuenta también.
—¡Pues, vamos, vamos, sin miedo! ¡A estas cosas uno se acostumbra!
Y de inmediato, ambos chicos de cuarto año, agarraron sus brazos y lo sacaron afuera. Noé fue recibido por un aire frío y helado, para después sentir que temblaba débilmente al ver un agujero de cañón enorme y vacío, y que todos ellos tenían que caminar sobre una plataforma alargada y transparente, casi cristalina. Era bastante extensa y parecía adherirse bien hacia las botas de cuero altas que se le enganchaban a las piernas.
Pero de todas maneras y aunque nadie tenía problemas para adelantarse, Noé tuvo miedo. No sabía qué la cosa era así, pero igualmente y ante las miradas insistentes de Anakin y de Lume, se tragó su miedo y caminó hacia adelante.
—Tranquilo, es fácil, solo... No mires abajo, mejor arriba, así me distraje yo en mi primer año. —Le comentó Lemu, quien no dejaba de sonreír.
Anakin añadió que algunos vomitaban, y que esperaba que él no fuese de esos. Noé negó varias veces con la cabeza, entre que acariciaba el cogote de la cabeza de su gato.
Y entonces miró hacia arriba: jóvenes volando en escobas.
Esos son lo que tomaban el otro camino y veía cómo muchos se reían, quizás de que ellos prefirieran caminar, pero los ignoró cuando ellos desaparecieron mágicamente al final del camino, aparentemente traspasando una barrera mágica. Por lo que Noé sabía, mientras caminaban, que la escuela de Altair se situaba en lo alto de las montañas de Veldoras, pero al mirar hacia allí, no había nada. Solo un frío asolador y unas montañas blancas, nevadas.
Gracias a que los sombreros de la escuela no permitían que sufrieran por los cambios climáticos. Acarició su sombrero con cariño, porque cuando se lo dio su maestro, fue uno de los días más felices de su vida.
El caso, gracias a esos jóvenes voladores, ahora sabía que las montañas no eran más que una pantomima. Además, cerca de ellos pasan volando varios murciélagos, pero tenían alas blancas y parecían acomodados al ambiente de aquí arriba. Eso sí, a Noé se le removían los cabellos por el fresco, los pocos que se escapaban del sombrero. A Anakin y Lume les pasaba lo mismo.
—¿Uno de verdad se acostumbra a estas cosas? —preguntó casi a voces, temiendo que los otros dos no pudieran escucharle.
Pero Anakin, sacudiendo su coleta de caballo, respondió:
—¡Nunca, pero es divertido fingir que sí!
Eso le hizo reír.
De todas maneras no tardaron en llegar al final del camino para atravesar la barrera mágica. Noé sintió que su cuerpo se dividía en dos, pero nada pudo compararse a lo que vio al otro lado. Anakin y Lume observaron su rostro partido de la sorpresa, emocionado como estaba.
Pero Noé no cabía en su sorpresa.
Ante su vista, apareció un campus verde, rodeado de bosques encantados y de algunos riachuelos. Le pareció ver nadando a algunas sirenas, mujeres con colas de pez, pero no podía creer a su imaginación explotada de alegría. El clima había cambiado; los cielos estaban descubiertos y las nubes blancas no parecían capaces de opacar la luz irradiante del sol. El cual, realmente no era sólo uno; eran dos. Uno brillaba con luz dorada y el otro en cambio, con tonalidades rosadas.
Era precioso, mágico y quitaba el aliento.
El frío había desaparecido por completo y Noé sonrío al ver cerca de esos bosques, realmente, algunos unicornios. De esos que solo había podido ver en los libros textos de historia de su maestro; algunos tenían dibujos, recordó con una renovada sonrisa, y eso les encantaban. Pero ahora los veía realmente; algunos tenían crines doradas, otros rosadas, otros azuladas pero todos sus pelajes eran blancos, brillantes.
Noé quería acariciar uno de ellos, pero se comprometió a dejarlo para después.
Sin embargo, Anakin y Lemu lo guiaron con los demás, hacia la Academia Altair; esa en la que uno se graduaba a los veinticinco años, es decir, había que cursar ocho años escolares al completo. Eso le hizo suponer que sus dos nuevos conocidos, en realidad tenían la edad de 21 años, pero parecían mucho más jóvenes.
Y le caían muy bien, esperaba cruzárselos a menudo.
—¡Bienvenido a la Academia Altair! —gritó Lemu, señalando hacia adelante.
Entonces la vio.
Los portones de la Academia de Altair se alzaban imponentes ante Noé, enormes arcos de piedra tallada con runas brillantes que parecían susurrar un lenguaje antiguo. Tenían forma circular y el chico se prometió a no olvidarla. El viento, cargado con la energía mágica que parecía recorrer todas partes, agitaba suavemente su sombrero, amenazando con tirárselo.
El eco de las voces a lo lejos, de risas y encantamientos lanzados, llenaba el aire de una vibrante sensación de vida. Había llegado, finalmente. Las tres semanas de viaje habían valido la pena.
A pesar de su naturaleza inusual y que lo hacía ser diferente, Noé intentó que la emoción que sentía no se apoderara de él. Lo que menos quería era perder el control. La magia le fascinaba; era algo que siempre había querido aprender, y estar en esta academia significaba que finalmente tendría la oportunidad. Sin embargo, su condición especial debía permanecer en secreto. Solo el director y algunos profesores lo sabían, y habían jurado proteger su verdad.
O al menos, eso fue lo que le dijo su maestro; quien además le advirtió con que tuviera sumo cuidado. Porque al ser único, eso atraía atenciones nunca recomendadas. Noé sabía que los profesores lo cuidarían desde lejos y, por mucho que no pudieran estar de acuerdo, tenían que hacerlo. Así que estaba tranquilo, en realidad.
—¡Jolines, que tarde es! —saltó de repente Anakin—. ¡Vamos a llegar tarde a clase! ¡Vamos, Lemu! —Y salió corriendo hacia el interior del campus.
Lemu no tardó en seguirle, antes de dirigirse hacia él: —¡La conserjería está más adelante, no tiene perdida! ¡Antes de que entres a la Academia, niño nuevo!
Y después desapareció, persiguiendo al otro. Noé suspiró, realmente agradecido y sin perder más tiempo, a sabiendas de que además ya habían comenzado las clases, se dirigió a una caseta que daba toda la pinta. Sobre todo porque el edificio enorme, brillante y de altas torres, estaba situado más adelante y sabía que tenía que ser esa. Agradecía las palabras de Lemu, lo hacían sentirse mucho menos nervioso.
Así que Noé se dirigió a la conserjería, a la que probablemente era y en donde, según las instrucciones que le habían dado, podría orientarse para encontrar su primera clase. Al llegar, un arco iris de luces mágicas flotaba perezosamente en el aire, como si estuvieran allí solo para embellecer el lugar. Noé quiso tocarlas pero lo detuvieron a medio camino.
—¿Puedo ayudaros? —La voz de la conserje resonó desde un mostrador cubierto de pergaminos y plumas que escribían solas.
Noé se adelantó con maletín y gato en el hombro.
—Sí, por favor. Soy, eh... Soy el nuevo alumno, el trasladado, y no estoy seguro de dónde se encuentra mi primera clase. Aquí está mi horario —dijo, mientras extendía el pergamino que había recibido al inscribirse.
Lo había sacado con rapidez del interior de un bolsillo exterior de su maletín.
La conserje, una mujer de cabello plateado que flotaba suavemente alrededor de su rostro como si estuviera sumergida en el agua, le sonrió amablemente y señaló en su mapa con una varita que emitía destellos dorados.
—Sala 3C, encantamientos elementales. Subes por la escalinata principal y cruzas el puente flotante. Cuidado con los estudiantes de cuarto año, siempre están probando hechizos en el aire y no siempre tienen buena puntería. Y si vuelas, mantente cerca del suelo.
Noé asintió, agradecido, aunque no tenía intenciones de volar, al menos no todavía. No sabía cómo hacerlo y, además, su constitución especial lo hacía sentir fuera de lugar entre los estudiantes que practicaban magia con tanta naturalidad; y seguro que los seguía haciendo, con los compañeros de primer año, que irían más adelantados que él.
Luego pensó en Anakin y en Lume, y sonrío emocionado al recordar que ellos eran de cuarto año. La señora le dijo que debía pasar su justificante por cada clase y que los profesores se encargarían de mostrarle su siguiente clase.
Noé dio las gracias y al salir de la conserjería, su atención se desvió al paisaje sobrecogedor del campus. El cielo sobre la academia era un lienzo lleno de vida mágica: brujos y brujas volaban sobre escobas, cruzando los aires a gran velocidad, algunos dejando estelas brillantes a su paso, mientras otros reían y conversaban en pleno vuelo. Algunos tenían prisas, a otros parecía no interesarles la hora. Noé era de los primeros.
Justo entonces, sin embargo, algo capturó por completo su atención.
Un chico volando en una escoba pasó a toda velocidad cerca de él. El aire pareció detenerse por un momento. Tenía el cabello azul oscuro, largo, que ondeaba tras él como una cascada en el viento, y llevaba puesto el sombrero obligatorio, de color morado; pero y aunque Noé sabía que era el oficial, le parecía verlo incluso más alargado que otros. Su risa resonaba como un eco entre las torres de la academia, y la facilidad con la que controlaba la escoba dejaban claro que era alguien que sabía lo que hacía.
Lo seguían dos chicos que también volaban tras él, riendo mientras lo perseguían. No parecían tener mucha prisa, pero iban directo al interior de la academia. Uno de ellos tenía el cabello naranja, corto y alborotado, y el otro, con una expresión más seria pero con la misma chispa de diversión en sus movimientos, llevaba el cabello gris, largo y liso. Entre bromas y hechizos ligeros que lanzaban para intentar alcanzar al de cabello azul, el grupo volaba como si el cielo fuera su patio de recreo.
Noé quedó embelesado. No conocía a ese chico, ni a sus amigos, pero algo en la manera en que reía, despreocupado y hermoso, lo hizo sentir una punzada de admiración, quería ser cómo ellos. El chico del cabello azul desapareció dentro de la academia, ya que las grandes puertas estaban abiertas, dejando tras de sí un rastro de energía mágica que chisporroteaba en el aire. Era azul y brillante.
Sacudiéndose el hechizo en el que pareció haber caído, Noé se recordó que debía llegar a su primera clase. Mientras caminaba por los pasillos llenos de magia flotante —plumas escribiendo solas, velas que flotaban en el aire, armaduras que se movían por sí solas—, sentía que algo en su pecho latía con más fuerza. Estaba en el corazón de la magia.
Unos chicos corrieron por su lado; uno lanzó un conjuro que hizo caer a su amigo y Noé casi se ve interceptado por ellos. Pero pudo pasar con éxito.
Finalmente, llegó a su aula. Unas puertas de madera se abrieron solas ante él, revelando una gran sala circular con varios pupitres repartidos por toda la sala. Los ventanales que rodeaban la sala mostraban vistas impresionantes de los cielos mágicos de Altair, y en el centro del salón, un círculo de runas brillaba en el suelo, irradiando poder.
—Bienvenido a Encantamientos Elementales —dijo una voz profunda. El profesor, un hombre con túnicas que parecían cambiar de color a cada parpadeo, estaba de pie frente a la clase.
Su mirada parecía atravesar a cada uno de los estudiantes, evaluando sus capacidades, y cuando sus ojos se posaron en Noé, por un breve momento, una chispa de reconocimiento cruzó su rostro. Él sabía quién era.
—Llegas tarde, estudiante de traslado. Pasa al frente y preséntate a los demás.
Noé tragó saliva, pero haciendo caso, saltó al centro de la sala.
De inmediato, el profesor movió su varita e hizo desaparecer tanto su maletín como a su espíritu animal; no preguntó por ello, ya que probablemente se había encargado de llevarlos hacia su dormitorio compartido.
Sacudió su cabello ligeramente, aterrado ante tanto silencio, pero al encontrarse con variadas miradas jóvenes atentos a su actuar, le echó valor.
—Mi nombre es Noé Archiviste y estoy deseando aprender en esta academia.
Este era su momento, el primer paso para aprender lo que siempre había deseado: la magia. La energía en la sala lo envolvía, y mientras caminaba hacia cualquier pupitre vacío, él decidió que no importaba lo difícil que fuera o cuán diferente se sintiera. Estaba listo para aprender magia, y nada, ni siquiera su condición de vampiro, se interpondría en su camino.
⸒ /🕷 ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo.
amo mucho esta historia y realmente me siento muy cómoda; me siento muy extraña pero feliz al crear mi propio mundo de magia. espero que les guste, porque pronto vendremos con más.
nos veremos pronto, brujitos.
⚰️🔮
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