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4. La encantadora Rochelle y la llamada.



Sukuna realmente no sabía lo que estaba haciendo.

Su cabeza se giró levemente a la chica de cortos cabellos y mechones rosados que descubría cada rincón de su hogar cómo alguna clase de tesoro perdido y desconocido. Cerró la puerta con un suave golpe, asegurándose de echar la llave y olvidándose por completo de Yuji.

De su estúpido amigo que parecía estar envuelto en su misma vida, y de lo sospechoso que parecía resultar todo alrededor de su hermano gemelo.

—Menuda choza tienes, Sukuna. Vives mejor de lo que pensaba, como siempre dices que quieres pasar desapercibido para todo el mundo... este estilo tuyo de vida me sorprende —dice ella, que sigue paseándose por los alrededores.

Sukuna observó a la chica mientras se cruzaba de brazos, aún notando su cabello húmedo y la toalla de los hombros ligeramente más pesada que antes. Rochelle llevaba ahora una camisa roja, de tirantes y con breves rotos; por suerte, debajo de esta llevaba un top rojo que aunque no dejaba nada a la imaginación, cubría bastante. Una chaqueta roja de cuero y larga hasta su cintura, descansaba sobre su brazo derecho mientras inspeccionaba el salón.

Hoy había elegido colocarse encima unos baggys azules oscuros, largos y anchos hasta los tobillos para terminar con unas calcetas blancas y zapatos de charol. Su cabello seguía siendo tan alborotado como siempre, pero esta vez había escogido por llevar puesto un ganchito plateado, que salían a la perfección con sus aros del mismo tono.

Ella era perfecta; siempre iba arreglada hasta para la más tonta de sus entregas y trabajos; Sukuna quiso pensar que para la visita a su vivienda, había elegido un atuendo bastante... descubierto. Después de todo, dejaba plena vista de su piel morena y de su hermoso tatuaje sobre el brazo derecho. Amaba ese maldito tatuaje.

Sin embargo, su voz sonó grave y desprovista de emoción al hablar.

—Roch, dime de verdad qué demonios haces aquí. —Lanzó la toalla de sus hombros con un movimiento rápido sobre la mesa de la cocina y caminando hacia ella—. ¿Sabes lo peligroso que resulta que vengas aquí? ¿Qué nos vean a ambos cerca de mi hermano?

Rochelle finalmente se dio la vuelta, dejando su chaqueta sobre una silla de alguna esquina y cruzándose de brazos con un ligero morrito de sus carnosos labios, pareció molesta de alguna manera. Sukuna se acarició el entremedio de sus cejas, tratando de no elevar todo hasta un punto en que alguna discusión absurda saltase sobre ambos y arruinaran su maravilloso día.

—Sé que tomas demasiadas precauciones para alejar a tu hermano de tu otra vida, ¿pero crees que no he tomado medidas después de lo que hablamos? —Ella corrió hasta el sofá de la sala, y tirándose sobre el, dejó al chico con la palabra en la boca.

Sukuna sentía que perdía la paciencia, pero tampoco podía saltar así sobre ella; después de todo, la conocía y su manera de comportarse en el trabajo no dejaba nada que desear. Hacía bien las cosas, cumplía a rajatabla sus órdenes y jamás le faltaba el respeto. Para Uraume y Rochelle, de alguna manera lo que decía él iba a misa.

Oh, y cómo amaba esa sensación.

Acabó por tirarse a su lado en el sofá, notando brevemente cómo ella pareció acercarse a su cuerpo caliente de la reciente ducha. Sukuna la miró de refilón, dándose cuenta de lo estrecho y pequeño que resultaba tenerla tan de cerca; es decir, siempre estaban juntos, pero... desde su viaje en coche y con esta visita inesperada, ahora mismo su imagen de ella parecía distorsionarse un poco.

Estando así de cerca, Sukuna se preguntó mentalmente si siempre había tenido esos ojos de un color tan ocre, que quedaban a la perfección con los piercings de su ceja derecha. Si siempre había sido tan...

Sukuna se detuvo de inmediato, apartando la mirada y con el mando del televisor, como en la madrugada, poniendo cualquier programa para hacer ruido en ese extraño silencio. Ella estaba cruzada de piernas, con su móvil descansando en uno de sus muslos mientras sus manos descansaban cruzados todavía. El chico descansó uno de sus brazos tras su espalda y encima de su pequeña cabeza, para respirar profundamente.

Olía a rosas, a algo dulce y empalagoso.

Era extraño, para él, tenerla así de cerca. Y mientras arrugaba los dedos de la mano que descansaba sobre su pierna cruzada de forma elevada, dándose cuenta de que llevaba sus pantuflas negras, volvió a suspirar.

—Lo siento, Roch... Ya sabes que... —Y ella asintió, sin necesidad de decir nada más.

Ligeramente destensó su posición incómoda y ahora, estrechando sus manos para jugar con sus dedos, lo miró de repente muy nerviosa. Nada común en ella, por supuesto. Siempre era bastante charlatana y casi nunca Uraume o él tenían que hablar más de lo necesario; por eso verla retraída y algo reservada, resultaba digno de ver.

Se encogió un poco sobre si mismo, quizás preocupado de incomodarla al estar tan cerca y no tardó en preguntar: —¿Pasa algo? ¿Qué ocurre?

Unos segundos más tarde, relajó más sus hombros hasta contarle finalmente su problema. Sukuna sabía de antemano que no debía tener una razón específica para ser sincero con él, ya que sólo eran compañeros de trabajos —amigos a secas—, pero se preguntó por primera vez en su vida si ella no tenía a nadie a quien contarle sus otros problemas de su vida.

Ahí fue cuando, parpadeando, se dio cuenta de que tampoco sabía nada realmente de su vida personal; es decir, ella tampoco estaría muy diferente de su situación si no lo hubiera recogido horas antes, pero... quiso saber más de su vida. Rochelle era impresionante, inteligente y siempre lo apoyaba cuándo algunos trabajos lo superaban; además, era preciosa, aunque eso último no venía realmente a cuento.

—¿Crees la posibilidad de que él pueda echarnos de esta vida?

Esa pregunta rodó directamente al punto, a su jefe. No obstante, Sukuna tampoco entendió ese cambio tan drástico; tampoco hablaban mucho de su jefe, de quien recibían órdenes, más que nada porque realmente no había motivo y esta duda en ella, hizo temblar su corazón.

Bajó su brazo para apoyar su mano sobre sus manos que se estrechaban con tanta fuerza, que Sukuna temió que se pusieran blancas o que realmente se hiciera daño. Sus uñas coloreadas de un borgoña oscuro lo agarraron con necesidad y el chico trató de no ponerse nervioso.

Estar cerca de ella tenía ese efecto, constantemente. No sabía porqué.

—¿De qué estás hablando? Llevas en este mundo casi tanto como yo, y eres una de las mejores... ¿Qué te hace pensar que te van a remplazar? —quiso saber, mientras comenzó a dar suaves caricias en sus nudillos.

A veces había días como estos; en los que después de un trabajo, mientras Uraume ultimaba detalles, sus manos se encontraban como una sinfonía compartida y sin mediar palabra, se consolaban mutuamente. Muchas veces decían susurros que se llevaban las voces de las noches, otras veces y gran parte de ellas, mantenían silencio. Un profundo silencio.

Pero hoy no era uno de esos días.

Sukuna se preocupó de inmediato por si había algo en la vida de Rochelle que indicase algo para que sus pensamientos se fueran por ese camino. Se imaginó perderla, tomando la única salida al trabajo que compartían y conteniendo un escalofrío de pies a cabeza, su corazón se arrugó ante la ensoñación. No creía poder soportarlo.

Ella era perfecta, era la mejor compañera que había tenido... No podía ser.

—No son imaginaciones mías, Sukuna. Sé que puedo parecer una loca, pero desde hace días..., Desde nuestros últimos trabajos he notado varias veces un Chevrolet Suburban negro seguirme por todas partes. —Sukuna saltó ante tan claro detalle y su mirada se oscureció brevemente—. He evitado de puro milagro que descubra en donde vivo, pero... Creo que he hecho algo mal, a lo mejor me he pasado con mis bromas o, a lo mejor ya me consideran inútil...

De inmediato, Sukuna agarró por los suaves hombros a Rochelle, calmándola al instante. Sus ojos se buscaron suavemente y trató de disiparle las dudas.

—Nunca van a pensar eso de ti, mucho menos que ya no eres relevante, ¿me oyes? —Ella asintió, respirando brevemente y recuperando esa luz que había parecido esfumarse por segundos—. ¿Tienes alguna prueba? ¿Has tomado alguna foto?

—No, pero... Uraume ya me está ayudando con el tema. Anoche, tras dejarte, le mandé mi ubicación y ahora mismo los está siguiendo. No tengo noticias de él, pero... —Ella siguió hablando de la confianza que parecía tenerle a su otro amigo, pero Sukuna volvió a parpadear perplejo.

Entonces, eso significaba que no era la primera persona a la que había recurrido, ¿no? Era... era un segundo plato que servía sólo de consuelo, ¿verdad? Aquel pensamiento lo enfureció de pronto; la idea de que Uraume hubiera tenido momentos privados con su compañera, lo enervó en un segundo y no pudo evitar preguntar.

—¿Uraume, dices? No sabía que te llevaras tan bien con él, a expensas del trabajo.

Algo en su tono de voz pareció alertar a la chica, porque ella rápidamente tomó distancias para sonreírle burlonamente. No lo tomaba en serio, como de costumbre.

—¿Qué? ¿Estás celoso? —Ella sabía chincharlo mejor que nadie—. Te recuerdo que hasta esta misma madrugada, apenas sabía nada de ti, Sukuna Itadori.

Y la forma en la que pronunció su nombre, mientras arrugaba graciosamente su nariz, lo puso más nervioso que antes. Sukuna bufó ligeramente, dejándolo pasar.

—Bueno, de todas maneras..., No creo que te vayan a echar del trabajo, no lo permitiría, ¿sabes? Eres la mejor y si... y si tú te vas, pues yo también —declaró gustoso, conmoviéndose por la forma en la que a ella se le iluminaron los ojos.

Rochelle se río en bajo, agitando su cabello y tomando más cercanía.

—Créeme, si hubiera podido hablar contigo de esta manera desde antes, jamás habría recurrido a Uraume. Aunque —ella seguía jugando con él— no voy a negarte que hemos quedado varias veces, fuera del horario de trabajo. Es mucho más accesible que tú, Itadori.

Y Sukuna quiso mandarlo todo al carajo al verse todavía envuelto en sus juegos, pero la escuchó reír, algo sonrosada y algo volvió a revolver su estómago. Si compartir estos momentos con ella, significaba que podía disfrutar a solas de su hermosa sonrisa, gustoso se dejaría pisotear.

Sin embargo, lo decepcionó bastante el hecho de que le hubiera confirmado que había quedado con Uraume más veces de las necesarias y en su forma civil. ¿Desde cuándo estarían viéndose? ¿Desde cuándo hacían ese tipo de cosas a sus espaldas? A Sukuna no le gustó la pequeña picazón que comenzó a nacerle tras la nuca.

Odiaba saber que su amigo peliblanco la veía más.

—¿Y... te ayuda en otras cosas? —Se arrepintió nada más formular la pregunta, pero ella lo tomó con calma y asintió, levemente.

—Hemos resultado tener bastantes gustos en común y créeme, ver películas con Uraume hasta la madrugada resulta más apetecible de lo que te imaginas. —Otra vez, ese desagradable sentimiento.

Mientras fingía desinterés, cogiendo su móvil y escribiéndole a su hermano que no tardase en volver, de refilón descubrió una sonrisa amplia y novedosa, una que nunca antes había visto, plasmada en el rostro de Rochelle. Eso lo puso inquieto y casi que bloqueando su pantalla por inercia, en parte, no quiso saber la respuesta.

—¿Es él? ¿Es Uraume? —Su voz se escapó más grave de lo que pretendía.

Ella asintió, escribiendo con rapidez alguna cursi respuesta de agradecimiento y viendo cómo se reía entre dientes, mordiendo sus labios y jugando con su piercing de allí, Sukuna mordió su lengua.

—¿Qué ha pasado? ¿Ha dado con ellos? —Se levantó bruscamente, buscando algo qué hacer—. ¿Tenemos que ir a ayudar?

Pero cuándo ella lo miraba con una sonrisa, y visualizó la forma en la que sus labios se removían para explicarle la situación, un timbre en su móvil lo asustó. Dio un leve respingo, que calló de inmediato a su compañera y observando la pantalla de su móvil, se puso pálido de repente.

Sukuna sintió ganas de vomitar mientras repasaba y releía una y otra vez el nombre de la pantalla. Esto nunca antes había sucedido y aunque quería creer que se trataba de alguna broma pesada, no podía ser. Su mano derecha tembló un poco, con infinidad de ideas asolándole la cabeza, y escuchando vagamente la voz de Rochelle que le preguntaba qué pasaba.

Sintió la garganta seca, mientras respondía.

—Es el jefe... —Su voz sonó rasposa y algo temblorosa. Rochelle se puso de pie, igual de pálida—. Satoru Gojo me está llamando.

Y al contestar la llamada al quinto timbre, supo qué no podía tratarse de nada bueno.

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𖥻⏱️. ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo.

un nuevo capítulo omggg pero como los amo, a ellos y a esta dulogía que tanto amo. ya comienzan los problemas y es que amo mucho el drama de mis bebés. estoy emocionada con todo lo pensado para esta historia, no tienen ni idea.

nos vemos pronto, entonces, mis caracolas.

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