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1. Es hora de currar.



Sukuna nunca se había considerado alguien que tenga buen temperamento.

Toda su vida había estado metido en problemas, ya sea con la justicia o con cualquier otra clase de persona; así era él desde que tenía uso de memoria. Poseedor de una incapacidad irracional de estar cerca de gente, o al menos, diferente a él.

Por supuesto, en este aspecto no entraba su hermano gemelo; a quien, obviamente, soportaba a pesar de sus claras diferencias. Ambos vivían juntos, a sus veintidós años y tras la muerte de su abuelo el año pasado, en una casa de este, en el centro Shibuya. Se las había dejado por herencia.

Antes, cuando eran más pequeños vivían con sus padres en otro barrio de Tokyo, Musashino; pero ellos también murieron con la edad de siete años y su abuelo se vio en la posición de trasladarse a su apartamento allí, por gusto de ellos. Aunque tampoco duró mucho, porque solía ponerse enfermo con frecuencia y para mayor comodidad, a los diecisiete les tocó mudarse a Shibuya, en donde actualmente residían. Por suerte, pudieron disfrutar de su último año de institución con sus viejos amigos, a quienes ahora no habían podido vuelto a ver y habían dejado que formasen parte del pasado.

El caso, después solamente tuvieron que hacer toda la documentación necesaria para comenzar a ir a una universidad cercana. Aunque claro, de nada sirvió hacer todo ese proceso porque ahora mismo solo la cursaba Yuji, su hermano. Él, en cambio, tuvo que hacerse cargo de la vivienda de ambos y realmente, no le importó dejar sus estudios. Nunca le había interesado demasiado estudiar, para él, estas cosas eran demasiado aburridas.

De eso ya hacía un año y ahora, Sukuna hacía creer a su hermano gemelo que todas las noches se marchaba a trabajar a alguna tienda de conveniencia para sacarlos adelante.

Se odiaba por mentirle a la cara.

—No te preocupes, Kuna. Veremos la película en otro momento, ¿vale? —Observó a su hermano darle la espalda, para dirigirse hacia la encimera de la cocina—. Te guardaré tu parte para... bueno, para cuando vengas.

Y Sukuna mordió su labio, por verse obligado a abandonar a su gemelo por su trabajo, por la intromisión de su compañera, por la vida que había escogido tener desde los doce años en secreto. Por ser tan malnacido.

El chico tatuado apretó sus manos a los lados de su cadera, mientras acomodaba la chaqueta de cuero sobre su hombro derecho. Miró de soslayo a su hermano, que parecía temblar de apoco y, algo dubitativo, extendió una de sus manos con la esperanza de darle algo de contacto, de apoyo, pero... se detuvo a unos cuantos centímetros de alcanzarlo y se devolvió raudo hacia la puerta de la casa.

Sukuna no se atrevía a tocarlo, no con sus manos sucias y manchadas de sangre. No con sus manos corruptas de la vida de la calle. Odiaría intoxicar a ese sol ardiente y brillante de inocencia que conocía como su hermano.

—Volveré. Cierra con llave y no me esperes despierto, mocoso. —Y después, cerró la puerta de casa con un golpe sordo.

Se permitió respirar varios segundos, para coger fuerzas de flaquezas mientras se tocaba el puente de su nariz y se colocaba la chaqueta de cuero. Enfrente de él estaba una de sus compañeras de trabajo, que realmente estaba tan metida en lo que hacía como él.

Aunque claro, ella realmente era mucho más novata, más novicia; porque cómo había mencionado antes, él llevaba haciendo ese tipo de cosas desde los doce años a pesar de su traslado a otro estado a los diecisiete. Tampoco tardó mucho en acostumbrarse, ya que las cosas no eran del todo diferentes. Siempre era lo mismo.

El aire de la calle lo golpeó con fuerza y bajando las escalerillas del porche de su casa, se aseguró de tener el móvil y las llaves de repuesto en los bolsillos del pantalón. Después, enfrentó a la chica que ahora sabía en dónde vivía y lo que tanto había tratado de ocultar con la gente que trabajaba. La existencia de su hermano gemelo.

Sin embargo, se quedó embelesado varios segundos por la estrecha figura de su amiga.

Vestía una blusa corta y blanca, escotada sobre el pecho y que dejaba ver una plena vista del tatuaje que le recorría parte del brazo derecho y que se sabía de memoria. Además, conjuntaba con sus pantalones baggy, de color chocolate y con sus zapatillas blancas de punta amarilla.

Su rostro de tonos acaramelados, de tez morena suave brillaba bajo la escasa luz de la luna y prestó dulce detalle en los piercings que tan bien le quedaban; el de su ceja y nariz, ambos en el lado izquierdo. Ahora mismo mordía su arete plateado que también deslumbraba sobre su labio inferior. Pero sobre todo le encantaba su cabello oscuro, corto y con ese reflejo rosado justo en el centro. Iban a la par, de alguna manera.

Su amiga, Rochelle Hughes, qué era la primera vez que lo buscaba en su casa.

—¿Y bien? ¿Cómo me has encontrado? ¿Quién te ha dicho qué vivo aquí? —preguntó con rapidez, encargándose de mirar varias veces a todos lados, temiendo que alguien saliera de cualquier parte a cobrar cuentas con él.

Odiaría ser descubierto por los ojos ingenuos de su hermano.

Pero Rochelle permaneció impasible en la acera, con una expresión seria, tensa y cruzada de brazos. El bolsito rojo y pequeño bailoteó sobre su cadera por el rápido movimiento.

Estaba enfadada, lo sabía, por su mal trato con ella. Con un suspiro exagerado, mordió su labio por enésima vez en el día. Odiaba tratarla mal, porque en realidad sí que confiaba en ella... pero aún no se había atrevido a contarle cosas personales y ahora, justamente, no era el momento indicado.

Inclinó la cadera mientras rasguñaba una de sus alargadas uñas negras. Sus hombros se tensaron débilmente mientras era observado por esos irises dorados, que tanto lo atraían siempre aunque le costase admitirlo.

—¿Crees que esa es forma de tratarme? —Finalmente habló, al ser consciente su amiga de que por su boca no saldría una disculpa—. Simplemente he venido a recogerte porque Uraume no puede. Algo de un problema con el tanque de gasolina. Él fue quien me dio la dirección de tu casa, ¿vale?

Y ahí finalmente tiene su respuesta. Sukuna suspiró levemente, aliviado de qué hubiera sido cosa de su otro amigo de confianza, Uraume Kanto. Un chico escuálido, para nada musculoso, de cabellos blancos con reflejos rojos y, aparentemente, obsesionado con ayudarle en todo lo que hacía. Así había sido cuando entró al gremio de Shibuya a los diecisiete.

Sukuna piensa que lo impresionó al derrotar a un idiota que quiso imponer su mandato sobre él en su primer día. Literalmente, lo derribó partiéndole la mandíbula en unos segundos. Rochelle también era nueva cuando entró y los tres se hicieron un grupo, a pesar de que en aquel sitio, Uraume llevaba desde los nueve años trabajando; aparentemente, no tenía amigos y por suerte, pudo encontrarlos en ellos.

Sukuna estaba bien solo, pero nunca admitiría en voz alta, que en compañía de estos dos se sentía mucho más seguro. De alguna forma desde el primer momento fue capaz de confiar en ambos, y aunque le hubiera dicho desde años antes a Uraume de su lugar de vivienda y de la existencia de su hermano gemelo, eso no significaba que no tomara en importancia a Rochelle.

Simplemente, había estado esperando el momento justo para hablar de sí mismo.

Pero todavía no lo era y odiaba que ella hubiera visto una parte de sí mismo sin su consentimiento de por medio. Aunque, tampoco debería hacer de esto un problema ya que en algún momento tenía que pasar.

—Qué soplón —se limitó a decir mientras ambos abandonaban su barrio.

Caminaron en silencio durante un buen rato hasta alcanzar el coche de esta. Un hermoso Toyota negro y de cuatro puertas; tenía cinco asientos y pasaba bastante desapercibido. Era nuevo, la chica se lo había comprado con sus últimos ahorros de los últimos meses.

Uraume se tomó una foto, posando, encima del coche el primer día que se los enseñó.

A Sukuna simplemente no le apetecía comprarse uno por los motivos del cante que daría, sobre todo para su hermano. De inmediato le preguntaría de dónde habría sacado tanto para tener un buen coche; y ya era suficiente con las preguntas que le hacía sobre la casa.

Porque no era barata, pero con su sueldo, era moco de pavo. Tampoco quería ponerse encima más atención de Choso, ese molesto policía que parecía querer cuidarlos siempre. Odiaba sus múltiples mensajes sobre si tenían suficiente comida o no; la mayor parte del tiempo lo dejaba en leído. No valía la pena responderle.

Además, Uraume siempre venía a recogerlo en su propio Sedan blanco y de segunda mano, así que hasta ese día, nunca había tenido en mente qué haría si su amigo no pudiese recogerlo. No era muy fan de ir en buses, pero de vez en cuando lo había hecho para acompañar a su hermano a la universidad o cualquier tontería suya.

Y eso eran muy pocas veces, porque su trabajo impedía que estuviese mucho en casa y cuando estaba, también eran ocasionalmente los momentos que compartían como hermanos. Una relación complicada pero a la que Sukuna ponía todo su empeño para tratar de cambiar a mejor. Quería a Yuji, de verdad que sí.

A su estúpida sonrisa de niño pequeño, a sus tontos juegos y a su pura inocencia.

—Mira, Sukuna, sé que para ti tu vida privada es un tema que no se toca, pero puedes confiar en mí, ¿vale? No diré nada a nadie, lo sabes —aseguró la chica, abriendo las puertas del coche.

Lo distrajo de sus pensamientos y regresó a la realidad, mientras sujetaba su propia puerta de copiloto con las manos sudadas. No había estado en el interior de ese coche solo con ella, nunca. Siempre iban los tres juntos a todas partes, incluso fuera del horario de trabajo.

Asintió sin decir mucho, mientras volvía a suspirar. Después las palabras le salieron solas.

—Lo siento, Roch... es que, me preocupa que sepan de él, que intenten chantajearme haciéndole daño o algo peor. Es lo único que tengo y sé que no dirás nada porque... confío en ti, sí, pero eso no me ayuda a dejar de pensar en lo que pueden hacerle por mi culpa. Como en la pelea de esta mañana —comentó mientras ambos abordaban al interior del coche.

Rochelle tomó asiento en el lado del conductor y él, a su lado, mientras ambos trataban de acomodarse en aquel lugar cálido y, al mismo tiempo, frío. Era la primera vez que la chica trataba de indagar más en sí mismo, tan abiertamente, y a Sukuna no le molestaba.

—¿Te refieres a lo de Mahito? Me extrañó que saltaras de esa manera por esos estúpidos comentarios que hace siempre, deberías simplemente ignorarlo. Sabes que es un loco. —Se limitó a decir su amiga, dando varias miradas a su lado, mientras se colocaba su propio cinturón de seguridad.

Sukuna no se lo puso, solo estrechó sus manos con fuerza, observando con sumo cuidado la forma en la que ella posicionó sus pequeños dedos, para su sorpresa, sobre las vendas que le había puesto su hermano. Lo tocó cálidamente, como si no quisiese asustarlo, y el corazón del chico dio un vuelco.

Siempre era así cuando estaba a su lado. Siempre tenía cuidado.

Sin embargo, su mente vuela a esta mañana de repente, cuándo los tres simplemente se habían encargado de trasladar una camioneta oscura al centro de un parque para hacer el relevo, para después, solamente integrarse con el resto de la gente del lugar y olvidarse del tema. Por supuesto, Sukuna no esperó encontrarse con ese retardado y psicótico mental cerca de allí.

También trabajaba en su mismo distrito, pero...

—Ese estúpido juega a dos calles. —Y bien que lo sabía.

Lo había visto reunirse con los perros de otro distrito, en Shinjuku, y tan campantemente sus mismos compañeros se lo permitían simple y llanamente, por su letarga experiencia. Por lo que le habían contado, llevaba trabajando para su jefe desde los siete años y obviamente, tenía libertades. Pero Sukuna estaba seguro de qué el jefe no sabía lo que hacía a sus espaldas.

Estaba seguro de que no sabía qué trabajaba para sus enemigos.

Y claro, por supuesto que estaría dispuesto de contarlo todo, pero tampoco era ningún chivato y tras la amenaza de esta mañana, dudaba más todavía de hacerlo. Pero no tenía miedo, claro que no; sabía que era capaz de defenderse más que cualquier otro, pero no podía decir lo mismo de su gemelo.

Ambos habían asistido de más jóvenes a clases de boxeo y taekwondo, pero por supuesto, Sukuna fue el único que resistió para las siguientes clases. Yuji abandonó en los primeros días, y no le tomó mucha importancia, de verdad que no, pero ahora se planteaba sugerirle que tomara clases de defensa personal por si las moscas.

O mejor dicho, por sí esa molesta mosca azul se atrevía a revolotear a su alrededor.

—¿Te puedes creer cómo dijo como si nada que se encargaría de destruir todo lo que quería? La próxima vez que lo vea, lo mataré. No puedo dejar que lo sepa, que se acerque... —Y entonces su amiga le quitó las palabras de la boca.

—¿A Yuji, no? —Volvió a cerrar la boca, nervioso. Ella sonreía ahora—. No puedo creer que tengas un gemelo, de verdad. Os parecéis un poco, pero al mismo tiempo, no. Tú estás más bueno, eso sí —confesó su amiga, como si fuera cualquier cosa.

Y al momento su rostro lo sintió caliente. Ella se río a carcajadas, claramente burlándose de él, pero advirtió de soslayo un pequeño rubor en sus delgadas mejillas. Sus manos seguían tocándole, y Sukuna cogió toda su fuerza para separarlas con la excusa de ponerse el cinturón.

Ella siguió hablando.

—Es dulce, y parece fácil sacarle una sonrisa, ¿sabes? —Sukuna se permitió voltear los ojos.

—Así es él, no puedo negarlo. Parece un niño pequeño la mayor parte de las veces —admitió para abrir la ventana de su lado, recibiendo un poco de aire. Apoyó su codo sobre la cristalera bajada, y volvió a suspirar.

—A diferencia de ti, por supuesto. A veces me pregunto si eres humano, Sukuna. —Pareció que la miraba de forma extraña, porque ella volvió a reírse. Se seguía burlando de él.

Así que se limitó a bufar, pasando de ella. Y por supuesto, lo siguiente fue lo que colmó su vaso.

—¿Y cómo debería decirte ahora? ¿Ryomen Sukuna? ¿O ahora que sé que ese apellido es falso, debería llamarte Sukuna Itadori? —Ocultaba sus labios con el dorso de su mano, pero claramente se estaba partiendo la caja delante suyo—. No te queda para nada.

Nadie podía culparlo por saltar sobre ella para darle uno de sus ataques de cosquillas legendario. Permanecieron así varios minutos; él disfrutando de su risa suelta y ella pidiéndole que parase. Finalmente, por la tensión del cinturón, Sukuna se vio obligado a separarse y a regresar a su puesto. Su amiga ahora se limpiaba los restos de lágrimas de las esquinas de sus ojos, mientras trataba de recuperar el aliento.

Eso hizo sonreír al chico, porque había ganado esta partida.

—Vamos, tenemos que irnos ya —dijo, ocultando la sombra de su propia sonrisa.

Nunca admitiría en voz alta lo mucho que atesoraría la imagen de sus cabellos revueltos, el rubor de sus pómulos y la belleza que era al completo. Dios, como odiaba estar cerca de ella.

Lo hacía comportarse de una manera diferente.

—Sí, Sukuna. Es hora de currar —contestó ella, para arrancar el coche.

Después permanecieron ambos en un silencio cómodo, con una música ligera en la radio, mientras se dirigían al barrio vecino, Shinagawa, en donde Uraume los estaría esperando si llegaba a tiempo. Hoy se reunirían con trabajadores de esa zona y sí tenían suerte, la mercancía encargada de llevar su amigo, la venderían deprisa para volver a sus vidas normales.

Sukuna quería volver cuanto antes a casa, sobre todo por su hermano, pero dudaba de ello. Así que mientras el aire golpeaba su rostro, acarició el vendaje de su ceja derecha y dedicó una profunda mirada a Rochelle, quién le sonreía juguetonamente. Eso hizo que su pecho diera otro vuelvo y mordió su lengua, con fuerza.

Odiaba estar con ella y punto.

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𖥻⏱️. ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo.

amo esta historia, tanto cómo amo la primera (recuerden que hablo de la de itafushi y que se encuentra en mi otro perfil ). es extraño para mí escribir desde el pov de sukuna, porque normalmente no lo hago, pero espero que les guste mucho. sobre todo a ti, bestie, que espero estar haciendo un buen trabajo con la personalidad de rochelle.

como me encanta ella y sukuna, claro.

les dejo este primer capítulo con la ligera idea de lo que hacen estos niños; que, por supuesto, no son cosas buenas. nos vemos pronto, entonces, mis caracolas.

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