ᴡᴏɴᴅᴇʀғᴜʟ ɴᴇᴡs
ᴡᴏɴᴅᴇʀғᴜʟ ɴᴇᴡs
⫘⫘⫘⫘⫘⫘
La sala era un caos.
El zumbido de los sables láser iluminó la estancia con destellos colorados, volando a los droides de Grievous en miles de chispas doradas. Mi sable trazó un arco limpio en el aire, partiéndole la cabeza a uno de los autómatas de un solo movimiento antes de girar y lanzar una patada a otro. R2-D2 me ayudó pasando por encima de sus cuerpos metálicos para asegurar sus destrucciones.
A unos metros de mí, noté como Anakin se dirigía rápidamente a liberar al Canciller de sus ataduras destrozando violentamente a cada droide que se le cruzaba. Del otro lado de la sala, Obi-Wan y Cal estaban en proceso de acorralar a Grievous: el general cyborg siseaba con furia, retrocediendo con movimientos mecánicos mientras absurdos secuaces huían despavoridos de su alrededor.
Me concentré en seguir aniquilándolos a diestra y siniestra cuando sentí que algo cambió bruscamente.
El sonido estridente de un cristal rompiéndose en mil pedazos me taladró los oídos. Un instante después, el aire comenzó a arremolinarse en mi entorno con una fuerza sobrecogedora.
No… no era el aire.
Era una presión, un vacío que pareció succionarlo todo. Perdí el equilibrio al instante, sintiendo cómo mi cuerpo se deslizaba con la fuerza de una explosión repentina.
Grievous había escapado por la ventana de la nave.
El viento rugió en mis oídos mientras era arrastrada con violencia hacia la abertura. Mi cuerpo chocó contra una mesa de mando, y mis manos se aferraron desesperadamente al borde. Mi respiración se volvió errática, intentando llenar mis pulmones de aire en un esfuerzo inútil.
Se sentía como un orgasmo con un Anakin Skywalker frustrado después de una misión fallida.
Ignoré esos pensamientos cuando la presión me empujó con más fuerza, mis músculos se tensaron mientras trataba de sostenerme. La nave tembló, los escombros volaron a mi alrededor y el sonido ensordecedor de la descompresión llenó la sala.
Justo cuando mis dedos resbalaron, sentí como mi cuerpo se desplomaba en el suelo, con el vacío cesando nuevamente. Tosí con fuerza, tratando de recuperar el aire que me había sido arrebatado, sintiendo un mareo abrumador nublar mi visión. Mis pulmones ardían. Todo giraba a mi alrededor y unas increíbles ganas de vomitar me abrumaron.
— Un poco más y sales volando tú también —musité, mirando recelosa mi vientre.
Intentando ignorar lo mejor posible que no afectaba el hecho de que tuviera a un parásito dentro de mí, forcé mi cuerpo a moverse después de unos segundos en los que respiraba hondo. Todos parecían estar bien, pero había otro problema: Grievous logró escaparse.
«¿Estás bien?» La voz de Anakin resonó en mi cabeza con suavidad.
«Estoy bien» respondí, lanzándole una mirada calmada.
Pero tu hijo debe haber sentido tremendo terremoto ahí dentro, pensé para mis adentros.
Los droides de combate empezaron a aglomerarse en los pasillos de la nave para intentar escapar, así que los cuatro nos abalanzamos sobre ellos para deshacernos hasta del último trozo de hojalata. Mi atención se dirigió a un neimoidiano que cruzó rápidamente los pasillos y corrí de inmediato hacia él en un intento de detenerlo, pero fue tarde: cerró las puertas blindadas detrás suya y nos atrapó en la sección sin posibilidad de desplazarnos.
Todas las pantallas de nuestro entorno se iluminaron en tonalidades rojas y amarillas, mis dientes chirriaron cuando una desagradable alarma empezó a perforar mis oídos.
Anakin se deslizó hasta los asientos, tomando el control absoluto de los mandos. — Se han lanzado todas las cápsulas de escape.
— Grievous —reconoció Obi-Wan sentándose de inmediato a su lado—. ¿Puedes pilotar una nave como esta?
Anakin le lanzó una mirada burlona.
— Estás hablando con el mejor piloto de galaxia, maestro.
Me senté rápidamente en el último asiento libre, antes de que el Canciller lo hiciera, y resoplé tras escucharlo alabarse a sí mismo. — ¿Según quién?
— Toda la galaxia, ángel.
— Nadie dice eso —Cal se quejó, pero mi marido lo ignoró ordenándonos que nos abrocháramos los cinturones. Sentí aún más náuseas de las que debía al ver el panorama tras el cristal.
El descenso fue horrible para mis entrañas: la nave empezó a balancearse a un nivel preocupante para mi retención de orina, la batalla se libraba demasiado cerca para nosotros y nos dirigíamos hacia Coruscant a una velocidad mortal.
Anakin dio órdenes a Cal de abrir las escotillas para extender los ganchos y aletas de agarre, yo me aferré a mi asiento como podía y sentí la bilis arder en mi esófago. Tomé una bocanada de aire para intentar calmarme y miré a mi marido pilotar: decidida a no pensar en nada más que lo malditamente atractivo que se veía concentrado y sudando, con sus hermosos rizos pegándose a su piel.
La nave volvió a balancearse bruscamente otra vez pero, en un lapso de segundos, todo pareció detenerse. La estructura quedó extrañamente tranquila mientras escuchaba a R2 gimotear.
Vi como mi panel de control empezaba a mostrar mensajes de error en algunas zonas y fruncí el ceño. Antes de que pudiera decir algo, escuché una estruendosa explosión venir desde atrás y mi corazón se aceleró.
Cal tragó saliva mirando por las ventanillas. — Parece que hemos perdido algo.
Sí. La mitad de la nave se había desprendido de nosotros.
— No hay de qué preocuparse —Obi-Wan intentó tranquilizarnos—. Todavía tenemos la otra mitad de la nave.
— Eso definitivamente no es tranquilizador —le respondí, entre dientes. No me había dado cuenta de que mis dedos estaban exageradamente aferrados al asiento hasta que Anakin miró en mi dirección.
Sentí como abría nuestro vínculo mental seguramente para volver a preguntar cómo me encontraba pero el movimiento de nuestra nave perforando la capa atmosférica lo interrumpió e inhalé profundamente cuando la gravedad de Coruscant empezó a hacerse notar.
— Estamos cogiendo velocidad.
Una de mis manos voló hacia el cinturón en mi estómago y otra hacia mi boca para taparla. No era miedo lo que sentía, ni mucho menos. Pero mi garganta estaba comenzando a cerrarse anticipando la oleada de la bilis que esta vez estaba dispuesta a salir.
Normalmente había sentido la necesidad de vomitar en mis últimas misiones y lo hacía, realmente lo hacía. Solo que no dejaba de pensar que siempre se trataba de un desayuno demasiado cargado antes de hacer volteretas y acrobacias contra enemigos.
R2-D2 empezó a entrar en pánico mientras Cal trataba de calmarlo, no pude escuchar lo que Anakin y Obi-Wan decían, solo estaba concentrada en tragarme mi asquerosidad y no inundar la nave con mis desechos. No era prudente oler lo que me haría vomitar nuevamente.
Noté la superficie de Coruscant tras el cristal y mi marido redujo rápidamente la potencia de los propulsores hasta que terminaron por apagarse. Agarró una palanca y tiró de ella, pisando los frenos.
Después de largos segundos de agonía, la nave se detuvo sobre el planeta, provocando un suspiro aliviado de todos. Me recosté en el asiento, sintiendo mi interior burbujear por los nervios y llevé una mano a mi pecho, que subía y bajaba repetidamente.
— Otro aterrizaje feliz.
⫘⫘⫘⫘⫘⫘
Al llegar al edificio del Senado para acompañar al Canciller, Obi-Wan se despidió de nosotros para marchar al Templo Jedi, y como a mi padawan le daban enormes ataques de pánico al estar cerca de políticos, decidió seguirlo al templo dejándonos a mí y a Anakin en el edificio junto a R2.
Mis náuseas volvieron a amenazar con resurgir cuando vi la cantidad de políticos aglomerarse tras el Canciller, quien estaba compartiendo unas serias palabras con Mace Windu (quién nos echó una rápida ojeada a los dos luego de que Palpatine mencionara que Anakin había liquidado a Dooku) en la entrada del edificio. Mi mirada se desvió hacia un destello dorado que se dirigía a nosotros a trompicones y sonreí viendo Padmé acercarse junto a C3PO.
— ¡Estáis aquí! —nos saludó con una sonrisa, antes de atraparme en un cálido abrazo. Su aroma a fresas nabooianas me envolvió, más intenso de lo habitual, o tal vez yo lo percibía con más claridad—. Espero que no os haya molestado que me colara en vuestro apartamento y trajera a C-3PO —continuó mientras se separaba—. Sabía que llevaba semanas aburrido.
— Has pagado más del noventa por ciento de esa casa y hasta el cabello de Helene que hay por toda la ducha te pertenece —intervino Anakin—. Puedes colarte cuando quieras, Padmé.
Le lancé una mirada irritada mientras la senadora se reía y entrelazaba su brazo con el mío. Avanzamos cuando todos empezaron a caminar hacia el interior y el Senador Organa se acercó para felicitarnos por detener los planes de Dooku. Mientras él hablaba con mi marido, no pude evitar sentir un revoltijo en mi estómago.
Pasaron unos meses desde nuestro viaje a Alderaan, meses desde que no pude verle la cara a Bail y a su esposa mientras les contábamos que mis padres biológicos eran traidores a la República y que Garec Shield estaba ayudando a los separatistas en un futuro ataque. Cuando las Fuerzas Alderaanianas irrumpieron en la finca de la familia Shield, esta estaba completamente desalojada. Milara había huido anticipando el arresto y no se supo nada más de ellos.
— ¿Te encuentras bien? —me preguntó Padmé, mirándome con extrañeza.
— ¿Por qué lo dices?
— Porque estás pálida y miras la calva de Windu como si fuera un bombón de chocolate.
Me sonrojé dándome cuenta de que era cierto. Tenía unos increíbles antojos de chocolate y su cabeza a unos metros de nosotras dejaba mucho a la imaginación. Suspiré con frustración.
— Tengo que decirte algo importante —murmuré lo suficientemente bajo para que solo ella me escuchara—. Necesito que vengas a verme al apartamento cuando estés libre porque necesito una ayuda… de mujer.
Vi cómo sus ojos brillaban con emoción y lo lamenté internamente. Me dolía que una de las primeras personas en enterarse de mi embarazo no fuera Cal. Pero, ¿cómo decirle a un adolescente que su maestra, la que se suponía que debía ser su ejemplo, estaba embarazada en secreto? ¿Y Aayla? Me patearía el vientre antes de dejarme terminar la frase. Kit acabaría expulsado del Consejo si descubrieran que lo sabía y no lo reportó. Y Shaak Ti… No, no podría soportar la decepción en sus ojos.
— ¿Qué ocurre? ¿Te quedaste sin ropa?
— No.
— ¿Quieres cortarte el cabello?
— Jamás.
— ¿Te volviste a lastimar rasurándote ahí abajo?
— ¡Tampoco! ¡Padmé! —La detuve, alterada—. Escucha, es algo malo. Muy malo. Y tengo que decírselo ahora a Anakin. ¿Puedes asegurarte de que nadie nos vea?
Padmé miró insegura a su alrededor y asintió con algo de vacilación. Sonreí agradecida cuando aclaró su garganta llamando la atención: — Bail, ¿podemos hablar un momento? Hay algo que me gustaría discutir contigo y con el resto del comité de acción senatorial.
Bail la miró con curiosidad.
— ¿De qué se trata?
— Es sobre la última propuesta de negociación en los sistemas exteriores —respondió Padmé con fluidez, tomándolo suavemente del brazo para conducirlo hacia el grupo de senadores que estaban un poco más adelante—. He estado revisando los informes y creo que hay un par de detalles que deberíamos discutir en privado…
Bail se dejó guiar sin protestar, y pronto ambos se alejaron de Anakin y de mí, sumándose al resto de políticos.
Aproveché la distracción para tomar a mi marido del antebrazo y, sin esperar su reacción, lo arrastré hacia un rincón apartado del vestíbulo, lejos de las miradas indiscretas. C3PO y R2 nos siguieron increíblemente curiosos.
— ¿A dónde vamos? —me preguntó Anakin en voz baja, inclinándose un poco hacia mí con el ceño fruncido.
— A dónde nadie nos vea.
No me di cuenta de lo mal que había sonado hasta que, de reojo, vi como una amplia sonrisa comenzaba a asomarse por su hermoso rostro. Y su presencia en la Fuerza se intensificó a mi alrededor.
—R2, C3PO, vayan con Padmé —ordenó con picardía—. Papá y mamá tienen que hacer cosas de adultos.
Rodé los ojos, pero los droides no necesitaron más explicación antes de obedecer. Sin esperar mucho más, tiré de Anakin hacia un rincón entre las columnas, asegurándome de que nadie nos veía. Apenas me detuve, sentí sus fuertes brazos envolviéndome con firmeza antes de levantarme unos centímetros del suelo. Me dejé atrapar sin resistencia, inhalando su aroma familiar y cálido. Por alguna razón, su olor corporal actuaba igual que una droga en mi cerebro, como si cada célula de mi cuerpo la absorbiera con ansia.
— Te he echado de menos…
— Solo hemos estado unas semanas sin vernos —me reí nerviosamente mientras me dejaba en el suelo—. ¿Qué? ¿No había buenos compañeros en Yerbana?
— No —contestó Anakin, sonriéndome aún más—. No a menos que cuentes a los droides de combate.
— Solo si son buenos con el sable —repliqué con una media sonrisa.
Anakin alzó una ceja y me señaló con un dedo enguantado.
—Sé a qué te refieres y ya no voy a caer.
Solté una risa, pero mi pulso se aceleró cuando vi su expresión cambiar. Sus ojos empezaron a recorrer mi rostro con ternura. Su mano subió a mi mejilla, acariciándome con la yema de los dedos de una manera cuidadosamente irreal para una piel envuelta en cuero. Dejé escapar un suspiro sin poder evitarlo, hipnotizada por su toque.
— Ani…
— Eres preciosa —murmuró.
No llegué a terminar mi balbuceo cuando él ya estaba acercando su rostro al mío para besarme. Sus labios rozaron los míos con suavidad al principio, como si saboreara el momento antes de reclamarlo por completo. No tardó en profundizar el beso, sujetando mi rostro con ambas manos mientras su cuerpo se pegaba al mío con excitación. Su calor me envolvía, su aroma me mareaba, y por un instante olvidé dónde estábamos, quiénes éramos y lo que pasaría si alguien nos veía.
— Ani… —murmuré contra su boca, tratando de hablar entre besos, pero él no me dejó continuar. Su lengua se deslizó contra la mía, exigiendo más, y sus manos recorrieron mis costados hasta aferrarse a mi cintura. — Ani, hubo rumores… de que habías muerto… —logré decir entre jadeos, intentando recuperar la cordura. Anakin no respondió. En su lugar, sus labios descendieron por mi mandíbula hasta mi cuello, dejando un rastro de besos ardientes—. Todos lo decían… hasta Padmé lo creyó… —jadeé, estremeciéndome cuando atrapó un punto sensible de mi piel entre sus labios.
— No importa —murmuró contra mi cuello, su voz era ronca y decidida.
Su lengua trazó un camino lento y tentador sobre mi piel antes de succionarla con posesión. Sentí cómo mi cuerpo temblaba bajo su toque, y supe que lo estaba haciendo a propósito.
— Anakin… no podemos… —intenté detenerlo con las pocas fuerzas que me quedaban—. Anakin, no. Aquí no.
— Sí, aquí sí —replicó sin dudarlo, su aliento cálido envió escalofríos por mi cuello—. Me da igual lo que piensen los demás. Que todos sepan que eres mía.
Su afirmación me encendió y me alarmó al mismo tiempo. Un gemido se escapó de mis labios antes de que reuniera la voluntad suficiente para colocar mis manos en su pecho y apartarlo suavemente.
— Espera… —logré decir con un esfuerzo titánico—. Tengo que decirte algo importante. Por favor, escúchame.
Su mirada azulada se encontró con la mía, confusa y frustrada, pero algo en mi tono lo hizo detenerse. Respiré hondo, tratando de ignorar el calor que aún latía en mi piel donde me había besado. Anakin frunció el ceño y su expresión cambió de deseo a preocupación en cuestión de segundos.
— ¿Qué ocurre? —preguntó.
— Yo… Ha pasado algo —balbuceé, sin dejar de mirarlo fijamente—. Ha pasado algo.
—¿Qué pasó? —insistió, agarrando con firmeza mis brazos pero sin lastimarme.
— Algo terrible —afirmé, sintiendo cómo mi garganta se cerraba.
—Helene… —Anakin me miró con más atención, y entonces notó lo que yo había intentado ocultar. Su semblante cambió al instante—. Estás temblando.
No había forma de ocultarlo. Mis manos, mis hombros, incluso mi respiración inestable me delataban. Mi mente se quedo en blanco durante unos segundos, sin saber muy bien cómo diablos articular las palabras que ansiaban por salir de mi boca y a la vez no. Inhalé aire profundamente, y me obligué a permanecer en pie sin dejar de mirarlo.
— Dooku… —comencé, al fin—. Dooku me reveló algo. Él… me lo mostró.
Sus ojos se endurecieron al escuchar ese nombre.
— ¿Qué te dijo? —Su tono adquirió un matiz peligroso, y sentí sus manos aferrándose a mis brazos con más urgencia.
Tragué saliva y cerré los ojos por un instante antes de obligarme a soltarlo de una vez:
— Anakin, estoy embarazada.
El silencio que siguió fue abrumador.
Vi a mi marido quedarse completamente inmóvil, con un rostro congelado en una expresión de absoluta sorpresa. Su agarre en mis brazos se aflojó hasta soltarme por completo, pero no dijo nada. Mi corazón latió desbocado mientras el pánico se apoderaba de mí.
— Sé que es un desastre —solté rápidamente, sin poder contener mi nerviosismo—. Es un desastre total, lo sé. No sé cómo pasó… bueno, sí sé cómo pasó, pero no… o sea, no pensé que pasaría… o sí lo pensé, pero nunca creí que realmente…
Nada. Ni un parpadeo, ni un cambio en su expresión.
— Anakin, dime algo.
Silencio.
— ¿Ani?
Nada.
— Joder, ¿estás en shock? Porque yo también y no sé cual de los dos se va a desmayar primero y… ¡Anakin, di algo!
Mi marido seguía sin decir nada. Ni un gesto, ni un parpadeo, solo sus ojos fijos en mí con una incredulidad absoluta. Mi paciencia se agotó y exhalé bruscamente.
—Mierda. Anakin, Dooku analizó mi sangre cuando me secuestró. Fue él quien lo descubrió. Dijo que tengo cuatro meses de embarazo —señalé mi vientre con ambas manos, captando su atención—. Es decir, que esta cosa ya tiene hasta el rango de Maestro.
Eso pareció romper algo en su mente.
Anakin parpadeó. Luego otra vez. Lentamente, su mirada se movió hasta mi abdomen como si pudiera ver a través de mi túnica. Yo esperé, con el estómago revuelto, anticipando una reacción… cualquier reacción.
Y entonces, en un solo movimiento, sentí sus brazos a mi alrededor, haciéndome soltar un pequeño jadeo al ser aplastada contra su pecho.
— Esto… Esto es… —balbuceó lleno de emoción mientras me apretaba más contra él—. ¡Ángel, esto es maravilloso!
Me congelé con mi nariz aplastada en su pecho y fruncí el ceño.
— ¿Perdón?
Anakin se separó un poco solo para mirarme a los ojos con la sonrisa más radiante que le había visto en mi vida. Sus ojitos brillaban con alegría y felicidad, contrastando totalmente con la expresión de horror en mi rostro que debía tener.
— Vamos a tener un hijo —susurró deleitado, como si yo no fuera consciente de ello—. Vamos a tener un hijo de los dos —repitió, uniendo su frente a la mía con emoción.
Parpadeé sin comprender.
—¿Cómo carajo puedes estar feliz? —pregunté, atónita—. ¿Sabes acaso lo que significa?
Él ladeó la cabeza, aún sonriendo. — ¡Claro que sí!
— ¿Entonces por qué demonios estás tan contento? ¡Es un problema, Anakin! ¡Un problema enorme!
Pero él no parecía compartir mi pánico. Su felicidad era genuina, inalcanzable, y yo estaba cagada hasta las patas. Gruñí con frustración, apartándome de su abrazo mientras me llevaba las manos a la cabeza.
— Esto… ¡Esto es horrible!! —exclamé en un susurro, mirando rápidamente a nuestro alrededor para asegurarme de que nadie nos escuchara—. ¡No puedes estar feliz por esto!
Él frunció el ceño, dando un paso hacia mí.
— ¿Por qué no? ¡Ángel, estás embarazada!
— ¡Somos Jedi, Skywalker! —le recordé, sintiendo el caos revolverse dentro de mi pecho—. ¡Jedi! No podemos ser padres, no podemos tener familias, no podemos…
— ¡Pero ya estamos casados! —me interrumpió en el mismo tono bajo—. ¡Ya rompimos las reglas hace años!
— ¡Sí, y mira dónde nos ha llevado! —le señalé con exasperación—. ¡Ahora hay un bebé de por medio!
—Y no veo por qué eso sea malo.
Rodé los ojos, sintiendo el impulso de querer golpearlo.
—Por la Fuerza, Anakin, ¡tienes veintidós años! ¡Eres demasiado joven para ser padre!
Él frunció el ceño con incredulidad.
— ¿Otra vez con eso? ¿En serio, ángel? ¿Vas a usar mi edad como escudo en todas las discusiones?
— ¡Nunca lo he hecho! —solté, echando los brazos al aire—. Pero ser Jedi y estar casados en secreto ya es suficientemente complicado, ¡y ahora tengo que sumarle ser madre!
— ¡Y yo ser padre! —su voz se tornó más firme, pero aún contenida en un susurro—. Y voy a serlo, Helene. No importa lo que digas, voy a ser el mejor padre que este bebé pueda tener.
Lo miré con el corazón latiendo dolorosamente en mi pecho.
Él lo decía en serio.
Pero eso no cambiaba el hecho de que, en mi cabeza, todo esto era una catástrofe.
—No lo voy a tener, Anakin —sentencié, sin rastro de algún titubeo en mi voz.
Su rostro se endureció.
— ¿Qué?
— Hablaré con Padmé —insistí, cruzándome de brazos—. Ella podrá llevarme a Naboo y encontrar una clínica privada donde pueda…
— No —su voz salió ronca pero peligrosa, con el filo de un cuchillo.
— Sí —repliqué con terquedad—. Esto no puede estar pasando. No podemos tener un bebé, Anakin.
Sus ojos, que antes brillaban con emoción, se oscurecieron con algo que casi me hizo retroceder de no ser por mi firmeza.
— No me lo puedo creer —murmuró, sacudiendo la cabeza con incredulidad—. ¿De verdad estás considerando hacer algo así?
— No estoy considerando, Anakin, lo haré.
— ¡Es nuestro hijo, Helene! —soltó, susurrando con furia—. ¡No es algo que puedas simplemente quitarte de encima como si fuera una molestia!
— ¡Pero lo es! —grité en un susurro, sintiendo que me ahogaba—. ¡No podemos darnos este lujo! ¡Estamos en guerra! ¡Somos Jedi, por la Fuerza! ¡Llegará un momento en el que todo la maldita Orden se dará cuenta de que la bola en mi estómago no son gases!
—No lo harán —me interrumpió abruptamente—. No sabrán nada.
Fruncí el ceño.
— ¿De qué demonios hablas?
Anakin me miró con seriedad, tensando su mandíbula.
— Dejarás la Orden Jedi.
Mi mente se quedó en blanco, procesando lentamente sus palabras.
— ¿Qué?
— No voy a permitir que sigas luchando en esta guerra —afirmó, dando un paso más cerca—. No voy a dejar que arriesgues tu vida ni la de nuestro hijo.
Mi estómago se hundió, volviendo a sentir las familiares náuseas que comenzaba a tener.
— ¿Me lo estás diciendo en serio? —pregunté, sin creérmelo.
—Te estoy diciendo lo que va a pasar —replicó, ladeando la cabeza con seriedad—. Vas a dejar la Orden, Helene. No es una sugerencia.
No podía creerlo.
El aire entre nosotros parecía haberse espesado, y cada palabra que pronunciaba me cayó como una losa pesada. La rabia, el miedo, y la incredulidad me llenaron el pecho y la cabeza, hasta que no sabía si gritar o quedarme callada, congelada.
— Eso… Eso… ¡Eso es ridículo! —mi voz salió en un susurro furioso, apretando los puños—. ¡¿Dejar la Orden?! ¡¿Crees que puedo hacer eso?! ¡Soy una jodida Dama Jedi! ¡Mi vida está ahí, luchando por la República!
La expresión de Anakin cambió a una más confiada, como si ya tuviera todo resuelto. Como si de alguna manera, todo tuviera que ser tan fácil.
— Lo sé, ángel —habló calmadamente, aunque estaba lleno de una firmeza que me golpeó como un martillo—. Sé que es difícil, pero las cosas han cambiado. Hay algo más que importa ahora. Este bebé, nosotros… lo que sea que venga después de todo esto.
El bebé…
Esa maldita palabra seguía resonando en mi cabeza, y cada vez que la escuchaba, el nudo en mi estómago se hacía más grande. ¿Dejar la Orden? ¿Convertirme en una madre? ¿Abandonar todo lo que había sido, todo lo que había hecho? ¿Todo por un bebé que ni siquiera quería?
— ¿Eso esperas que haga? —le solté, con mi voz quebrándose—. ¿Dejarlo todo y ser una madre a tiempo completo? ¿Abandonar todo lo que ha sido mi vida por… esto?
De repente, sentí sus manos envolviendo las mías. Las apretó con fuerza, y algo dentro de mí intentó apartarlas, pero no pude. Estaba demasiado enojada, demasiado confundida, pero a la vez, algo en mí se ablandaba con el contacto.
— No lo harás sola —Anakin habló con una suavidad, haciéndome sentir incómoda, casi vulnerable—. Yo también lo haré. Cuando termine la guerra, Helene, dejaré la Orden. Criamos a nuestro hijo juntos, como una familia.
La incredulidad me recorrió, y mi pecho se tensó con una oleada de pánico. ¿Cómo podía ser tan sencillo para él? ¿Cómo podía decirme algo así, como si fuera posible?
— Eso no tiene sentido, Anakin —le respondí, con mi mente en una espiral de pensamientos contradictorios—. Tú no puedes... No puedes simplemente dejar la Orden. Ni siquiera lo harías. Te lo han hecho todo a medida. La guerra, el poder... ¿cómo vas a dejarlo atrás por algo que no conoces?
Él no dejó de mirarme con esos ojos llenos de una determinación tan pura, tan profunda que me hizo dudar. ¿Y si él tenía razón? ¿Y si podía dejarlo todo atrás? ¿Y si realmente éramos más fuertes juntos?
— Porque te amo —respondió, sin dudar, sin vacilar ni un segundo. La forma en que me miró me desarmó por completo. Todo lo que había creído, todo lo que había defendido, parecía desaparecer en ese instante—. Y porque quiero un futuro para nosotros, para nuestro hijo. Lo que sea que tengamos que sacrificar, lo haré, ángel. No quiero que me digas que es imposible. No lo es.
No supe qué responder.
Mi estómago estaba hecho un nudo, y no me atrevía a moverme ni un centímetro. La idea de una vida sin la Orden, sin la guerra, sin el miedo constante a perder a alguien... eso me aterraba. Y lo peor era que no sabía si podría vivir con ello.
— ¿Y si no funciona? —pregunté en un susurro, más para mí misma que para él—. ¿Qué pasa si la guerra sigue y nunca termina? ¿Qué si el Consejo nunca nos deja ir y nos castiga? ¿Qué pasa si todo sale mal?
Me miró fijamente, y contemplé como un destello de amor cruzó por su rostro. Como si todo eso que pensaba fuera posible, como si realmente creyera que íbamos a poder lograrlo.
— Lo hará —respondió, con una convicción que me dejó sin palabras—. Lo haremos funcionar. Tú, yo y nuestro bebé.
Pero yo no estaba tan segura.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro