ᴡᴇʟᴄᴏᴍᴇ ɴᴀʙᴏᴏ
ᴡᴇʟᴄᴏᴍᴇ ɴᴀʙᴏᴏ
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— Pareces miserable —comentó la Maestra Ti mientras acariciaba con delicadeza mi cabello, como si intentara calmar a una criatura herida. No respondí, manteniendo la vista fija en el espacio que se extendía más allá del ventanal. Ella suspiró suavemente antes de agregar: — El tiempo pasará más rápido de lo que crees, Helene. Y cuando llegue el momento de partir, lamentarás tener que irte de Naboo.
Gruñí por lo bajo, sin intentar ocultar mi irritación.
— Lo lamentaría si no tuviera que estar haciendo de niñera de una mascota —murmuré, con desdén.
Shaak Ti me lanzó una mirada de advertencia, abriendo los ojos. — ¡Helene! No puedes hablar de la senadora de esa manera.
— Sabes a quién me estoy refiriendo en realidad.
Su expresión se suavizó, aunque soltó otro suspiro, más cansado esta vez. A nuestro lado, Cal se mantenía tímidamente en silencio, con una postura encogida. Parecía estar sopesando cómo sería irme de misión sin él.
Mientras tanto, más adelante en el transporte, Obi-Wan hablaba en voz baja con Anakin, sus palabras apenas audibles pero a juzgar por su rostro, estaban cargadas de seriedad y advertencia. Anakin asentía ocasionalmente, aunque su mirada vagaba hacia mí creyendo que no me daba cuenta de como recorría mi figura con sus ojos. Y Padmé acariciaba distraídamente a R2-D2 sin apartar la vista del panorama que se deslizaba por la ventana, un par de metros alejada de nosotros.
Cal se dejó caer sobre mi hombro, apoyando la cabeza con un suspiro exasperado.
— Esta va a ser la misión más aburrida de mi vida —murmuró, alargando las palabras con dramatismo.
Me reí suavemente pero Shaak Ti le lanzó otra de sus miradas. — Buscar a un asesino no es un juego, Cal —su tono severo hizo que mi padawan resoplara y, desviara la mirada hacia el techo.
Culpa mía, yo le había enseñado en todas nuestras misiones que sí.
“Por favor, échale un ojo mientras yo no esté”
Shaak Ti me devolvió una sonrisa comprensiva y asintió casi imperceptiblemente.
“Los acompañaré el mayor tiempo posible” me aseguró “Sé bien cuán aguafiestas puede ser Obi-Wan con un padawan que no es suyo”
Eso me hizo sentir un poco más calmada. No es que no confiara en el Maestro Kenobi para mantenerlo a salvo, pero sabía que Cal se sentiría un poco más cómodo con la presencia de la Maestra Ti a su alrededor en mi ausencia. Había sido como su segunda mentora después de mí desde que lo tomé como padawan.
El transporte se detuvo con un leve chirrido, y todos comenzamos a levantarnos. Tomé mi equipaje, al igual que Padmé y Anakin, sintiendo las palmas de mis manos sudar ligeramente. Caminamos hacia las puertas de desembarco, y, al pasar, escuché a Obi-Wan dirigiéndose a Anakin en un tono firme: — No hagas nada sin consultarlo a la Maestra Shield antes.
Sentí un pequeño sentimiento de gratitud por sus palabras. Parecía que Obi-Wan respetaba mi rango de Dama Jedi en esta misión, y aquello me otorgaba bastante más autoridad que la que tendría un padawan como Anakin o Cal. Dudaba que Mace Windu hubiera hecho lo mismo.
Anakin asintió y Shaak Ti le sonrió cordialmente a Padmé. — Obi-Wan y el joven Kestis intentarán llegar al fondo de este complot lo antes posible, senadora.
Padmé asintió con una mirada agradecida.
— Apreciaré la rapidez, Maestra Ti.
— Ya es hora —anunció Anakin antes de dirigirse hacia la salida.
Me giré para despedirme de Shaak Ti, envolviéndola en un rápido pero cálido abrazo. Luego, le dediqué una sonrisa a Obi-Wan, quien en ese mismo momento atrapó a Cal por la túnica antes de que pudiera seguir a Anakin sigilosamente. Reí y me acerqué a él.
—Pórtate bien —le advertí, revolviéndole el cabello con afecto. Sus pecas se marcaron más cuando intentó sonreír, aunque la expresión en su rostro era más una mueca que una sonrisa verdadera—, volveré pronto.
Cal suspiró con resignación. — Lo sé.
Me di la vuelta y observa como Anakin ayudaba a Padmé a bajar del transporte. Cuando estuve a punto de seguirles, la voz de Obi-Wan nos detuvo:
— Anakin, Helene… —llamó nuestra atención, antes de sonreírnos cálidamente—. Que la Fuerza los acompañe.
Sonreí sin poder evitarlo.
— Que la Fuerza los acompañe también, maestro.
Cuando bajé la vista para salir del tren, me encontré con la mano de Anakin tendida hacia mí. Su expresión era expectante, y su postura caballerosa. Por un momento, la idea de tomar su mano pasó por mi mente, pero rápidamente fingí no verla y bajé del transporte por mi cuenta, notando cómo su mano se retiraba lenta y tímidamente.
Caminamos en silencio durante el resto de la trayectoria, el ruido distante de la estación quedó atrás mientras mis pensamientos vagaban. Me pregunté cómo les iría a Aayla y a Kit, en sus respectivas misiones. Sentía un nudo en el pecho al pensar en ellos, extrañando sus bromas y la compañía de ambos. Aayla había superado (difícilmente) la traición de su antiguo maestro a la Orden Jedi y aunque no sabíamos de su paradero, mi amiga continuó con su camino dejando el pasado atrás.
La voz de Padmé rompió el silencio y me sacó de golpe de mi ensoñación:
— De repente siento miedo —comentó, mirando hacia los lados.
Apreté los labios y la miré intentando infundirle algo de calma.
— No hay nada que temer, senadora —aseguré, tratando de sonar más confiada de lo que estaba—. Tenemos unas pautas e instrucciones muy claras.
— Y también tenemos a R2 —añadió Anakin con una sonrisa divertida.
Casi rodé los ojos, pero no pude evitar que mis labios se curvaran en una pequeña sonrisa mientras se reían y el droide chirriaba animádamente detrás nuestra. Recordé que Anakin y yo llevábamos dos años en buenos términos, a pesar de que nuestras misiones a menudo nos mantenían separados. Nunca habíamos logrado entablar una relación más cercana, como la que tenía con Kit, pero cada interacción con Anakin se sentía como un desafío constante y, a veces… algo más.
Continuamos avanzando, y pronto el paisaje de Naboo se abrió ante nosotros, revelando una enorme nave transportadora que se erguía majestuosamente en el horizonte. Su estructura brillante reflejaba la luz del sol, y una multitud de pasajeros se movía a su alrededor, ansiosos por abordar. La nave era lo suficientemente imponente y robusta para que lográramos pasar desapercibidos.
— Vamos. Recuerden mantener la cabeza baja y no hablen con nadie.
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Nos encontrábamos en el comedor de la nave, era un espacio enorme y ruidoso, con diversas criaturas alienígenas que afortunadamente no se detenían a mirarnos una sola. R2 se acercó rodando, trayendo consigo unas botellas de agua y las tomé agradeciéndoselo brevemente. No habíamos entablado ninguna conversación desde que entramos y por primera vez no supe cuál de los tres se sentía más incómodo.
A mi lado, Padmé disfrutaba de su caldo humeante vestida con una sencilla (para ella) túnica y un velo amarillo que cubría toda su cabeza, dejando ver solo un atisbo de su rostro conocido. Anakin removía distraído su taza, mirando fijamente un punto distante de la nave hasta que la senadora habló:
— Debe ser duro consagrar sus vidas a los Jedi —comentó, en un intento de romper el silencio—. Sin poder visitar lugares que realmente les gusten, o simplemente hacer lo que quieran.
Instantáneamente, mi mente se dirigió a Alderaan. Aquel planeta que llevaba sin pisar desde hace veintiún años atrás. Una parte de mí ansiaba volver a mi tierra, explorarla, conocer a su gente y tal vez… conocer algo de mis padres, aunque fuera solo sus nombres. No correría hacia ellos con los brazos abiertos, iba en contra del código, pero quería saber si tenían una buena vida, o si al menos seguían vivos.
— Y tampoco poder estar con los seres amados —intervino Anakin, completando la frase de Padmé. Sus ojos se posaron en mí y sentí como si el caldo se atascara en mi garganta
Intenté mantener la compostura, pero todas las emociones que él emanaba de su cuerpo me dejó sin aliento. Era una explosión de anhelo, de un deseo casi inimaginable que flotó a nuestro alrededor mareándome ligeramente. Padmé sonrió de manera comprensiva, como si supiera exactamente lo que Anakin quería señalar y yo deseé que el techo de la nave se cayera sobre mí.
— ¿Se os permite amar? —preguntó ella, con la curiosidad brillando en sus ojos. — Pensé que estaba prohibido..
— Lo está —afirmé, ignorando la mirada de Anakin —. Amar es apegarse a alguien y el apego está prohibido, al igual que la posesión. Sin embargo, la compasión es lo primordial en la vida de un Jedi.
Creí haberlo sentido disfrutar de mis palabras, sonriendo levemente. — Así que podría decirse que se nos alienta a amar…
— Es justo lo contrario —corregí rápidamente, pero no me hizo caso.
Padmé soltó una dulce risa que podría haber hecho caer a mil hombres a sus pies, y por un momento, la tensión en el aire se disipó. Sin embargo, todavía sentía los ojos de Anakin fijos en mi rostro, y sus sentimientos volando a mil.
Bufé, intentando despejar mi incomodidad y me giré hacia la senadora con la intención de preguntarle sobre por qué las reinas de Naboo se pintaban la cara como las figuras que me aparecían cuando tenía un parálisis de sueño, pero justo en ese momento, Padmé se estaba levantando de su silla, haciendo que mi presión disminuyera súbitamente.
— Disculpadme, necesito ir al lavabo —nos avisó, con una sonrisa amable.
Inmediatamente, sentí la tentación de sugerirle que la acompañara por su seguridad, pero pronto deseché la idea consciente de lo extraño que podía sonar. Así que me mantuve a regañadientes en mi lugar, observando cómo se alejaba. Anakin y yo nos quedamos en silencio, y el murmullo del comedor pareció volverse aún más evidente.
Ninguno de los dos sabía que decir y en parte lo agradecía: no tenía ni la menor idea de actuar tranquila y despreocupada frente a él, no cuando sus emociones parecían jugar al pilla pilla con las mías. Recordé nuestra última conversación en mi habitación y algo en la Fuerza me hizo saber que también lo estaba recordando, por lo que mi cuerpo se tensó, inclinándose ligeramente hacia la mesa para evitar confrontarlo cara a cara.
— Helene —me llamó suavemente.
Hice un ruidito con la boca, sin mirarle. — ¿Mmm?
— ¿Estás nerviosa?
— ¿Yo? ¿Nerviosa? —bufé removiendo el caldo con un tenedor, sin darme cuenta siquiera—. No, ¿por qué lo estaría?
De reojo observé como Anakin volvía a dibujar una pequeña sonrisa en su rostro mientras me observaba y las miles de avispas asesinas volvieron a acribillar mi estómago haciéndome sentir una enorme molestia.
— Porque… es nuestra primera misión juntos —respondió Anakin, con un tono de voz bajo—, sin nuestros maestros.
Sí, no hacía falta recordarme que esta vez no había ninguna correa para controlarte.
— No estoy nerviosa —siseé, mirándolo.
Anakin asintió lentamente.
— Está bien, de acuerdo —dijo con una sonrisa suave—. Sé que no querías venir conmigo, de todos modos.
— ¿Qué te hace pensar eso?
— Obi-Wan me lo dijo después de la reunión —se encogió un poco, apartando apenado la mirada y su voz se volvió más baja, casi avergonzada—. Tranquila, entiendo porqué.
Mi corazón se apretó y, por alguna razón, me sentí mal.
No podía entender por qué, pero algo en su expresión me hizo darme cuenta de que había estado siendo demasiado dura con él. Era cierto que había mantenido una distancia entre nosotros, pero él solo estaba intentando acercarse, tratando de continuar con la amistad que yo le había prometido que teníamos dos años atrás.
Mientras lo observaba, esa sensación de culpa creció dentro de mí. Un silencio pesado se instaló entre nosotros nuevamente, y el aire parecía chispear con un torbellino de emociones, esta vez tampoco pude identificar si ahora eran las suyas o las mías.
Antes de que pudiera arrepentirme, las palabras salieron de mis labios sin darme cuenta. — Lo siento.
Anakin levantó la vista, sorprendido, sus ojos azules brillaron con algo extraño. — ¿Qué?
— Sí. Lo siento, ¿de acuerdo? —gruñí, sin poder conterme—. Siento haber sido tan hostil contigo y negarme a que vinieras al principio. No quería que nada saliera mal en la misión.
El silencio que siguió fue insoportable.
¿Cómo se atrevía a dejarme con las palabras flotando en el aire, sin siquiera hacer el intento de asentir aceptando mis disculpas? Me sentí irritada y con ganas de clavarle mi tenedor sopero en el ojo. Pero antes de que no pudiera controlarme, Anakin sonrió dulcemente y los hoyuelos en sus mejillas se hicieron visibles haciéndome tragar saliva.
— Todo saldrá bien, Lene —me aseguró y el apodo escapando de sus labios casi me hizo caer de la silla—, te lo prometo —acercó su mano a la mía, rozándola sobre la mesa.
Siempre había pensado que yo tardaba haciendo mis necesidades en el baño, pero Padmé parecía estar jubilándose de la vida ahí dentro.
La senadora no volvía pero la Fuerza no me advertía de ningún peligro en absoluto así que lo atribuí a una emergencia explosiva que la pobre mujer debía estar teniendo. Incapaz de alejar mi mano de la suya, ignoré los pitidos que soltaba R2 girando alrededor nuestra, sacando sonrisas del padawan a mi lado. Él entendía lo que decía perfectamente.
— Me pregunto cómo será Naboo —continuó, y noté su deseo de mantener la conversación fluyendo, de sostener ese hilo de comunicación mientras el tiempo pasaba.
— Y yo me pregunto cuánto tiempo estaremos allí —susurré, sintiendo que había perdido la firmeza que antes me acompañaba por su cercanía.
— Estoy seguro de que Obi-Wan y Cal encontrarán el origen del complot contra Padmé —dijo con un tono tranquilizador—. Luego podremos poner fin a estos ataques separatistas de una vez por todas. Todo volverá a la normalidad.
— ¿Pero no lo sientes? —pregunté, y mientras las palabras salían, dejé que un poco más de mi presencia en la Fuerza emergiera. Sentí cómo Anakin percibía el miedo que se escondía tras mis palabras—. El cambio. La manera en que las cosas parecen volverse más... frías. Se desmoronan.
— No lo veas así —respondió Anakin rápidamente, y sentí como deseaba ahuyentar el miedo que resonaba en mi voz, queriendo llenarlo con algo diferente—. Este es solo otro problema, uno que los Jedi resolverán con el tiempo.
Un silencio pesado siguió a su declaración hasta que vimos la oscura sombra amarilla de Padmé moviéndose finalmente en nuestra dirección, con un rostro sereno. Mordí mi labio inferior sin poder evitarlo.
— Eso espero.
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— El día en el que dejemos de creer en la democracia, la perderemos.
Escuché atentamente las palabras de la actual Reina de Naboo mientras salíamos se la sala de reuniones en las que Padmé había estado presente como senadora del planeta, informando y siendo informada sobre la amenaza de los separatistas. Anakin y yo nos encontrábamos detrás de los políticos, asegurando la seguridad de Padmé mientras los seguíamos. Sin embargo, mi mirada no podía despegarse del hermoso edificio en el que estábamos, ni de sus maravillosas vistas tras las ventanas. Naboo era totalmente diferente a Coruscant, es un sentido más espectacular.
— Recemos para que ese día no llegue —Padmé suspiró y la reina le dirigió una mirada severa.
— Ahora debemos considerar tu propia seguridad, Senadora Amidala —insistió la joven monarca.
Padmé parecía a punto de protestar (con la mayor educación celestial posible) pero un hombre de barba blanca se dirigió hacia nosotros, o más bien hacia Anakin que resaltaba su figura sobre la mía, siendo dos cabezas más alto. — ¿Qué sugiere usted, Maestro Jedi?
Arqueé una ceja, intentando no sentirme ofendida. Anakin abrió la boca para responder, pero Padmé se adelantó:
— Oh, Anakin es un aprendiz padawan aún —le corrigió mi nueva senadora favorita, antes de voltear a verme con una sonrisa—. Helene es la Maestra Jedi.
Ahora entiendo a la toda la galaxia, yo también adoraba a esta mujer.
Sonreí carraspeando y el señor me dirigió una mirada de profunda disculpa. — Lo lamento, Maestra Jedi. No pensé que…
— No pensó que una cara tan bonita pudiera degollar criaturas y patear culos del Lado Oscuro, lo sé, lo sé —parpadeé, sin poder contener una sonrisa mientras apartaba el cabello de mi rostro—. Siempre procuro limar mis uñas con las púas que he arrancado de un Nexu. Entiendo perfectamente la confusión.
El hombre me miró perplejo mientras Padmé soltaba una risa y de reojo veía como la Reina de Naboo trataba de ocultar, fallidamente, una sonrisa. Finalmente, él carraspeó y asintió. — Ya, bueno… verá…
— Creo que es mejor mantener segura a la senadora en el país de los lagos —sugerí, tomando en cuenta la petición que Padmé me había comentado antes de llegar al palacio.
Anakin me detuvo con una expresión de confusión. — Eh, un momento…
— Uno —conté y antes de llegara a responder, me volteé hacia la reina para seguir caminando—. Como le iba diciendo; he oído que allí hay lugares bastantes aislados, eso puede contribuir a la protección que ofrecemos.
— Disculpe, maestra —Anakin se posicionó a mi lado, tomando mi muñeca bajo las mangas de nuestra túnica. Intenté no tensarme—. No se me ha informado de nada de eso.
Quería quitar su mano de mi muñeca y decirle que tampoco iba a tomar en cuenta alguna opinión que tuviera al respecto, pero Padmé volvió a hablar deteniéndome:
— Este es mi hogar —insistió ella—. Lo conozco muy bien, por eso hemos venido. Creo que sería sensato aprovechar mis conocimientos en esto y hacer caso a las instrucciones de la Maestra Shield. El país de los lagos será un buen lugar para refugiarme.
Entonces observé a Anakin a mi lado, notando cómo su expresión comenzaba a tensarse al sentirse indiferente. Con un suspiro, decidí liberarme de su agarre en mi muñeca y tomé su mano, entrelazando accidentalmente nuestros dedos. No tuve tiempo de arrepentirme cuando, al instante, sentí que su energía se calmaba; como si un torrente de emociones intensas fluyera de su cuerpo. Anhelo, calma, felicidad, y un poco de esperanza.
— El lugar es completamente seguro —le aseguré, mirándolo a los ojos—. Confía en nosotras.
Anakin mantuvo su mirada fija en la mía, y me di cuenta de la profundidad de su atención, de cómo su respiración se volvía más tranquila. El roce de su piel contra la mía era electrizante, un pequeño gesto que provocaba un cosquilleo de avispas asesinas en mi estómago. Pensé en retirar la mano, pero en cambio decidí mantenerla, consciente de que podía ser un modo de mantenerlo a raya. Ya tenía una herramienta para controlarlo.
Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, Anakin asintió, su expresión suavizándose. — De acuerdo. Confío en ti, maestra.
Yo solo atiné a sonreírle de una manera que supe que no debería haber hecho.
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