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ᴜɴɪᴛᴇᴅ ʙʏ ᴛʜᴇ ғᴏʀᴄᴇ









ᴜɴɪᴛᴇᴅ ʙʏ ᴛʜᴇ ғᴏʀᴄᴇ
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— Relájate, niño —regañé ajustando la túnica de mi padawan por tercera vez, quién daba vueltas de un lado a otro, como un droide fuera de control—. Solo vas a conocer a una mujer. Respira.

— ¡Pero no es cualquier mujer! ¡Es Padmé Amidala! —protestó, con sus ojos verdes bien abiertos—. ¿Cómo puedes estar tan tranquila? ¿No estás ni un poquito nerviosa?

Suspiré, cruzándome de brazos mientras lo observaba. Cal era alto para su edad, pero en ese momento, con su postura encorvada y la cara llena de preocupación, se veía tan pequeño e inseguro. Me recordó a mi yo más joven, enfrentándome a mis primeros retos como Jedi. Pero yo no iba a mostrarle eso, claro.

— He enfrentado criaturas peores que una senadora, calabaza —sonreí burlona ante su expresión—. Créeme, ya nadie es capaz de asustarme.

Cal me miró con escepticismo, su ceño fruncido formando una línea en su frente. — ¿Y por qué te haces pis encima cada vez que Anakin viene a hablarte?

— Eso es diferente —contesté rápidamente, con las mejillas enrojecidas—. No puedes compararlo. Y no me hago pis encima, solo lo parece —siseé irritada.

— Si, lo que tú digas... —Cal suspiró, enderezándose un poco, aunque sus manos seguían jugueteando con el borde de su túnica. Me acerqué y le acomodé un pliegue torcido, conteniendo las ganas de sonreír al verlo tan preocupado.

— Escucha —lo llamé suavemente—. Es una mujer muy inteligente, pero también he oído que es amable. No se va a fijar si llevas una arruga en la ropa o si cometes un error al saludarla. Solo sé tú mismo, ¿vale? —le aconsejé, antes de pensarlo mejor y añadir rápidamente: — ... Bueno, no lo seas. Quédate en silencio y a mi lado, ¿de acuerdo?

Cal asintió, aunque seguía mordiéndose el labio inferior con nerviosismo.

— Y si realmente te pones nervioso —continué—, siempre puedes imaginarte que es una de esas criaturas viscosas que vimos en Dagobah el mes pasado. Si pudiste enfrentarte a una de esas, puedes enfrentar a la Senadora Amidala.

Cal resopló, divertido — Tú asustabas más que esas criaturas, maestra.

— No es mi culpa que me manden de misión cuando tengo el período —gruñí, dándole un empujón hacia la entrada con el ceño fruncido—. Ahora, vamos. No hay que hacerla esperar.

Y cuando estábamos por hacer nuestra épica entrada Jedi: Cal, por supuesto, tropezó justo al cruzar el umbral de la entrada. El sonido de su bota raspando contra el suelo resonó en la sala, captando inmediatamente la atención de todos los presentes. Me detuve, cerrando los ojos por un segundo, respirando profundamente para no echarme a reír ni suspirar en desesperación.

Al escrutar la sala con mi mirada; noté a un par de guardias de seguridad, vestidos completamente de negro, que nos observaron con curiosidad. A su lado, una doncella con un vestido azul oscuro alzó las cejas, sorprendida, y su mirada pasó rápidamente de Cal a mí, evaluándonos.

Pero todo eso se desvaneció cuando mis ojos se posaron en la figura frente al ventanal.

Padmé Amidala estaba de pie, con la espalda erguida y la postura elegante, justo al borde de la gran cristalera que ofrecía una vista espectacular de las luces de Coruscant extendiéndose hasta el horizonte.

Llevaba el cabello recogido en un peinado intrincado, con trenzas entrelazadas, sujetas en la parte posterior de su cabeza que estaba rodeada por un accesorio dorado y peculiar. Su vestido morado era elegante y majestuoso, con hermosos bordados rodeándolo de arriba a abajo. Pero lo que más destacaba era el extravagante abrigo de un tono más oscuro que llevaba encima, cubriendo su figura. 

Cuando se giró hacia nosotros, entendí perfectamente porqué todo el mundo parecía estar tan obsesionado con ella; sus facciones eran lindas y delicadas, dignas de una princesa de cuento. Sus ojos castaños estaban suavemente iluminados por la luz del atardecer que entraba por la cristalera y nos miró a Cal y a mí con una sonrisa llena de la dulzura que hacía falta en la galaxia. Era mucho más hermosa en persona.

Tomé una bocanada de aire y cerré los ojos por unos segundos, evitando que los pensamientos intrusivos se colaran inevitablemente por mi cabeza. No te compares… No te compares, repetí una y otra vez en mi mente.

— Deben ser la Maestra Shield y su padawan —hasta su voz sonaba increíblemente perfecta mientras nos hablaba sin borrar su sonrisa—, es un placer conocerles. Gracias por estar aquí.

Me di cuenta de que estaba contemplándola con demasiada intensidad y aclaré mi garganta, bajando la mirada un segundo para recuperar la compostura. Ya me comenzaba a parecer al trastornado de Skywalker.

— Senadora Amidala —logré decir, inclinándome respetuosamente mientras le lanzaba a Cal una mirada de advertencia para que hiciera lo mismo.

Mi padawan, todavía ruborizado por su entrada, se enderezó rápidamente y asintió con torpeza. —Eh... sí. Hola, quiero decir… encantado, senadora.

Padmé rió suavemente, sin rastro de burla en su reacción, lo que me hizo respirar un poco más tranquila. Era imposible no sentirse relajada en su presencia, como si hubiera algo en su energía que hacía que todas tus preocupaciones se diluyeran, al menos por un momento.

— ¿Sabéis si el Maestro Kenobi y…? —empezó a preguntar, pero no llegó a terminar la frase. Un grito inesperado y entusiasta resonó desde el pasillo, cortando el aire con una energía desenfrenada.

— ¡Senadora Padmé! ¡Missos colegas aquoi! —La voz inconfundible de Jar Jar Binks me hizo apretar los labios en una sonrisa y el gungan apareció con pasos torpes y patosos en el umbral, acompañado de nuestros compañeros de misión—. ¡Mira, mira, senadora! ¡Los Jedi han llegado! —Se detuvo cuando sus ojos emocionados se posaron sobre nosotros, parpadeando un par de veces antes de extender su mano en un saludo demasiado entusiasta—. ¡Hola, amigos Jedi!

Cal asintió en su direrción, con aire divertido. — ¿Qué hay?

Obi-Wan se adelantó, posicionándose frente a nosotros y se inclinó respetuosamente ante la Senadora Amidala:

— Es un placer verla de nuevo, mi lady.

— Ha pasado mucho tiempo, Maestro Kenobi —Padmé le estrechó la mano, sonriendo hasta que sus ojos se posaron en la figura a espaldas de Obi-Wan. Su rostro adquirió una expresión atónita y lo examinó de pies a cabeza, sin creer lo que veía—. ¿Ani? ¡Vaya! ¡Sí que has crecido!

¿Ani? Entonces no era yo la única que lo llamaba así de vez en cuando…

Anakin le sonrió, antes de inclinarse de la misma manera que Obi-Wan—. Encantado de verla otra vez, senadora.

Las mejillas de Padmé se encendieron y le devolvió la sonrisa alegremente antes de voltear su cuerpo y dirigirse hacia los asientos en el centro de la sala.

De pronto, sentí la mirada de Anakin sobre mí y me maldije mentalmente cuando no pude evitar encontrar nuestros ojos en ese instante. Anakin me veía de arriba abajo, hasta detenerse en mi rostro y pude jurar estar viendo el atisbo de una diminuta sonrisa asomarse por sus labios mientras me seguía contemplando. Deseé con todas mis fuerzas, saber que estaba pensando.

Sintiendo aún su mirada atravesarme, nos sentamos alrededor de Padmé que ajustaba su abrigo para estar más cómoda en el sofá. Cal se sentó a mi lado mirando a su alrededor con una mezcla de nerviosismo y entusiasmo. Al menos uno de los dos está disfrutando esto, pensé para mis adentros.

Pero cuando levanté la vista de nuevo, mis ojos tropezaron de nuevo con los de Anakin.

Había algo en su expresión, una mezcla de emoción y ternura que me hacía querer apartar la vista, pero no podía. No mientras él seguía mirándome de esa manera, como si intentara decir algo sin palabras. Y por un instante, el mundo exterior desapareció, dejándonos solo a nosotros dos en ese intercambio silencioso.

— Nuestra presencia pasará desapercibida, mi lady —habló Obi-Wan devolviéndome a la realidad. Quité mi mirada de Anakin y me centré en la conversación—. Le aseguro que no tiene de qué preocuparse.

— Servicio de seguridad de su majestad —se presentó un hombre atractivo, con un parche ocultando uno de sus ojos—. La reina está al tanto de la misión. No sabe cómo agradezco que hayan venido, la situación es más peligrosa de lo que la senadora quiere admitir.

Padmé resopló. — No quiero más seguridad, quiero respuestas —contestó, con un tono más endurecido que el anterior—. Necesito saber quién intenta matarme.

Obi-Wan suspiró. — Lo lamento. Hemos venido a protegerla, no a iniciar una investigación.

— Descubriremos quién intenta asesinarte, Padmé —aseguró Anakin, contradiciendo las palabras de su maestro—. Te lo prometo.

Cal y yo compartimos una mirada, confundidos.

— No nos excederemos en nuestro mandato, mi joven aprendiz —lo regañó Obi-Wan, “disimuladamente”.

Anakin se veía a punto de volver a decir algo que seguramente solo lograría molestar más a su maestro por lo que rápidamente carraspeé llamando la atención de todos. Intenté no sentirme intimidada ante la cantidad de ojos puestos sobre mí:

— Seguramente el asesino quede descubierto ante nosotros en nuestra tarea de protegerla —hablé, sin ninguna pizca de vacilación en mi voz—. Y cuando eso pase…

— Le patearemos las nalgas —terminó Cal por mí y yo asentí.

Obi-Wan nos lanzó una mirada de reproche mientras Padmé abría los ojos sorprendida.

— Lo que quieren decir es que nos encargaremos de él —nos corrigió ignorando la pequeña risa de Anakin—, y lo encarcelaremos en prisión.

Padmé parpadeó y asintió, aunque no se le veía muy del todo convencida. Nos regaló una sonrisa algo forzada y se levantó delicadamente del sofá: — Tal vez vuestra presencia baste para aclarar los misterios de esta amenaza. Y ahora si me disculpan, me retiraré a descansar.

Nosotros nos levantamos, inclinando la cabeza respetuosamente. Su doncella la siguió de inmediato y el tuert… el capitán de su equipo de seguridad se acercó a nosotros, dirigiéndose específicamente a Obi-Wan y a mí.

— Estoy más tranquilo teniéndolos aquí —Nos agradeció nuevamente—. Pondré un agente en cada planta y yo me quedaré abajo, en el centro de control.

Asentimos a modo de despedida y Obi-Wan se marchó detrás suya para comprobar la seguridad junto a Jar Jar Binks. Nos quedamos los tres parados como unos idiotas en medio de la sala; Anakin estaba inclinado hacia mí, yo estaba inclinada hacia Cal, y Cal estaba inclinado hacia la nada, mirando incómodamente a todos lados, como si buscara una salida de emergencia.

— Esto... Maestra, me acabo de acordar de que... um... olvidé hablar con el Maestro Windu hoy —comenzó, forzando una sonrisa—. Sí, eso. No le he dicho lo guapo que está y lo bien que brilla su cabeza.

Lo miré con incredulidad. Sabía perfectamente que era una mentira, y además de las malas. Windu aterrorizaba lo suficiente a Cal como para hacer que siempre se escondiera detrás mía cuando nos los encontrábamos en el Templo.

— No tienes que irte, calabaza —respondí, tratando de mantener la calma a pesar de los nervios que hervían en mi interior. No quería quedarme sola con Anakin, no ahora mismo—. Estoy segura de que puedes decírselo por la noche.

— No puedo, maestra. Su cabeza no brilla sin la luz del sol —insistió, mirando a Anakin de reojo, y luego desviando la mirada rápidamente. Si no estuviera tan frustrada, me hubiera reído de lo obvio que era su nerviosismo—. Regresaré más tarde.

Anakin, con los brazos cruzados y una pequeña sonrisa burlona en su rostro, observó la escena sin decir nada. Solo arqueó una ceja, aparentemente disfrutando del espectáculo.

— Cal —intenté una vez más, ahora con un tono más severo—, si cruzas esa puerta...

— Lo siento, maestra —me interrumpió antes de salir casi disparado hacia la puerta—. Nos vemos luego —me lanzó una mirada rápida, como pidiendo disculpas, y luego desapareció por el pasillo sin darme tiempo a responder.

Me quedé mirando la entrada con escepticismo, antes de soltar un gruñido. Le haré correr cuatro horas seguidas en el próximo entrenamiento, me prometí apretando los dientes.

Después respiré hondo, tratando de tranquilizarme. No podía permitir que mi molestia se notara demasiado.

Cuando giré la cabeza, Anakin estaba más cerca de lo que había estado antes, mirándome con esos ojos azules tan intensos que me persiguieron durante años. Me puse tensa al instante, pero traté de disimularlo. Seguía siendo un crío. Uno que se estaba desarrollando muy bien y que no ocultaba sus hormonas disparatadas al cien, pero un crío al fin y al cabo.

— Creo que me tiene miedo —señaló con una sonrisa ladeada, rompiendo el silencio.

— No eres tan intimidante —le respondí, tratando de sonar mordaz, aunque mi corazón me latía con fuerza en el pecho—. Solo es... un poco tímido. Además, le estoy enseñando a no temerle a nada ni a nadie.

Anakin soltó una risa suave, una que me hizo estremecerme de una forma que no quería admitir.

— Entonces tiene a la mejor maestra que pudo haber conseguido —sus ojos brillaron con algo que me hizo sentir aún más vulnerable—. No he conocido a ninguna mujer tan valiente como tú.

No pude evitar sonreír con arrogancia, aunque fuera una sonrisa tensa. Sabía que estaba en desventaja, pero no quería que él lo notara.

— Si, bueno… Es lo que tiene sobrevivir a una twi'lek sonámbula durante años en la misma habitación —me encogí de hombros.

— Parece que Cal te tiene especial cariño —habló, y aunque la frase era simple, el tono con el que lo dijo hizo que me ruborizara levemente—. Lo estás haciendo fuerte y ya no es tan inseguro como antes.

Me quedé callada por un momento, sin saber muy bien cómo responder. Me sentía acorralada, como si de alguna manera Anakin pudiera ver más allá de la fachada que trataba de mantener. Desvié la vista, tratando de enfocarme en algo, cualquier cosa, pero su presencia me envolvía.

— ¿Y tú? —preguntó de repente, con su voz ahora más suave—. ¿Estás... bien?

Mis ojos lo miraron con sorpresa. No habíamos tenido tiempo de hablar ayer apenas llegó de su misión y nos reunimos con el Canciller. Deduje que estaba tratando de sacar un tema de conversación cualquiera.

O quizás de verdad quiere saber cómo estás, susurró una pequeña voz oscura en mi cabeza.

— Sí, claro —contesté rápidamente, un poco demasiado rápido, y carraspeé—. Todo bien.

Anakin me observó por un segundo más, como si estuviera sopesando mis palabras. Luego, su mirada se suavizó un poco, y dio un paso hacia adelante, acortando más espacio entre nosotros. Maldita sea.

— Me alegra verte, ¿sabes? —dijo, y su voz sonó sincera, casi vulnerable.

Concéntrate, me recordé de nuevo, pero era difícil con él tan cerca, con su mirada fija en mí como si intentara descifrar cada pensamiento que me cruzaba la mente. Asentí, forzando una sonrisa que esperaba que fuera lo suficientemente convincente.

— Yo también me alegro de verte, Anakin.

Y lo decía en serio. A pesar de lo complicado de la situación, de todas las emociones confusas y contradictorias que sentía, me alegraba verlo. Pero esa alegría también me asustaba, porque me hacía preguntarme cosas que no debería. Alejé esos pensamientos y tragué saliva retrocediendo hacia los sofás. — Habéis estado mucho tiempo afuera. ¿Fue difícil?

— Sí —admitió Anakin, sentándose justo a mi lado, para mi desgracia—. Me sentí desconectado de todo y de todos… excepto de Obi-Wan, claro.

— Eso es precisamente lo que significa ser un Jedi —respondí, tratando de sonar tranquila mientras mis dedos se aferraban a la tela de mi túnica—. Desprenderse de lo familiar, de los apegos, y enfocarse únicamente en la misión.

— Es fácil decirlo, pero no hacerlo —murmuró Anakin, con una mueca que me hizo detenerme un instante. Sus labios se curvaban en una mueca que lo hacía parecer frustrado, casi impotente. Asentí, empatizando ligeramente con él.

— Creo… Creo que nunca estamos totalmente separados —murmuré en voz baja, como si compartiera un secreto—. La Fuerza conecta todo. Nada está realmente aislado.

— Dicho así, suena bastante romántico —comentó Anakin con una sonrisa, girándose para mirarme a los ojos. Sentí un nudo en la garganta, y me costó encontrar las palabras.

— Bueno, en cierto modo, lo es —respondí finalmente, sintiendo el calor subir a mis mejillas—. No en el sentido del amor, sino como una forma de ver la vida, con un toque de idealismo, de emoción.

¿Desde cuándo era tan filosófica? Oh, Shaak Ti y Yoda deberían empezar a temer.

— A mí me parece un poco inhumano —objetó Anakin con cautela—. Desprenderse de todos los apegos suena bien en teoría, pero no funciona en la práctica. Mírate a ti y a la Maestra Ti. O a ti y a Cal. Es evidente que os preocupáis mucho los unos por los otros.

— Supongo que sí… —admití, bajando la mirada al suelo. Había más en esta conversación de lo que quería admitir, y sentí un peso incómodo en el pecho—. La conexión que tengo con ellos es profunda, pero sé que es temporal. Pensar en eso me entristece —dije, volviendo a mirarlo a los ojos—, aunque también es una tristeza que debo aceptar. Porque, aunque un día podamos separarnos, sé que siempre estaremos conectados por la Fuerza, incluso después de que uno de nosotros se haya ido. Es una conexión, pero sin posesión. Es entender que todo pasa, con el tiempo.

— Suenas como Obi-Wan —murmuró Anakin, levantando la mano lentamente para apartar con delicadeza unos mechones de mi cabello que habían caído sobre mi rostro sin darme cuenta. Contuve la respiración, paralizada por lo cerca que nos encontrábamos—. Y creo que te equivocas —continuó, mirándome con una emoción que me dejó sin palabras, sus dedos rozando suavemente mi sien—. No creo que todo pase.

Me quedé contemplándolo, hipnotizada por la intensidad de su expresión, el azul de sus ojos llenando todo mi campo de visión. Sus nudillos permanecieron en mi mejilla durante lo que me pareció una eternidad, y sentí el calor de su contacto traspasando mi piel con una ligera caricia.

Entonces volví a la realidad y sacudí la cabeza, intentando despejarme. Anakin bajó la mano lentamente, y sentí que recuperaba el aire que había estado conteniendo.

Nos quedamos en silencio por un momento, ambos demasiado conscientes de la cercanía, y de que prácticamente se había atrevido a tocarme de una manera no muy propia de una Dama Jedi y un padawan. Me sentí abrumada, casi sin aire. El vigor de sus ojos y el calor de su mano aún en mi piel me dejaron temblando.

Tenía que salir de ahí, recuperar la compostura.

— ¿Sabes? Creo que es hora de decirle a Yoda que yo rompí su bastón sin querer y lo escondí —me reí nerviosamente, levantándome con torpeza—. Aún debe estar buscándolo —le sonreí algo tensa. Necesitaba cualquier excusa para salir de esa situación, lejos de la persona que me estaba volviendo loca. Me moví hacia la puerta con rapidez.

— Helene, espera... —la voz de Anakin me llamó desde atrás, su tono urgente, pero no me detuve. Fingí no haberlo escuchado, aumentando el ritmo de mis pasos mientras mi corazón latía con fuerza.

Salí al pasillo casi corriendo, sintiendo su ojos quemar mi espalda (o mi trasero tal vez) hasta que giré la esquina. No me atreví a mirar atrás, con la esperanza de que el espacio que ahora nos separaba ayudara a calmar el torbellino de emociones que me había dejado su cercanía.

Iba a necesitar mucho aguante durante esta misión.


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— ¡Y si me vuelves a dejar sola con él me encargaré de ponerte a meditar boca abajo durante la próxima clase! —le gruñí, mientras lo arrastraba de la oreja. La luz del atardecer ya se había desvanecido y ahora estábamos de regreso, y Cal se quejaba cada dos pasos. No iba a dejarlo escapar esta vez.

— ¡Ay, ay, ay! ¡Maestra, espera! —se retorció, tratando de zafarse—. ¡Lo hice por tu bien! ¡Quería darte un momento a solas con él!

Lo miré con incredulidad mientras tiraba un poco más fuerte y solté otro gruñido. — ¿Un momento a solas? ¿Te das cuenta de lo mal que lo he pasado? ¡Iba a hacerme pis!

— ¿Qué esperabas que hiciera? ¡Parecía que iban a besarse o algo así! ¡No quería ver eso! —respondió Cal con una mueca de asco, y luego se encogió un poco ante mi mirada fulminante.

— ¡Por la Fuerza, Cal! ¡Estamos aquí para trabajar! ¡No para...! —Me quedé sin palabras, furiosa y abochornada a la vez. Él me miró con expresión inocente, como si no entendiera de qué estaba hablando, y solté un suspiro frustrado—. Olvídalo. Pero que sepas que tu ración de leche azul irá para mí.

Estábamos a punto volver a entrar en la sala cuando oímos las voces de Anakin y Obi-Wan hablar en el interior. Me detuve en seco y le hice un gesto a Cal para que guardara silencio, presionando un dedo contra mis labios. Nos pegamos a la pared, agachándonos un poco para no ser vistos.

— Maestra, es de mala educación escuchar conver... —Cal no
terminó la frase cuando lo golpeé en la nuca para que se callara. Mi padawan soltó un chillido, mirándome con indignación.

— ¡Shhh! —le chisté, acercándome
más a la puerta, pegada a la pared. Agudicé el oído, intentando captar lo que estaban diciendo.

La voz de Anakin, con tono ligeramente molesto, fue lo primero que escuché: — Ni siquiera quiso quedarse más tiempo para hablar, maestro. No hubo un solo día en el que yo no pensará en su rostro durante estos meses y ella me evita como si fuera una enfermedad.

Cal levantó la cabeza para mirarme. — ¿Está hablando de la senadora?

Por favor que fuera así…

— Estás siendo muy negativo —le respondió Obi-Wan, intentando sonar tranquilo—. No puedes dejar que el corazón te controle, Anakin.

— Ella nos controla a mi corazón y a mí, maestro.

Tragué saliva, deseando con todas mis fuerzas que el suelo se abriera y un enorme y malvado Sith me llevara con él a las profundidades de un abismo. Sería mejor que seguir escuchándoles hablar de esa manera.

Rápidamente, me separé de la pared y emergí de la entrada con una sonrisa amplia y totalmente fingida, llamando la atención de los dos Jedi que se silenciaron de inmediato. Cal avanzó a mi lado con los ojos bien abiertos por la conversación y yo carraspeé, actuando con naturalidad: — ¡Buenas noches! ¿Hay alguna novedad?

Obi-Wan suavizó sus facciones viéndonos, también parecía estar relajado al creer que no habíamos oído nada.

— Nada por el momento, Helene —respondió, alejándose de Anankin—. El Capitán tiene hombres de sobra abajo, ningún asesino actuaría por ahí.

— Ah, ¿y qué hay de la Senadora Amidala? —improvisé, recorriendo el lugar con la mirada.

— Ha tapado las cámaras —me contestó Anakin mirándome fijamente, traté de no sonrojarme recordando nuestra interacción un par de horas atrás—. No le gusta que la estemos observando.

— A mí tampoco me agradaría la idea de que me observen mientras babeo —murmuró Cal por lo bajo.

Fruncí el ceño, acercándome al monitor para comprobar que efectivamente no se podía ver nada—. ¿Cómo se le ocurre tapar las cámaras? ¿Y si le pasa algo?

— Ha programado a R2 para que nos avise en caso de que se cuele un intruso.

Cal frunció el ceño, inclinándose hacia mí y susurró:

— ¿Qué es un R2?

Me encogí de hombros, sin apartar la vista de la pantalla.

— Un droide astromecánico —murmuré de vuelta—. Y parece que vamos a confiarle la vida de la senadora.

— Tranquilos, no corre ningún peligro —aseguró Anakin—. Puedo sentir todo lo que sucede en su habitación.

Obi-Wan soltó un suspiro, mirándolo con el ceño fruncido.

— Es una estrategia arriesgada —le respondió, en tono serio—. Y tus sentidos aún no están completamente afinados, mi joven padawan.

— Gracias por el voto de confianza, maestro.

Los minutos comenzaron a pasar lentamente, cada uno de nosotros deambulando por la sala, atentos a cualquier señal de peligro o movimiento sospechoso. Dimos varias vueltas, revisando cada rincón y sintiendo el peso de la responsabilidad en cada paso.

Muerta de aburrimiento, observé a Cal jugueteando con unas piezas de metal que había encontrado, como si fueran un rompecabezas improvisado. Decidí dejarlo tranquilo por un momento y me acerqué al balcón, apoyándome en la barandilla con un suspiro, dejando que la fresca brisa nocturna acariciara mi rostro. Las luces de Coruscant parpadeaban como millones de estrellas sobre el vasto paisaje urbano, y por un instante, me permití relajarme.

No pasó mucho tiempo antes de que sintiera una presencia detrás de mí. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Sabía perfectamente quién era, incluso antes de que se detuviera a mi lado.

— Coruscant es precioso —murmuré, sin apartar la vista del horizonte—. Cuando no estamos luchando por protegerlo.

— Y la vista vuelve a ser maravillosa —respondió Anakin, con suavidad.

Sentí su mirada sobre mí, como un peso palpable, y cuando me giré para mirarlo, me encontré con sus orbes azules fijas en lqs mías. Un escalofrío me recorrió la espalda, pero esta vez no por el frío. No pude evitar fijarme en las ligeras ojeras bajo sus ojos, signo de largas noches de desvelo. Fruncí el ceño, sin poder ocultar mi curiosidad. — ¿Qué sucede? Pareces cansado.

Anakin desvió la mirada y suspiró.

— No consigo dormir bien —admitió, recorriendo la vista de la ciudad con detalle—. He tenido pesadillas sobre mi madre. No sé porqué sueño con ella.

Lo observé en silencio, sintiendo el peso de esas palabras. Había algo vulnerable en la manera en que su rostro se endurecía, como si intentara mantener a raya el dolor que lo carcomía por dentro. Por un momento, sentí la ligera necesidad de acercarme más a él como consuelo pero deseché la estúpida idea rápidamente.

— Algún día dejarás de tenerlas —lo “alenté” como pude, removiéndome incómoda.

Esbozó una mueca que parecía una sonrisa, aunque no alcanzó a reflejar alegría.

— Preferiría soñar conti... —empezó a decir, pero se cortó a mitad de la palabra cuando vio mi expresión. Anakin rápidamente carraspeó, desviando la vista hacia la ciudad iluminada—. Quiero decir, espero encontrar algún otro modo de evadirlas —rectificó.

Tragué saliva y forcé una sonrisa, intentando que mi tono fuera más relajado.

— Estoy segura de que encontrarás la forma —contesté, aunque mi voz sonó un poco más tensa de lo que pretendía—. Eres más fuerte de lo que crees, Ani.

Él me miró de reojo, y fue cuando sentí el enorme remolino de emociones que dejó estallar en su cuerpo. Contuve las ganas de resoplar, mirando a otro lado. No me extrañaría si hasta las difuntas generaciones de Jedis las sintieran ahora mismo.

— Helene… —me llamó con suavidad e hice el esfuerzo de no tensarme ante el vuelco que dio mi corazón, que parecía en sintonía con el suyo—. Yo quería decirte que…

Pero antes de que pudiera continuar, un tornado de advertencia en la Fuerza me hizo estremecer. Algo estaba mal, algo me llamaba con urgencia hacia la habitación de la senadora. Levanté la vista hacia Anakin, y él asintió:

— Yo también lo siento —afirmó, y en menos de un segundo ya habíamos dejado atrás el balcón.

Corrímos detrás de Obi-Wan y Cal que ya habían desenvainado sus sables, previniendo el peligro. Sin dudarlo, encendí el mío justo al momento en que entré, sintiendo la energía vibrante en el aire. Delante de nosotros, un grupo de ciempiés venenosos rodeaba a Padmé, listos para atacar.

Sentí a Anakin moverse a mi lado y lo imité al instante, abalanzándome sobre los bichos mecánicos. Con movimientos precisos, cortamos los ciempiés que cayeron muertos al suelo de una sola estocada. La senadora se levantó, jadeando, sus ojos reflejando el miedo y la confusión.

Cuando menos lo esperé, vi a Obi-Wan zambullirse hacia un droide que flotaba tras la cristalera y se enganchó a él arrancando un grito ahogado por mi garganta. Vi como el droide se lo llevaba volando lejos por encima de la ciudad y Anakin soltó un gruñido frustrado tomando el sable de su maestro.

— ¡Manténganla a salvo! —nos gritó, antes de salir corriendo por la puerta en busca de speeder lo suficientemente rápido.

Una oleada de frustración me invadió. Me sentí impotente por no haber reaccionado a tiempo para detener a Anakin. Debería haber ido yo en su lugar. Suspiré, resignada, y volví mi atención a la Senadora Amidala, que parecía tan asustada como shockeada.

Me esforcé por sonreírle tranquilamente, aunque estaba segura de que volvía a parecer un Klatooinian asustando aún más a la pobre mujer.

— Bueno, senadoraa… —fingí estar lo más calmada posible mientras Cal parecía a punto de vomitar mirando a los bichos trozeados—. ¿Y qué perfume es el que usa?

Iba a matar a Obi-Wan.

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