ᴛᴇᴀʀs ᴏғ ʟᴏᴠᴇ
ᴛᴇᴀʀs ᴏғ ʟᴏᴠᴇ
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El País de los Lagos era de esos lugares que te dejaban sin aliento, un rincón tan hermoso que parecía salido de un sueño.
Desde que pusimos un pie allí, me quedé embelesada. El agua de uno de los lagos se extendía como un cristal, reflejando cada detalle del cielo claro y las montañas que lo rodeaban. Todo parecía tan perfecto y tan sereno, que la ruidosa y abarrotada Coruscant no tenía nada que envidiarle.
El silencio aquí no pesaba, sino que te envolvía en una calma profunda. Las colinas verdes y el aire fresco me hacían olvidar que estábamos en medio de una misión. Todo era tan solitario, pero no de la forma sofocante, sino de esa que te permitía pensar, respirar, ser por un momento. Y por un instante me permití relajarme. Aquí, el caos galáctico parecía algo distante, como si no pudiera alcanzarnos.
Padmé nos guió a través de un sendero de piedra hasta una casa pequeña y elegante que se alzaba justo al borde del lago. Parecía sacada de un cuadro: paredes de tonos suaves, grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol y un techo de tejas rojas que complementaba a la perfección el verde paisaje de Naboo. Las flores trepaban por las paredes como si fueran parte de la estructura misma, y el ambiente tenía un aire acogedor y antiguo, como si aquel lugar hubiera estado esperando nuestra llegada durante años.
Antes de entrar, me detuve en el umbral, cautivada por un conjunto de cerezos que se balanceaban suavemente con la brisa. Sus pétalos rosados caían lentamente, esparciéndose por el suelo como pequeños destellos de luz. Me embelesaba la escena, el contraste de sus colores contra el dorado del sol y el azul del lago. Había algo etéreo en ese momento.
— ¿Helene? —La voz de Anakin me sacó de mis pensamientos. Me giré, encontrándome con él parado junto a la puerta, sosteniéndola mientras esperaba pacientemente a que entrara.
Nuestros ojos se cruzaron por un breve instante antes de que yo asintiera y diera un paso hacia dentro. Él entró detrás de mí y Padmé se giró a vernos con una sonrisa de disculpa.
— Lamento que la casa sea tan pequeña —dijo apenada mientras nos invitaba a avanzar—. Hace mucho que no vengo aquí y, la verdad, nunca pensé en renovarla.
— ¿Pequeña? —repitió Anakin, incrédulo. Lanzó una rápida mirada a su alrededor, recorriendo la casa—. Esta entrada es más grande que mi habitación en el Templo.
Asentí distraídamente mientras mis ojos se detenían en una estatua de mármol, una figura delicada y detallada de alguna deidad que no reconocía; llevaba una lira en la mano y una corona de laureles
— Eso —señalé la escultura—... ni siquiera cabría por mi puerta.
Padmé nos sonrió con timidez. — Fue un regalo de la Reina durante una de mis visitas. Es verdad que esta casa es más sencilla en comparación con las otras propiedades, pero siempre me ha gustado su simplicidad.
Anakin negó suavemente con la cabeza, divertido, mientras yo seguía observando a mi alrededor con curiosidad. No era justo que yo me dedicara a salvar la galaxia durante toda mi vida ¡y ni siquiera tuviera derecho a unas vacaciones en un lugar como este!
— Senadora, ¿usted sabe sobre la explotación laboral?
— ¿Qué?
— Olvídelo —suspiré, recordando el medio-estúpido código Jedi que existía.
Padmé nos dedicó otra sonrisa.
— Las habitaciones están en el segundo piso —habló, señalando hacia las escaleras—. Podéis tomar las que queráis.
La curiosidad me hizo fruncir el ceño. — ¿Cuántas habitaciones hay?
— Seis —respondió ella con una pequeña sonrisa, como si fuera lo más normal.
Antes de que pudiera siquiera procesar las palabras “casa pequeña” y “seis habitaciones” en una misma descripción, Anakin se adelantó: — Nos alojaremos en las que estén más cerca de la tuya, por seguridad.
Padmé asintió, su mirada tenía un brillo divertido—. Me parece bien. Siempre y cuando ninguno ronque.
Una sonrisa se iba a plasmar en mis labios hasta que…
— Helene lo hace —soltó Anakin, sin pensar.
Mis ojos se abrieron al máximo y Padmé parpadeó sorprendida.
— Skywalker... —siseé lentamente, mientras mi mano se enroscaba en la empuñadura del sable bajo mi túnica—. Dime cómo diablos sabes eso…
Anakin se sonrojó, retrocediendo un paso.
— Te quedaste dormida el nave cuando volvíamos de Dathomir —explicó, y la sinceridad en sus palabras hizo que mi respiración volviera a la normalidad—. La Maestra Ti dijo que solo era cuestión de tiempo antes de que empezaras a hacerlo y así fue. También puede que Aayla lo haya mencionado en la noche de… —carraspeó, mirando a Padmé incómodo— la celebración.
Ahora fue mi turno de sonrojarme. Bien, sabía que yo no era una princesa durmiente por la noche ¡pero vivía con demasiado estrés encima! Así que era eso o que se me cayera el cabello en la ducha.
Padmé pareció darse cuenta de que estos eran asuntos Jedis que ni tenían absolutamente nada que ver con los Jedis, por lo que retrocedió un paso y nos dirigió una mirada algo agotada.
— Me gustaría descansar y cambiarme de ropa —comentó con suavidad, volviendo la vista hacia las escaleras de mármol—. Si os apetece, podéis explorar el lugar un rato y nos veremos en la cena.
Anakin asintió, inclinando la cabeza.
— Hasta la noche, senadora —le sonrió amablemente.
Padmé soltó una dulce risa mientras se dirigía a los escalones y rodó juguetonamente los ojos. — Oh, Ani… Sabes que puedes llamarme Padmé.
Anakin se sorprendió un momento, pero luego sonrió, como si la idea de llamarla por su nombre de pila le fuera más agradable.
— Hasta la noche, Padmé —repitió, con aire de familiaridad.
Histi li nichi, Pidmí.
De alguna manera, aquello que me hizo sentir un pinchazo en el corazón, una pequeña frustración reemplazo la serenidad que había corrido por mi cuerpo mientras nos establecíamos en este lugar y tuve que morderme la lengua para no soltar un gruñido. La repentina alegría en su voz me resultó desconcertante y me sentí molesta sin razón aparente.
Volví la cabeza hacia Anakin, mis labios apretándose en una línea.
— Hemos venido a protegerla no a coquetear con ella… —reproché en otro siseo, mirando la sorpresa formarse en su rostro, antes de girar la cabeza hacia la senadora—. Por favor, grita si necesitas ayuda o ves algo sospechoso.
Padmé asintió, aunque parecía un poco confundida—. Lo haré, Helene. Gracias.
Con un último saludo, desapareció por las escaleras, dejándonos a Anakin y a mí solos en la entrada.
La incomodidad se hizo evidente en la expresión de Anakin, quien, después de un momento de silencio, se aclaró la garganta y sugirió con un tono algo titubeante:
— ¿Quieres que vayamos a ver las habitaciones?
Su tono era un intento de romper el hielo, pero no podía evitar sentirme malhumorada. Acepté con un gesto de la cabeza, y ambos nos dirigimos hacia las escaleras.
Mientras subíamos, sentí su presencia detrás de mí. Su figura se proyectaba en las paredes y en el suelo, creando sombras que parecían seguirme. Había algo reconfortante en su presencia, aunque en ese momento me sentía demasiado contrariada para disfrutarlo plenamente. La solidez de su figura, firme y casi protectora, me hizo pensar en cómo siempre estaba ahí, respaldándome, aunque mi mente se resistía a aceptarlo.
A medida que avanzábamos, me pregunté si alguna vez podríamos dejar de lado la tensión y la confusión que parecía definir nuestra relación, pero por el momento, todo lo que podía hacer era concentrarme en el camino por delante y en la sombra que me acompañaba; su figura era alta y aterradora, la túnica que llevaba aún puesta ondeaba detrás de él haciéndola parecer una capa y su cuerpo parecía más grueso de lo que en realidad era.
Al llegar al segundo piso, una puerta se cerró suavemente a unos metros de nosotros, y supe que era la de Padmé. Con un ligero suspiro, me dirigí hacia las dos puertas que se alzaban a su derecha. La curiosidad me llevó a abrir una de ellas, y al instante quedé completamente perpleja:
La habitación parecía ser propia de una hada. Las paredes estaban decoradas con tonos suaves de azul y verde, evocando el paisaje de Naboo. Un gran ventanal permitía que la luz del sol iluminara el elegante mobiliario de madera clara y las delicadas cortinas que se movían con la brisa. En el centro, había una cama amplia y acogedora lucía sábanas de seda blanca y almohadas de tonos pastel. Un escritorio de madera junto a la ventana y una pequeña estantería repleta de libros y objetos decorativos completaban el ambiente.
Al fondo, una puerta conducía a un balcón, donde podía imaginarme contemplando la serenidad del país de los lagos. Era un oasis perfecto, un rincón donde podría encontrar un respiro en medio de todo el caos.
— Wow —murmuré, avanzando hacia la cama y sintiendo la suavidad de la madera. La estantería estaba llena de libros y acaricié el grosor de cada uno, sintiendo un pequeño cosquilleo en las yemas de mis dedos.
— Esto es... —empezó Anakin, aclarando su garganta, como si le costara encontrar las palabras adecuadas para describir un lugar así.
—¿Cómo se supone que vivamos así? —pregunté mientras avanzaba hacia el balcón. Era el lugar más hermoso que había visto jamás.
De repente, una sensación de incomodidad me invadió. Dormir en una cama tan magnífica me parecía egoísta cuando había tantas personas en la galaxia luchando por encontrar un lugar seguro. No era lo que un Jedi debería hacer.
— Es nuestro deber —respondió Anakin, uniéndose a mí—. Debemos cumplir con lo que se espera de nosotros.
Me giré para encontrar su mirada, y el silencio entre nosotros se volvió casi tangible. Era como si el calor del aire lo volviera sólido, dificultando el movimiento. Mirarlo a los ojos me llenó de un pánico que apenas podía comprender; me sentía atrapada en su mirada, incapaz de apartar la vista.
Una sensación confusa se apoderó de mí, y mis párpados se entrecerraron mientras me perdía en sus orbes azules. Sentí que perdía el control de mi cuerpo. Era un lugar impresionante, pero ahora, con él ahí, parecía aún más deslumbrante.
— Debes estar agotada —volvió a hablar, y su voz rompió la tensión en el aire. Respiré con rapidez, como si de repente me liberara de un hechizo—. Te dejaré para que descanses.
En ese instante, Anakin se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando suavemente la puerta tras de él. Al verlo alejarse, sentí que cada parte de mí lo llamaba, deseando que se quedara un poco más.
Y eso me aterrorizó por completo.
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Bajé las escaleras con un ligero nerviosismo, todavía sintiendo la calidez del sueño en mis huesos. Al llegar al comedor, esperaba ver a Padmé desfilando con algún nuevo look divino, pero me sorprendí al encontrar solo a Anakin sentado en una silla, absorto en algún juego con R2-D2. El droide chirriaba alegremente, emitiendo una serie de pitidos nada más verme.
Cuando Anakin se giró para mirarme, sentí que una especie de corriente me recorría. Sus ojos parecieron estar hipnotizados mientras recorría cada rasgo de mi rostro, como si intentara grabarlo en su memoria. Eso me hizo fruncir el ceño.
—¿Qué miras? —le gruñí, sintiendo la incomodidad aflorar en mi pecho.
Anakin se aclaró la garganta, y noté cómo su nuez de Adán se movía al hacerlo, atrayendo mi atención de manera inesperada.
—Te… te ves muy bien recién despertada —dijo, y su voz tembló un poco al pronunciar las palabras, como si le costara.
Mi ceño se relajó, pero no pude evitar sentir un ligero rubor en mis mejillas. La sinceridad en su mirada me desarmaba, y por un momento, me quedé sin palabras.
Giré la cabeza, distraída por la incomodidad de su cumplido, y mis ojos se encontraron con un enorme espejo colgado en la pared. Al observar mi reflejo, la sorpresa me invadió. Mi cabello estaba despeinado, alzado en direcciones imposibles, como si hubiera tenido una pelea con una tormenta. Mi rostro, ligeramente hinchado, me devolvía la mirada con ojos achinados y una expresión irritada que claramente no podía ocultar.
Me pregunté qué diablos había tomado ese chico para verme "bien". Esa imagen en el espejo era la evidencia clara de que había despertado hace solo unos minutos, sin cuidado alguno, y definitivamente no estaba en mi mejor momento. La risa de R2-D2 interrumpió mis pensamientos, como si también él estuviera disfrutando de la situación.
— Gracias... supongo —respondí, algo confundida, mientras avanzaba hacia él, sintiendo cómo sus ojos me recorrían con cada paso. Aunque ya no me resultaba tan desagradable como antes. Asumí que ya me había acostumbrado a ello.
— Ya he recorrido la casa en busca de peligros o algo sospechoso —avisó rompiendo el silencio, con una voz relajada—, nada de lo que preocuparse.
— Lamento haberme quedado dormida —admití, sintiéndome un poco culpable por haber perdido el tiempo. Se supone que yo era la Maestra Jedi, la madura, la responsable.
— Tranquila —Anakin le restó importancia—. Obi-Wan me dijo que pasaste la noche coordinando los planes de la misión, mereces un descanso —me sonrió y las avispas asesinas volvieron a acribillar las paredes de mi estómago—. Padmé sigue dormida. ¿Quieres hacer algo?
No supe como tomarme esa pregunta.
— Odio sentirme como una princesa de cuento cuidando a otra princesa de cuento —confesé, suspirando con frustración—. No tengo nada en contra de Padmé, pero preferiría estar pateando el trasero de algún Sarlacc que sentarme aquí a esperar a que alguien decida envenenar el té de la senadora.
Anakin sonrió levantando la comisura de su labio ligeramente. Él parecía más tranquilo respecto a nuestra misión: no le angustiaba pero tampoco lo entusiasmana.
— ¿Quieres ir al balcón? —sugirió, con una chispa de esperanza en sus ojos.
Lo pensé por un momento.
La idea de estar en un espacio al aire libre me atraía, pero hacerlo con Anakin también era un riesgo. Podía imaginarme apoyándome en la barandilla de mármol, disfrutando de la vista. Sin embargo, había algo inquietante en la forma en que él me miraba, como si cada detalle de mi ser lo cautivara. ¿Qué pasaría si esa conexión se volvía incómoda de nuevo? Quizás, si me sacaba de quicio otra vez, podría tirarlo desde allí sin que pareciera un accidente.
Mientras sopesaba mis pensamientos, me di cuenta de que me sentía atrapada entre el deseo de disfrutar del aire fresco y la necesidad de mantener las cosas bajo control. Pero la idea de escapar un rato del interior, de dejar de lado el peso de la misión y las preocupaciones, era tentadora.
— Está bien, vamos —respondí finalmente, caminando en su direrción.
Al salir, el aire fresco nos recibió como un abrazo. El balcón se extendía generosamente, con elegantes columnas de piedra blanca que le daban un aire majestuoso. La vista me dejó sin aliento:
Las flores, parecían una explosión de colores vivos, salpicaban el campo, creando un espectáculo casi mágico y el canto de las aves se mezclaba con el susurro del viento, llenando el aire con una serenidad tranquilizadora.
Me apoyé en la barandilla de mármol, sintiendo la calidez del sol en mi piel, y respiré hondo. Era la primera vez que tenía la oportunidad de admirar tanta la flora de un planeta sin estar completamente sumida en la misión.
— Es increíble —admití, observando el paisaje que se extendía ante nosotros—. Nunca había visto tanta naturaleza junta.
— Naboo tiene mucha diversidad —me respondió Anakin.
No pude evitar soltar una risa sarcástica.
— Coruscant es una mierda, un desastre tecnológico. Todo es ruido y edificios altos. Es como vivir en una inmensa caja de metal.
Anakin se rió suavemente, y por un momento, la tensión entre nosotros se desvaneció. Nos quedamos en silencio durante un minuto, disfrutando del entorno. Su cercanía no me molestó, a pesar de que en otra ocasión, su brazo rozando el mío habría hecho que lo alejara de mí con un simple tirón de la Fuerza. Esta vez, me sentí cómoda.
— En Tatooine solo hay arena —dijo, en un tono casi melancólico. Luego, su ceño se frunció—. Odio la arena.
— ¿La arena? —le pregunté, conteniendo una carcajada por la manera en lo que lo había dicho—. De todo mal que hay en la galaxia, ¿de verdad eliges odiar la arena?
— Es tosca, áspera e irritante. Y se mete por todas partes —Anakin hizo una mueca de desagrado, como recordando algo—. Aquí no es así. Aquí todo es suave… y sedoso.
Cuando me giré, Anakin ya había levantado la mano lentamente, y mi corazón dio un pequeño vuelco al ver cómo sus dedos se acercaban a mí. Antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, sus yemas tocaron mi piel, rozando suavemente mi brazo y ascendiendo hacia mi hombro en una lenta caricia.
Cerré los ojos, incapaz de evitarlo, mientras una corriente eléctrica recorría mi cuerpo. El simple toque encendió un fuego que parecía emanar de su piel, un calor que se extendía por mi ser y hacía que cada célula de mi cuerpo vibrara con una emoción que creía desconocer.
— Aquí todo es tan hermoso…
Al abrir los ojos, lo encontré a solo unos centímetros de mí, su rostro tan cerca que podía ver la luz que brillaba en sus mirada, una mezcla de deseo y vulnerabilidad. En ese instante, el mundo exterior se desvaneció, y la Fuerza nos envolvió en una burbuja de intimidad. El aire era espeso y cargado de tensión, cada segundo que pasaba sentía que la gravedad de la situación se hacía más intensa. Era un momento suspendido, lleno de posibilidades que amenazaban con desbordarse.
Mis sentidos estaban alerta, y sin embargo, la cercanía de Anakin me hacía sentir pequeña e insegura. Una parte de mí quería dejarme llevar, pero otra parte, más racional, luchaba contra la idea. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué lo disfrutaba? ¿Podía realmente permitirme este momento? La ansiedad comenzaba a burbujear en mi interior, a pesar de la atracción abrumadora que sentía por él.
Nuestros labios estaban tan cerca que podía sentir el calor de su aliento. Podía escuchar mi propio corazón latiendo con fuerza, cada pulsación un recordatorio de la fragilidad de la situación, de lo que podría arruinarse en un instante. La mezcla de emoción y miedo me dejaba sin aliento, y de repente, la realidad me golpeó con una claridad que no podía ignorar. Fue una línea que no debí cruzar.
Con un tirón de realidad, solté una bocanada de aire, apartando mi rostro de él, como si me hubiera quemado.
— ¡No!— solté, endureciendo mi voz, firme pero temblorosa. Aparté la mirada.
La magia del momento se desvaneció, dejando una mezcla de confusión y una chispa de lo que podría haber sido, flotando en el aire.
— Helene... —habló Anakin lentamente mientras observaba mi rostro con intensidad.
Sentí cómo mi respiración se aceleraba y, sin pensarlo, bajé las manos, dando un paso atrás para poner algo de distancia entre nosotros. Él, al ver mi reacción, bajó los brazos, como si quisiera darme el espacio que necesitaba. Intenté inhalar y exhalar, pero cada respiración solo me hacía sentir más agitada.
— Helene —llamó Anakin, su tono más firme, pero ya era demasiado tarde.
La presión de ese momento me resultaba abrumadora y, de repente, estaba corriendo, alejándome del hermoso balcón y adentrándome en la casa. Mi única esperanza era encontrar a Padmé despierta, pero, para mi desilusión, la casa permanecía en silencio.
Escuché a Anakin llamarme de nuevo, su voz llena de súplica. El sonido solo incrementó mi desesperación. La ansiedad me nublaba la mente, y mis ojos se movieron frenéticamente, buscando algo, cualquier cosa que pudiera ayudarme a hacer frente a la situación.
Fue entonces que noté un cuchillo delicadamente colocado sobre una mesa, su hoja brillante reflejando la luz suave que entraba por las ventanas. Sin pensarlo, lo tomé rápidamente, sintiendo su peso en mi mano.
Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, me giré, alzando el cuchillo en el momento en que Anakin cruzó el umbral de la puerta.
Se detuvo en seco al ver el arma en mi mano, sus ojos se ampliaron por un instante. Pero luego, su mirada se suavizó y me llamó de nuevo, esta vez con una voz suave y tranquilizadora.
— Helene, por favor...
— ¡No! —exclamé, sintiendo cómo la rabia y el miedo se entrelazaban dentro de mí—. ¡No ha pasado nada!
— Por favor —me rogó, dando un paso hacia mí, pero manteniendo su distancia—. Tengo que decírtelo.
— No quiero saber nada —negué, el cuchillo temblaba ligeramente en mi mano mientras intentaba mantenerme firme.
— Helene…
— No —repliqué, retrocediendo.
Anakin avanzó. — Desde el momento en que te vi…
— Skywalker, detente —supliqué tratando de mantenerme erguida.
—... hace ya tantos años.
— Te juro que te patearé el trasero si sigues hablando —respiré, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con caer de mis ojos. Fue como si necesitara los brazos de Anakin para apoyarme, y ahora temía desplomarme en el suelo.
Anakin dio otro paso hacia mí, sin dejar de mirarme a los ojos, a pesar de que el filo de mi cuchillo ya estuviera tocando su pecho. — No he dejado de pensar en ti un solo día.
Gruñí, sintiendo las lágrimas surcar finalmente mi rostro.
— Te lo advertí —siseé, girando el cuchillo para golpearlo con el mango.
Anakin reaccionó al instante, atrapando mi muñeca con rapidez, sorprendiéndome. Utilizando la Fuerza, arrebató el cuchillo de mis manos y lo arrojó a un lado. Jadeé, sintiendo su cuerpo tan cerca, a solo centímetros de mí. No podía apartar la mirada de sus ojos, y en ese momento, me sentí tonta y estúpida al darme cuenta de que era una Maestra Jedi llorando por un conflicto emocional frente al padawan que lo había provocado.
— Helene —empezó, sosteniendo mis brazos con firmeza mientras sus ojos se fijaban en los míos. No habría podido apartar la mirada, aunque hubiera intentado hacerlo; la intensidad de su mirada azul era un remolino que me absorbía en su tormenta—. Helene, te amo.
Mi mundo se derrumbó en ese instante.
Sus manos se alzaron para acariciar suavemente mi rostro, sosteniendo con ternura cada lado de mi cabeza. Sentí sus pulgares deslizándose por mis mejillas, limpiando las lágrimas que caían incontrolablemente.
— Te he amado durante diez años —continuó, manteniendo su mirada fija en la mía, sosteniéndome en ese instante—. Nunca he amado nada tanto como a ti. Ni la Orden, ni los Jedi, ni Coruscant, solo a ti.
— Basta —supliqué, con un hilo de voz.
— Eres lo que me ancla a este universo —afirmó con firmeza—, eres mi razón de existir —mis lágrimas fluyeron mientras lo miraba, sintiendo que mi cuerpo vibraba ante las palabras que había guardado tanto tiempo—, y estoy en agonía —agregó suavemente, con los ojos llenos de lágrimas—. Estás dentro de mi alma, atormentándome.
— Anakin —susurré, sintiendo que mis hombros temblaban mientras él los sostenía, queriendo apartar la mirada de sus ojos azules, queriendo no ver cuán vibrantes se volvían al llenarse de lágrimas.
— No puedo vivir un día más sin saber cómo te sientes —terminó antes de soltarme, como si intentara contenerme—. Por favor, si estás sufriendo como yo, dímelo.
Comencé a retroceder lentamente, sintiendo que la distancia entre nosotros se hacía más necesaria con cada paso que daba. — No puede suceder, Anakin —le dije, mi voz temblorosa pero decidida, como si esa fuera la única forma de protegerme.
Su rostro se tornó desesperado, y con un gemido ahogado, me preguntó: —¿Por qué?
— ¡Porque somos Jedi! —estallé, la frustración surgiendo con fuerza, incapaz de contenerla—. ¡Está prohibido! Y… y no sé ni siquiera lo que siento.
— Helene… —me llamó de nuevo, su voz tan llena de dolor que casi me rompió.
Podía ver las lágrimas brillando en sus ojos, y sentí que mi corazón se encogía al escuchar su súplica.
Pero ya no podía soportarlo.
— ¡No! —grité, con la desesperación punzando en mi pecho—. Nada de esto ha ocurrido. Olvídalo, Anakin.
Sin poder aguantar más, me di la vuelta y corrí escaleras arriba. Mis pasos apresurados silenciando todos sus llamados, cada vez más débiles. Sentía que mi corazón latía desbocado, una explosión de dolor y confusión que amenazaba con desbordarse en cada respiración.
Al llegar a la mitad de las escaleras, me crucé con Padmé, que me miró con sorpresa y confusión en su rostro. Llevaba un elegante recogido y un hermoso vestido que por el que fluían los colores amarillo, rosa y magenta de manera casi etérea. Cuando la senadora extendió su brazo hacia mí, a punto de preguntar qué ocurría, la esquivé rápidamente, sintiendo mi tristeza insostenible. No podía permitir que nadie más se interpusiera entre yo y el abismo de emociones que estaba sintiendo.
Así corrí hacia mi habitación, llevando conmigo el peor dolor que jamás había experimentado.
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