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ᴛʜᴇ ᴡᴀᴛᴇʀғᴀʟʟs









ᴛʜᴇ ᴡᴀᴛᴇʀғᴀʟʟs
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Me desperté al día siguiente, aún más agotada que antes de dormir.

Me levanté de la cama como pude, con mis músculos entumecidos por haber estado acurrucada en la misma posición durante horas. Me dirigí al espejo, y lo que vi me hizo hundirme un poco más. Tenía los ojos hinchados y rojos, el rostro pálido y el cabello desordenado. Parecía que todo mi dolor, toda mi confusión, había quedado reflejada en mi apariencia.

Qué patética me veía.

Aún me costaba creer cómo había reaccionado la noche anterior. ¿Qué me había pasado? ¿Por qué no fui capaz de manejarlo mejor? Era una Maestra Jedi, y me había comportado como una niña asustada.

Cerré los ojos con fuerza, apretando los labios al recordar cómo había salido corriendo, cómo me sentí incapaz de enfrentar lo que Anakin me había confesado. Me hacía sentir débil, frágil, y eso no era lo que yo era.

Sabía que él y Padmé habían estado rondando el pasillo toda la noche. Sentí sus presencias, inquietas, como si también ellos estuvieran esperando algo. Pero ninguno había llamado a mi puerta, y por eso les estaba agradecida. No habría sabido qué decir, cómo justificar el desastre que se había desatado. Me había refugiado aquí, escondiéndome de todo, como si no fuera capaz de enfrentar la realidad de lo que había sucedido.

Abrí los ojos y miré mi reflejo una vez más. No solo me veía mal, me sentía peor. Me desanimaba saber que había actuado de una forma tan cobarde, que había dejado que mis emociones me superaran de esa manera. ¿Cómo había permitido que ocurriera?

Con algo de vacilación, salí de la habitación. Mis pasos se sentían pesados, pero sabía que no podía seguir escondiéndome. Ya no era una cría de quince años que lloraba por el dolor de sus ovarios. Ahora tenía veinticuatro, ahora solo lloraba cuando se me declaraban.

Bajé las escaleras lentamente, respirando hondo antes de entrar en el comedor.

Cuando llegué, encontré a Padmé y Anakin desayunando, sus voces en una conversación tranquila que se detuvo en cuanto me escucharon acercarme. La forma en que Padmé miraba a Anakin no pasó desapercibida para mí: tenía esa mirada de admiración, de respeto... casi de cariño. Pero lo que me sorprendió fue cómo él no le devolvía la mirada. Apenas levantaba los ojos de su plato, y cuando lo hacía, se notaba que algo no estaba bien. Parecía desanimado, con una tristeza que lo rodeaba.

En cuanto me vieron, los dos se quedaron en silencio. Sus expresiones de sorpresa me hicieron sentir incómoda. Padmé me observó con curiosidad, pero mi atención la captó ese brillo preocupado que vi en los de Anakin. En cuanto él me miró, noté cómo su expresión cambiaba. Había algo en sus ojos, un destello que me hizo saber que mi presencia lo afectaba de alguna manera. Pero, tan rápido como apareció, se apagó, dando lugar a una mirada cargada de culpa al notar mi aspecto.

— Buenos días, Helene —me saludó Padmé cordialmente, con una sonrisa que trataba de suavizar la tensión—. ¿Te gustaría unirte a nosotros para desayunar?

— No, gracias —contesté, rechazando su invitación. Mi intención era sentarme cerca de la senadora, pero lo suficientemente lejos para evitar cualquier tipo de interacción... especialmente con él.

Pero entonces, ella sonrió con más suavidad y señaló la mesa. —Tenemos leche azul, por si te apetece.

Le eché un vistazo al jarro de leche azul, y mi estómago, a pesar del malestar, rugió con interés. Sin decir una palabra más, me encontré a mí misma tomando asiento frente a ellos. Ni siquiera rechisté. Solo me serví un vaso, aunque el ambiente se volvió tan pesado que era difícil tragar.

El silencio se extendió incómodamente en el comedor, denso y casi asfixiante. Podía sentir a Anakin ahí, tan cerca, pero ni él ni yo nos atrevíamos a mirarnos. Era como si todo lo que había ocurrido la noche anterior estuviera suspendido sobre nosotros, demasiado evidente para ignorarlo, pero igualmente imposible de abordar.

Padmé, al darse cuenta, optó por romper el silencio.

— Hoy no tengo ninguna obligación —comentó, tratando de darle un tono casual a la conversación—. Pero no me gustaría quedarme aquí todo el día sin hacer nada.

Anakin fue el primero en responder. Su voz profunda resonó, y aunque traté de no reaccionar, mi corazón dio un vuelco. —¿Hay algo que te gustaría hacer? —le preguntó amablemente, pero con una calma que casi me resultó insoportable.

Padmé sonrió, evidentemente aliviada de que al menos alguien estuviera hablando.

— Me gustaría hacer un picnic —respondió—. Las cataratas del país de los lagos son preciosas y... se respira tanta paz allí. Creo que deberíamos ir.

Esa idea no me entusiasmó tanto.

Suspiré internamente. Estaba allí para acompañarla, a donde ella fuera. No era como si pudiera negarme a su petición, era mi deber. Pero lo que realmente me inquietaba no era el picnic, ni el viaje a las cataratas.

Era Anakin.

Él también vendría.

Y no importaba cuánto tratara de ignorarlo, de evitar sus miradas, sabía que ese silencio entre nosotros era más fuerte que cualquier paisaje.

Ese silencio, incómodo y espeso, empezó a crecer dentro de mí como algo palpable, algo vivo, como si una presencia gigantesca se hubiera sentado en la mesa junto a nosotros. Era como tener un Bantha invisible allí, una cuarta entidad que no hablaba, pero que lo controlaba todo. Me hacía sentir torpe, me sonrojaba sin razón. Me ordenaba que mirara de reojo a la persona sentada junto a mí. Me decía que observara cómo Anakin alargaba la mano para alcanzar la canasta de pan y acercársela a Padmé.

Era una sombra que me seguía incluso cuando intentaba dormir por la noche. Sin importar cuánto luchara por expulsarla de mi mente, siempre volvía. Me hacía revivir cada gesto, cada palabra, cada cruce de miradas, y convertía mi estómago en un nudo imposible de deshacer. Mi cabeza daba vueltas, giraba sin control, como si esa presencia jugara con mis pensamientos.

Lo peor de todo era que, aunque quería que esa cosa desapareciera, había una parte de mí que no quería dejarla ir. Esa sensación, aunque inquietante, también era electrizante. Era como si toda la energía del universo se concentrara en mi pecho, como si el sol mismo viviera dentro de mí, irradiando calidez siempre que él estuviera cerca.

Sabía que esos "sentimientos" hacia Anakin habían estado ahí desde hacía tiempo. Quizás desde la primera vez que entrenamos juntos, cuando aún éramos más jóvenes y todo parecía más sencillo. Pero esos sentimientos siempre habían estado bajo control, siempre los había mantenido a raya, sabiendo que no podía permitirme actuar sobre ellos. La Orden Jedi era mi vida, mi prioridad absoluta.

Sin embargo, desde que habíamos llegado a Naboo, todo parecía desmoronarse. La Orden, la misión, mi propósito… todo eso empezaba a difuminarse, a desvanecerse, mientras estos sentimientos se apoderaban de cada rincón de mi mente. Ya no tenía control sobre ellos. No sabía qué hacer con lo que sentía. Ya no estaba segura de nada.

— Claro, un picnic suena... productivo —murmuré, intentando no parecer demasiado incómoda. El silencio volvió a adueñarse de la habitación por unos instantes, lo suficiente como para que me arrepintiera de haber dicho cualquier cosa.

De reojo, vi cómo Anakin levantaba la vista por primera vez desde que me había sentado a la mesa. Sus ojos se posaron en los míos, solo un segundo, pero ese segundo fue suficiente para sentirme atrapada de nuevo. Eran sus ojos. Siempre eran sus ojos.

— Podemos ir siempre y cuando no salga de la frontera —añadió, rompiendo la conexión, volviendo a mirar su plato—, pero supongo que suena… productivo.

— Entonces, está decidido. —Padmé nos sonrió a ambos y yo me pregunté nunca le dolían las mejillas de tanto hacerlo—. Será bueno para todos. Debemos conocernos mejor.

Apreté las manos sobre mi regazo, con el pulso acelerado. Aquella frase resonó en mi mente. Intenté ignorarlo, yo no quería  conocerlo más y a la vez quería saber todo de él, cada pensamiento que cruzaba por su mente cuando me veía, cada, cada emoción que ocultaba, aunque la mayoría las dejara al aire libre.

Anakin se levantó de la mesa de repente, y fui incapaz de no mirarlo mientras lo hacía:

— Daré una vuelta para comprobar la seguridad del exterior antes de que nos vayamos —nos avisó, con un tono que intentaba sonar casual, pero que a mí me pareció una clara excusa para alejarse. Aquello me dejó una sensación agridulce en el cuerpo.

Padmé asintió y una vez que Anakin desapareció, la habitación se sintió más pequeña, más íntima. Casi agradecí que se hubiera ido, su abrumadora presencia solo lograba marearme más de lo que ya lo estaba.

— Helene —comenzó Padmé, suavemente—, necesito saber cómo estás. No me he atrevido a preguntártelo antes porque sabía que no me responderlas con él cerca.

— Estoy completamente bien, senadora —respondí, con un tono que sonó demasiado alto, casi ansioso. Decidí jugar con la primera excusa que se me ocurrió—. Solo estoy… ovulando.

Padmé arqueó una ceja, visiblemente desconcertada.

— Ovulando —repitió, buscando entender mi respuesta. Luego, suspiró—. ¿Sabes? Anakin me habló sobre la discusión que tuvieron anoche.

Fruncí el ceño.— ¿Dis… cusión?

— Escuché gritos, pero no sabía de qué se trataba —admitió Padmé, con su voz algo culpable. Su mirada fija en mí me hacía sentir como si pudiera leerme como un libro abierto.

— Solo fue un malentendido —dije rápidamente, inventando una mentira que sonaba a medias creíble, pero era lo único que podía ofrecerle. No podía revelarle la verdad, no a ella, que era una íntima amiga de la Orden Jedi—. Ya sabes cómo son los hombres cuando pasamos mucho tiempo juntos, parece que son ellos los que andan ovulando.

Padmé parecía sopesar mis palabras, sin estar del todo convencida, pero decidió no presionar más. Al menos por ahora. Acercó su mano hacia la mía en un gesto tan cálido que me sorprendió.

— Helene, te voy a pedir que empieces a mírame más como a una amiga, que como una senadora a la que debes proteger —me habló de manera suave—. Quiero que sepas que puedes contar conmigo para cualquier cosa. No tienes que llevar cualquier carga sola.

Entonces no aguanté.

Las lágrimas comenzaron a asomarse a mis ojos, y me sentí tonta por ello. En un instante, la ausencia de Aayla y Shaak Ti se hizo sentir con fuerza, como si sus espíritus estuvieran a mi alrededor, recordándome lo importante que era compartir el peso de nuestras emociones con mujeres que podían entendernos claramente. Las extrañaba a ambas y a su apoyo incondicional.

— Lo siento, Padmé —susurré, sintiendo la vulnerabilidad apoderarse de mí—... no se sí puedo.

Padmé mantuvo su mano sobre la mía, sonriéndome con dulzura.

— Estás en Naboo, Helene —me recordó con la comprensión tildando en su voz—, no en Coruscant. Nadie te va a juzgar por ser tú misma de una vez por todas.

Sí, sí había alguien. Y era yo.

Llevaba toda mi vida aprendiendo a que mi personalidad, mi existencia, era reflejada por un Código Jedi ancestral que dictaba las reglas de cómo debía vivir y nunca me había molestado tanto como lo hacía ahora… ahora que sabía que podía librarme temporalmente de sus cadenas. La mano de Padmé continuó sobre la mía y logré ver la sensibilidad en sus ojos como la llave de aquellas cadenas. Le devolví la sonrisa.

Por primera vez en días, sentí que una pequeña parte de mí empezaba a sanar, y eso era más de lo que había podido esperar.




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— ¡Venga, dínoslo!

El sol brillaba intensamente sobre las cataratas, iluminando el paisaje con un brillo dorado que hacía que el agua pareciera un líquido cristalino. Estábamos sentados sobre una manta amplia y colorida, rodeadas por una fuerte flora amarilla que desprendía un polen dulce en nuestra dirección, creando un ambiente de paz y serenidad. Padmé insistía en saber cuál había sido mi primer amor y yo solo quería meter mi cabeza entre las flores para olvidarme del mundo.

Por el rabillo del ojo, miré hacia donde Anakin yacía tumbado, apoyado sobre los codos.

A pesar de la incomodidad que aún nos separaba desde la noche anterior, podía sentir su presencia a mi lado como una sombra. Sus ojos, fijos en mí, revelaban una deseosa curiosidad contenida. Aunque no sonreía, su rostro parecía reclamar la respuesta que Padmé deseaba.

— No hay nada que contar —respondí evasiva, sintiendo el calor de su mirada. La forma en que me observaba me hacía sentir expuesta.

— ¿Por qué no? —preguntó ella, inclinándose hacia adelante con interés—. Es divertido recordar eso.

— No fue alguien tan interesante como piensas —dije, tratando de restarle importancia.

— ¿Y entonces por qué no nos lo dices?

Suspiré, tratando de no verme irritada. Había pactado conmigo misma esta mañana para mostrar mis emociones lo menos posible. No quería que otro escándalo volviera a suceder por mi culpa, estaba segura de que nada parecido le habría pasado a otra Maestra Jedi y yo no iba a ser el hazme reír.

— Está bien, está bien —gruñí, dándome cuenta de que no podía escapar de su insistencia—. Yo tenía trece años, y había un padawan que era dos años mayor, se llamaba Aash —comencé, dejando que los recuerdos fluyeran—. Era guapo, fuerte, inteligente, siempre tenía una sonrisa confiada cuando ganaba un combate, yo quería ser como él. Considéralo como el tipo de chico que hacía que las chicas suspiraran —sonreí con nostalgia al recordar aquellos tiempos—. Aayla y yo a veces nos escapábamos para verlo entrenar. Tenía unos rizos muy bonitos.

Padmé escuchaba con atención, sus ojos brillando de emoción. — ¿Qué pasó con él?

— Murió en una misión —respondí simplemente, y la sonrisa de Padmé se desvaneció lentamente.

— Oh…

Pero una repentina alegría se manifestó a mi lado. Me volví para mirar a Anakin y vi cómo una leve sonrisa comenzaba a asomarse en su rostro, como si la historia que acababa de contar por fin le resultara más interesante.

Padmé empezó a hablar de su primer amor para olvidar el destino del pobre Aash, sin embargo, no pude evitar pensar en cuál hubiera sido mi reacción si Aash vivía lo suficiente como para pedirme salir, o confesar sus sentimientos hacia mí. Yo no tenía en ese entonces el Código Jedi tan en cuenta como ahora… o quizás simplemente, por Aash solo había sentido una pequeña atracción, no algo más grande.

En cuanto escuché a Padmé mencionar algo sobre la política, Anakin resopló atrayendo nuestra atención. — No te gustan nada los políticos, ¿verdad? —se rió ella.

Anakin se encogió de hombros, enderezándose.

— Me gustan un par de ellos, pero no tanto —confesó, viendo hacía el horizonte—. Este sistema no funciona.

Las palabras se escaparon de mi boca, inquisitivamente, antes de que yo pudiera detenerlas. — ¿Tienes alguna solución?

Anakin me miró con sorpresa, como si no pudiera creer que le hubiera hablado. Sus ojos azules brillaron y pude sentir su corazón bombardeando a través de la Fuerza. Tragó saliva, dejando al descubierto su nuez de Adán, y desvió la mirada, como si quisiera evitar mi atención.

— Necesitamos que los políticos se sienten a discutir los problemas —dijo, reacio a reconocerme—. Que acuerden lo que es mejor para la gente y actúen en consecuencia.

Padmé frunció los labios. — Eso es precisamente lo que intentan, Ani. Pero el pueblo no siempre está de acuerdo.

— Pues se les obliga a aceptarlo.

No pude evitar burlarme ante su afirmación. — ¿Y quién va a obligarlos? —pregunté, observando cómo su mirada se volvía lentamente hacia mí. Arqueé una ceja—. ¿Tú?

Anakin se sonrojó, visiblemente incómodo. — Por supuesto que yo no.

— Entonces, no te hagas ilusiones —espeté, manteniendo un tono suave—. Nada va a cambiar.

— Pero alguien con sabiduría tiene que hacerlo —replicó con determinación.

— Eso suena a una dictadura —señaló Padmé, volviendo a hablar.

— Bueno, si funciona… —sugirió.

Padmé y yo intercambiamos miradas incrédulas y Anakin mantuvo su desafiante mirada fija en nosotras, como si nos retara a contradecirlo. Pero, poco a poco, una sombra de sonrisa apareció en sus labios, y empezó a reír, contagiando a Padmé con su risa. Sin embargo, yo permanecí seria, atrapada en mis propios pensamientos. La risa en su rostro no encajaba con el mensaje que había intentado transmitir. ¿Era una broma? ¿O realmente creía que la opresión y la fuerza eran la única respuesta a los problemas de la galaxia?

¿Lo era?

— Nos estás tomando el pelo —le acusó Padmé, divertida.

Joder, no. Ya se me caía bastante en la ducha por el estrés que él me causaba.

Anakin fingió estar asombrado. — ¿A una Maestra Jedi y a una senadora? Jamás.

Mi atención se desvió lentamente hacia el horizonte, donde las cataratas brillaban con una luz mágica bajo el sol. Mientras observaba el paisaje, mi mente se perdió en pensamientos oscuros. Imaginé cómo sería una galaxia oprimida, cómo el trabajo de los Jedi no tendría sentido si la gente no disfrutaba de su libertad. Un escalofrío recorrió mi cuerpo ante la idea de un universo donde la esperanza estuviera muerta, donde el miedo reinara.

Al darme vuelta para mirar a mis acompañantes, encontré a Padmé tumbándose entre las flores mientras tarareaba una canción suave que se mezclaba con el murmullo del agua. A su lado, Anakin jugaba con una pequeña flor amarilla, girándola entre sus dedos como si buscara respuestas en su delicada forma

Cuando nuestras miradas se encontraron, su mano se movió lentamente hacia mí, ofreciendo la flor con un gesto tímido, casi como si esperara que yo lo rechazara de un manotazo. En ese momento, sentí un leve tirón en el corazón. No podía evitar sentir que su acto era más que un simple gesto; era un intento de conectar, de tender un puente entre nosotros.

Sin saber bien por qué, en lugar de ignorarlo o apartar la mirada, extendí la mano y tomé la flor.

— Gracias —murmuré, sorprendida por la calidez que me invadía al tocarla. Su expresión se iluminó por un instante, como si una chispa de esperanza hubiera encendido algo en su interior.

Mientras sostenía la flor, no pude evitar admirar a Anakin bajo la luz del sol. Sus facciones eran casi perfectas, con ángulos marcados y una sonrisa que podría hacer que cualquier corazón se derritiera. En ese instante, me pareció que era el chico más bello de la galaxia. Era imposible no sentir algo al mirarlo. Solo algo como él podría lograr hacerme llorar, aunque no fuera intencionalmente. Su mirada profunda despertaba emociones que creía enterradas.

De repente, su atención se desvió cuando avistó una manada de shaaks a lo lejos. Anakin sonrió ladinamente, y sin pensarlo se levantó para caminar hacia ellos con el entusiasmo de un adolescente problemático. Lo observé alejarse, perdiéndome en mis pensamientos mientras una mezcla de anhelo y frustración se apoderaba de mí.

La voz de Padmé me trajo de vuelta a la realidad: — Me alegra que hayáis hecho las paces —dijo con una sonrisa.

— Aún no hemos hablado de ello —respondí, rápidamente.

Padmé frunció el ceño con una mirada comprensiva. — Es muy difícil estar enojada con Anakin por tanto tiempo.

— ¿Cómo lo conoces tanto si llevas al menos diez años sin verlo? —le pregunté, intrigada.

Se sonrojó, encogiéndose de hombros.

— ¿Te soy sincera? No lo sé —Padmé suspiró, mirando hacia abajo—. Es como si lo conociera desde siempre. A veces siento que ya hemos coincidido en más de una ocasión.

Sonreí burlona, sin poder evitarlo. — Tal vez en otra vida.

Padmé se rió, asintiendo. — Tal vez en otra vida.

Justo en ese momento, un grito de Anakin resonó en el aire, llamando nuestra atención y cortando la conversación. Padmé y yo nos pusimos de pie al ver a Anakin montado en un shaak salvaje a lo lejos.

La escena era digna de una comedia intergaláctica: Anakin intentaba mantener el equilibrio, sus piernas aferrándose a la criatura mientras el shaak troteaba de un lado a otro, como si estuviera protestando ante su nuevo jinete.

— ¡Oh, dioses! —exclamó Padmé, ahogando una risa—. ¡Esto es increíble!

Y conociéndolo, completamente catastrófico.

Anakin reía mientras el shaak parecía decidir que ya había tenido suficiente de su jinete. De repente, la criatura dio un salto inesperado, elevándose en el aire antes de aterrizar con un estruendo. El movimiento fue tan brusco que Anakin fue despedido de su lomo, como si lo hubiera lanzado al espacio.

Estallé en carcajadas cuando Anakin se estrelló contra el suelo, levantando una gran nube de polen a su alrededor.

El shaak se dio la vuelta, como si se estuviera burlando de su desafortunado jinete y echó a correr lejos, junto a su manada. Padmé tomó mi muñeca con firmeza y empezamos a avanzar hacia él, que yacía tirado entre las flores, inmóvil por el impacto.

Aunque no podía dejar reírme, vi cómo la sonrisa de Padmé desaparecía lentamente de su rostro al darse cuenta de que algo no estaba bien.

— ¡Anakin! —llamó, su tono de voz cambiando a preocupación mientras se apresuraba a acercarnos a él.

Mis carcajadas no se detuvieron mientras recapturaba la escena en mi mente como si fuera un holograma cómico. Pero la risa se me empezó a congelar en la garganta cuando noté que Padmé sacudía mi muñeca con sus ojos llenos de inquietud.

— Helene, no se levanta —me advirtió, y su voz tembló por el miedo.

Poco a poco, no tuve más remedio que disipar mis risas. Aclaré mi garganta, adoptando la postura de Maestra Jedi antes de decidirme a mover las piernas y avanzar hacia donde estaba Anakin tirado como un muñeco de trapo. Pero en el camino, la imagen de su caída me hizo estallar de nuevo en risas. Sin embargo, se cortaron abruptamente al escuchar el grito frustrado de Padmé. — ¡Helene, ve rápido!

Rodé los ojos mientras avanzaba hacia Anakin, que seguía tirado boca abajo en las flores. Me acerqué y sacudí sus hombros con poca delicadeza, llamándolo repetidamente:

— Skywalker —llamé, sin obtener respuesta—. Skywalker, vamos. Estás asustando a la senadora.

La diversión de antes se había desvanecido, y una pequeña preocupación comenzaba a asomarse en el interior de mi estómago al ver que no respondía mis llamados y sacudidas. El sudor mojó las palmas de mis manos y agité sus extremidades una vez más sin resultado.

Con nerviosismo, giré su cuerpo con la esperanza de encontrarlo consciente. Pero, para mi sorpresa, ahí estaba él, riéndose de mí con una gran sonrisa en su rostro.

— ¿Preocupada, maestra? —preguntó, aún entre risas, mientras unas pequeñas flores se aferraban a su cabello desordenado.

La frustración se desbordó dentro de mí. Su actitud despreocupada me irritó y, a la vez, me resultaba adorable. — ¡Idiota! —gruñí, levantando el puño para asestarle un golpe. Pero antes de que pudiera impactar, Anakin atrapó mi muñeca con rapidez, un movimiento que me sorprendió por su agilidad.

— Oh, ¿de verdad? —dijo, con un tono burlón y esa chispa en sus ojos azules que a veces me dejaba sin palabras. Sin darme cuenta, él giró y, en un movimiento inesperado, me empujó hacia abajo.

Caí sobre la hierba, y antes de que pudiera reaccionar, ambos empezamos a rodar por el prado en una lucha, riendo y gritando en medio de la acción. Él se lo tomaba con total relajación, mientras que yo estaba decidida a tener el control. La hierba se enredaba en mi cabello, y el aroma fresco de las flores me envolvía mientras nos movíamos. Mis intentos de liberarme solo hacían que la risa de Anakin se intensificara.

— ¡Suéltame, imbécil! —grité, tratando de zafarme de su agarre, pero él me mantenía atrapada con una fuerza sorprendentemente juguetona. La forma en que me miraba, divertido y confiado, me hacía sentir una mezcla de irritación y una extraña excitación.

— ¿Y dejar pasar la oportunidad de abrazarla, maestra? No lo creo —Anakin se rió, mientras me mantenía inmovilizada con sus brazos.

Con un gruñido, intenté un movimiento rápido para girar y colocarme sobre él, pero Anakin se movió ágilmente, haciéndome caer de nuevo. El prado se sentía como un mar de flores, y me perdía en la alegría del momento, olvidando por un instante la tensión de antes.

— ¡Eres imposible! —exclamé, tratando de no reírme a la vez que me esforzaba por liberarme, empujando con todas mis fuerzas. Pero él simplemente sonreía, disfrutando de mi enojo.

Después de un rato y en un giro inesperado, Anakin terminó sobre mí, inmovilizando mis brazos a los lados. Su cuerpo estaba cálido y fuerte, y yo, cansada de la lucha, me quedé mirando su rostro. El sol brillaba sobre él, resaltando sus rasgos: las sombras de su mandíbula, la curva de sus labios, el destello de sus ojos azules que reflejaban una mezcla de diversión y algo más profundo.

A medida que el silencio se instalaba entre nosotros, sentí cómo mi corazón latía más rápido. Su mirada se volvió seria, casi contemplativa, y podía sentir un cosquilleo en el aire a medida que su rostro se acercaba al mío. La distancia entre nuestros labios se reducía lentamente, y cada segundo parecía alargarse, como si el mundo que nos rodeaba hubiera desaparecido.

No podía apartar la vista de sus ojos, y, por un momento, todo lo que había pasado entre nosotros se desvaneció. La conexión que compartíamos era intensa, y su aliento cálido me envolvía mientras se acercaba más. Podía casi sentir el roce de sus labios, y mi mente luchaba entre el deseo de que aquel instante se prolongara y la confusión que me provocaba.

Pero, de repente, un grito resonó en el aire, rompiendo el hechizo que me mantenía cautiva. — ¡Anakin! ¡Helene! —la voz de Padmé se acercaba, llena de preocupación.

La vi correr hacia nosotros, y la realidad volvió a mí como un balde de agua fría. Tosiendo un poco, empujé levemente a Anakin, apartándolo de mí mientras me incorporaba. Sentí que mi rostro ardía, un efecto que rogaba no delatara el sonrojo que me invadía.

— ¿Estáis bien? —preguntó Padmé, llegando jadeando. Su rostro mostraba una mezcla de preocupación y curiosidad mientras nos miraba alternativamente.

Ambos comenzamos a balbucear incoherencias, tratando de explicar lo que había sucedido, pero mis palabras se entrelazaban con las de Anakin, formando un torrente de excusas que solo confundían más a Padmé.

— Sí… estábamos… solo… .

— Comprobando que no hubieran minas bajo tierra —me inventé, rogando por parecer convincente. Anakin se rió levemente.

— ¡Por los dioses! —exclamó Padmé, frunciendo el ceño—. ¿Qué les ha pasado a ambos?

Adoptando un tono más autoritario, decidí que era mejor cambiar de tema. Mi voz se tornó más firme. — Creo que ya es hora de regresar a casa —dije, tratando de sonar más segura de lo que realmente me sentía.

Padmé me miró un momento, aún confundida, pero asintió lentamente, captando la urgencia en mi voz. Anakin se puso de pie, sacudiéndose un poco, y los tres comenzamos a caminar de regreso a casa.

Sin embargo, la presencia desorbitadamente alegre en la Fuerza de Anakin nos acompañó durante toda la trayectoria.

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