ᴛʜᴇ ᴘᴜʀᴇsᴛ ᴀɴɢᴇʟ
ᴛʜᴇ ᴘᴜʀᴇsᴛ ᴀɴɢᴇʟ
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Savage y yo caminábamos en silencio por el pantano, cortando ramas y troncos que bloqueaban nuestro camino con la precisión letal de nuestros sables. La niebla espesa del lugar dificultaba ver más allá de unos pocos metros, y el olor a humedad y podredumbre se mezclaba con la tensión entre ambos.
Intenté concentrarme en la Fuerza, buscando cualquier rastro de Obi-Wan. Sin embargo, todo lo que sentía era la oscuridad del pantano y la presencia perturbadora de Savage a mi lado. El Maestro Kenobi y yo no habíamos pasado suficiente tiempo juntos como para forjar un vínculo fuerte a través de la Fuerza, lo que hacía más difícil localizarlo.
Frustrada, dejé escapar un suspiro. Mi mente aún estaba nublada por la rabia y la confusión de lo que había ocurrido antes con Savage. Aunque acepté su oferta, no confiaba en él en absoluto.
Mientras cortaba una gruesa rama frente a mí, decidí romper el silencio que se cernía entre nosotros.
— ¿Por qué quieres matar a Kenobi? —pregunté hostilmente, sin siquiera mirarlo.
El zabrak me lanzó una mirada fría, sus labios formando una línea tensa antes de responder con dureza:
— No es asunto tuyo.
Su respuesta fue un golpe directo a mi paciencia, y la ira empezó a hervir en mi interior. Sin pensarlo dos veces, giré hacia él y extendí mi mano.
La Fuerza fluyó a través de mí como un torrente oscuro, apretando su garganta con una fuerza invisible. Los ojos de Savage se abrieron de par en par por la sorpresa mientras luchaba por respirar, incapaz de detener el ataque. Me acerqué lentamente, disfrutando del poder que tenía sobre él.
— No te corresponde hablarme de esa manera —le advertí, mi voz cargada de una frialdad que no reconocí en mí misma. Pero me encantó.
A pesar de estar siendo asfixiado, Savage me miró con desprecio, apenas logrando emitir palabras:
— El Sith… soy yo… no tú.
Aquello me arrancó una sonrisa cínica. Apreté más, disfrutando del control que tenía sobre él antes de soltarlo bruscamente, tirándolo al suelo con un golpe sordo. El zabrak cayó con un gruñido de dolor, pero su mirada seguía siendo desafiante
— Hasta un droide de hojalata se vería más Sith que tú —escupí con desdén, mirándolo como si fuera un insecto en el suelo.
De repente, el crujido de una rama cercana lo detuvo de responderme. Me tensé al instante, con los sentidos alerta. Examiné rápidamente el entorno, intentando discernir si algo o alguien nos estaba acechando.
— ¿Lo escuchaste? —pregunté con la voz baja pero firme, dirigiendo mi mirada a Savage, quien aún se recuperaba.
— Claro que lo escuché —respondió él con una tos seca, poniéndose en pie mientras sus ojos dorados barrían el lugar con cautela.
Apreté los labios, concentrándome en la Fuerza. Había algo extraño, un disturbio que no podía ignorar. Sentía su presencia, aunque difusa, mezclada con el entorno. Podía ser un animal, tal vez uno de los depredadores del pantano. Irritada, giré hacia Savage.
— No podemos detenernos por cada ruido. Tenemos que encontrar a Kenobi cuanto antes.
Las palabras apenas habían salido de mi boca cuando otro sonido quebró el aire. Más ramas rompiéndose, pero esta vez más cerca. Mi cuerpo entero se tensó, y mis dedos apretaron con fuerza el sable. Entonces una voz resonó desde arriba, con un tono ligeramente burlón.
— ¿Me llamaban?
Savage y yo nos giramos al unísono. Allí, en lo alto de un árbol, estaba Obi-Wan Kenobi, con su figura erguida y cautelosa. Antes de que pudiera reaccionar, lo vi saltar desde la rama, aterrizando con una agilidad impresionante.
Se irguió ante nosotros, su rostro tranquilo pero alerta, nos saludó con una calma irritante.
— Hola a todos.
Savage lo miró con odio puro, sus ojos estrechándose, y siseó su nombre entre dientes. — Kenobi…
Obi-Wan inclinó la cabeza ligeramente, con una expresión de curiosidad en su rostro.
— ¿Nos conocemos?
Gruñí, interrumpiendo su intercambio, y di un paso al frente, levantando mi sable de luz y colocándome en posición de ataque. La furia quemaba en mi pecho mientras lo miraba fijamente, mi mandíbula tensa.
— ¿Dónde está Anakin? —hablé enfurecida, dejando que mi voz transmitiera la desesperación y el miedo que intentaba reprimir.
Obi-Wan frunció el ceño por un momento, visiblemente confundido.
— ¿Anakin? —repitió lentamente—. Pensé que ya se las habría ingeniado para ir contigo en lugar de buscar el colgan…
Kenobi detuvo sus palabras de repente. Sus ojos se endurecieron al notar algo en mí. Bajó la vista, y por un momento, el silencio fue casi palpable. Sus ojos se fijaron en mi cuello, en la oscura y maldita reliquia Sith que colgaba de mí como una serpiente venenosa. Su mirada, normalmente tranquila, se llenó de advertencia, y su postura cambió, como si ahora entendiera el peligro que representaba.
— Helene... —su tono se volvió grave, cauteloso, mientras daba un paso adelante—, quítate eso. Ahora.
Savage sonrió, disfrutando visiblemente de la expresión tensa en el rostro de Obi-Wan y se regodeó de ello:
— ¿Por qué, Kenobi? ¿Acaso no le queda bien?
Rodé los ojos, más molesta por la situación que por el comentario de Savage. No era momento para su sarcasmo barato, y mucho menos para entretenerme con su juego. Fijé la mirada en Obi-Wan, haciendo un esfuerzo por controlar la furia que bullía bajo mi piel.
— Lo repetiré solo una vez más —dije, volviendo mi atención al Jedi—. ¿Dónde está Anakin?
Obi-Wan miró brevemente a Savage antes de volver a mí, sus ojos intentando descifrar la situación.Con un movimiento rápido y fluido, encendió su sable de luz, el familiar destello azul iluminando la niebla a su alrededor. Savage, como si hubiera estado esperando ese momento, activó su propio sable de doble hoja rojo, cuyos extremos crepitaron al contacto con el aire.
El contraste entre ambos no podía ser más evidente: luz y oscuridad, equilibrio y caos.
— ¿De qué se trata todo esto? —preguntó Obi-Wan con cautela, su postura defensiva y sus ojos moviéndose entre ambos.
Savage dejó escapar una risa cínica, una que resonaba con años de odio contenido.
— Esto es algo que llevo esperando desde hace mucho tiempo, Jedi —replicó, y sus ojos ardieron con la promesa de violencia.
Obi-Wan frunció el ceño, claramente más confundido que antes. Su mirada se endureció mientras observaba a Savage con mayor detenimiento, tratando de atar cabos. Al no obtener una respuesta clara, Savage arqueó una ceja, disfrutando el juego.
— ¿De verdad no sabes quién soy? —soltó con una sonrisa cruel antes de agregar—. Mi nombre es Savage Opress.
Obi-Wan lo miró expectante, sin mostrar reconocimiento. El silencio entre nosotros se hizo pesado, y mi paciencia, ya de por sí delgada, se agotó. Volteé los ojos y me dirigí a Savage.
— ¿Ves? Nadie te conoce —comenté con desdén.
El zabrak gruñó, visiblemente irritado por mi comentario. Obi-Wan, en cambio, bajó ligeramente su sable, dirigiendo su atención al color escarlata de las hojas del arma de Savage. Su expresión se tornó más seria mientras volvía a mirarme, y una sombra de inseguridad cruzó sus ojos.
— ¿Ahora te has aliado con un Sith? —preguntó con un tono que bordeaba el reproche.
Ignoré deliberadamente su pregunta. No era el momento para discutir alianzas ni moralidades. Todo esto, toda esta maldita situación, se debía a una sola cosa, y no era yo la culpable.
— Nada de esto estaría pasando si no quisieras matar a Anakin —espeté, mi voz cargada de resentimiento.
Obi-Wan dio un paso atrás, aturdido. La incredulidad pintó su rostro desconcertándome ligeramente.
— ¿Matar a Anakin? —repitió, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar—. Yo jamás intentaría matar a Anakin. ¿Qué diablos te ha hecho pensar eso?
Por un momento, el Lado Oscuro que me envolvía vaciló. Sentí un nudo en el estómago, una pequeña duda que comenzó a retorcerse en mi interior. Apreté mi sable de luz aún más fuerte, sintiendo cómo la incertidumbre comenzaba a arrastrarse por mi mente. Savage, a mi lado, me lanzó una mirada fría y severa.
— No lo escuches —ordenó, su voz rasposa, pero yo apenas lo registré.
Mi mandíbula se tensó, pero esta vez lo ignoré. Algo dentro de mí necesitaba respuestas, necesitaba entender lo que había visto. Apreté los dientes y le respondí a Obi-Wan, mi voz cargada de desesperación y rabia.
— Lo vi bajo el acantilado... —dije lentamente, como si al verbalizarlo pudiera dar más sentido a las imágenes en mi cabeza—. Sufriendo en el río, llorando lágrimas de sangre... ¡Todo por tu culpa!
Obi-Wan se quedó inmóvil, su mirada se suavizó por un instante, y vi cómo sus facciones reflejaban una mezcla de pena y confusión.
— Helene —comenzó, intentando calmarme—, lo que has visto no es real. Sabes que no permitiría que algo así le sucediera.
Pero el poder del colgante vibraba con más fuerza, y el odio seguía burbujeando en mi interior. La imagen de Anakin, sufriendo en ese río, no me abandonaba. La promesa de venganza, de justicia, era demasiado poderosa para dejarla ir fácilmente. Sin embargo, algo en los ojos de Obi-Wan me hizo dudar, aunque fuera solo por un segundo.
Kenobi me miró con una expresión que no había visto antes, una mezcla de tristeza y preocupación que contrastaba con la firmeza en su postura. Su mirada se desvió hacia el colgante Sith que colgaba de mi cuello, brillando con una energía oscura que parecía envolverme por completo. Con suavidad, bajó su sable ligeramente y habló, su voz más suave de lo que había anticipado:
— Helene —empezó, su voz casi como una súplica—, debes quitarte eso. El Lado Oscuro te está consumiendo y jugándote malas pasadas. No dejes que te controle.
Lo miré, resistiendo el impulso de tocar el colgante. Algo dentro de mí sabía que estaba en lo cierto, pero el poder que sentía era embriagador, como una corriente imparable que fluía dentro de mí. No estaba dispuesta a soltarlo tan fácilmente.
— No —respondí con firmeza—. No sabes lo que estás diciendo. Esto es lo que necesito. Estoy más fuerte que nunca.
Antes de que pudiera continuar, Savage soltó un gruñido bajo, enseñando los dientes como un depredador que marcaba territorio sobre su presa.
—— El Lado Oscuro es lo único que puede salvarla de la escoria que son los Jedi —espetó, y su voz era una mezcla de veneno y desdén. Dio un paso hacia adelante—. No son más que manipuladores. No se preocupan por nadie más que por ellos mismos y su precioso "equilibrio". Siempre pretendiendo ser los salvadores, pero son los responsables de destruir lo que tocan.
Savage comenzó a hablar con más fuerza, su discurso lleno de odio y rencor hacia los Jedi, como si cada palabra fuera un látigo dirigido directamente a Obi-Wan. Mientras él hablaba, Obi-Wan pareció tensarse, observándolo con una creciente comprensión en sus ojos.
— Ahora lo entiendo... —murmuró Obi-Wan, su voz apenas audible sobre el barullo del pantano—. Eres uno de los Hermanos de la Noche, ¿no es así?
Arqueé una ceja, sorprendida. Ni idea de que también hubieran prostitutos hombres aquí.
Savage esbozó una sonrisa cínica, sus labios curvándose lentamente, casi disfrutando de la revelación.
— Soy más que eso, Kenobi —dijo, su voz impregnada de malicia.
Hizo una pausa, dejando que el silencio se extendiera entre nosotros, y luego, con un gesto lleno de teatralidad, inclinó la cabeza hacia un lado, una sonrisa irónica en sus labios.
— Dime maestro Jedi, ¿recuerdas a cierto Sith que mataste hace ocho años? —preguntó, con su tono cargado de veneno—. Al que partiste en dos.
Obi-Wan parpadeó, su expresión tensa. En sus ojos vi el instante en que comprendió lo que Savage estaba insinuando. Su mirada se volvió estática, su respiración se detuvo por un momento, y luego, lleno de incredulidad, murmuró:
— Maul...
La sorpresa se apoderó de mí también. Aunque había sido una cría en ese entonces, recordaba vagamente las historias sobre Darth Maul, el Sith que había asesinado al Maestro Qui-Gon Jinn. También sabía que había recibido su castigo a manos de Obi-Wan siendo solo un padawan, quien lo partió por la mitad en la batalla de Naboo.
Sentí cómo la conexión entre Savage y Maul comenzaba a encajar, como si todas las piezas del rompecabezas finalmente tomaran forma. Mi mente retrocedió hacia la imagen de Maul, y comprendí con más claridad de dónde venía la furia de Savage. Era algo personal. Era una venganza.
— Así es, Kenobi—susurró Savage, sus ojos ardiendo con el fuego del rencor—. Darth Maul, mi hermano.
Obi-Wan no apartó la mirada, pero su expresión se oscureció. Y yo, atrapada en medio de esos dos, sentía el tirón del Lado Oscuro a mi alrededor, cada vez más excitado.
Él miró a Savage con una expresión que no era del todo de desprecio, sino más bien de lástima, como si lamentara el camino que el zabrak había decidido seguir.
— Ya veo que sucede —habló con una calma calculada—. No eres completamente un Sith, pero estás muy cerca de convertirte en uno.
El rostro de Savage se tensó, sus músculos marcándose con una furia contenida. No pude evitar soltar un leve silbido burlón, interrumpiendo la intensidad del momento.
— ¿Debería dejarlos hablar en privado? —pregunté, en tono de broma, mis ojos pasando de uno a otro.
Obi-Wan me ignoró por completo, manteniendo su atención en Savage.
— Regresa a tu aldea, Savage —le pidió el Jedi—. La venganza es innecesaria. La muerte de Maul fue justificada, y lo sabes. Él eligió ese camino.
¿De verdad era así? ¿Todos los Sith pudieron hacerlo? ¿Elegir el camino o más bien ser presionados a elegirlo por algo?
Las palabras de Obi-Wan parecieron encender algo más profundo en Savage. El zabrak rugió entre dientes, apretando el sable con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Yo, por mi parte, dejé de prestarle atención a la conversación, porque de pronto un escalofrío me recorrió la espalda. Sentí como si el Lado Oscuro estuviera susurrándome, advirtiéndome de algo que no alcanzaba a comprender.
Y entonces lo escuché otra vez.
— ¡Helene!
El grito desgarrador de Anakin, pidiendo ayuda.
Mi corazón dio un vuelco, el sonido me heló la sangre y una ola de desesperación me sacudió desde lo más profundo. Giré sobre mis talones, buscando frenéticamente la fuente del grito, con el nombre de Anakin brotando de mis labios casi sin pensarlo.
— ¡Anakin! —grité, mis ojos moviéndose de un lado a otro, buscando alguna señal, cualquier indicio de que él estaba cerca.
Lo único que me devolvió la realidad fue el sonido del chasquido de los sables de luz, cuando las hojas de Savage y Obi-Wan se encontraron en el aire, lanzando destellos de energía que iluminaron el pantano. Una parte de mí sabía que debía aprovechar la pelea para eliminarlos a ambos. Tenía la oportunidad perfecta: estaban distraídos, concentrados el uno en el otro, y el poder del colgante me hacía sentir invencible. Podría matarlos y nadie me detendría.
Pero otra parte… otra parte desesperada, me impulsaba a encontrar a Anakin. Su grito me llenaba de angustia, y el Lado Oscuro me jalaba en direcciones contradictorias. Volví a gritar su nombre, ignorando por completo la batalla que se desarrollaba tras de mí. Todo lo que importaba era encontrarlo. Tenía que encontrarlo.
Savage y Obi-Wan intercambiaban golpes con una velocidad y precisión aterradora, sus movimientos creando una visión mortal de destellos rojos y azules. La furia hirvió dentro de mí, mis manos temblaban mientras apretaba mi sable.
— ¡Anakin! —grité nuevamente, sintiendo cómo la desesperación me devoraba por dentro.
— ¡Helene! —La voz de Obi-Wan rompió mi frenesí, y me detuve por un segundo, lo suficiente como para que sus palabras penetraran mi mente—. ¡Quítate el colgante!
Me detuve en seco, confundida. ¿Era esa la única forma de volver a ver a Anakin? Claro, él era el Elegido, el que debía destruir a los Sith. Pero si me veía así, si me veía con este poder del Lado Oscuro fluyendo a través de mí… ¿me mataría? ¿Podría yo matarlo a él si fuera necesario? Las dudas me inundaron, y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas de pura frustración. Savage, que aún estaba en medio de su combate con Obi-Wan, me gritó entre dientes.
— ¡No lo escuches! —rugió el zabrak, su voz llena de odio mientras golpeaba a Obi-Wan con toda la fuerza que poseía—. ¡Solo el Lado Oscuro es tu salvación!
Mi furia estalló. No podía soportar más. No podía seguir dudando. Con un grito de rabia, me abalancé sobre ellos, con la intención de acabar con ambos de una vez por todas. Sin embargo, antes de que pudiera atacar, Savage movió su sable de doble hoja con una velocidad increíble, y la otra hoja se clavó en mi costado. Un dolor punzante me atravesó. Sangre cálida comenzó a manchar mi túnica, pero mi rabia, alimentada por la oscuridad, me mantenía en pie.
La pelea se volvió frenética. Savage y Obi-Wan seguían luchando con una intensidad feroz. Savage estaba enfocado en destruir a Obi-Wan, sin prestar atención a nada más. Mi propia herida ardía, pero no podía permitirme el lujo de caer. Me lancé a la pelea, atacando sin piedad, con el deseo de acabar con ambos.
Obi-Wan, a pesar de estar rodeado de enemigos, se movía con una agilidad sorprendente. Sus acrobacias eran impecables, saltando y girando para esquivar los golpes de Savage, contrarrestando con precisión cada embestida. Parecía estar un paso por delante de nosotros, como si pudiera prever cada uno de nuestros movimientos.
Savage, en cambio, atacaba con brutalidad, completamente centrado en su objetivo. A pesar de haberme herido, no me prestaba atención. Solo quería destruir a Obi-Wan.
El sable rojo de Savage giraba en círculos feroces, buscando cualquier oportunidad para derribar al Jedi. Pero Kenobi no se dejaba intimidar. Saltaba, giraba, bloqueaba cada ataque con precisión quirúrgica. Su control sobre la Fuerza era evidente, y por un instante, recordé por qué tantos consideraban a Obi-Wan Kenobi uno de los mejores.
Yo me movía entre ellos, tambaleante pero peligrosa, tratando de aprovechar cualquier apertura para atacar. El dolor en mi costado ardía, pero mi rabia lo superaba. Cada vez que me acercaba a Obi-Wan, él lograba esquivarme, manteniéndose en guardia mientras Savage lo atacaba.
El aire vibraba con la intensidad del duelo. Los sonidos de los sables cortando el aire, el impacto de los choques de energía, todo se mezclaba en una danza mortal. Pero en medio del caos, fue Obi-Wan quien encontró el punto débil.
Con una precisión increíble, Obi-Wan lanzó un golpe rápido hacia Savage, desviando una de las hojas del Zabrak y luego girando sobre sí mismo en un movimiento fluido. La hoja azul de su sable atravesó el brazo de Savage, separándolo del cuerpo en un solo movimiento.
El grito de Savage resonó en el pantano, su furia se transformó en agonía mientras su brazo caía al suelo. Me detuve, sorprendida, jadeando por el esfuerzo y el dolor, viendo cómo Obi-Wan había logrado detenerme a mí y herir a Savage al mismo tiempo.
Savage cayó de rodillas, su rostro contorsionado por la ira y el dolor, mientras Obi-Wan retrocedía, manteniendo su sable encendido, siempre vigilante, listo para lo que viniera a continuación.
Kenobi, jadeando levemente pero manteniendo su compostura, miró el caos que acababa de desatarse. La batalla había terminado tan rápido como había comenzado. Observó a Savage, quien aún se retorcía de dolor por su brazo mutilado, y luego me dirigió una mirada intensa.
— He hecho lo correcto —habló, pero su voz era calmada, casi con un toque de compasión y sin ningún rastro de odio.
Esas palabras, esas simples palabras, prendieron fuego a mi furia. Sentí cómo el Lado Oscuro respondía de inmediato, amplificando mi rabia. Sin pensarlo dos veces, me lancé hacia él, mi sable de luz apuntando directamente a su pecho, dispuesta a atravesarlo, a acabar con él en un solo movimiento.
Pero Obi-Wan me vio venir. Justo cuando estaba a punto de alcanzarlo, levantó una mano. Con un rápido gesto de la Fuerza, me empujó hacia atrás con una fuerza arrolladora. Volé hacia un costado, estrellándome contra una estructura enorme y desvencijada del pantano. El impacto fue brutal, y en el proceso, algo enorme y pesado empezó a desplomarse sobre mí.
Vi las rocas caer en cámara lenta, enormes fragmentos de piedra que se desprendían del terreno elevado, y supe que no podría moverme lo suficientemente rápido para evitar ser aplastada. El dolor de mi herida y la furia que me cegaba me mantenían atrapada, sin capacidad para reaccionar.
Pero, justo cuando las rocas estaban a punto de impactarme, todo se detuvo. Las piedras flotaron en el aire, como si una mano invisible las hubiera sujetado en el último segundo.
Alguien había intervenido.
Mi aliento se cortó en un instante cuando giré la cabeza y vi a Anakin, a tan solo tres metros de mí. Él estaba en perfecto estado, como si la agonía que había presenciado no hubiera existido nunca.
La mano extendida hacia los escombros era la única señal de su intervención, y estos fueron lanzados lejos con una fuerza impresionante. Un suspiro de alivio escapó de mis labios mientras observaba cómo los objetos pesados caían con un estruendoso golpe en el suelo, lejos de donde yo yacía.
— Anakin... —susurré, casi como si el simple hecho de pronunciar su nombre pudiera deshacer la confusión que sentía.
Los sentimientos tumultuosos en mi interior, agitados por el Lado Oscuro, luchaban por tomar el control. La visión de Anakin en ese estado tan distinto, sus ojos oscurecidos por la influencia del planeta, me dejó atrapada en una maraña de emociones encontradas.
Anakin avanzó hacia nosotros, su presencia imponente eclipsando todo lo que me rodeaba.
Mientras yo estaba paralizada, vi a Obi-Wan, con su sable encendido, manteniendo a Savage aprisionado. La furia en los ojos de Savage era palpable, y su mirada me presionaba, como si esperara que interviniera, que me uniera a él para deshacernos de los Jedis.
Pero yo también era una Jedi, ¿no?
Deshice ese pensamiento y me levanté lentamente, sin tener claro qué hacer. Mi cabeza estaba hecha un torbellino.
Fue entonces cuando Anakin se colocó frente a mí, sus ojos eran dos abismos azules que parecían atravesarme. La mirada fija que me dirigió era una mezcla de decepción y reproche.
— Te dije que me llamaras cuando estuvieras en peligro —empezó, su voz grave y cargada de un sentimiento que no pude explicar—, no cuando tú fueras el peligro… —sus ojos se posaron en el colgante Sith que pendía de mi cuello, y sentí un escalofrío recorrerme.
Sus palabras me golpearon como un látigo. La verdad en sus palabras era ineludible. Me había dejado consumir por el odio y la oscuridad, y ahora, estaba frente a él, incapaz de distinguir con claridad qué era lo correcto. La culpa y la desesperación se entremezclaban en mí, mientras el Lado Oscuro seguía tentando mi juicio.
Anakin relajó su postura y avanzó más entrecerrando el pequeño espacio entre nosotros. Su siguiente acción me sorprendió aún más cuando levantó su mano izquierda y las yemas de sus dedos recorrieron lentamente el camino de mi piel desde mi vientre ligeramente descubierto. Continuó su avance, haciéndome sentir el tacto de un toque fantasma que subía lentamente hacia mis clavículas y la respiración se atascó en mi garganta mientras permanecía quieta, mirando su perfecto rostro.
Tiró un poco del cuello de mi camisa y un suave jadeo escapó de mis labios cuando sus dedos se encontraron con la reliquia, presionando el frío metal contra mi piel. Antes de que pudiera haberlo previsto, Anakin arrancó el colgante de mi cuello con un brusco movimiento y la acción me hizo tropezar hacia él, sintiendo enseguida cómo sus brazos me recogían con firmeza y delicadeza al mismo tiempo.
Entonces me sentí horrible, como si hubiera sido un receptáculo para el Lado Oscuro, una marioneta en sus manos. Cada acción que había tomado, cada decisión que había hecho bajo la influencia de esa reliquia, me pesaba enormemente. Las visiones distorsionadas, el odio que había sentido, todo parecía estar colapsando sobre mí.
Recordé las palabras de Yoda, sus advertencias sobre cómo la reliquia era capaz de crear ilusiones y alterar la realidad. La imagen de Anakin agonizando volvió a mí haciéndome estremecer. Me había dejado engañar, me había dejado manipular…
Lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, deslizándose por mis mejillas mientras permanecía en los brazos de Anakin. Sentía una desesperación tan profunda que no podía evitar llorar con fuerza. El peso de lo que había hecho, de lo que había visto y sentido, me resultaba insoportable.
Anakin, con una ternura y comprensión que ni siquiera el ángel más puro podía ofrecer, acarició mi cabello con suavidad. Por primera vez, su voz resultó ser una luz en la oscuridad:
— No ha sido culpa tuya —susurró, y sus palabras parecían ser una suave manta que me envolvía. Enseguida supe que estaba usando la Fuerza para calmarme—Estoy seguro de que no ha sido culpa tuya.
Pero yo había caído en la trampa de Savage, ¿no?. Me lo merecía. Me lo merecía por haber sido tan estúpida y dejarme engatusar. Apreté más la tela de su ropa y escondí mi rostro en su pecho, como si de alguna manera pudiera encontrar lo más parecido a un refugio en él.
En ese momento, algo en la Fuerza cambió y escuché los pasos de Obi-Wan acercándose con un adolorido y apresado Savage hasta nosotros. Levanté la cabeza para mirar sospechosamente a Anakin.
— ¿Qué… Qué sucede? —pregunté, percibiendo en su presencia una profunda ira, que bordeaba la animosidad.
Anakin parecía intentar recomponer su rostro mientras miraba a Savage y sus manos se apretaron firmemente en mis caderas, pero no era capaz de que sus rasgos volvieran a la normalidad por completo. No tenía el típico don de enmascarar emociones. No cuando estaba alrededor mía, al menos.
— Lamento interrumpir, pero es hora de marcharse —habló Obi-Wan, provocando un sonrojo vergonzoso en mi rostro e intenté apartarme ligeramente solo para que Anakin apretara más sus dedos en mi cintura—. Tenemos que salir del planeta y regresar a Coruscant cuanto ant…
Pero antes de que pudiera concluir, el comunicador de todos comenzó a sonar. La repentina interrupción hizo que mi corazón diera un salto. Recordé de inmediato a mi maestra, aún perdida en algún rincón del pantano, ajena a todo lo que había ocurrido.
Cuando encendí el comunicador, una voz desconocida y arrastrada emergió de los altavoces:
— Tenemos a su bonita compañera Jedi a bordo en una de nuestras naves —siseó, cargada de un tono amenazante. —Si la quieren con vida, vengan a buscarla y entreguen el colgante.
Y el mensaje se cortó.
Anakin, Obi-Wan y yo nos miramos atónitos, en silencio ante lo que acababa de pasar en el lapso de cuatro segundos. Anakin parpadeó viendo a mi comunicador y su voz sonó vacilante cuando habló—. ¿Qué… Qué diablos ha sido eso?
Ninguno de nosotros respondió.
Pero entonces, escuchamos una risa: una cínica y seca que provenía del rostro agachado de Savage Opress, su brazo -o lo que quedaba de él- seguía sangrando y derramándose por el resto de su cuerpo. Savage levantó la mirada y no sonrió, una sonrisa juguetona y sádica a la ve
— Bueno —comenzó, retorcidamente divertido—... No pensaron que eran los únicos interesados en la reliquia, ¿verdad?
Y caí en cuenta. Mierda.
Los separatistas tenían Shaak Ti.
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