ᴛʜᴇ ᴄᴇʀᴇᴍᴏɴʏ
ᴛʜᴇ ᴄᴇʀᴇᴍᴏɴʏ
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El Gran Salón en donde se celebraría nuestra ceremonia estaba decorado con una elegancia casi etérea.
Había estandartes dorados y azules colgaban de las paredes, y el techo abovedado reflejaba una luz suave que iluminaba el lugar. Me di cuenta de que solo Kit, Aayla y yo éramos los padawans que iban a ser nombrados Caballero y Damas Jedi ese día.
Y, aun así, la sala estaba llena. Maestros Jedi, Caballeros y otros padawans más jóvenes ocupaban sus asientos, observándonos con interés. También veía figuras importantes de la República entre los presentes, lo cual me hizo sentir aún más nerviosa.
Sabía que la Orden estaba apresurando las promociones a Caballero Jedi, tratando de ascender a los mejores padawans lo más rápido posible. Desde que volvimos de nuestras respectivas misiones, ya se habían llevado a cabo varias ceremonias similares en las últimas dos semanas. El Consejo quería más Caballeros Jedi como generales al mando de sus propios batallones de clones.
La Maestra Ti (forzada por el Consejo) me había llevado a numerosas reuniones de estrategia, haciéndome aprender tácticas de guerra y absorber antiguas enseñanzas sobre el arte de la batalla. Todo eso me dejaba una sensación amarga, pero hice un esfuerzo por dejarlo de lado mientras esperaba mi turno. No era la guerra lo que me aterrorizaba, sino la cantidad de vidas que estarían en mis manos.
Estaba arrodillada junto a los demás mientras el Maestro Yoda recitaba antiguos pasajes con su voz pausada. El Consejo nos rodeaba, formando un círculo solemne, y sobre ellos, en la parte alta de la sala, se encontraban varios Caballeros Jedi observando la ceremonia. Algunos habían venido porque estaban cerca, otros porque asistir a estos rituales parecía ser una prioridad para ellos.
Al alzar la vista, noté a Obi-Wan sentado entre ellos. Y detrás suya, aún como padawan, estaba Anakin. Mi corazón dio un vuelco al verlo.
No habíamos cruzado palabra desde aquella noche en el club. Con una resaca terrible, la Maestra Ti me arrastró a su habitación y me obligó a contarle toda la verdad. No se creía que Kit y Aayla hubieran decidido salir de fiesta sin que yo estuviera detrás de la idea. Pero por suerte, no hubo castigos; las responsabilidades nos desbordaron mientras nos preparábamos para ser nombrados Caballeros Jedi.
Aun así, me aseguré de evitar a Anakin desde entonces. No porque no pudiera verlo… sino porque no quería. Recordaba demasiado bien esa noche.
Entonces nuestras miradas se encontraron, y sentí como si el aire se me escapara de los pulmones al darme cuenta de que me había pillado observándolo.
Pero la sonrisa que esbozó fue suficiente para hacerme olvidar dónde estaba; era tan suave, tan malditamente genuina y encantadora, que un calor traicionero subió a mis mejillas. Anakin no apartó la vista, y por un segundo creí ver algo brillar en sus ojos mientras me observaba.
Me humedecí los labios, nerviosa, sintiendo que el corazón me latía con fuerza, deseando con todas mis fuerzas no tropezar y hacer el ridículo durante la ceremonia.
El Maestro Yoda levantó su mano y su voz resonó en la sala silenciando de inmediato todos los murmullos:
— El momento ha llegado —empezó, con profundidad en cada una de sus palabras—. Listos para ser Caballeros Jedi estáis. Demostrado valor, sabiduría y compromiso con la Fuerza habéis.
Sentí que mi respiración se volvía pesada, más que nunca. Todo mi cuerpo estaba tenso y mi mente voló a esos primeros días con la Maestra Ti; recordé cuando se presentó por primera vez ante nosotros. Yo era apenas una niña, y todos tratábamos de destacar. Ella se limitaba a observarnos, su mirada intensa y silenciosa nos recorría con la calma de alguien que sabe exactamente lo que busca. Durante días me sentí juzgada, como si cada movimiento, cada respiración estuviera siendo evaluada. Aquel constante escrutinio me ponía los nervios de punta, casi hasta el borde de las lágrimas algunas noches.
Pero un día, después de lo que pareció una eternidad, se acercó a mí con una pequeña sonrisa. Me observó con su mirada penetrante y simplemente dijo: “Oye, tus ojos combinan con mi sable de luz, ¿quieres ser mi padawan?”
Parece chiste, pero es anécdota.
La sorpresa me dejó sin habla. Pensé que se había confundido, que no era yo a quien buscaba. Pero no, estaba segura, convencida. Y aquí estaba ahora, frente a ella y al Consejo, sintiendo la misma mezcla de nervios y duda.
El Maestro Yoda continuó hablando, pero apenas pude escucharlo. Mis manos temblaban ligeramente y me di cuenta de que todo lo que quería en ese momento era que la ceremonia terminara sin incidentes, sin que mi nerviosismo me traicionara.
Kit fue el primero en levantarse, su figura alta y confiada avanzó hacia el centro de la sala con esa serenidad que siempre lo había caracterizado. Por un momento, juraría que le lanzó una mirada rápida a Aayla antes de dar el primer paso, pero no estaba segura. Era difícil saber si había sido real o solo producto de mis nervios y la tensión del momento.
Lo observé caminar con la cabeza alta hasta el centro del círculo, mientras el silencio envolvía la sala, y por un segundo lo envidié al no dar indicios de ninguna inseguridad. Todos los ojos estaban puestos en él. Incluso Yoda parecía mirarlo con algo más que su habitual calma, como si hubiera un destello de orgullo en sus ojos.
— Kit Fisto, —empezó el Maestro Yoda—, honor y valentía en ti, la Orden ha visto. Preparado para la responsabilidad de Caballero Jedi estás.
Kit inclinó la cabeza respetuosamente, con sus tentáculos moviéndose suavemente. Entonces, Yoda alzó su sable de luz, el brillo verde iluminando el rostro de mi amigo antes de bajar con un movimiento fluido y cortar la trenza simbólica que tenía atada a uno de sus tentáculos. La trenza cayó al suelo, señal del fin de su etapa como padawan.
— Caballero Jedi ahora eres, Kit Fisto —anunció Yoda solemnemente.
La sala se llenó de aplausos. Todos, desde el Consejo hasta los pocos espectadores, estallaron en una ovación que resonó con fuerza en el templo. Sentí una mezcla de orgullo y emoción mientras Kit se inclinaba una última vez, su expresión seria, pero sus ojos brillaron con una satisfacción que era difícil disimular. Luego se retiró con paso seguro, la cabeza aún más alta que antes.
Era el turno de Aayla, y aunque siempre había demostrado una seguridad inquebrantable en combate, ahora su cuerpo transmitía una inseguridad evidente. Mi amiga avanzó con pasos lentos, casi temblorosos. Todo el mundo lo notaba. Tuve que resistir el impulso de correr y tomarla de la mano para acompañarla.
Cuando llegó al centro de la sala, se arrodilló sin levantar la vista, como si temiera lo que podría ver. El vacío dejado por su maestro, Quinlan Vos, se sentía aún más palpable. Los miembros del Consejo se miraban entre sí, incómodos, intercambiando miradas de preocupación. ¿Quién tendría la autoridad para nombrar a Aayla Dama Jedi ahora que su maestro ya no estaba presente para dar ese paso final? El silencio se hizo aún más pesado.
Entonces, la Maestra Ti se levantó de su asiento y caminó hasta donde Aayla estaba arrodillada, con pasos firmes y seguros. La mirada de mi amiga se alzó lentamente, encontrándose con la de mi maestra, sonreí cuando vi sus ojos llenarse de sorpresa y esperanza.
Shaak Ti encendió su sable de luz con un zumbido vibrante, y el resplandor azul llenó la sala. Sin mirar a nadie más que a Aayla, hizo sonar su voz con calma y autoridad:
— Como miembro recientemente nombrada del Consejo Jedi —declaró—, es mi derecho y mi deber ascender a esta valiente padawan al rango de Dama Jedi —Hubo un murmullo de aprobación en la sala. Shaak Ti se inclinó hacia Aayla, su mirada tierna y comprensiva—. Aayla Secura —continuó con voz suave—, has demostrado valor y sabiduría, y has resistido la tentación del Lado Oscuro. Pocos podrían haber superado las pruebas que tú has enfrentado. Hoy, ante el Consejo y la Fuerza, te nombro Dama Jedi.
Y con un movimiento preciso, cortó la falsa trenza de padawan de Aayla, dejándola caer suavemente al suelo.
Aayla cerró los ojos, su respiración temblorosa, mientras una sonrisa de alivio se dibujaba en su rostro. Los aplausos llenaron la sala una vez más, pero esta vez, había algo más íntimo, más sentido, como si todos entendieran lo que ese momento significaba para ella.
Mi maestra le ofreció una mano para ayudarla a levantarse. Aayla aceptó, y al ponerse de pie, sus ojos brillaban con un renovado sentido de propósito. Se inclinó profundamente ante Shaak Ti y el Consejo antes de retirarse, su espalda más recta y su paso más firme que cuando había entrado.
That's my fucking girl.
— Helene Shield.
Cuando mi nombre resonó en la sala, sentí un escalofrío recorrerme desde la nuca hasta los dedos de los pies y un ligero tirón en mi vientre. ¿Acaso me estaba haciendo pis encima? Tragué saliva, rogando a la Fuerza que no fuera así.
Me levanté lentamente, notando la ligereza en mis rodillas, como si en cualquier momento pudiera desplomarme. Mis pasos resonaban en el silencio expectante, y mientras avanzaba hacia el centro, obligué a mis ojos a mantenerse al frente. Pero fue inevitable. Como si una fuerza invisible me empujara, mi mirada se desvió hacia la esquina de la sala, buscando entre la multitud hasta encontrarlo otra vez. Anakin.
Nuestros ojos se volvieron a encontrar, y en ese instante, el Templo entero desapareció. No había Consejo, ni ceremonia, ni cientos de miradas puestas en mí. Solo estábamos él y yo. Su presencia era todo lo que me rodeaba, nada existía en esos momentos, solo él. Solo Anakin Skywalker.
Me observaba con esos ojos intensos, llenos de una mezcla de felicidad y algo más, algo que me hacía temblar el corazón. Sentí que se me escapaba un chorro de pis mientras veía como su sonrisa se ensanchaba, traviesa, casi burlona, como si supiera exactamente el efecto que estaba teniendo en mí. Mi estómago dio un vuelco y, por un segundo, olvidé dónde estaba y lo que estaba a punto de hacer.
Respiré hondo y obligué a mis piernas a seguir avanzando, apartando la vista de Anakin antes de que mis nervios me traicionaran. Un paso. Luego otro. La distancia hasta la Maestra Ti se hacía interminable, como si la Fuerza estuviera jugando conmigo, alargando cada segundo. Pero finalmente llegué al centro de la sala.
Me arrodillé frente a mi maestra, mis manos temblando un poco mientras apoyaba las palmas sobre mis muslos. Agradecí no tener que mirarla directamente, pues mi corazón latía con tanta fuerza que temía que se me fuera a salir del pecho. Sentí su mirada sobre mí, y cerré los ojos por un instante, tratando de calmar el torbellino de emociones que me invadía.
La Maestra Ti dio un paso adelante, sosteniendo su sable de luz con ambas manos mientras me veía con una expresión que solo ella sabía mezclar: seriedad y ternura. Sentí un nudo en la garganta mientras sus ojos me recorrían, llenos de ese afecto casi maternal que había aprendido a reconocer con el tiempo.
— Helene Shield —empezó, su voz suave pero firme, resonó en la sala—. Has recorrido un largo camino, y aunque tu aprendizaje ha estado lleno de desafíos, también ha sido un reflejo de tu espíritu indomable y tu deseo por hacer el bien.
«Díselo a los pobre niños que traumé todos estos años»
«Se que les tienes cariño»
Bajé la mirada un momento, sintiendo mis ojos arder. La voz de la Maestra Ti, llena de orgullo y calidez, me hizo sentir pequeñita. Todo lo que quería en ese instante era lanzarme a sus brazos y llorar como una niña, pero me contuve, respirando hondo para mantener la compostura.
— Desde que te escogí como mi padawan, has demostrado ser una Jedi con gran corazón y un increíble potencial. —Su tono se suavizó, como si estuviera hablando directamente a mi alma—. Ha llegado tu momento, hija mía.
“Hija mía”. Las palabras resonaron en mi mente como un eco que no se iba. Quise gritar, llorar, aferrarme a ella y suplicarle que no me dejara sola, que no me alejara de su lado. Pero sabía que ya nada sería igual. Ya no pasaríamos horas entrenando juntas, ya no se encargaría de castigarme sin leche azul, ya no estaría lo suficientemente cerca de ella para incordiarla en la sala de meditación. Ahora era un Dama Jedi. Debía seguir mi propio camino.
La Maestra Ti levantó su sable y lo encendió. El zumbido familiar llenó el aire, y yo cerré los ojos, intentando absorber cada segundo de este momento, grabar cada palabra, cada sensación en mi memoria. Sentí el toque ligero de su sable sobre mi hombro, y luego, en un solo y limpio movimiento, cortó mi trenza de padawan.
— Te nombro Dama Jedi. —Su voz tembló ligeramente al decirlo—. Con honor y orgullo, Helene.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla mientras me inclinaba hacia adelante, mi frente casi tocando el suelo, asimilando cada palabra. No podía levantar la cabeza. No quería que nadie viera las emociones que luchaban por salir a la superficie. Había sido más que una maestra para mí. Prácticamente me había criado. Todo lo que sabía, lo que era, se lo debía a ella.
Levanté la cabeza lentamente, encontrando su mirada. Quise decir algo, agradecerle, prometerle que la haría sentir orgullosa, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. En su lugar, simplemente asentí, sonriendo a través de las lágrimas, sabiendo que ella entendía todo lo que quería decirle sin necesidad de hablar.
La emoción me desbordaba por completo. Apenas sentí la necesidad de moverme, mis piernas ya me llevaban corriendo hacia Kit y Aayla, quienes me esperaban con los brazos abiertos. No pude evitarlo; quería compartir este momento con ellos. Pero, en mi prisa y con la euforia nublando mis sentidos, tropecé con mi propio pie y, con un sonoro estrépito, caí de bruces al suelo.
Un coro de risitas contenidas resonó a mi alrededor y me incorporé rápidamente, mis mejillas ardiendo de vergüenza, pero la sonrisa no se me borró ni un segundo. Los Jedi más jóvenes que observaban desde las gradas se tapaban la boca, intentando no reírse demasiado fuerte. Ni siquiera eso podía afectarme hoy.
— ¿Estás bien? —me preguntó Kit, mientras contenía la risa.
Sonreí orgullosa.
— Acabo de se nombrada Dama Jedi y he sido el centro de atención de todos, como siempre —le guiñé el ojo, mordiéndome el labio—. ¡Por supuesto que estoy bien! —chillé antes de lanzarme hacia ellos, tirándonos casi a los tres al suelo.
Nos abrazamos con fuerza, entre risas y murmullos emocionados. Podía sentir el latido acelerado del corazón de Kit y la respiración entrecortada de Aayla, quienes apenas podían contenerse. Todo esto era real. ¡Lo habíamos logrado!
— ¿Quién diría que te ascenderían después de casi caer en el Lado Oscuro? —me recordó Aayla, burlona.
Kit soltó una risa.
— Y yo que pensaba que te iban a ascender solo porque a la Maestra Ti se le acabó la paciencia…
— ¿Conmigo? —fingí estar ofendida, arqueando una ceja—. No seas ridículo. Soy su padawan favorita.
— Porque solo ha tenido una...
Estaba a punto de responder con alguna réplica sarcástica cuando un carraspeo a nuestras espaldas nos hizo a los tres dar la vuelta, interrumpiendo nuestras bromas. Sentí cómo se me encogía el estómago al ver quién estaba allí.
Anakin se mantenía a unos pasos de distancia, con las manos detrás de la espalda y una sonrisa torcida en el rostro. Sus ojos estaban fijos en mí, brillando con orgullo.
— Anakin… —murmuré, tratando de mantener la compostura. El corazón me latía tan fuerte que casi me dolía.
— Felicidades, a los tres —habló su tono cargado de un afecto que hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. Asentí, sintiéndome de repente torpe bajo su mirada, como si no supiera qué hacer con mis manos, ni qué decir.
— Sí, eh… —empecé, sin saber muy bien cómo responder.
Kit fue el primero en romper el silencio incómodo.
— Bueno, creo que es mi señal para irme —sonrió con una chispa de picardía en los ojos—. Hay un montón de senadores a los que ganarse, ¿no creéis? —me lanzó una mirada, significativa, y se inclinó hacia Aayla—. Nos vemos luego, chicas.
Ella le devolvió una sonrisa, aunque seguía con la expresión algo tensa después de la ceremonia.
— Sí, creo que yo iré a hablar con la Maestra Ti —hizo una pausa, y su voz bajó un poco, llena de una gratitud que parecía venir del fondo de su corazón—. Le debo mucho.
Yo asentí. — Voy contigo.
Estuve a punto de girarme, dispuesta a irme con ella, pero Anakin no me dio la oportunidad. Me sujetó suavemente por el brazo, deteniéndome.
— Espera, Helene —su tono era bajo, casi íntimo. Aayla nos observó un momento, con una pequeña sonrisa en los labios, antes de marcharse, dejándonos solos.
Me volví para mirarlo, mi corazón latiendo con fuerza en mis oídos. Era absurdo cómo su sola presencia podía hacerme sentir así, con las emociones al borde del descontrol.
— ¿Necesitas algo? —Intenté sonar tranquila, como si no me importara, pero estaba segura de que mi voz traicionaba el nerviosismo que me invadía. Su cercanía me hacía sentir como si el aire se volviera más denso, más difícil de respirar. Todo desde el maldito viaje a Dathomir.
— Quería felicitarte personalmente. —sus palabras fueron lentas, cargadas de un sentimiento que me sorprendió—. Estoy orgulloso de ti, Helene. Sabía que lo lograrías.
Sentí un nudo en la garganta y, por un instante, el impulso de responder con algún comentario sarcástico sobre que él había manejado gran parte de la misión casi se me escapó. Pero me detuve. Después de lo que había pasado la noche del club, habíamos acordado intentar ser amigos. Me lo debía a mí misma, y a él, darle una oportunidad a eso.
Así que respiré hondo, tratando de calmar el caos que él siempre provocaba en mí, y le sonreí con sinceridad.
— Gracias, Ani —Me arrepentí al instante cuando sus ojos se iluminaron por el apodo pero no dejé que se notara—. Eso significa mucho para mí.
Su sonrisa se ensanchó levemente.
— Lo digo en serio —Anakin dio un paso más cerca, hasta que casi pude sentir su calor irradiar hacia mí—. Eres increíble, Helene. Vas a ser una Dama Jedi fantástica. Y… sabes que siempre estaré aquí para apoyarte, pase lo que pase.
Tuve que morderme el labio para no dejar que una sonrisa completamente idiota se me escapara. No sabía qué me estaba pasando, pero la forma en que me miraba, como si fuera la única persona en la sala, me hacía olvidar cómo se hablaba. Me hizo sentir, por segunda vez desde esa noche, que su compañía era agradable.
— Gracias, Anakin —volví a decir, y esta vez mi voz fue casi un susurro, tan honesta que me asustó. No estaba acostumbrada a dejar que alguien viera tanto de mí, y mucho menos a él—. Y lo digo en serio… gracias por estar aquí.
Sentí como si el tiempo se hubiera detenido, como si estuviéramos solos en el universo, sin dejar de vernos a los ojos. Había una tensión entre nosotros, una electricidad que hacía que cada pequeño movimiento pareciera más grande, más importante.
Y casi como si se diera cuenta de eso, Anakin se rió, sacándome de mi trance.
— ¿Qué? —pregunté, abrumada y tratando de escapar de su mirada.
— Nada —dijo, con una expresión más allá de la diversión—. Solo que… me alegra que estemos bien. Los dos.
Asentí, aún sin saber qué decir. Porque, aunque había mucho que todavía no entendía de lo que sentía por él, en ese momento todo parecía estar en su lugar. Al menos por ahora.
De repente, la voz de la Maestra Ti interrumpió nuestra burbuja:
— Helene, ¿puedo hablar contigo un momento? —giré la cabeza para verla, acercándose.
Anakin dio un paso atrás, pero no sin antes dedicarme una última sonrisa que hizo que mi estómago se revolviera.
— Claro, Maestra —respondí, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción.
Shaak Ti nos sonrió y me tomó suavemente del brazo despidiéndose de Anakin antes de guiarme hacia las puertas del salón.
Estaba de más decir que sentí la mirada del Elegido sobre mí durante el resto de la ceremonia.
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— Estás en un nuevo capítulo en tu vida, mi niña —habló ella, con su voz igual de suave como un susurro. Los ojos de Shaak Ti reflejaban orgullo y una pizca de nostalgia mientras me miraban.
— Sí, lo sé —respondí, sintiendo un torbellino de emociones y suspiré—. Maestra… no sé si estoy lista para esto.
Shaak Ti me sonrió. — Es natural sentirte así. Recuerda, cada Caballero y Dama Jedi también ha pasado por esa etapa. El verdadero desafío no es solo ser nombrada, sino vivir de acuerdo a lo que significa ser Jedi.
Sus palabras resonaron en mí, pero la inseguridad seguía acechando. — ¿Y si decepciono a todos? No quiero defraudar a nadie, especialmente a ti.
— Helene —dijo, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Deja de lado esas dudas. Has trabajado duro y has demostrado tu valía. Recuerda, ser Jedi no significa ser perfecta. Significa aprender de cada experiencia, incluso de las equivocaciones.
— ¿Y si me equivoco en mis decisiones? ¿Y si termino arruinando vidas en lugar de salvarlas? ¿Y si por mi culpa muere gente?
Shaak Ti suspiró.
— Helene, ¿cuál es tu mayor temor?
Lo pensé bien antes de responder. — Que haya una batalla en el Templo mientras me esté duchando y tenga que salir a luchar desnuda.
La togruta apretó sus labios, claramente conteniéndose de lanzarme su sable de luz a la cabeza, y negó suavemente.
— Sea cual sea. Todos hemos tenido miedos. Lo importante es cómo aprendes y te levantas de ellos —su tono se volvió más serio—. Y recuerda, siempre estaré aquí para guiarte, aunque ya no sea tu maestra oficialmente.
Sentí que se me humedecían los ojos. La idea de no estar a su lado como antes me conmovía. — Gracias, maestra. Has sido como una madre para mí.
— Y siempre lo seré en cierto modo, —añadió con una sonrisa suave—. Pero es hora de que empieces a escribir tu propia historia, Helene. Con tus propias decisiones.
Traté de no volver echarme a llorar. Me sentía como una chica que acababa de superar su etapa adolescente y se independizaba de sus padres. Aunque, técnicamente, yo lo había hecho a la edad de tres años cuando los Jedi me separaron de mis padres y abandoné Alderaan para convertirme en Jedi. Intenté no pensar en ello cuando la voz de mi ex maestra volvió a sonar:
— Y dime, ¿qué hay de Anakin?
Mi corazón dio un vuelco y, en un instante, me sentí atrapada en la pregunta. ¿Anakin? ¿Por qué preguntaba por Anakin?
— Anakin… —comencé, buscando las palabras adecuadas. — Bueno, ha sido… diferente últimamente.
Shaak Ti arqueó una ceja, su interés claramente despertado. — ¿Diferente? ¿Cómo?
Tragué saliva, sintiéndome un poco acorralada.
— Quiero decir, he aprendido a… tolerar su presencia desde la misión —las palabras me salieron antes de que pudiera pensarlas demasiado. — Me apena un poco que no tenga muchos amigos, así que… he estado intentando ser más comprensiva.
Shaak Ti me miró con sospecha y diversión, como si estuviera intentando leer entre líneas. — Es interesante que digas eso. En las últimas semanas, he notado que han estado más cerca.
— Solo somos amigos, —me defendí, aunque mi voz sonó un poco más débil de lo que hubiera querido y me reprendí por ello.
Shaak Ti se quedó en silencio un momento, sus ojos profundos observando mis reacciones. Finalmente, decidió no presionar más.
— Está bien. Solo quería asegurarme de que no íbamos a necesitar una orden de alejamiento con tu ascenso.
Solté una risa un poco forzada y rápidamente decidí cambiar de tema para desviar sus pensamientos y los míos de Anakin. Después de casi una hora de conversación, hablando de sueños, inseguridades y planes futuros, sentí que era momento de irme.
— Tengo que reunirme con Aayla y Kit, —hablé, intentando sonar casual, aunque sabía que me costaba dejar la comodidad de su compañía.
— Por supuesto, —respondió Shaak Ti, su voz suave y comprensiva—. Ve y celebra tus logros con ellos. Sabes donde encontrarme cuando me necesites.
Asentí levantándome, antes de darle un fuerte abrazo. Caminando hacia la salida, sentí una mezcla de gratitud y melancolía. Cada paso que daba me alejaba un poco más de su cercanía, pero también me acercaba a una nueva vida. Ahora era una Jedi de pies a cabeza, una mayor, una futura General.
Mientras avanzaba por los pasillos del Templo, mis pensamientos zumbaban en mi cabeza como un enjambre de abejas. La ceremonia seguía ocupando mi mente, especialmente Anakin. Quizás ahora éramos amigos, pero eso no significaba que su presencia en la Fuerza continuara siendo igual o más abrumadora que antes. Tenía que saber como diablos lograba que me olvidara de todo el mundo en ese instante y solo lograra concentrarme en él. Únicamente en él.
Iba tan sumida en mis pensamientos que no me di cuenta de que algo me venía justamente de frente hasta que se chocó contra mí:
— ¡Ay!
Me detuve en seco y agaché la cabeza, encontrándome con el resto de un niño que no me había visto venir. Tenía el cabello pelirrojo y su rostro estaba cubierto de pecas, parecía agitado y sobre todo nervioso. Su respiración rápida me hizo pensar en un pequeño torbellino, y, por un momento, no pude evitar compararlo con una calabaza desbordante de energía.
— ¿Vas a alguna parte, niño? —le pregunté, arqueando una ceja en un intento de parecer autoritaria.
El niño, aún recuperándose de la colisión, miró hacia arriba con ojos grandes llenos de terror.
— En la ceremonia… —comenzó a explicar, su voz infantil temblaba un poco—. Comí… uh, un pastel de Bantha, y olvidé que siempee me sentaba mal. He vomitado sobre la túnica del Maestro Windu.
Entonces no pude evitar la oleada de carcajadas que salió de mi garganta ante la imagen que se formaba en mi mente. Esperaba que si Kit o Aayla siguieran en la ceremonia, hubieran grabado ese momento.
Me agaché a su altura, observando su rostro sonrojado y nervioso. — ¿Cuál es tu nombre, renacuajo?
— Cal Kestis —me respondió, mirando al suelo, claramente avergonzado.
Asentí, dándome cuenta de que no era un padawan, ya que ni siquiera llevaba la trenza típica de los aprendices. Decidí ayudarlo, así que le ofrecí un consejo. — Si yo fuera tú, me escondería entre las tuberías del techo de la sala de meditación. Te aseguro que Windu jamás te encontrará allí.
Por un momento, su sorpresa se transformó en una chispa de diversión en sus ojos. — ¿De verdad?
— Absolutamente. Es un buen lugar para esquivar problemas —le guiñé el ojo, sintiéndome un poco como una mentora improvisada.
Mala influencia, pero mentora.
— ¡Gracias! —exclamó Cal, sus ojos brillando con algo de admiración. Esa chispa en su mirada me recordó a un pequeño fuego que apenas comenzaba a arder, buscando alimentarse de algo más grande—. Y… felicitaciones por su ascenso, Maestra Shield —agregó, con una voz un poco más suave.
Me sorprendí al escucharlo, sintiendo una calidez inesperada en mi pecho. Sonreí de vuelta, sintiendo que esa conexión, aunque breve, iluminaba un rincón de mi frío corazón.
— ¿Cuántos años tienes, Cal? —pregunté, con curiosidad.
— Trece —respondió, y aunque su voz era algo temblorosa, había un destello de orgullo en su tono.
— ¿Ya tienes un Maestro? —indagué, sabiendo que la mayoría de los jóvenes de su edad recién conseguían un mentor.
Cal bajó la mirada, como si la pregunta hubiera pesado más de lo que esperaba. Su expresión pasó de alegre a melancólica en un instante.
— No, todavía no —murmuró, casi en un susurro—. Mis compañeros dicen que soy bastante hiperactivo y a menudo me meto en problemas accidentalmente. Dudo que algún maestro se fije en mí.
Aquello resonó profundamente en mí. Pude ver la inseguridad dibujada en su rostro, como una sombra que no podía dejar de seguirlo. Algo en mi interior se ablandó al ver a un niño tan lleno de potencial dudar de sí mismo. Miré fijamente a Cal, buscando las palabras adecuadas que pudieran alentarle.
— Oye, calabaza —comencé poniendo una mano en su hombro, intentando transmitirle confianza—. A veces, las personas que parecen más inquietas son las que tienen el potencial más grande. No te desanimes. La paciencia es importante. Al final, el maestro adecuado llegará y les patearás el trasero a los otros renacuajos.
Los ojos de Cal se iluminaron un poco al escuchar mis palabras, y pude ver cómo esas pequeñas frases le daban un impulso de esperanza. Su sonrisa tímida emergió, iluminando su rostro de pecas como si el sol hubiera decidido salir de entre las nubes. — Gracias, Maestra Shield. Significa mucho para mí.
Quise corregirle, decirle que yo aún no era ninguna “maestra”, pero tampoco sabía lo que era aparte de una Dama Jedi. Por lo que simplemente le sonreí mientras me erguía en mi lugar
— De nada, calabaza —asentí con la cabeza antes de retroceder unos pasos, guiñándole el ojo—. Y recuerda, ¡si en las tuberías ves muchas ratas y un charco de pis, has encontrado mi mejor escondite! —luego me alejé, sintiendo su mirada entusiasta seguirme.
Fue en ese momento que supe que una nueva etapa de mi vida ya había comenzado.
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