Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

ᴛʜᴇ ᴄʟᴏɴᴇ ᴡᴀʀs








ᴛʜᴇ ᴄʟᴏɴᴇ ᴡᴀʀs
⫘⫘⫘⫘⫘⫘



— No entiendo cómo puedes estar sonriendo en un momento como este.

Miré a Anakin, incrédula. Los tres íbamos en un aerodeslizador, esposados y sin ninguna posibilidad de escapar, y, sin embargo, él sonreía ampliamente, como si estuviera en la cima del mundo.

Se giró hacia mí, probablemente al notar mi expresión de incredulidad y falta de entusiasmo. Ambos estábamos sentados lado a lado, con Padmé de espaldas a nosotros, mientras el deslizador avanzaba por los túneles subterráneos de Geonosis, escoltados por geonosianos armados. Nuestras manos estaban atadas tras la espalda, lo que hacía todo aún más surrealista.

Anakin se inclinó hacia adelante, manteniendo el equilibrio con las manos amarradas, y presionó un suave beso en mi frente. Quise suspirar.

— Acabas de decirme que me amas —murmuró mientras se separaba, y su sonrisa se amplió aún más—. Créeme, podría enfrentarme ahora mismo a un ejército de Siths si me lo pides.

Me burlé, incapaz de contenerme. — Es genial que digas eso porque, si no te has dado cuenta, ¡nos ha secuestrado uno! —exclamé, frustrada.

Pero su alegría no desapareció como esperaba; en cambio, amplió su sonrisa, mirándome con esos ojos brillantes que parecían desafiar el peligro. Puse los ojos en blanco. Era un imbécil.

— Chicos —la voz de Padmé nos interrumpió, llamando nuestra atención—. No quiero cortar vuestro momento... —añadió, haciendo que me sonrojara—, pero tenemos un pequeño... gran problema.

Por inercia, miré al exterior, y lo que vi me habría hecho caer hacia atrás si no fuera porque estaba atrapada: nos habían llevado a lo que parecía un coliseo, pero su estructura recordaba más a una colmena gigante. Un escalofrío recorrió mi espalda al ver la cantidad de insectos. El lugar estaba lleno de geonosianos alados, todos aparentemente reunidos para ver algún tipo de espectáculo.

Entonces los vi.

Cal y Obi-Wan estaban de pie, con las manos atadas a la espalda, apoyados contra unos pilares de piedra en el centro del coliseo. Los geonosianos que los rodeaban agitaban sus varas como si quisieran intimidarlos, pero ellos apenas les prestaban atención.

"¡Maestraa!" Escuché la voz de Cal en mi mente, su lloriqueo me sobresaltó antes de que le diera acceso. "Maestra, no tienes idea de lo que he sufrido. ¡Obi-Wan me castigaba haciéndome desenredar su cabello y planchar sus túnicas!"

Rodé los ojos ante su tono quejumbroso. "Da gracias que solo fue eso. A Anakin le tiraba de la trenza y lo golpeaba con el sable"

Cal no contestó y escuché un resoplido de Anakin. Me giré hacia él, arqueando una ceja, intuyendo que también había tenido una conversación silenciosa con Obi-Wan.

— No sé por qué están tan preocupados —farfulló Anakin, frunciendo el ceño—. Te voy a sacar de aquí.

— A todos, querrás decir —le respondí con una sonrisa, señalando discretamente a nuestros compañeros en el coliseo.

Anakin asintió distraído, murmurando algo que no alcancé a escuchar, porque en ese momento los guardias geonosianos nos sacaron del aerodeslizador de forma brusca, empujándonos con sus varas eléctricas. — ¡Oye!

Mordí mi labio inferior, preocupada, al ver cómo cada uno de nosotros era encadenado a los pilares de piedra, con las manos por encima de la cabeza. Me encontraba entre Cal y Padmé.

— Ya empezaba a preguntarme si habían recibido mi mensaje —dijo Obi-Wan con un tono seco, desde el otro lado de Anakin.

— Lo envié al Consejo como pediste —hablé bajando la voz, sintiéndome algo avergonzada.

— Hemos venido a rescatarlos —añadió Anakin, tratando de sonar seguro.

Cal nos miró con ironía. — Buen trabajo, entonces —respondió, levantando sus manos encadenadas.

Vi cómo Anakin respiraba hondo, luchando por mantener la calma. Sabía que si Obi-Wan y Cal seguían poniéndolo nervioso, la situación podría volverse peligrosa, especialmente porque hace apenas un rato parecía ser el hombre más feliz del universo. Teníamos que actuar rápido.

— Solo respira —ordenó Obi-Wan, probablemente malinterpretando la frustración de Anakin—. Deja que la Fuerza te guíe.

De pronto, escuchamos un rugido. Tragué saliva y giré la cabeza para ver cómo los guardias geonosianos traían cinco bestias alienígenas hacia nosotros, cada vez más cerca de los pilares.

— ¡Que comiencen las ejecuciones! —tronó una voz en todo el coliseo, y los zumbidos de los geonosianos resonaron como una señal de celebración.

— ¿Y la senadora? —preguntó Cal, visiblemente nervioso.

— Parece que tiene más sentido común que nosotros —dije, mirando hacia arriba, donde Padmé ya había comenzado a escalar su pilar, esforzándose por llegar a la cima. Benditas horquillas.

Respiré, enfocándome en la Fuerza. No era la primera vez que me encontraba en una situación desesperada, y sabía que la clave estaba en mantener la mente clara. Cerré los ojos por un segundo, dejando que el poder fluyera por mi cuerpo. Sentí las cadenas sobre mis muñecas, pero en lugar de luchar contra ellas con fuerza física, las palpé con mi percepción a través de la Fuerza, buscando debilidades en su estructura.

Ahí estaba. Un pequeño punto en los eslabones donde el metal no era tan fuerte. Concentré mi energía en ese punto, visualizando cómo las moléculas del metal se separaban, aflojando lo suficiente como para que pudiera liberar mis manos.

Con un suave crujido, las cadenas cedieron, y sentí el alivio inmediato en mis muñecas.

Sin perder tiempo, miré hacia el pilar. No era el terreno más fácil para trepar, pero en comparación con las alternativas (ser devorada por una de esas bestias) no había otra opción. Con las manos libres, me agarré a la piedra áspera. Me impulsé hacia arriba, utilizando la Fuerza para aumentar mi agilidad y fuerza, permitiéndome alcanzar pequeños salientes y huecos en la roca. Mis dedos se aferraron a la piedra mientras cada músculo de mi cuerpo trabajaba para ganar altura.

Con un último impulso, logré enganchar mi mano sobre el borde y, con un esfuerzo, me levanté y me puse a salvo en lo alto del pilar. Me giré rápidamente, viendo a Padmé ya firme en su lugar, y mis ojos buscaron a los demás solo para descubrir que estaban usando tácticas similar a las mías.

Mientras me recuperaba en la cima, un rugido ensordecedor hizo que mi corazón se detuviera. Reconocí ese sonido.

Me volví rápidamente justo a tiempo para ver a un Nexu, con sus ojos enfocados en Padmé y saltando con sus garras listas para desfigurarla. Sin pensarlo, salté hacia su pilar, impulsándome con todas mis fuerzas para interponerme entre ambos.

— ¡Cuidado! —grité mientras me lanzaba hacia ellos. El Nexu se abalanzó sobre mí en el último momento, y sentí el impacto de sus garras desgarrando mi espalda.

El dolor me atravesó como un rayo, y grité al sentir cómo sus zarpas me cortaban, pero no dejé que el malestar me debilitara. Apenas sentí el calor de la sangre cuando ya tenía las cadenas con las que me habían aprisionado, en mis manos.

Con un ágil movimiento, le lancé una de las cadenas hacia la cabeza del Nexu, logrando enrollarla alrededor de su cuello. Al mismo tiempo, Padmé hizo lo mismo, aferrándose a otra cadena y atacando a la bestia por el lado opuesto.

Intentó liberarse, pero nuestras fuerzas mantenían las cadenas firmes. Con un tirón coordinado, lo forzamos a retroceder, y, aprovechando la oportunidad, comenzamos a asestarle golpes con las cadenas, golpeándolo con toda nuestra fuerza. — ¡Sigue! —Padmé y yo continuamos atacando, no dándole tiempo para que se reagrupara. Con un último esfuerzo, entrelazamos las cadenas con fuerza, logrando inmovilizar al Nexu y haciéndolo caer de lado.

— ¡Ahora! —exclamé mientras Padmé y yo tirábamos con todas nuestras fuerzas.

El Nexu soltó un rugido de frustración y dolor, y finalmente, con un último empujón, nuestras cadenas lo apresaron lo suficiente para que no pudiera escapar. El monstruo dejó de luchar y con ello, de respirar.

Jadeando, me giré hacia Padmé, sonriendo a pesar del sudor y el dolor que me recorría el cuerpo.

— ¿Estás bien? —preguntó con preocupación, y aunque el malestar persistía asentí—. Gracias por salvarme —me sonrió tristemente.

— Bueno, ya sabes —me encogí de hombros—. Hoy en día, en lugar de un príncipe, te rescata una Dama Jedi —le guiñé un ojo, sintiendo el ardor en mi espalda.

Padmé rió suavemente y antes de que pudiera decirme algo más, escuchamos un grito:

— ¡Lene! ¡Padmé! —Anakin montado sobre un Reek nos esperaba bajo el pilar—. ¡Rápido, salten!

Mire el lomo con una ceja arqueada, antes de volverme hacia la senadora. — Esto va a doler más —le aseguré señalando nuestras zonas íntimas y ella se tensó.

Suspiré y no lo dudé más veces antes de impulsar mi cuerpo hacia adelante y aterrizar en el lomo del Reek, detrás de Anakin. Siseé, notando el evidente dolor en mi vagina ante el impacto, el cual contrastaba perfectamente el zarpazo del Nexu en mi espalda. Padmé saltó detrás mía, soltando otro alarido de sufrimiento.

— ¿Estás bien? —preguntó Anakin volteándose para verme.

— Voy a necesitar un masaje ahí abajo después de esto —mascullé, arrepintiéndome al ver el rostro de Anakin sonrojándose instantáneamente—. No… Oye, no me refería a que tú…

No alcancé a terminar cuando vi a Cal y a Obi-Wan acabando con sus respectivas bestias a unos metros de nosotros. Antes de que unos droides destructores salieran de cada esquina del coliseo, rodeándonos y apuntando sus blásters directamente hacia nosotros.

— Mierda.



⫘⫘⫘⫘⫘⫘


Observé cómo los droides se acercaban a nosotros en círculo, apuntando sus blásters al unísono con un clic. Sentí el corazón de Anakin latiendo en su pecho mientras mis brazos lo rodeaban con fuerza, sujetándolo por la espalda. Sabía que Cal, sentado detrás mía y aferrándose a mí, había intuido de inmediato el cambio en mi relación con Anakin.

Ni siquiera había tenido tiempo para tratar de ocultárselo, y aunque hubiera querido, la conexión que compartíamos ahora en la Fuerza lo delataba todo. Temí que Obi-Wan hubiera estado lo suficientemente concentrado en nosotros como para también notarlo. La corriente que pasaba entre los cuatro, hermanos y hermanas en la Fuerza, y al mismo tiempo padres e hijos en la Orden, era compleja.

Estaba allí, en una situación más difícil que nunca, desarmada y a merced del enemigo. Anakin se sentía confiado, lo sabía, incluso arrogante; en contraste, yo, su otra mitad en la Fuerza, permanecí cautelosa y algo temerosa a la incertidumbre.

Dirigí mi mirada hacia las gradas del coliseo, consciente de que en algún lugar allí arriba estaba el maldito Dooku, observando todo lo que ocurría. Podía sentir su presencia, distante pero punzante, como un pequeño pinchazo. Me preocupaba que, en cualquier momento, pudiera acercarse, que cuando se cansara de su juego, decidiera incapacitarme como ya lo había hecho antes.

Tenía que haber una manera de salir de esta situación que nos permitiera a los cinco sobrevivir. Después de todo, éramos cuatro poderosos Jedi y una senadora capacitada frente a un patético intento de Lord Sith. Podíamos manejar esto.

Respiré profundamente, absorbiendo la corriente de la Fuerza. Sin sables de luz, me sentía inútil para defenderme de sus explosiones. Sin embargo, era extraño; sentía, más que escuchar, el zumbido de un sable de luz. No era exactamente un zumbido, sino una sensación familiar, una que había experimentado en el Templo: una conexión entre Jedi, comunicándose a través de la Fuerza. Esa sensación se intensificó.

Entonces reconocí la presencia que me había criado durante tantos años.

Abrí los ojos de golpe, sorprendida.

— ¿Maestra? ¿Qué pasa? —me preguntó Cal, y le sonreí en respuesta.

— Están aquí —susurré, y como si fuera una señal, los escuché. Al levantar la vista, les vi: con sus sables de luz encendidos, rodeando a los droides destructores.

— ¿Lo ves? —dijo Anakin, dándose la vuelta para dirigirse  Obi-Wan—. Te dijimos que transmitimos tu mensaje.

Una perturbación en la Fuerza hizo que los cinco miráramos hacia arriba, y los blásters a nuestro alrededor comenzaron a disparar mientras Mace Windu saltaba a la arena, con su sable de luz púrpura en alto.

— ¡Rápido! —gritó una voz familiar, y detrás de mí, vi a Shaak Ti corriendo hacia adelante, sosteniendo dos sables de luz.

Lanzó uno hacia mí y arrojó el otro a Anakin, sacando un tercer sable de su cinturón para bloquear los disparos de los droides que ahora llenaban el Coliseo. Ki-Adi-Mundi la siguió, lanzando sables de luz a Cal y a Obi-Wan.

En un instante, los cinco saltamos y encendimos nuestros sables, uniéndonos a la batalla mientras Padmé lograba recoger un bláster del suelo.

— ¡Oh, maestra! ¡Juro que te amaría si no estuviera prohibido! —le grité a Shaak Ti, quien me sonrió mientras bloqueaba las explosiones de los droides. Corrí hacia la pelea, con Anakin a mi lado.

Sentí el zumbido de numerosas presencias a mi alrededor, susurros de emociones en apogeo mientras los Jedi y Padawans luchaban contra la afluencia de droides de batalla que llenaban la arena. Dí un chillido de emoción al ver a Aayla aparecer en mi campo de visión, levitando un droide y girándolo para que disparara a sus propios compañeros. Nunca había estado tan feliz de verla.

Mis ojos se posaron en Cal, que se agachaba y giraba para bloquear las explosiones de un droide destructor, con su sable de luz sostenido hacia atrás detrás de su espalda. También logré ver a Kit y a su nuevo padawan luchando espalda con espalda, moviéndose en una buena coreografía mientras defendían el flanco.

Rápidamente, me giré hacia Anakin, observando cómo saltaba en el aire en un movimiento circular, cortando a los droides de batalla de izquierda a derecha. Sin pensarlo, seguí su ejemplo, saltando hacia la pelea con mi sable de luz encendido.

— Anakin —lo llamé, y él se giró hacia mí, sonriendo, como si estuviera feliz de que lo hubiera llamado—. No te alejes de mí.

— ¡No te preocupes, maestra! —disimuló, atrayéndome hacia su lado. Nuestros sables volaron por el aire, bloqueando las explosiones y enviándolas de vuelta a los pechos de los droides de batalla que convergían hacia nosotros.

— Hay demasiados —siseé, sintiendo una pequeña angustia crecer en mi pecho.

Era la misma sensación que había sentido cuando Anakin me dejó envolver el cuerpo de su madre mientras él salía a enfrentarse a los Tusken; una emoción impropia de un Jedi, un temor profundo y paralizante. Era como si finalmente tuviera algo importante por lo que vivir: algo que me importaba tanto que la idea de perderlo me hacía temblar. Mi mano temblaba mientras movía el sable de un lado a otro.

— No dejaré que nada te pase —prometió Anakin con firmeza, atrayéndome hacia él y extendiendo su sable para bloquear más ataques—. No dejaré que nada nos pase.

Quería decirle que yo era la maestra, la que debía cuidar de él, pero sentí su desesperación a mi alrededor. No tuve tiempo de mirar, de detener mi lucha, pero la angustia se acercaba. Sentí que los cuerpos caían, que los Jedi estaban siendo asesinados en esta lucha de la que de alguna manera me sentía responsable.

"¡Helene, agáchate!"

Sentí esa advertencia a través de la Fuerza y, sin pensarlo dos veces, me lancé contra Anakin con toda la fuerza que pude reunir, empujándolo al suelo mientras algo pesado volaba sobre nosotros. Miré hacia arriba y vi que un Reek estaba muerto a unos pocos pasos de distancia; habría rodado directamente sobre los dos si no hubiera prestado atención a la advertencia.

Me giré para ver el rostro preocupado de la Maestra Ti, sabiendo que la orden que había escuchado provenía de ella. Parpadeé mientras la veía correr para ayudarme a levantarme.

— ¿Estás bien? —preguntó mi vieja maestra, usando rápidamente una de sus manos para bloquear más explosiones con su sable.

— Sí —respondí con énfasis mientras Anakin se ponía de pie de un salto, levantando su sable para bloquear los disparos de los destructores que se aproximaban—. ¿Dónde está Cal?

— No lo sé —respondió, apretando sus labios—. Lo perdí hace un momento...

La preocupación por mi padawan comenzó a invadirme, y sin pensarlo, me aparté de ambos para ir en su búsqueda, ignorando los gritos de advertencia de Shaak Ti. Sentía que el caos a mi alrededor aumentaba, pero la ansiedad por no saber dónde estaba Cal me impulsó a seguir adelante. Anakin, al darse cuenta de mi intención, empezó a correr detrás de mí, esquivando los ataques que se dirigían hacia nosotros y resguardándome con su sable.

A lo lejos, vi a Obi-Wan cubriendo a Padmé, quien disparaba con buena puntería a los droides. La imagen me dio un ligero alivio, pero mi desesperación creció al no tener señales de mi calabaza. Lo llamé, con su nombre resonando en medio del estruendo, pero la única respuesta fue el eco de las explosiones y los gritos de los demás.

De repente, algo se chocó contra mí. Sin pensarlo, coloqué mi sable en el cuello del enemigo, lista para dejarlo en el suelo. Pero, para mi sorpresa, el adversario dio un chillido poco varonil y y tan conocido que me hizo fruncir el ceño. Me relajé enseguida al darme cuenta de que solo se trataba de él, jadeando y con los ojos abiertos de sorpresa.

— ¡Cal! —grité, bajando el sable—. ¡Si estos droides no te matan lo haré yo, pequeño idiota! ¡No te separes de mí!

Cal hizo un puchero y habría escuchado lo que decía si no fuera porque una punzada aguda atravesó la Fuerza, obligándome a abrir los ojos con dificultad. Levanté la vista, aunque nadie más parecía haber notado el cambio todavía. Anakin apretó mi hombro con preocupación.

— ¿Lene, qué pasa? —preguntó suavemente en mi oído. Pero fue Cal quien dio otro chillido.

— ¡Refuerzos! —gritó el pelirrojo, y en ese instante, el zumbido de numerosas naves espaciales llenó el aire. Las vi: naves descubiertas sobrevolando las cimas del coliseo, aterrizando en el área de ejecución y rodeando a los Jedi sobrevivientes.

Era un caos total. Escuché a alguien gritando órdenes, el sonido de pies corriendo y los blásters disparando mientras los droides volvían a la vida.

— ¡Tenemos que irnos! ¡Ahora!

Tomé la mano libre de Cal y comenzamos a correr hacia las naves, sintiendo la urgencia de escapar. Anakin nos seguía de cerca mientras las explosiones resonaban a nuestro alrededor. Justo cuando una de las naves se elevaba en el aire, logramos saltar a tiempo, aterrizando a bordo con un poco de alivio. Shaak Ti estaba allí, dándole instrucciones al piloto y apurándolo para que despegara rápidamente. A mi lado, vi a Obi-Wan y Padmé saltar a nuestro transporte, jadeando.

Miré hacia atrás y, para mi tranquilidad, vi a Aayla y Kit lograr subirse a otra nave. Mi amiga twi'lek me guiñó un ojo a lo lejos y le sonreí, justo antes de que se cerraran las compuertas. Aunque el caos continuaba en el coliseo, al menos sabíamos que algunos de nosotros habíamos escapado.

— ¿Están todos bien? —preguntó la Maestra Ti, elevando la voz sobre el estruendo del transporte. La nave tenía los costados elevados, expuestos al aire, y todos se aferraban a algo.

Me quedé de pie, mareada, en los brazos de Anakin. Escuché respuestas positivas de algunos, pero un temblor recorría mi cuerpo. La realidad era que mucha gente no estaba bien. Nada, sin duda, estaba bien.

— ¡Esa es la nave de Dooku! —exclamó Obi-Wan, señalando lo que parecía una mota en la distancia—. ¡Sigan a ese deslizador!

Me dolía la cabeza.

Escuché a Cal intentando hablarme, pero no lograba captar lo que decía. Sentía que podía enfermarme. La nave se sacudía, entrando y saliendo de la zona de fuego. Anakin se inclinó hacia mí, manteniendo un brazo firmemente alrededor de mi cintura.

— Helene —dijo con voz temblorosa—. Helene, mírame. ¿Qué sucede?

Sentí el Lado Oscuro intentando debilitarme, nuevamente. Respiré con dificultad.

— Helene, por favor —suplicó Anakin—. Por favor, mírame —había un nivel de control en su voz que no podía ignorar. Me giré para mirarlo a la cara, a sus ojos. De repente, todo pareció aclararse. Podía oír el sonido de la nave bajo mis pies, sentir mis brazos y piernas. Respiré más hondo—. Es todo —siguió, sus ojos azules brillando intensamente—. Se acabó. Estamos bien.

Asentí, manteniendo la mirada fija en él.

— Aunque parece que tenemos mucho de lo que ponernos al día —habló Shaak Ti, lanzándome una mirada extraña—, eso puede esperar. Por ahora, necesitamos un plan de ataque. El Conde Dooku no debe abandonar este planeta.

Anakin asintió, aflojando su agarre sobre mí y girándose para mirar a su Maestro, esperando instrucciones. Fue solo entonces que me di cuenta de que el transporte estaba siendo piloteado por hombres con armadura blanca. ¿Eran los clones? ¿Los que supuestamente debía dirigir un Maestro Jedi? Observé cómo estallaban disparos de bláster debajo de la nave. Mi mente se agitó.

— ¡Apunta justo por encima de las células de combustible!

Miré hacia arriba justo a tiempo para ver el transporte disparando contra las naves estelares de la Federación que teníamos frente a nosotros. Respiré rápidamente. No debía perder la concentración: todavía estábamos en medio de una batalla. Aún era una Jedi. Aún era yo.

— Debemos tener en cuenta —decía Obi-Wan— que nuestro mejor plan de ataque es trabajar todos juntos. El Conde Dooku es un espadachín experto, pero tenemos más de nuestro lado. Anakin asintió a sus palabras.

Levanté la vista y vi, a lo lejos, un hangar. La pequeña mota que era el deslizador del Conde Dooku entró en él. De repente, sentí un frío recorriendo mis brazos y piernas.

No, pensé, parpadeando y respirando profundamente. No, no otra vez. Puedo...

Pero todo comenzó a volverse oscuro; mi visión se nubló y sentí que perdía toda sensibilidad.

¡Ani!, intenté llamarlo a través de la Fuerza, pero era demasiado tarde. Mi cuerpo cayó inerte y observé cómo la nave se alejaba de mí. No, más bien vi cómo yo misma caía de la nave hacia el suelo arenoso que había debajo.

— ¡Helene! —gritaron Padmé y Anakin. Lo último que vi fue el pánico en sus rostros antes de perder por completo el conocimiento, incluso antes de tocar el suelo.



⫘⫘⫘⫘⫘⫘


Dolor.

Eso era lo único que sentía. Cada parte de mi cuerpo ardía, como si estuviera envuelta en llamas. También había una sensación de pánico que atravesaba la Fuerza.

— Vamos, maestra. Hace calor aquí abajo…

Abrí los ojos casi de golpe, parpadeando mientras intentaba enfocar la vista en la brillante luz púrpura del cielo de Geonosis. Levanté el brazo frente a mis ojos y entrecerré los párpados. Poco a poco, mi visión se aclaró y vi el rostro anaranjado y pecoso de mi padawan.

— Oh, gracias a las estrellas —suspiró Cal mientras me ayudaba a sentarme—. ¿Estás bien?

— Creo que sí —respondí tosiendo, esforzándome por ignorar el dolor en mi espalda y piernas—. ¿Qué diablos haces aquí?

Cal frunció el ceño e hizo una mueca. —¿Acaso no es obvio? Te caíste y salté detrás de ti.

Abrí los ojos aún más, asombrada.

—¡¿Qué?!

Cal forzó una risa mirando hacia otro lado con inocencia. — Ups.

— ¿Ups? ¡¿Por qué demonios saltaste detrás de mí?!  —exclamé, sintiendo la preocupación encogiendo mi corazón—. ¡Podrías haberte hecho daño, tonto!

Cal se encogió de hombros, restándole importancia. —Solo estampé mi cara contra la arena. No fue gran cosa.

Rodé los ojos, y aunque una sonrisa amenazaba con pintarse en mis labios, me agaché para sacudir la arena de su ropa. — ¿Y dónde está Anakin? —le pregunté,  con un pequeño  nudo de ansiedad formándose en mi estómago.

— Lo vi intentando saltar de la nave, pero Obi-Wan lo atrapó —respondió mi padawan, alzando la cabeza hacia el cielo—. Ya estaban a una altura muy elevada, y no podían dejar escapar al Conde Dooku.

Resoplé, sintiendo que el estrés me invadía. Sabía que ahora gracias a Anakin, esa nave sería como un manicomio para los demás. — Hay que encontrarlos. Necesitarán la mayor ayuda posible.

— Se han ido por esa dirección.

Cal y yo comenzamos a caminar por las dunas de arena geonosianas. Yo respiraba rápidamente debido al dolor, con mi mente centrada en una sola cosa: tenía que llegar hasta Anakin. No podía perderlo, no después de haberlo tenido al borde la muerte múltiples veces.

Pensé en Shaak Ti, en Obi-Wan, en Padmé y en cómo estaban a punto de enfrentarse a Dooku sin mi ayuda. Recordé a Aayla, Kit y a todos los demás que habían estado en la batalla. ¿Estaban todos bien? No podía pensar con claridad, pero necesitaba llegar hasta Anakin para ayudarlo, era mi mayor prioridad en esos instantes.

Mientras caminábamos por las ondulantes dunas, Cal rompió el silencio de una manera sutilmente atrevida:

— Maestra, no es por ser tan metiche como tú, pero —se detuvo, como si le diera vergüenza hablar— he visto como Anakin… bueno… los dos parecíais muy… umm… —apartó la mirada, susurrando la última parte— apegados.

Me sonrojé de inmediato, avergonzada. Maldije mentalmente las emociones de Anakin, que acaban arrastrando las mías a su misma euforia. Por supuesto, que medio Coliseo lo habría notado.

— Solo estábamos preocupados el uno por el otro —corregí rápidamente, tratando de restarle importancia a la situación—. Hemos aprendido a llevarnos mejor, calabaza.

Cal se mantuvo en silencio, y creía que había aceptado mi respuesta. Lo agradecí con un suspiro y seguimos caminando hasta que volvió a hablar:

— Entonces... ¿están enamorados?

Las palabras se atascaron en mi garganta mientras intentaba procesar lo que acababa de decir. Sentí cómo mi corazón latía más rápido, y no solo por el esfuerzo físico de caminar. Mi padawan me miraba fijamente, esperando una respuesta que no sabía cómo dar.

Un torrente de pensamientos cruzó por mi mente. Recordé momentos con Anakin, los instantes en los que nuestras miradas se encontraban, la manera en la que me arrastraba a su lado, y esa conexión palpable en la Fuerza que nos unía. Pero expresar eso, ponerlo en palabras, era peligroso.

—Cal, no es… tan simple —contesté, intentando persuadirlo de alguna manera—. Mi relación con Anakin es complicada. Sabes que los Jedi no podemos permitirnos esos apegos, no en la forma en que piensas.

No me creyó. Me conocía tan bien como yo a él.

Antes de que me pudiera decir algo, divisé el hangar a lo lejos y le di un codazo a Cal para que nos apuráramos. Me esforzaba por respirar de manera más tranquila, pero había algo en mí que no encajaba. No sabía exactamente qué estaba sucediendo, pero todo el trabajo que había realizado durante años (los meses de escuchar a Shaak Ti y a Yoda para perfeccionar mi concentración y mantener mis emociones a raya) parecía haberse desvanecido en los últimos días. La confusión invadía mi mente y mi cuerpo no respondía como yo quería.

No era solo la amenaza del Conde Dooku lo que me afectaba; me sentía nerviosa, sensible, emocional... simplemente mal. No lograba entender por qué estaba atravesando esto, pero había algo claro en mi mente: necesitaba llegar hasta Anakin. Si quería sobrevivir a esta misión, debía hacerlo a su lado. Era el único lugar donde me sentía más fuerte que en cualquier otro sitio.

Salí de mi ensoñación al escuchar el sonido de una nave despegando. Miré hacia arriba, jadeando, y vi que la nave que abandonaba el hangar no era la que había llevado a los demás. Mi corazón se detuvo. ¿Qué les había pasado?

— ¡Es el Conde Dooku! —gritó Cal, pero ninguno de los dos pudimos hacer más que observar cómo la nave se elevaba hacia el cielo.

— Ani... —susurré, sintiendo cómo todo mi cuerpo se congelaba. Bajé la mirada a mis pies y luego al hangar.

Cal tiró de mi manga. —Están bien, maestra —me animó—. Tienen que estarlo.

Me tragué esas palabras y decidí tomarlas en serio. Comencé a correr por la arena, con Cal siguiéndome de cerca, hasta que llegamos a la base del hangar.

Cada movimiento hacia arriba era un desafío, un dolor punzante que recordaba cada moretón que me había hecho al caer y el zarpazo del Nexu en mi espalda. Pero mis músculos sabían qué hacer. Cal subía más rápido que yo, gracias a su complexión. Mientras se aventuraba dentro del hangar, miró a su alrededor con nerviosismo y luego se estiró hacia atrás para ayudarme. Mis ojos escudriñaron la escena.

— Anakin —susurré, aliviada al verlo. Se movía y miraba a su alrededor desde donde yacía en el suelo entre Obi-Wan, Shaak Ti y Padmé. Los cuatro parecían heridos, pero empezaban a reponerse.

— Helene —murmuró Anakin, intentando levantarse al verme. Corrí para ayudarlo a ponerse de pie, rodeando sus costados con mis brazos. Estaba bien. Un temblor de alivio recorrió mi cuerpo—. Quise morirme cuando te vi caer —habló, escrutando mi rostro de arriba abajo.

— Anakin… —comencé, incrédula—, tu brazo... —señalé, con la respiración atrapada en la garganta. Había bajado mis manos para tomar las suyas, sin embargo, solo me encontré con una.

— Ya nos preocuparemos por eso más tarde —me respondió con voz temblorosa, colocando su mano ilesa bajo mi barbilla y levantando mi rostro para mirarme—. ¿Estás bien?

— Yo… sí —tragué saliva, con la piel de gallina. Mantuvimos nuestros brazos entrelazados. No podía soltarlo. Miré a mi alrededor, buscando a los demás—. Maestra —susurré, extendiendo una de mis manos hacia Shaak Ti mientras ella se ponía de pie. Ella inspeccionó el hangar antes de tomarla.

— Estamos bien —me dijo con firmeza, mirándome con preocupación antes de pasar su mirada a Padmé y Obi-Wan, que también se estaban levantando—. Se ha ido —siguió, mirando más allá de mí.

— Ha escapado —escuché una voz a nuestras espaldas y Cal volvió a chillar asustado antes de que nos volteáramos para encontrar al Maestro Yoda acercándose, guardando su sable de luz en su cinturón. La sorpresa me invadió al verlo allí, seguido por varios clones con armadura blanca. Traté de comprender lo que estaba ocurriendo—. De vuelta a Coruscant, debemos ir —continuó, sin perder tiempo en palabras amables—. Inmediatamente.

Y en ese momento, lo supe.

Las Guerras Clon habían comenzado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro