ᴛʜᴇ ᴄʜᴏsᴇɴ ᴏɴᴇ
ᴛʜᴇ ᴄʜᴏsᴇɴ ᴏɴᴇ
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Supe que algo andaba mal cuando un disturbio en la Fuerza me hizo despertar.
Había amanecido y el sol se filtraba por mis párpados como si estuviera decidido a derretir mis córneas. Abrí mis ojos para comprobar si mi compañera había sentido lo mismo que yo, pero ella todavía descansaba plácidamente en su cama, babeando sobre la almohada.
Gruñí cuando el sentimiento se hizo más fuerte provocándome una punzada de dolor en la cabeza; no lo había experimentado desde que dejé mi sable de luz encendido accidentalmente y mi propia conciencia me avisó de que la ropa se estaba quemando.
Suspirando, me levanté de la cama y tomé el arma con mis manos asegurándome de que no estaba incendiando nada. El dolor disminuyó, pero seguía ligeramente presente.
Un pitido llamó rápidamente mi atención y tomé el comunicador que guardaba debajo de la almohada en caso de emergencias. Cuando lo encendí, la voz tranquila voz de la Maestra Ti sonó a través del cacharro:
— Helene, ¿ya estás lista?
Fruncí el ceño, largando un bostezo. — ¿Lista para qué, maestra?
— El entrenamiento comienza en seis minutos, espero que hayas desayunado bien porque Windu supervisará el combate… —hizo una pausa en lo que yo asimilaba lo que acababa de decir y abría los ojos de par en par, mi maestra suspiró—. Te acabas de despertar, ¿verdad?
Mierda. Miré la hora y confirmé lo que temía: llegábamos tarde, como siempre. Gruñí de nuevo, resignada.
— Lo siento, maestra. Estaré allí a tiempo.
Shaak Ti dejó escapar otro suspiro.
— Dile a tu amiga que el Maestro Vos la está buscando como loco. Dense prisa antes de que corra a la habitación y las encuentre en pijama.
— Sí, maestra.
Apagué el comunicador y lo dejé caer sobre la cama con un bufido. Entrenar bajo la mirada de Mace Windu era lo último que quería hacer a estas horas, especialmente sin haber desayunado.
Me acerqué a la otra cama y observé a mi compañera dormir tan cómodamente que casi me daba lástima despertarla de la única manera que funcionaba.
Casi.
Con un rápido movimiento de mano usé la fuerza para levitar el colchón en el aire, y cuando comprobé que ya estaba a una altura aceptable del suelo moví la mano para que el colchón se doblara tirando a la twi'lek hacia el piso con un golpe sordo. Un grito resonó por toda la habitación.
— Cálmate, pareces un Draagax —me burlé, observando cómo se levantaba de un salto, fulminándome con la mirada.
Aayla Secura me miró con odio y y las puntas de sus tentáculos se sacudieron con irritación. Vestía un fino vestido negro casi transparente, y entonces recordé que teníamos menos de cinco minutos para llegar a la sala de entrenamiento.
— Tú pareces un Wampa con ese pelo —escupió.
— No me importa —repuse, ignorando su comentario mientras abría el armario—. Tenemos que llegar a la sala de combates ya. Mace Windu supervisará el entrenamiento hoy.
Aayla gruñó, abriendo su propio armario.
— Seguro que nos criticará hasta por cómo respiramos —se quejó—. Apenas lo nombraron Maestro hace un mes, y ya actúa como si fuera el dueño del Templo.
— ¿Sabías que si le acercas la hoja de tu sable de luz a la cabeza se refleja en su calva? —comenté divertida mientras me ponía los pantalones—. Casi le quemo una oreja. La Maestra Ti me castigó sin leche azul durante dos semanas.
Aayla soltó una risa desde el otro lado de la habitación. Ambas habíamos llegado al Templo al mismo tiempo, a los tres años. Fuimos igual de traviesas y liantosas durante nuestro crecimiento, lo que nos valió compartir los mismos castigos que solo lograron acercarnos hasta convertirnos en grandes amigas. También habíamos sido elegidas padawans casi a la misma vez.
Cuando estuvimos listas -yo aún me estaba terminando de poner la camiseta mientras salía por la puerta- corrimos a través de los pasillos del Templo para llegar al área de combate, con varios minutos de retraso. El mismo disturbio en la Fuerza se volvió a hacer presente durante nuestra rápida trayectoria pero no tuve tiempo de pararme a comprobar que era.
Aayla y yo llegamos a la sala jadeando y entre trompicones: la primera mirada que encontré fue la de la Maestra Ti, quién me observó con una clara reprimenda tras sus serenos ojos, después pasé la vista al maestro de Aayla, el Maestro Vos, que permanecía de brazos cruzados y pisando el suelo con impaciencia.
A la altura de su rodilla, vi la pequeña cabecita del Maestro Yoda asomarse tras su pierna y a Kit Fisto sonriéndonos con diversión. Había otros extras y sus maestros en el lugar pero yo solo podía centrarme en los endiablados ojos de Windu que nos observaba con seriedad.
— Llegan tarde, padawans —espetó, malhumorado.
Aayla se secó el sudor de la frente. — Discúlpenos, Maestro Windu. No volverá a suceder.
— Eso dijeron ayer y la semana pasada también, maestros —nos señaló Kit con una pizca de malicia en la voz.
Gruñí, lanzándole una mirada letal al instante. Nuestro amigo, por supuesto, solo ensanchó su sonrisa. Windu puso los ojos en blanco, visiblemente fastidiado.
— Basta. Quiero ver lo que han aprendido estas últimas semanas —dijo, observando a nuestros maestros—. ¿Ya dominan la forma Ataru?
— Desde hace un tiempo —respondió Shaak Ti con calma.
— Entonces, comencemos —asintió Windu—. Padawan Fisto, Padawan Secura —los miró a ambos con seriedad—, espero que no me hayan hecho venir para nada.
Fruncí el ceño y me acerqué al oído de Aayla, susurrando: — ¿Y quién diablos lo invitó?
Ella me lanzó una mirada nerviosa antes de encogerse de hombros y avanzar hacia la pista, sacando su sable.
Me senté en el suelo con las piernas cruzadas, apoyando las manos en las rodillas, lista para observarlos iniciar su duelo: frente a frente, ambos encendieron sus armas, y el zumbido de las hojas de energía llenó el aire.
El combate comenzó tan rápido como Yoda golpeó su bastón en el suelo. Aayla se lanzó hacia Kit la agilidad de un felino, realizando acrobacias rápidas y fluidas, saltando y girando en el aire mientras atacaba con precisión. Cada golpe que lanzaba era veloz, buscando siempre un punto débil en la defensa de Kit. Pero Kit era un muro. Sus movimientos eran poderosos, sus golpes resonaban con fuerza, y realizaba bloqueos impenetrables, deteniendo los ataques de Aayla.
Los sables chocaban, creando destellos de luz en cada impacto, mientras los dos se deslizaban por la pista entre piruetas. Aayla aprovechaba cada oportunidad para realizar saltos acrobáticos, girando sobre sí misma y lanzando ataques desde ángulos inesperados, mientras Kit mantenía su postura firme, desviando sus golpes contrarrestándolos.
De repente, mientras observaba el combate, el mismo disturbio en la Fuerza que había sentido antes golpeó mis sentidos, más fuerte esta vez.
Una punzada de dolor me atravesó la cabeza, y no pude evitar hacer una mueca de molestia. Cerré los ojos por un momento, tratando de sacudirme la sensación. No podía identificar qué era, pero algo estaba mal.
Un toque en mi hombro me hizo dar un sobresalto, volviendo a la realidad. Abrí los ojos rápidamente y me giré para encontrar a la Maestra Ti arrodillada a mi lado.
— Helene, ¿ocurre algo? —me preguntó con suavidad.
Siempre había admirado en silencio la forma en que mi maestra parecía sintonizada con la Fuerza, capaz de detectar incluso las emociones más sutiles de quienes la rodeaban. Era como si nada escapara a su percepción.
Miré al otro lado de la habitación para comprobar si alguien nos estaba escuchando. El Maestro Yoda y el Maestro Vos hablaban algo entre ellos sin dejar de observar a sus padawans luchar, y el Maestro Windu no despegaba su vista de ellos, incluso parecía no parpadear en busca de algún fallo.
Tragué saliva y asentí.
— He… He estado sintiendo algo extraño en la Fuerza desde que desperté —confesé—. No sé de qué se trata, pero es fuerte.
Shaak Ti frunció ligeramente el ceño, su mirada volviéndose pensativa.
— Yo no he notado nada —respondió, sin dejar de observarme con atención—. No habrás dejado otra vez tu sable encendido en algún lado, ¿verdad?
Negué apresuradamente. — No, lo juro.
— ¿Le has vuelto a gastar una broma a un niño dejándolo meditar durante horas y se te ha olvidado?
Volví a negar, frustrada.
— ¡No, claro que no! —exclamé, en un susurro—. Además solo lo hice una vez y fue a él quién se le olvidó cómo volver a la realidad.
Shaak Ti me miró seria pero con una leve extrañeza en sus ojos, y eso solo hizo que mi inquietud creciera. Si Shaak Ti no había percibido nada, entonces ¿qué estaba sintiendo yo? ¿Por qué la Fuerza me enviaba estas señales?
— Después veremos de qué se trata —aseguró mi maestra antes de levantarse y alejarse de mí. Yo me quedé en la misma posición, aún con esa molestia latiendo en mi interior.
El combate transcurrió de manera igualada hasta que finalmente, el sable de Aayla salió volando por los aires y la twi'lek cayó al suelo por segunda vez en la mañana con un golpe sonoro. Me levanté cuando Kit se acercó a ayudarla y esperé a que el Maestro Windu me diera la señal para entrar a pelear.
— Habéis estado muy igualados, jóvenes —empezó Shaak Ti, antes de sonreírles levemente—. Ha sido una buena pelea, ambos estuvieron bien.
Yoda asintió.
— Fisto el ganador es —habló, mirando a su discípulo—, pero Secura mejores acrobacias ha hecho.
Aayla le sonrió burlona a Kit golpeando su hombro mientras pasaba por su lado. El Nautolano simplemente sacudió sus tentáculos y le asintió a su maestro.
Sin decir una palabra, Mace Windu, que hasta ahora había estado observando en silencio, dio un paso adelante. Sus ojos oscuros se clavaron en mí con una frialdad que me hizo sentir un nudo en el estómago.
— Padawan Shield, tu turno—ordenó, su voz grave resonó en la sala.
Respiré hondo, luchando contra los nervios que comenzaban a arremolinarse en mi interior. Llevaba una racha de trece combates seguidos sin perder ni siquiera uno y quería mantenerla para seguir con mi reputación de la mejor padawan de esta generación. A mis catorce años ya superaba a muchos Jedis de dieciocho.
Le sonreí a la Maestra Ti con confianza y me situé frente a Kit. Encendí mi sable de luz al mismo tiempo que él, y los zumbidos de las hojas llenaron el aire una vez más.
El combate comenzó con un estallido de energía. Kit se lanzó hacia mí con un ataque potente, que desvié en un rápido giro, utilizando mi agilidad para esquivar y contraatacar. Salté hacia un lado, realizando una pirueta para evitar su siguiente golpe, y lancé una serie de estocadas rápidas en su dirección. Kit las bloqueó con facilidad, moviendo su sable casi a la velocidad de la luz.
Realicé una acrobacia, girando en el aire para caer detrás de él y lanzar un golpe desde su flanco, pero Kit fue rápido, girando sobre sí mismo para bloquear mi ataque y responder con un golpe horizontal que apenas pude detener. La intensidad del combate se incrementó con cada movimiento. Saltos, giros y piruetas llenaban la pista mientras nuestros sables chocaban con fuerza, creando destellos brillantes en cada impacto. Era un duelo igualado, cada uno de nosotros empujando al otro al límite.
Pero entonces, la perturbación en la Fuerza volvió a golpearme, más fuerte que nunca.
Sentí una sacudida en mis sentidos, una sensación que nubló mi concentración; unos nítidos pero desconocidos ojos azules con un brillo infantil entraron en mi campo de visión justo cuando Kit lanzó otro ataque. Vacilé en mi defensa, mi mente atrapada entre la batalla y la imagen de esa intensa mirada queriéndome sacar de la realidad.
El sable de Kit rozó mi hombro, y el dolor fue instantáneo. Un grito se escapó de mis labios mientras retrocedía tambaleándome, la piel quemada por el contacto con la hoja.
Caí al suelo, jadeando por el dolor, y cuando levanté la vista, vi la mirada de Mace Windu. Sus ojos eran fríos, llenos de desaprobación, y esa expresión me atravesó como el disparo de un blaster.
La ira y la frustración hirvieron dentro de mí. No podía permitir que terminara así. Apreté los dientes y me levanté de un salto, ignorando el dolor en mi hombro. Volví a tomar mi sable con firmeza, me lancé de nuevo hacia Kit. Realicé una serie de piruetas, girando y saltando con más agilidad que antes, haciendo mis ataques más rápidos y precisos. La Fuerza no estaba de mi lado en estos momentos, queriendo distraerme, pero tampoco la necesitaba.
Kit intentó mantener el ritmo, pero la intensidad de mi contraataque lo tomó por sorpresa. Un último salto acrobático me permitió esquivar su defensa y desviar su sable, dejándolo vulnerable. Con un giro rápido, logré desarmarlo, apuntando mi sable morado hacia su pecho.
Kit levantó las manos en señal de rendición, y el combate terminó. Había ganado otra vez.
— Catorce —susurré satisfecha, para mis adentros.
El sonido de los aplausos resonó en la sala, y vi a Aayla sonriéndome, aplaudiendo con entusiasmo. Pero mi mirada se desvió hacia Mace Windu, buscando alguna señal de aprobación. Aunque su expresión seguía siendo seria, noté un leve asentimiento, y eso fue suficiente para hacerme sonreír victoriosa.
— De la pelea Padawan Shield ganadora es —asintió el Maestro Yoda, sonriéndome—. Bien hecho, muchachos.
Shaak Ti se acercó a mí con una expresión de preocupación en su rostro. Sus ojos se detuvieron en mi hombro, donde el sable de Kit había dejado una quemadura evidente.
— ¿Te encuentras bien, Helene? —preguntó mientras examinaba la herida con una mirada crítica.
Asentí, tratando de restarle importancia al escozor que sentía. Me molestaba más la estúpida visión de la Fuerza que la herida.
— Solo me escuece un poco, estaré bien —dije, esforzándome por mantener la compostura, aunque el ardor en mi piel decía lo contrario.
Kit también se acercó, su rostro reflejando un poco de culpa. — Es mejor que te cures eso antes de que el dolor empeore
Sin darme cuenta, mis ojos buscaron la aprobación de Mace Windu. A pesar de que había logrado ganar el combate, aún sentía la necesidad de asegurarme de que mi siguiente paso estaba permitido, este hombre podía hasta juzgarme por respirar muy fuerte. Él, que había estado observando en silencio, asintió con seriedad, dándome permiso para ir.
Con un suspiro de alivio, me encaminé hacia la puerta, llevando una mano al hombro dolorido. Antes de salir, escuché la voz de Kit. — ¡Te buscaremos después del entrenamiento!
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— Estúpido droide, ha manchado mi camisa con bacta —farfullé, quitando los restos de gel que había alrededor del parche en mi hombro.
Habían pasado como diez minutos desde que salí de la sala de combates y estaba segura de que todos notaron mi vacilación durante la pelea. Pasé mi corta estancia en la enfermería pensando en aquellos ojos que invadieron mi mente por unos instantes, eran azules: no tan grandes y llamativos como los míos pero sí igual de intensos.
Estaba tan absorta en toquetear mi parche de bacta que no noté la presencia de alguien más cerca hasta que la Fuerza prácticamente me empujó a que lo hiciera. Giré rápidamente la cabeza para encontrar una pequeña figura sentada en un banco, a unos metros de mí.
Mi garganta se secó al ver a un niño rubio, algo magullado y sucio, observándome con curiosidad desde su asiento. Pero lo que más llamó mi atención fueron sus ojos.
Esos dichosos ojos azules…
Miré a los lados sin saber muy bien que hacer y después volví a mirar al niño.
— Eh… ¿hola? —hablé, aturdida. ¿Y ahora quién demonios era este?
El chico me miró a los ojos y la intensidad en ellos casi me hizo tambalear de nuevo hacia atrás. La Fuerza me envolvió en un mantón de acero incapacitándome la posibilidad de moverme libremente. Y él habló:
— ¿Eres un ángel?
— ¿Qué?
— Sí —Parecía entusiasmado mientras me miraba—. He oído hablar de ellos a los pilotos del espacio profundo. Son los seres más hermosos del universo.
Fruncí el ceño.
— ¿Estás ligando conmigo, niño?
El chiquillo rubio se sonrojó fuertemente tras mis palabras y apartó la mirada hacia un lado balbuceando cosas incomprensibles para mí anciana capacidad auditiva. Logré dar unos pasos hacia él y me agaché a su altura para observarle fijamente: vestía una túnica harapienta similar a la de los Jedis ajustada a su tamaño, pero lo que definitivamente me descolocó fue la pequeña trenza que colgaba de su cabello hasta rozar su hombro, la trenza de un padawan.
— ¿Cómo te llamas, niño? —pregunté, ladeando la cabeza.
Él se sonrojó aún más antes de responder. — Anakin Skywalker.
Otra sacudida de la Fuerza en mi interior. Contuve un siseo molesto mordiéndome la lengua y asentí.
— ¿De dónde vienes, Anakin?
— De Tatooine —contestó, rápidamente—. Llegué hace poco con el Maestro Kenobi y ahora soy su padawan —se veía casi orgulloso mientras lo decía—, estoy esperando a que me lleve a nuestro primer entrenamiento.
¿Tatooine? ¿Kenobi? ¿Su nuevo padawan?
Abrí mis ojos de par en par al darme cuenta de que quién estaba frente a mí no era nadie más y nadie menos que el la nueva comidilla del Templo. Aquel supuesto Elegido que Shaak Ti me había comentado hace un par de días, al que recogieron después de la muerte del Maestro Qui-Gon Jinn a manos de un Sith y la Batalla de Naboo.
— Vaya… —lo examiné de arriba a abajo—, te esperaba más… eh… ¿mayor?
Anakin infló su pecho, el sonrojo no había desaparecido de sus mejillas—. Soy mayor, tengo nueve años.
— Y yo tengo catorce y aún juego a casar a los droides entre ellos —refuté, dejándole claro que mi punto.
Él parecía algo decepcionado. Volví a mi postura natural sintiendo sus ojos curiosos sobre mi parche de bacta. Quise darme la vuelta para seguir caminando pero su voz me detuvo:
— Entonces, ¿no eres un ángel?
— No.
— ¿Y por qué tus ojos son tan grandes?
— Pregúntale a la genética.
— ¿Y qué son esos puntos en tu cara?
— Se llaman pecas.
— ¿Puedes volar?
— ¿Te parece que lo haga? —gruñí, irritada por tantas preguntas absurdas.
El niño abrió la boca para decir algo más pero otra voz más grave y masculina lo interrumpió:
— ¿Anakin? —Obi-Wan Kenobi se había acercado a nosotros con una expresión dura en su rostro que se suavizó al verme—. Ah, hola padawan. Discúlpame, pero tengo que llevarlo a la sala de entrenamiento ahora que tus compañeros han terminado —se giró hacia él—. ¿Estás preparando, Anakin?
Anakin asintió frenéticamente y se levantó del banco de un solo salto para posicionarse junto a Obi-Wan mientras yo los miraba a ambos boquiabierta. Y entonces me miró con esos ojos que tanto tormento me habían causando en el lapso de unas horas.
— ¿Te veré otra vez? —preguntó, descolándome. Parpadeé unas cuantas veces y levanté la mirada para observar a Obi-Wan que simplemente nos sonrió ligeramente.
— Ah… bueno… yo… —balbuceé, para después carraspear y adoptar una postura más firme—. Sí. Supongo que sí.
Anakin sonrió de lado y el Maestro Kenobi se despidió de mí con un asentimiento de cabeza antes de tomar a su padawan por el hombro y guiarlo en dirección contraria. Los observé marcharse. Disociando un poco este momento de la mañana.
¿Acababa de estar cara a cara con El Elegido? ¿Así sin más?
Mientras se alejaban, Anakin giró la cabeza varias veces para mirarme una última vez. Y justo cuando iba a doblar la esquina, articuló un pequeño “adiós” con los labios antes de desaparecer por completo.
Si hubiera sabido todo lo que este encuentro desataría, jamás me habría acercado a él.
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