Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

ᴘʟᴀɴs ʀᴇᴠᴇᴀʟᴇᴅ










ᴘʟᴀɴs ʀᴇᴠᴇᴀʟᴇᴅ
⫘⫘⫘⫘⫘⫘




— Siempre es un placer recibir invitados.

El edificio del virrey Lott Dod
resultó ser opulento, con pisos de mármol rojo, escaleras doradas y columnas decoradas con grabados intrincados. Todo desprendía una riqueza abrumadora que me hacía sentir fuera de lugar y mientras nos guiaban, no pude evitar notar a los sirvientes neimoidianos moviéndose de un lado a otro. Fue difícil no sentirme algo incómoda: en el Templo Jedi, las tareas de limpieza siempre las realizaban droides, no personas.

Lott Dod asignó primero la habitación de Anakin, ubicada en un ala algo apartada. Anakin no dijo nada, pero el leve fruncir de su ceño al mirar hacia mí dejaba claro lo que pensaba al respecto. Luego, nos mostró las habitaciones de Clovis y la mía. Para mi desagrado –y el de Anakin, según la expresión en su rostro–, la de Clovis estaba bastante más cerca de la mía.

— Senadora Opress, espero que esta habitación cumpla con sus expectativas —habló el virrey mientras su sirviente me abría paso con una leve reverencia—. Por favor, descanse mientras el senador Clovis y yo discutimos ciertos asuntos importantes.

Dibujé una falsa sonrisa en mi rostro, conteniendo las ganas de protestar. Quedándome en la habitación no lograría averiguar absolutamente nada y me daba la sensación de que este día iba a ser largo, por lo que me negaba a tumbarme como una hermosa princesa a descansar y esperar que su amado la despierte con un beso de buenas tardes. Hoy no, tal vez mañana.

Manteniendo mi horrible sonrisa, me limité a asentir con una sonrisa profesional.

— Por supuesto, virrey. Gracias por su hospitalidad.

Me despedí formalmente de los presentes y, tras intercambiar una mirada con Anakin, me encerré en mi habitación. El dormitorio era impresionante, casi irreal. Una cama enorme con sábanas de seda ocupaba el centro, iluminada por una lámpara de cristal que arrojaba destellos cálidos sobre los tapices que adornaban las paredes. Caminé hasta la ventana que daba al paisaje suspendido de Cato Neimoidia, contemplando los cañones y puentes flotantes. Me sentí pequeña en medio de aquel lujo. Casi como si estuviera interpretando un papel en una obra que no me pertenecía.

¿Y ahora qué, Helene? pensé, dejando escapar un suspiro.

Mientras contemplaba el paisaje flotante, perdida en mis pensamientos, un leve sonido zumbó en mi oído antes de que una voz interrumpiera en mi mente, sobresaltándome. «Helene, ¿me escuchas?»

Di un respingo, llevándome la mano al oído para ajustar el comunicador oculto.

— Maldita sea, Padmé. ¿Quieres matarme de un susto?

«Lo siento» respondió, y por el tono en su voz, parecía realmente nerviosa. «No quería asustarte, pero necesitaba hablar contigo»

Me dejé caer en el borde de la cama, frunciendo el ceño. — ¿Qué ocurre?

«Es sobre Lott Dod» empezó con un deje de desdén. «Saber que Clovis tiene algún tipo de acuerdo con él me resulta… decepcionante»

— ¿Decepcionante? —repetí, levantando una ceja—. Yo lo llamaría más bien una prueba de que Clovis no es de fiar. Dod no es solo un separatista cualquiera, Padmé. Estoy bastante segura de que es uno de los principales financiadores de esta maldita guerra.

Padmé guardó silencio por un momento, y luego añadió, con voz más apagada: «Sí… lo sé. He intentado mantenerme al margen, pero esto no pinta bien. Si Clovis está tratando con alguien como Dod, no puede ser por algo bueno»

La rabia se encendió en mi pecho, como siempre que pensaba en los separatistas. Ellos eran los responsables de tantas vidas perdidas, de las misiones suicidas, de los Jedi caídos que el Consejo trataba de reemplazar como si fueran piezas de ajedrez. Apoyé los codos en las rodillas y fijé la mirada en la alfombra bajo mis pies.

— No te preocupes, Padmé —dije finalmente, con una suavidad que esperaba fuera tranquilizadora—. Descubriré qué están tramando y el Consejo se encargará de ello.

«Solo… no te arriesgues más de lo necesario, y ten cuidado»

Con un asentimiento casi automático, terminé la comunicación. Apagué el pinganillo y me levanté de un salto. No podía quedarme quieta en esta habitación lujosa mientras el enemigo planeaba quién sabe qué en el mismo edificio. Lott Dod y Clovis escondían algo, y si tenía que correr el riesgo de salir disparada a cañonazos de este planeta para averiguarlo, lo haría.

Me acerqué a la puerta y la entreabrí con cuidado, siseando ante el maldito chirrido de la madera que me hacía parecer más sospechosa. Inspiré profundamente antes de darle un vistazo al pasillo vacío y salí rápidamente, deslizándome ridículamente por las paredes como si no estuviera en un maldito vestíbulo más grande que medio Templo.

El corredor me llevó hasta una sala más apartada, decorada con estanterías repletas de libros y holocrones que brillaban con una tenue luz azulada. Una biblioteca. Había esquivado a varios neimoidianos durante el trayecto, todos demasiado insistentes en hacerme preguntas sobre la situación en el gobierno de Zakuul. Me limité a sonreír y a dar respuestas vagas, rezando para que no se notara lo absolutamente nada que sabía del tema. Shaak Ti habría estado medio orgullosa de mí.

Al llegar, me congelé al escuchar voces familiares.

Reconocí la de Clovis de inmediato, y luego la grave y serpenteante voz de Lott Dod. Había alguien más, una tercera voz áspera y gutural que no reconocía. Me acerqué con cuidado a una estantería, ocultándome tras una columna lo suficientemente gruesa como para pasar desapercibida.

— Aquí está el disco —oí decir a Clovis, y por el tono de su voz parecía estar mostrándoles algo. Me incliné ligeramente para ver mejor y vislumbré un pequeño dispositivo en sus manos.

— ¿Son las coordenadas de la fundición? —preguntó la voz áspera. Ahora entendía por qué no la reconocía. Era Poggle el Menor, uno de los líderes separatistas que había visto en informes del Consejo Jedi. Mi pecho se apretó con la impotencia de no poder lanzarme a patear su estúpido trasero.

— Sí —respondió Clovis marcadamente profesional—. Esta será la más grande jamás construida. Su producción de droides será incomparable y, si todo marcha según lo previsto, nos reportará beneficios inconmensurables.

Sentí como si mi estómago se hundiera al suelo.

¿Una nueva fundición de droides? ¿Clovis estaba facilitando los medios para que los separatistas la usaran? Era un golpe de traición directo al corazón de la República.

— Arriesgamos mucho al involucrarnos en esto —replicó Dod, con evidente descontento—. Necesitamos una mayor participación en los beneficios para compensar los riesgos.

— Eso es inaceptable —intervino Clovis, su voz perdiendo la compostura por un momento—. Ya hemos negociado los términos. No voy a permitir que cambien las condiciones ahora.

La discusión continuó, con Dod y Poggle insistiendo en mayores garantías y Clovis tratando de mantener su postura. Sentí un sudor frío correr por mi espalda, pero no me moví ni un milímetro, temiendo delatarme.

De pronto, la conversación dio un giro inesperado.

— ¿Y qué hay de la Senadora Opress? —preguntó Dod con astucia. La mención de mi falsa identidad me puso los pelos de punta.

— No está involucrada en esto —respondió Clovis rápidamente, casi a la defensiva—. Solo me está acompañando por cuestiones diplomáticas.

— ¿Y cómo estás seguro de que no es una espía de la República? —inquirió Poggle, retumbando con sospecha.

— ¡Por supuesto que no! —Clovis se escuchaba nervioso ahora, lo que no ayudaba en absoluto. Dudaron de mí. Y tenían razón.

Noté cómo Clovis parecía dispuesto a retirarse, despidiéndose de ambos para aclarar sus asuntos más tarde. Un chillido ahogado se escapó de mi garganta al escuchar sus pasos y retrocedí rápidamente, girando mi cuerpo hacia el vestíbulo y ocultándome tras la pared.

Una vez fuera de su alcance, me tranquilicé y caminé con normalidad, fingiendo que no acababa de descubrir uno de los planes secretos de los separatistas.

El alivio que sentí al salir de la biblioteca no duró mucho. Apenas doblé una esquina del pasillo, me encontré de frente con Clovis, haciéndome saltar en mi lugar y sentir que un chorro de pis se escapaba de mí.

— ¿Kaya? ¿Qué haces aquí? —preguntó, tuteándome por primera con una ceja arqueada.

Tragué saliva, luchando por mantener la compostura. Necesitaba una excusa. Rápido.

— Eh... Bueno, estaba buscando… ¡a ti! ¡Buscándote a ti! Sí, eso —sonreí nerviosa, intentando que sonara convincente.

Él parpadeó, sorprendido.

— ¿A mí? —repitió.

— Sí, bueno… Me estaba interesando mucho esa charla que me diste en la nave sobre los pookies en Scipio…

— Wookies —corrigió, sin apartar la mirada de mí.

— ¡Eso mismo! —reí como una idiota mientras deseaba que el suelo me tragara.

Clovis me observó en silencio durante un largo momento, antes de soltar un suspiro. — Esta noche será muy larga y es mejor que descanses antes de la cena, Kaya. Te acompañaré a tu habitación.

— Oh, no es necesario. Puedo volver sola...

— Insisto —replicó antes de girar sus ojos por nuestro alrededor, como si alguien pudiera estar espiándonos—. Vamos, este palacio es como un laberinto.

Con un suspiro resignado, caminé junto a él, tratando de mantener una fachada neutral mientras mi mente seguía dándole vueltas al disco que había visto en la biblioteca. Sin embargo, mientras avanzábamos, la conversación tomó un giro inesperado.

— ¿Qué opinas de Cato Neimoidia? —preguntó Clovis, con un tono más casual.

— Es... impresionante. Aunque quizás un poco excesivo para mi gusto —miré los detalles dorados en las paredes.

—¿Entonces prefieres algo más austero?

— Supongo que sí. En Zakuul, todo es muy funcional. Simple. Raramente nos detenemos a disfrutar del lujo. —Mis palabras eran tan falsas como las promesas del Maestro Yoda diciendo que no me pegaría con su bastón después de que me portara mal. Yo no tenía mucha idea de cómo se veía la estética de Zakuul, pero Clovis parecía realmente interesado.

— Interesante. Yo crecí con una familia donde cada rincón estaba decorado para impresionar. Quizás por eso siempre me he sentido atraído por cosas más auténticas. Lugares con alma.

Por un instante, olvidé lo que había oído en la biblioteca. Su voz era sincera, y sus palabras despertaron en mí cierta curiosidad. — ¿Cómo era tu familia?

Creí haber visto una triste sonrisa asomándose en sus labios, pero desapareció tan pronto como soltó otro suspiro:

— Mi familia era en realidad sirvientes en la casa de una de las familias muun de Scipio, siendo mi padre el ayudante personal. —Una chispa melancólica se instaló en sus ojos mientras hablaba y lo miré atentamente—. Cuando crecí, el jefe de la familia tomó un interés personal en mi educación. Tenía la misma edad que sus hijos, así que estudiamos juntos. Entonces mis padres y su esposa murieron en un accidente de lanzadera, él me adoptó.

Mis ojos se abrieron de par en par tras escuchar la última oración y sentí como las palabras se atascaban en mis gargante. — Clovis, yo…

— Tranquila, fue hace años —me interrumpió, ablandando sus rasgos al mirarme—. Está más que superado.

Una pequeña opresión en mi pecho comenzó a hacerse notar y por un segundo maldije la buena compasión que heredábamos los Jedi ante este tipo de situaciones. En cierta parte, me alegraba no recordar a mis padres ni haber crecido junto a ellos: sabría que perderlos después de una vida juntos me hubiera dejado hecha un charco.

Finalmente, llegamos a mi puerta. Clovis se detuvo y, para mi sorpresa, tomó cuidadosamente mi mano, dejando un beso suave en el dorso. Esta vez no hubo coquetería evidente, solo un gesto que parecía caballerosamente genuino.

— Nos veremos en la cena, Kaya.

Antes de que pudiera responder, se dio la vuelta y se alejó, dejándome plantada en el umbral. Lo observé irse, todavía sintiendo el calor de su mano en la mía. ¿Qué demonios acababa de pasar?

Sacudí la cabeza y entré a mi habitación. Cerré la puerta con un suspiro, apretando el puente de mi nariz para ordenar mis pensamientos. Luego, encendí mi comunicador.

— ¿Padmé? —llamé en voz baja.

«Aquí estoy, ¿qué pasó?»

Tomé aire, intentando olvidar la última conversación con el senador y recordando todo lo que había escuchado en la biblioteca.

— Tenemos que hablar…






⫘⫘⫘⫘⫘⫘





Lo que estaba a punto de hacer recaía sobre mis hombros mientras miraba las enormes puertas doradas que llevaban al comedor principal. Inspiré profundamente, ajustándome los pliegues del vestido que había elegido con cuidado: lo suficiente elegante para no parecer una intrusa, pero con la sobriedad que esperaba de alguien en mi posición.

La conversación con Padmé siguió fresca en mi mente. Cuando le conté lo que había escuchado en la biblioteca, su reacción fue devastadora. Apenas podía creerlo, pero al final, con voz rota, aceptó la verdad: su viejo amigo era un traidor. Su tristeza, me había dejado un nudo en la garganta que aún no lograba deshacer. Ahora, estaba sola, enfrentándome a un grupo de enemigos que no dudarían en eliminarme si descubrían lo que sabía.

— Vamos, Helene, —me dije a mí misma, inhalando de nuevo para calmar los nervios. —Es solo una cena. Finge que perteneces aquí. Puedes soleártelos a todos si las cosas se ponen malas, de igual manera.

Abrí las puertas con decisión, entrando en el comedor iluminado por candelabros que destellaban como constelaciones. Las conversaciones cesaron casi al instante, y todos los ojos se posaron en mí. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, pero mantuve mi sonrisa intacta mientras avanzaba por la alfombra roja.

La primera mirada que capté fue la de Clovis. Estaba conversando con un neimoidiano, pero en cuanto me vio, dejó de hablar, sus ojos brillaron con una intensidad que me hizo ruborizarme sin querer. Maldita sea, pensé, desviando la mirada con todo el desagrado que pude reunir. No podía permitirme distracciones ahora.

— Senadora Opress, bienvenida —Lott Dod se acercó a mí con una copa en la mano, curvando sus labios en una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Espero que encuentre nuestra hospitalidad de su agrado. ¿Quizás un trago para comenzar la noche?

La copa centelleaba bajo la luz, pero no me dejé engañar. Podía estar envenenada, o peor, manipulada con algún tipo de sustancia que me hiciera hablar más de la cuenta. Sin embargo, rechazarla abiertamente levantaría sospechas.

— Oh, por supuesto, virrey.

Tomé la copa con una sonrisa agradecida y la llevé hacia mis labios como si estuviera a punto de beber, cuando de repente fingí tropezar ligeramente, tambaleándome hacia un sirviente cercano. El líquido se derramó de la copa, salpicando la bandeja del pobre neimoidiano que apenas tuvo tiempo de reaccionar.

— ¡Oh, dioses¡ ¡Qué torpe de mi parte! —exclamé, llevando una mano a mi pecho como si estuviera mortificada—. Debo disculparme, virrey. Parece que los tacones y yo no somos buenos amigos esta noche.

Lott Dod frunció el ceño por un breve segundo, apretando los labios en un gesto de disgusto.

— No se preocupe, senadora —su tono parecía más forzado que cordial—. Le traeré otra.

— Por favor, no se moleste. Me temo que ya he hecho suficiente espectáculo por ahora. —Le dediqué una sonrisa, antes de depositar la copa vacía en la bandeja del sirviente y girarme hacia Clovis, quien ya caminaba hacia mí.

— Kaya, ¿todo en orden? —preguntó con una media sonrisa.

— Sí, solo un pequeño accidente. —Me forcé a devolverle la sonrisa mientras él ofrecía su brazo para escoltarme a la mesa.

A medida que nos acercábamos, los ojos de los neimoidianos sentados en la mesa se clavaron en mí con una mezcla de curiosidad y juicio. Era como si cada uno estuviera evaluándome, buscando una debilidad que pudieran explotar. Clovis, sin embargo, se mantuvo a mi lado, sus dedos rozaron los míos de forma breve mientras tomábamos asiento.

La cena comenzó como un desfile de preguntas que me hicieron sentir como un cordero en medio de un banquete de lobos. Apenas había tomado asiento cuando uno de los neimoidianos, un tipo con la cara aún más alargada de lo habitual, me lanzó la primera interrogante:

— Bienvenida, Senadora Opress. ¿Podría explicarnos la actual política de exportación de Zakuul hacia los sectores neutrales?

Mi mente se quedó completamente en blanco.

Política de exportación. Sectores neutrales. Claro, como si tuviera alguna idea de lo que eso significaba. Antes de abrir la boca y revelar mi ignorancia, Padmé intervino a través del pinganillo:

«Di que están bajo revisión por motivos estratégicos»

— Están… bajo revisión por motivos estratégicos —repetí, sonriendo como si supiera exactamente de qué estaba hablando.

El neimoidiano asintió lentamente, mientras otro, más bajito y con una voz particularmente nasal, tomaba la palabra:

— ¿Y qué hay de los tratados de cooperación interplanetaria? ¿Zakuul planea reforzarlos o disolverlos en favor de la autarquía?

¿Autarquía? ¿Qué demonios era eso?

Padmé volvió al rescate. «Di que están en negociaciones, pero que tu prioridad es mantener la estabilidad»

— Estamos en negociaciones, pero mi prioridad es, por supuesto, mantener la estabilidad, —contesté, esforzándome por no sonar como un droide mal programado.

Y así continuó el interrogatorio. Cada vez que uno de ellos abría la boca, Padmé tenía que susurrarme la respuesta, y yo la repetía como un loro parlante. La única ventaja era que parecía estar funcionando… hasta que Padmé soltó un: «Joder, hasta ahí llego yo. Buena suerte»

¿Buena suerte? ¡¿BUENA SUERTE?! Miré con cierto pánico al neimoidiano que había hecho la última pregunta, parpadeando como si estuviera profundamente reflexionando. Finalmente, murmuré:

— Es… Es una cuestión compleja —tragué saliva antes de continuar—. Necesitaría más tiempo para analizarla en profundidad.

El neimoidiano torció la cabeza en un gesto de vacilación, pero no me atreví a seguir. Estaba agotada, y aún quedaban varios platos por delante. Para colmo, mi boca estaba más seca que Tatooine al mediodía. Sin pensar, tomé la copa más cercana y bebí de un largo trago para aliviar mis nervios. El vino era fuerte, demasiado fuerte, y en cuanto lo tragué, mi garganta ardió como si hubiera tragado lava. Clovis, que estaba a mi lado, levantó una ceja.

— ¿Todo bien?

— Perfectamente —tosí disimuladamente, dejando la copa a un lado.

Para cuando el postre llegó, me sentía flotando ligeramente. Los neimoidianos seguían hablando, pero yo apenas podía concentrarme. Padmé murmuraba algo en mi oído, pero su voz se mezclaba con el ruido de los cubiertos y las risas ajenas. Finalmente, Clovis se levantó, ayudándome a ponerme de pie.

— Creo que ya es suficiente por esta noche, —dijo con una sonrisa amable, tomando mi brazo. —Permítanme acompañar a la senadora a otro lugar.

No protesté. De hecho, me aferré a él como si fuera mi salvavidas. Mientras salíamos del comedor, eché un último vistazo a los neimoidianos, que ahora cuchicheaban sin dejar de lanzarnos dagas con los ojos.

—¿A dónde vamos? —pregunté, intentando recuperar algo de dignidad.

— En seguida lo sabrás.

Clovis me guió a su habitación con una calma que me puso más nerviosa de lo habitual. No sabía si era el alcohol del vino extraño o el peso de todo lo que había descubierto este día, pero mis sentidos estaban alerta, mi mente trabajando a toda velocidad.

— Necesitaba un momento a solas contigo, lejos de las preguntas de esos neimoidianos entrometidos —comentó mientras abría la puerta de su habitación—. Hay cosas que preferiría discutir en privado.

Sí, como tu traición, pensé, pero mantuve una sonrisa educada y asentí.

El dormitorio era tan lujoso como todo lo demás en el edificio. Los colores oscuros predominaban: cortinas de terciopelo negro, muebles de madera pulida, y una lámpara en forma de orbe que arrojaba una tenue luz dorada. Mi atención la atrapó un ordenador encendido parpadeaba con un suave zumbido. Clovis me indicó que me sentara.

— Dame un segundo. Traeré algo para beber —dijo, antes de desaparecer por la puerta.

En cuanto se cerró, mi mirada se deslizó automáticamente hacia el ordenador. Algo en mi interior gritaba que esa era mi oportunidad.

Me acerqué sigilosamente, mis movimientos algo torpes por el mareo, pero no lo suficiente como para no ser cuidadosa. El ordenador no estaba protegido por contraseña, lo cual era una suerte que no esperaba. Al abrir los archivos, mi corazón dio un vuelco al reconocer los planos de la fundición.

— Maldición —susurré para mí misma, recordando que el USB que Obi-Wan me había dado seguía en mi habitación. No podía copiar los datos. No había tiempo.

No tuve otra opción. Tomé el disco físico que contenía la información, pero justo cuando lo deslicé fuera del ordenador, escuché pasos acercándose. Maldije internamente y, sin pensarlo dos veces, escondí el disco detrás de mí, al momento en el que Clovis reapareció con dos copas en las manos.

— Juro que pensé que la cena iba a durar menos. —Pareció un poco apenado, ofreciéndome una copa.

— Tranquilo, todo está bien —respondí, intentando sonar natural mientras me esforzaba por mantener el disco oculto. Mi mente trabajaba frenéticamente, buscando una forma de deshacerme de él sin que se diera cuenta.

Clovis extendió la copa para que la tomara y antes de que pudiera reaccionar rodeé su cuerpo con mis brazos, fingiendo un gesto cariñoso. — Oh, eres muy amable, Clovis. Gracias por cuidarme.

Clovis se vio sorprendido, pero no incómodo. Su cuerpo se relajó ligeramente bajo mi abrazo, y aproveché el momento para lanzar el disco con discreción hacia mis espaldas, esperando que no hiciera ruido al aterrizar.

Justo cuando estaba a punto de apartarme, sentí una perturbación en la Fuerza, una presencia que me hizo contener la respiración. Lentamente, desvié la mirada hacia la esquina oscura del dormitorio. Y allí lo vi. Anakin, de pie en las sombras, con sus ojos centelleando una ira que sabía que estaba a punto de soltar.

Había logrado colarse en la habitación al mismo tiempo que el senador regresó con las bebidas, tal vez deduciendo que las respuestas a sus sospechas sobre Clovis estarían exactamente aquí. No pareció notarle, demasiado ocupado disfrutando de mi cercanía.

Pero yo estaba casi paralizada, sintiendo cómo el peligro de mi marido me atravesaba en la Fuerza. Sabía que estaba a segundos de mandar al carajo la misión y explotar como una bomba por lo que, para calmarlo, señalé sutilmente hacia el disco con un movimiento de mi mano libre. Los ojos de Anakin siguieron mi indicación, y lo entendió.

Con un movimiento imperceptible, usó la Fuerza para atraer el disco hacia él, haciéndolo desaparecer en su capa sin emitir un solo sonido.

Clovis finalmente me soltó, ofreciéndome la copa nuevamente.

— Kaya, yo… Realmente siento cualquier incomodidad que te haya podido causar. Solo quería conocerte mejor y saber porqué te habías interesado en mí.

Parpadeé sorprendida, sin esperar sus palabras. — ¿Qué?

— No sabes cuánto aprecio que hayas decidido aprender de mí —siguió, observándome fijamente, como si tratara de descifrar algo más allá—. Hay tantas personas que se acercan solo para usarme, pero tú… Tú pareces genuina. No estás buscando influencias de nadie más, ni favoreciendo a otros por alguna razón política. Me siento… especial.

Literalmente, me había acercado a él para sacarle información y dársela a la Orden Jedi.

Me quedé en silencio por un momento, observando sus ojos y la sinceridad con la que hablaba. Había algo en él que parecía real, algo que no esperaba. Sentí una extraña contradicción; por un lado, sabía perfectamente en qué estaba metido, pero por otro… ¿qué tan mal podría ser su compañía si todo lo que decía era tan honesto?

— Aprecio tus palabras, Clovis. Solo trato de hacer lo correcto, aunque a veces… no es tan fácil —respondí, buscando una forma de suavizar lo que sentía en mi interior.

Clovis asintió lentamente, acercándose un poco más, como si la distancia entre nosotros fuera irrelevante.

— Lo sé… y esa es una de las cosas que me atrajo de ti. La forma en que ves el mundo. Pero dime… ¿qué opinas de la gente que realmente importa? Los que hacen posible todo esto, los que nos mueven…

Mi respuesta se quedó atrapada en mi garganta. Algo en su tono, algo en la atmósfera, había cambiado, y no me gustaba. Clovis se acercó aún más, y pude notar el leve tinte rojizo de sus mejillas, producto del alcohol que había consumido durante la cena.

Sus ojos brillaban, admirándome de una manera que me hizo sentir incómoda.

— Tus ojos… son impresionantes —habló con voz más baja y calmada—. Realmente son… como dos cristales hermosos… e imposibles de romperse.

Antes de que pudiera reaccionar, sus manos se posaron en mi cintura con una suavidad peligrosa. El espacio entre nosotros se redujo aún más, y su rostro se acercó al mío, haciéndome sentir su aliento cálido sobre mi piel.

— Clovis, no…

— Eres muy hermosa, Kaya —murmuró a tan solo unos centímetros de distancia—. Y me gustaría…

Justo cuando sus labios se inclinaron hacia mí, una voz grave y llena de furia retumbó en la habitación antes de que incluso yo pudiera apartarme:

— ¡Aléjate de ella!

Chillé cuando Clovis me soltó de golpe haciéndome caer al suelo. Con el corazón a mil, observé la figura que apareció en la entrada, y mi corazón dio un vuelco al ver a Anakin, con los ojos ardiendo en ira y la mandíbula tensa. Pensé que había conseguido escabullirse después de tomar el disco. Que equivocada estuve. Clovis, sobresaltado y visiblemente alterado, dio un un paso atrás.

— ¿Qué diabl..?

Anakin no dudó ni un segundo. Extendió su brazo, y con un movimiento de la Fuerza, el cuerpo de Clovis fue lanzado hacia un lado de la habitación con tal fuerza que impactó contra la pared. El estrépito resonó en el aire, y el senador quedó allí, atónito y desplomado en el suelo, mirando a Anakin con los ojos llenos de sorpresa y miedo.

Mi respiración se aceleró al instante, y una oleada de pánico me recorrió el cuerpo.

— ¡Anakin, no! —exclamé, levantándome de un salto. Mi voz salió más enojada de lo que esperaba, pero él no parecía escucharme.

Anakin caminó con pasos firmes hacia Clovis, quien ahora se levantaba lentamente del suelo, tratando de recomponerse. Tosió un par de veces antes de alzar la mirada para verlo, y un brillo de comprensión y molestia cruzó por sus ojos

— Un Jedi… Debí haberlo visto venir.

Me tensé ante sus palabras, dándome cuenta de que habíamos fastidiado la misión por completo. Antes de que pudiera acercarme para comprobar si se encontraba bien, Clovis se alejó de mí y miró desafiante a mi marido quién tenía una expresión oscuramente satisfecha en su rostro.

— ¿Por qué no peleas como un hombre sin tus trucos de Jedi? —le retó, haciéndome chillar nuevamente por la desesperación.

Anakin sonrió maliciosamente antes de tirar su sable a un lado. — Oh, será un enorme placer.

Intenté interponerme entre ellos cuando mi marido se acercó peligrosamente a Clovis preparado para un buen asalto, pero mis ojos se abrieron desmesuradamente al darme cuenta de que mi cuerpo estaba completamente paralizado de desde mis caderas hasta los talones de mis pies. Miré a Anakin escandalizada, sintiendo su agarre en la Fuerza. — ¡Anakin, suéltame!

No me hizo caso y de un momento a otro, Anakin le propinó un puñetazo brutal en la mandíbula con tal fuerza que el senador cayó al suelo nuevamente, esta vez de espaldas. La sacudida resonó en todo el cuarto, y Clovis gimió de dolor, intentando levantarse, pero su cuerpo temblaba visiblemente.

Su rabia era abrumadora, casi se podía cortar el aire de la furia que emanaba de él. No mostraba ningún signo de detenerse, y me sentí completamente impotente, paralizada en mi lugar por la Fuerza que me mantenía inmóvil.

— ¡Anakin, basta! —grité, desesperada, viendo cómo el cuerpo de Clovis, ahora empapado en sudor, luchaba por defenderse.

Anakin no me prestó atención. En su lugar, levantó a Clovis del cuello y lo estrelló nuevamente contra el suelo, haciendo que el senador soltara más quejidos de dolor. Mi marido siguió golpeando de tal manera que empecé a ver moratones formarse en la piel del senador y un rastro de sangre cayendo por su nariz

— ¡Anakin!

— ¡No te metas en esto! —me gritó, deteniéndose unos segundos para mirarme con ira.

Sus palabras me golpearon como una bofetada. Mi enojo creció con cada segundo que pasaba, mis pensamientos desbordándose por la frustración. Quería correr hacia él, pedirle que parara, que ya habíamos arruinado la misión, pero mi cuerpo no respondía. Su agarre en la Fuerza me mantenía congelada, atrapada, y cada intento de liberarme parecía inútil.

A pesar de la angustia, comencé a sentir algo extraño. Un mareo progresivo se apoderó de mi mente, como si todo se volviera un poco borroso y distante. La vista comenzó a nublarse ligeramente y mis piernas se sentían débiles. El ambiente, que antes estaba cargado de tensión, ahora me parecía demasiado denso, casi irrespirable.

Me concentré en mantenerme de pie, pero mi cabeza giraba. Traté de forzar un paso hacia Anakin, pero me sentí demasiado débil, como si una niebla pesada me envolviera.

— ¿Qué… qué diablos? —murmuré para mí misma, luchando por mantener el equilibrio, mientras las luces de la habitación se desvanecían y volvían a mi alrededor.

De repente, la memoria de la cena me golpeó como un rayo. El vino.

El maldito vino. Recordé haberlo tomado de forma distraída, casi sin pensarlo, en un intento de calmar mi nerviosismo. Ahora todo tenía sentido. El mareo, la fatiga repentina… habían envenenado todo el vino para mí.

La sensación de mareo se intensificó, y el dolor de cabeza se apoderó de mí. Intenté luchar contra él, pero mi cuerpo no respondía como esperaba. La visión se nubló aún más, y en un instante me vi perdiendo el control de mis pensamientos y mis sentidos. Antes de darme cuenta, mi cuerpo se desplomó hacia el suelo, y lo único que sentí fue la oscuridad envolviéndome y dos voces lejanas llamándome.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro