ᴍᴀsᴛᴇʀ sᴋʏᴡᴀʟᴋᴇʀ
ᴍᴀsᴛᴇʀ sᴋʏᴡᴀʟᴋᴇʀ
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— No sabes lo bella que estás.
— Cariño…
— Pareces de otra galaxia.
— Ani…
— Te amo tanto.
— ¡ANAKIN! —le solté, exasperada. Mi tono lo hizo sobresaltarse, apartando de inmediato sus manos de mi cintura y retrocediendo—. Por si no te has dado cuenta… ¡seguimos en plena batalla! —le recordé, señalando con un gesto rápido hacia la tropa de droides que se acercaban por el pasillo.
Mi marido parpadeó, como si finalmente regresara al presente. Carraspeó para recomponerse, adoptando una expresión más seria, antes de tirar de mis caderas y arrastrarme con él, ocultándonos detrás de una de las paredes con una sonrisa cómplice en los labios. — Lo lamento. Es solo que te ves hermosa, ángel.
Estaba a punto de responderle cuando una ráfaga de disparos rozó nuestro escondite, alertándonos al instante. Me aparté de él rápidamente, y al unísono encendimos nuestros sables, saliendo de detrás de la pared para desviar los disparos y devolverlos, justo como había hecho antes con Cal.
Anakin gruñó al escuchar el pitido de su comunicador y, con frustración, volvió a esconderse tras la pared para contestar mientras yo retrocedía ligeramente, bloqueando la lluvia de disparos que no cesaba.
— Obi-Wan, ¿qué sucede? —gruñó Anakin.
— Anakin, me temo que el General Grievous nos ha localizado —la voz de Obi-Wan resonó a través de la línea.
— Sí, ya nos dimos cuenta —murmuré con los dientes apretados mientras desviaba un disparo que pasó peligrosamente cerca de mi hombro.
Anakin cortó la comunicación con un suspiro exasperado, y de inmediato se lanzó de nuevo a mi lado. Esta vez avanzó decidido, infundiéndome un golpe de confianza. Entre ambos, no tardamos en desintegrar al último de los droides que nos rodeaban. Miré los cuerpos metálicos destruidos a nuestros pies, el aire lleno de humo y chispas chisporroteantes.
— Esto nos dará algo de tiempo —dije, suspirando aliviada antes de girar hacia él. Su ceño fruncido me indicaba que algo no iba bien—. ¿Qué pasa?
— Nos están cortando el paso —gruñó, su mandíbula tensa.
— Genial —rodé los ojos, irritada—. Vámonos antes de que lleguen más refuerzos.
Anakin tomó mi mano y, sin decir nada, corrimos por los pasillos de la nave hasta que llegamos al ascensor cuyo destino finalizaba en la superestructura del puente. Cuando las puertas se cerraron, el silencio entre nosotros se sintió cargado. Justo cuando iba a encender mi comunicador para localizar a Cal, Anakin lo apartó de un manotazo.
Abrí los ojos con sorpresa y lo miré perpleja. — ¡¿Qué diablos crees que…?!
No llegué a terminar la frase cuando de repente, me empujó salvajemente contra la pared del ascensor, su cuerpo cubriendo el mío por completo. Antes de que pudiera protestar, sus labios cayeron sobre los míos.
El beso fue ardiente, urgente, y mi mente se quedó en blanco. Sentí el peso de su cuerpo contra el mío, su pecho firme apretándose contra mí mientras sus manos se deslizaban por mi cintura, más abajo, aferrándome con una necesidad que me dejó sin aire. Cada movimiento de sus labios era devorador, como si intentara reclamarme en ese pequeño espacio.
Mis dedos se entrelazaron en su cabello, tirando suavemente mientras lo acercaba aún más, perdiéndome en la sensación de su piel contra la mía, en el calor que irradiaba. Su respiración era pesada, y cuando se separó un instante para tomar aire, sus ojos me miraron con una intensidad que me desarmó por completo.
— No deberías haber venido, ángel —susurró contra mi boca, su respiración agitada.
Quise sonreír, pero estaba completamente embobada y me vi tan estúpida que ni siquiera podía articular palabras con claridad: — Yo… eh… ¿azul?
Anakin sonrió oscuramente y volvió a besarme, más profundo esta vez, su lengua deslizándose contra la mía con una desesperación que me hizo temblar. Sentí cómo sus manos se movían por mi espalda, apretándome contra la pared del ascensor, como si no fuera suficiente estar tan cerca. Un gemido suave escapó de mis labios, y cuando lo sentí sonreír de nuevo contra mi boca, supe que lo había notado.
En ese momento, el mundo exterior dejó de importar. Todo lo que existía era él, el latido frenético de mi corazón y la presión de su cuerpo que parecía querer más de lo que el espacio del ascensor podía ofrecernos.
Mis labios seguían entrelazados con los de Anakin, cada segundo más profundo, más intenso, hasta que, de repente, escuché una voz metálica que interrumpió el momento:
— ¡Una holopelícula porno!
Ambos nos sobresaltamos, separándonos de golpe. Apenas me dio tiempo a procesar lo que había sucedido cuando las puertas del ascensor se habían abierto, revelando a un grupo de droides que nos observaban, apuntándonos con sus armas. Anakin y yo encendimos nuestros sables al unísono, y empezamos a desviar nuevamente todos los ataques, devolviéndolos a sus dueños.
— Si, lo es —gruñí, desintegrando al mismo que había hablado. Las chispas volaron, y el metal se hizo pedazos en cuestión de segundos—, pero no tiene final feliz.
Anakin y yo terminamos de deshaciéndonos de absolutamente todos y suspiré con cansancio. Era la tercera vez que empleaba la misma maniobra en el día y ya estaba comenzando a agotarme al punto de pedirle a Dooku que por favor viniera él mismo a intentar patearnos el culo.
Me giré, observando a mi alrededor, y fruncí el ceño. No había señales de Grievous.
— No está aquí —anuncié, un tanto frustrada—. Solo nosotros.
Anakin se acercó con esa sonrisa traviesa que conocía demasiado bien.
— ¿Y sabes lo que eso significa, ángel? —preguntó con una voz llena de insinuación mientras acortaba la distancia entre nosotros.
Rodé los ojos, sabiendo exactamente hacia dónde iba.
— No vamos a hacer nada sobre la mesa de control, Anakin —le advertí con seriedad.
Él gruñó, girándose.
— Está bien… —farfulló, resignado, antes de volverse hacia los controles—. Pondré en marcha la nave. Tú encárgate de deshacerte de estos droides. No quiero que nadie sepa que estuvimos aquí.
Crucé los brazos, mirándolo con fastidio.
— ¿Por qué tengo que ser yo la que siempre limpie? —me quejé, cansada—. Ya tengo bastante con las tareas del hogar.
Anakin se sentó frente a los controles y, sin mirarme. — El único que hace las tareas en casa es C3PO, ángel.
Bufé, pero una sonrisa se asomó en mis labios. Lo peor era que tenía razón. La última vez que traté de hacer algo productivo para la casa, terminé fregando el suelo con champú para el cabello.
En mi defensa, ambos botes tenían casi el mismo tono de color.
Arrastré lo que quedaba de los droides hacia el ascensor, empujando las piezas sueltas con el pie y soltando un suspiro pesado. Detrás de mí, escuchaba el zumbido suave de los sistemas poniéndose en marcha mientras Anakin trabajaba en la consola. Cada vez que hacía contacto con uno de los despojos metálicos, un eco de frustración recorría mi mente. Las visiones que me habían conducido hasta aquí no podían haber estado tan equivocadas.
La Fuerza me había mostrado un desastre inminente, una batalla perdida, la caída de los Jedi… pero aquí estábamos, más vivos que nunca, y Grievous ni siquiera había aparecido. Mi ceño se frunció aún más mientras reflexionaba. ¿Cómo me había engañado de esa manera?
Los separatistas no podían manipular la Fuerza, ni en sueños. Ni siquiera Anakin creía poder influir en las visiones de otra persona, y mejor que ni lo intentara.
Terminé de apilar los restos y me sacudí las manos con irritación. Estaba exhausta, mental y físicamente.
— Que sepas que mañana desatacarás tú los baños de casa —señalé, apuntándole con mi dedo.
Anakin, que había estado observándome en silencio, se levantó de los controles y me besó con una sonrisa de por medio. La tensión que había sentido empezó a desvanecerse al instante. Cuando nos separamos lentamente, y no pude evitar fruncir el ceño con una mezcla de curiosidad y sorpresa.
— ¿Por qué demonios estás tan cariñoso hoy? —pregunté, y al ver cómo arqueaba una ceja levanté los brazos—. Oye, no es que me queje ni nada pero… estamos en una batalla, por si no lo sabías.
Anakin se encogió de hombros, esa chispa traviesa iluminando sus ojos mientras me miraba con una ternura que casi desarmaba mis defensas. Su mano enguantada se deslizó suavemente por mi mejilla, acariciándola con su pulgar.
— Me encanta cómo dices "casa". Cada vez que lo haces —murmuró.
Sentí cómo el calor subía a mis mejillas, y maldije internamente por haber dejado que un simple comentario me hiciera sonrojar. ¿Qué había sido de la anterior Helene Shield que lo patearía a cien metros de ella por eso? Murió en la noche de bodas.
Aparté la mirada, intentando recomponerme. — Ponte en marcha, Skywalker. No hay tiempo que perder.
— Como digas, Maestra Skywalker.
Ignoré el revoloteo de avispas asesinas en mi estómago y ambos nos dirigimos hacia el ascensor, descendiendo en silencio, aunque podía sentir sus emociones flotando en el aire de manera intensa, como si fuera la primera vez que nos besábamos. Con Anakin, todo se sentía como una primera vez.
Cuando las puertas se abrieron, me adelanté rápidamente, pero el entusiasmo me jugó una mala pasada. Al dar el primer paso, sin mirar bien, mi rodilla chocó bruscamente contra algo duro y metálico que soltó un chirrido ensordecedor.
— ¡Auch! ¡Por la calva de Windu! —salté hacia atrás, llevándome una mano a la rodilla y siseando entre dientes mientras maldecía. Agaché la cabeza para ver a R2 pitorreando indignado, con C3PO a su lado—. Ahg, ¿cómo no?
Anakin soltó una risa suave detrás de mí mientras yo me masajeaba la rodilla y le ordenó a R2 que encendiera los motores para que pudiéramos seguir avanzando, yo cojeando ligeramente. Nos dirigimos hacia una de las esclusas de emergencia, pero algo en mi cabeza me hizo detenerme de golpe. Miré alrededor, sintiendo que algo faltaba.
— Espera, ¿dónde están...?
No terminé la frase, porque en ese momento, un gritito familiar resonó en el aire: — ¡Maestra!
Nos giramos a la vez para ver como Cal corría hacia nosotros a trompicones mientras Obi-Wan lo sujetaba del brazo, arrastrándolo en dirección a nuestra esclusa, siendo perseguidos por un grupo de droides. Anakin y yo nos miramos brevemente antes de que, en sincronía, usáramos la Fuerza para levantar enormes cajas apiladas cerca.
Las lanzamos con precisión contra los droides, aplastándolos antes de que pudieran disparar. Cal y Obi-Wan apenas lograron entrar en la esclusa antes de que las puertas se cerraran de golpe.
Mi padawan se dejó caer de rodillas, apartándose el sudor de la frente con un suspiro de alivio.
— Por un pelo de Windu, eso estuvo cerca —murmuró, recuperando el aliento. Luego levantó la mirada hacia mí, con el ceño fruncido—. Maestra, ¿por qué tienes los labios tan hinchados?
Sentí cómo el rubor se apoderaba de mis mejillas y dirigí la mirada hacia otra parte, sintiendo la diversión de Anakin vibrar en el ascensor. Obi-Wan carraspeó, dándose la vuelta y encendiendo su comunicador:
— Me pondré en contacto con la flota —se apartó hacia un rincón, ignorando por completo la pregunta de Cal. Cosa que agradecí.
— Artoo, suelta la abrazadera de acoplamiento.
De inmediato, la nave se soltó del Malevolence, lanzándonos al espacio. Por suerte, la esclusa no era demasiado inestable gracias a la gravedad artificial, siempre y cuando no hiciéramos ningún movimiento brusco. Pero conocía a mi marido; ese "siempre y cuando" no duraría mucho con él al mando.
— ¡Tenemos compañía, maestros! —advirtió Cal desde la cabina, y me giré para ver las explosiones que venían detrás de nosotros, cada vez más cerca.
La nave se balanceó bruscamente cuando las primeras detonaciones nos alcanzaron. Sentí el impacto vibrar por todo el casco. No parecía grave, pero no podíamos seguir así mucho tiempo.
— Es hora de hacer algunos trucos inteligentes, Anakin —sugirió Obi-Wan desde su asiento.
— Le estás pidiendo demasiado —me burlé, arqueando una ceja. Anakin me lanzó una mirada, pero no dijo nada.
La nave comenzó a girar y esquivar, haciéndome agarrarme al asiento con fuerza. Odiaba cuando hacía eso. Era su truco favorito cada vez que viajábamos juntos, ya fuera en una misión o, peor aún, en una de nuestras raras citas. Sabía que lo disfrutaba hasta que veía como perdía color en mi rostro.
— Tenemos armas, ¿recuerdan? —canturreó Anakin con una sonrisa, como si todo fuera un simple juego—. Pueden disparar en cualquier momento.
Apreté los labios y me preparé para lo que vendría. Si algo era seguro, es que con Skywalker, las cosas nunca eran tranquilas.
Miré hacia atrás y bajé una palanca, revelando las miras telescópicas. La pantalla se llenó de líneas verdes irregulares, pero sabía cómo encontrar mi camino entre ellas. Un caza enemigo se acercaba al objetivo central y disparé con el pequeño botón bajo mi dedo. Giré un poco la mira, ajustándola, y continué. Mirar, disparar, girar, repetir.
— Eso ha sido… sorprendete —me halagó Obi-Wan—. Sabes manejarlo perfectamente, Helene. Shaak Ti te enseñó bien.
Tenía razón. Había pasado mucho tiempo en este tipo de naves, profesionalmente... o no. Sin embargo, no era por Shaak Ti que lo había aprendido. Anakin y yo trabajábamos juntos en prácticamente todo, lo que significaba que casi siempre compartíamos la misma nave.
Anakin había dedicado horas y horas enseñándome a perfeccionar mi técnica de pilotaje. No mentía cuando en Dathomir mencionó que sería el mejor piloto de la galaxia algún día. Me había contado que solía participar en carreras de vainas en Tatooine. Construía sus propios deslizadores, la mayoría a partir de chatarra sobrante, y pilotaba todo lo que podía, siempre que tenía la oportunidad.
R2-D2 emitió un pitido que logré descifrar, aunque no era algo que siempre me resultara sencillo. A estas alturas, debo admitir que me alegraba haber aprendido a entender a ese pequeño droide.
— Artoo dice algo sobre el hiperimpulsor del Malevolence —comenté vagamente, mientras derribaba al último caza enemigo con un disparo preciso.
— No tendremos que preocuparnos por eso —aseguró Anakin.
— Entonces sí que debemos preocuparnos —contradijo Cal. Anakin rodó los ojos.
Seguramente pensaba que habíamos arruinado la misión, y no lo culpaba; después de todo, casi nos capturaban a ambos. Pero no iba a olvidarme de mi objetivo principal, estaba decidida a terminar lo que empezamos.
Una fuerte explosión resonó detrás de nosotros. Utilizando la Fuerza, pude percibir el origen del estallido. El Malevolence acababa de volar directo hacia la luna cercana a velocidad de la luz, desintegrándose en el proceso.
— Supongo que tuviste algo que ver con eso —habló Obi-Wan en dirección Anakin, con algo de resignación y un poco de admiración.
— Todo es parte del plan, maestro —respondió mi esposo, con una sonrisa traviesa que no pude evitar devolverle.
Definitivamente, Helene Shield había muerto en su noche de bodas.
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Estar encerrada en una celda, era algo que empezaría a añorar cuando ya no pudiera ir a más misiones. La sensación se había vuelto hasta casi familiar para mí.
Esta vez, tras intentar capturar al General Grievous y al Conde Dooku, Anakin y yo habíamos caído prisioneros de las fuerzas separatistas en algún lugar del Borde Exterior. Por suerte, antes de que sucediera, "logramos" que Cal, junto con la Legión 501 y Ahsoka, regresaran a la nave.
Digo "logramos" entre comillas porque, en realidad, Anakin lo había echado (casi tirándose de las greñas con él) para que tuviéramos un poco de tiempo a solas durante la misión. El maldito siempre encontraba la manera.
A pesar de lo incómodo de la situación, ambos sabíamos que teníamos que seguir con el plan: hacernos pasar por prisioneros era clave para que el enemigo bajara la guardia. El único inconveniente era que no teníamos forma de contactar con nuestra flota, así que estábamos atados a la esperanza de que alguien nos localizara pronto. Lo que no habíamos previsto era dónde exactamente nos capturarían.
— Y esto es lo que pasa cuando le haces caso a alguien que prefiere saltar una valla antes que rodearla —comenté, irritada.
Anakin se encogió de hombros con aire despreocupado. — ¿Y dónde quedaría la diversión entonces?
Lo miré con los ojos entrecerrados.
— No creas que voy a perdonarte tan rápido por dejarnos atrapar, Skywalker.
Una sonrisa se extendió por su rostro, sus cejas se alzaron con una picardía familiar. —Tranquila, ángel. Sé exactamente cómo ganarme tu perdón.
Sentí el calor apoderarse de todo mi cuerpo y solté un bufido, intentando ignorar el rubor.
— ¿Por qué siempre tienes que estar pensando en eso? —siseé, fingiendo molestia.
Anakin puso cara de inocente, aunque la sonrisa juguetona seguía ahí. — ¿En eso? Yo solo estaba pensando en cocinarte tu plato favorito.
Gruñí. — Te mataré cuando salgamos de aquí —prometí en voz baja.
— Vamos, no te pongas así por...
— Shh —le interrumpí, levantando dos dedos frente a su rostro para hacerle callar.
— ¿Qué pas...? —Esta vez, puse mis dedos directamente sobre sus labios, lanzándole una mirada fulminante que dejó claro que no debía hablar.
— Hay alguien ahí fuera —susurré, sintiendo una presencia acercarse. Sin pensarlo, salté al techo, usando la Fuerza para suspenderme con la mayor discreción posible—. Sube aquí.
Anakin me siguió, de manera más ágil. Nos miramos intensamente desde nuestra posición en el techo justo en el instante en que la puerta de la celda se abrió con un chirrido metálico. El intruso, quien fuera, caminó lentamente por la habitación, sus pasos resonaron en el espacio cerrado.
Nos miramos una vez más, asintiendo al unísono, y sin perder tiempo, saltamos al suelo listos para madrear a quien quiera que fuera el que había irrumpido en la celda. Justo entonces, un sable de luz se encendió, proyectando una familiar hoja azul que iluminó nuestras caras.
— Ah, eres tú —suspiró Anakin, relajando los hombros al reconocer la figura.
— Así es como me agradecen por rescatarles, ¿atacándome desde el techo? —respondió Obi-Wan con sarcasmo.
— No podemos hacer mucho sin nuestros... —comencé a replicar, pero Obi-Wan me lanzó algo. Rápidamente lo atrapé y reconocí el peso familiar— … sables de luz —terminé la frase, girando el arma en mi mano para encenderlo—. Gracias, Obi.
Él me sonrió amablemente, antes de pasarle el sable a Anakin.
— ¿Consiguieron localizar a Dooku antes de que los encerraran? —nos preguntó mientras comenzábamos a caminar por el pasillo.
— Sabemos que está a bordo —respondió Anakin, con cierto tono de frustración—. Pero podríamos haber hecho algo al respecto si hubiéramos tenido nuestras armas.
Salimos de la celda con cautela, avanzando por el amplio corredor que teníamos delante. El espacio era más grande de lo que imaginaba, pero a pesar de su amplitud, teníamos que ser cuidadosos. Cualquier sonido podía delatarnos, aunque, por lo que parecía, Obi-Wan ya se había encargado de los guardias.
— Por favor… —resoplé, rodando los ojos—. Nunca se habrían creído que éramos prisioneros si hubiésemos venido aquí con los sables y haciendo acrobacias.
— Ah, sí, seguro que entonces se lo han creído. —Anakin bufó y luego dirigió su mirada a Obi-Wan—. ¿Por qué siempre soy yo el que debe ser pillado? No tiene gracia.
— Cuando seas un Maestro Jedi, podrás idear el plan que tú quieras —replicó Obi-Wan, sin perder el ritmo de su paso.
— ¿Cómo voy a convertirme en un Maestro Jedi si siempre soy yo el que cae en sus trampas? —se quejó mi marido, claramente frustrado.
— Al menos eres un maestro en dejarte atrapar —sonreí, con malicia.
— Muy graciosa, ángel.
Le devolví una mirada, advirtiéndole que Obi-Wan estaba justo frente a nosotros. No era el momento ni el lugar para uno de nuestros típicos intercambios. Anakin solo sonrió, pero apartó la mirada, volviendo su atención a nuestro camino.
Llegamos a una habitación al final del pasillo, donde grandes puertas se abrieron de golpe, revelando al Conde Dooku meditando en el centro. A pesar de que evidentemente percibió nuestra presencia, no se molestó en saludarnos ni en reconocer nuestra llegada.
— Bueno, bueno, bueno —anuncié, dando un paso hacia él y encendiendo mi sable, la hoja morada iluminó el oscuro ambiente—. Si no es nadie más y nadie menos que el perr…
— Conde Dooku —intervino Obi-Wan, manteniendo su voz serena mientras se colocaba en posición.
— Obi-Wan Kenobi —respondió Dooku con una calma inquietante, sin abrir siquiera los ojos—. Creí sentir una perturbación desagradable en la Fuerza. Veo que liberaste a los jóvenes Skywalker. ¿Qué sería de ellos si no estuvieras siempre cerca para rescatarlos?
Me tensé, al parecer siendo la única que se había dado cuenta de que Dooku nos había llamado a Anakin y a mí por el mismo apellido. ¿Podría ser que...?
De repente, las cruceros de la República comenzaron a atacar la nave separatista, haciendo temblar el suelo bajo nuestros pies, pero nada pudo distraer nuestra concentración. Dooku finalmente abrió los ojos, un brillo de interés reflejado en su mirada.
— Su nave está rodeada, Conde. Las tropas de la República están abordando mientras hablamos —lo amenazó Anakin colocándose frente a mí, en posición de ataque.
Con el brazo izquierdo cruzado sobre mi pecho en una pose defensiva y la mano derecha sosteniendo firmemente el sable, retrocedí un poco, preparándome para cualquier golpe que pudiera venir. El aire se sentía algo frío y perturbador. No tanto como el de mi pesadilla y pero si lo suficiente para reconocer que estábamos ante un Sith.
— Tontos Jedi —gruñó Dooku, su voz hilarante.
Con un movimiento, su asiento se hundió en el suelo, produciendo un sonido silbante que resonó en la sala. Anakin y yo nos abalanzamos hacia él intentando detenerlo lo más rápido posible mientras Obi-Wan se quedaba atrás, mirando la escena con desdén.
— Debería haberlo visto venir. ¿Qué están haciendo?
— Intentando darle un abrazo, ¿qué más sino? —respondió Anakin con sarcasmo mientras apagábamos nuestros sables de luz.
— Por ahí no —protestó su ex maestro—. Tenemos que cortarle el paso.
— Lo seguiremos y lo acorralaremos en el hangar —señalé. Anakin y yo saltámos simultáneamente. Nos lanzamos tras Dooku, agarrándonos el uno al otro para intentar ganar velocidad. Si era más eficiente, no veía ningún problema. Y, a juzgar por cómo caíamos tan rápido, definitivamente si lo era.
Acorralamos al Sith encendiendo nuevamente nuestras armas. De repente, las manos del Conde Dooku se iluminaron, lanzando rayos de un azul oscuro hacia nosotros y me estremecí por unos segundos, recordando cómo había torturado anteriormente a mi marido mientras yo era incapaz de moverme. Anakin se interpuso en mi camino, desviando la mayor parte del ataque. A medida que los rayos chisporroteaban y chocaban justo frente a mi cara, me resultó difícil ver más allá de la tormenta eléctrica que nos rodea.
El aire se cargó de energía, y el sonido de los impactos resonó en mis oídos, mientras intentaba mantenerme concentrada. Tenía que encontrar una manera de salir de esta situación, y rápidamente.
— ¡A la izquierda! —grité, señalando el camino que nos llevaba hacia un área más despejada. Anakin asintió, y juntos nos lanzamos hacia esa dirección, decididos a no dejar que ese cobarde escapara.
Nos lanzamos hacia Dooku, manteniendo una postura defensiva, pero sabía que necesitábamos algo más que solo velocidad. Tenía que arriesgarme. Con un movimiento rápido, decidí ejecutar una maniobra audaz: me despegué del suelo con un salto acrobático, girando en el aire para aterrizar en un punto más allá de él. Mi intención era bloquear su camino de escape y crear una distracción, dándole a Anakin la oportunidad de atacarlo desde un ángulo diferente.
Sin embargo, Dooku pareció anticipar mi movimiento. Antes de que pudiera aterrizar, levantó la mano con un gesto seguro y lanzó una serie potente de rayos de energía oscura en mi dirección.
Fue como si el aire mismo se volviera denso y electrificado. Intenté esquivar, pero no pude evitar que los rayos me alcanzaran, golpeándome con una fuerza abrumadora. El dolor recorrió mi cuerpo como una corriente eléctrica, incendiando cada fibra de mi ser. La energía me atravesó, y me sentí como si hubiera sido estampada contra el suelo por un impacto brutal.
Mis músculos se convulsionaron mientras el mundo a mi alrededor se tornaba borroso. Un grito de desesperación resonó en mis oídos, pero solo podía distinguir el nombre de Anakin. Su voz, llena de miedo y preocupación, atravesó el caos que me rodeaba: — ¡No! ¡Helene!
Sentí como mi marido se lanzaba hacia mí, cubriéndome de los rayos con su cuerpo. Su cercanía me brindó un pequeño consuelo en medio del dolor, pero el mundo se desvanecía a mi alrededor.
La oscuridad me envolvió rápidamente, y antes de que pudiera resistirme, todo se volvió negro. Quedé inconsciente, sumida en un profundo silencio, mientras la última imagen que guardé en mi mente fue la de Anakin, desesperado por protegerme.
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Todo el dolor que me rodeaba comenzó a disiparse lentamente, como si una tenue luz se filtrara a través de un velo.
Mi campo de visión seguía borroso, pero a medida que el mundo a mi alrededor empezaba a tomar forma, un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Volvía a estar en el mismo castillo de mi pesadilla anterior, el mismo lugar que había visitado en mi sueño oscuro. Sin embargo, esta vez la habitación parecía más iluminada, con la luz del día bañando las paredes de piedra. El aire, aunque era frío, no tenía la opresiva sensación de miedo que había experimentado antes.
A medida que la claridad aumentaba, comencé a reconocer los contornos de la habitación: las antiguas columnas adornadas, las ventanas altas que dejaban entrar destellos de luz, y una sensación de familiaridad que me envolvía. Sin embargo, el eco de mi pesadilla anterior aún resonaba en mi mente, y la inquietud se asentó en mi pecho. ¿Por qué estaba aquí de nuevo?
Me esforcé por recordar, por entender si esto era un sueño o una continuación de lo que había experimentado. Mientras trataba de despejar mis pensamientos, una parte de mí anhelaba despertar, pero otra parte se sentía atrapada en un limbo entre la realidad y la pesadilla. Un resplandor cálido comenzó a brillar a mis espaldas, y un impulso irresistible me llevó a girar lentamente.
Lo que vi me dejó completamente paralizada.
Frente a mí se erguía un altar, una estructura magnífica que parecía tallada con un detalle meticuloso, como si cada parte hubiera sido esculpida por manos divinas.
Estaba hecho de una piedra suave y brillante, con intrincados grabados en forma de planetas, estrellas y pequeñas lunas hermosas. Flores de color blanco parecían brotar de la base, entrelazándose en un símbolo delicado, mientras que una suave luz plateada emanaba de su superficie, iluminando el espacio a su alrededor.
Pero lo que más me sorprendió fue la enorme vidriera que dominaba la pared trasera del altar. La luz que entraba a través de ella bañaba la habitación en un resplandor multicolor, creando un juego de sombras y luces danzantes en el suelo. En el centro de la vidriera, una imagen capturó mi atención:
Era una mujer que parecía salir de un sueño, vestida con un etéreo vestido blanco que caía en suaves pliegues hasta el suelo. El diseño me recordaba vagamente a algo que ya había usado antes, con un escote alto y mangas largas que se ajustaban delicadamente a sus brazos. Los bordes del vestido estaban adornados con un sutil hilo dorado que brillaba con la luz que entraba desde la vidriera, otorgándole un aire de majestuosidad.
Su cabello negro caía en ondas suaves que enmarcaban su rostro con gracia, y estaba cubierto por un tocado de pequeñas perlas que caían delicadamente hasta sus hombros, como si estuvieran suspendidas en el aire.
Pero lo que más me impactó fueron sus ojos; el azul intenso de su mirada parecía resaltar como gemas preciosas, vibrantes y llenas de vida. La forma en que la luz los iluminaba les daba una profundidad casi hipnótica, como si pudieran ver directamente en el alma de quienes los contemplaban.
No sabía porqué, pero empecé a avanzar lentamente hacia ella, como si una fuerza invisible me guiara. Cada paso que daba, más clara y grande era su imagen ante mí. Mi mente tenía la leve sospecha de que quizás podría ser el altar a la diosa de algún planeta enriquecido, aunque ni siquiera Naboo hacía este tipo de homenajes tan costosos y especiales.
Mientras me acercaba, la luz que emanaba de la vidriera iluminaba cada rincón de la habitación, dándole un aire casi sagrado. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, cada vez más ansiosa por descubrir quién era aquella deidad. Las ondas de su cabello negro parecían moverse sutilmente, como si el viento invisible de la Fuerza las acariciara.
Finalmente, me detuve con la imagen de la mujer reflejada en mis ojos. El poder que transmitía envolvió mi piel, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. Era como si la conexión entre nosotras se intensificara, y aunque no sabía quién era, sentía que había algo profundamente significativo en su presencia.
Con una mezcla de asombro y una extraña familiaridad, estiré el brazo hacia la imagen en la vidriera, sintiendo la suave calidez que emanaba de su luz. Mis dedos, temblorosos por la anticipación, se acercaron al colgante que adornaba el cuello de la mujer. Cuando las yema lo rozaron, una oleada de reconocimiento me atravesó. Era completamente idéntico al que Anakin me había traído de Dathomir.
De repente, una presencia se deslizó detrás de mí, helándome la sangre.
El miedo me invadió, y en mi mente, la imagen del Sith oscuro de mi pesadilla se dibujó con fuerza, tan vívida como antes. Pero, para mi sorpresa, lo único que escuché fueron pasos normales y una respiración tranquila, sin el frío aterrador que había acompañado a la sombra en mis sueños.
Con el corazón latiendo con fuerza, me volví lentamente.
Frente a mí, un chico joven se erguía con vacilación pero decisión. Su cabello rubio y rizado enmarcaba su rostro, y sus ojos eran… tan grandes y fascinantes que me recordaron a los míos, reflejaban la luz de la vidriera como si compartieran el mismo brillo que emanaba de su imagen. Era indudablemente atractivo, con una mirada que parecía estar llena de honor y coraje.
Vestía una ropa ligeramente oscura que se ajustaba a su figura, lo que le daba un aire de misterio. En su cintura, un sable de luz estaba atado, mostrando que estaba preparado para la batalla, aunque en ese momento, su atención estaba completamente centrada en la vidriera. Se acercó lentamente, como si estuviera hipnotizado por la imagen de la mujer en el cristal, y se detuvo justo frente a ella, contemplándola con interés y algo de… anhelo.
No parecía notar mi presencia, lo que me sorprendió. Era como si este chico estuviera atrapado en su propia conexión con la imagen, sin saber que había alguien más en la habitación. La tensión en el aire cambió; ya no era el terror que había sentido antes, sino una curiosidad y un deseo de entender quién era él.
El chico, aún absorto en la imagen de la mujer en la vidriera, murmuró con voz suave y melancólica:
— Me hubiera gustado conocerte.
Tan pronto como lo soltó, mi corazón se detuvo y otro escalofrío recorrió mi cuerpo a la par que una ola de inquietud me invadía, preguntándome a que se estaba refiriendo con eso. ¿Quién era ese chico, y por qué sus palabras me llenaban de tanta tristeza?
Pero antes de que pudiera procesar sus palabras, una sensación de desasosiego me abrumó. La luz del altar y la vidriera comenzaron a desvanecerse lentamente, y el mundo a mi alrededor se desdibujó.
Un tirón, como un lazo invisible, me atrajo hacia atrás, y en un instante, pude jurar haber visto como él giraba la cabeza en mi dirección… justo antes de que la oscuridad me envolviera.
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