ᴄᴏᴍɪɴɢ ʙᴀᴄᴋ ʜᴏᴍᴇ
ᴄᴏᴍɪɴɢ ʙᴀᴄᴋ ʜᴏᴍᴇ
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— Mi lady, si me permite decirlo, el Consejo Jedi le ha ordenado que descanse. Ha cumplido múltiples misiones en el último mes. No sería prudente desobedecer una orden directa, especialmente con su estado de agotamiento…
Suspiré, escuchando al droide mientras metía las últimas provisiones en mi mochila. Tras la boda, Anakin había decidido traer a C3PO desde Tatooine hasta nuestro nuevo apartamento personal para que nos ayudara con las tareas del hogar. Estaba profundamente agradecida, yo no tenía material para ama de casa y seguramente todo sería una pocilga de no ser por él, pero en muchas ocasiones me sacaba de quicio.
— No estoy cansada, 3PO —lo corté de inmediato, aunque el agotamiento realmente sí pesaba en mis hombros—. Anakin necesita refuerzos, y no me voy a quedar aquí mientras él y el resto de la Orden luchan sin mí.
— Pero, mi lady… —comenzó a insistir, pero una voz lo cortó.
— Sigo pensando que no deberíamos estar haciendo esto.
Girándome sobre mis talones, me di la vuelta y vi a Cal, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados y una expresión de indecisión ligera.
— La visión que tuve fue muy clara —repliqué, ajustando la correa de mi mochila y lanzando una mirada fugaz por la ventana—. El destructor de los separatistas es demasiado, incluso para Anakin. Y sabes bien que nada es demasiado para él.
— El Consejo aún no nos ha dado la orden de actuar, maestra.
Suspiré con frustración. Había intentado descansar durante días pero las visiones seguían penetrando en mi cabeza como si la Fuerza misma me instara a hacerles caso. Anakin y la mitad de la Orden se encontraban batallando en el Sistema Bith contra un enorme destructor con cañón que dirigían los separatistas, liderados por el General Grievous: un droide de hojalata con graves problemas de ira.
El mundo sería un lugar mejor si todos los usuarios de la Fuerza acudieramos a terapia.
— Necesitan la mayor ayuda posible, Cal —gruñí, atando mi sable de luz al cinturón.— Además, ya he desobedecido órdenes antes, no será la primera vez —me burlé con firmeza, levantando la mirada para verle. Mi rostro se ablandó de inmediato cuando noté la duda en sus ojos—. No tienes que venir si no quieres, calabaza.
Cal negó, largando un suspiro.
— No me molesta tener que patear nalgas de metal, y lo sabes. Pero… tengo un mal presentimiento en la Fuerza, maestra. Algo no encaja.
Resoplé, sin poder evitarlo.
— Tranquilo —sonreí, de medio lado—. Recuerda que si algo nos va mal… siempre acabará siendo peor. Así que basta de dudar lo que ya sabemos lo que va a pasar y vamos a ponernos en marcha.
Aunque aún se veía vacilante, Cal terminó por rendirse, y asintió con un leve movimiento de cabeza. Sin decir más, ambos nos dirigimos al balcón, donde mi nave estaba estacionada, las luces de Coruscant brillaron a nuestro alrededor como pequeños destellos de vida en la gran ciudad.
Sentí el leve nerviosismo revolviéndose en mi estómago, pero lo mantuve a raya mientras ajustaba la correa de mi mochila. Justo cuando íbamos a subir a la nave, escuché pisadas mecánicas detrás de nosotros.
— ¿Y tú a dónde vas? —preguntó Cal, girándose con los ojos entrecerrados.
— El amo Ani me ha reprogramado para cuidar en todo momento del bienestar de mi lady —contestó C3PO, casi con la firmeza que una máquina podría tener—. Por lo tanto, es mi deber acompañarla fuera de su horario como Dama Jedi.
Sentí el calor subiendo a mis mejillas al escucharlo, y no me hizo falta girarme para saber que mi padawan me miraba con una expresión burlona.
El pobre se había enterado de la forma más brutal posible que aquella boda no era una misión y si nos estábamos casando de verdad: tuvo que descubrirlo cuando el imbécil decidió que esconderse en el armario de mi habitación para asustarme era buena idea y terminó escuchando cosas que un niño no debía escuchar en la noche de bodas de su maestra.
— ¿Mi lady no querrá también un masaje de pies en la nave para aliviar la tensión? —preguntó irónicamente Cal, claramente disfrutando de la situación.
— ¡Oh! Si mi lady lo desea…
— ¡Ya basta! No es gracioso —gruñí, girándome hacia el transporte—. Suban o les hago subir yo misma, y veremos quién necesitará cuidar del bienestar de quién.
Escuché su tonta risita y los tres entramos al interior de la nave, con el zumbido suave del motor comenzando a reverberar en el espacio cerrado. Me dirigí directamente hacia la cabina de control, seguida de Cal y C3PO, quienes se acomodaron en los asientos laterales. Me dejé caer en la silla del piloto y comencé a activar los controles, sentí las luces de los paneles iluminando suavemente el rostro mientras los motores cobraban vida por completo.
Con un leve empuje, despegué la nave de nuestro balcón, las luces de Coruscant desapareciendo poco a poco debajo de nosotros mientras ascendíamos hacia el cielo. La nave se sacudió ligeramente al atravesar la atmósfera, y pronto, el hiperespacio nos rodeó, pasando ráfagas de luces azules en mi campo de visión.
Mientras ajustaba la trayectoria, mi mente vagó, inevitablemente, hacia Anakin. Llevaba semanas sin verlo, y aunque trataba de concentrarme en las misiones, la necesidad de estar con él me estaba consumiendo por dentro, por muy patético que sonara. Habíamos pasado tanto tiempo separados últimamente, y aunque no lo admitiera en voz alta, era difícil.
Él lo sentía también, de eso estaba segura. A pesar de la distancia, la Fuerza me permitía percibir su ansiedad, su desesperación por verme. Era como una especie de tira y afloja silencioso entre nosotros, y por un momento, sonreí ante la ironía de la situación.
— Oye, ¿y la Maestra Ti? ¿No deberíamos contactarla? —la voz de Cal me sacó de mis pensamientos y sacudí la cabeza, enfocándome en los controles.
— Está en el Templo, manteniendo el orden. Con la mitad de la Orden Jedi en la Batalla de Bith, alguien tiene que asegurar que todo siga en pie.
Sabía que Shaak Ti nos mataría después de descubrir lo que habíamos hecho, sobre todo cuando se trataba de ayudar a Anakin.
Al principio, pensé en lo contradictorio que era que me instara a acercarme a Ani durante tanto tiempo para luego reprocharme la cantidad de veces que he arriesgado mi vida por él en misiones. Lo atribuí a que simplemente estaba preocupada por mi integridad, pues: allá a donde iba Anakin, el peligro lo perseguía.
Me dolía no poder decirle la verdad. Que había limpiado las suelas de mis botas con el Código Jedi y prácticamente me casé con uno (con el supuesto Elegido precisamente) rompiendo mis votos y juramentos.
Pero Anakin no quería arriesgarse a que nadie más de los que fueron testigos de la boda lo supieran. Incluso a él le dolía profundamente no poder contárselo a Obi-Wan: su hermano, figura paterna, y mejor amigo.
Unos minutos pasaron en silencio, roto solo por el zumbido suave de los motores y el ocasional pitido de C3PO ajustando los sistemas a nuestro alrededor. Mantener la nave en curso era fácil, pero mi mente seguía agitada, pensando en tantas cosas a la vez que aún me preguntaba como no había explotado.
Finalmente, el Sistema Bith apareció ante nosotros. El espacio, normalmente lleno de estrellas, estaba dominado por una enorme y oscura figura que emergía de la negrura. El destructor separatista se alzaba ante nosotros a kilómetros de distancia, y, por un momento, el aliento se me quedó atrapado en la garganta:
La nave era masiva, mucho más grande de lo que había imaginado, con cañones enormes apuntando en todas direcciones. Desde esa distancia, parecía un monstruo mecánico esperando para devorar cualquier cosa que se acercara.
— Joder... —murmuró Cal a mi lado, mirando al bicho mecánico a través del cristal.
No podía negarlo, la impresión inicial me hizo sentir un escalofrío, pero a medida que observaba los detalles, una sensación diferente comenzó a aflorar en mí. La enormidad de ese destructor no solo era una muestra de poder; era una señal de miedo. Un ejército que necesitaba algo tan grande, tan letal, para enfrentarse solo a nosotros.
— Parece que alguien nos tiene miedo —comenté con una sonrisa, mientras mis dedos volvían a moverse sobre los controles.
Cal me lanzó una mirada de soslayo, como si no estuviera seguro de si debía compartir esa satisfacción, pero no dijo nada.
La nave avanzó con fluidez por el vacío del espacio cuando, de pronto, a lo lejos, comencé a ver destellos. Disparos láser cruzaron el cielo oscuro, iluminando por momentos el paisaje espacial. No pude evitar sonreír al reconocer la familiar coreografía del combate. Lo había encontrado: el campo de batalla Jedi.
Mis manos se movieron rápidamente sobre los controles, preparándome para cambiar de trayectoria y dirigirnos hacia ellos. Si estábamos aquí, ya no había tiempo que perder.
— Mi lady… ¿Está usted segura de que sus visiones eran acertadas?—la voz de C3PO, interrumpió mi concentración.
Fruncí el ceño, sin despegar la vista del panel de mando. — ¿Por qué lo preguntas, 3PO?
Antes de que pudiera obtener una respuesta del droide, fue Cal quien se adelantó, su tono más cauteloso que de costumbre.
— Porque no parece que los Jedi estén perdiendo —dijo, señalando los destellos a lo lejos—. Si mi vista no falla, están consiguiendo hacer retroceder a los separatistas.
Al mirar en la misma dirección y comprobar que era verdad, una pequeña duda se instalara en mi mente. ¿Podrían mis visiones haber sido erróneas? Había confiado en la sensación de urgencia que me invadía, pero ahora que lo veía, el panorama no parecía tan desesperado como había imaginado. ¿La Fuerza había exagerado la amenaza en mi mente?
No, me convencí. La Fuerza nunca se equivoca.
Justo cuando iba a ignorar esos pensamientos y dirigirnos al carril de los Jedi, nuestra nave se detuvo bruscamente, tirándome hacia adelante en el asiento.
Un chillido escapó de mis labios mientras luchaba por mantener el control.
— ¿Qué demonios...? —comencé, pero la nave comenzó a temblar y algo, alguna fuerza desconocida, empezó a tirar de nosotros en una dirección contraria, como si nos arrastraran por la cola.
Las alarmas se activaron y mis manos volaron de nuevo sobre los controles, intentando recuperar el control de la nave, pero parecían haber dejado de funcionar repentinamente. Algo no estaba bien.
— Maestra…
El comunicador pitó a mi izquierda y cuando escuché aquella vocecita recientemente conocida, un atisbo de esperanza se instaló en mí. — Nave de la Orden, identifíquese.
Era Ahsoka, la nueva padawan de Anakin. Suspiré aliviada.
— Helene Shield y Cal Kestis a bordo —respondí, rápidamente.
— ¿Helene? —La voz de Anakin sonó incrédula al otro lado de la comunicación. Su imagen se materializó frente a mí, acompañado por Obi-Wan y Ahsoka, con el rostro rígido y los ojos abiertos—. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
Sentí cómo la frustración me subía por el pecho, mezclada con el agotamiento y la vergüenza que aún me pesaban.
— Tuve visiones —respondí, con los dientes apretados—. Vi a los Jedi perdiendo la batalla. Hemos acudido como refuerzos. No podía quedarme de brazos cruzados mientras…
— No debiste venir —me interrumpió Anakin, su voz más dura de lo habitual—. Tienes que salir de aquí, ahora mismo.
Una oleada de molestia se encendió dentro de mí al escucharlo. No era su tono lo que me molestaba, sino cómo me hablaba, como si no pudiera manejarme en una situación de combate.
Estaba a punto de replicar, de lanzarle un comentario mordaz, pero antes de que pudiera hacerlo, Cal se adelantó, interponiéndose en la conversación:
— No creo que eso sea posible —dijo, sonando algo nervioso—. Estamos atrapados por un rayo tractor. La nave nos está arrastrando directamente hacia el destructor.
El rostro de Anakin se tensó al escuchar las palabras de Cal, y Ahsoka y Obi-Wan se miraron alarmados. Un profundo silencio cayó sobre nosotros mientras todos procesábamos lo que eso significaba. Estábamos siendo atraídos hacia la boca del lobo.
Me di cuenta de la grave situación en la que nos encontrábamos y el enojo comenzó a burbujear en mi interior. Gruñí, sintiéndome acorralada.
— No voy a permitir que nos utilicen como escudo —escupí, chocando mi puño contra el panel de control—. Continúen con los ataques. Deben destruir esa dichosa nave.
El agobio pareció apoderarse de la expresión de Anakin. Pude ver cómo mi marido cerraba los ojos, luchando internamente con la decisión que debía tomar. La tensión en su mandíbula era visible, y justo antes de que la comunicación se apagara, escuché su orden: — Almirante, detengan los disparos.
Una punzada de frustración me atravesó al ver que había ignorando mi decisión justo cuando comenzábamos a ser arrastrados hacia el interior del destructor. ¿Por qué tenía que ser tan terco? En ese momento, la sensación de impotencia me invadió, mientras el interior del destructor se cernía sobre nosotros.
Mi nave se detuvo bruscamente al aterrizar en el hangar, y lo que vi me heló la sangre. El lugar estaba lleno de caos: explosiones resonaban por todas partes, iluminando la oscuridad con destellos de fuego y humo. Los gritos de los soldados y el zumbido de los blásteres resonaban en mis oídos, mientras los droides de combate se movían frenéticamente, disparando a todo lo que se movía. Estábamos atrapados en una trampa, y yo había caído en ella como una novata.
— No parece seguro allí afuera, mi lady —señaló C3PO. Tensé la mandíbula.
— Claro que no es seguro, 3PO —respondí, irritada. La realidad de nuestra situación me golpeó como un puño. Todo había sido una trampa meticulosamente diseñada para usarnos como rehenes. Pero ¿por qué la Fuerza me habría dado señales erróneas? ¿Por qué me habría engatusado?
La adrenalina corrió por mis venas mientras me preparaba mentalmente para enfrentar lo que estaba por venir. No iba a permitir que esto terminara así. Tenía que encontrar una salida, y rápido.
Cal miró a su alrededor, nervioso. — ¿Y ahora qué hacemos? —preguntó.
Sin perder tiempo, apreté los controles de la nave y contuve las ganas de sonreír para mis adentros de forma casi desafiante mientras elevaba cualquier motor al máximo.
— Sobrecargué el sistema eléctrico, así que de prisa—avisé mientras me levantaba del asiento y abría la puerta inferior del suelo de la nave—: ¡Salgan rápido!
Cal arqueó una ceja, sorprendido, pero antes de que pudiera hacer un comentario sarcástico, tiré de su muñenca y ambos saltamos de la nave con un movimiento acrobático, aterrizando impecablemente en el suelo del hangar. Nos agachamos detrás de un montón de escombros, observando cómo los droides patrullaban por el lugar, sin advertir nuestra presencia.
— ¡Vamos, 3PO! —grité en un susurro, mirando hacia la nave, donde el droide aún estaba sentado, paralizado por el miedo. — ¡Apúrate!
— No estoy seguro de que esto sea una buena idea, mi lady —respondió C3PO con un tono tembloroso.
Cal abrió los brazos, frustrado. — ¡Vamos! Si caes, te atraparé.
— ¡Eso no es posible! —insistió C3PO, sus ojos brillando con pánico.
— Te estoy diciendo que puedo agarr…
¡BAM! C3PO se había lanzado de la nave hacia Cal justo antes de que pudiera terminar la frase y ambos cayeron al suelo de forma estrepitosa.
Una risa involuntaria escapó de mis labios. Sin embargo, no había tiempo que perder. Teníamos que salir de ahí antes de que los separatistas se dieran cuenta de nuestra presencia. De inmediato, los regañé para que se levantaran rápidamente.
Nos movimos con cautela a través del hangar, el eco de las explosiones y el ruido de la batalla resonando a nuestro alrededor. Manteníamos la cabeza baja, cada uno consciente de la tensión que nos rodeaba. De repente, sentí un movimiento en la periferia de mi visión. Sin pensarlo, empujé a Cal y a C3PO detrás de una pila de enormes cajas de metal, el sonido del impacto ahogado por el caos a nuestro alrededor.
Asomándonos con cuidado, vi a Grievous entrar en mi nave, seguido por dos de sus droides. La mirada de Cal se amplió con asombro, y supe que entendía por qué había sobrecalentado la energía de la nave. En ese instante, una explosión resonó frente a nosotros.
Mi nave estalló, y el fuego se esparció rápidamente por el hangar, iluminando las sombras que nos rodeaban.
— Maestra, la adoro tanto…
No tuve tiempo para responder, ya que el caos se intensificó. Cientos de droides comenzaron a acercarse, mangueras en mano, tratando de apagar el fuego que había comenzado a devorar nuestro refugio. Uno de ellos tropezó, cayendo al suelo con un estruendo ridículo.
— ¡Mira por dónde andas! —le reprochó su compañero, su voz metálica llena de frustración. Sin embargo, el reproche no duró mucho; justo en ese momento, él mismo activó su manguera, y la presión del agua lo lanzó por los aires, mientras nosotros observábamos atónitos.
Maldije en silencio y me giré hacia Cal.
— Son demasiados, no podemos luchar —susurré, lanzándole una mirada al que aún seguía volando por los aires—. Tenemos que comunicarnos. ¡Vamos!
Sin perder un segundo, salimos corriendo del hangar y nos adentramos en uno de los pasillos de la nave. Las luces parpadeaban, proyectando sombras danzantes en las paredes metálicas. A nuestra izquierda, vi un panel de comunicación y, sin pensarlo, me abalancé sobre él, comenzando a teclear botones con desesperación.
— Por favor, funciona —supliqué para mí misma, mientras intentaba recordar la secuencia correcta. Detrás de mí, escuché a Cal encender su sable de luz, cubriéndome la espalda.
— Mi lady, le aconsejo que se dé prisa —habló C3PO con naturalidad, sacándome de quicio—. Creo que escucho droides de batalla acercándose.
— Necesitamos establecer contacto con la flota —repliqué, sin apartar la vista de la pantalla.
De repente, Cal hizo zumbar su sable, y su voz se tornó grave. — Se están acercando, maestra.
Mi corazón se aceleró y el pánico se instaló en mi pecho. Un instante de indecisión me invadió. Sabía que la opción más lógica sería enfrentar a los droides, pero una parte de mí comprendía que eso solo complicaría las cosas. Pronto habría más, y eso podría poner en peligro la misión de rescate que, seguramente, Anakin ya había iniciado.
Entonces, vislumbré un escondite cerca del panel de comunicación: un pequeño espacio detrás de una estructura metálica. Sin pensarlo, tiré de Cal y C3PO, llevándolos hacia el refugio.
— ¡Ocúltense! —susurré, tratando de mantener la voz lo más baja posible.
Nos agachamos, y a través de una rendija, espiamos mientras el General Grievous y varios de sus droides aparecían en el pasillo. La figura del cyborg se destacaba, imponente y aterradora. Aunque ya nada me asustaba lo suficiente, no desde aquel ser oscuro de respiración mecánica que me atormentó en mi pesadilla.
Los droides a su alrededor comenzaron a moverse con torpeza, inspeccionando cada rincón. Sentí un escalofrío recorrerme al pensar en lo que podría suceder si nos encontraban. Tenía que actuar rápido.
De repente, Grievous se detuvo justo enfrente del panel de comunicación que había intentado hacer funcionar. Mi corazón latió con fuerza en mi pecho. Uno de los droides a su lado se inclinó ligeramente, reportando: — El daño al hiperpropulsor no es tan grave como pensábamos, General. Pronto podremos ponernos en ruta.
Grievous hizo un gesto despectivo con su mano metálica.
— Debo informar al Conde Dooku de nuestra situación —con un brillo amenazador en sus ojos amarillos, se volvió hacia sus droides. — Quédense aquí y sigan buscando. Encuentren a los Jedi y tráiganlos ante mí.
La presión se intensificó en mi pecho mientras observaba cómo un ejército de droides de batalla seguía a Grievous de cerca, marchando con precisión militar. Si Cal y yo hubiéramos decidido enfrentarlos y pelear, podríamos haber quedado como puré de calabaza.
De repente, una sacudida recorrió la nave, haciendo vibrar las paredes del pasillo y tambalear a los droides a mi alrededor. La sorpresa quedó grabada en sus rostros metálicos mientras se aferraban a los costados para no caer.
— ¿Qué fue eso? —preguntó uno de los droides, con voz graciosamente robótica.
— ¿Qué?
— ¿No escuchaste el ruido? Fue como si una nave hubiera entrado en la plataforma de emergencia.
— Tienes los circuitos flojos —replicó el otro, señalándolo—. Nadie está tan loco como para hacer eso —añadió, mientras se retiraban.
Una sonrisa se dibujó en mis labios a pesar de la situación. Yo sabía quién estaba perfectamente mal de la cabeza, y lo suficientemente loco como para hacer eso y rescatarme.
— Vamos. Ya están aquí.
Cuando los últimos droides desaparecieron del pasillo, los tres salimos de nuestro escondite, moviéndonos sigilosamente hacia el panel de comunicación. La adrenalina corría por mis venas mientras mis dedos se apresuraban a teclear, buscando establecer contacto con la flota.
Después de varios intentos, el panel finalmente cobró vida, y una voz resonó en mis oídos. — Nave de la República, la llamada está conectando al General Skywalker. ¿Recibido?
— ¡Anakin!
— ¿Helene? ¿estás bien? —La voz de mi marido envió suaves ráfagas de alivio a mi cuerpo y me contuve de suspirar encantada—. ¿Dónde estás?
— Estamos en la parte inferior —respondí rápidamente—. Nos encontramos bien, pero hay centenares de droides de batalla. Cal y yo no podremos con todos.
— De acuerdo. Obi-Wan y yo estamos a bordo.
— Lo sé —repliqué, y sentí una pequeña sonrisa asomarse en mis labios.
— ¿Cómo?
Me encogí de hombros.
— Hubo una gran sacudida, escuché una explosión… y dije: "Oh, ¿quién podría haber sido?"
Cal soltó una risa ante mi ironía y de repente, escuché la voz de Obi-Wan interrumpir nuestra conversación. — Ahsoka, ¿cómo podemos llegar a ellos?
— Según las imágenes virtuales, hay una extensa zona abierta en el centro de la nave y más o menos estamos en medio de ambos —respondió la togruta, al otro lado de la línea.
— Vamos hacia allá —habló Anakin—. ¿Escuchaste, Helene?
Gruñí.
— No estoy sorda, Skywalker —farfullé antes de cortar la comunicación con un botón, y volverme hacia los otros—. Vamos rápido. Si llego antes que él, le haré dormir en el sofá.
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Al llegar a otro hangar de la nave, la magnitud del lugar me dejó sin aliento. Era aún más extenso que el anterior, y una serie de transbordadores, lanzaderas y trenes viajaban mediante las vías, como mercancía. Mirar hacia abajo era simplemente abrumador y estaba segura de que más de un alienígena con vértigo se hubiera lanzado al vacío antes que seguir viéndolo.
Cal echó un vistazo a su alrededor, frunciendo el ceño.
— ¿Estás segura de que estamos en el lugar correcto? —preguntó, escudriñando el vasto espacio en busca de cualquier señal de nuestros aliados.
Cerré los ojos, intentando bloquear las distracciones del exterior. Me concentré, dejando que la Fuerza fluyera a través de mí, y un cosquilleo en las yemas de los dedos me alertó enseguida. En medio del bullicio y el caos, sentí una presencia familiar vibrando a mi alrededor. Anakin.
Abrí los ojos, con una diminuta sonrisa en mis labios.
— Están aquí —aseguré, notando como su presencia en la Fuerza se entrelazaba con la mía. Sabía que él también me sentía, y esa certeza me llenó de calidez—. No hay tiempo que perder.
Necesitaba verlo, sentirlo no era suficientemente para mí: si me concentraba demasiado en la Fuerza podía oler su aroma embargándome de un millón de sensaciones. Inhalé hondo, almacenando mi pequeña alegría en la parte trasera de mi corazón.
Mientras me preparaba para avanzar por la rampa, escuché a C3PO carraspear detrás de mí. — Disculpe, mi lady, pero creo que tenemos compañía.
Cal y yo nos giramos al instante y en ese momento, fuimos testigos de como un grupo de droides de combate se alineaban al otro lado del pasillo, apuntándonos con blásters. Sus cañones brillando amenazadoramente. Sin pensarlo dos veces, ambos sacamos nuestros sables casi al unísono. El familiar zumbido del cristal resonó en el aire, y la determinación se apoderó de mí. En un instante, el pasillo estalló en un caos de luces y ruido cuando los droides abrieron fuego.
Desvié el primer disparo con un movimiento fluido, sintiendo la energía de la Fuerza guiando cada uno de mis movimientos. El haz rojo rebotó hacia atrás, impactando en uno de los droides, que se desintegró en una nube de chispas. A mi lado, vi cómo Cal hacía lo mismo, su sable brillando intensamente mientras redirigía un bláster que volaba en nuestra dirección. El disparo volvió a impactar en otro droide, haciéndolo desaparecer en un cortocircuito.
— ¡No los pierdas de vista! —le grité, mientras retrocedíamos, bajando la rampa y desplazándonos hacia la seguridad del hangar. Los droides avanzaban, pero no podíamos permitir que nos rodearan.
Cada vez que desviábamos un disparo, el caos se intensificaba. El ruido de los disparos resonaba en nuestros oídos, y el brillo de las explosiones iluminaba el pasillo. Desvié otro disparo, que se convirtió en un proyectil mortal para un droide que apenas se movía, y vi cómo sus compañeros se estremecían. A medida que retrocedíamos, el espacio se llenaba de chispas y humo.
— ¡Saltemos! —grité, sin dejar de avanzar. Sin pensarlo dos veces, Cal y yo nos impulsamos hacia adelante. Y de reojo, vi cómo Cal empujaba de inmediato al aterrorizado C3PO hacia abajo.
Mi corazón se encogió cuando mis pies chocaron contra la superficie del transporte y me di cuenta de que habíamos aterrizado en diferentes trenes que se deslizaban rápidamente por las vías, el rugido del movimiento llenó el aire y la vibración me puso aún más nerviosa. El tren que había elegido parecía estar destinado a una parte más profunda de la nave, y mientras me recuperaba del salto, escuché una voz familiar resonando a través del estruendo.
— ¡Helene!
Mi respiración se detuvo por un instante.
Me volví hacia la dirección de la voz y lo vi, saltando hacia el tren de mi derecha. A pesar de la distancia que nos separaba, todo se desvaneció a mi alrededor.
El mundo se convirtió en un torbellino de colores y sonidos, y todo lo que podía ver era a él: su figura ágil en movimiento, sus músculos tensos bajo la armadura, su rizos revoloteando por las ráfagas de aire… La angustia que había sentido durante nuestra separación se desvaneció al verlo, y una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios.
— ¿Estás bien? —gritó, desde el otro lado.
Asentí, sintiendo la energía de la Fuerza fluir entre nosotros, como un hilo invisible que nos conectaba a pesar del espacio. En ese momento, el caos y el peligro parecían insignificantes. No podía apartar la vista de él, y aunque sabía que había una batalla en curso, la única lucha que sentía era la de mi corazón al estar tan cerca de la presencia de mi propio marido.
— Helene, confía en mí. ¡Salta! —su voz resonó a través del caos, llena de urgencia.
— No puedo… —musité, viendo la enorme brecha entre nosotros. Era una de las mejores acróbatas de la Orden, pero esto era demasiado incluso para mí.
— ¡Te atraparé con la Fuerza! —prometió Anakin, mirándome a los ojos.
Las palabras resonaron en mí, un eco de su fe que empezaba a deshacer las dudas que me atenazaban. La confianza que irradiaba me llenó de una extraña valentía. Finalmente, la convicción se apoderó de mí y suspiré.
— Allá vamos…
Y sin pensarlo más veces, me arrojé al vacío. El aire frío me golpeó el rostro mientras caía, y mi corazón latió desbocado, anticipando el impacto con el suelo. Pero, en lugar de sentir el duro contacto, una cálida energía rodeó mis extremidades, envolviéndome en una suave caricia. Era como si Anakin realmente estuviera allí, su esencia sostuvo mi cuerpo en el aire, impidiendo que cayera. Sentí su poder fluir a través de mí, como unos brazos protectores que me mantenían a salvo.
Aterrizé justo frente a él, y mi cuerpo se movió por sí solo, abalanzándome directamente hacia su figura. La conexión fue inmediata, el mundo exterior se desvaneció en el instante en que lo abracé. El latido de su corazón resonaba contra mi oreja, y podía sentir la fuerza de su cuerpo contra el mío, tan real y tan cálido.
— Al fin… —Anakin me acercó a su pecho, envolviendo mi cintura con su brazo. Su calor se fusionó con el mío, y en ese instante, todo lo que había pasado desapareció, dejando solo la paz de su cercanía.
Desde lo alto, escuché a Obi-Wan gritar que iría a por Cal y C3PO, pero en ese momento, todo lo que importaba era Anakin. En su abrazo, me sentía a salvo, como si el caos y la lucha se desvanecieran. La preocupación por el peligro que nos rodeaba se desmoronó mientras me perdía en su presencia.
— Lo que haces para tenerme cerca —bromeó, su risa resonando suavemente contra mi cuello.
Gruñí, alzando la cabeza. — Te recuerdo que estamos en el techo de un tren y que si no cierras tu maldita boca, Skywalker, te voy a…
No llegué a terminar la frase antes de que Anakin estrellara sus labios contra los míos, una explosión de sensaciones que me robó el aliento. En ese instante, un pequeño túnel se interpuso entre nosotros y el resto del mundo, ocultándonos ante todos.
Maldita sea, lo había extrañado tanto que aquel beso se sintió como un regreso a casa.
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