ᴄᴀᴛᴏ ɴᴇɪᴍᴏɪᴅɪᴀ
ᴄᴀᴛᴏ ɴᴇɪᴍᴏɪᴅɪᴀ
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— ¿En qué carajos estabas pensando?
Cruzándome de brazos, respiré hondo para intentar mantener la calma. Después de nuestra cena con el Senador Clovis, Anakin se había vuelto una auténtica bestia en el dormitorio: algunos adornos salieron volando, algún que otro cristal amenazó con romperse, y la Fuerza en el aire me asfixiaba como una cuerda en mi cuello.
Ni siquiera me apresuré a tranquilizarlo, no tenía las ganas suficientes para hacerlo. Así que lo dejé. Permití que hiciera su berrinche hasta que se calmara él solo y recordara que estábamos en una jodida misión dónde teníamos que fingir lo mejor posible que éramos personas completamente distintas a nuestras verdaderas identidades.
Spoiler: no se calmó y tampoco llo recordó.
— Fue un maldito accidente, Anakin —hablé, chirriando los dientes—. ¡Tropecé! No tenía planeado caerme sobre Clovis como si fuera un muerto, ¿crees que me gusta la humillación pública?
— No se trata solo de eso, y lo sabes —replicó Anakin, señalándome con un dedo mientras se acercaba más, sus ojos ardieron de tal manera que me hizo dar un paso atrás—. Ese tipo estuvo coqueteando contigo toda la noche, y tú... ¡tú le seguías el juego!
— ¿Seguirle el juego? ¿Estás escuchándote? —repliqué, sintiendo cómo la rabia comenzaba a hervir en mi pecho—. Estaba intentando mantener el maldito plan en marcha. ¿O se supone que debería haberle clavado el tenedor en la cara y arruinar nuestra misión?
— No, lo que deberías haber hecho es mantenerte lejos de su regazo y de él. ¿Cómo crees que me sentí viéndolo mirarte como si fueras algún tipo de premio?
Rodé los ojos, cruzando los brazos con más fuerza.
— Oh, por favor —resoplé—. Pensé que me había casado con alguien más inteligente. ¿Acaso no te diste cuenta de que estaba siendo así de encantador para ponerme nerviosa? ¡Sospecha de mí y con razón!
Él apretó los dientes y dio un paso más, haciendo que mi espalda chocara contra la pared. — No ha estado fingiendo ni un jodido segundo, Helene, te estuvo devorando con los ojos toda la noche. Y sin embargo, no puedo apartar la imagen de ti sonriéndole como si...
— ¡Como si qué, Anakin! —lo interrumpí, sintiendo cómo la sangre latía fuertemente en mis venas—. ¿Como si estuviera disfrutando de su compañía? ¿Y qué si lo estaba? ¡Al menos no fue él quién me hizo temblar de ansiedad en la cena! ¡Tus emociones me estaban aplastando, maldito loco! —grité con enojo, hundiendo un dedo en su pecho.
Sus ojos se entrecerraron peligrosamente, y su voz bajó hasta convertirse en un gruñido.
— Cuidado.
Pero no podía detenerme, incluso aunque cada palabra que salía de mi boca sentía que lo empujaba más al borde de algo que no sabía si podría controlar:
— Quizá disfruté de la atención, ¿sabes? Es agradable hablar con alguien después de que no me hubieras dirigido la palabra en ¡TRES DÍAS!
Anakin ya estaba a centímetros de mí, su pecho subiendo y bajando con una respiración pesada. Sus manos se apoyaron contra la pared a ambos lados de mi cabeza, encerrándome en un espacio que de repente parecía demasiado pequeño.
— Dilo otra vez, —murmuró en un tono bajo pero cargado de peligro —. Atrévete a decírmelo otra vez.
— ¿Por qué? ¿Vas a demostrarme cómo eres realmente? —desafié, mi voz tembló entre la furia y algo más que no quise reconocer.
— Quizá debería —respondió, su aliento cálido rozó mi mejilla mientras su mirada, oscura y ardiente, se fijaba en mis ojos con un fuego en los suyos—. Tal vez entonces entenderías que nadie más tiene derecho a mirarte así. Nadie.
Su proximidad hacía imposible pensar con claridad. Mi corazón latía tan rápido que me dolía el pecho, y una tensión eléctrica llenó el espacio entre nosotros. Sentí cómo el calor de su cuerpo se mezclaba con el mío, y el muro entre nuestra discusión y algo mucho más primitivo comenzaba a desmoronarse.
Anakin permaneció inmóvil, su pecho apenas a centímetros del mío, pero su mirada era suficiente para dejarme clavada contra la pared. Mi respiración me traicionó ganando su atención al ver como cambiaba el ritmo. Tragué saliva, sin poder parpadear siquiera ante la intensidad con la que me estaba hipnotizando.
— ¿Es otra de tus amenazas? —susurré, tratando de que mi voz sonara desafiante, pero el temblor en mis palabras me delató.
Anakin inclinó la cabeza y una sonrisa oscura se asomó en sus labios. Era como un depredador acechando a su presa, y yo no podía evitar sentirme exactamente como eso.
— ¿Amenazas? —su voz fue baja, casi ronca, pero peligrosa—. No he hecho más que advertirte, ángel. Pero si quieres que lo lleve más allá…
El aire pareció desaparecer de la habitación cuando levantó su mano enguantada y trazó el contorno de mi mandíbula con sus dedos. Su toque era suave, pero el frío del cuero del guante me hizo estremecer. Quise apartarlo, fingir que no me afectaba, pero mi cuerpo no respondía a mis órdenes.
— Anakin… —mi voz se quebró, y odié el leve ruego que se deslizó en mis palabras.
Él sonrió, disfrutando de mi vacilación. Sus manos descendieron lentamente hasta mi cintura, de manera firme y posesiva. Me apretó contra la pared como si quisiera recordarme que no tenía escapatoria, que no podía desafiarlo sin consecuencias.
— Hablas de disfrutar de la atención de otro hombre —murmuró, inclinándose lo suficiente como para que sus labios rozaran mi oído—, pero sé que nadie más puede hacerte sentir lo que yo puedo. ¿Quieres probarme, Helene?
Quería hacerlo. Quería que me bajara al infierno y me dejara allí, quemándome junto a él, torturándome, pero junto a él.
— ¿Qué pasa si quiero? —repliqué en un murmullo, pero enfrentándolo con mi mirada. Sentí una chispa de satisfacción al ver cómo sus ojos se estrechaban ante mi insolencia.
Anakin no respondió con palabras. En su lugar, una de sus manos subió lentamente por mi espalda, deslizándose hasta mi cuello. Su toque era firme, pero no agresivo: un recordatorio de su fuerza y de lo fácil que le sería reclamar el control completo. Mi respiración se aceleró cuando sus dedos se cerraron suavemente alrededor de mi garganta, no lo suficiente como para hacer daño, pero lo justo para dejarme claro que no estaba jugando.
— Siempre has tenido un problema con obedecer, ¿verdad? —susurró, sus labios rozaron los míos sin llegar a besarme. Era un castigo, una tortura que me hacía arder de deseo y frustración a partes iguales.
— Tal vez… —mi voz fue un susurro apenas audible, mi orgullo tambaleándose ante la placentera presión en mi cuello. Intenté empujarme contra él, ganar algo de espacio, pero su agarre se intensificó y su cuerpo contra el mío me hicieron fracasar.
— No te esfuerces, ángel —su tono se volvió más bajo, más oscuro, mientras inclinaba su rostro hasta que su nariz rozó la mía—. No ganarás esta vez.
Antes de que pudiera responder, sus labios capturaron los míos con una fuerza tan bestial como su comportamiento anterior. No fue un beso suave ni dulce; fue una declaración, una reclamación. Sus dedos se hundieron en mi cintura, apretándome contra él mientras su boca exploraba la mía con una pasión que me hizo perder el sentido de todo lo que nos rodeaba.
Mi orgullo intentó emerger, luchando por igualar su intensidad, pero cada intento de tomar el control era rápidamente sofocado por la firmeza de su agarre, por la manera en que su cuerpo dominaba el mío sin esfuerzo. Cuando traté de morder su labio para invertir las tornas, él se apartó apenas un centímetro, con su respiración cálida contra mi piel.
— Ni lo intentes —advirtió con una sonrisa peligrosa—. Sabes cómo terminará esto…
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero no era de miedo. No definitivamente de miedo.
Mis manos, que habían intentado en un principio apartarlo, se deslizaron involuntariamente hacia sus hombros, aferrándome a él mientras sentía cómo mi resistencia se desmoronaba bajo su tacto y sus palabras.
Las manos de Anakin comenzaron a recorrer mi cuerpo como si estuviera dibujando un mapa en mi piel, reclamando cada rincón como suyo. Mi respiración se volvió errática mientras me invadía una mezcla embriagadora de deseo y el abrumador sofoco de su presencia. Podía sentirlo en la Fuerza, su energía abrazándome, envolviéndome como si quisiera consumir cada pensamiento, cada emoción que no tuviera que ver con él.
— Solo yo te puedo ver, ángel —murmuró con voz ronca y cargada de deseo, contra mi cuello. Su boca trazó un camino ardiente sobre mi piel mientras sus manos bajaban lentamente, quemándome con cada toque.
Mi mente estaba nublada, atrapada en el torbellino que era mi marido. No podía pensar, no podía respirar sin que cada célula de mi cuerpo estuviera conectada a él. Su energía en la Fuerza me inundaba, tan poderosa que sentía como si el aire se hubiera vuelto pesado, cargado de electricidad. Intenté hablar, responder, pero solo un jadeo escapó de mis labios cuando su boca descendió hasta la clavícula, dejando un rastro de calor y sensaciones que me hacían perder la razón.
— Anakin… —su nombre salió como un susurro quebrado, sin fuerza, incluso pronunciarlo me costaba todo el autocontrol que me quedaba.
Él levantó la mirada, y sus ojos se encontraron con los míos, oscuros y llenos de pasión.
— Dilo otra vez —exigió, con un gruñido bajo.
— Anakin —repetí, mi voz temblando mientras sentía cómo sus manos subían por mis costados, firmes y posesivas.
Él sonrió con esa sonrisa que era tan peligrosa como embriagadora. En un movimiento fluido, tomó el borde de mi ropa y comenzó a deshacerse de ella con una destreza que me hizo marearme aún más. Cada roce de sus manos desnudas contra mi piel hacía que mi respiración se volviera más errática, que mi corazón latiera de manera casi dolorosa.
Estaba tan perdida en él, en su energía abrumadora, que no noté nada más. La habitación había desaparecido. El mundo había desaparecido. Solo existía Anakin, y su presencia devorándome, reclamándome de tal modo que me parecía imposible escapar.
Cuando mi ropa cayó al suelo, sentí el aire fresco en mi piel, pero incluso eso fue eclipsado por el calor abrasador de su cuerpo contra el mío. Cerré los ojos con mi mente completamente sumergida en él, en su tacto, en la fuerza de su deseo. Y justo cuando estaba a punto de ceder completamente, de entregarme a esa vorágine de sensaciones…
«¿Helene?» una voz resonó en mi cabeza, incómoda y tímida, pero lo suficientemente clara como para atravesar la niebla de placer que me envolvía «¿Me escuchas?»
Mis ojos se abrieron de golpe, y un escalofrío recorrió mi espalda cuando reconocí la voz.
— Oh, por la Fuerza… —jadeé, apartando a Anakin de un empujón débil mientras intentaba recuperar el control de mis sentidos.
— ¿Qué pasa? —preguntó él, con el ceño fruncido mientras me miraba con ojos todavía oscuros por el deseo.
Me agaché para remover las perlas de mi vestido en el suelo hasta dar con el aparatito conectado al pinganillo en mi oreja, oculto bajo uno de los moños de mi peinado.
— El comunicador… está encendido —susurré, sintiendo cómo el calor subía hasta mis mejillas.
Anakin se tensó, y la expresión en su rostro cambió de inmediato. — ¿Qué? —gruñó, tomando el aparato de mis manos
«Helene, ¿me escuchas? Soy Padmé» dijo la voz otra vez, más insistente esta vez, y yo deseé que el suelo me tragara.
El calor que abrasaba mi rostro no tenía precedentes. Llevé una mano a mi oído, tocando el diminuto pinganillo y pude jurar que casi se me escapaba un chorro de pis ahí mismo.
— ¡Sí! Sí, te escucho perfectamente —respondí con un entusiasmo exagerado, intentando fingir normalidad. Mi voz salió aguda, como si me hubieran estado estrangulando, lo cual, en cierto modo, no estaba muy lejos de la realidad.
Anakin, que seguía a mi lado, cruzado de brazos y sin molestarse en ocultar su diversión, me observó con una ceja arqueada. Su mirada alternaba entre mi rostro totalmente colorado y mi cuerpo desnudo frente él, haciendo que me sintiera aún más vulnerable.
«Oh… bueno, lamento interrumpir» habló Padmé con voz titubeante, pero cargada de una obvia insinuación. Por supuesto que se dio cuenta. Padmé Amidala no era tonta, y el hecho de que estuviera escuchando probablemente desde el principio me hizo querer gritar de pura vergüenza.
— ¡Tranquila! La cena… ya terminó —dije rápidamente, con mi voz hundiéndose al final. Por el rabillo del ojo vi cómo Anakin esbozaba una sonrisa satisfecha, claramente disfrutando de mi vergüenza.
Padmé carraspeó. «Si… me di cuenta»
Sentí que el color subía a mis mejillas como una ola de calor abrasador, y no ayudaba que Anakin se inclinara contra la pared, mirándome fijamente mientras yo intentaba controlar el temblor en mis manos. Giré la cabeza y me encontré con mi reflejo en el espejo de la habitación: mi cuerpo completamente expuesto, la piel brillante de sudor, el rostro rojo como una antorcha, y mis piernas todavía temblorosas.
— Ah… ¿querías… querías algo en particular? —pregunté con torpeza, apretando los labios mientras intentaba ignorar el hecho de que mi esposo me miraba como un trozo de carne al que iba devorar de nuevo en cualquier momento.
«Solo quería darte algunas pautas para la negociación de mañana. Clovis hoy no parecía muy interesado en eso»
— Oh, claro, sí, por supuesto —asentí rápidamente, aunque sabía que no podía verme. Aparté la mirada del espejo y me crucé de brazos, como si eso sirviera de algo.
«Bien» continuó ella, su tono recuperó algo de formalidad, aunque todavía sonaba tímido. «Intenta ganarte su confianza… de cualquier manera que consideres adecuada. Pero por favor, Helene...» hizo una pausa, su voz bajó hasta casi un susurro. «Evita caer en su regazo de nuevo»
Anakin dejó escapar una risa baja e irónica, escuchándola desde el otro comunicador en sus manos. Le lancé una mirada furiosa, pero eso solo pareció divertirlo más.
— Lo tendré en cuenta —respondí con los dientes apretados, deseando que aquella conversación terminara de una vez.
«Perfecto» dijo Padmé, relajándose un poco. Luego hizo una pausa, y cuando habló de nuevo, parecía haber estado eligiendo cuidadosamente sus palabras. «Helene, antes de cortar, solo… asegúrate de que Anakin se tranquilice un poco. Necesitamos que sea respetuoso con Clovis si queremos que no sospeche»
Lo miré fijamente para que notara la seriedad en las palabras de Padmé. Mi marido simplemente rodó los ojos y desvió su atención hacia mis piernas desnudas.
— Entendido —asentí, antes de despedirme—. Buenas noches, Padmé.
«Buenas noches, Helene… oh, y disfrútalo»
Me quedé paralizada por un momento, el silencio del dormitorio rompiéndose solo por la risa baja de Anakin.
— ¿La has escuchado? —repitió él con burla mientras daba un paso hacia mí. Sus ojos brillaron de manera tan ennegrecida que hizo que mis rodillas casi cedieran.
— No digas una palabra —le advertí, alzando un dedo, aunque mi tono carecía de toda autoridad.
— No tengo que decir nada, ángel —replicó, inclinándose hasta que nuestras narices casi se tocaron. Sus manos volvieron a posarse en mi cintura, esta vez con más suavidad, pero el fuego en su mirada seguía siendo abrasador—. Pero ahora… quiero que le hagas caso y lo disfrutes, amor mío.
Mi aliento quedó atrapado en mi garganta de nuevo. En ese momento, su posesividad no parecía tan amenazante como antes, sino adictiva, envolvente, y, aunque me odiara por ello, totalmente irresistible.
— No podemos ensuciar las sábanas —susurré, completamente perdida en su mirada.
Anakin sonrió traviesamente.
— Entonces se hará dentro.
Me estremecí, sintiendo las avispas asesinas en mi estómago, pero no me quejé. Y a Padmé obedecí.
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La luz del amanecer se filtraba por las cortinas del hotel mientras ajustaba el broche de mi vestido. Era de un azul profundo, con un diseño sencillo pero elegante, que caía perfectamente sobre mi figura. Mi cabello estaba recogido en un moño trenzado, con mechones sueltos enmarcando mi rostro.
Aunque lucía profesional, no pude evitar lanzar una mirada de reproche hacia Anakin, que estaba terminando de colocarse su capa negra, con ese aire altivo y confiado que parecía haber crecido durante la noche.
— ¿Estás bien? —preguntó, aunque la curva de sus labios delataba que ya conocía la respuesta.
— No, idiota, no estoy bien —resoplé mientras me ponía los zapatos con un leve quejido—. Me duelen las piernas. ¿Cómo se supone que voy a caminar después de… anoche?
Él soltó una risa, claramente disfrutando de mi incomodidad. Se acercó y me ofreció su brazo, un gesto de falsa caballerosidad.
— Es culpa tuya por intentar resistirte tanto —replicó con un tono burlón—. Pero, míralo de esta forma: tendrás la atención de Clovis puesta en ti sin esforzarte siquiera.
Le di un codazo en las costillas, aunque no le hizo ni cosquillas.
— Eres insoportable —gruñí, sin poder evitar sonrojarme al recordar la noche anterior.
Cuando llegamos al salón donde Clovis nos había citado, él ya estaba allí, esperando con una sonrisa perfectamente calculada. La sala estaba decorada con muebles minimalistas y una vista impresionante del paisaje de Coruscant a través de los ventanales.
— Senadora Opress —habló Clovis, acercándose para tomar mi mano y besarla con cortesía—. Espero que haya descansado bien.
— Por supuesto, senador —respondí con una sonrisa cordial, ignorando la punzada de vergüenza al recordar el motivo de mi cansancio.
Sin embargo, tan pronto como Anakin emergió detrás de mí, la expresión de Clovis cambió. Su sonrisa se desvaneció casi al instante, reemplazada por la incomodidad mientras sus ojos analizaban a mi "guardia protector".
— Capitán Redav —saludó Clovis con una inclinación de cabeza tensa.
— Senador Clovis —respondió Anakin, con un tono lo suficientemente cortés como para no levantar sospechas.
Podía sentir la tensión entre ambos como una corriente eléctrica en el aire, pero me forcé a mantener una sonrisa profesional.
— ¿Por dónde comenzamos? —pregunté, dispuesta a centrarme en la negociación y evitar a toda costa que Anakin provocara una escena… o que Clovis intentara alguna de sus sutilezas cuestionables.
La atmósfera en la sala fue más distendida ahora, con Clovis mostrando su lado más diplomático mientras discutíamos los términos de una posible alianza. El almuerzo fue servido en una mesa bien dispuesta, con delicados platos de sabores especiados que lograban llamar mi atención, aunque la presencia de mi marido justo a mi lado mantenía mi guardia alta.
Clovis, siendo un buen anfitrión, me ofreció un asiento junto al suyo, mientras Anakin se colocaba a mi otro lado, rompiendo cualquier intención del senador de monopolizar mi atención.
— Espero que disfruten de este plato tradicional de Scipio —habló Clovis con una sonrisa—. Un guiso de flores de plasma con especias locales. Es una especialidad única de nuestro planeta que he traído a Coruscant.
— Se ve delicioso —mentí, aunque no podía negar que el aroma era intrigante.
Durante el almuerzo, Clovis y yo abordamos los detalles de la alianza entre Zakuul y el Clan Bancario mientras Padmé me susurraba estrategias a través del pinganillo oculto en mi oreja. Hablamos de los beneficios mutuos que podrían surgir de un acuerdo económico sólido, y yo hacía todo lo posible por mantenerme profesional, tomando nota mental de cada palabra que podría ser relevante para nuestra misión.
— Entonces, Senadora Opress —continuó Clovis, inclinándose hacia mí con interés genuino—, ¿cree que podríamos comenzar con una colaboración en materia de transporte intergaláctico? Zakuul tiene rutas poco exploradas que podrían beneficiar al Clan Bancario para mover recursos más eficientemente.
— Es una idea interesante —respondí, repitiendo todo lo que Padmé murmuraba en mi oreja—. Pero creo que también podríamos explorar una colaboración más estrecha en términos de seguridad para esas rutas. Después de todo, los tiempos son... inestables.
Clovis asintió, su expresión iluminándose como si acabara de tener una revelación.
— Una propuesta prudente, sin duda. Trabajar juntos en materia de seguridad fortalecería las relaciones entre nuestros planetas.
Llegamos a un entendimiento básico, suficiente para que Clovis pareciera satisfecho. Sin embargo, no podía permitir que esto terminara aquí. Necesitábamos tiempo para averiguar qué tramaba exactamente.
— Me alegra que hayamos llegado a este acuerdo, Senador —dije, inclinándome ligeramente hacia él—. Quizá podríamos seguir trabajando juntos durante los próximos días. Estoy segura de que hay otros aspectos que podríamos explorar.
Clovis me estudió por un momento, sus ojos entrecerrados como si estuviera evaluando algo. Finalmente, negó con la cabeza, aunque lo hizo con una sonrisa.
— Lamentablemente, tengo otros negocios urgentes que atender, querida senadora —explicó—. Pero si realmente está interesada en fortalecer esta relación, le invito a acompañarme a Cato Neimoidia. Tengo contactos diplomáticos con los neimoidianos que requieren mi atención estos días —Mi sorpresa debió reflejarse en mi rostro, porque Clovis alzó las cejas preocupado—. ¿Está todo bien, senadora?
Recuperándome rápidamente, me forcé a sonreír.
— Sí, por supuesto. Simplemente no lo esperaba —respondí, viendo en su propuesta una oportunidad perfecta para obtener más información—. Será un placer acompañarle.
— Excelente —dijo Clovis, levantando su copa en un gesto de brindis—. Partiremos después del almuerzo.
— ¿Tan pronto?
— Los neimoidianos son impacientes, senadora.
Anakin, quien había permanecido en silencio durante toda la conversación, dejó escapar un leve ruido que podría haber sido un resoplido. Fingí no notarlo y continué con mi almuerzo, aunque sentía su presencia ardiendo junto a mí como una estrella enana roja.
Al terminar el almuerzo, nos dirigimos hacia el hangar. Las naves relucían bajo la luz del mediodía, y un equipo de droides preparaba el transporte para el viaje. Clovis caminaba a mi lado, comentando detalles logísticos, mientras Anakin nos seguía un paso por detrás, su postura rígida y su expresión seria me dejó claro que no aprobaba en absoluto el rumbo que estaban tomando las cosas.
"Esto va a ser interesante", pensé, aunque no estaba segura si eso era algo bueno o malo.
La nave parecía lista para despegar, y Clovis nos guió hasta el interior. Mientras inspeccionábamos la cabina, mis ojos se encontraron con los mandos. Sabía que la mejor manera de mantener a Anakin tranquilo –y posiblemente de evitar un desastre antes de llegar a Cato Neimoidia– era dándole algo que le apasionara.
— Capitán Redav —levanté la voz, con una ligera sonrisa en los labios mientras hacía un gesto hacia los controles—, ¿te importaría pilotar? Estoy segura de que un hombre con tus... habilidades está más que capacitado.
Anakin alzó una ceja con curiosidad, pero no pudo evitar que la emoción brillara en sus ojos. — A sus órdenes, senadora —respondió con una breve reverencia, aunque su tono delataba su entusiasmo infantil.
Se colocó en el asiento del piloto y sus manos se movieron enseguida sobre los controles mientras yo me acomodaba unos metros más atrás junto a Clovis. Los asientos eran cómodos, y el suave zumbido de los sistemas encendiéndose llenó la nave. Clovis me dirigió una sonrisa, inclinándose ligeramente hacia mí mientras despegábamos.
— Diría que es un placer trabajar con usted, Senadora Opress —comentó, dejando caer su voz a un tono más bajo, casi íntimo—, pero sería un insulto no mencionar lo encantadora que es en todos los aspectos.
Su comentario me tomó por sorpresa, pero mantuve una expresión neutral.
— Es muy amable, Senador Clovis. Espero que mis cualidades profesionales sean igual de notables.
Él se rió suavemente, sacudiendo la cabeza.
— Por supuesto que lo son. Pero sería ciego si no notara algo más... como esos ojos —dijo, inclinándose un poco más hacia mí. Sus propios ojos me estudiaron con una intensidad que, esta vez, parecía genuina—. Son hipnóticos, como si contuvieran galaxias enteras.
Mi instinto fue apartarme, pero su tono no era como el de la cena anterior. Había sinceridad en sus palabras, y eso me desarmó más de lo que debería.
Antes de que pudiera responder, Clovis se inclinó aún más cerca, su rostro casi rozando el mío mientras intentaba sostener mi mirada.
— Me pregunto... ¿son siempre así de brillantes?
El calor de su proximidad me puso tensa. Justo cuando estaba por responder –o por alejarme–, la nave dio un giro brusco.
Clovis perdió el equilibrio y cayó hacia adelante, golpeando el respaldo del asiento frente a él con un movimiento torpe que hizo que soltara un leve quejido.
— ¡Oh, dioses! ¡Clovis!
Desde la cabina, escuché el inconfundible sonido de la risa contenida de Anakin y contuve las ganas de resoplar.
— Mis disculpas, senadores —habló mi marido con un tono demasiado despreocupado—. Un ligero ajuste en el rumbo.
Intenté no reírme, aunque una sonrisa traicionera apareció en mis labios mientras miraba a Clovis. Él sacudió la cabeza y se acomodó, claramente molesto, pero tratando de no perder la elegancia.
— Menos mal que sus habilidades lo hacían estar capacitado… —murmuró, lanzándome una mirada fugaz que intentaba recuperar su dignidad.
— Es bueno esquivando —respondí con inocencia.
El descenso a Cato Neimoidia fue tan impecable como el despegue había sido caótico. Anakin manejó la nave con una destreza que pocas veces permitía cuestionar su arrogancia. A medida que nos acercábamos al hangar, la vista de la vasta metrópolis suspendida entre cañones y precipicios me dejó sin aliento, como siempre lo hacía este planeta. Las plataformas flotantes, sostenidas por arquitectura imposible, parecían desafiar la gravedad misma.
El hangar donde aterrizamos era imponente, con techos altos y arcos ornamentados que mezclaban opulencia con funcionalidad. La luz que atravesaba las ventanas altas proyectaba patrones geométricos en el suelo metálico, y el lugar zumbaba con actividad.
Esperándonos al pie de la rampa estaba un neimoidiano de porte digno, ataviado con ropajes oscuros y bordados dorados que insinuaban su estatus. Sus ojos amarillos, de párpados caídos, se alzaron hacia nosotros con una mezcla de interés y cálculo. Su rostro, con las mejillas prominentes y los labios finos, permaneció estoico, pero había algo en su postura que me hizo mantenerme alerta.
— Senador Clovis, es un placer verle de nuevo —dijo el neimoidiano, inclinándose levemente. Su voz tenía un tono arrastrado y meticuloso, como si cada palabra fuera cuidadosamente seleccionada.
Clovis descendió la rampa con seguridad, devolviendo el saludo con un gesto de respeto.
— Virrey Lott Dod, como siempre, un honor.
Mis pasos resonaron en la rampa mientras descendía detrás de Clovis, con Anakin justo detrás de mí. Cuando llegué al pie de la nave, hice un esfuerzo por mostrarme natural y profesional, alzando una mano en un gesto cordial para presentarme.
— Es un placer, soy la Senadora...
«Cuidado, Helene» La voz de Padmé resonó en mi oído con urgencia, deteniéndome en seco. «Lott Dod es un virrey separatista. No te fíes de él»
Mi sonrisa vaciló, pero apenas fue perceptible. Bajé la mano lentamente, sustituyendo la presentación por un leve asentimiento. Clovis me lanzó una mirada de confusión, pero rápidamente volvió su atención al virrey.
Anakin no dijo una palabra, pero sentí su presencia detrás de mí como un muro de granito. Su mirada pasó de Lott Dod a Clovis y luego a mí, buscando una explicación para mi reacción. Sin embargo, mantuve mi expresión firme y neutral.
Clovis, completamente ajeno a la tensión que acababa de llenar el aire, continuó con las formalidades:
— La bella dama que me acompaña, la Senadora Opress de Zakuul, y su guardaespaldas, el Capitán Redav, estarán acompañándonos hoy.
Lott Dod asintió, pero sus ojos parecían perforarnos a los dos, como si intentara descifrar qué ocultábamos.
— Bienvenidos a Cato Neimoidia. Espero que encuentren nuestras negociaciones satisfactorias... y esclarecedoras.
Compartí una rápida mirada con Anakin, y su ceño fruncido reflejaba exactamente lo que sentía: desconfianza.
Algo me decía que las verdaderas intenciones de este bicho estaban muy lejos de ser simplemente diplomáticas.
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