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* ᴄʜᴀɴɢᴇ ᴛʜᴇ ᴅᴇsᴛɪɴʏ

* Este capítulo contiene un asterisco debido a su longitud y a su importancia. El Acto III (The Clone Wars) no es necesario leerlo (es decir que se tendría que esperar/saltar hasta el Acto IV) salvo los capítulos que contienen un (*) debido a que son fundamentales para entender el siguiente acto (La Venganza De Los Sith). Mucho capítulo y disfruten de las gracias.





ᴄʜᴀɴɢᴇ ᴛʜᴇ ᴅᴇsᴛɪɴʏ
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Cuando salimos del monasterio y llegamos a la nave, Anakin ni siquiera se molestó en hablar. Entró al compartimiento trasero y se puso a roncar de tal manera que pudo haber invocado a cada espíritu de la Fuerza en este maldito planeta.

No lo culpé, todos estábamos exhaustos. Pero especialmente él. Si alguien me hubiera dicho antes que existía un Jedi capaz de someter a dos dioses de la Fuerza, le habría mandado de una patada a Dathomir por burlarse de mí. Sin embargo, Anakin había sido totalmente capaz. ¿Cómo? Ni la menor idea, pero demostró ser más poderoso de lo que toda la Orden Jedi imaginaba.

Me debatí entre escabullirme y hablar con él o quedarme con el resto para controlar la navegación: opté por lo segundo. Anakin no descansaría conmigo cerca.

Cal y Ahsoka se sentaron en una esquina de la nave para conversar, de vez en cuando echando miradas a la habitación en la que estaba mi marido reposando. Obi-Wan se ocupó de poner en marcha la lanzadera, y yo permanecí en uno de los asientos, recreando una y otra vez la escena más impactante que había presenciado en mi vida.

Me sobresalté cuando una mano se posó sobre mí hombro. — ¿Te encuentras bien?

Un nudo se formó en mi estómago cuando Shaak Ti se sentó frente a mí. Me enderecé de inmediato, como si me hubiera vuelto a atrapar tirándoles lonchas de queso en la frente a los bebés del Templo para que dejaran de llorar.

Su semblante transmitía calma, aunque debajo de esa tranquilidad, podía sentir la curiosidad de alguien que estaba buscando respuestas.

— Estoy bien, maestra —respondí, aunque mi tono no fue tan convincente como esperaba. Mordí mi lengua disimuladamente.

Shaak Ti entrecerró los ojos, evaluando cada matiz en mi voz, cada movimiento de mi expresión. Conocía esa mirada. Era la de alguien que sabía perfectamente que le estaba ocultando algo.

— Fue una experiencia intensa para todos —habló después de un momento, con serenidad—. Pero para ti… debe haber sido aún más.

— Me hice pis encima.

Shaak Ti inclinó levemente la cabeza, sin creérselo.

— Anakin y tú… —comenzó, eligiendo sus palabras con cuidado—, tienen una conexión única. Lo he notado antes, pero lo de hoy… fue algo diferente, ¿no es así?

La pregunta quedó suspendida en el aire, como si me desafiara a admitir lo que había estado sintiendo desde el momento en que Anakin había sometido al Hijo y a la Hija. Pero no sabía qué responder. Ni siquiera sabía qué pensar.

— No entiendo qué insinúas, Maestra Ti —dije finalmente, un poco a la defensiva.

— No insinúo nada —respondió ella con suavidad—. Solo estoy intentando comprender. Lo que sucedió ahí… algo impulsó el poder de Anakin. No fue únicamente cosa suya.

Apreté los labios y desvié la mirada hacia las ventanas de la nave, donde las estrellas comenzaban a extenderse en un espectáculo brillante mientras nos elevábamos sobre el planeta. Sabía que Shaak Ti tenía razón, aunque me negaba a admitirlo en voz alta. Había sentido esa conexión, ese flujo de energía que parecía unirnos de una manera que no podía ser explicada con palabras. Pero decirlo en voz alta sería confirmar algo que ni siquiera yo estaba lista para enfrentar.

— Anakin es… especial —contesté finalmente, tratando de desviar su atención de mí.

Shaak Ti asintió lentamente, pero no apartó la mirada de mí.

— Lo es —admitió—. Pero tú también, Helene. No subestimes lo que eres capaz de aportar al equilibrio.

Esa palabra nuevamente. Equilibrio. Cada vez que alguien la mencionaba, sentía una enorme carga sobre mis manos.

Solté un bufido, rodando los ojos. — Lo único que quiero aportar es que todos salgamos vivos de este desastre.

Ella no se movió. Su mirada seguía fija en mí, tan intensa que me hizo sentir que podía leer cada pensamiento que pasaba por mi cabeza. Sabía que no se iría hasta obtener algo, y por primera vez sentí la necesidad de hablar, de compartir lo que había sucedido, aunque no estuviera completamente segura de cómo explicarlo.

— Helene…

— Algo raro pasó —gruñí, girando la cabeza para evadir su mirada—. Algo que… no sé cómo explicar.

La expresión de Shaak Ti se suavizó, aunque su atención permaneció inquebrantable. Asintió levemente, animándome a continuar.

— El Padre —seguí, con un nudo formándose en mi garganta—, mencionó algo… sobre mí y Anakin. Insinuó que… que somos una diada en la Fuerza.

El silencio que siguió a mi confesión fue tan largo que casi me hizo arrepentirme de haber hablado. Shaak Ti parpadeó una vez, como si mi declaración no tuviera sentido, pero su rostro pronto se transformó en una mezcla de incredulidad y… ¿angustia?

— ¿Una diada? —repitió, asegurándose de que había escuchado bien.

Asentí lentamente, sintiéndome cada vez más pequeña bajo su escrutinio.

— Dijo que nuestras vidas están… ligadas de una manera que aún no entendemos —continué, torpemente, tratando de poner en palabras algo que apenas podía procesar yo misma—. Que… Que teníamos el potencial de moldear el futuro de la galaxia.

Y que ya lo hacíamos.

Por un momento, Shaak Ti no respondió. Su mirada se perdió en algún punto lejano, como si estuviera buscando respuestas en la inmensidad del espacio que nos rodeaba. Finalmente, exhaló profundamente y se inclinó hacia mí, su voz fue un susurro. — Helene, ¿estás absolutamente segura de lo que escuchaste?

— Sí —fruncí el ceño, aunque mi interior temblaba—. No entendí todo lo que quiso decir, pero… sus palabras fueron claras. ¿Es algo malo?

Shaak Ti apretó los labios, y vi algo en su rostro que pocas veces había visto: duda. No duda en mí, sino en algo más grande, algo que claramente la inquietaba.

— Una diada en la Fuerza… —murmuró, más para sí misma que para mí—. No se ha oído hablar de una desde hace generaciones, siglos, tal vez. Es… extremadamente raro. Y peligroso.

Mis ojos se abrieron de par en par.

— ¿Peligroso?

— No por lo que son, sino por lo que representan —explicó, mirándome directamente a los ojos—. Una diada es un vínculo único, un equilibrio perfecto entre dos seres. Pero ese tipo de poder… puede atraer la atención equivocada, especialmente en tiempos como estos.

Tragué saliva.

— ¿Y eso significa que…?

Shaak Ti me tomó las manos, sentí sus dedos cálidos y firmes contra los míos.

— Significa que no debes hablar de esto con nadie, Helene. Nadie. Ni siquiera vuelvas a mencionarle el tema a Anakin. Por nada del mundo, se lo digas a alguien —Abrí la boca para protestar, pero me detuvo: — Si esto llega a oídos de la Orden… o de cualquier otra fuerza en la galaxia, podría haber consecuencias.

Su tono era severo, pero también cargado de preocupación. Asentí lentamente, aunque las preguntas seguían arremolinándose en mi cabeza.

— ¿Y tú? —murmuré—. ¿Vas a contárselo a alguien?

Shaak Ti me miró fijamente, pero finalmente negó.

— No, Helene. Esto queda entre nosotras. Pero debes ser extremadamente cuidadosa. Este tipo de vínculo puede ser tanto una bendición como una maldición, dependiendo de cómo lo manejen.

Su advertencia quedó grabada en mi mente. Por mucho que deseara entender lo que significaba ser parte de una diada en la Fuerza, una parte de mí comenzaba a temer lo que eso podría traer consigo.

El ruido de pasos arrastrados me sacó de mi conversación con Shaak Ti. Giré la cabeza y vi a Anakin salir del compartimiento trasero. Su cabello estaba revuelto y una expresión de irritación permanente adornaba su rostro. No descansó.

«¿Pesadillas otra vez?»

«Estoy bien» me respondió, frotándose la cara mientras pasaba de largo. Pero la tensión en sus hombros y el ligero temblor en sus manos me decían lo contrario. Cruzó la nave hacia los asientos de pilotaje para unirse a Obi-Wan, con Ahsoka siguiéndolo de inmediato.

Cal apareció frente a nosotras con una sonrisa hilarante, como si toda esta misión no hubiera sido lo suficientemente catastrófica como para preocuparlo.

— ¿Qué me he perdido? —preguntó, dejándose caer en el asiento junto a nosotras.

— Nada importante, calabaza. Solo estábamos asimilando que mi vida es una mierda, tengo los labios secos, los urinarios están atascados, y he tenido que hacer pis detrás de unos arbustos con El Padre mirándome desde lo alto del monasterio… —observé fijamente un punto aleatorio de la nave—. Nada de lo que preocuparse.

— Oh, entonces lo de siempre —se encogió de hombros, con una sonrisa.

— ¿No deberías estar haciendo algo útil? Como, no sé, meditar o aprender a dividir entre decimales.

— ¡Tú tampoco sabes!

— ¿Oh, sí? Pues mira tú por donde… ¡Yo YA tengo mi rango de Dama Jedi!

«Hay que ver lo lejos que se puede llegar sin saber multiplicar...»

Shaak Ti nos observó con algo de diversión centelleando en sus ojos mientras mi padawan resoplaba resignado, dejándose caer en el asiento.

— Helene, deberías ser más amable. A ti te costó la vida aprender a meditar durante cinco minutos.

— No me lo malcríes, Shaak Ti. Luego me lo devuelve la galaxia con intereses.

Cal puso los ojos en blanco y se recostó en la silla. — Y pensar que me ofrecí voluntario para esta misión.

— No te ofreciste, bobo. El Consejo te asignó porque estaban tratando de deshacerse de ti —Me miré las uñas con aburrimiento.

Mi padawan se llevó una mano al corazón, herido.

— Algún día tus palabras me harán más fuerte, maestra.

— No lo dudo.

Seguimos charlando, o más bien, escuchando a Cal parlotear sobre lo especialmente bonita que era La Hija, como un bobo enamorado. Yo no quería pensar de nuevo en esa familia disfuncional que nos habían atraído por el simple capricho de querer conocer a Anakin, por lo que me levanté después de largos minutos de estar sentada. Sacudí ligeramente mi trasero adormilado.

— Voy al baño —avisé, evitando el contacto visual con Shaak Ti. No esperé respuesta y me dirigí al diminuto cubículo.

Una vez dentro, cerré la puerta y respiré profundamente antes de abrir el grifo. El agua fría salpicó mis manos, y luego mi rostro, pero no hizo nada para calmar la tormenta en mi mente. Apoyé las manos en el lavabo, inclinándome hacia adelante mientras miraba mi reflejo. ¿Qué se suponía que significaba ser una diada? ¿Qué esperaba la Fuerza de nosotros?

Entonces sentí algo extraño.

Un escalofrío recorrió mi columna. Una presencia helada hizo que todos mis sentidos se pusieran en alerta y, por un segundo, creí tener detrás mía al monstruo mecánico que me atormentó en mis pesadillas. Mi cuerpo se estremeció, hasta que lo oí:

— Ah, así que este es el famoso lazo que tanto fascina a mi padre.

Una voz desconocida, profunda y peligrosa, rompió el silencio. Me giré bruscamente, y allí estaba alguien que definitivamente no esperaba. El Hijo, tal y como lo recordaba en la Arena. Su piel era tan pálida como un cadáver, con rayas carmesí en su cabeza y mejillas que parecían grabadas en su carne, dándole un aspecto casi ritual. Su cráneo estaba completamente calvo, lo que hacía que sus ojos rojos, ardientes como brasas, se destacaran aún más. Era alto y peligroso, muy peligroso.

— ¿Sorprendida? —se burló, con la voz genuina de un depredador. Antes de que pudiera reaccionar, su brazo se enroscó alrededor de mi cuello como una garra de hierro, inmovilizándome al instante.

— ¡Suéltame! —gruñí, forcejeando con todas mis fuerzas. Traté de alcanzar mi sable, pero estaba en el asiento que había dejado atrás.

Maldita sea.

— ¿Soltarte? Oh, no, preciosa —Su aliento gélido rozó mi oído mientras hablaba—. No seas tan dramática. Esto no es nada personal… todavía. Aunque tengo que admitir que siento curiosidad. No todos los días uno se topa con una joyita de la Fuerza.

Su tono era burlón, casi coqueto, pero su agarre era mortal. Me arrastró fuera del baño con una facilidad insultante, como si no pesara nada. Yo grité tratando de golpearlo y mantener resistencia, pero era como intentar mover una montaña. Al llegar al centro de la nave, se detuvo, mirando a mi tripulación de espaldas.

— ¿No se van demasiado pronto?

Todos se giraron hacia él al instante, deteniendo sus miradas en el agarre al que me había sometido. Ahsoka jadeó, Cal me miró con puro terror. Obi-Wan se levantó de golpe. Y Shaak Ti se quedó paralizada, con los ojos bien abiertos. Pero fue Anakin quien captó mi atención, apretó su mandíbula mientras su mirada saltaba entre El Hijo y yo. La cantidad de emociones que estalló en la nave me heló la sangre.

— Suéltala, ahora mismo —ordenó avanzando hacia nosotros, pero El Hijo alzó una mano y lo detuvo con la Fuerza como si fuera un muñeco de trapo.

— Va a ser que no.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, extendió su mano libre hacia la escotilla más cercana. Con un simple gesto, la abrió de golpe. El rugido del viento llenó la nave, y sentí su agarre endurecerse.

— ¡No! —gritaron varias voces a la vez. Cal se lanzó hacia mí, pero Obi-Wan la detuvo con un brazo para evitar que fuera succionado.

— Oh, qué conmovedor…

Antes de que alguno pudiera hacer un movimiento, El Hijo apretó su brazo sobre mi cuello y con un hábil gesto, se lanzó al vacío, arrastrándome con él. El viento me golpeó con fuerza mientras caíamos, y mi última visión fue la cara de Anakin, pálida y llena de pánico, mientras gritaba mi nombre.





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— ¿Por qué siempre tiene que ser un calvo? —me quejé, esposada a la pared—. Savage, Cad Bane, Windu, y  ahora usted… ¿Acaso la alopecia los hace malvados?

No tenía ni la más remota idea de a dónde me había traído El Hijo. Era una habitación sumida casi en la absoluta oscuridad, tan solo unas pocas luces tenues alumbraban el centro de la sala. Él estaba parado allí, contemplándome con satisfacción y yo lo odié, odié el hecho de tener que ser la rehén de nuevo y que mis compañeros tuvieran que arriesgar sus vidas por mí, como aquella vez en la nave del General Grievous, o cuando acabamos en la cueva de Vanqor y nuestros padawans tuvieron que rescatarnos.

— ¿La alopecia nos hace malvados? —repitió El Hijo, inclinando ligeramente la cabeza con una sonrisa que hizo que mi estómago se revolviera. Caminó alrededor de mí, sus ojos rojos brillando como brasas en la penumbra—. Oh, querida, si mi apariencia te desconcierta tanto, puedo transformarme en lo que desees. Pero creo que prefieres que me quede así.

— Ah, por supuesto. Es usted una maravilla visual para mis ojos.

No percibió mi sarcasmo o no le importó. Pero lo cierto era que ninguna otra belleza podría compararse a la de Anakin Skywalker. Mi marido parecía un maldito dios cuyo rostro trascendía cualquier campo de la galaxia. Ventajas de ser el niño favorito de la Fuerza.

El Hijo se detuvo frente a mí, inclinándose lo suficiente como para que pudiera sentir el frío de su aliento. Su presencia era opresiva, cargada de oscuridad y algo profundamente seductor que me daba ganas de escupirle en la cara y salir corriendo al mismo tiempo.

— Eres... fascinante —murmuró, sus dedos fríos rozaron un mechón de mi cabello. El gesto era lento, deliberado, como si estuviera admirando una obra de arte invaluable—. Tan rara, tan poderosa... ¿Cómo es que nunca te habías dado cuenta de lo especial que eres?

— Oh, créame, me doy cuenta cada vez que alguien intenta matarme por ello —repliqué con sarcasmo, tratando de ignorar el escalofrío que su tacto me provocaba.

Él se rió suavemente, como si mi resistencia le divirtiera.

— Tienes una lengua afilada, pequeña Jedi. Me gusta. —Sus ojos rojos descendieron hacia mis labios por un breve instante, y mi garganta se secó—. Imagina todo lo que podrías lograr si te unieras a mí… Aquí, conmigo. Podrías ayudarme a gobernar la Fuerza misma.

— Vaya oferta —rodé los ojos, antes de colocar una sonrisa petulante en mi rostro—. Lo siento mucho, pero a ésta Jedi le gusta un solo sable que no es el suyo. No sé… si me entiende.

Sus labios se curvaron en una sonrisa peligrosa, y sus dedos trazaron un lento camino por mi mandíbula, ignorando por completo mi respuesta. Dio un paso más cerca, hasta que prácticamente no había espacio entre nosotros. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras él inclinaba su rostro hacia el mío, sus ojos ardieron  con un interés oscuro y retorcido.

— ¿Q-Qué estás haciendo? —balbuceé, nerviosa.

— Mostrándote lo que es rendirse —susurró, antes de inclinarse hacia mi cuello. Por un aterrador segundo, pensé que iba a besarme, pero en lugar de eso, hundió sus dientes en mi piel con la fuerza controlada para arrancar un grito ahogado de mis labios.

El dolor fue punzante, y la sensación de algo tan... íntimo y grotesco me llenó de pánico.

— ¡Suéltame! —chillé, tratando de alejarme, pero sus manos me sujetaron con fuerza.

Él levantó el rostro, y pude ver una gota de sangre en la comisura de sus labios. Su expresión era de pura satisfacción, como si hubiera probado el más exquisito de los manjares.

— Deliciosa —Pasó un dedo frío por la marca, limpiando un rastro de sangre mientras yo jadeaba, aterrada y furiosa—. ¿Ves lo que ocurre cuando dejas de luchar?

— Vete al infierno —escupí, apenas capaz de pronunciar las palabras.

El Hijo solo rió, con una diversión cruel y sádica, mientras su mano acariciaba mi rostro con una suavidad enfermiza.

— Oh, querida... Te voy a llevar a él.

Mi visión comenzó a oscurecerse.

El último recuerdo que tuve fue su rostro, inclinado sobre el mío, y sus dedos deslizando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja con una delicadeza antinatural, antes de que todo se volviera negro y un peligroso sentimiento drenara mi cuerpo.




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El frío suelo contra mi mejilla y el sabor metálico de la sangre en mi lengua fueron lo primero que percibí al despertar. Me incorporé con dificultad, mareada, con la cabeza palpitándome y una furia naciendo en mi pecho como una explosión inminente.

¿Qué diablos ha pasado?

Logré ponerme de pie entre tambaleos, con los puños cerrados y las piernas temblorosas. Si encontraba a ese maldito bastardo en este momento, iba a meterle la Fuerza por donde ni El Padre lo podría rescatar.

— Debes tranquilizarte —Una voz suave y familiar resonó a mis espaldas.

Me giré bruscamente y ahí estaba: La Hija, flotando serenamente , su piel luminosa y sus ojos llenos de compasión que en ese momento solo sirvieron para encender mi rabia aún más.

— ¡¿Qué demonios es esto?! —exploté, señalándome el cuello donde la mordida aún ardía. Mi mano temblaba de la pura frustración—. ¡El lunático de tu hermano me atacó como si fuera un aperitivo de medianoche! ¡Me secuestró de la nave!

Ella suspiró, su expresión variaba entre la paciencia y la pena.

— Mi hermano es... ambicioso y oscuro, pero sus actos no reflejan mis intenciones. Yo no sabía lo que planeaba.

— ¿Ah, sí? Pues ya le puedes ir borrando del árbol familiar, porque cuando lo vea, te juro que...

— Basta —La Hija alzó una mano, y su tono fue más firme de lo que esperaba. Su autoridad me hizo callar por un momento, aunque mi respiración seguía agitada. Ella dio un paso hacia mí, con unos ojos más serios que nunca—. Estoy aquí porque necesito que me escuches. No tengo control sobre mi hermano, pero lo que él hizo... fue solo una parte de lo que planeó.

La piel se me erizó. Había algo en su voz, en sus palabras, que me inquietó profundamente.

— ¿Dónde estoy? —demandé, mirando a mi alrededor con desconfianza.

La Hija me miró con algo parecido a la tristeza.

— Estamos en el limbo entre la vida y la muerte.

— ¿Qué?

Di un paso atrás, intentando procesar lo que acababa de decirme.

— Estás muriendo, Helene Skywalker —añadió, sin rodeos.

Ni siquiera me importó que me llamara por otro apellido. El pánico me golpeó como un puño en el pecho. Mi garganta se secó, y de repente todo mi cuerpo empezó a temblar, como si la temperatura hubiera bajado varios grados.

— ¡No, no, no! Eso no es posible. Yo... yo estoy bien, solo un poco mareada y...

Mi respiración se aceleró, y me llevé una mano al cuello, buscando alguna señal de que todo esto era una broma macabra. La Hija alzó una mano, calmándome con una mirada serena.

— Aún no es tu hora, Helene. La Fuerza nos ha traído aquí porque tiene un mensaje para ti. Un mensaje del futuro.

La angustia se transformó en una oleada de desconcierto. Fruncí el ceño, volviendo a retroceder.

— ¿Un mensaje? ¿Qué clase de mensaje?

— Ven conmigo —dijo La Hija, dándome la espalda y comenzando a caminar por lo que parecía un vacío infinito envuelto en un resplandor blanquecino.

La seguí, aunque cada fibra de mi ser me gritaba que no confiara en ella. El lugar parecía... irreal, como si el suelo y el aire estuvieran hechos de energía pura. Pero mientras avanzábamos, el paisaje empezó a cambiar. Surgieron estructuras enormes, desgastadas por el tiempo, que parecían desafiar las leyes de la física. Puentes rotos colgaban precariamente sobre abismos interminables, y torres inclinadas se alzaban hacia un cielo inexistente.

—¿Qué es este lugar? —pregunté, sintiendo un sudor frío recorrer mi espalda.

— Estamos en el planeta Nur, dentro de unos años —La Hija ni siquiera se detuvo a mirarme—. La Fuerza quiere que actúes.

— ¿Actuar? ¿Cómo…?

Me callé cuando una serie de sonidos resonaron por todo lo que parecía ser esta fortaleza. Miré a La Hija con miedo pero ella siguió avanzando y yo me pregunté si saltar al vacío -donde una inmensa masa de agua rugiendo me esperaba- era más sensato que seguirla. Decidí apresurar mis pasos cuando los sonidos se hicieron más cercanos, y para mi horror… los reconocí.

Era el sonido de dos sables chocando.

— ¿Qué está pasando? —murmuré, estremeciéndome con cada zumbido que escuchaba.

— Míralo tú misma.

Cuando doblamos la esquina de la fortaleza, mi cuerpo se congeló ante la escena que tenía en frente:

Cal.

No era exactamente el mismo padawan al que siempre había conocido. Ahora era un joven adulto, más alto, más fuerte, con la mandíbula tensada y los ojos llenos de una determinación feroz. Había madurado, pero lo reconocí al instante por la forma en que sostenía su sable, con ese estilo de lucha que yo misma le había enseñado.

El horror me golpeó como un puñetazo en el estómago cuando vi contra quién estaba luchando.

Frente a él, imponente como una pesadilla hecha carne, estaba una figura envuelta en una armadura negra brillante. Su rostro estaba cubierto por un casco aterrador con ojos que parecían penetrar la oscuridad como un depredador acechando a su presa. Su respiración era mecánica, pesada, como un eco de muerte que resonaba con cada movimiento.

Un escalofrío recorrió mi espalda mientras observaba a ese bicho de hojalata negra, como lo bauticé mentalmente. Era algo más que un ser físico; era una sombra viviente, un vacío que parecía devorar todo a su alrededor.

— ¿Qué está pasando? —pregunté, paralizada por lo que veía.

— Es el futuro, Helene —respondió La Hija con calma—. Esto es lo que la Fuerza quería que vieras.

Ojalá haber nacido ciega.

— Harías bien en rendirte, mocoso —advirtió el monstruo, tras un voz modulador de voz. Me estremecí.

Cal retrocedió, aunque sin vacilar. — Sí… probablemente. Pero no es el estilo Jedi.

Aquellas palabras parecieron enfurecer aún más a su contrincante que enseguida se abalanzó sobre él para atacar. Cal intentó de defenderse, pero el Sith adivinó sus movimientos y lanzó su sable a un lado para atraparlo con la Fuerza, ahorcándolo por encima del suelo. Mi corazón dio un vuelco, sintiendo como las lágrimas se acumulaban en mis ojos.

— Sométete —le ordenó el bicho metálico, con crueldad.

— No… —susurré, aún paralizada.

Cal se llevó una mano a la garganta, luchando por respirar entre el ahogamiento al que lo estaba presionando. Logró mover su otra mano para atraer una pieza de maquinaria para tirársela a él, sin embargo, el Lord Sith consiguió detener el ataque sin esfuerzo alguno antes de arrojar a mi padawan fuera de la habitación y por la pasarela.

Jadeé cuando el Sith detuvo el cierre de la puerta mecánica que podría haber salvado a Cal y lanzó varios trozos del puente en su dirección. Cal activó su comunicador dando órdenes que no alcancé a escuchar debido a la gran cantidad de metal que el bicho le lanzaba con la Fuerza. Mi padawan corrió hacia el otro lado de la fortaleza entre trompicones y cuando abrió una de las puertas para huir, el Sith ya se encontraba allí, esperándolo.

¿En qué momento se había movido?

Empezaron a batallar. El sable de Cal se movió con agilidad, pero el monstruo lo bloqueaba con una facilidad que resultaba desesperante. Cada golpe de su sable rojo era como una sentencia de muerte, y cada movimiento de Cal para defenderse parecía volverse más torpe, más desesperado.

— ¡Cal! —reaccioné, intentando correr hacia él, pero una mano firme se cerró sobre mi brazo.

— No puedes intervenir —me detuvo La Hija, con un tono firme pero sereno.

Me giré hacia ella, enfurecida. — ¡¿Por qué mierda no?!

— Porque esto es el futuro y tú no formas parte de él.

Sus palabras me congelaron en mi lugar y la miré con los ojos muy abiertos.

¿Acababa de insinuar que yo…?

La desesperación me invadió, queriendo lanzarme hacia ellos, proteger a mi padawan de esa monstruosidad. Pero sus palabras me helaron: yo no pertenecía a ese tiempo. Solo era una espectadora.

Y ese monstruo iba matar a Cal.

El corazón me dolía al verlo luchar, cada movimiento más lento que el anterior, cada respiración más pesada.

Entonces ocurrió.

Con un giro rápido y devastador, el bicho de hojalata negra desvió el sable de Cal, haciéndolo volar fuera de su alcance. Mi padawan jadeó, retrocediendo mientras buscaba desesperadamente recuperar su equilibrio. Pero el Sith no le dio oportunidad.

Lo derribó al suelo con un golpe brutal, Cal intentó recuperar su arma mediante la Fuerza pero el otro la detuvo en el aire sin darle siquiera la oportunidad de rozarla.

— Entrega el holocrón —demandó, con su voz distorsionada y cargada de desprecio.

— ¡Nunca te lo daré!

— Ya veremos  —gruñó y antes de que pudiera reaccionar, encendió el propio sable de Cal, clavándoselo en su costado.

Un grito desgarrador escapó de los labios de mi padawan mientras el sable atravesaba su cuerpo, y sentí como si me arrancaran el alma.

— ¡CAL! —grité con todas mis fuerzas, las lágrimas ardieron en mis ojos.

La Hija me sostuvo firme, aunque su expresión reflejaba un atisbo de dolor.

— Lo siento. Esto es lo que debía suceder.

Pero no podía aceptarlo. No podía. Mis gritos llenaron el vacío mientras observaba impotente cómo mi padawan caía, con el sable azul todavía encendido y hundido en su costado, y el monstruo de hojalata negra se alzaba sobre él, como un dios oscuro que acababa de reclamar su victoria.

Sin embargo, antes de que diera el último golpe, algo apareció detrás suya: una mujer saltó a sus espaldas, chocando inmediatamente su sable con el del bicho de hojalata. Respiré aliviada por un segundo pero me concentré en la pelea tan pronto como noté la rabia en los ojos de la salvadora.

— No dejaré que te lo lleves —gruñó ella, mostrándole los dientes al Sith.

Siguieron combatiendo con fiereza: el monstruo usaba una mano para atacar mientras que su contrincante hacía el esfuerzo de usar ambas para defenderse. Cal apenas se estaba incorporando cuando otra sacudida lo hizo tambalear y la mujer salió desprendida a unos metros de él. El Lord Sith se acercó lentamente a ella, sin bajar la guardia.

— Tanto odio… hubieras sido una excelente inquisidora.

¿Inquisidora? ¿Qué diablos era eso?

— Ella es más fuerte que esa mierda —se burló Cal, su sonrisa ablandó mi corazón.

La mujer comenzó a concentrar su poder en la Fuerza y la fortaleza comenzó a tambalearse. Tuve que agarrarme de La Hija para no caerme, y pensé que me regañaría tal y como había hecho con Anakin. Para mi sorpresa, permitió que me apoyara en ella mientras contemplaba la escena frente a nosotras.

— Está usando el Lado Oscuro —susurré abrumada, viendo a la mujer. El Lord Sith parecía completamente satisfecho, al contrario que Cal, el cuál parecía a punto de sufrir un ataque de pánico.

Mi padawan le gritó algo que pareció hacerla entrar en razón justo a tiempo. Aprovechando el momento, el Sith alzó su sable chocando la hoja con el escudo que acababa de crear ella mediante la Fuerza. Tan solo bastó unos segundos antes de que Cal rompiera uno de los cristales de la fortaleza y dejara pasar la enorme masa de agua que sumió el pasillo en un completo caos acuático.

La huida de Cal sujetando el cuerpo de la mujer mientras nadaban fue lo último que alcancé a ver antes de que el paisaje cambiara con un revolcón de agua sobre mí.

Tosí, escupiendo todo lo que podía. Cuando volví a levantar la cabeza, me encontré rodeada de un paisaje tan oscuro como el futuro que acababa de presenciar. La Hija estaba junto a mí, mirando a un punto en concreto que yo no alcanzaba a ver.

— ¿Dónde estam…?

— Shh —La Hija me silenció, girando la cabeza en mi dirección—. Escucha antes de que sea tarde.

Fruncí el ceño y mis ojos captaron enseguida la base de un tronco talado. Sin esperar un segundo más, me subí rápidamente para quedar a la altura -o casi- de La Hija y poder visualizar lo que estaba observando. Para mi sorpresa, solo veía a dos muchachos hablando entre ellos en la oscuridad: había una chica muy hermosa, de cabello negro y rostro pecoso, que inclinaba la cabeza con aturdimiento. Frente a ella, solo alcanzaba a ver la amplia espalda de un chico de rizos rubios, apoyado en un tronco igual al mío.

— ¿Sabes algo de tu madre? —le preguntó él entonces, su voz se me hizo peculiarmente conocida—. ¿De tu verdadera madre?

Ella frunció el ceño, desconcertada.

Solo un poco —Hizo una mueca, sentándose a su lado. El chico seguía dándome la espalda, y su compañera le sonrió tristemente—. Murió cuando yo acababa de nacer.

Mi corazón dio un pequeño vuelco.

— Pobre… —susurré, sinceramente. Ignoré la mirada de reojo que La Hija me lanzó.

— ¿Qué es lo que sabes? —insistió él.

La chica dudó antes de hablar: tenía un cabello muy largo que caía de forma ondulada hasta sus caderas, una nariz respingona, y unos ojos exuberantemente azules. Tanto que parecían dos linternas en medio de la oscuridad. De alguna manera, me recordaron a los míos.

— A veces sueño con ella —confesó ella, dejándome sorprendida—. Son imágenes que vienen a mí cuando cierro los ojos, y a veces… son sentimientos.

El chico levantó un poco más la cabeza, interesado. — Cuéntame más.

La chica suspiró.

— Ella era bastante hermosa… —su voz se tornó melancólica, más débil—. Y valiente, pero… también muy triste.

Hubo un silencio, como si sus últimas palabras hubieran desprendido el mismo sentimiento en el ambiente. La opresión en mi pecho se intensificó y apoyé la cabeza en el tronco del otro árbol, sintiendo las mismas ganas de llorar que, de alguna manera, sabía que el chico también estaba sintiendo.

— ¿Por qué me lo preguntas?

Yo… nunca conocí a mi madre.

Sorbí mi nariz. Ahora mismo prefería estar enfrentándome de nuevo a cualquier bestia que se me pusiera por delante a tener que seguir presenciando esta escena. ¿Por qué la Fuerza era tan cruel?

—... Tan solo vi un altar de ella. Un altar que le hizo mi padre.

¿Un altar? Mi ceño se frunció.

— Dime, ¿qué te atormenta? —le preguntó la chica de repente, suavizando su tono de voz.

El chico no respondió. Se detuvo unos segundos, mirándola fijamente. La atmósfera cambió y un frío helado consiguió erizar los vellos de mi piel. Miré extrañada a La Hija pero ella continuó mirándolos a ambos con curiosidad, un brillo extraño en sus ojos parecía mantenerla totalmente atrapada en la conversación.

Él está aquí —contestó finalmente—. En esta luna, ahora mismo.

El rostro de la chica cambió, como si hubiera recibido la peor noticia de su vida. Por un momento pareció asustada, pero su expresión cambió rápidamente a una de impotencia. — ¿Estás seguro?

El chico asintió.

— Siento su cercanía —afirmó, sin dejar rastro de duda alguna—. Ha venido a por mí. Puede sentir mi presencia, es por eso que debo irme —se acercó más a ella—. Si continúo aquí, pondré en peligro al grupo y a nuestra misión. Debo enfrentarlo.

— ¿Por qué? —la chica lo miró horrorizada.

Él se detuvo durante unos segundos, me dio la impresión de que estaba luchando consigo mismo para responder o no. Finalmente bajó la cabeza, y sus palabras congelaron el aire a nuestro alrededor: — Porque es mi padre.

Ella pareció perpleja. Retrocediendo su rostro con lentitud mientras trataba de asimilar lo que acababa de escuchar.

— ¿Tu padre? / — ¿Su padre? —susurré incrédula al mismo tiempo. La Hija volvió a hacerme callar.

— Aún hay más —el chico asintió de nuevo—. Debes escucharme bien. Si no vuelvo… Tú eres la única esperanza de la Alianza.

— ¡No hables así! —exclamó ella, mirándolo escéptica—. Tú tienes un poder que yo no entiendo y que nunca tendría…

Él la interrumpió.

— Te equivocas —negó suavemente—. Tú tienes ese poder, con el tiempo llegarás a usarlo también —se quedó callado nuevamente y yo contuve la respiración como si estuviera viendo una película, sabía perfectamente a qué se estaban refiriendo—... La Fuerza es intensa en mi familia.

Jadeé echando una mano hacia mi boca. La Hija me miró irritantemente molesta y yo le lancé una mirada de disculpa.

El chico continuó. — Mi padre la tiene. Mi madre la tenía. Yo la tengo y… mi hermana la tiene.

Dioses de la galaxia, esto era demasiado hasta para mí.

La chica, asombrada, bajó la mirada. Mi corazón latió desbocado y traté de inclinarme hacia el costado para el rostro del muchacho pero estuve a punto de caerme del tronco de no ser por el agarre de La Hija en mí.

— Lo sé —susurró ella, bajando la voz—. De algún modo, siempre lo supe.

— ¿Entonces entiendes por qué debo enfrentarlo?

— ¡No! —la chica se levantó de un salto, sus hermosos ojos ardieron con furia—. ¡Debes huir! ¡Vete de aquí! ¡Tienes que irte si de verdad siente tu presencia!

Él también se levantó, tomándola por los hombros. Veía una gran diferencia de estatura entre ambos, tanto que me recordaba a la mía con mi marido. Anakin me sacaba tres cabezas, al igual que este chico a su hermana.

— ¿Por qué debes enfrentarlo? —preguntó la chica, con impotencia.

— Porque… aún hay bondad en él.

Sus palabras me golpearon de tal manera que tuve que volver a sujetarme de La Hija para no tambalearme. Mi agarre fue más brusco esta vez, pero sorprendentemente de nuevo, no pronunció nada al respecto.

"Aún hay bondad en él"

¿A quién se refería?

— No me entregará al Emperador, lo salvaré —insistió, convencido—. Haré que vuelva al lado bueno —acarició su hombro con cariño, pero ella apretó los labios en señal de molestia—. Debo intentarlo.

Ninguno dijo nada y el chico la abrazó fuertemente antes de separarse. Soltó sus manos, girándose finalmente en nuestra dirección y sus ojos azules, igual de vibrantes y llamativos que los míos, fue lo último que alcancé a ver antes de que la oscuridad me envolviera y el panorama cambiara.

La escena cambió y esta vez me encontraba en una nave desconocida pero increíblemente amplia. Sentía las manos de La Hija sobre mis hombros y me interrumpió antes de que yo pudiera articular alguna pregunta:

— Es el final. Mira atentamente.

Mi corazón se aceleró cuando divisé al mismo chico de antes, al mismo que apareció en uno de mis sueños contemplando el altar de su madre. Pero esta vez no estaba solo, arrastraba algo, o más bien a alguien, a duras penas sobre un hombro. Mis ojos se entrecerraron intentando darle forma hasta que me topé con la horrible figura de aquel insecto metálico que tanto me había atormentado durante este tiempo.

— Es él… —susurré, a nadie en particular—. ¡Es él! ¡Él quiso matar a Cal!

¿Por qué demonios lo ayudaba? Ese maldito monstruo no merecía ser salvado.

— Ten paciencia —me aseguró La Hija. Su tacto sobre mí se volvió más suave, más cálido, y casi… afectuoso.

El chico lo dejó en el suelo con cuidado, tenía lágrimas en los ojos y un rostro de pura desesperación, tanta que me dio lástima. La máscara se alzó para verlo y,  esta vez, su voz sonó frágil y tranquila a través del modulador:

Luke —pronunció y me aseguré de quedarme con el nombre—, ayúdame a quitarme la máscara…

El chico lo miró casi horrorizado. 

— Pero morirás.

— Nada puede evitar eso ahora —replicó el monstruo, entre suaves y apenas audibles jadeos—. Déjame… Déjame verla en tus ojos…

Otro pinchazo estremeció mi corazón.

La mirada de Luke se ablandó y finalmente asintió, como si comprendiera lo que quería decir. Con mucha suavidad, retiró la máscara del Lord Sith cuidadosamente y tras ella, su imagen me dejó sin aliento:

Era, quizás, el hombre más frágil que había visto en toda mi vida. Tenía una piel pálida, arrugada y seca. Unas horribles cicatrices surcaban por su cabeza desnuda y por su mejilla en forma de crestas. Y por último, unos pequeños ojos azules que parecían descansar de una vez por todas, como si hubiera vivido mil y una guerras en su interior. Se veía tan débil, vulnerable e indefenso… Ya no quedaba ningún monstruo.

El hombre sonrió tristemente, como pudo. — Vete, hijo mío.

El chico negó.

— No, tú vienes conmigo —Miró al que asimilé que era su padre, con firmeza—. No voy a dejarte aquí. He venido a salvarte.

— Ya lo has hecho, Luke —le aseguró débilmente—. Tenías razón… Tenías razón sobre mí —murmuró con dificultad—... dile a tu hermana que tenías razón.

Luke intentó contenerse, pero las lágrimas cayeron de sus ojos mirando a su padre, roto, vencido.

Y aun así, él le sonrió. Sonrió con una calidez que no parecía de este mundo, como si el dolor que lo consumía no existiera, como si, por primera vez en su vida, hubiera encontrado la paz. Su sonrisa, débil pero sincera, no se desvaneció ni un instante mientras sus ojos se alzaban, buscando algo en medio de la penumbra.

Entonces, sus ojos se posaron en mí.

No supe si realmente me veía, no supe cuál de nosotros dos estaba delirando, pero todo lo demás desapareció: las explosiones lejanas, los ecos de la nave, incluso el llanto de Luke. Solo estábamos él y yo.

No pude verlo como el hombre caído que estaba ante mí. No como el Sith, ni como un ser derrotado. En esa mirada vi al hombre que, incluso en su lecho de muerte, era hermoso… Era tan etéreo como en cada una de mis pesadillas.

Apenas pude respirar cuando, aún sonriendo, sus ojos comenzaron a cerrarse. La sonrisa permaneció, como si su último momento estuviera dedicado a regalarle a su hijo esa pequeña paz. Con su último aliento, con una voz apenas audible pero llena de significado, sus labios formaron una última palabra:

Helene…

Y me desperté.




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Fue de golpe, como si hubiera salido a la superficie tras haber estado ahogándome en lo más profundo de un océano oscuro. Pero en lugar de agua o aire, me rodeaba un vacío blanco, infinito y cegador. Mi pecho se sacudía con respiraciones entrecortadas mientras lágrimas silenciosas caían por mi rostro. No sabía si seguía soñando o si estaba despierta, pero mi corazón... Mi corazón se sentía como si alguien lo hubiera arrancado y pisoteado.

La imagen de aquel hombre, tan familiar y a la vez desconocido, seguía grabada en mi mente. Su sonrisa, su último aliento, mi nombre en sus labios… No podía entenderlo. No podía soportarlo.

Llevé las manos a mi rostro, intentando detener los sollozos que amenazaban con romperme. Pero era inútil. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía morir una y otra vez, y el dolor era insoportable.

— ¿Por qué me muestras esto? —murmuré entre lágrimas, mi voz rota resonando en el vacío.

La Hija estaba frente a mí, tan serena como siempre, observándome con una mezcla de compasión y gravedad.

— Es el futuro que podría ser, Helene —dijo con suavidad, pero sus palabras no aliviaron mi tormento.

— ¿Podría ser? —escupí, levantando la cabeza para mirarla con los ojos enrojecidos—. Lo vi morir. Vi cómo lo mataban. Y lo peor es que… —mi voz se quebró— no sé quién es, pero siento que lo conozco. Que es alguien importante para mí.

La Hija se acercó un paso, su rostro lleno de una tristeza antigua.

— Porque lo es, Helene. La Fuerza te ha permitido sentir el vínculo que compartes con él, aunque todavía no entiendas completamente lo que significa.

— ¿Por qué? —pregunté, incapaz de contener la ira y la desesperación en mi voz—. ¿Por qué mostrarme algo tan cruel? ¿Qué se supone que haga con esto? ¡No puedo cambiar nada si ni siquiera sé qué es real y qué no!

La Hija se quedó en silencio por un momento, como si pesara sus próximas palabras con cuidado.

— Porque no está escrito en piedra, Helene. Lo que viste no es un destino inevitable. Es una advertencia.

— ¿Una advertencia? —solté una amarga carcajada, limpiándome las lágrimas de la cara con brusquedad—. Todo lo que me mostraste fue dolor y muerte. ¿Cómo se supone que cambie algo si estoy atrapada en este maldito limbo?

— Porque tú eres más fuerte de lo que crees —respondió con calma, su voz firme a pesar de mi arrebato—. La Fuerza te ha mostrado este posible futuro porque sabe que puedes alterarlo. Que puedes evitar que él, y muchos otros, caigan.

Me quedé inmóvil, su mirada penetrante me dejó sin palabras por un momento.

— ¿Cambiarlo? —susurré, sintiendo un atisbo de esperanza mezclado con un profundo escepticismo—. ¿Cómo?

La Hija colocó una mano etérea sobre mi hombro, y su toque me llenó de una extraña calidez.

— Cambiando el destino de todos, incluido el tuyo. Pero para eso, Helene, primero debes enfrentarte a lo que está por venir.

Sus palabras resonaron en mí como un eco interminable. Mi pecho aún dolía, mi mente estaba hecha pedazos, pero algo dentro de mí, enterrado profundamente, comenzó a despertar.

— Si puedo cambiarlo... —murmuré, más para mí misma que para ella—. Si hay una forma, no voy a quedarme de brazos cruzados.

La Hija asintió, una pequeña sonrisa suavizando su expresión.

— Entonces prepárate, Helene Shield. Porque el camino que se avecina no será fácil. Pero si tienes el valor de enfrentarlo, la Fuerza estará contigo. Siempre.

Siempre.

Sus palabras quedaron atrapadas en mi mente, una y otra vez. Levanté la mirada, saboreando la humedad de las lágrimas que aún surcaban por mi rostro y respiré hondo.

— Devuélveme a la vida —le pedí con toda la firmeza que logré reunir, aunque mi voz tembló ligeramente al final

La Hija me observó en silencio, sus ojos tan tranquilos como tristes. Había algo en su mirada que me puso un nudo en el estómago.

— Eso es exactamente lo que estoy haciendo —respondió suavemente. Había algo más detrás de sus palabras.

Fruncí el ceño, incapaz de entender, y di un paso hacia ella, buscando respuestas que parecían siempre fuera de mi alcance

— ¿Qué quieres decir? —pregunté, mi voz vaciló ligeramente—. ¿Por qué hablas como si... como si ya estuviera muerta?

Ella bajó la mirada, como si aquello le doliera tanto como a mí escucharlo.

— Porque lo estabas —respondió al fin, con una serenidad que me desgarró—. El Hijo te llevó al límite, Helene. Trató de romper el equilibrio al empujarte hacia la oscuridad. Y lo logró, al menos en parte. —Hizo una pausa, su mirada me perforó—. Estabas muerta.

El suelo pareció tambalearse bajo mis pies.

— No… eso no es posible… Yo… —Las palabras se me atoraron en la garganta mientras mi mente intentaba procesar lo que me estaba diciendo.

La Hija asintió lentamente.

— Sí, Helene. Y lo habría seguido estando si no hubiese intervenido.

Mi respiración se aceleró. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

— ¿Qué hiciste?

La Hija suspiró nuevamente, con una tristeza que me hizo querer hundirme más

— Mi destino estaba escrito desde el momento en que salvé a mi padre. Sabía que no viviría mucho tiempo después de eso. Mi energía vital se agotaba, Helene. Lo poco que me quedaba, te lo estoy dando a ti.

La confesión cayó sobre mí como un golpe. Mis manos comenzaron a temblar. Las apreté con fuerza, como si eso pudiera evitar que se derrumbaran junto conmigo

— ¿Me… Me salvaste? —mi voz salió rota, apenas en un susurro—. ¿Por qué?

Ella dio un paso hacia mí, y aunque su rostro mantenía esa calma celestial, sus ojos brillaban con algo cálido y sincero.

— Porque tú eres importante para el equilibrio. Porque tú puedes hacer el cambio.

Me aparté, incapaz de sostener su mirada. Una mezcla de emociones hirvientes se agitaron en mi interior: gratitud, culpa, incredulidad.

— ¿Pero cómo… cómo me trajiste aquí? ¿Cómo me mostraste todo eso del futuro? —pregunté con la voz quebrada, recordando aquellas imágenes que aún ardían en mi mente.

— La Fuerza tiene caminos que trascienden el tiempo y el espacio. Aquí, en el limbo entre la vida y la muerte, todo se distorsiona. Afuera, para los vivos, solo pasa un segundo en lo que te doy mi energía. Pero para ti y para mí… Este viaje ha durado horas.

Sentí un mareo, como si sus palabras me estuviera arrastrando al vacío. Todo esto… todo lo que acababa de experimentar, las visiones, la muerte… no era solo un sueño. Era real. Ella me había salvado.

— No sé si puedo hacer lo que dices —murmuré, mi voz sonó apenas un hilo—. ¿Y si fracaso?

La Hija sonrió levemente, aunque su tristeza seguía presente.

— Tienes el poder para cambiar tu destino, Helene. El tuyo… y el de todos.

No respondí. No sabía cómo hacerlo.

Ahora entendía las palabras de El Padre, ahora entendía por qué la Fuerza había creado una diada para el equilibrio, ahora entendía mi conexión con Anakin… Ahora entendía quién era ese hombre al que había visto morir.

La Hija me observó con tristeza y orgullo, como si hubiera estado leyendo mis pensamientos.

— Es hora de que regreses.

Sentí que mi garganta se cerraba, y las palabras se negaron a salir de mi boca. No quería despedirme de ella, no cuando acababa de entender lo que había hecho por mí.

— No sé cómo agradecerte esto —murmuré al final, totalmente rota.

Ella negó con la cabeza, acercándose lo suficiente como para tomar mis manos entre las suyas.

— No necesito tu agradecimiento, Helene. Solo tu promesa.

— ¿Promesa?

— Prométeme que lucharás. Que no te rendirás, no importa cuán difícil sea. El futuro no está escrito, pero tu voluntad puede cambiarlo todo.

Asentí con fuerza, aunque las lágrimas ya estaban rodando por mis mejillas.

— Lo prometo —susurré, apretando sus manos con fuerza.

Ella sonrió, una sonrisa tan cálida y llena de paz que me rompió aún más.

— Entonces puedo marchar en paz.

Me invadió una oleada de desesperación. Quería decirle algo más, algo que le devolviera todo lo que había hecho por mí, pero las palabras no existían.

— No quiero que te vayas —admití al final, mi voz temblorosa.

La Hija inclinó la cabeza, sus ojos brillaron con una infinita compasión.

— No me voy, Helene. Siempre estaré contigo, a través de la Fuerza.

Sentí cómo su energía comenzaba a desvanecerse, cómo el lugar a nuestro alrededor se desdibujaba lentamente.

— Adiós, Helene Skywalker. Que la Fuerza te acompañe.

Y entonces todo se volvió blanco.



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Cuando abrí los ojos, un grito ahogado escapó de mis labios. La primera sensación fue la calidez envolvente de un abrazo, y luego un aroma familiar, que me apretaba con fuerza contra su pecho.

— Helene… —su voz sonaba quebrada, como si hubiera estado al borde de perderse para siempre—. Estás aquí… estás bien.

Mis manos temblorosas subieron para aferrarse a sus brazos, tratando de anclarme a la realidad. Pero entonces lo sentí: un roce en mis dedos.

Me giré lentamente, mi corazón se encogió al ver a La Hija, inerte a mi lado. Sus ojos estaban cerrados, y su rostro, aunque sereno, no tenía vida. Nuestros dedos apenas se rozaban, como un último vestigio de su sacrificio.

— No… —susurré, el dolor me atravesó de nuevo.

Anakin me sostuvo más fuerte, sus manos temblaban tanto como las mías.

— Lo siento, ángel… ella…

No podía escuchar nada más. Todo lo que veía era a La Hija, su luz extinguida, pero su legado ardiendo en mi pecho. Cerré los ojos, dejando que las lágrimas fluyeran, y apreté los dedos contra los suyos una última vez.

Gracias —murmuré en un susurro apenas audible, una promesa sellada en la oscuridad—. Gracias.

Y luego, lo olvidé absolutamente todo.

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