Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

ᴀᴜᴛʜᴏʀɪᴛʏ










ᴀᴜᴛʜᴏʀɪᴛʏ
⫘⫘⫘⫘⫘⫘





Cuando finalmente llegamos al apartamento después de haber entregado nuestro informe de la misión, todo se sintió distinto.

Había una calma extraña en el aire, como si la Fuerza misma estuviera en pausa. Pero no le di mucha importancia; después de todo, lo único que deseaba era descansar y estar junto a mi marido, dejándole trenzar mi cabello (o al menos intentándolo) mientras yo le contaba alguna de mis mejores anécdotas en las misiones, aunque ya las había escuchado todas, siempre me incitaba a que se las contara de nuevo como si pudiera revivirlo conmigo él mismo.

Sin embargo, la expresión en el rostro de Anakin no había cambiado desde el momento en que decidí perdonar a los weequays y concederles el indulto de la República. Sabía que aún no lo comprendía del todo, o tal vez simplemente no lo aceptaba. Yo misma seguía algo sorprendida por mis decisiones.

Recordaba a la Helene de hace un año, que los habría metido a todos tras las rejas, uno por uno, y, probablemente, habría encontrado una pizca de satisfacción al verlos perder lo único que poseían: su libertad.

Pero había cambiado, y yo lo sabía.

Ahora era una Jedi. Y quería seguir un camino de rectitud, un camino en armonía con la Fuerza, sintiéndome como una joven en los brazos de una madre protectora. La Fuerza era mi guía, y deseaba caminar en su luz, no desafiarla.

Había hecho lo correcto, y Obi-Wan se encargó de recordármelo durante todo el trayecto de regreso. La sonrisa de Yoda mientras presentaba mi informe también me lo confirmó, y el abrazo cálido de Shaak Ti fue el toque final. Parecía que todos habían visto, al fin, el Lado Luminoso que Helene Shield llevaba dentro.

Me dejé caer sobre la cama, mirando el techo de nuestra habitación con una paz extraña. Aún no comprendía cómo Anakin había logrado pagar este apartamento tan caro sin gastar un solo crédito de su mísero sueldo, pero sospechaba que algún truco con la Fuerza y un par de amenazas habían estado en juego, así que preferí no preguntar demasiado.

— ¿Vas a seguir mirándome como si me hubiera follado a un weequay, o vas a hablar?

Anakin me miró aún con más frialdad después de mi comentario, y yo rodé los ojos, harta de tanto dramatismo. Ignoré su mandíbula tensa hasta que finalmente, suspiró, pero sin abandonar su mirada endurecida.

— ¿Por qué lo hiciste? —preguntó, cruzándose de brazos, con un tono bajo y grave—. No tenían derecho al perdón de la República, y mucho menos el tuyo.

Sentí una oleada de frustración mezclada con cansancio. No estaba de humor para otra discusión, pero tampoco iba a dejar que me juzgara por mis decisiones sin siquiera intentar entenderlas.

— Ani, eran piratas —respondí, desganada por tener que explicarme ahora—. Sí, fueron unos hijos de su put… —me callé al ver su mirada y carraspeé—: Es decir, ¿qué tenían que perder? Esa gente vivió siempre en la periferia, fuera de la ley y lejos de cualquier oportunidad. Son marginados, Anakin, expulsados de cualquier sociedad… y eso solo les deja una opción: sobrevivir como puedan.

Pensé que eso ablandaría la acorazada que había adquirido al comienzo de la guerra, pero no sirvió: sus ojos azules se volvieron oscuros, casi fríos, y un destello de enfado cruzó su rostro.

— ¿Y crees que eso justifica lo que hicieron? —replicó Anakin, dando un paso más cerca de mí. La tensión en su voz iba en aumento, y pude ver cómo apretaba los puños—. ¿Eso excusa que nos hayan torturado, que se hayan reído mientras te hacían gritar? ¿Olvidas cómo te miraban y se burlaban de tu dolor?

Me quedé en silencio, sintiendo cómo sus palabras caían sobre mí como piedras. Recordé las descargas, el dolor quemándome por dentro, y el sonido de sus carcajadas. Era cierto; esa sensación de humillación y vulnerabilidad me había dejado marcada, y de repente, yo misma no estaba tan segura de lo que había hecho.

— No lo he olvidado, Anakin —murmuré, esforzándome por mantener la calma—. Pero eso no significa que… no debamos buscar un camino mejor, una salida. La venganza no nos convierte en mejores Jedi.

Él soltó una risita amarga y se pasó una mano por el cabello, frustrado. Había algo extraño en sus ojos, una dureza y un brillo oscuro que solo ocasionalmente solía ver, y el aire a nuestro alrededor se volvió frío, casi opresivo.

— ¿Venganza? —repitió, con una incredulidad que rayaba en la ira contenida—. No es venganza, Lene. Es justicia. ¡Es lo que cualquiera merecería después de hacer algo así! No entiendo cómo puedes estar tan dispuesta a perdonar a personas que disfrutaron verte sufrir. Habría quemado ese edificio si me hubieras dejado.

Su tono era agridulcemente rencoroso, pero también había algo que parecía a punto de romperse en él. Sentí un escalofrío recorrerme al notar ese cambio en su expresión, como si fuera alguien que no terminaba de reconocer. Alargué una mano hacia él, tratando de transmitirle calma, de recordarle que estaba ahí, a su lado.

— Anakin… solo quiero que mantengamos la paz. Esto no es sobre ellos. Es sobre lo que somos.

Pero mi gesto parecía haberlo molestado aún más. Apartó la mano, mirándome con el ceño fruncido, como si mis palabras no lograran alcanzarlo.

— ¿Mantener la paz? —Anakin bufó con desdén—. A veces me pregunto si estás realmente viendo el mismo universo que yo. Ese idealismo tuyo no siempre funciona, ángel. La paz no sirve de nada si dejamos que los demás pisoteen lo que somos.

Su tono y esa mirada impenetrable empezaban a agotar mi paciencia. La comprensión que intentaba brindarle se transformó en una punzada de irritación que no pude contener más.

— ¿Y qué sugieres entonces? ¿Que lo resolvamos todo a tu manera? ¿Con un sable de luz cortando todo lo que se mueve y amenazas? —repliqué, cruzándome de brazos, sintiendo cómo la rabia iba tomando fuerza en mi interior—. La paz no se construye con miedo, Skywalker. Y si piensas que sí entonces no eres tan diferente a…

Me detuve, intentando frenar las palabras antes de decir algo de lo que me arrepentiría, pero el silencio entre nosotros se tornó pesado y casi irrespirable. La mirada de Anakin me perforó, y en sus ojos vi algo que me dolió profundamente: incomprensión, incluso desconfianza.

Me disgustaba pelear con Anakin; las discusiones entre ambos me dejaban un sabor amargo en la boca (aunque él siempre terminara dándome la razón en todo incluso si no la tuviera) por lo agotador y, a veces, doloroso que era. Pero en este momento, no se trataba solo de ganar o perder. Había algo más profundo que no lograba alcanzar en su expresión, algo que no había visto antes en él y que lo volvía ajeno, distante.

Solté un suspiro, intentando dejar el orgullo a un lado y mostrarle que no estaba ahí para competir. Di un paso hacia él, bajando la guardia, y coloqué mi mano sobre su brazo, buscando calmar la tormenta que parecía haber estallado entre nosotros. Quería tomarlo de la mano, llevarlo a la cama y perderme en su abrazo, aunque fuera solo por un instante, para olvidar la guerra, la tensión, y simplemente sentirnos cerca, seguros. Pero antes de que pudiera acercarme más, Anakin, con una voz baja y fría, rompió el silencio:

— Pensé que ibas a morir cuando Dooku te alcanzó con sus rayos —murmuró, sin apartar la mirada de mis ojos, aunque la suya parecía perdida, como si estuviera reviviendo ese momento—. Creí que te iba a perder… Y si eso hubiera pasado, yo… no sé qué habría hecho. Probablemente me habría vuelto loco y… te hubiera seguido.

Las palabras se sintieron como un balde de agua fría.

Su tono ya no llevaba rastro de dramatismo ni enfado, solo una sinceridad tan desnuda y cruda que me estremeció. En la mirada de mi marido vi algo que iba más allá de la rabia y entonces lo comprendí;  miedo.

Anakin tenía miedo.

Cerré los ojos por un instante, recordando el momento en que Dooku me alcanzó con esos rayos, el dolor recorriéndome como mil cuchillas ardientes. Sí, por un momento había creído que era mi final. Pero, en lugar de dejarme hundir en ese miedo, me había aferrado al presente. Sabía que estaba viva, que había resistido, y estaba lista para enfrentar a esa cara de rata de nuevo, sin importar cuántas veces más fuera necesario. Lo que importaba ahora era que había sobrevivido, y quería hacerle ver eso.

— Anakin… —comencé, buscando su mirada—. Estoy aquí, estoy bien. No necesitas preocuparte tanto —insistí, sin vacilar—. Me prepararon para esto desde que aún me seguía haciendo popó en los pañales, relájate —Intenté sonreírle, esperando que mi tono despreocupado lo tranquilizara, que le recordara que era más fuerte de lo que pensaba.

Pero en lugar de ver alivio en su rostro, solo noté cómo sus facciones se endurecían aún más, y en su postura algo cambió, como si mis palabras le hubieran irritado en lugar de calmarlo.

— No es una broma, Helene —me interrumpió, mientras clavaba sus ojos en mí con algo de frustración y desesperación—. Esto no es solo una misión cualquiera, es una guerra —enfatizó la palabra, haciendo parecer que yo no lo comprendía—. No se trata de cuán fuerte eres o cuánto dolor puedes soportar. No quiero que te acostumbres a sufrir como si fuera parte de tu vida. No quiero perderte.

— No vas a perderme —me quejé por su dramatismo. Pero se lo tomó peor.

— ¡Casi lo hago! —exclamó Anakin, sobresaltándome—. Casi lo hago… y ¡tú solo estás ahí para arriesgarte el triple de lo que deberías! No conoces la seguridad, Helene. Podrías haber muerto.

Su tono casi me sacudió. Estaba siendo más brusco, la ira en la Fuerza me traspasaba, y en sus ojos se asomó una emoción que me dolió reconocer: impotencia. Una ola de enojo me invadió de golpe, subiendo como fuego a mi garganta y encontrando salida en un momento sarcástico y mordaz:

— Claro, porque aquí el único aquí que puede soportar el rayo de un Sith es El Elegido, ¿no? —espeté, cruzándome de brazos—. El único que puede salir victorioso de una guerra es El Elegido, ya que nadie le llega a los talones. ¿Eso piensas? ¿Que no puedo manejarme sola sin que vengas a mi rescate por tu paranoia?

Su expresión cambió, pasando de la irritación al desconcierto, pero no me detuve. La rabia crecía, y con ella, una sensación amarga de decepción. ¿De verdad pensaba que no era capaz? ¿Que necesitaba ser protegida de cada amenaza?

— ¿Es eso lo que crees, Ani? —desafié, alzando la voz—. ¿Que a pesar de mis años de formación y mis títulos no logro defenderme? ¿O ahora que tienes una padawan piensas que ya eres algo? Sorpresa cariño, llevo tres años con el mío y tengo la misma posición que tú.

Quizá fue un error haber metido a nuestros aprendices de por medio, pero ni enfado estaba creciendo a montones al igual que el de mi esposo, quien apretó la mandíbula y avanzó un paso, mirándome con una frialdad que sin duda lograba herir. Por un segundo, me intimidó la intensidad en su mirada, pero me negué a retroceder.

— Sabes que no es eso —habló Anakin entre dientes, aunque su tono solo delataba más molestia—. Es cuestión de sentido común. No quiero que pongas tu vida en riesgo hasta que los separatistas estén controlados. Así que no te dejaré ir a alguna misión por el momento, ¿me escuchaste?

Su declaración me impactó más que los rayos de Dooku.

Lo miré, incrédula, procesando sus palabras. Se atrevía… a darme órdenes. A decirme a mí, una Dama Jedi, que no tenía "permitido" arriesgarme. Que debía quedarme al margen mientras la República y mis compañeros luchaban. Sentí una oleada de rabia e incredulidad. ¿De verdad este mocoso estaba intentando darme órdenes? No supe si debía reírme o gritarle. Una risa atónita se escapó de mis labios.

— Ah, ¿cómo dices qué dijiste? —lo observé perpleja, mis ojos clavándose en los suyos, sin ceder un milímetro—. ¿Sabes con quién estás hablando? Mi lugar está ahí afuera, en cada misión donde soy necesaria. Así ha sido siempre, y es exactamente lo que haré. No puedes negarme nada, soy una Dama Jed…

— Y yo soy tu marido, Helene —me interrumpió Anakin, acercándose a mi rostro en un tono de advertencia que heló mi sangre—. Y te sugiero que no lo olvides.

Sentí como si el aire me asfixiara de golpe.

Me quedé congelada, el shock abrumándome al ver cómo imponía esa supuesta "autoridad" sobre mí. Retrocedí un paso, sin creérmelo, con mi mente intentando asimilar lo que acababa de decir. Anakin, mi Anakin, me estaba diciendo… ¿que le obedeciera?

¿En qué momento habíamos invertido los malditos papeles en nuestro matrimonio?

Lo miré a los ojos, tratando de leer algo en ellos que me hiciera entender, pero su mirada me desafiaba, casi esperándome a replicar. Dudé. Era como si se tratara de una prueba silenciosa, un pulso en el que ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.

Las palabras finalmente salieron de mis labios apenas audibles, atrapadas entre incredulidad y una punzada de algo más doloroso:

— Sé muy bien cómo eran las cosas en Tatooine —hablé con la voz tan cortante de un cristal a punto de romperse, sintiendo las lágrimas acumularse a los lados de mis ojos—. Pero ya no estás ahí, Skywalker. Aquí, en la República, somos iguales. Y te sugiero que no lo olvides.

Mis palabras parecieron hacerle vacilar; lo vi parpadear, y su expresión endurecida dio paso a algo similar a la culpa. Apartó la mirada, como si estuviera completamente avergonzado y suspiró, la dureza en su rostro derritiéndose lentamente.

— No quería decir eso —admitió en un tono más suave, teñido de arrepentimiento—. Pero tampoco quiero perderte…

No me ablandé, no esta vez: me mantuve firme, cruzando los brazos sobre mi pecho, tratando de ignorar el dolor que aún palpitaba en mi corazón. Hubo otro momento de silencio pesado entre nosotros, en el que sus ojos parecieron buscar los míos, como si quisiera encontrar en ellos una respuesta que no le estaba dando. Finalmente, aparté la mirada y asentí brevemente.

— No soy de cristal —escupí, mi tono aún mordaz—. Si me casé contigo fue porque sé que puedes soportarlo, igual que yo. Deberías saberlo a estas alturas, Skywalker.

Anakin abrió la boca, como si quisiera intentar borrar con palabras lo que acababa de decir, pero no estaba dispuesta a escuchar más. Mi corazón latió tan rápido que casi sentía que él podía oírlo desde donde estaba, y lo último que necesitaba ahora era otra discusión.

— Voy a bañarme —anuncié de forma cortante, y sin darle oportunidad a responder.

Me dirigí hacia el baño sin mirar atrás. Al abrir la puerta, sentí su mirada en mi espalda, como si quisiera decir algo más, una última súplica quizás, pero lo ignoré y cerré la puerta con más fuerza de la necesaria. Me apoyé contra ella, sintiendo cómo la discusión caía sobre mí, en oleadas lentas y dolorosas. No iba a llorar, nunca había llorado por él de esta manera: tan solo cuando pensé que estaba a punto de perderlo en alguna misión.

Pero siempre volvió a mí, con una sonrisa llena de felicidad por verme de nuevo, dándome todo su amor y toda su suavidad cuando nadie más veía. Las lágrimas amenazaron con liberarse de mis ojos pero sorbí mi nariz para evitarlo, y maldije que se haya escuchado tan fuerte.

Suspiré, llevándome las manos al rostro y tratando de calmarme. Durante tanto tiempo había escondido lo que sentía, reprimiendo cada emoción por el bien de mi deber. Y luego, cuando por fin permití amar sin pensarlo dos veces, había sido para sentirme viva… para sentirme libre. Pero ahora, ese mismo amor que me daba fuerzas parecía también un nudo tirante, tan tenso que dolía.

Aún podía sentir la rabia y la decepción punzándome. Había estado dispuesta a compartir cada parte de mí con él, y de pronto, esa conexión se volvió algo que él creía que podía usar para protegerme… o incluso controlarme..

Hundí mi cuerpo en la bañera, sintiendo cómo el agua caliente acariciaba mi piel desnuda, abrazándome en un manto de calma que se deshacía en las suaves olas. Por un instante, la discusión con Anakin se diluyó en el calor, y me permití cerrar los ojos, intentando que tanto mi cuerpo como mi mente se rindieran al descanso que tanto necesitaban.

Inspiré profundamente, y, aunque llevaba días sin hacerlo, intenté meditar. Había sido la práctica que siempre me ayudaba a encontrar un centro, a calmar esa marea de emociones que se agitaban en mi interior y que pocas veces me daba permiso de sentir. Me concentré en mi respiración, en el contacto del agua, y poco a poco, en un proceso lento, fui sintiendo cómo mi conciencia se desvanecía, como si la Fuerza misma estuviera llamándome hacia sus profundidades.

Todo a mi alrededor se desdibujó, y sentí que flotaba en un vacío tranquilo, hasta que algo cambió y un destello me envolvió:

Abrí los ojos y, a pesar de que mi cuerpo seguía sumergido en el agua, mi mente caminaba en otro lugar, en un campo de visiones y destellos que se movían como estrellas veloces sobre mi cabeza. Escenarios de pasados y futuros cruzaban fugazmente, sin orden aparente, cada uno proyectando fragmentos de escenas que apenas podía alcanzar a distinguir.

Decidí caminar hacia uno de esos destellos, y al acercarme, percibí como si una fuerza invisible me envolviera y me atrajera hacia él. Todo se volvió confuso, y el entorno alrededor era nebuloso, apenas visible entre una niebla cálida y densa que me cubría, haciéndome sentir una extraña presión. Noté que ese calor era familiar; me recordaba al abrasador desierto de Tatooine, al sol que quemaba la piel y retumbaba sobre la arena. El sudor resbaló por mi espalda, y el calor envolvente me hizo entrecerrar los ojos.

Y entonces, las escuché.

Dos voces distintas. Una de ellas sonaba antigua, sabia y rasposa. La otra, joven y genuina, pero con un filo de incertidumbre. Me concentré en esas voces, en el eco de su conversación.

"Mi padre no luchó en la guerra; era un navegante de una nave de carga" escuché decir al joven.

"Eso es lo que te dijo tu tío... Él no estaba de acuerdo con los ideales de tu padre..."

"¿Usted luchó en las Guerras Clon?"

"Sí, fui uno de los Caballeros Jedi... Igual que tus padres" respondió la voz mayor con un ligero toque de orgullo.

Un silencio breve envolvió la escena antes de que el joven murmurara:

"Yo... No los conocí"

Algo se apretó en mi pecho, una extraña conexión que me resultaba tan familiar que no podía explicarlo. Entonces, la voz del anciano prosiguió, como si cada palabra estuviera elegida con cariño:

"Tu padre era el mejor piloto de la galaxia, un astuto guerrero, pero sobre todo… un buen amigo" había ternura en su tono, algo melancólico. "Y tu madre era una mujer hermosa y muy valiente... demasiado valiente…" lo escuché suspirar con tristeza ante lo último.

Antes de poder asimilar estas palabras, el escenario cambió abruptamente, como si alguien hubiera girado un dial y cambiado la frecuencia de mi visión. Sentí una nueva oleada de calor, esta vez diferente, más suave y envolvente, como el resplandor de un día soleado. Podía escuchar a otra voz, una aún más familiar, cargada de una calidez inconfundible, hablando con alguien más.

La voz me recordaba a alguien, y, aunque no podía identificar el lugar ni a las personas, cada palabra me hizo sentir un nudo en la garganta:

"El otro día te comenté que no conocía a tus padres..." Hubo una pausa, cargada de nostalgia, y mi corazón palpitó ansioso. "Princesa, tu mente es grande... eres inteligente, astuta, y compasiva... Esas son cualidades que vienen de tu madre. Pero también eres apasionada, temeraria... directa... Y esos dones son de tu padre"

Las palabras resonaron profundamente en mí. Sentí una mezcla de emociones que no logré entender, otra conexión inexplicable con esas voces, como si su historia me perteneciera de algún modo. Estaba perdida en esta escena, sin comprender realmente qué sucedía, pero cada frase me golpeaba con una fuerza que ni siquiera en la meditación había sentido antes.

"Ambos eran personas excepcionales que tuvieron una hija maravillosa" La voz continuó, y pude percibir una nota de tristeza en sus últimas palabras. "Ojalá pudiera decirte algo más"

"No es necesario..."

De repente, el calor y las voces se desvanecieron, y en un instante, sentí como si cayera desde una gran altura.

Abrí los ojos de golpe, volviendo a la realidad en la bañera. Inhalé una bocanada de aire, mi respiración entrecortada y mi pecho subiendo y bajando de forma descontrolada. El agua tibia de la bañera se sentía fría en comparación con la intensidad de lo que acababa de experimentar, y mi mente bullía con preguntas y emociones confusas.

¿Qué demonios había pasado?

El agua de la bañera empezó a perder su calidez, y un frío repentino emergió en el ambiente, como si algo gélido se deslizara en la estancia. Sentí cómo la temperatura descendía, y el vapor que antes llenaba el baño comenzó a disiparse. Mi piel se erizó por completo, y un miedo instintivo me recorrió la espina dorsal. Había sentido esa presencia antes, esa sombra que parecía acecharme en los momentos más vulnerables, y en cada ocasión me dejaba con la misma sensación de inquietud y temor. El pulso se me aceleró, y mi respiración se pausó.

Intenté controlar mis pensamientos, pero el miedo se volvió tangible, pesando en el aire alrededor. Estaba paralizada, con la garganta seca, y mis manos se aferraron al borde de la bañera. Justo cuando sentí que ese frío oscuro se acercaba a mis espaldas, un golpe suave en la puerta del baño me hizo dar un respingo:

— ¿Helene? —La voz de Anakin se escuchaba apagada, pero llena de preocupación.

El frío desapareció tan rápido como llegó.

Aún alterada, inhalé profundamente, intentando tranquilizarme antes de responder. — Sí... estoy aquí.

— Sentí tu presencia inquietarse en la Fuerza —continuó él, con una ligera vacilación—. ¿Estás bien?

Por un momento, dudé. Podía abrirme y admitir lo que me estaba pasando o podía mantener mi fachada, ocultando cualquier rastro de vulnerabilidad. Apreté los labios, debatiéndome entre el orgullo y el instinto de pedirle ayuda, hasta que finalmente solté un suspiro y decidí que no quería preocuparlo.

— Estoy bien —mentí, intentando sonar convincente—. Sólo... me distraje un momento.

Un silencio de unos segundos se extendió al otro lado de la puerta, sabía que estaba evaluando mis palabras, pero no insistió más. Me senté en la bañera unos instantes para reunir la calma, y cuando sentí que mi respiración volvía a la normalidad, me levanté lentamente y me envolví en una toalla. Me sequé con movimientos automáticos, intentando sacudirme aquella sensación de frío que aún parecía adherirse a mi piel, y me puse su albornoz para luego abrir la puerta y salir del baño.

Al entrar en la habitación, lo vi sentado en el borde de la cama, de espaldas a mí, su silueta ligeramente encorvada y quieta. No dijo nada, pero sus manos jugaban con algo pequeño entre sus dedos, algo que no alcanzaba a distinguir desde donde estaba parada. Me quedé en la entrada, observándolo en silencio, sopesando sus palabras y la distancia que parecía haberse interpuesto entre nosotros desde nuestra última conversación.

Finalmente, respiré hondo y avancé un par de pasos, esperando que él se diera la vuelta o dijera algo, cualquier cosa que rompiera el hielo entre ambos.

Anakin no dijo nada por unos segundos, pero su mirada se posó en mí, y podía sentirla quemando mi piel. La cama crujió suavemente cuando se levantó de la cama y se acercó a mí con pasos vacilantes, sus ojos estaban llenos de esa preocupación que siempre me resultaba tan difícil de ignorar.

— Helene... —su voz sonaba tensa—, ¿estás segura de que estás bien?

Mi irritación se disparó al instante, y me di la vuelta rápidamente, caminando hacia el armario mientras mi mente se llenaba de una mezcla de frustración y cansancio. No quería que me tratara como si fuera frágil, no después de todo lo que había enfrentado.

— Estoy perfectamente bien —respondí, intentando no alzar la voz demasiado—. No necesitas seguir preguntando, Anakin.

Abrí las puertas del armario con algo de brusquedad y comencé a rebuscar entre la ropa. Podía sentir sus ojos siguiendo cada uno de mis movimientos, como si no pudiera apartarlos de mi cuerpo, y eso solo hizo que mi mal humor aumentara. No era la primera vez que me sentía observada de esa manera, y siempre había terminado de la mejor manera que habría traumado a mi padawan, pero ahora me molestaba más de lo que imaginaba.

Finalmente, elegí un camisón ligero, un regalo de Padmé, que aunque era simple, me resultaba cómodo y suave. Me lo puse rápidamente, sin prestarle demasiada atención a la forma en que me observaba.

Mientras me abrochaba el lazo del camisón, escuché un leve carraspeo a mis espaldas, seguido de un suspiro bajo. Me volví, encontrándome de repente con mi esposo, que había dado unos pasos hacia mí, mostrándose ahora algo… tímido, de una forma que me recordó por primera vez a aquel chico de diecisiete años que trataba de llamar mi atención de manera sutil.

— ¿Qué miras? —espeté, frunciendo el ceño. Entonces, noté que tenía algo oculto tras su espalda.

Mi curiosidad superó el malestar por un momento, y antes de que pudiera decir algo más, él soltó un pequeño suspiro, mirando a los ojos, antes de mostrar sus manos, revelando el objeto pequeño y brillante que había estado ocultando.

Tenía una base blanca, con franjas rojas que corrían a lo largo de sus lados. Dos cámaras frontales brillaban con un suave resplandor, dándole un aire casi simpático, como si estuviera observándome de una forma peculiar, y me hizo sentir una extraña ternura por su diminuto tamaño. El droide era tan pequeño que apenas cabía en las manos de Anakin.

— Helene… —empezó, vacilante, — Siento lo que pasó antes. Yo… lo que te dije… —sacudió la cabeza—. No debí actuar así. No quería… —sus palabras se quedaron cortas, como si no pudiera encontrar exactamente lo que quería decir.

Yo, sin embargo, no pude evitar apartar mis pensamientos de su disculpa. En lugar de responder de inmediato, señalé el pequeño droide, curiosa.

— ¿Qué es ese bicho? —pregunté, ignorando momentáneamente sus palabras. 

Anakin, de alguna forma, pareció sentirse un poco más incómodo ahora. Su rostro se suavizó y apretó un poco los dedos alrededor del droide antes de extenderlo hacia mí, aún con cuidado, como si temiera que lo rechazara.

— Se llama Lola —respondió, bajando un poco la voz—. La construí hace un mes. Estaba esperando a que ambos volviéramos a casa para dártela… es para ti, ángel.

Mi sorpresa fue inmediata. No pude evitar mirarlo un momento, asimilando lo que acababa de decirme. El mes anterior, Anakin había estado especialmente desbordado y estresado con la guerra y… con todo lo demás, pero aún así, se había tomado el tiempo para crear algo tan… personal.

Lo tomé entre mis manos, y la fragilidad de la pequeña estructura me hizo sonreír de manera involuntaria. Mis dedos recorrieron la superficie del droide con suavidad, y accidentalmente presioné su centro. Un pequeño pitido resonó en el aire y, en ese mismo instante, el droide comenzó a emitir un ligero zumbido. Sus orejas se desplegaron de inmediato, como si despertara de un sueño, y sin previo aviso, se desprendió de mi mano, comenzando a revolotear alegremente a mi alrededor.

Me quedé allí, mirando atónita cómo Lola giraba en el aire, deslizándose de un lado a otro como un pequeño colibrí mecánico, claramente emocionada. No pude evitar reír al verla, tan viva, tan libre.

Anakin observó mi reacción, y pude ver cómo una suave sonrisa se dibuja en sus labios. Esa sonrisa que siempre me hacía derretir.

— Parece que le gustas —comentó con una leve sonrisa en el rostro.

— Yo… —tragué saliva, parpadeando brevemente—... lo hago.

El bicho se movió en círculos a nuestro alrededor y eché la cabeza hacia atrás, ligeramente mareada. Anakin se rió y por un momento, olvidé nuestra discusión anterior, olvidé las voces tristes y melancólicas, olvidé la frialdad… ahora solo volvía a estar únicamente él.

Miré como mi marido continuaba observando a Lola revolotear y pitorrear sin sentido (aunque él seguramente la entendía) dándome cuenta de cómo había cambiado físicamente: ahora estaba notablemente más fuerte, su mandíbula se había marcado de manera profunda, y lo mejor de todo, es que unos revoltosos y salvajes rizos comenzaban a aparecer en su cabello hacia abajo, dándole el atractivo de un villano, a mi parecer.

Cuando se dio cuenta de que lo había estado observando, giró su rostro para verme y suavizó sus facciones, intentando sonreír de medio lado.

— Dice que eres hermosa —murmuró Anakin suavemente, haciéndome sentir miles de avispas asesinas—, le encantan tus ojos.

No dije nada y nos quedamos en silencio un instante, observándonos el uno al otro con la misma intención. Podía notar cómo estaba debatiéndose entre su posesividad y el remordimiento, y esa vulnerabilidad en sus ojos provocó en mí una calidez que se abrió paso entre cualquier otra emoción.

Finalmente, suspiró y apartó la mirada, como si reuniera las palabras que quería decir. Cuando volvió a mirarme, su voz sonó suave, casi temerosa.

— Helene, yo... —empezó, y casi pude sentir la opresión en su pecho—. No tenía derecho a decir lo que dije antes. No quería tratar de controlarte… solo... —sus palabras se desvanecieron por un momento, y una chispa de desesperación cruzó sus ojos—. Temo perderte más que nada en este mundo. No duraría un solo minuto sin ti.

Sin saber muy bien por qué, contuve la respiración. Sentí cómo el espacio entre nosotros parecía hacerse más pequeño, casi como si estuviéramos siendo empujados el uno hacia el otro por una fuerza invisible y poderosa. Sus dedos rozaron los míos, y en un impulso, mis manos subieron hasta su rostro, recorriendo los contornos de su mandíbula marcada, sintiendo el calor y la suavidad de su piel bajo mis dedos. Era como si el mundo alrededor desapareciera, dejándonos solos, en una burbuja hecha de deseo y necesidad.

Sus manos bajaron hasta mi cintura, acercándome hacia él con una firmeza que sólo él sabía ejercer sin romperme. Noté cómo su respiración se volvió más pesada, sus ojos vagando por mi rostro como si quisiera grabar cada detalle, y mis latidos comenzaron a acelerarse. No podía mirar a Lola, no podía apartar mi atención de él, era imposible pensar en otra cosa que no fuera Anakin Skywalker, totalmente atrapado en mí.

No sé quién fue el primero en moverse, pero en el siguiente instante sus labios encontraron los míos con un deseo contenido, como si esa disculpa no fuera solo con palabras, sino también con el roce de su boca sobre la mía. Mi mente se nubló y me perdí en el beso, en su sabor y en el calor que nos envolvía a ambos. Sus manos subieron hasta mi espalda, acercándome más, y mis brazos lo rodearon, sin querer perder ni un solo segundo de ese contacto.

Cuando finalmente nos separamos, su frente se apoyó contra la mía, su respiración era entrecortada, y en sus ojos pude ver el amor que parecía destinado a marcarme para siempre.

— No importa lo que pase —murmuró con voz baja y grave—, siempre te mantendré a salvo. Cueste lo que cueste.

Y no quise averiguar qué significó la fuerte advertencia en la Fuerza tras esas palabras.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro