ᴀʜsᴏᴋᴀ ᴛᴀɴᴏ
ᴀʜsᴏᴋᴀ ᴛᴀɴᴏ
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Sentí una cálida caricia deslizarse por mi mejilla, ligera como una pluma.
Mi mente, aún atrapada en los ecos del sueño, se aferró a la sensación, al delicado roce que me devolvía poco a poco a la conciencia. El tacto era tan familiar, tan reconfortante, que por un momento pensé que aún estaba soñando. Mis párpados pesaban, pero una voz suave, llena de alivio, me hizo volver a la realidad:
— Pensé que no despertarías.
Lentamente, abrí los ojos.
Mi cabeza estaba apoyada en el regazo de Anakin, su expresión era de preocupación mientras me miraba, sus dedos todavía recorriendo con cuidado mi rostro. Mi cuerpo dolía, como si me hubiera pasado una tormenta eléctrica encima, pero el alivio de verlo sano y salvo fue suficiente para que me quedara quieta un momento más.
No tardé en escuchar el suave zumbido de la nave en la que nos encontrábamos, y más allá del hombro de Anakin, visualicé a Obi-Wan pilotando, con los ojos fijos en el espacio que se extendía ante nosotros.
—¿Qué... qué pasó? —murmuré, aún aturdida, sintiendo cómo el dolor me reclamaba poco a poco.
Anakin apretó la mandíbula antes de hablar, sus ojos azules ardían con furia contenida.
— Dooku te alcanzó con sus rayos. —Las palabras salieron casi como si le doliera pronunciarlas—. Logró escapar después de eso, pero no antes de intentar matarte.
El tono de su voz estaba cargado de rabia, y lo sentí en cada palabra. Mi mente se aclaró en un instante al escuchar esas palabras. El recuerdo de esos rayos azules, el dolor, el impacto contra el suelo... todo volvió a mí de golpe. A pesar del malestar que sentía, me enderecé lo mejor que pude, mi cuerpo protestando con cada movimiento.
— Tenemos que seguirlo —exigí, intentando ignorar el dolor que me atravesaba. No podía dejar que Dooku se saliera con la suya.
—Eso es exactamente lo que estamos haciendo, ángel —gruñó Anakin, su mandíbula aún tensa, pero suavizó su mirada un poco cuando me ayudó a sentarme. Sin embargo, la ira no había desaparecido del todo. Era evidente que Dooku había cruzado una línea para mi marido.
— Me alegra que estés bien, Helene, pero necesitamos que estés mejor —habló Obi-Wan desde el asiento del copiloto, encendiendo su comunicador—. Cal, Ahsoka. Dooku logró escapar. Lo estamos persiguiendo, pero necesitamos refuerzos. Sígannos con las naves que puedan reunir.
— Llegaremos lo más pronto posible, Maestro Kenobi —respondió mi padawan al otro lado del canal de comunicación.
Mientras escuchaba la voz de Cal, vi a Anakin moverse con intención de tomar el mando de la nave, su mirada fija en los controles. Pero antes de que pudiera hacerlo, me adelanté bruscamente, intentando posicionarme en el asiento del piloto. En el proceso, ambos chocamos torpemente, y nuestros cuerpos colisionaron. Solté un quejido al terminar sentada encima de él.
— Helene, ¿qué...? —Anakin parpadeó, desconcertado, sus manos instintivamente rodearon mis caderas.
— Déjamelo a mí —gruñí, mientras me acomodaba. Aún sentía el dolor latente de los rayos de Dooku, pero eso solo avivaba mi rencor. Iba a atrapar a ese maldito Sith, y lo haría pagar.
Anakin no discutió. Apretó los labios en silencio, sus manos aún en mi cintura, pero cedió el control mientras yo tomaba los mandos de la nave, con sus músculos tensos bajo mi cuerpo.
Concentrada, piloté con cuidado, manteniendo la vista fija en la nave de Dooku que intentaba escapar. A nuestro lado, Obi-Wan manejaba los cañones con precisión milimétrica. En cuanto tuvo una clara línea de fuego, un par de disparos alcanzaron el casco de la nave enemiga, provocando una serie de explosiones que lo hicieron tambalearse en el aire antes de comenzar a descender.
— Eso fue fácil.
— Por suerte para ustedes dos, soy un excelente tirador —respondió Obi-Wan.
Pero el alivio duró poco.
— Esos cazas están atacando —anunció Anakin, aferrándose con más fuerza a mis caderas, mientras su mirada se clavaba en los cazas separatistas que se aproximaban.
Intenté concentrarme en el pilotaje, pero no pude ignorar el peso de sus manos en mi cuerpo... ni el creciente bulto que empezaba a notar en mi trasero. Deseché esos pensamientos para centrarme en la trayectoria.
— Estoy en ello —respondí, maniobrando lo mejor que podía.
— Ángel, no es presionarte pero… se están acercando demasiado —murmuró con preocupación cuando uno de los cazas separatistas comenzó a volar en picada hacia nosotros.
El impacto fue brutal. El caza se estrelló contra el costado de nuestra nave, lanzándonos violentamente hacia un lado. Perdimos el control. La nave comenzó a girar mientras entrábamos en la atmósfera de un planeta cercano, incapaces de evitar la colisión.
Largué un chillido e intenté mantener el transbordador en planeando en la atmósfera, pero el mando parecía haber salido de control y cada vez nos acercábamos con más rapidez al suelo.
— ¡Helene, endereza la nave! —gritó Obi-Wan, su voz sonó alarmada mientras la nave daba tumbos en el aire, sacudiéndonos violentamente en el interior.
Intenté mantener la calma, pero los controles no respondían como quería y la nave giraba sin cesar. Mis manos se aferraron al volante con fuerza mientras mi corazón parecía estar a punto de salirse de mi pecho.
— ¡Frena, Helene! —gritó Anakin desde detrás de mí, aferrándose fuertemente a mi cuerpo.
— ¡Estoy intentándolo! —chillé de vuelta, mi voz quebrada por la desesperación. Mis manos sudaban, resbalando un poco sobre los controles y la nave continuaba cayendo en espiral hacia el suelo.
— ¡Nos vamos a estrellar!
— ¡LO SÉ! ¡NO ME GRITEN!
— ¡FRENAAA!
Antes de que pudiera reaccionar de nuevo, el transbordador se desplomó bruscamente, chocando contra el suelo del planeta en un golpe seco. Todo nuestro cuerpo se sacudió con el impacto, pero, sorprendentemente, no hubo ningún daño grave ni explosión. La nave se quedó inmóvil, con humo elevándose desde los motores.
El silencio que siguió en la cabina fue denso. Mi respiración estaba entrecortada, y el eco de mis propios gritos aún resonaba en mis oídos.
— Eso... —comenzó Anakin, con una leve sonrisa dibujada— fue más suave de lo que esperaba.
— Cierra la boca —le gruñí, mi corazón aún latiendo a mil por hora. Me levanté de su regazo y abrí la puerta de la nave para saltar rápidamente hacia la superficie del planeta rocoso en el que nos habíamos estrellado.
— He tenido mejores aterrizajes con Anakin —comentó vagamente Obi-Wan, mirando a nuestro alrededor con atención.
— He tenido peores con ella —añadió Anakin, mirándome de reojo con una sonrisa.
Ignoré su comentario y mis ojos se dirigieron hacia el horizonte, donde una nave pequeña y redonda, con un borde puntiagudo, se destacaba entre el paisaje. La misma que en Geonosis... o al menos eso creía. A decir verdad, los recuerdos de ese día estaban un poco borrosos.
— Dooku —gruñí, señalando la nave con el dedo.
No hizo falta decir más. Todos comenzamos a correr hacia ella. Obi-Wan fue el primero en llegar y, al detenerse junto al costado de la nave, se inclinó para examinar algo.
— ¿Qué es esto? —se preguntó, tocando una parte del casco—. ¿Un transmisor de rastreo?
— Significa que el distinguido conde está esperando ayuda —explicó Anakin, con una chispa de furia contenida—. Y eso quiere decir que no puede estar muy lejos.
Me acerqué un poco más, evaluando el estado de la nave. Después de examinarla brevemente, me di cuenta de algo evidente. — El motor está dañado —dije, señalando las partes afectadas—. No hay forma de que pueda abandonar este planeta.
— No sin el transmisor de rastreo —respondió Anakin, arrancando el dispositivo y cerrando su puño de metal para destruirlo.
Seguimos caminando, con los ojos atentos al entorno que nos rodeaba. El lugar era desolado, rocoso, y la atmósfera parecía pesada, como si algo fuera a suceder en cualquier momento. De repente, Obi-Wan señaló una abertura en la montaña, una entrada oscura y amplia. — Allí.
Al cruzar la entrada, una sensación incómoda me recorrió el cuerpo. Sentía que algo no andaba bien, como si el lugar mismo respirara amenaza. Mi piel se erizó.
— Este sitio es extraño —comenté, casi en un susurro.
— Yo también lo siento… Hay muchas formas de vida aquí —respondió Obi-Wan, confirmando lo que ya temía. Algo, o alguien, nos observaba.
— Y Dooku es una de ellas —afirmó Anakin, encendiendo su sable de luz, cuya luz azul iluminó la oscuridad. Yo hice lo mismo, mi hoja violeta brilló a su lado.
— Atrapémosle antes de que lo que sea que esté aquí lo haga.
Obi-Wan también desenfundó su sable, y juntos nos adentramos en la cueva, nuestras armas siendo la única fuente de luz en el opresivo silencio que nos rodeaba. Avanzamos con cautela, el eco de nuestros pasos reverberó en las paredes, y todo parecía estar en calma... hasta que un leve estruendo resonó por encima de nuestras cabezas, rompiendo el silencio de golpe:
— ¿Qué fue eso? —preguntó Obi-Wan y sus ojos se alzaron hacia el techo de la cueva.
Nos colocamos en una posición defensiva, los tres con nuestros sables de luz, formamos un triángulo en medio de la oscuridad. El sonido se intensificó y entonces lo notamos: las rocas comenzaron a desprenderse del techo de la cueva, cayendo en cascada sobre nosotros.
En un rápido momento, mi mente recordó una vez en la que Anakin, en medio de un entrenamiento, casi nos mataba haciendo levitar rocas por encima de nuestras cabezas. Pero esto era mucho peor.
— ¡Corran! —nos gritó Obi-Wan. Pero fue inútil. El tiempo nunca estaba de nuestro lado. Vi las piedras cayendo, y en ese instante, sentí los brazos de Anakin rodeándome.
Me tiró al suelo con fuerza, cubriéndome con su cuerpo mientras las rocas caían a nuestro alrededor. Percibí la Fuerza fluyendo desde él y creando una barrera invisible que ralentizó la caída de las piedras, dándonos un respiro, pero no fue suficiente para evitar que ambos nos quedáramos atrapados. Las rocas nos rodearon, amontonándose.
Desorientada y con el cuerpo adolorido, sentí la presión de la tierra y las piedras aplastándonos. No sabía cuánto tiempo habíamos estado allí abajo. No importaba. Lo único que quería era salir, sentir el aire otra vez. Anakin se quitó de encima de mí y me permití inhalar con desesperación el poco aire que casi se nos arrebataba.
— ¿Qué demonios sucedió? —pregunté, mi voz entrecortada por la agitación y el dolor.
— ¿Estás bien? —inquirió, observándome de arriba a abajo.
Yo asentí y giré la cabeza hacia el montón de rocas sobre nosotros. No podía ver más que oscuridad a nuestro alrededor y el aire parecía ser cada vez menos respirable.
— ¡No te quedes ahí! Ayúdame a quitarlas de encima —exigí, recomponiéndome.
Ambos utilizamos la Fuerza para apartar los escombros de encima, moviéndolos poco a poco. Me sentía más débil que antes, probablemente debido a haber perdido el conocimiento por el golpe de Dooku, además del aire limitado. Cada vez que empujaba una roca, parecía que todo mi cuerpo temblaba de agotamiento. Cuando logramos salir, nos quedamos allí parados durante unos momentos, recuperando el aliento.
— ¿Obi-Wan? ¿Nos oyes? —grité, escuchando mi propio eco retumbar. No obtuve respuesta inmediata y una tos me sacudió el pecho—. Mierda... —tosí de nuevo, el aire seco de la cueva empeorando la situación.
Palpé mi cintura en busca de mi sable de luz, esperando sentir la familiar empuñadura entre mis dedos. Pero... nada. Mi corazón dio un vuelco.
— ¿Dónde está? —me pregunté, y justo en ese momento, otra avalancha de rocas comenzó a caer sobre nosotros. Chillé y Anakin tiró rápidamente de mi brazo para apartarme de la zona—. ¡No, no, no! ¡Mi sable de luz no está! —exclamé, con el pánico apoderándose de mí.
Miré a mi marido, que también parecía estar en una situación similar. Posó sus ojos sobre mí e hizo una mueca resignada, dándome una pequeña caricia con su pulgar en el dorso de mi mano para calmarme. Pero yo no quería calmarme: quería recuperar mi sable, encontrar a Obi-Wan y patearle el culo a esa cara de rata Sith.
Y entonces, una voz familiar de rompió el caos:
— Ustedes dos, cuando les diga que corran, corran —dijo Obi-Wan, apareciendo de repente a nuestro lado, su figura siendo iluminada por el brillo de su sable.
— ¿Maestro? ¡Estás vivo!
Obi-Wan se acercó más a nosotros, sacudiendo el polvo de su túnica. Sus ojos se detuvieron en nuestros cinturones vacíos. — Lo estoy, ¿y dónde están vuestros sables de luz?
— Los hemos perdido de vista —respondí, suspirando con frustración.
— ¿Fueron las rocas? —inquirió Obi-Wan, arqueando una ceja.
—Sí, fueron las rocas —contestó Anakin por mí, mientras comenzábamos a inspeccionar el suelo con desesperación. La oscuridad hacía que todo se sintiera más caótico de lo que ya era.
— Esa es una excusa débil —nos reprendió, con un tono de ligera desaprobación.
— Sería útil si tuviéramos algo de luz aquí —señalé irritada, esforzándome por no tropezar en la penumbra.
— Oh, por supuesto —Obi-Wan asintió, sacando su sable y tratando de encenderlo. La hoja parpadeó por un segundo antes de apagarse de nuevo, sumiéndonos de nuevo en la oscuridad—. ¿Qué ocurre? Funcionaba hace apenas un minuto.
— No pensarás que fue por culpa de las rocas, ¿no? —replicó Anakin molesto, arrojándole una piedra que Obi-Wan atrapó al vuelo.
— Muy gracioso —murmuró su ex maestro, soltando la piedra con un suspiro.
De repente, los tres escuchamos un extraño ruido que resonó en la cueva. Levantamos la vista al unísono y ahí, en el techo, encontramos a una criatura enorme y feroz, con sus ojos brillando intensamente, como si estuviera esperando el momento justo para atacarnos.
— Esto se pondrá interesante… —murmuré, retrocediendo lentamente.
Antes de que pudiera procesarlo, Anakin tiró de mí hacia atrás con fuerza, llevándome con él mientras Obi-Wan hacía lo mismo. Justo en ese momento, la criatura se soltó del techo, cayendo hacia nosotros con una velocidad asombrosa. Apenas tuve tiempo de averiguar de qué se trataba.
Anakin y yo nos lanzamos hacia lados opuestos en un movimiento coordinado. Salté hacia la pared lateral de la cueva, usando la Fuerza para impulsarme y rodar justo a tiempo para evitar las garras de la bestia, que se estrellaron con un estruendo contra el suelo donde habíamos estado.
— ¡Nos vendría bien tu ayuda cuando quieras, maestro! —gritó Anakin, mientras esquivaba otro zarpazo de la criatura que nos atacaba.
Obi-Wan, desde una esquina de la cueva, donde había logrado pasar desapercibido por la bestia, comenzó a inspeccionar tranquilamente su sable de luz ignorándonos.
— Lo están haciendo muy bien —le respondió irónicamente sin siquiera verlo—. Parece que le agradan.
— ¡Pues menuda suerte! —me quejé, girando en el aire para esquivar un golpe de la criatura. Hice una voltereta, apoyándome en la pared de la cueva para impulsarme lejos de sus garras—. ¡Esto no es nada divertido!
— ¡Pensé que solo había gundarks en Vanqor! —le gritó Anakin, mientras hacía lo imposible por esquivar las embestidas.
—Entonces debemos estar en Vanqor —respondió tranquilamente Obi-Wan, aún observando su sable.
En ese momento, la criatura atrapó a Anakin por la pierna y lo arrastró hacia ella con fuerza. Mi corazón se aceleró al verlo ser arrastrado. — ¿Qué? ¡Entonces esa debe ser…!
— La madre de todos los gundarks —finalizó Obi-Wan, sin inmutarse ante la escena.
Gruñí, sintiendo como la adrenalina me recorría por completo. Sin dudarlo, salté frente a ellos y me concentré en levantar una enorme roca con la Fuerza. Era pesada, pero no me detuve. Haciendo grandes esfuerzos, la impulsé en dirección al gundark y la roca la golpeó de lleno, lanzándola varios metros hacia atrás y liberando a mi marido que aterrizó en el suelo con un golpe sordo.
Anakin llegó corriendo hasta nosotros, respirando con dificultad. Los tres levantamos más rocas con la Fuerza, lanzándolas una tras otra contra el gundark. El enorme animal rugió, intentando defenderse, pero las rocas seguían golpeándolo, una y otra vez, hasta que sus movimientos comenzaron a ralentizarse. Finalmente, un último y pesado pedrusco cayó directamente sobre su lomo, aplastándolo contra el suelo con un ruido ensordecedor.
Me quedé un momento con la respiración agitada, observando cómo su cuerpo se desplomaba bajo la pila de escombros que habíamos creado.
Nos acercamos con cautela, mirando al gigantesco animal que ahora yacía inconsciente frente a nosotros. Anakin se inclinó hacia adelante, estudiando la criatura con una expresión que mezclaba curiosidad y una fingida tristeza.
— Es una pena —habló mi marido, soltando un suspiro—. Empezaba a sentir una conexión entre nosotros.
— ¿Quieren que los dejemos solos? —gruñí, cruzándome de brazos con sarcasmo.
Anakin me lanzó una mirada divertida. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada más, Obi-Wan nos interrumpió girándose hacia la otra dirección: — Yo prefiero más bien salir de aquí antes de que despierte.
Comenzamos a dirigirnos hacia la salida de la cueva. El camino estaba bloqueado por más rocas y escombros, pero nos movíamos con rapidez, usando la Fuerza para despejar lo necesario. Mi cuerpo aún dolía por el esfuerzo y las heridas que no había tenido tiempo de atender, pero la necesidad de salir de esa cueva antes de que cualquier otro peligro apareciera me mantenía en movimiento.
Mientras avanzábamos, algo llamó mi atención en la distancia. Entre las sombras y las rocas más allá de la cueva, una silueta grande y familiar se asomaba en la lejanía.
— Parece otro gundark… —señalé, achinando los ojos.
— Está demasiado lejos como para preocuparse —aseguró Obi-Wan—. Sigamos adelante. Cuanto antes salgamos de aquí, mejor.
De repente, mientras dejábamos caer una roca al suelo con un fuerte golpe, el suelo bajo nuestros pies explotó sin previo aviso, liberando rápidamente un denso humo verde que comenzó a expandirse a nuestro alrededor. Los tres retrocedimos de inmediato, corriendo de nuevo hacia el interior de la cueva, sintiendo cómo el humo comenzaba a arder en nuestras gargantas y a irritar nuestros ojos. — ¡Otro problema más!
— Esto no parece ser nada bueno —comentó Obi-Wan, con una calma que, en ese momento, me resultaba irritante—. Solo es gas... probablemente tóxico. Tal vez mate al gundark.
— Y tal vez a nosotros —respondí como pude. El humo verde continuaba esparciéndose alrededor de nosotros, como si tuviera vida propia, obligándonos a movernos con rapidez.
— Rápido. Salgamos de aquí.
Decidimos que la mejor opción era movernos hacia la salida, así que comenzamos a avanzar de nuevo. Anakin se puso junto a mí mientras pasaba un brazo por mi espalda y cubría mi rostro con el otro para evitar que respirase el gas tóxico. Finalmente llegamos al montón de rocas que se interponían en nuestro camino, y antes de que pudiera reaccionar, vi a Obi-Wan caer exhausto sobre ellas, asfixiándose.
— Como siempre, estoy abierto a suger… —no logró terminar la frase.
Anakin soltó mi cintura y se acercó a él como pudo, manteniendo la cabeza gacha.
— Por favor, Obi-Wan. No te rindas ahoras —le pidió, mientras cerraba los ojos y concentraba la Fuerza, intentando transferirle un poco de su energía.
De repente, sentí un temblor bajo mis pies. La tierra vibró con una gran intensidad y antes de que pudiera entender lo que estaba sucediendo, un montón de rocas fueron lanzadas hacia otra dirección, como si una mano invisible las hubiera empujado. Me detuve en seco, aturdida.
— ¿Qué… que demonios fue… eso? —pregunté tosiendo.
Fue entonces cuando jamás pensé que me alegraría de escuchar unas voces familiares:
— ¡Maestros!
Mis ojos se abrieron de par en par, reconociéndolos. Cal y Ahsoka aparecieron de entre las sombras, la luz de el exterior iluminando sus rostros y al batallón de clones a sus espaldas. La sorpresa y el alivio se mezclaron en mi pecho al verlos.
— Parece que llegamos justo a tiempo… —dijo Ahsoka, esbozando una sonrisa mientras se cruzaba de brazos con satisfacción.
Los tres emergimos de la cueva, y me apresuré a tomar una bocanada de aire fresco, que en ese momento se sintió como el mejor elixir de la galaxia, renovando mis energías. Cal se acercó a mí con una risita, mientras Anakin los observaba con el ceño fruncido.
— ¿Cómo que "justo a tiempo"? —interrogó, limpiándose el polvo de su ropa con disimulo.
— Estaban en grandes problemas.
— ¿Problemas? —resopló Obi-Wan—. Solo estábamos buscando al Conde Dooku.
No pude evitar toser un poco mientras me acercaba a ellos y asentía findiendo normalidad. — Exacto, teníamos todo bajo control.
Cal levantó una ceja, mirándonos escéptico.
— ¿Y qué parte de la situación tenían bajo control? —inquirió—. ¿La salida bloqueada?
— ¿El gas venenoso…?
— ¿O el gundark a sus espaldas?
Miré a los dos padawans con irritación. Para un maestro, siempre era un poco vergonzoso que tu propio aprendiz tuviera que venir a rescatarte, incluso en las situaciones más difíciles. Inflé mis mejillas.
— No hay que preocuparse —hablé, rodando los ojos—. Está dormido y lo suficientemente lejos como para…
¡GUARRR!
Mis palabras se quedaron atascadas en mi garganta al escuchar el rugido. Todos nos giramos rápidamente, encontrando al gundark a unos metros de nosotros, mirándonos con una enorme furia, seguramente por habernos marchado sin despedirnos.
— ¡Bloqueen la entrada!
Los clones obedecieron de inmediato, comenzando a disparar hacia las rocas del techo, que comenzaron a derrumbarse cuando la bestia intentó abalanzarse hacia nosotros. Suspiré con cansancio mientras los veía; cada vez que lograbamos salir de un problema, aparecía otro o el mismo de nuevo.
— Creo que le debías un beso —comenté en dirección a mi marido, quién entrecerró los ojos.
— Aún hay que hallar a Dooku —habló, dándose la vuelta.
— ¿Dejaron que escapara? —nos preguntó Ahsoka con incredulidad.
Anakin carraspeó, su rostro tornándose levemente rojo. — No, claro que no. Es solo que… —me lanzó una mirada nerviosa.
— ¿Eh? Lo llamó su… eh… —balbuceé, con la mente en blanco— ¿mamá?
Obi-Wan soltó una risa mientras Anakin giraba la cabeza en otra dirección. Cal y Ahsoka compartieron una mirada divertida antes de bufar al unísono.
— Y pensar que ustedes son los maestros…
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— La única condición es que vayan desarmados —nos explicó Shaak Ti a través del comunicador de la nave, su rostro grave proyectado en la pantalla.
Al parecer, un grupo de piratas del Borde Exterior había logrado capturar al Conde Dooku y lo habían llevado a Florum antes de contactar con la República, ofreciéndonos a la patética rata a cambio de un millón de créditos.
— ¿Desarmados? —repetí, incrédula.
Obi-Wan intervino con una expresión de seriedad. — Sabemos muy poco sobre esos piratas. Estaríamos caminando a ciegas. Podría ser una situación hostil
— No podemos dejar que Dooku vuelva a escapar —terció Windu en el holograma, su rostro reflejó una mueca de fastidio al mirarnos como si fueramos culpables—. Repórtense en cuanto lleguen
El comunicador se apagó y yo gruñí con la frustración burbujeando en mi cuerpo. Algún día lo empujaría de alguna ventana y haría que pareciera un accidente.
Obi-Wan suspiró. — Bueno, esto será divertido.
El grupo se dispersó por la nave para descansar. Yo decidí encontrar un rincón tranquilo donde pudiera meditar y calmar mis pensamientos. Después de todo, las tensiones de la misión se cernían sobre mí como una sombra, y necesitaba un momento a solas para reenfocar mi energía.
Me adentré en una sección menos transitada de la nave, donde el suave zumbido de los motores creaba un ambiente casi hipnótico. Me recosté contra la pared fría, cerrando los ojos y tratando de despejar mi mente. El aire era fresco, y el movimiento de la nave me arrullaba lentamente. Intenté sumergirme en la Fuerza, buscando su paz y sabiduría. Pero justo cuando comenzaba a encontrar ese equilibrio, una voz suave interrumpió mi meditación.
— ¿Maestra Shield?
Al abrir mis ojos, encontré a Ahsoka asomándose tímidamente por la puerta. Su mirada era un poco cautelosa, como si no estuviera segura de si era el momento adecuado para interrumpir.
— Hola, Ahsoka—respondí, sonriéndole ligeramente—. Ven, siéntate.
La togruta cruzó la puerta con algo de vacilación y se acomodó a mi lado, su presencia en la Fuerza era curiosamente reconfortante. Durante un momento, el silencio se instaló entre nosotras, como si intentara encontrar las palabras adecuadas. Abrí la boca para preguntar si necesitaba algo en específico pero ella se adelantó:
— ¿Qué tal la misión? —preguntó finalmente, intentando romper el hielo—. ¿El Maestro Skywalker fue difícil de aguantar?
No pude evitar soltar un resoplido. — ¿Difícil solo? A ese cabrón tuve que haberlo sedado antes de dejar que nos atraparan. ¿Cómo alguien puede hablar tres horas seguidas sin desidratarse? Mi cabeza estuvo a punto de estallar.
Ahsoka se rió suavemente.
— La entiendo —me sonrió—. Lo conozco de hace tan solo un mes y a veces tengo ganas de empujarlo al hiperespacio.
— Tiene suerte que sea el mejor caballero de la Orden o ya lo habrían mandado de vuelta a su planeta —coincidí, asintiendo. Quejarme de mi propio marido como una vieja con otra mujer que sabía como era, se convirtió en mi pasatiempo favorito. Arrugué la nariz antes de lanzarle una mirada—. Ni se te ocurra decirle que lo he llamado "el mejor caballero de la Orden", padawan.
Ahsoka volvió a sonreír, pero esta vez, noté que su sonrisa no llegaba a sus ojos y aquella chispa juvenil en ellos había desaparecido.
Fruncí el ceño. — ¿Sucede algo?
Ella suspiró.
— Maestra Shield… ¿puedo confesarle algo? —preguntó, mirando hacia el suelo. Yo asentí con la curiosidad burbujeando en mi interior—. A veces… siento que no estoy a su altura. Que no soy digna de ser su padawan.
Su declaración me sorprendió, y sentí un tirón en mi corazón. Llevé mis dedos a su mentón e hice girar suavemente su rostro para que me mirade directamente a los ojos.
— Ahsoka, ¿por qué piensas eso? —pregunté, parpadeando—. He oído que eres muy talentosa y valiente. No deberías dudar acerca de eso.
Ahsoka se encogió de hombros, su mirada perdida en algún punto distante.
—Usted misma lo dijo, maestra —respondió, con una ligera decepción en sus ojos—. El Maestro Skywalker es el mejor de la Orden y yo… creo que solo soy un estorbo para él.
Sus palabras me hicieron recordar el momento exacto en el que Anakin me confesó que no había planeado tener una padawan y que todavía no estaba seguro de querer mantener a Ahsoka con él. El Maestro Yoda prácticamente se la había regalado sin decirle nada o escuchar sus réplicas. Mi marido no se había sentido listo para tener esa responsabilidad, ni ninguna otra.
— Mi única preocupación eres tú —espetó aquella vez que me habló de su nueva padawan—, no necesito que lo sea nadie más.
— Ahoska —empecé, dejando escapar un suspiro—, conozco a Anakin y creo que me hago a la idea de como puede estar siendo contigo —Con confianza, me atreví a colocar una mano sobre la suya y ella me miró asombrada—. Tenle paciencia, estoy segura de que piensa que eres más que digna y estará encantado de enseñarte todo lo que sabe. Si pensara lo contrario, créeme, Anakin habría logrado que te cambiaran de maestro.
Ahsoka asintió lentamente, aunque su semblante seguía mostrando dudas. — Solo a veces desearía poder ser más como él. Más fuerte. Más segura.
— Nunca te comparares con él —le aconsejé, suavizando mi voz—. Tienes tu propio estilo, tu propia forma de luchar y de ver las cosas. Lo que importa es que sigas creciendo y aprendiendo a tu propio ritmo.
Ella miró hacia el suelo, reflexionando mis palabras. — Tal vez… Pero me siento como si fuera una carga a su lado. Como si no estuviera a la altura de las expectativas.
— Bueno, yo sentía eso mismo cuando empecé con la Maestra Ti y a día de hoy le cuesta separarse de mí —Sonreí con melancólica, ya comenzaba a extrañarla de nuevo—. Cuando toque ascenderte a Dama Jedi, seguramente te secuestrará para que eso no pase.
Noté como su expresión se animaba un poco, sonriendo levemente. — Gracias, Maestra Shield. Es bueno poder hablar finalmente de esto con alguien.
Le devolví la sonrisa sin poder evitarlo.
— Recuerda, la clave está en creer en ti misma —coloqué mi mano en su hombro—. La Fuerza fluye a través de ti.
Ahsoka agachó la cabeza, sonriendo suavemente. Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la calma que habíamos creado. Me di cuenta de que, aunque las tensiones de la guerra eran reales y pesadas, también había espacio para la conexión y el apoyo mutuo. Y en esos momentos, era donde encontrábamos nuestra verdadera fuerza, sobretodo en nuestros padawans más jóvenes.
— Volveré a la cabina —habló levantándose con cuidado de mi lado—. Cal debe estar…
— Buscándote —finalizó otra voz por ella.
Ambas nos sobresaltamos cuando Anakin entró a la habitación atravesando la puerta con aire despreocupado. Sin embargo, su mirada cambió de inmediato al vernos. — ¿Qué?
Ahsoka se enderezó al instante, mostrando una ligera alarma que rápidamente intentó disimular:
— ¿Maestro? ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
— Acabo de llegar —Anakin se encogió de hombros, hasta que pasó su mirada entre nosotras y entrecerró los ojos, sospechosamente. — ¿Qué estaban hablando?
— Nada que te incumba, Skywalker —le respondí, tratando de aparentar serenidad.
Frunció el ceño, cruzándose de brazos con indignación. — Ella es mi padawan, y todo lo que tenga que ver con ella me incumbe.
Ahsoka y yo intercambiamos una mirada y yo sonreí como diciendo "te lo dije". La togruta sacudió su cabeza y carraspeó antes de moverse hacia la puerta, esquivando la figura de mi marido.
— Disculpen, maestros —nos echó un incómodo vistazo desde el umbral—. Cal y yo vamos a… humm… pintarnos las uñas. Si, eso. ¡Hasta luego!
Y con esa excusa poco convincente, desapareció por el pasillo, dejando solo a Anakin y a mí en la habitación. La puerta se cerró tras ella, y de repente, el aire se sintió más denso, cargado de intimidad. Suspiré sintiendo sus claras emociones revolotear por el aire como avispas asesinas.
— ¿Estás planeando robarte a mi padawan, ángel? —me preguntó Anakin, arqueando una ceja.
— No, gracias. Ya tengo suficiente con el mío —respondí, frunciendo los labios sin poder evitarlo. Cal era un auténtico dolor de cabeza cuando se lo proponía.
Anakin soltó una risa, un sonido que siempre lograba calentarme por dentro. Entonces, sin avisar, cerró la puerta con un movimiento lento y suave antes de acercarse, su presencia envolviéndome. Se sentó detrás de mí, con su cuerpo presionando contra el mío, y rodeó mi cintura con sus brazos de manera protectora.
— Estás tan hermosa —murmuró, inclinándose para besar suavemente mi cuello. Sus labios se sentían como fuego en mi piel, dejando un rastro de calidez que me hizo cerrar los ojos un momento y disfrutar del contacto.
— ¿Cuánto tiempo llevas escuchando la conversación? —le pregunté, aunque ya tenía una idea de la respuesta.
— Desde el principio —admitió, continuando a lo largo de mi piel con sus besos—. No pude resistir la tentación de escuchar como me nombrabas "el mejor caballero" de la Orden.
Gruñí, sintiendo el sonrojo que subía por mi rostro. — Solo lo dije para animarla. Si le digo que su maestro es solo un suicida con complejo de héroe, la hundiré aún más.
Su risa vibró en mi cuello y sentí mis músculos tensarse ante el movimiento. Maldita sea, no ahora.
— Dooku tiene mucha suerte de haber sido capturado —habló, su tono se tornó más grave, cargado de una tensión que me hizo estremecer. La intensidad de su mirada, la forma en que sus ojos se oscurecieron de deseo, me envolvió en un torbellino de emociones—. De tan solo recordar lo que te hizo… Lo habría estrangulado con mis manos.
Un escalofrío me recorrió la espalda, mezclándose con una excitación que me hizo contener la respiración. Sus palabras eran como un veneno dulce que se deslizaba por mis venas, y el peligro en su tono encendió un fuego en mi interior.
— Anakin... —murmuré, casi un gemido, sintiendo cómo su toque se volvía más insistente, más exigente. Sus dedos trazaron líneas cálidas a lo largo de mi cintura, provocando que me arqueara hacia él.
— Todos los que intenten hacerte daño —continuó, sus labios dibujando un camino ardiente por mi cuello—. No me controlaría. No podría.
Las palabras eran una mezcla de promesa y peligro, y el latido de mi corazón se aceleró. La forma en que hablaba, tan seguro y posesivo, me hizo desearlo más. Me hizo sentir vulnerable. El calor de su cuerpo se fundió con el mío, y la tensión entre nosotros se volvió casi material, como un rayo esperando a ser liberado.
Anakin se apartó un poco para mirarme a los ojos, la intensidad en su mirada era casi hipnótica. Me sentí indefensa y, al mismo tiempo, poderosa bajo su mirada, como si en ese momento, todo lo que quería era dejarme llevar por la pasión que crecía entre nosotros.
— Te protegeré de todo —susurró, como un suave ruego, mientras su mano se deslizaba a lo largo de mi cintura, supe que no podía resistirme a lo que estaba a punto de suceder.
Y quise creer que era verdad.
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