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ᴀɴ ᴜɴᴇxᴘᴇᴄᴛᴇᴅ ᴘᴏᴡᴇʀ



N/A: paso a recordarles que tengo un canal de difusión en el que hablo sobre mis fics (sobre todo de SW) y pueden encontrar el enlace en mi perfil <3















ᴀɴ ᴜɴᴇxᴘᴇᴄᴛᴇᴅ ᴘᴏᴡᴇʀ
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Querida Helene,

Es tarde, mucho más de lo que debería ser para escribirte esto, pero la casa está tan silenciosa ahora que tú no estás, que el ruido de mis pensamientos me resulta insoportable. Hace apenas unas horas que te has marchado, llevada por ese Jedi a Coruscant, y siento un vacío que no creí posible. Pensé que sería más fuerte, que esto sería más fácil. Pero aquí estoy, dejando caer mis penas sobre este papel porque no sé cómo despedirme de ti, ni cómo dejarte ir.

No sé qué sentir. Las criadas han llorado durante todo el día desconsoladas, suplicándome que no lo hiciera, que no te dejara marchar. Pero tú… tú no lloraste. Ni una sola lágrima. Miraste a ese hombre, ese Jedi, con unos ojos tan curiosos y serenos, que por un momento pensé que él te había hipnotizado. Pero no, simplemente no temías irte. Y en ese instante, supe que todo estaría bien, que, de alguna forma, tú sabías que ese era tu destino.

Si estás leyendo esta carta, entonces ya sabes quién soy, y quizá, quién fuiste alguna vez. Tal vez ya nos hemos reencontrado, o tal vez no. No puedo saberlo. Pero lo que sí sé, es que quiero que tengas estas palabras contigo, porque si algún día necesitas recordarlo, quiero que sepas que fuiste amada. Más de lo que puedo expresar en este papel.

Tu padre… Tal vez lo recuerdes como un hombre frío y distante, pero no te odiaba. Ni siquiera porque naciste niña, cuando todos esperábamos un varón. Íbamos a llamarte Luke si hubieras sido un chico, porque en la lengua antigua de nuestro planeta, Luke significa luz. Eso pensé que sería para mí. Una luz después de tantas sombras. Pero naciste niña, y Garec y yo decidimos llamarte Helene, que significa antorcha. Una antorcha es una luz que arde, que guía en la oscuridad, y tengo la sensación de que eso es para lo que naciste.

Sé que esto puede sonar contradictorio, pero te dejé ir porque te amaba. Porque tú tienes un propósito, algo que yo nunca tuve. Mi vida ha sido simple: servir, acompañar a tu padre, ocuparme de esta casa y de nuestros jardines. Y aunque no lo detesto, no quiero que ese sea tu destino. Tú naciste para algo más grande. Lo supe desde que te vi por primera vez haciendo levitar todos nuestros muebles con tus manitas.

Espero que algún día me perdones por haber tomado esta decisión. Sé que puede parecer cruel, pero confié en que ellos te darían lo que yo no podía: un camino. Algo más allá de estas paredes, más allá de los rosales y el dinero. Quería que tu mundo fuera más amplio que el mío.

Al igual que las flores con las que te bauticé, las leias, mi amor por ti será eterno. Esas flores, ¿sabes?, no se marchitan con facilidad. Son fuertes, hermosas y permanentes. Así es como quiero que me recuerdes: como alguien que te amó lo suficiente como para dejarte florecer.

Mi pequeña leia, deseo que encuentres tu propósito, tu felicidad, y tu luz.

Con todo el amor que jamás supe que tenía, Milara Shield.
























El frío metálico del hangar me recibió en cuanto logré colarme por una entrada lateral.

La nave era imponente, un coloso de acero que parecía latir con vida propia. Las luces rojas de emergencia parpadearon frente a mí en intervalos irregulares, dándome la sensación de estar en las entrañas de un monstruo. Pero había logrado moverme sin ser detectada.

— Calabaza a Brócoli. Calabaza a Brócoli. ¿Me recibes?

Rodé los ojos cuando la voz de Cal resonó en mi comunicador y destapé el cacharrito para escucharlo.

— Déjate de estupideces, ya estoy dentro —susurré, escondiéndome tras un panel mientras un droide sonda pasaba flotando cerca—. ¿Alguna señal del canciller?

— Negativo, maestra —respondió él—. Estoy en los túneles superiores. Algunas trampillas dan vista al pasillo central. Si está aquí, lo encontraré.

Eché un vistazo rápido hacia el centro del hangar. Los cazas separatistas estaban alineados en perfecta simetría, custodiados por droides de combate. Una gran puerta al fondo parecía llevar a los niveles superiores, probablemente donde retenían a nuestro objetivo.

— Voy a intentar acercarme al área de mando —murmuré—. Si puedo encontrar un terminal, tal vez logre ubicar su ubicación exacta.

— Ten cuidado, maestra —advirtió Cal—. Veo el sector B-7 desde aquí, está lleno de patrullas.

— Que tengan cuidado ellos entonces.

Deslicé mi sable en el cinturón, lista para usarlo en cualquier momento, pero para no llamar la atención de inmediato. Las sombras eran mi mejor aliada. Caminé sigilosamente por el perímetro del hangar, asegurándome de no cruzarme con ninguna patrulla.

Mientras avanzaba, la estática en el comunicador se interrumpió momentáneamente con la voz de mi padawan: — Maestra, veo a alguien. No puedo asegurar que sea el canciller desde aquí, pero tiene un aire…

— ¿Dónde estás?

— Nivel superior, cerca de la tercera trampilla desde la entrada principal.

Me detuve, evaluando mis opciones. Podía intentar encontrar un terminal para confirmar la ubicación del canciller, o confiar en la intuición de Cal e ir directamente hacia él.

Y por supuesto, elegí la peor.

— Mantente en esa posición y sigue observando —le ordené—. Voy en camino.

La adrenalina se acumuló en mi pecho mientras tomaba una ruta lateral que parecía ascender hacia los niveles superiores. Las paredes estrechas y los pasillos iluminados débilmente con luces rojas no hacían más que traicionar mi visión.

El sonido de una explosión distante hizo vibrar la nave. Mi comunicador se activó de nuevo.

— ¿Qué carajos fue eso?

— Parece que alguien más está causando problemas…

Levanté una ceja, sospechosamente.

— ¿Anakin está aquí?

— No que yo sepa, maestra.

La nave tembló ligeramente bajo mis pies, como si algo grande acabara de impactarla. Los ecos de las explosiones reverberaron en el metal, pero el pasillo en el que me encontraba permanecía inquietantemente desierto. Ascendí con rapidez por una escalera lateral hacia el nivel superior, intentando ignorar el sudor frío que corría por mi espalda.

«Céntrate, Helene» me dije a mí misma.

El comunicador chisporroteó de nuevo, y la voz de Cal volvió a escucharse, aunque ahora más débil por la interferencia:

— Maestra… estoy viendo movimiento. No puedo asegurar quién es, pero…

— ¿Dónde exactamente? —pregunté, acelerando el paso.

— Justo debajo del corredor principal. Hay guardias… espera, hay alguien más acercándose…

— Cal, no te expongas. Solo observa.

Subí los últimos escalones y llegué a una plataforma elevada, desde donde tenía una vista parcial del corredor principal. Mi respiración se hizo más lenta cuando me deslicé detrás de un pilar para analizar el área.

Los droides de combate estaban estratégicamente apostados alrededor de una figura que apenas podía distinguir. Cal no estaba equivocado: la silueta tenía un porte altivo, como si estuviera acostumbrado a que la galaxia girara a su alrededor. Mi instinto me decía que ese era el canciller.

Un ruido detrás de mí me hizo girar la cabeza. Pero no había nada.

Volví a concentrarme en la figura del corredor, tratando de encontrar una manera de acercarme sin alertar a los guardias. Una explosión más retumbó en la distancia. Si alguien más estaba interfiriendo en esta misión, las cosas podían ponerse aún más complicadas.

— Cal, mantén tu posición —murmuré, ajustando el comunicador—. Estoy en el nivel superior. Creo que veo al canciller, pero…

No terminé la frase.

Una presencia se deslizó a través de la Fuerza, pesada y oscura como una tormenta que se avecina. No la había sentido hasta ahora, lo que solo significaba una cosa: quienquiera que estuviera aquí sabía cómo esconderse. Y lo hacía muy bien.

Mis dedos se cerraron instintivamente alrededor de la empuñadura de mi sable.

— Cal, aléjate de ahí. Ahora.

— ¿Maestra? ¿Qué pasa?

— ¡Hazlo!

La energía que me rodeaba se tensó. El aire se cargó de electricidad cuando unos pasos resonaron detrás de mí y me giré con rapidez, activando mi sable de luz en un destello morado que iluminó el estrecho pasillo.

— Qué audaz de tu parte, Maestra Jedi.

Una voz grave y calculadora resonó antes de que lo viera por completo. La figura alta y elegante de Conde Dooku emergió de las sombras, su mirada me atravesó con superioridad. La capa que llevaba oscilaba suavemente con cada paso, y sus manos permanecían relajadas, aunque sabía que solo estaba esperando el momento adecuado para atacar.

— Un movimiento muy arriesgado venir aquí sola —continuó, inclinando ligeramente la cabeza, como si me estuviera evaluando—. Aunque te ves más segura que antes.

— Sí y tú te ves igual de rompebolas que antes —gruñí, ignorando el revoltijo en mi estómago.

Dooku arqueó una ceja, y su expresión se llenó de una burla tan despreocupada que me hizo apretar los dientes.

— Siempre tan mordaz, querida. Esa lengua afilada tuya no ha cambiado. Pero… —se acercó un paso más, moviéndose con la calma de quien sabe que tiene el control—, parece que hay cosas de ti que sí han evolucionado. O debería decir… influenciado.

Mi agarre sobre el sable se tensó.

No lo escuches, Helene, solo está ganando tiempo.

— ¿Qué estás delirando? —mi voz salió más áspera de lo que pretendía

Dooku esbozó una sonrisa tan ligera como peligrosa, y la forma en la que sus ojos me escudriñaron me hizo sentir desnuda, vulnerable, como si viera a través de las capas que llevaba tanto tiempo construyendo.

— Oh, nada en particular. Solo que… El Héroe Sin Miedo parece haber encontrado su igual. Aunque tengo que decir, Maestra Jedi, no es propio de Jedis caer en… vínculos tan inapropiados.

Un frío helado recorrió mi columna, pero mantuve la compostura. No podía mostrarle que había dado justo en el blanco.

— No sé de qué estás hablando.

Dooku se rió maliciosamente.

— Claro que no. Por supuesto que no. El Consejo Jedi estaría tan decepcionado… Aunque me pregunto, ¿lo saben? ¿Saben que has entrelazado tu destino con él? —se refirió a mi marido con deliberada lentitud, dejando que cada sílaba se deslizara entre nosotros.

La sangre me hirvió. Hice un rápido movimiento hacia él, lanzando un golpe con mi sable, pero él lo bloqueó con la facilidad de quien había hecho esto miles de veces. Su sable rojo crepitó contra el mío.

— ¡Eres una asquerosa rata! —grité, empujando con toda mi fuerza.

— ¿Toqué un nervio? —preguntó con fingida inocencia, aunque sus ojos brillaron con un placer oscuro—. Tranquila, querida. No tengo intención de decírselo a nadie. Lo que me intriga es… ¿qué harás cuando ellos lo descubran?

Cada palabra era como un golpe en mi pecho, pero no podía dejarme distraer. El tiempo pareció ralentizarse mientras intercambiábamos golpes y el sonido de los sables llenó rápidamente el pasillo. Él era metódico, calculador, pero yo estaba más rápida, más determinada. Tenía que mantenerme concentrada.

Un chasquido en mi comunicador me sacó de mi burbuja. Cal.

— ¿Maestra? ¡¿Maestra, qué está pasando?! —su voz sonó alarmada.

— ¡Cal, escucha! —Bloqueé un ataque descendente de Dooku, esforzándome por mantener mi tono firme mientras retrocedía ligeramente—. Conéctate a la nave de la Orden más cercana y pide ayuda. ¡Ahora!

— ¿Ayuda? Pero, maestra, yo…

Dooku alzó una mano, y con un movimiento fluido, arrancó el comunicador de mi cuerpo con la Fuerza y lo arrojó al otro extremo del pasillo, donde se estrelló contra la pared con un crujido. Mi última conexión con Cal se cortó, y un escalofrío me recorrió al darme cuenta de que lo había dejado completamente solo.

— Que incompetencia de tu parte, Maestra Jedi —comentó Dooku con una sonrisa burlona—. Pedir ayuda para derrocar a un Lord Sith.

No respondí. En lugar de eso, arremetí con fuerza renovada, buscando cualquier apertura en su defensa. Los rayos de energía iluminaron el pasillo en destellos morados y rojos. Estaba comenzando a superarlo. Sus movimientos se volvían más defensivos, y yo atacaba con todo lo que tenía.

Pero entonces lo sentí antes de verlo: un cambio en la Fuerza, un destello de peligro detrás de mí. Giré, pero no lo suficientemente rápido. Un droide apareció de las sombras, su brazo extendido con un aturdidor que descargó directamente contra mi costado.

El dolor fue como una ráfaga de electricidad que recorrió mi cuerpo, haciendo que un grito se escapara de mí y mi sable de luz cayera de mi mano mientras me desplomaba al suelo. Mis extremidades se sintieron pesadas, como si estuviera siendo arrastrada hacia el vacío.

Dooku se acercó, su figura alta bloqueó la luz del techo mientras me miraba con triunfo escondido tras esa falsa lástima.

— Tanta pasión, tanta determinación… —se inclinó ligeramente, susurrando con veneno—. Pero al final, querida Helene, sigues siendo tan… predecible.

La oscuridad finalmente me envolvió, y la última cosa que escuché fue la risa baja y cruel de Dooku antes de perder el conocimiento.





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El zumbido de los droides fue lo primero que escuché al recuperar la conciencia.

Mi cuerpo estaba adormecido, como si hubiese sido sumergida en hielo durante horas, y un dolor agudo se extendía por mi costado derecho, recordándome el aturdidor que había recibido.

Abrí los ojos lentamente, parpadeando contra las luces blancas que colgaban del techo de lo que parecía ser una especie de enfermería improvisada. Las paredes metálicas brillaban bajo la fría iluminación, y un grupo de droides médicos zumbaba de un lado a otro, manipulando instrumentos que habrían desmayado a Cal con sus enormes agujas.

Intenté moverme, pero un tirón brusco en mis muñecas y tobillos me detuvo. Bajé la mirada y vi que estaba atada a una especie de camilla metálica, las correas brillaban con un resplandor azulado que no me gustó para nada.

— Genial —farfullé, arqueando la espalda en un intento de liberarme. Suspiré, sin tener éxito—. Otro lunes de mierda.

Uno de los droides médicos se acercó con un bisturí quirúrgico en una de sus pinzas. — Estado de la paciente: consciente. Vitales estables. Preparando sedación en caso de resistencia.

— ¿Sedación? ¿Para qué? —solté, levantando una ceja antes de sonreír—. ¿Me van a operar? ¿Puedo aumentar mis pechos? Díganle al Conde que lo aproveche. También tengo los labios algo finos…

El droide me ignoró y continuó con su trabajo, ajustando alguna especie de monitor conectado a mi brazo. Pero yo no pensaba quedarme allí a esperar un rescate milagroso.

Moví mi muñeca derecha con fuerza, intentando deslizarla fuera de la correa, pero un leve resplandor púrpura emanó del material, provocando un dolor punzante que se extendió por mi brazo.

— ¡Mierda! —jadeé, deteniéndome al instante. Fue entonces cuando lo noté: el vacío. Era como si un muro invisible se hubiera levantado entre mí y la Fuerza. Estiré mi mente, buscando esa conexión familiar, pero lo único que encontré fue un silencio abrumado. Apreté la mandíbula—. Esposas supresoras de la Fuerza… —maldije entre dientes.

Un sonido de pasos lentos y deliberados me hizo levantar la vista hacia la entrada. La puerta al fondo de la sala se deslizó con un siseo, y la figura del Conde Dooku entró en la sala con la calma de quien se siente dueño del lugar. Quise darle un puñetazo en la nariz cuando clavó su arrogante mirada sobre mí.

— Qué escena tan lamentable —dijo, deteniéndose frente a mi camilla. Sus manos estaban detrás de su espalda, y su expresión variaba entre la burla y el desdén—. La gran maestra Jedi, atada como un animal herido. Supongo que esto es lo que llaman… justicia poética.

— Empalarte con tu propio sable también es justicia poética —mascullé con desprecio.

Dooku soltó una risa suave, completamente imperturbable. — Ah, ese atrevimiento tuyo. Nunca deja de sorprenderme lo insolente que puedes ser, incluso en tu posición actual.

— El moco que tienes colgando de tu nariz me lo pone más fácil.

Sus ojos se entrecerraron, pero su compostura permaneció intacta. —  Siempre tan… intensa. Pero eso es lo que te hace tan útil, ¿no crees?

Mis ojos se entrecerraron, desconfiada.

— ¿Útil?

Dooku se detuvo a un paso de la camilla, inclinándose ligeramente hacia mí, lo suficiente como para que pudiera sentir el veneno en su voz:

— No eres más que carnada, querida

Sus palabras me dejaron desconcertada por un instante. Fruncí el ceño, buscando cualquier indicio en su rostro de que estuviera jugando conmigo.

— ¿Carnada? —repetí, haciendo que asintiera. Una sonrisa burlona se instaló en mi rostro—. ¿De verdad? ¿Todo este teatro para atraer a un pez gordo? ¿Qué pasa? ¿El canciller no quiso venir y quieres llamar la atención?

Dooku no respondió de inmediato. En su lugar, permitió que me burlara de él antes de sonreír ligeramente, esa clase de sonrisa que hacía que quisieras golpearlo aún más.

— Me subestimas, Maestra Jedi. Estoy seguro de que tu querido marido estará aquí mucho antes de que puedas procesar las consecuencias de tus decisiones.

— ¿Qué?

Dooku ladeó la cabeza, observándome con esa mirada penetrante que me hacía sentir como si estuviera leyendo cada pensamiento en mi mente.

— ¿Creías que dejaría escapar a tu tonto padawan sin saber a quién contactaría para salvarte? —se burló, disfrutando de cada palabra—. Anakin Skywalker es tan predecible como tú. Y estoy contando con eso.

Mi garganta se secó, pero no dejé que él lo notara. En su lugar, me mordí el interior de la mejilla con una sonrisa descarada.

— Eres imbécil si crees que ese desequilibrado mental vendrá aquí y NO para dejarte peor que un rancor a su trozo de carne.

La sonrisa del Sith vaciló un poco, pero entonces sus ojos brillaron con malicia.

— Oh, ¿crees que no lo he considerado? —Se giró hacia uno de los droides y asintió—. Confirma su estado. Ahora.

El droide se movió rápidamente hacia un terminal cercano, y un nudo se formó en mi estómago. Dooku sabía algo que yo no. Y no me gustaba en absoluto.

— ¿Qué estás tramando? —le pregunté, fríamente.

Él me lanzó una mirada apenas interesada, como si mi pregunta fuera insignificante.

— Oh, no te preocupes, querida. Solo verifico una teoría.

— ¿Una teoría? —repetí, intentando mantener mi compostura—. ¿Para qué?

— Pronto lo sabrás.

Dooku rió suavemente, el sonido era bajo, casi divertido, pero no menos venenoso.  El droide terminó su tarea y se volvió hacia él con su voz monótona y carente de emoción.

— Confirmación completa, maestro. Los resultados coinciden con las anomalías detectadas en el examen preliminar.

— Excelente —respondió Dooku, tomando el datapad que el droide le ofrecía.

Mis ojos se fijaron en él como si pudieran atravesarlo.

— ¿Qué demonios significa eso? —gruñí, intentando mantener mi tono frío aunque sentía un nudo de ansiedad formándose en mi estómago—. ¿Vas a decirme que soy intolerante a la lactosa después de media vida tomando leche azul? ¡Adivina qué! YA lo descubrí ayer.

La sonrisa que curvó sus labios fue diferente esta vez. No era su típica sonrisa arrogante; era algo más… satisfecho, como si acabara de ganar una partida de dejarme en jaque y yo ni siquiera sabía que estaba jugando.

— Fascinante. Verdaderamente fascinante —murmuró para sí mismo antes de mirar hacia mí, su expresión ahora de un interés casi depredador.

— ¿Fascinante qué? —me quejé, echando la cabeza hacia atrás. La paciencia nunca había sido mi punto fuerte, y con este idiota, menos aún—. Vamos, si no vas a contarme nada al menos déjame leer algo en la HoloNet. Han hecho fanfics con Anakin y tienen capítulos picantes —rogué, deseando tomar el cacharro para estrellarlo en su cabeza.

Dooku claramente ignoró mi comentario y siguió sonriendo. — Oh, querida Helene, me temo que tienes una pequeña sorpresa en camino.

— Mi sable en tu garganta también está en camino así que; háblame claro.

— Qué impaciente —Cerró el datapad con un movimiento deliberado y dio un par de pasos hacia mí, inclinándose para mirarme directamente a los ojos—. Parece que Skywalker te ha dejado un… regalo.

El silencio que siguió fue tan ensordecedor que incluso el zumbido de los droides desapareció.

Mi boca se abrió, pero no salió ningún sonido. Mi mente comenzó a correr en círculos, buscando desesperadamente algo que pudiera darme una pista de lo que estaba hablando.

Dooku inclinó la cabeza, estudiándome como si fuera un animal atrapado en una jaula. Parpadeé.

— ¿Qué…?

— Enhorabuena, Helene. Estás embarazada —contestó, deteniendo mi sistema—. Y ahora, no solo eres la carnada perfecta para traer a tu querido héroe aquí, sino que también llevas algo que él hará todo lo posible por proteger.

Mi mente quedó en blanco

La habitación pareció volcarse sobre mí. Mi corazón se detuvo, y durante un breve segundo pensé que había oído mal.

— ¿Qué? —susurré, con un hilo de voz.

— ¿Sorprendida? —replicó Dooku, disfrutando cada segundo de mi reacción—. Lo sospechaba desde el principio, pero necesitaba confirmarlo. Y ahora tengo la certeza de que en tu interior crece algo… muy prometedor.

Mi mente se llenó de estática. Cada palabra que dijo rebotó dentro de mi cabeza sin sentido, como si fuera incapaz de procesarlas.

— Estás mintiendo —asumí, totalmente convencida.

— ¿Crees que mentiría sobre algo tan… fascinante? —preguntó, alzando una ceja. Un destello perturbador cruzó por sus ojos, como si realmente se encontrara maravillado.

Me quedé sin aliento, tratando de negar lo que él estaba diciendo. Pero una pequeña parte de mi mente, una parte que odiaba, comenzó a recordar las señales: el cansancio que había atribuido a las misiones, las náuseas que había ignorado porque siempre había algo más importante que atender.

— No… no puede ser…

— Oh, pero lo es. —Dooku sonrió, deleitándose con mi confusión—. Lo que hace esto aún más interesante, ¿no crees? Anakin Skywalker vendrá corriendo para salvarte. Y cuando se de cuenta de que hay algo más, lo tendré en mis manos haciendo cualquier cosa para salvar… a su hijo.

Mis manos temblaron contra las esposas mientras la incredulidad daba paso al terror.

— Si crees que esto lo va a detener… —comencé, mi tono tembloroso se transformó en rabia—. Si piensas que esto te da ventaja, eres más estúpido de lo que pensé.

Dooku retrocedió ligeramente, como si mis palabras no lo afectaran en lo más mínimo.

— Lo único que sé, querida, es que ahora tengo todas las piezas en el tablero. Y Anakin hará exactamente lo que yo quiero.

Su sonrisa maliciosa era lo único que veía mientras intentaba contener la tormenta que se desataba en mi interior. Si lo que decía era cierto… si estaba embarazada… esto no solo me ponía en peligro a mí, sino también a Anakin.

No, no podía permitirme perder la cabeza ahora.

— Sácamelo.

Dooku se giró lentamente hacia mí, observándome con una ceja arqueada por la incredulidad. — ¿Disculpa?

— Sácame al bicho —insistí, forcejeando con mis ataduras—. Te daré los brillitos de mi sable ahora mismo si deseas pero toma el maldito bisturí y sácalo.

— ¿El “bicho”? —repitió con burla—. Mi querida Helene, qué forma tan vulgar de referirte a lo que muchos considerarían… un milagro.

— ¡Milagro mis botas! —grité, con un tono desesperado y lleno de furia—. Tienes bisturíes, láseres, lo que sea que usen tus malditos droides. Deshazte de él ahora mismo.

Dooku ladeó la cabeza, observándome como si yo fuera un espécimen raro y fascinante. Dio un paso hacia mí, su túnica ondeando detrás de él.

— Qué curioso —dijo con una leve sonrisa—. Siempre pensé que los Jedi, con su filosofía altruista, valoraban la vida en todas sus formas. ¿Y aquí estás tú, rogándome que destruya algo tan… prometedor?

Mis muñecas forcejearon inútilmente contra las correas, mi mente era un caos mientras corrían horribles escenarios por ella. Y todos ellos tenían que ver con la maldita Orden Jedi  — ¡Valoramos la vida de los demás! ¡No las creamos nosotros!

Dooku soltó una carcajada seca y baja, como si estuviera disfrutando cada segundo de mi agonía.

— Qué interesante reacción, debo admitir. —Sus ojos brillaron con un destello oscuro mientras continuaba—. Aunque no debería sorprenderme. Tienes un temperamento demasiado explosivo, algo que… seguramente te ha pasado tu amante.

— ¡Vete a la mierda! —chillé, sintiendo el escozor de las esposas en mis muñecas.

— Un poder se está gestando en tu interior, Helene —continuó Dooku, inclinándose ligeramente hacia mí—. Un poder que crece en la Fuerza de manera lenta, pero abundante. Es tan fascinante como… aterrador.

Mi garganta se cerró. Cada palabra que él decía se hundía en mi mente como cuchillos afilados.

— No… no me importa —logré soltar, aunque mi voz sonaba quebrada, como si estuviera intentando convencerme a mí misma—. No quiero esto. No puedo… no puedo.

— Ah, pero ya está hecho —murmuró el Sith con satisfacción, cruzando las manos detrás de su espalda—. Es un destino al que ni tú ni Skywalker pueden escapar.

— ¡Sácalo! —grité de nuevo, el pánico se apoderó de mí—. ¡Hazlo, joder! ¿Qué más te da? ¡Hazlo y quédate con el maldito poder si es lo que quieres!

Dooku chasqueó la lengua, condescendiente.

— Oh, pero incluso un Sith tiene límites para eso —su sonrisa se amplió, como si acabara de contar el chiste más cruel del universo—. Sería bastante traumático de ver.

Mi respiración se aceleró cada vez más, y el sudor frío me cubrió la frente. Pensé en la última vez que había tenido relaciones con Anakin, hacía menos de un mes de eso (habíamos coincidido en el hiperespacio, por lo que fue rápido) y ni siquiera recordaba haber usado alguna clase de protección.

Tomé una bocanada de aire. — ¿De cuántas semanas estoy?

Pero obtuve una reacción totalmente diferente a la que esperaba. Dooku torció su cabeza con una expresión de confusión y mi corazón latió con más fuerza.

— ¿Semanas? —repitió el Sith, con  su tono teñido de malicia—. Oh, querida. No estás esperando a este hijo desde hace unas semanas… sino desde hace cuatro meses.

El suelo pareció desmoronarse bajo mis pies.

Mi mente comenzó a dar vueltas, cada pensamiento chocó con el siguiente mientras intentaba recordar los últimos meses. El cansancio, las pequeñas molestias… y entonces, encajó.

El maldito viaje a Alderaan.

Cerré los ojos mientras apretaba la mandíbula, preguntándome cómo había podido ser tan estúpida de olvidarlo. Cuando Anakin había prometido tomarme incluso en las montañas de Alderaan, él realmente lo hizo… en - cada - montaña.

Cuatro meses. Había estado embarazada desde el viaje. Y ni siquiera lo había sospechado.

— No… —murmuré, a punto de echarme a llorar—. Esto no me puede estar pasando.

Pero lo estaba. Y mientras el pánico y la incredulidad se apoderaban de mí, Dooku permaneció allí, su sonrisa cruel iluminando su rostro, disfrutando del espectáculo que había desatado hasta que el sonido ensordecedor de una explosión sacudió las paredes de la sala, haciendo temblar hasta el último cable de los droides.

— Señor —interrumpió uno de los droides que entró apresuradamente a la sala—. Intrusos a bordo, señor.

El Sith levantó la cabeza con satisfacción. Una sonrisa lenta, casi depredadora, apareció en sus labios. — Ah, ya están aquí… que predecibles.

Sentí cómo mi respiración se detenía. Un presentimiento oscuro se deslizó por mi mente, helándome la sangre.

— ¡No! —me sacudí, forcejeando contra las ataduras con desesperación—. ¡No te atrevas!

El droide volvió a intervenir, su voz metálica cortando el aire.

— Los intrusos han neutralizado a los guardias del hangar principal. Están avanzando hacia el núcleo de mando.

Dooku se giró hacia el droide con un gesto de aprobación, su semblante estaba iluminado por un retorcido entusiasmo. — Qué extraordinaria eficiencia. Skywalker nunca decepciona.

Mi corazón latió con fuerza descontrolada, cada pulso resonaba en mis oídos. No podía permitir que esto sucediera. No podía dejar que Anakin viniera aquí… no cuando Dooku tenía esa carta tan peligrosa bajo la manga.

— ¡Dooku! —grité con desesperación—. Por favor… no hagas esto.

Él me ignoró por completo, volviendo a su fría calma. Entonces, con un gesto de su mano, señaló a uno de los droides que aguardaba cerca.

— Llévenla a donde lo planeamos —ordenó con calma—. No podemos permitir que la encuentren tan fácilmente.

Mi pánico se disparó.

— ¡No! —protesté, intentando en vano liberarme—. ¡Dooku, maldito seas! ¡Déjame!

El droide asintió y comenzó a acercarse a mí con un dispositivo en su pinza, probablemente algún tipo de inyección o mecanismo para dejarme inconsciente.

Un frío repentino se extendió por mi cuello al sentir la aguja perforar mi piel, y mi visión comenzó a nublarse rápidamente. Mis gritos se convirtieron en murmullos ahogados mientras las fuerzas me abandonaban. Lo último que vi antes de que la oscuridad me consumiera fue la expresión triunfal de Dooku, como si ya hubiera ganado la partida.

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